Rescatado de los archivos de LA ÚNICA VERDAD. Vía CATÓLICOS ALERTA. Notas propias
En
la República Argentina, ya en la década del 70, el ingeniero Mateo
Roberto Gorostiaga Victorica (Buenos Aires, 1922-2003) promovió la
reunión de un grupo de laicos con el propósito de luchar y oponerse a
las reformas conciliares. Con ese propósito, se constituyó la “COMISIÓN
DE DEFENSA DE LA FE DE SIEMPRE”, que en ese momento, publicó lo
siguiente:
¿POR QUÉ LUCHAMOS? ¿DEBEMOS COLABORAR EN LA AUTODEMOLICIÓN DE LA IGLESIA POR “OBEDIENCIA”?
En
un pronunciamiento que sin duda quedará grabado en la historia como el
signo más acabado e impresionante de los tiempos oscuros que hoy
vivimos, Pablo VI expresó que la Iglesia se encuentra sometida a un
proceso de “AUTODEMOLICIÓN” [1].
Y fue el mismo Pablo VI el que, en una carta dirigida a Mons. Lefebvre, afirmó que «El Concilio Vaticano II, bajo ciertos aspectos, es más importante aún que el de Nicea» [2].
Dos manifestaciones TERRIBLES de la misma persona. Usamos el término “terrible” en su sentido propio y literal, vale decir, aquello que provoca terror. Dos manifestaciones terribles que definen de un modo inolvidable, no sólo a quien las pronunció, sino también al ciclo histórico en que nos hallamos.
Nos encontramos, ya es imposible disimularlo, en una circunstancia terrible de unos tiempos oscuros, en medio de un ciclo histórico de APOSTASÍA UNIVERSAL.
No es necesario recordar aquí los detalles de cómo toda civilización, rectora del mundo, viene apostatando de la Fe Católica que la inspiró. Y el apogeo de esta apostasía llega ahora con la autodemolición de la Iglesia que anuncia Pablo VI.
Pues bien; nosotros luchamos contra la autodemolición de la Iglesia, y luchamos POR LA FE, por la FE CATÓLICA -la Fe absoluta- precisamente por la FE DE NICEA cuya abolición insinúa Pablo VI en su carta a Mons. Lefebvre.
Esta Fe Católica es la FE DE SIEMPRE por la cual luchamos: la Fe que ha definido la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana a través de los pronunciamientos INFALIBLES de los Papas y de los Concilios, a través de la doctrina común de los Santos Padres y Doctores, a través de la creencia universal de los fieles cristianos durante casi dos mil años. SIN ESTA FE NO HAY SALVACIÓN.
Actualmente, los católicos constatamos que la situación, el estado a que ha sido conducida la Iglesia visible parece que no podría ser ya peor... y sin embargo, cada día que pasa es peor aún que el anterior...
Los católicos nos encontramos ante la REALIDAD de que cualquier blasfemia, cualquier herejía, cualquier traición, cualquier aberración en materia de Fe cuenta, por lo menos, con la tolerancia complaciente de quienes detentan las jerarquías eclesiásticas. Las condenas a los errores y horrores que por doquier se difunden son, en el mejor de los casos, tibias y claudicantes (recuérdese el caso de la llamada “Biblia Latinoamericana” en nuestro país [3]). En los hechos, no sólo se tolera la herejía, sino que se favorece y se impulsa su divulgación haciendo gala de un cinismo y una hipocresía como jamás se vieron en la historia.
Un pseudohumanismo hueco e insubstancial domina el tono de los sermones y los confesionarios. La piedad y la devoción han sido relegadas y se pretende utilizar el aparato eclesiástico para propagar una especie de psicologismo absurdo, de tercera categoría, que idiotiza a las personas y las prepara para absorber mansamente cualquier doctrina anticristiana.
Así, cada vez crece más en nuestro ánimo la duda sobre si todo este aparato clerical que hoy tenemos ante nuestros sentidos todavía puede denominarse católico, o sea, parte de la Iglesia Católica fundada por Nuestro Señor Jesucristo.
Ahora bien; esto no puede ser la Iglesia Católica PORQUE YA NO SE TRANSMITE MÁS LA FE CATÓLICA. Muchas veces, incluso se ve que hay en el clero un gusto inconfesable por las tendencias socialistas y libertarias que hoy dominan los poderes del mundo; con frecuencia hasta resulta evidente una simpatía desvergonzada por el marxismo.
No podemos engañarnos: la “iglesia” que hoy nos presentan, cada vez se parece menos a la Santa Iglesia Católica que existiendo desde siempre fundó Nuestro Señor Jesucristo hace casi dos mil años, única puerta de salvación, forjadora de civilizaciones, alma de nuestra patria, aquella Iglesia que aprendimos a amar en nuestra infancia... Y de el fondo de nuestro corazón brota una amarga congoja: ¿Dónde está nuestra Iglesia? -No la vemos en los templos, ocupados por hombres que engañan al pueblo y se engañan a sí mismos, que predican un lenguaje que no es el de la Fe Católica; no la vemos en los documentos de estas jerarquías, fárragos insoportables de palabras vacías, contradictorias, llenas de ambigüedades y componendas; no la vemos en los tibios que todo lo admiten con vanas excusas, “por obediencia”, “porque obedeciendo uno se libera de la responsabilidad” (como si fuera tan fácil robar la salvación). Y finalmente, tampoco vemos nuestra Iglesia Católica, y esto sí es mucho más grave, en estos nuevos ritos -lex orándi lex credéndi- porque todos los ritos sacramentales (¡y por los sacramentos se nos da la gracia!) han sido modificados, o mejor dicho DISTORSIONADOS. Porque los cambios que se han hecho a partir del Vaticano II han sido TODOS con un sentido claro y preciso. TODOS LOS CAMBIOS HAN SIDO HECHOS EN EL SENTIDO DE DISMINUIR O ATENUAR LA AFIRMACIÓN DE LA FE CATÓLICA. Una simple comparación de lo que había y lo que hay basta para demostrarlo.
La Santa Misa, en especial, ha sido objeto de un “Novus Ordo” en cuya preparación colaboraron varios protestantes y que contiene tan graves ambigüedades sobre la noción de sacrificio que resulta INADMISIBLE para la conciencia católica.
La piedad y la fe de los niños son corrompidas por catecismos falsos e inicuos.
NO ESTAMOS ANTE CUESTIONES DE FORMA. Hoy en día, es necesario decirlo, la misma noción de lo que sea la Iglesia aparece turbia, confusa, desnaturalizada, por los mismos que ocupan sus jerarquías. Nuestra lucha, entonces, no es vana. LUCHAMOS POR CUESTIONES DE FONDO, por la INTEGRIDAD DE LA FE que hoy está siendo DESINTEGRADA.
Ni un ápice de la Fe podría ser trastocado sin caer en la herejía y emprender el camino de la perdición. Por defender una palabra (¡en griego una letra!) en el artículo del Credo que define al Hijo como “consubstancial” al Padre, y no apenas “de la misma naturaleza”, San Atanasio fue perseguido toda su vida y excomulgado por el Papa Liberio que favorecía la herejía arriana [4].
En nuestros días TODA LA FE HA SIDO TRASTOCADA. Por eso nosotros hemos de luchar por la TOTALIDAD de la Fe.
San Pío X definió al modernismo como el “compendio de todas la herejías” [5]. Y existe ahora una REALIDAD que salta a nuestros ojos, una REALIDAD que grita a nuestros oídos, una REALIDAD imposible de ocultar o silenciar: EL MODERNISMO SE HA APODERADO DEL CUERPO VISIBLE DE LA IGLESIA. Con el Vaticano II la secta modernista se ha instalado en Roma -la “abominación de la desolación en el lugar santo” (Mt. 24,15)-. Desde allí, con toda malicia provoca una descomunal perversión doctrinaria. A partir de Juan XXIII y con Pablo VI, a través del permisivismo, los equívocos, las extravagancias y la fiebre reformista, la Iglesia se encuentra sometida a este diabólico proceso de autodemolición; y como en los tiempos del arrianismo hoy también la generalidad del clero y de los obispos del mundo, de hecho, se hallan en comunión con la herejía.
En medio de esta REALIDAD DURA y TERRIBLE, nosotros luchamos, contra la autodemolición de la Iglesia y por la Fe Católica. Sabemos que solamente aferrados a esta Fe Catótica lograremos la SALVACIÓN y el TRIUNFO FINAL Porque es esta Fe Católica la que tiene la capacidad de convocar las virtudes celestes. En esta Fe Católica está la omnipotencia del Padre, los infinitos méritos del Hijo, la gracia del Espíritu Santo, la intercesión efectiva de María Santísima, y el poder incomparable de todos los escuadrones de ángeles. Y contra todo esto no hay fuerza en la tierra ni en el infierno que pueda oponerse.
Por eso es que nuestra lucha está signada inevitablemente por el triunfo final: hoy, mañana, o dentro de mil años (¿qué son mil años en la eternidad de Dios?), el triunfo final será siempre de la Iglesia verdadera, porque «LAS PUERTAS DEL INFIERNO NO PREVALECERÁN CONTRA ELLA».
Sabemos que muchos esgrimen contra nosotros argumentos canónicos o levantan escrúpulos de conciencia sobre “el Papa”, la “obediencia”, etc.
Respondemos diciendo que las sabias leyes canónicas establecidas por la Iglesia existen y tienen su razón de ser al servicio de la Fe. NADA SIN LA FE. Aquellos que por sus palabras, acciones u omisiones no se encuentran en comunión con la Fe Católica no pueden prevalerse de las leyes canónicas por más alto que sea el sitial que ocupen. Sin la Fe, o contra la Fe, no hay autoridad legítima en la Iglesia, y quien detenta una autoridad en la Iglesia sin la Fe o contra la Fe, se convierte en un usurpador que jamás debe ser obedecido.
Nadie puede reclamarnos que colaboremos en la autodemolición de la Iglesia por obediencia. Esto es un absurdo.
Algún día los teólogos se pondrán de acuerdo sobre requisitos, formas, modos y consecuencias de situaciones tan especiales como la que hoy nos toca padecer. Entre tanto, nosotros seguiremos IRREDUCTIBLES; no podemos, no debemos ni queremos “obedecer” a la autodemolición de la Iglesia. Seguiremos luchando y seguiremos rezando para que la Divina Providencia quiera conseguirnos la gracia especialísima de que se abrevien estos días de tanto dolor, que pronto la Santa Iglesia se levante de su aparente postración y vuelva a brillar a los ojos de los hombres como el faro seguro e inconmovible.
Seguiremos luchando, en medio de la pavorosa debacle de este mundo moderno, seguiremos amando y esperando, y por sobre todo, SEGUIREMOS CREYENDO, contra cualquier artificio, contra cualquier apariencia, porque la dulcísima voz de MARÍA, Madre, Reina y Señora nuestra queridísima, ha proclamado a todo el orbe:
«POR FIN MI INMACULADO CORAZÓN TRIUNFARÁ».
Y fue el mismo Pablo VI el que, en una carta dirigida a Mons. Lefebvre, afirmó que «El Concilio Vaticano II, bajo ciertos aspectos, es más importante aún que el de Nicea» [2].
Dos manifestaciones TERRIBLES de la misma persona. Usamos el término “terrible” en su sentido propio y literal, vale decir, aquello que provoca terror. Dos manifestaciones terribles que definen de un modo inolvidable, no sólo a quien las pronunció, sino también al ciclo histórico en que nos hallamos.
Nos encontramos, ya es imposible disimularlo, en una circunstancia terrible de unos tiempos oscuros, en medio de un ciclo histórico de APOSTASÍA UNIVERSAL.
No es necesario recordar aquí los detalles de cómo toda civilización, rectora del mundo, viene apostatando de la Fe Católica que la inspiró. Y el apogeo de esta apostasía llega ahora con la autodemolición de la Iglesia que anuncia Pablo VI.
Pues bien; nosotros luchamos contra la autodemolición de la Iglesia, y luchamos POR LA FE, por la FE CATÓLICA -la Fe absoluta- precisamente por la FE DE NICEA cuya abolición insinúa Pablo VI en su carta a Mons. Lefebvre.
Esta Fe Católica es la FE DE SIEMPRE por la cual luchamos: la Fe que ha definido la Santa Iglesia Católica Apostólica y Romana a través de los pronunciamientos INFALIBLES de los Papas y de los Concilios, a través de la doctrina común de los Santos Padres y Doctores, a través de la creencia universal de los fieles cristianos durante casi dos mil años. SIN ESTA FE NO HAY SALVACIÓN.
Actualmente, los católicos constatamos que la situación, el estado a que ha sido conducida la Iglesia visible parece que no podría ser ya peor... y sin embargo, cada día que pasa es peor aún que el anterior...
Los católicos nos encontramos ante la REALIDAD de que cualquier blasfemia, cualquier herejía, cualquier traición, cualquier aberración en materia de Fe cuenta, por lo menos, con la tolerancia complaciente de quienes detentan las jerarquías eclesiásticas. Las condenas a los errores y horrores que por doquier se difunden son, en el mejor de los casos, tibias y claudicantes (recuérdese el caso de la llamada “Biblia Latinoamericana” en nuestro país [3]). En los hechos, no sólo se tolera la herejía, sino que se favorece y se impulsa su divulgación haciendo gala de un cinismo y una hipocresía como jamás se vieron en la historia.
Un pseudohumanismo hueco e insubstancial domina el tono de los sermones y los confesionarios. La piedad y la devoción han sido relegadas y se pretende utilizar el aparato eclesiástico para propagar una especie de psicologismo absurdo, de tercera categoría, que idiotiza a las personas y las prepara para absorber mansamente cualquier doctrina anticristiana.
Así, cada vez crece más en nuestro ánimo la duda sobre si todo este aparato clerical que hoy tenemos ante nuestros sentidos todavía puede denominarse católico, o sea, parte de la Iglesia Católica fundada por Nuestro Señor Jesucristo.
Ahora bien; esto no puede ser la Iglesia Católica PORQUE YA NO SE TRANSMITE MÁS LA FE CATÓLICA. Muchas veces, incluso se ve que hay en el clero un gusto inconfesable por las tendencias socialistas y libertarias que hoy dominan los poderes del mundo; con frecuencia hasta resulta evidente una simpatía desvergonzada por el marxismo.
No podemos engañarnos: la “iglesia” que hoy nos presentan, cada vez se parece menos a la Santa Iglesia Católica que existiendo desde siempre fundó Nuestro Señor Jesucristo hace casi dos mil años, única puerta de salvación, forjadora de civilizaciones, alma de nuestra patria, aquella Iglesia que aprendimos a amar en nuestra infancia... Y de el fondo de nuestro corazón brota una amarga congoja: ¿Dónde está nuestra Iglesia? -No la vemos en los templos, ocupados por hombres que engañan al pueblo y se engañan a sí mismos, que predican un lenguaje que no es el de la Fe Católica; no la vemos en los documentos de estas jerarquías, fárragos insoportables de palabras vacías, contradictorias, llenas de ambigüedades y componendas; no la vemos en los tibios que todo lo admiten con vanas excusas, “por obediencia”, “porque obedeciendo uno se libera de la responsabilidad” (como si fuera tan fácil robar la salvación). Y finalmente, tampoco vemos nuestra Iglesia Católica, y esto sí es mucho más grave, en estos nuevos ritos -lex orándi lex credéndi- porque todos los ritos sacramentales (¡y por los sacramentos se nos da la gracia!) han sido modificados, o mejor dicho DISTORSIONADOS. Porque los cambios que se han hecho a partir del Vaticano II han sido TODOS con un sentido claro y preciso. TODOS LOS CAMBIOS HAN SIDO HECHOS EN EL SENTIDO DE DISMINUIR O ATENUAR LA AFIRMACIÓN DE LA FE CATÓLICA. Una simple comparación de lo que había y lo que hay basta para demostrarlo.
La Santa Misa, en especial, ha sido objeto de un “Novus Ordo” en cuya preparación colaboraron varios protestantes y que contiene tan graves ambigüedades sobre la noción de sacrificio que resulta INADMISIBLE para la conciencia católica.
La piedad y la fe de los niños son corrompidas por catecismos falsos e inicuos.
NO ESTAMOS ANTE CUESTIONES DE FORMA. Hoy en día, es necesario decirlo, la misma noción de lo que sea la Iglesia aparece turbia, confusa, desnaturalizada, por los mismos que ocupan sus jerarquías. Nuestra lucha, entonces, no es vana. LUCHAMOS POR CUESTIONES DE FONDO, por la INTEGRIDAD DE LA FE que hoy está siendo DESINTEGRADA.
Ni un ápice de la Fe podría ser trastocado sin caer en la herejía y emprender el camino de la perdición. Por defender una palabra (¡en griego una letra!) en el artículo del Credo que define al Hijo como “consubstancial” al Padre, y no apenas “de la misma naturaleza”, San Atanasio fue perseguido toda su vida y excomulgado por el Papa Liberio que favorecía la herejía arriana [4].
En nuestros días TODA LA FE HA SIDO TRASTOCADA. Por eso nosotros hemos de luchar por la TOTALIDAD de la Fe.
San Pío X definió al modernismo como el “compendio de todas la herejías” [5]. Y existe ahora una REALIDAD que salta a nuestros ojos, una REALIDAD que grita a nuestros oídos, una REALIDAD imposible de ocultar o silenciar: EL MODERNISMO SE HA APODERADO DEL CUERPO VISIBLE DE LA IGLESIA. Con el Vaticano II la secta modernista se ha instalado en Roma -la “abominación de la desolación en el lugar santo” (Mt. 24,15)-. Desde allí, con toda malicia provoca una descomunal perversión doctrinaria. A partir de Juan XXIII y con Pablo VI, a través del permisivismo, los equívocos, las extravagancias y la fiebre reformista, la Iglesia se encuentra sometida a este diabólico proceso de autodemolición; y como en los tiempos del arrianismo hoy también la generalidad del clero y de los obispos del mundo, de hecho, se hallan en comunión con la herejía.
En medio de esta REALIDAD DURA y TERRIBLE, nosotros luchamos, contra la autodemolición de la Iglesia y por la Fe Católica. Sabemos que solamente aferrados a esta Fe Catótica lograremos la SALVACIÓN y el TRIUNFO FINAL Porque es esta Fe Católica la que tiene la capacidad de convocar las virtudes celestes. En esta Fe Católica está la omnipotencia del Padre, los infinitos méritos del Hijo, la gracia del Espíritu Santo, la intercesión efectiva de María Santísima, y el poder incomparable de todos los escuadrones de ángeles. Y contra todo esto no hay fuerza en la tierra ni en el infierno que pueda oponerse.
Por eso es que nuestra lucha está signada inevitablemente por el triunfo final: hoy, mañana, o dentro de mil años (¿qué son mil años en la eternidad de Dios?), el triunfo final será siempre de la Iglesia verdadera, porque «LAS PUERTAS DEL INFIERNO NO PREVALECERÁN CONTRA ELLA».
Sabemos que muchos esgrimen contra nosotros argumentos canónicos o levantan escrúpulos de conciencia sobre “el Papa”, la “obediencia”, etc.
Respondemos diciendo que las sabias leyes canónicas establecidas por la Iglesia existen y tienen su razón de ser al servicio de la Fe. NADA SIN LA FE. Aquellos que por sus palabras, acciones u omisiones no se encuentran en comunión con la Fe Católica no pueden prevalerse de las leyes canónicas por más alto que sea el sitial que ocupen. Sin la Fe, o contra la Fe, no hay autoridad legítima en la Iglesia, y quien detenta una autoridad en la Iglesia sin la Fe o contra la Fe, se convierte en un usurpador que jamás debe ser obedecido.
Nadie puede reclamarnos que colaboremos en la autodemolición de la Iglesia por obediencia. Esto es un absurdo.
Algún día los teólogos se pondrán de acuerdo sobre requisitos, formas, modos y consecuencias de situaciones tan especiales como la que hoy nos toca padecer. Entre tanto, nosotros seguiremos IRREDUCTIBLES; no podemos, no debemos ni queremos “obedecer” a la autodemolición de la Iglesia. Seguiremos luchando y seguiremos rezando para que la Divina Providencia quiera conseguirnos la gracia especialísima de que se abrevien estos días de tanto dolor, que pronto la Santa Iglesia se levante de su aparente postración y vuelva a brillar a los ojos de los hombres como el faro seguro e inconmovible.
Seguiremos luchando, en medio de la pavorosa debacle de este mundo moderno, seguiremos amando y esperando, y por sobre todo, SEGUIREMOS CREYENDO, contra cualquier artificio, contra cualquier apariencia, porque la dulcísima voz de MARÍA, Madre, Reina y Señora nuestra queridísima, ha proclamado a todo el orbe:
«POR FIN MI INMACULADO CORAZÓN TRIUNFARÁ».
Comisión de Defensa de la Fe de siempre - Comisión Coordinadora
Mayo de 1975
NOTAS (del Editor)
[1] PABLO VI, Alocución a los alumnos del Pontificio Seminario Lombardo, del 7 de Diciembre de 1968, en Insegnamenti di Paolo VI, vol. VI, pág. 1188.
[2] Carta del 29 de Junio de 1975.
[3]
En ese tiempo, Mons. Ildefonso María Sansierra Robla (arzobispo de San
Juan de Cuyo) y otros obispos denunciaron que la “Biblia
Latinoamericana” traducida por los sacerdotes franceses Bernardo Hurault
CFM y Ramón Ricciardi Castelli (cooperador paulino) distribuida
entonces por Ediciones Paulinas y Editorial Guadalupe (esta de los
Misioneros del Verbo Divino) era «apócrifa, sacrílega, izquierdizante,
subversiva, satánica y mortal» y que las ilustraciones y notas
explicativas eran un medio de propaganda del marxismo. Con todo, la
Conferencia Episcopal de Argentina, en la declaración del 30 de Octubre
de 1976, nunca la califica de “marxista”, y le reconoce “muchos aspectos
positivos” que salvar. Eso sí, que las ediciones que se vendieran en la
Argentina debían llevar un “Suplemento obligatorio” y no podían usarse en la liturgia.
[4] Afirmación esta última basada en documentos adulterados, y propalada actualmente por los neoconservadores y por las dos ramas del lefebvrismo para justificar su sumisión a la jerarquía conciliar. Liberio fue elogiado por los papas San Anastasio (Carta Apostólica Dat mihi plúrimum a Venerio, obispo de Milán, c. 400), Pío IX (Encíclica Quártus supra vigésimum, # 16, 6 de enero de 1873) y Benedicto XV (Encíclica Príncipi apostolórum Petro,
# 3, 5 de octubre de 1920) por su celo intransigente contra la herejía
arriana, lo que le valió el destierro por el emperador Constancio. Quien
realmente expulsó a San Atanasio fue el seudosacerdote Isquiras (quien
tenía un conventículo en Mareotis), quien en recompensa recibió del I
Concilio de Tiro la sede alejandrina. Además, Liberio es reconocido como
Santo desde mucho antes del Cisma de 1054.
[5] SAN PÍO X, Encíclica Pascéndi Domínici gregis, n. 38. 8 de Septiembre de 1907, en Acta Apostólicæ Sedis, vol. XL (1907), págs. 593-650.
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