domingo, 4 de agosto de 2019

LOS NUEVE MODOS DE ORAR DE SANTO DOMINGO

Tratado de autor desconocido, traducido al Español en el siglo XIV. Las miniaturas provienen del Códice Rossiano 03, guardado en la Biblioteca Apostólica Vaticana

INTRODUCCIÓN
Copiosamente y abastadamente fue dicho y compuesto de los santos doctores Agustín, Ambrosio, Hilario, Gregorio, Isidoro, Juan Crisóstomo y Juan Damasceno, y Bernardo, y de otros doctores y devotos varones, así griegos como latinos, de la santa oración: en cuanto a su encomendación, declaración, provecho, manera y aparejamiento, y más de sus impedimentos. Mas los honrados doctores fray Tomás de Aquino y fray Alberto en sus libros, y fray Guillermo en el tratado de las virtudes, muchas cosas prosiguieron de la oración devotamente y con mucha ciencia.

Mas de la manera de orar según que el alma posee el cuerpo y los miembros del cuerpo, porque más devotamente sea elevada a Dios, porque el ánima mueva el cuerpo y sea movida del cuerpo, y porque el ánima se ponga algunas veces en el éxtasis de contemplación como si estuviese fuera del cuerpo, así como San Pablo (2 Cor 12, 2) algunas veces era arrebatado del cuerpo en la contemplación de la voluntad, según que el profeta David (Sal. 30, 23), según la cual manera muchas veces Santo Domingo oraba, algunas cosas habemos de decir y demostrar para aquellos que le quisieren imitar y con devota devoción usar.

Cierto los santos del Viejo Testamento y del Nuevo Testamento son hallados orar en tales maneras, porque la tal manera de orar enciende la devoción. Así uno a otro algunas veces el ánima despertaba el cuerpo y algunas veces el cuerpo despertaba el ánima. Y este tal modo hacía a Santo Domingo envolverse en lágrimas, y le encendía en fervor de caridad y buena voluntad, en tanto que no se pudiese contener que los miembros del cuerpo no manifestasen la devoción por ciertas señales. Y por la fuerza de la voluntad que oraba, algunas veces se levantaba en peticiones, ruegos y dando gracias (1 Tim 2, 1).

Los modos de orar son estos, sin otros modos que tenía muy devotos y comunes en la celebración de la misa y en el rezo de la salmodia de David, a do era muchas veces arrobado súbitamente sobre sí, y hablar con Dios era visto y con los ángeles en las horas canónicas, o en el coro, o en el camino.
 
MODO PRIMERO
La primera manera de orar de padre santo Domingo fue humillándose delante el altar, así como si Jesucristo significado por el altar verdaderamente estuviese allí y personalmente, y non solamente en señal.

Sabía el santo Padre que la oración del que se humilla traspasa las nubes (Sir. 35, 21). Decía algunas veces a los frailes aquel dicho de la profetisa y santa mujer Judit “Oh Señor Dios, siempre te plugo el ruego de los mansos y humildes” (Judit 9, 16). Por humildad acanzó la cananea lo que quiso y demandó (Matt. 15, 21-28), y el hijo desgastador con su padre (Luc. 15, 18-24), y el que dijo: “Señor, no soy digno que tú entres en mi casa” (Matt. 8, 8). Señor, humilla mucho mi espíritu, porque, Señor, delante de ti soy humillado hasta ahora (Ps. 108, 107).

Y así el padre bendito Santo Domingo, levantado el cuerpo, inclinaba su cabeza y las renes muy humilmente a la su cabeza Jesucristo, considerando la obra servil a que es obligado y la excelencia de Jesucristo, y todo se daba a su reverencia.

Y esto enseñaba hacer a los frailes, cuando pasasen ante la humillación del crucifijo, porque el Señor Jesucristo por nosotros humillado mayormente nos viese humillados a su majestad. Ítem mandaba a los frailes humillarse así ante toda la Trinidad, cuando se dijese solemnemente: Glória Patri, et Fílio, et Spíritui Sancto.

Y este modo como aquí está figurado en esta siguiente figura era comienzo de su devoción, inclinando bien profundo, como aparece en esta demostración:


MODO SEGUNDO
Oraba muchas veces Santo Domingo lanzándose todo en la tierra, inclinado sobre su cara, y conpungíase en su corazón, y reprendíase a sí mismo, y decía algunas veces tan alto –tanto que le oían- aquellas palabras del santo Evangelio: Deus, propítius esto mihi peccatóri (Luc. 18, 13). Y piadosamente y con reverencia recordaba las palabras del profeta David: “Yo soy el que pequé e hizo mal” (II Reg. 24, 17). Y lloraba y gemía fuertemente, y decía: “No soy digno de ver la altura del cielo por la mucha copia de mis peccados, porque yo excité tu ira e hice el mal delante de ti” (Oración de Manasés 10-12). Y de aquel salmo Deus áuribus nostris, etc., fuerte y devotamente decía: Quóniam humiliáta, “porque es humillada en el polvo nuestra alma, allegóse a la tierra nuestro vientre” (Ps. 44, 26). Y más: Adhesit paviménto etc., “allegóse al templo de Dios mi alma, dame espíritu de vida, Señor, según tu palabra” (Ps. 119, 25).

Queriendo algunas veces enseñar a los frailes con cuánta reverencia deben orar, decía:
Aquellos magos, reyes devotos, entrando en la casa hallaron el Niño con María su madre (Matt. 2, 11). Cierto es que hallamos Hombre Dios con María su sierva. Venid, y adoremos, y lancémonos en prostración delante de Dios, y lloremos ante el Señor que nos hizo (Ps. 95, 6).
  
Amonestaba a los novicios y decía:
Si no pudiéseis llorar vuestros pecados, que no los tenéis, muchos son pecadores para ordenarlos a misericordia y caridad. Por los cuales gimieron los profetas y los ángeles; por los cuales cuando los vio Jesucristo lloró amargamente (Luc. 19, 41), y el santo David así lloraba diciendo: “Vi los traspasadores de la ley y comencéme a consumir” (Ps. 119, 158).
Este tal modo de postración en suelo ante el altar aparece en esta figura:
  

MODO TERCERO
Por esta razón Santo Domingo se levantaba de tierra y dábase disciplina con una cadena de hierro, diciendo: Disciplína tua corréxit me in finem (Sal 18, 36).
 
Y de allí toda la Orden estatuyó y ordenó que todos los frailes, en memoria del ejemplo de Santo Domingo, honrándolo y diciendo el salmo Miserére mei, Deus o De profúndis, recibiesen en todos los días feriales después de completas con varas de mimbre sobre el hombro desnudo disciplina por sus culpas propias o por las ajenas de cuyas limosnas viven.
  
Y de este santo ejemplo no se debe ninguno arredrar, por inocente que sea.

Y de este ejemplo y manera de este santo, ésta es la demostración y figura.
 

MODO CUARTO
Después de esto, Santo Domingo ante el altar en la iglesia o en el capítulo, inclinado el rostro al crucifijo, con grande acatamiento miraba al crucifijo, hincadas las rodillas, otra y otra vez y cien veces. Y bien algunas veces desde completorio (21:00h) hasta la media noche, ahora levantándose, ahora arrodillándose, así como San Pablo apóstol y así como el leproso del Evangelio que decía, hincado de rodillas: Dómine, si vis potes me mundáre (Marc. 1, 40). Y así como San Esteban, puestos las rodillas en tierra, llamó con gran voz y dijo: “Señor, no le cuentes este peccado” (Acta 7, 59).
  
Invadía a Padre Santo Domingo una inmensa confianza de la misericordia de Dios, por sí y por todos los pecadores, y por conservación de los frailes novicios, los cuales enviaba a predicar palabra de salud y a salud de las almas y conversión.
  
Y no podía, algunas veces, detener la voz, mas oíanla los frailes cuando decía: “A ti, Señor, llamaré. No calles a mí, que cuando callaras de mí pareceré a los que descienden en el lago” (Ad te Dómine clamábo, ne síleas a me, etc. [Ps. 28, 1]), y otras palabras de la santa Escritura. Algunas veces hablaba en su corazón, y la voz no la oían (I Reg. 1, 13). Y holgaba en aquel estar de hinojos, maravillado en el corazón, algunas veces prolongado tienpo. Y algunas veces en aquella manera de orar parecía en su gesto que con el corazón pasaba los cielos, y luego parecía espacioso en gozo y limpiándose las lágrimas que le corrían. Parecía como se ponía en gran deseo alegre, así como el que viene con muy gran sed cuando viene a la fuente, y así como el peregrino cuando viene cerca de la posada y cuando llega a su tierra. Y convalecía y esforzábase y muy compuestamente acerca de la honestidad se movía, levantándose en pie y arrodillándose.
  
Y tanto era acostumbrado genollar, hincar los hinojos, que en el camino y en las posadas después de los trabajos de los caminos, y cuando los otros dormían en el camino y se holgaban, así como acostumbrado a su arte y a su singular oficio, se tornaba a las inclinaciones y genollaciones.
  
Con este ejemplo, enseñaba a los frailes más por obra que por palabra, en esta manera que aquí está por figura que se sigue. Este es el más común modo de orar que Padre Santo Domingo hacía y más devoto, y que más los santos usaron sin peligro corporal y sin cansación.


MODO QUINTO
Estaba algunas veces padre santo Domingo delante del altar cuando estaba en el convento, todo el cuerpo enhiesto sobre sus pies no arrimado ni allegado a otra cosa, teniendo algunas veces las manos tendidas ante su pechos en manera de libro abierto. Y así se había en la manera estar enhiesto así como si leyese ante el Señor Dios con gran reverencia y dovotamente. Parecía entonces que en la oración pensaba las palabras de Dios y así como si a sí mismo dulcemente las contase. Acostumbró en sí bien aquella manera del Señor, que se lee en Lucas, scílicet quod intrávit, entró Jesucristo según su costumbre un día sábado en la sinagoga, y levantóse a leer (Lc 4, 16). Y en el salmo se lee: “Estudo enhiesto en silencio en pies, y cesó la ira y furor” (Sal 106, 30).
  
Algunas veces juntaba las manos, tendiéndolas ante los ojos fuertemente restringidas, constringendo a sí mismo. Algunas veces las manos y los hombros levantaba, según que es costumbre al sacerdote cuando dice la misa, así como si quisiese hincar las orejas a entender con más diligencia alguna cosa que otro dijese.
  
Entonces pensarías, si vieses la devoción del que está en pies orando al Cielo derecho, pensarías ver el profeta con el ángel o con Dios, cuándo hablando, ahora oyendo, ahora cuidando en silencio de estas cosas que le fuesen reveladas.
   
Y si, cuando estaba en el camino, hurtaba algún tiempo escondidamente para orar, estando en sus pies con toda voluntad súbitamente oraba en el Cielo, y luego le oirías hablar tan dulcemente y muy delicadamente alguna palabra de la médula del dulzor de la santa Escritura, que parecía que las oía de la fuente del Salvador (Is 12, 3).
   
Y con este ejemplo los frailes mucho eran amonestados y movidos ante la faz de su padre y su maestro, y más devotos muy bien se informaban a orar con reverencia y continuamente, sicut óculi ancíllæ in mánibus dóminæ suæ, “así como los ojos de la servidora en las manos de su señora, y así como los ojos de los servidores en las manos de sus señores” (Sal 123, 2).
  

MODO SEXTO
Algunas veces fue visto estar orando padre Santo Domingo según que oí a aquel que lo vio con mis orejas, que estando el bendito padre Santo Domingo los brazos tendidos y las palmas a semejanza de cruz mucho intenso, estando enhiesto sobre sus pies cuanto él podía.
  
En esta manera oraba cuando resucitó Dios por su oración el mozo de Nápoles en Roma, en San Sixto, en la sacristía; y en la iglesia en la celebración de la misa, cuando fue levantado de la tierra en el aire. Así nos lo contó aquella devota y santa sor Cecilia, que estaba presente y lo vio con otra mucha gente. Así como Elías cuando resucitó el hijo de la viuda, extendióse y púsose sobre el mozo (3 Reg. 17, 21). En esta manera oraba cuando cerca de Tolosa libró los peregrinos de inglesa tierra del peligro, cuando hubieran de morir en el río, según que en otra manera es escrito. En esta manera oraba el muy noble dulce Jesús estando en la cruz, scílicet extendidos los brazos y las manos y las palmas, y con valiente clamor y con lágrimas fue oído por su reverencia (Heb. 5, 7).
  
Este modo no lo frecuentaba muchas veces el varón siervo de Dios Santo Domingo, salvo cuando conocía por virtud de la oración y con espíritu divino que se hacía alguna cosa grande y maravillosa. Y no dejaba a los frailes así orar, ni se lo aconsejaba.
  
Y cuando suscitó aquel mozo orando, y estando levantado tendidos los brazos y las manos en manera de cruz, no sabemos qué cosas dijo. Por ventura dijo aquellas palabras del profeta Elías: “Oh Señor Dios mío, torne yo -te ruego- el ánima de este joven en sus entrañas” (3 Reg. 17, 21), así como guardó su manera en orar. Mas los frailes y las sorores y los señores cardenales, y los otros que vieron el modo de oración no acostumbrado a ellos y maravilloso, no pararon mientes ni aprendieron las palabras que dijo. Después conveníales preguntar de ellas a Santo Domingo, porque en este hecho mucho se demostró a ellos todos temeroso y reverendo, honroso.
  
Mas aquellas palabras que en el Salterio hacen mención de este modo de orar pesadamente y gravemente y maduramente las decía y con discreción, y son éstas: Dómine Deus salútis meæ, in die clamávi ad te, et nocte coram te, “Señor, Dios de mi salud, llamé a ti en el día y en la noche delante de ti”. Hasta en este lugar: Clamávi ad te, Dómine, tota die, expándi ad te manus meas, “llamé a ti, Señor, todo el día, tendí a ti mis manos” (Sal 88, 2, 10). Item: Dómine, exáudi oratiónem meam, áuribus pércipe obsecratiónem etc., hasta donde dice: Expándi manus meas ad te, ánima mea sicut terra sine áqua tibi (Sal 143, 1, 6-7).
  
Por estas palabras pudiera cualquier devoto orador entender la doctrina de este padre en orando con este modo, cuando se quisiese mover a Dios maravillosamente por virtud de la oración, o mayormente cuando sintiese, con alguna inspiración oculta de Dios, movimiento en sí a alguna singular gracia o por sí o por otro alguno, enseñado de la doctrina de David, del fuego de Elías, de la caridad de Jesucristo, de la devoción de Santo Domingo, según que parece en esta figura siguiente:
  

MODO SÉPTIMO
Hallábanlo muchas veces orando, todo levantado al cielo, en manera de saeta electa lanzada del arco tendido contra arriba derecha (Isa. 49, 2). Así estaba levantadas las manos sobre la cabeza bien extendidas y ajuntadas en uno, o algún tanto las manos abiertas tendidas de ancho, así como para recibir alguna cosa del cielo.
  
Y creen que le acrecentaba Dios la gracia y era arrebatado en espíritu, y ganaba de Dios, por la Orden que comenzó, los dones del Espíritu Santo, y quietos y delectables en los hechos de santidad consigo y con los frailes (Matth. 5, 3-10). Porque con la muy alta pobreza cada uno se tuviese por bienaventurado, en amargoso luto, en grave persecución, en mucha hambre y sed de justicia, en triste misericordia, y fuesen devotos y delectosos en guardar los preceptos, en acabar y cumplir los consejos santos del Evangelio. Parecía entonces Santo Domingo padre que entraba arrebatadamente en el lugar Santo de los santos y en el tercer cielo (II Cor. 12, 2), porque después de aquella oración, en corregir, en dispensar, en predicar manera de profeta tenía, según que en los milagros fue remembrado.
  
Mas una cosa es aquí de poner para edificación. Después de tal oración, el maestro Domingo demandó consejo de los frailes sobre algunas cosas que había de hacer en Bolonia, según su costumbre. Porque, según decía, alguna cosa es revelada a uno que no es a otro revelado entre los santos hombres, según aparece en los profetas. Y así, estando en el consejo, vino el sacristán. Llamó uno de los que estaban en el consejo a la iglesia de las mujeres, pienso que a oir confesiones. Y llamólo locamente, mas no lo llamó así que lo oyese el bendito maestro Santo Domingo. Llamólo así:
-Una hermosa mujer os demanda, id enseguida.
Movido en el espíritu, Santo Domingo afligíase en sí mismo, e hiciéronle reverencia los consejeros. Entonces mandó venir al sacristán y díjole:
-¿Qué dijiste?
Respondió él:
-Demandé el sacerdote a la iglesia.
Y el padre dijo:
-Acúsate a ti mismo y confiesa tu culpa, la cual vino hasta tu boca. Cuidaste que estuviera oculto. Dios, que hizo todas las cosas, hizo que no se me escondiesen las palabras que tú cuidabas tener escondidas.
Y disciplinólo allí muy fuertemente y por mucho tiempo, hasta que los que ahí estaban fueron movidos a compasión por los azotes. Y díjole:
-Anda, hijo, aprendiste ya cómo mirar con atención a la mujer, porque no juzgues del color. Ora tú para que Dios te haga casto en los ojos tuyos.
Así conoció la cosa oculta, así corrigió al loco, enseñó al que había castigado, así como había visto en la oración. Y maravilláronse los frailes cómo así dijo que había de hacer. Y dijo el santo maestro:
-Nuestra justicia comparada es a la justicia divina así como suciedad al oro (Isa. 64, 6).
Así es que el santo padre no tardaba mucho en aquel modo de orar, mas tornábase en sí mísmo, así como si viniese de luenga tierra y  así como peregrino parecía al mundo. Y ligeramente se podía entender en su gesto y en las costumbres.
  
Mas algunas veces, cuando oraba, claramente le oían los frailes que decía como el profeta: Exáudi vocem deprecatiónis meæ dum oro ad te, et dum extóllo manus meas a tu santo templo, “oí, Señor, la voz de la mi oración cuando yo oro a ti y cuando alzo las manos a tu santo templo” (Ps. 28, 2). Y enseñaba con palabra y con ejemplo a los frailes así orar, diciendo: Ecce nunc benedícite Dóminum omnes servi Dómini, in nocte extóllite manus vestras in sancta, et benedícite Dóminum (Ps. 134, 1-2). Y decía aquel salmo: Dómine clamávi ad te, exáudi me, inténde voci meæ cum clamávero ad te, dirigátur orátio mea sicut incénsum in conspectu tuo, elevátio mánuum meárum sacrifícium vespertínum (Sal 141, 1-2).
 
Y porque esto sea mejor entendido, esta figura lo enseña:
  

MODO OCTAVO
Era otro modo de orar a nuestro Padre Santo Domingo hermoso y devoto y grato.
  
Después de las horas canónicas y después de las gracias que se hacen comúnmente después de comer, el mesurado y devoto Padre con espíritu de devoción, espíritu el cual tomara de las palabras de Dios que se cantaban en el coro o en el refectorio, luego se ponía en algún logar solitario, en la celda o en otro lugar para leer u orar hablando consigo y estando con Dios.
  
Y posábase tan quieto y abría algún libro ante su cara y signábase del signo de la Cruz, y leía y consolábase en su voluntad muy dulcemente, así como si oyese al Señor Dios hablar, así como se dice en el salmo: Áudiam quid loquátur in me Dóminus Deus, porque hablará pacem in plebem suam, “Oiré lo que hablará en mí el Señor Dios, porque hablará paz en su pueblo y sobre sus santos, y en aquellos que se tornan a su corazón” (Sal 85, 9).
  
Y así como si disputase con otro compañero con gesto y voluntad, ora parecía con furia, ora quieto y oidor atento, y luchar y reír y llorar y aguzar la cara y fijar los ojos y bajarlos, y luego hablar en silencio y golpearse el pecho. Si alguno intentaba verle ocultamente, parecíale Padre Santo Domingo así como Moisés cuando entraba al medio del desierto, y mirase la zarza arder y al Señor hablar y humillarse a sí mismo (Ex. 3, 1s). Y tan de pronto este profético siervo de Dios era levantado de la lección a la oración y de la oración a la contemplación. Y leyendo así solo, honraba el libro e inclinábase al libro y besaba el libro algunas veces, mayormente si era  un códice de los Evangelios o si leía las palabras que el Señor Jesuc risto por su boca decía.
  
Algunas veces tornaba la cara y escondíala. Algunas veces ponía la cara en sus manos y cubríala un poco colgando la capilla sobre los ojos. Y entonces hacíase todo afligido y lleno de deseo, y así como que daba gracias a la excelente persona de los beneficios recibidos, levantábase un poco con reverencia y se inclinaba. Y, todo consolado y quieto en sí mismo, otra vez tornaba a leer en el libro, según aparece en esta figura:
  
   
MODO NOVENO
Este tal modo guardaba Padre Santo Domingo mudándose de tierra en tierra, y mayormente cuando estaba en algún yermo y jugaba con sus meditaciones en su contemplación.
  
Y decía algunas veces a sus compañeros en el camino: Escrito es en el profeta Oseas: “traerla he al yermo y hablaré a su corazón” (Oseas 2, 14).
  
Y algunas veces se apartaba del conpañero y se iba delante, o se quedaba las más veces detrás gran trecho, lejos. Y yendo oraba de pie y andaba, y en su meditación encendíase fuego (Sal 39, 4). Y esto le venía en tal oración, así como si espantase las chispas o las moscas de su cara, y por eso se signaba muchas veces con el signo de la Cruz.
  
Recordaban los frailes que en este modo de orar ganó el santo padre cumplimiento de santa Escritura, y la miel y el grano de su entendimiento, y la oculta familiaridad del Espíritu Santo en conocer las cosas escondidas y ocultas.
  
 
Una vez aconteció –que traíamos una cosa de muchas que dejamos-, el diablo vino a la iglesia de los frailes predicadores en Bolonia en forma de mancebo que tenía costumbres vanas y locas, y demandó un confesor. Y trajéronle uno a uno hasta cinco sacerdotes, ahora uno y ahora otro. Y fue así la razón, porque ensució e inflamó y enojó al primero con sus palabras, que levantóse de la confesión y no le quiso oir hasta el fin aquellas abominaciones. Y así hizo el segundo, y el tercero, y el cuarto y el quinto. Callando se iban y nunca quisieron revelar esta confesión, porque, de la parte de los confesores que oían aquella confesión, sacramental era, a pesar que el diablo la hacía.
  
Entonces Santo Domingo era en el convento presente. Allegóse a él el sacristán, querellándose contra los sacerdotes, porque cinco no pudieron oir a un pecador. Díjole al bendito padre Santo Domingo:
-Mas grande escándalo es; predican los frailes sacerdotes penitencia, y no quieren a los pecadores poner penitencia.
Y levantóse padre Domingo de la lección y oración y contemplación, pienso que sabedor ya de aquel negocio, y vino a oir la confesión del diablo. Y como entró en la iglesia, allegose a él el diablo y luego le reconoció el santo padre, y díjole:
-Oh maligno espíritu, ¿por qué tientas y pruebas a los siervos de Dios con esta fingida piedad?
Y maltrátalo muy duramente, y el diablo allí luego desapareció y dejó la iglesia con gran hedor, olor de piedra de azufre. Y luego fue aplacado el sacristán sobre el desdén [que el diablo demostraba y escarnio] contra los sacerdotes.

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