miércoles, 28 de febrero de 2024

OBISPÓN DE AUGSBURGO: «NINGUNA IGLESIA ES DUEÑA DE LA VERDAD»


El obispón de Augsburgo (Alemania) Bertram Johannes Meier dijo ayer 27 de Febrero «Ninguna iglesia es dueña de la verdad. Ser diferentes no es un peligro, sino una oportunidad para aprender unos de otros».
  
Las palabras de Meier tuvieron lugar en el XL Encuentro de los Obispos ecuménicos del Movimiento Focolar, cuyo lema este año es “Atreverse a ser uno - Einheit wagen” y tiene lugar hasta el viernes 1 de Marzo en el “Centro de Vida Ecuménica de Otmaringa”, la residencia más grande de ese movimiento en Alemania.
   
Meier invitó a los participantes (60 obispones de distintas denominaciones y 29 nacionalidades) a ver el encuentro como una “escuela de fe que escucha”. El encuentro es una señal del “ecumenismo de amor” que quiere Francisco Bergoglio: «Seguimos siendo representantes de nuestra iglesia y todavía podemos abrazarnos con amor, dar el saludo de la paz y también expresar diferentes opiniones sin que nuestra propia casa de fe se desmorone».
   
Bertram Meier es un ecumenista desde la cuna: su padre Hans († 1989), segundo alcalde de Kaufering, era luterano, mientras que su madre Erna es católica modernista. En el Corpus del 2023, dijo, en línea con Francisco Bergoglio y contrariando al Apóstol San Pablo y al Concilio de Trento: «En las discusiones sobre diversidad y orientación sexual, nos quedamos cortos si queremos decidir quién puede y quién no puede comulgar. ¡No neguemos la comunión a nadie que la pida!».
  
Los focolares son un movimiento sectario fundado en 1943 por Silvia –Clara– Lubich Marinconz, que promueve el ecumenismo apóstata y el “prema-yoga”; y bajo el nombre de “New Humanity” están registrados como una oenegé de las Naciones Unidas. Desde 2003 se les acusa de promover las “uniones homosexuales” y el inmigracionismo. Entre sus miembros más prominentes están los cardenales curiales João Braz de Avis Hack y Lázaro You Heung-sik. En Alemania tienen 3.500 miembros declarados, entre ellos el obispón de Dresde-Meißen Heinrich Timmerevers Schmidt, y el obispón auxiliar de Münster Christoph Hegge.

El Papa Gregorio XVI, en su encíclica “Mirári Vos” del 15 de Agosto de 1832, condenó la herejía del indiferentismo propuesta inicialmente por Felicidad de Lamennais (y rescatada por los documentos deuterovaticanos “Gáudium et spes” y “Unitátis redintegrátio”), consecuencia última del ecumenismo y la “libertad religiosa”:
«Otra causa que ha producido muchos de los males que afligen a la Iglesia es el indiferentismo, o sea, aquella perversa teoría extendida por doquier, merced a los engaños de los impíos, y que enseña que puede conseguirse la vida eterna en cualquier religión, con tal que haya rectitud y honradez en las costumbres. Fácilmente en materia tan clara como evidente, podéis extirpar de vuestra grey error tan execrable. Si dice el Apóstol que hay un solo Dios, una sola fe, un solo bautismo [Efesios IV, 5], entiendan, por lo tanto, los que piensan que por todas partes se va al puerto de salvación, que, según la sentencia del Salvador, están ellos contra Cristo, pues no están con Cristo [San Lucas XI, 23] y que los que no recolectan con Cristo, esparcen miserablemente, por lo cual es indudable que perecerán eternamente los que no tengan fe católica y no la guardan íntegra y sin mancha [Símbolo de San Atanasio]; oigan a San Jerónimo que nos cuenta cómo, estando la Iglesia dividida en tres partes por el cisma, cuando alguno intentaba atraerle a su causa, decía siempre con entereza: Si alguno está unido con la Cátedra de Pedro, yo estoy con él [San Jerónimo, Epístola 57]. No se hagan ilusiones porque están bautizados; a esto les responde San Agustín que no pierde su forma el sarmiento cuando está separado de la vid; pero, ¿de qué le sirve tal forma, si ya no vive de la raíz? [En el Salmo contra la secta de Donato].
  
De esa cenagosa fuente del indiferentismo mana aquella absurda y errónea sentencia o, mejor dicho, locura, que afirma y defiende a toda costa y para todos, la libertad de conciencia. Este pestilente error se abre paso, escudado en la inmoderada libertad de opiniones que, para ruina de la sociedad religiosa y de la civil, se extiende cada día más por todas partes, llegando la impudencia de algunos a asegurar que de ella se sigue gran provecho para la causa de la religión. ¡Y qué peor muerte para el alma que la libertad del error!, decía San Agustín [Epístola 166]. Y ciertamente que, roto el freno que contiene a los hombres en los caminos de la verdad, e inclinándose precipitadamente al mal por su naturaleza corrompida, consideramos ya abierto aquel abismo [Apocalipsis IX, 3] del que, según vio San Juan, subía un humo que oscurecía el sol y arrojaba langostas que devastaban la tierra. De aquí la inconstancia en los ánimos, la corrupción de la juventud, el desprecio –por parte del pueblo– de las cosas santas y de las leyes e instituciones más respetables; en una palabra, la mayor y más mortífera peste para la sociedad, porque, aun la más antigua experiencia enseña cómo los Estados, que más florecieron por su riqueza, poder y gloria, sucumbieron por el solo mal de una inmoderada libertad de opiniones, libertad en la oratoria y ansia de novedades».

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