domingo, 27 de enero de 2019

SIETE DOMINGOS EN HONOR A SAN JOSÉ

Esta maravillosa tradición, cuyo origen se remonta al siglo XVI, consiste en dedicar los siete domingos anteriores a la fiesta de San José a acudir con especial detenimiento al Esposo de María Virgen, para expresarle cariño y pedirle mercedes. Los ejemplos que se presentan a consideración fueron tomados del libro El devoto josefino, de la autoría del padre Enrique de Ossó.
  
INDULGENCIAS
El Sumo Pontífice Gregorio XVI, mediante decreto del 22 de Enero de 1836 concedió a todos los fieles que, a lo menos con corazón contrito, recen devotamente las oraciones de los Gozos y Dolores en siete domingos continuos, las siguientes Indulgencias: 300 días en cada uno de los seis primeros domingos; plenaria en el séptimo confesando y comulgando.
  
Su Santidad Pío IX, mediante decretos de la Sagrada Congregación de Indulgencias del 1 de Febrero y el 22 de Marzo de 1847, se dignó conceder una Indulgencia plenaria para cada uno de los siete domingos de San José, si se observan las condiciones de confesión, comunión y visita en cualquier templo, rogando por las necesidades de la santa Iglesia.
  
El Santo Padre Pío XI, mediante decreto de la Sagrada Penitenciaría Apostólica del 23 de Mayo de 1936, amplió la Indulgencia parcial a 5 años cada domingo, y ratificó la Indulgencia Plenaria, con las condiciones de rigor.
 
Se pueden rezar también en cualquier época del año; pero se exige que sean siete domingos seguidos, sin interrupción, y que en cada domingo se recen todos los Dolores y Gozos de San José; y quien no sabe leer rece siete veces el Padrenuestro, Avemaria y Gloria. Se recomienda a la piedad de los fíeles que en cada domingo lean una de las meditaciones que van a continuación.
  
Las indulgencias son aplicables por las Benditas Almas del Purgatorio, con las condiciones acostumbradas.
  
SIETE DOMINGOS EN HONOR A SAN JOSÉ
  
 
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
  
ACTO DE CONTRICIÓN PARA TODOS LOS DOMINGOS
¡Dios y Señor mío, en quien creo, en quien espero y a quien amo sobre todas las cosas! Al pensar en lo mucho que habéis hecho por mí y lo ingrato que he sido yo a vuestros favores, mi corazón se confunde y me obliga a exclamar: ¡Piedad, Señor, para este hijo rebelde y perdonadle sus extravíos, que le pesa de haberos ofendido, y desea antes morir que volver a pecar! Confieso que soy indigno de esta gracia; pero os la pido por los méritos de vuestro padre nutricio San José. Y Vos, gloriosísimo abogado mío, recibidme bajo vuestra protección, y dadme el fervor necesario para emplear bien este rato en obsequio vuestro y utilidad de mi alma. Amén.
 
PRIMER DOMINGO
DOLOR: Cuando estaba dispuesto a repudiar a su Inmaculada esposa. - GOZO: Cuando el Arcángel le reveló el sublime misterio de la Encarnación.
  
MEDITACIÓN
María y José, fieles al voto de virginidad que habían hecho, vivían como ángeles en su pobre casa de Nazaret; cuando por obra del Espíritu Santo concibió María en sus castísimas entrañas al Hijo de Dios, José ideó el proyectó de separarse de su esposa, y de hacerlo ocultamente, para que no resultase infamia para María. Aunque en general los Doctores explican esta resolución fundándola en que José ignoraba el misterio de la Encarnación.
  
Turbado con estos pensamientos, pensaba el humilde José huir de su casa y de su esposa virginal, cuando he aquí que el ángel del Señor se le aparece, y le dice: «José, hijo de David, no tengas recelo en recibir a María tu esposa, porque lo que se ha engendrado en su seno es obra del Espíritu Santo».
   
San Juan Crisóstomo nos declara que el arcángel Gabriel llamó a José por su nombre para infundirle confianza, y le recordó su origen de David para que tuviera en cuenta el cumplimiento de la promesa que Dios había hecho al Rey Profeta: que el Mesías nacería de su descendencia.
  
Las palabras del ángel inundaron el corazón de José de inefable júbilo. Recobrado de su turbación, fue tan grande su gozo, que exclamaría como el Salmista: «Vuestros consuelos, oh Señor, me han regocijado tanto el alma cuanto era grande la muchedumbre de mis padecimientos». Así pues, en un instante apaciguó Dios la tormenta que agitaba el corazón de José, y le restituyó acrecentada con mucho su dulce tranquilidad. Ved aquí lo que acontece a las almas que se someten a la voluntad de Dios con entera confianza. «Por obra de vuestra misericordia, oh Señor, habéis querido que a la tempestad siga la calma, y que después de la aflicción y de las lágrimas, venga la alegría a los corazones». Así se expresaba en su agradecimiento aquel santo varón Tobías, tan afligido con trabajos, y tan grandemente consolado por el Señor.
   
¡Oh Patriarca Señor San José! Por este dolor y gozo vuestro, alcanzadnos la gracia de conformarnos siempre y en todas las cosas con la justísima, altísima y amabilísima voluntad de Dios. Amén.
   
ORACIÓN
Oh castísimo esposo de María, glorioso San José, ¡qué aflicción y angustia la de vuestro corazón en la perplejidad en que estabais sin saber si debíais abandonar o no a vuestra esposa sin mancilla! Pero ¡cuál no fue también vuestra alegría cuando el ángel os reveló el gran misterio de la Encarnación! Por este dolor y este gozo os pedimos consoléis nuestro corazón ahora y en nuestros últimos dolores, con la alegría de una vida justa y de una santa muerte semejante a la vuestra, asistidos de Jesús y de María, y la gracia que solicitamos si es a mayor gloria de Dios y salvación de nuestras almas. Pater, Ave y Gloria.
 
EJEMPLO: Una distinguida señora escribía con fecha 29 de enero de 1866, a una amiga suya, participándole el favor que acababa de recibir de San José.
  
Una persona ya entrada en años, por la cual ella se interesaba mucho, vivía en un completo olvido de sus deberes religiosos, de suerte que hacía más de treinta y cinco años que no había recibido ningún sacramento ni practicado acto alguno de devoción. Ni las instancias reiteradas de varios amigos influyentes, ni los avisos providenciales enviados a aquella oveja descarriada, fueron bastantes para ablandar su corazón empedernido. Cayó enfermo el infeliz, y púsose de cuidado: entonces fue cuando la caritativa señora, alarmada por el estado crítico de su querido anciano, buscaba medios para que no se perdiese aquella alma, que tanto había costado al divino Redentor; y acordándose del grande poder del Patriarca Señor San José (de quien era muy devota) para socorrer a los moribundos, le suplicó que viniese en su ayuda, y llena de fervor le prometió hacer la devoción de los Siete Domingos en memoria de sus dolores y gozos, esperando que le alcanzase la conversión del enfermo que ella tanto deseaba. ¡Cosa admirable! Ya en el primer domingo sintió la eficacia de su oración: fue un sacerdote a visitar al enfermo; éste lo recibió muy bien; le insinuó que quería confesarse; hizo en efecto una confesión entera y muy dolorosa, y pidió le administrasen los demás sacramentos al día siguiente. A pesar de su extrema debilidad, el buen anciano recibió de rodillas en la cama a su Dios, a quien había olvidado por tan largo tiempo, y desde entonces no cesó de demostrar la alegría de que estaba llena su alma. Había perdido la fe, pero la recobró y con ella una prenda de la gloria.
  
Ojalá este nuevo favor, obtenido por medio de la devoción de los Siete Domingos, mueva a otras buenas almas a practicarla para conseguir la conversión de aquellas personas por las cuales se interesan!
  
OBSEQUIO: Callaré y sufriré sin replicar cuando me culpen sin motivo.
JACULATORIA: Glorioso Señor San José, sed mi abogado en esta vida mortal.
  
Abundantísimo fruto espiritual se sacaría de esta práctica de los Siete Domingos consagrados a honrar al excelso Patriarca Señor San José, si los obsequios y jaculatorias de cada domingo se practicaran con cuidado en todos los días de la semana.
   
GOZOS DEL GLORIOSO PATRIARCA Y ESPOSO DE MARÍA, SAN JOSÉ
  
Pues sois santo sin igual
Y de Dios el más honrado:
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
    
Antes que hubiéseis nacido,
Ya fuisteis santificado,
Y ab ætérno destinado
Para ser favorecido:
Nacísteis de esclarecido
Linaje y sangre real.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
    
Vuestra vida fue tan pura
Que en todo sois sin segundo:
Después de María, el mundo
No vio más santa criatura;
Y así fue vuestra ventura
Entre todos sin igual.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
    
Vuestra santidad declara
Aquel caso soberano,
Cuando en vuestra santa mano
Floreció la seca vara;
Y porque nadie dudara,
Hizo el Cielo esta señal.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
    
A vista de este portento,
Todo el mundo os respetaba,
Y parabienes os daba
Con alegría y contento;
Publicando el casamiento
Con la Reina celestial.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
    
Con júbilo recibísteis
A María por esposa,
Virgen pura, santa, hermosa,
Con la cual feliz vivísteis,
Y por Ella conseguísteis
Dones y luz celestial.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
    
Oficio de carpintero
Ejercitásteis en vida,
Para ganar la comida
A Jesús, Dios verdadero,
Y a vuestra Esposa, lucero,
Compañera virginal.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
    
Vos y Dios con tierno amor
Daba el uno al otro vida,
Vos a Él con la comida,
Y Él a Vos con su sabor:
Vos le disteis el sudor,
Y Él os dio vida inmortal.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
    
Vos fuisteis la concha fina,
En donde con entereza
Se conservó la pureza
De aquella Perla divina,
Vuestra Esposa y Madre digna,
La que nos sacó de mal.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
    
Cuando la visteis encinta,
Fue grande vuestra tristeza;
Sin condenar su pureza,
Tratábais vuestra jornada;
Estorbóla la embajada
De aquel Nuncio celestial.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
    
“No tengáis, ¡oh José!, espanto
–El Paraninfo decía–:
Lo que ha nacido en María
Es del Espíritu Santo”:
Vuestro consuelo fue tanto,
Cual pedía caso tal.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
    
Vos sois el hombre primero
Que visteis a Dios nacido;
En vuestros brazos dormido
Tuvisteis aquel Lucero,
Siendo Vos el tesorero
De aquel inmenso caudal.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
    
Por treinta años nos guardásteis
Aquel Tesoro infinito
En Judea, y en Egipto
A donde lo retirásteis;
Entero nos conservasteis
Aquel rico mineral.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
    
Cuidado, cuando perdido,
Os causó y gran sentimiento
Que se os volvió en contento
Del Cielo restituido;
De quien siempre obedecido
Sois con amor filial.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
    
A vuestra muerte dichosa,
Estuvo siempre con Vos
El mismo humanado Dios,
Con María vuestra Esposa:
Y para ser muy gloriosa,
Vino un coro angelical.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
    
Con Cristo resucitásteis
En cuerpo y alma glorioso,
Y a los Cielos victorioso
Vuestro Rey acompañasteis,
A su derecha os sentasteis
Haciendo coro especial.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
    
Allá estáis como abogado
De todos los pecadores,
Alcanzando mil favores
Al que os llama atribulado:
Ninguno desconsolado
Salió de este tribunal.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
    
Los avisos que leemos
De Teresa nuestra madre,
Por Abogado y por Padre
Nos exhorta que os tomemos:
El alma y cuerpo sabemos
Que libráis de todo mal.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
   
Vio vuestro poder, y un día
El Pontifice Pío noveno
A Vos como a su Patrono
Toda la Iglesia confía;
Humilla, pues, la osadía
Del ejército infernal.
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.
 
Pues sois santo sin igual
Y de Dios el más honrado,
Sed, José, nuestro abogado
En esta vida mortal.

Antífona: ¡Oh feliz Varón, bienaventurado San José! A quién le fue concedido no sólo ver y oir al Hijo de Dios, a quién muchos quisieron ver y no vieron, oir y no oyeron, sino también abrazarlo, besarlo, vestirlo y custodiarlo.
℣. Ruega por nosotros, oh bienaventurado San José.
℟. Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Cristo.
    
ORACIÓN
Oh Dios, que, con inefable providencia, te dignaste elegir a San José para Esposo de tu Santísima Madre: haz, te suplicamos, que al que veneramos en la tierra como Protector, merezcamos tenerle por intercesor en los cielos. Tú que vives y reinas con Dios Padre en la unidad del Espíritu Santo, y eres Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
    
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
   
SEGUNDO DOMINGO
Por la señal...
Acto de Contrición
     
DOLOR: Ver nacer el niño Jesús en la pobreza. - GOZO: Escuchar la armonía del coro de los ángeles y observar la gloria de esa noche.
   
MEDITACIÓN
Llegados María y José a Belén para cumplir el mandato de César Augusto, buscan en vano de puerta en puerta el abrigo de un techo hospitalario: el mundo cierra sus moradas a los huéspedes pobres, y niega asilo a la santidad y a la inocencia, como lo refiere el santo Evangelio, que dice: «El Hijo de Dios vino a los suyos, y los suyos rehusaron recibirle». José se vio reducido a buscar un establo abandonado; y en tal lugar plugo al Hijo del Eterno nacer, lejos de los resplandores de la gloria en que reina.
  
¡Cuál sería el dolor del corazón de José, mirando al divino Niño en lugar propio de bestias, y como ellas reclinado en pajas húmedas y heladas por los rigores del invierno! ¡Cómo se conmovería lo íntimo de sus paternales entrañas con aquel primer llanto del Salvador, ocasionado por el padecimiento! Si fueron tiernas, no fueron en verdad menos amargas las lágrimas que el Patriarca mezcló con las que derramaba el Niño Dios en expiación de nuestras culpas. José inclina la frente al suelo y adora como a su Dios, como a Criador del cielo y de la tierra y como a Salvador y Redentor del mundo a aquel niño tan pobre, tan humillado, tan débil y tan rechazado de los hombres; ofrécele su corazón, su alma, su vida; le bendice mil y mil veces y le da gracias por haber sido escogido y adoptado como padre.
  
María, tomando al Niño en sus brazos, lo pondrá en los de José, quien lo estrechará contra su corazón, lo bañará con sus lágrimas, le besará los sagrados piececitos, y lo ofrecerá al Padre Eterno como víctima, por la salvación del mundo. ¡Oh, qué feliz fue aquel instante para el Patriarca, hijo de David, a pesar de su pobreza y de sus penas; y ¡cómo le deleitaron los cantos angélicos que celebraban el nacimiento del niño, a quien José podía llamar hijo suyo! Más opulento en su pobreza que sus reales ascendientes, poseía el tesoro infinito de los cielos; y su gloria, aunque escondida al mundo, estaba eclipsando á toda la que brilló en el trono de sus progenitores. ¡Oh dicha! ¡Oh sumo bien! ¡Oh delicias escondidas en apariencias de miseria y de dolores!
  
Por este dolor y gozo vuestro, alcanzadnos, oh Patriarca Señor San José, la gracia de apartar nuestro corazón de las pompas y vanidades del mundo, y poner nuestra dicha en la posesión de Jesús, que es el único bien durable y verdadero. Amén.
  
ORACIÓN
Oh castísimo esposo de María, glorioso San José, ¡qué aflicción y angustia la de vuestro corazón en la perplejidad de no poder procurar al Creador un lugar digno de su majestad! Pero ¡cuál no fue también vuestra alegría al escuchar a los ángeles alabar con hosannas al Dios de los Ejércitos! Por este dolor y este gozo os pedimos consoléis nuestro corazón ahora y en nuestros últimos dolores, con la alegría de una vida justa y de una santa muerte semejante a la vuestra, asistidos de Jesús y de María, y la gracia que solicitamos si es a mayor gloria de Dios y salvación de nuestras almas. Pater, Ave y Gloria.
  
EJEMPLO: Una piadosa señorita muy devota del santo Patriarca, a quien obsequiaba con las prácticas de piedad más gratas al Santo, como son la oración, confesión y comunión frecuentes, cayó en una grave y penosa enfermedad, y a pesar de distar más de ocho meses de su fiesta, le pedía al Santo tres gracias: 1.ª morir en su fiesta; 2.ª morir con todo el conocimiento e invocando los nombres de Jesús, María y José, y 3.ª que le asistiese en su última hora quien esto escribe. Pues todo se lo concedió el bendito Santo. Contra él parecer de los médicos, alargóse su enfermedad hasta el día del Santo (19 de marzo); conservó claro el conocimiento hasta el último instante, invocando con gran devoción los dulcísimos nombres de Jesús, María y José; y, cosa providencial, para que nada faltase a sus súplicas, retirándose el confesor para tomar un poco de alimento, quien esto escribe tuvo precisión de quedarse para consolar a la enferma y animarla en aquella última hora y no dejarla sola, y contra la previsión de todos expiró en el mismo día del Santo, en nuestros brazos, con la paz de los justos, yendo sin duda, piadosamente pensando, a cantar con los bienaventurados las misericordias del Señor San José en el Cielo en su misma fiesta.
   
¿A quién no animan estos hechos? En otros devotos de San José hemos visto lo mismo, esto es, morir plácidamente o el día de San José, o en días que en algún modo están consagrados a San José. Animémonos con nuestras buenas obras a merecer del Santo bendito este favor de morir bajo su amparo, el más grande de todos sus favores.
  
OBSEQUIO: Mortificaré principalmente mi vista y mi lengua, para merecer la dicha de ver y alabar en el cielo a Jesús, María y José.
JACULATORIA: Bondadoso Señor San José, hacedme niño por la pureza, sencillez y candor.
  
Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días. 
    
TERCER DOMINGO
Por la señal...
Acto de Contrición
     
DOLOR: Ver la sangre del Niño Salvador derramada en su circuncisión. - GOZO: Imponerle el nombre de Jesús.
   
MEDITACIÓN
Habiendo venido el Mesías para dar cumplimiento a la ley, quiso someterse humildemente al martirio de la circuncisión: Terminada la ceremonia, impuso al Niño Dios el adorable nombre de Jesús, según mandato que de lo alto había recibido.
   
Y ¡con qué dulzura, con qué amor, con qué afectos de confianza, con qué reverencia pronunciaría José, por vez primera, este nombre de salud, consuelo de nuestra vida y esperanza de nuestra muerte! Jesús, nombre dulcísimo, nombre sobre todo nombre, por el cual nos será concedido todo lo que pidamos; nombre obrador de milagros, que al oírlo, se postran en adoración los Cielos, salta de júbilo y esperanza la tierra, tiemblan de pavor los Infiernos. Jesús, nombre del que brota leche suavísima y casto vino para las almas puras, pan de fortaleza para los débiles, manantial de delicias infinitas para los santos, y esperanza y amor y salud de todos. Grábese este nombre en nuestras almas, palpite en nuestros corazones, sea la miel de nuestros labios, el adiós de nuestra despedida del mundo, y el saludo y principio de nuestra glorificación perdurable.
  
¡Oh Patriarca, Señor San José! Por este dolor y gozo vuestro, alcanzadnos la gracia de cumplir en todo con nuestros deberes, por grandes que sean los sacrificios que en ello hayamos de hacer; y otorgadnos también el favor dé pronunciar siempre con mérito el santísimo y dulcísimo nombre de Jesús. Amén.
    
ORACIÓN
Oh castísimo esposo de María, glorioso San José, ¡qué aflicción y angustia la de vuestro corazón al ver al Verbo Encarnado someterse humildemente al martirio de la circuncisión! Pero ¡cuál no fue también vuestra alegría al imponerle al Niño Dios el adorable nombre de Jesús! Por este dolor y este gozo os pedimos consoléis nuestro corazón ahora y en nuestros últimos dolores, con la alegría de una vida justa y de una santa muerte semejante a la vuestra, asistidos de Jesús y de María, y la gracia que solicitamos si es a mayor gloria de Dios y salvación de nuestras almas. Pater, Ave y Gloria. 
      
EJEMPLO: Uno de los asuntos más importantes de la vida es sin duda alguna la elección de estado, pues de su acierto depende casi siempre la felicidad temporal y aun eterna de los hombres. San José, socorredor en toda necesidad, no se hace sordo a sus devotos, que de él quieren aconsejarse, como lo demuestra el caso siguiente, escogido entre millares.
  
Una joven suspiraba por acertar en la elección de estado, y no sabiendo qué resolver, si abrazar el estado religioso, o dar su mano en ventajoso matrimonio, determinó con el consejo de su confesor hacer los Siete Domingos a San José para conocer con certeza su vocación. No se hizo sordo el Santo bendito; pues tan suavemente la inclinó a seguir la vocación religiosa y deshizo todo lo que parecía ligarla al mundo, que ella misma no llegaba a comprender tan súbita claridad. Mas no era esto lo más difícil. Los padres de la joven, mirando, como sucede casi siempre, antes a su conveniencia que a la felicidad temporal y eterna de sus hijos, no quisieron darle su consentimiento de ningún modo para hacerse religiosa. «Cásate, le decían, te daremos buen dote, y así estarás siempre a nuestro lado». Pero como cuando es de Dios el llamamiento, si no le resistimos, al fin se vence todo, así sucedió en esta ocasión por intercesión de San José. Hizo la joven otra vez los Siete Domingos, y antes de concluirlos, el padre de la joven, que era el que más se oponía, estaba, como escribía un devoto de San José, chocho de alegría, porque su hija había escogido la mejor parte, haciéndose religiosa. Quedaron todos maravillados de tan inesperada mudanza, mas no la joven devota, que agradecida al Santo decía con gracia: «¿Por qué se maravillan? Nombré agente de este negocio a mi Padre y Señor San José, y él lo había de hacer y lo ha hecho mejor que yo supe encargárselo. ¡Gloria a San José!».
      
OBSEQUIO: Haré actos de caridad espiritual o corporal con el prójimo.
JACULATORIA: ¡Bondadoso Señor San José, maestro de oración! Enseñadme a orar y conversar con Jesús.
  
Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.
   
CUARTO DOMINGO
Por la señal...
Acto de Contrición
     
DOLOR: La profecía de Simeón, al predecir los sufrimientos de Jesús y María. - GOZO: La predicción de la salvación y gloriosa resurrección de innumerables almas.
   
MEDITACIÓN
El Eterno Padre, que había predestinado a José desde la eternidad para padre nutricio de Jesús, atesoró en su corazón un amor incomparablemente más grande que el que han tenido y tendrán a sus hijos todos los padres de la tierra. Amarguísimo sería, pues, sobre toda ponderación el dolor que traspasó el alma de José, cuando oyó que el santo anciano Simeón profetizaba a María que el divino Niño había de ser puesto por blanco de contradicción entre los hombres. Entonces se le representó al vivo y con todas sus circunstancias la pasión dolorosa de nuestro Redentor: vio que aquellas manecitas y pies habían de ser traspasados por crueles clavos; que aquella frente infantil se vería coronada de espinas; que aquel dulce mirar de sus hermosos ojos se anublaría con lágrimas y con sombras de muerte; que aquel corazón divino, lleno de sangre generosa, sería abierto con una lanza. Los futuros dolores de María traspasada con una espada de dolor en el Calvario, ya viendo expirar a su Hijo, ya recibiéndole muerto en su regazo, acrecentaban los de José su ternísimo esposo, tanto más, cuanto pensaba que había de padecerlos en amarga soledad y abandono.
 
Pero este dolor tan acerbo de San José se convirtió luego en gozo deliciosísimo, cuando consideró el copioso fruto de la Redención, y vio como de lejos innumerables ejércitos de mártires que llevaban palmas de triunfo, coros brillantes de cándidas vírgenes coronadas de inmortales guirnaldas, ejércitos de pecadores que lavaron sus estolas en la Sangre redentora, doctores de la Iglesia, santos levitas, e inmensa muchedumbre de todas las naciones y lenguas, cantando en celestiales himnos las glorias de Jesús y las alabanzas de María.
  
¡Oh Patriarca Señor San José! Por este dolor y gozo vuestro, alcanzadnos la gracia de inflamarnos de tal modo en el celo de la gloria de Dios y la salvación de las almas, que para ganarlas, tengamos en nada las penas de la tierra y aun el sacrificio de nuestra vida. Amén.
  
ORACIÓN
Oh castísimo esposo de María, glorioso San José, ¡qué aflicción y angustia la de vuestro corazón al escuchar la profecía de Simeón, al predecir los sufrimientos de Jesús y María! Pero ¡cuál no fue también vuestra alegría al enterarte de la predicción de la salvación y gloriosa resurrección de innumerables almas! Por este dolor y este gozo os pedimos consoléis nuestro corazón ahora y en nuestros últimos dolores, con la alegría de una vida justa y de una santa muerte semejante a la vuestra, asistidos de Jesús y de María, y la gracia que solicitamos si es a mayor gloria de Dios y salvación de nuestras almas. Pater, Ave y Gloria. 
      
EJEMPLO: El siguiente ejemplo podrá servir de norma a los que han de tomar estado de matrimonio, mayormente en nuestros días en que sólo se atiende a los intereses y a las cualidades exteriores, cuando del acierto depende el bienestar en la presente vida y muchísima veces la salvación eterna.
   
Un joven noble, hijo de padres virtuosos que nada omitieron para formarle un corazón sólidamente piadoso, después de haber rogado mucho a Dios para conocer bien su vocación, se persuadió de que no era llamado al sacerdocio. No obstante continuó haciendo con mucho fervor sus devociones particulares, confesando y comulgando cada semana, y siendo exacto en todas estas santas prácticas. Aunque pertenecía a una distinguida familia, relacionada con la alta sociedad, se apartó siempre de aquellas diversiones peligrosas, en las que muchos jóvenes, atolondrados se dejan seducir del brillo exterior que tan fácilmente se pierde, y comprometen su porvenir, eligiendo sin ningún consejo, como objeto de su amor un corazón que no conocen, ligando ya el suyo con lazos difíciles luego de deshacer. Bien convencido de que los buenos matrimonios están ya escritos en el Cielo, este excelente joven no se olvidaba cada día de rogar a San José que le hiciese encontrar una compañera de una piedad sólida y a prueba de las seducciones del siglo. Cierto día, con motivo de una buena obra que llevaba entre manos, tuvo que avistarse con una respetable señora, que con sus dos hijas vivía muy cristianamente. Al verlas, experimentó cierto presentimiento de ser una de aquellas dos jóvenes la destinada por Dios para compartir con él su suerte; en su consecuencia la pidió a su madre, la cual, constándole las buenas prendas que adornaban a aquel joven, dio gustosa su consentimiento. La señorita confesó después sencillamente, que ella desde mucho tiempo hacía la misma súplica, y que el entrar aquel joven, presintió a la vez que Dios se lo enviaba como a quien había de ser su futuro esposo. Pero fue el caso que, repugnándole muchísimo al padre de la señorita aquel enlace e interponiendo toda clase de obstáculos, pura vencerlos y conocer la voluntad de Dios en asunto de tanta trascendencia, determinaron todos empezar la devoción de los Siete Domingos en honor de San José a últimos de mayo. El favor de este glorioso Patriarca no se hizo esperar, pues en el siguiente agosto se celebró el casamiento con gran contento de ambas partes. Lo que prueba que el Cielo se complace en bendecir aquellos desposorios para cuyo acierto se ha pedido su luz y gracia, en especial si ha mediado la eficaz intercesión de aquel Santo a quien Jesucristo se complació en estar sujeto sobre la tierra.
  
OBSEQUIO: Velar contra las tentaciones, y al sentir alguna, decir: Viva Jesús, mi amor.
JACULATORIA: Poderoso protector y padre mío Señor San José, asistidme y amparadme en la vida y en la muerte.
  
Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días. 
   
QUINTO DOMINGO
Por la señal...
Acto de Contrición
     
DOLOR: La huida a Egipto. - GOZO: Tener siempre con él a Dios mismo, y viendo la caída de los ídolos de Egipto.
   
MEDITACIÓN
Pocos días después de la presentación de Jesús en el templo, un ángel se apareció a San José, y le ordenó que huyera a Egipto para librar al Niño divino de la persecución de Herodes. Riguroso era entonces el invierno, largísimo el viaje y muchos eran los peligros que en él se ofrecían; por otra parte, la pobreza de San José y la premura con que había de ponerse en camino la santa Familia, le impidieron hacer provisión siquiera de lo más necesario. María Santísima era doncella de poco más de quince años, Jesús estaba recién nacido; y sin embargo tuvieron que salir al punto, y a toda prisa para poner en salvo el gran tesoro que se les había confiado. La Santa Escritura no nos refiere ninguna circunstancia de este viaje; pero su silencio mismo nos está diciendo que en él hubo de padecer la sagrada Familia las penas del cansancio y fatiga, del hambre y de la sed, del calor y del frío, del destierro y del abandono.
   
Largos días tardaron en llegar al sitio de su refugio, y allí ¡cuánto padeció el corazón de San José, al ver a los 14 demonios adorados como dioses, desconocida la verdadera religión y reinante una groserísima idolatría! Pero esta amargura se cambió en júbilo cuando, a la presencia del Niño Dios, cayeron los ídolos por tierra; vacilaron sus templos y los oráculos callaron, dando así testimonio claro de la divinidad de Jesucristo nuestro Señor. En esa región de destierro oyeron también María y José por vez primera la voz dulcísima del Redentor, que se desataba en tiernos acentos con los nombres de madre y de padre, dichos con la dulzura de niño y con el amor del corazón de Dios.
   
¡Oh Patriarca Señor San José! Por este dolor y gozo vuestro, alcanzadnos la gracia de huir prontamente no sólo del pecado, sino de las ocasiones de cometerlo, por remotas que sean, para que, derribados en nuestra alma los ídolos de los vicios; reine en ella sólo y sin competencia el divino Jesús, nuestro Rey y nuestro Dios. Amén.
  
ORACIÓN
Oh castísimo esposo de María, glorioso San José, ¡qué aflicción y angustia la de vuestro corazón al tener que dejar tu hogar y huir a tierra desconocida con el Hijo de Dios y tu Castísima Esposa! Pero ¡cuál no fue también vuestra alegría al ver caer a los ídolos de Egipto! Por este dolor y este gozo os pedimos consoléis nuestro corazón ahora y en nuestros últimos dolores, con la alegría de una vida justa y de una santa muerte semejante a la vuestra, asistidos de Jesús y de María, y la gracia que solicitamos si es a mayor gloria de Dios y salvación de nuestras almas. Pater, Ave y Gloria.
   
EJEMPLO: De una persona que nos merece toda confianza por su carácter y por la amistad con que nos honra, publicamos la siguiente carta que no es de poca edificación para todos los devotos josefinos:
 
«, nos escribe, que trata Ud. de recoger ejemplos en honra de San José, y yo se los puedo suministrar a cientos y a millares, y no de casa ajena, sino de la propia. Con más razón tal vez que la santa josefina Teresa de Jesús, puedo decir que me cansaría y cansaría a todos, si hubiese de referir muy por menudo las gracias que debo a San José. Apuntaré algunas. Molestado de una grave tentación contra la santa pureza, acudí al Santo, y hasta hoy no me ha molestado más, pareciendo haberse extinguido el estímulo de la carne. Pedíle conocimiento, amor y trato íntimo con Jesús, y hallo mi espíritu inundado a veces de tal conocimiento y luz interior, que sin sentirlo, me hallo todo movido a alabanzas y amor de Dios. Cada año en su día le pido alguna gracia, y siempre la veo cumplida mejor que yo la he sabido pedir. En dos o tres graves enfermedades, el Santo bendito me ha dado salud mejor que los médicos y cuidados de los hombres. En algunos apuros de honra, y fama y necesidades temporales, San José me ha socorrido siempre, y a veces de un modo casi portentoso, que, hasta los mismos que tienen poca fe, se han visto obligado a confesarlo. Una vez, sobre todo, que todos los caminos en lo humano estaban cerrados, el Santo mostró gallardamente que ninguno de los que han acudido con confianza a su protección, ha quedado burlado. Creo que esto basta, para que pueda servirle en algo para mover a la devoción del santo Patriarca, toda vez que a mí, pecador ruin y miserable, así me ha asistido siempre. Otro día, concluye, le daré más detallada relación de algunas gracias bien singulares que me ha dispensado el glorioso San José».
   
¡Quién no se anima con estos ejemplos a acudir con confianza a la protección del Santo!
   
OBSEQUIO: Huir de las malas compañías y de las ocasiones de pecar.
JACULATORIA: Glorioso Señor San José, guardadme; del enemigo maligno defendedme.
  
Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días. 
    
SEXTO DOMINGO
Por la señal...
Acto de Contrición
     
DOLOR: A pesar de poder regresar a su querido Nazaret, surge el miedo al tirano Arquelao. - GOZO: Regresar con Jesús de Egipto a Nazaret y la confianza establecida por el Ángel.
      
MEDITACIÓN
En los siete años que duró el destierro de la santa Familia, iba creciendo el Niño Jesús; y al cabo de este período, el ángel del Señor se apareció de nuevo a San José, y le avisó que el cruel Herodes había muerto y que podía volver sin recelo a Nazaret. «Volvamos, se dijeron, volvamos a la casa del Señor llenos de gozo». ¡Qué dulce es el regreso a la patria, después de largos y amarguísimos años de destierro! ¡Con qué santos afectos Jesús, María y José desandarían aquel largo camino tan penoso, acortado ahora con la esperanza de volver al suelo natal, regado ya con la sangre preciosísima de Jesús!
 
Este gozo se turbó con la inquietud que inspiraba a José la tiranía de Arquelao, hijo de Herodes, que reinaba en Judea, quien ciertamente hubiera dado muerte al Niño Jesús, si le hubiera descubierto. José determinó por esto establecerse con su divino Hijo y su castísima Esposa en Galilea para librar al Niño de la persecución, y el Cielo aprobó la prudencia de José y premió el celo paternal con que le defendía. Así es cómo las almas piadosas de delicada conciencia andan siempre temerosas de perder a Jesús.
  
¡Oh Patriarca Señor San José! Por este dolor y gozo vuestro, alcanzadnos la gracia de caminar alegres hacia la Patria celestial, iluminados con una fe viva, alentados con una esperanza firme, abrasados con una ardorosa caridad, uniendo estas virtudes con aquel temor saludable que debe nacer en nosotros del conocimiento de nuestra flaqueza y miseria. Amén.
   
ORACIÓN
Oh castísimo esposo de María, glorioso San José, ¡qué aflicción y angustia la de vuestro corazón al saber que el hijo de Herodes podía amenazar la vida del Divino Redentor! Pero ¡cuál no fue también vuestra alegría al saber que contaban con la asistencia de Dios, como te lo indica el Ángel! Por este dolor y este gozo os pedimos consoléis nuestro corazón ahora y en nuestros últimos dolores, con la alegría de una vida justa y de una santa muerte semejante a la vuestra, asistidos de Jesús y de María, y la gracia que solicitamos si es a mayor gloria de Dios y salvación de nuestras almas. Pater, Ave y Gloria.
   
EJEMPLO: El siguiente caso infundirá valor a las almas débiles que, después de haber tenido la infelicidad de caer en culpa grave, dominadas por la vergüenza de confesarla, huyen del único remedio para su eterna vida, que es una buena y contrita confesión. Acudan estos infelices al amparo de San José, y en su protección hallarán fuerza para vencer esa cobarde timidez y mal entendida vergüenza. Esta gracia recibió un pecador vergonzante de la bondad del santo Patriarca, según lo refirió el mismo favorecido al P. Barry, en tiempo que éste escribía la vida de San José.
  
Habiendo dicha persona tenido la desgracia de cometer un enorme sacrilegio, violando un voto con que estaba ligada al Altísimo, no supo, o mejor, no quiso vencer la maldita vergüenza de confesarlo, para salir del precipicio en que había caído. De este modo permaneció algún tiempo enemistada con Dios, siempre destrozada por los remordimientos de conciencia, agitada de continuo por fundados temores de perderse, consecuencia inevitable de la culpa. Bien sabía ella que para el que ha infringido gravemente la ley de Dios no hay término medio: o confesión o condenación; que no podía sanar, sin querer eficazmente descubrir su llaga al médico espiritual; que no podía apagar el dolor y los torcedores de su alma, sin arrancar la espina que le hería; pero la cobardía la alejaba de la piscina de salud, y la vergüenza cerraba tristemente sus labios. ¿Qué hacer en lance tan apurado? Por la divina misericordia ocurrióle llamar a San José al socorro de su miserable debilidad, e invocarlo contra las repugnancias que le atormentaban y le impedían triunfar de sí misma. Con esta mira resolvió obsequiar al Santo, consagrando nueve días continuos al rezo del himno y oración propios del ayo del Salvador. Dios bendijo sus buenos deseos; pues terminado el novenario se sintió el sacrílego completamente trocado, y revestido de tal fuerza y valor que, sobreponiéndose a sus locas y temerarias repugnancias, fue a arrojarse a los pies de un confesor, al cual, sin dudas, ambages ni reserva, manifestó la más íntimo de su atribulada conciencia. Con esto respiró su alma; y desde este feliz momento reverenció a San José como a su libertador y consuelo, le confió el difícil cargo de su espíritu y se impuso el deber de llevar siempre consigo la imagen del Santo, a fin de que le sirviera de impenetrable escudo contra los ataques luciferinos. No hay duda que esta filial devoción fue por mucho en la paz y fervor de que gozó en lo sucesivo. San José le recompensó su devoción y fidelidad con favores señalados, y en especial librándole de los peligros que rodeaban su alma.
  
OBSEQUIO: Fidelidad en las prácticas espirituales.
JACULATORIA: San José mío, haga yo lo que debo, y suceda lo que Dios quiera.
  
Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días. 
  
SÉPTIMO DOMINGO
Por la señal...
Acto de Contrición
     
DOLOR: Cuando sin culpa pierde a Jesús, y junto a su Castísma Esposa lo buscan con angustia por tres días. - GOZO: Al encontrarlo en medio de los doctores en el Templo.
   
MEDITACIÓN
¿Quién podrá concebir lo acerbo del dolor de San José cuando al regresar del templo echó de menos a Jesús? Consideren los que son padres, qué amargura sentirían en su alma al perder un hijo tierno y muy querido; y si ese hijo es el único, y si es la hermosura, la bondad, la sabiduría mismas, ¿qué palabras habrá que expresen lo sumo del padecimiento? Madres ha habido que, habiendo desaparecido su hijo por sólo una hora, llegaron a perder el juicio de dolor. Orígenes asegura que San José, en los tres días que perdió al divino Jesús, padeció más que todos los mártires; pero en aflicción tan grande ni murmuró, ni perdió la paz del alma, ni la parte superior de su espíritu se vio turbada por movimientos de impaciencia o de tristeza desordenada. Los dolores de María acrecentaban los del santo Patriarca, y solícito y diligente buscó al divino Niño noche y día, preguntando por Él con las palabras del Cantar de los Cantares: «¿No habéis visto al amado de mi alma? Conjuróos, oh hijas de Jerusalén, que si hallareis á mi amado, le digáis cómo desfallezco de amor».
  
A medida de tan grande pena fue el gozo que experimentó San José, cuando halló al sapientísimo Niño en el templo disputando con los doctores. Con qué ternura le abrazaría bañado en lágrimas de amor y gratitud; con qué palabras afectuosas le declararía los padecimientos de su Madre santísima y los suyos propios; con qué vigilante cuidado le llevaría a la paterna casa, sin apartar los ojos del tesoro infinito que acababa de recobrar. ¡Oh gloriosísimo Patriarca Señor San José! Por este dolor y gozo vuestro, alcanzadnos a nosotros los pecadores la gracia de buscar a Jesús con amor y dolor de perfecta contrición; y la de hallarle para no perderle jamás, mediante el don preciosísimo de la perseverancia final.
   
ORACIÓN
Oh castísimo esposo de María, glorioso San José, ¡qué martirio para vuestro corazón al perder al Rey de Reyes! Pero ¡cuál no fue también vuestra alegría al encontrarlo manifestando públicamente que es la Sabiduría Eterna y Encarnada Jesucristo! Por este dolor y este gozo os pedimos consoléis nuestro corazón ahora y en nuestros últimos dolores, con la alegría de una vida justa y de una santa muerte semejante a la vuestra, asistidos de Jesús y de María, y la gracia que solicitamos si es a mayor gloria de Dios y salvación de nuestras almas. Pater, Ave y Gloria.
   
EJEMPLO: De la venerable Sor Prudenciana Zagnoni, una de las heroínas más eminentes en virtud, del orden de San Francisco, se dice que después de haber venerado durante su vida a San José, recibió en su muerte la gracia más singular que jamás hubiese podido desear; pues que en ella, según cuenta su Vida, se le apareció el Santo y se le acercó a la cama, llevando en sus brazos al Niño Jesús. Es imposible referir la abundancia de afectos que inundaron el corazón de Prudencia. Baste decir que llegó a difundirse en el corazón de aquellas religiosas compañeras que la asistían, al oírla hablar, ya con el Santo anciano, ya con el dulce Niño; con aquél, dándole gracias porque se había dignado visitarla y hacerla disfrutar anticipadamente de la gloria del Paraíso: con éste, porque con tanta amabilidad se había dignado invitarla a ir consigo á las celestiales nupcias. En la actividad de las manos y del rostro se conocía que San José había puesto en los brazos de su devota el celestial Niño, concediéndole aquella muerte feliz que tuvo él en los brazos de Jesús en su casa de Nazaret.
  
OBSEQUIO: Conformidad con la voluntad de Dios.
JACULATORIA: Glorioso padre mío San José, ¿cuándo os contemplaré en el Cielo?
  
Los Gozos y la Oración se rezarán todos los días.

3 comentarios:

  1. En el sitio al que lleva el hiperenlace que hay al principio no está el libro " El devoto josefino".

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