Traducción del artìculo publicado en RADIO SPADA.
Augusto y la Sibila de Tibur (Óleo sobre lienzo, atribuido a Antoine Caron)
“Ab urbe Roma cóndita, anno septingentésimo quinquagésimo secúndo; anno Impérii Octaviáni Augústi quadragésimo secúndo” [el año septingentésimo quincuagésimo segundo de la fundación de Roma; el año cuadragésimo segundo del Imperio de Octaviano Augusto]. Son estas las últimas dos coordenadas temporales que el Martirologio Romano da para indicar el tiempo en que Jesucristo nació de la Virgen María en Belén de Judá. El Hijo de Dios vino a la luz mientras sobre el mundo entonces conocido imperaba “pacíficamente” Octaviano Augusto (Roma, 23 de septiembre del 63 a.C. – Nola, 19 de agosto del 14 d.C.), el cual a su vez era considerado “hijo de dios” en cuanto hijo (adoptivo) del divinizado Julio César.
Según una piadosa creencia, el emperador no fue del todo ígnaro del nacimiento del Niño Jesús. Narran de hecho las Mirabìlia Urbis Romæ (siglo XII):
«Témpore Octaviáni imperatóris, senatóres vidéntes eum tantæ pulchritúdinis quod nemo in óculos ejus intúeri póterat et tantæ prosperitátis et pacis quod totum mundum sibi tributárium fecérat, dicunt: “Te adoráre vólumus quia déitas est in te; si hoc non esset, non tibi ómnia essent próspera”. Qui renítens, indútias postulávit, ad se sibýllam Tiburtínam vocávit, cui quod senatóres dixérant recitávit. Quæ spátium trium diérum pétiit, in quíbus artum jejúnium operáta est. Post tértium diem respóndit imperatóri: “Hoc pro certo erit, dómine imperátor: Judícii signum, tellus sudóre madéscet; e cœlo rex advéniet per sæcla futúrus, scílicet in carne præsens, ut júdicet orbem” et cœ́tera quæ secúntur. Ílico apértum est cœlum et nímius splendor írruit super eum; vidit in cœlo quandam pulcérrimam vírginem stantem super altáre, púerum tenéntem in brácchiis. Mirátus est nimis et vocem dicéntem audívit: “Hæc ara fílii Dei est”. Qui statim in terram prócidens adorávit. Quam visiónem retúlit senatóribus et ipsi miráti sunt nimis. Hæc vísio fuit in cámera Octaviáni imperatóris, ubi nunc est ecclésia sanctæ Maríæ in Capitólio; idcírco dicta est Sancta María Ara cœli». [En el tiempo de Octaviano Emperador, los senadores, viéndolo tan magnífico que ninguno podía mirarlo a los ojos, y portador de tanta prosperidad y de tanta paz que había hecho su tributario al mundo entero, dijeron: “Queremos adorarte porque en ti hay divinidad. Si esto no fuese así, no habrías tenido prosperidad en todo”. Resistiéndoles, les pidió un término, e hizo llamar a sí la Sibila Tiburtina y le refirió todo lo que los senadores le habían dicho. Esta pidió un término de tres días, durante los cuales ayunó estrictamente. Al tercer día presentó la respuesta al Emperador, y lo demás que sigue: “Ten esto por cierto, ¡oh señor Emperador!: la señal del juicio es que la tierra se bañará de sudor, y del cielo vendrá un rey verdaderamente en carne presente, que reinará por siglos y juzgará al mundo”. Enseguida se abrió el cielo y un grandísimo resplandor cayó sobre el Emperador, el cual vio en el cielo una virgen bellísima sentada sobre un altar y teniendo un niño en los brazos. Él quedó grandemente admirado y oyó una voz diciendo: “Este es el altar del hijo de Dios”. Acto seguido, adoró postrado en tierra. Luego refirió la visión a los senadores y ellos quedaron grandemente admirados. Esta visión fue en la cámara del emperador Octaviano, donde ahora está la iglesia de Santa María en el Capitolio, llamada por esto Santa María en Aracoeli]. (Mirabília Urbis Romæ, cap. XI: De jussióne Octaviáni imperatóris et responsióne Sibýllæ - De la pregunta de Octaviano emperador y la respuesta de la Sibila).
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