Traducción del artículo publicado en RADIO SPADA.
El 10 y el 11 de agosto apenas transcurridos, los judíos han celebrado Tisha b’Av (תִּשְׁעָה בְּאָב, el
9 de Av), o sea el luto y el ayuno en memoria de las dos destrucciones del Templo (586 a.C. y 70 d.C.), del inicio de la derrota de Simón bar Kojba de la tercera guerra judaica (136 d.C.) y de otras calamidades importantes en el pueblo hebraico.
La divina Providencia (como nos recuerda en Facebook
el amigo Enzo Gallo, a quien agradecemos) ha dispuesto que tal conmemoración coincidiese, este año, con la IX Domínica después de Pentecostés, en cuyo Oficio Litúrgico se hace memoria de una de las calamidades recordadas: la toma de Jerusalén por parte de Tito en el año 70 y la destrucción del
Segundo Templo (ver aquí y aquí).
De hecho, el Evangelio de San Lucas (Luc XIX, 41-47) que se lee en la Misa relata la lacrimosa profecía de Jesucristo sobre la ciudad infiel:
«En aquel tiempo, al llegar Jesús cerca de Jerusalén, poniéndose a mirar esta ciudad, derramó lágrimas sobre ella, diciendo: “¡Ah! si conocieses también tú, por lo menos este día que se te ha dado, lo que puede atraerte la paz; mas ahora está todo ello oculto a tus ojos. La lástima es que vendrán unos días sobre ti, en que tus enemigos te circunvalarán, y te rodearán, y te estrecharán por todas partes, y te arrasarán, con los hijos tuyos, que tendrás encerrados dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra; por cuanto has desconocido el tiempo en que Dios te ha visitado”. Y habiendo entrado en el templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en él, diciéndoles: “Escrito está: Mi casa es casa de oración; mas vosotros la tenéis hecha una cueva de ladrones”. Y enseñaba todos los días en el templo».
Después la Iglesia, por boca de San Gregorio Magno (Homilía 39 in Evangélia) comenta en las Maitines el episodio:
«Que el Señor, llorando, había predicho la destrucción de Jerusalén, que fue cumplida por Vespasiano y Tito emperadores romanos, ninguno, que haya leído la historia d esta misma destrucción, lo ignora. De hecho, los emperadores Romanos son indicados con estas palabras: “Vvendrán unos días sobre ti, en que tus enemigos te circunvalarán, y te rodearán”. También lo que sigue: “no dejarán en ti piedra sobre piedra” es verificado por la destrucción de la misma ciudad; porque mientras la actual fue construida fuera de la puerta, en el lugar donde el Señor fue crucificado, la primera Jerusalén fue, dicen, destruida desde sus fundamentos. Y se resalta inclusa la culpa por la cual le fue infligida la pena de su destrucción: “por cuanto has desconocido el tiempo en que Dios te ha visitado”. De hecho el Creador de los hombres se dignó visitar esta ciudad con el misterio de su encarnación, pero ella no se acordó de rendirle respeto y amor. Donde también el profeta, al reprobar el corazón humano, llama en testimonio las aves del cielo: “El milano conoce por la variación de la atmósfera su tiempo; la tórtola, y la golondrina y la cigüeña saben discernir constantemente la estación o tiempo de su trasmigración; pero mi pueblo no ha conocido el tiempo del juicio del Señor” (Jer. VIII, 7). Mientras precisamente el Redentor lloraba sobre la ruina de esta pérfida ciudad, ella no conocía que esa le debía sobrellegar. Donde el Señor, llorando, le dice justamente: “porque si conocieses también tú, por lo menos este día”, dando a entender: llorarás; tú que exultas ahora, porque no conoces al que te domina. Por eso incluso agrega: “por lo menos este día que se te ha dado, (conocieses) lo que puede atraerte la paz”. De hecho, mientras ella se abandonaba al placer y no preveía los males futuros; en este día, que todavía era suyo, ella tenía el que podía asegurarle la paz».
La Sinagoga repudiada sobre la que deciende todavía “la sangre imprecada” está desde el 70 sin Templo, sin sacrificios,
sin sacerdocio, emborrachada en las supersticiones talmúdicas y cegada por el rechazo de aquel Mesías que no reconoció cuando vino a visitarla, sino que lo mató por mano de los Paganos e incluso lo perseguía
(ver aquí). No nos queda más que orar por su conversión: Jerúsalem, Jerúsalem, convértere ad Dóminum Deum tuum! ¡Jerusalén, Jerusalén, conviértete al Señor tu Dios!
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