miércoles, 1 de mayo de 2019

REFLEXIONES CATÓLICAS SOBRE EL 1 DE MAYO

Traducción del artículo publicado en RADIO SPADA
  
El calendario que cada uno tiene en casa señala aún las fiestas cristianas (si bien siguiendo el rito montiniano), pero a ellas se acompañan aquellos nuevos dies nefásti que son las festividades laicas. En Italia tenemos por ejemplo la pareja 25 de Abril – 2 de Junio [Día de la Resistencia Partisana y Aniversario de la República, N. del T.] con toda su impía pompa “religiosa” y su red barredera de falsa y estéril retórica. ¿Y cómo podremos olvidar la Fiesta del Trabajo o de los Trabajadores con todo su ajuar de banderas rojas y camisetas del Ché? En verdad no podemos todavía hacer menos que observar como algunos guardias (se espera que, como observador, ¡lo más afuera posible!) el famoso “Concertone del Primo Maggio” que desde 1990 se tiene, desgraciadamente cada año, en la plaza adyacente a la Archibasílica Lateranense, monumento de la victoria del Papado sobre la Roma pagana, en algún modo podría asociarse a los motivos por la cual la Segunda Internacional de París de 1889 instituyó esta fiesta. Se quería conmemorar de hecho la Revuelta de la Plaza Haymarket en Chicago (1 a 4 de Mayo de 1886) que quería fijar el techo máximo de las ocho horas laborables. Decimos que la cosa ha perdido un poco de la primigenia seriedad…  Para el católico, por otra parte, el 1 de Mayo está consagrado por la fiesta de San José Artesano, pero esta festividad, si bien rica de significados, no tiene sino sesenta años. La instituyó de hecho Pío XII el 1 de Mayo de 1955 para demostrar, frente al avance del comunismo, cuán vivo es el interés de la piadosa Madre Iglesia frente al mundo del trabajo, en particular el del trabajador, del cual hacía parte el último de los Patriarcas. El venerable Pontífice no hacía nada nuevo: aplicaba en tiempos modernos la práctica por la cual la Iglesia Romana en su sapiencia “bautizaba” las festividades paganas para exorcizar el poder de los demonios que por medio de la idolatría tenía esclavizada a tantas almas y conducirlas así a Jesucristo. Por tanto, como el Papa Liberio (352-366) sustituyó con la procesión de las Rogativas (o Letanías) mayores a las gentiles Ambarvalia y Robigalia “enseñando que no es el favor de Robigo, sino la vida devota, la oración humilde, y la intercesión de los Santos, sobre todo del Pastor óvium San Pedro, las que desarman la justicia de Dios irritada por nuestros pecados” [1]; así también del mismo modo el Papa Pacelli instituía la fiesta del Patrono de los trabajadores para sustraer a los obreros de las insidias de la nefanda y nefasta doctrina marxista, e indicar que solo en la Doctrina Social de la Iglesia se encuentra la fuente de la añorada paz y la justicia social. Por motivos pastorales, entonces tan obligantes, se sacrificaron en cambio dos fiestas [2]: la del Patrocinio del mismo San José instituida por Pío IX en 1870, y la más antigua de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago, celebrada exactamente el 1 de Mayo, día de la dedicación del Apostoleion romano (la Basílica de los Santos XII Apóstoles) en tiempos del Papa Juan III (561-574). Sacrificios en verdad inútiles si consideramos que en el Ordo de Pablo VI la institución pía fue degradada a memoria facultativa de la solemnidad doble de 1ª Clase que era. Ella persiste todavía en el sentimiento de los fieles y sobre todo (en cambio) en una cierta retórica, que podremos definir como “clerical-sindacalista” (muy lejana de la Doctrina Católica sobre el trabajo) que comprende tanto los elegantes discursos sobre el trabajo como fin o vocación del hombre de estampa “opusdeística” [3] (que bajo ciertos aspectos son aún tradicionales), queriendo a veces poner al mismo nivel la vida contemplativa y la activa, como los vulgares eslóganes como “El trabajo nos da dignidad” [4] proferidos no ya por una Camusso cualquiera [Susanna Camusso, líder de la Confederación General Italiana del Trabajo -CGIL- N. del T.] sino nada menos que por el Pontífice reinante Francisco. Para confutar el primer error bastará recordar la máxima de San Ignacio de Loyola, consagrada después por San Pío X [5]: “El hombre ha sido creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios Nuestro Señor, y mediante esto, salvar su alma. Las otras cosas sobre la faz de la tierra [también el trabajo, N. del A.] han sido creadas para el hombre, para que le ayuden a conseguir el fin para el que ha sido creado” [6]. Para confutar el segundo, por su parte, conviene hacer un discurso aparte, para no crear confusión. Ante todo se precisa que lo que da la verdadera dignidad al hombre pecador y necesitado de misericordia no es ciertamente el trabajo (estos delirios los dejamos a los marxistas de ayer y hoy), sino la Gracia de Dios que, obrando con su asentimiento, perfecciona su naturaleza frágil –“Grátia non tollit natúram, sed perfícit” dice el Angélico [7]– actúa en el hombre aquel radical cambio que el Apóstol llama nueva creación [8] y le hace partícipe de la vida divina “según una cierta semejanza” [9]. Sin considerar por otra parte que poner el trabajo como fundamento de la dignidad humana lleva casi a considerar privados de la misma las desdichadas multitudes de desocupados, razonamiento que nos parece asimilable al de aquellos que consideran la enfermedad como causa de la pérdida de la dignidad humana. El trabajo humano, como hoy, en su “dureza”, es necesidad impuesta: es una consecuencia del pecado original. Nos podrán objetar aquí que el texto del Génesis nos dice que el Creador “tomó al hombre y lo puso en el jardín de deleites para que lo cultivase y custodiase” [10]. Mas la objeción será pronto deshecha, puesto que la operación (el texto latino tiene “ut operáretur”), siendo entonces Adán y Eva totalmente inmaculados, en todo adherentes a la divina voluntad, no habría implicado sufrimiento alguno, como advierten los Santos Padres. Bien diferente es la situación después del pecado. Es Dios mismo quien le habla a Adán: «Porque has escuchado la voz de tu mujer y has comido del árbol del que te había mandado que no comieras, maldita será la tierra per causa tuya. Con fatiga te dará alimento […] Con el sudor de tu frente comerás el pan» [11]. Con todo, no debemos deducir de esto que el trabajo es un mal, sino todo lo contrario. Y en esto viene a nuestro encuentro la doctrina y la praxis de la Santa Iglesia, que le ha dado la dignidad al trabajo. Ella (la Iglesia) dadora de aquella libertad “qua Christus nos liberávit” [12], ha en toda línea abatido el monstruo de la esclavitud; sapiente utilizadora de los bienes materiales, ha confutado el prejuicio pagano contra el trabajo manual –Cicerón en su genio lo consideraba cosa sumamente despreciable y para nada noble [13]– y ha creado admirables obras de caridad, poderosas corporaciones de artesanos y trabajadores de toda categoría, vivientes por la linfa de la Sangre de Jesucristo porque son hijs de la Iglesia su mística Esposa. En su Doctrina Social, en fin, ha admirablemente expuesto aquella vía media que rehúye de los errores del Liberalismo y del Marxismo y ofrece al dador de empleo y al trabajador una summa de los derechos y los deberes para una verdadera y realista paz y justicia social, lontanísima del pantano de las utopías de signo opuesto que pueden llevar solo a la muerte espiritual y física. Pero no podía ser de otro modo. El mismo Jesucristo quiso trabajar en el taller de San José, su padre putativo, y no desdeñó de hecho ser llamado “hijo del carpintero” [14]: el Verbo de hecho “se aniquiló a sí mismo, asumiendo la condición de esclavo siendo similar a los hombres” [15], “en todas las cosas, excepto en el pecado” [16]. Incluso Nuestra Señora trabajaba: atendía en las obras domésticas. San José “era carpintero. Vivía de su trabajo, y no perdía el tiempo en el ocio y en las glotonerías, como hacían los escribas y los fariseos” [17]. Los Apóstoles y los discípulos vivían del trabajo propio: Pedro, Andrés, Santiago el Mayor y Juan tenían una “hacienda” de pesca; Pablo era un tejedor de tiendas  [18]. Esto porque el trabajo, aunque siendo un castigo –como antes habíamos dicho– puede ser fuente de ennoblecimiento y también de santificación si se hace en Cristo y por Cristo. De hecho, contrariamente a cuanto sostienen los modernistas (personas en último análisis agnósticas si no ateas [19]) que desgraciadamente nos (mal)gobiernan, el hombre no es una creatura que Dios ha querido “propter semetípsam” [20], sino ordenada a Él mismo, causa primera y fin último de todas las cosas. “Univérsa propter semetípsum operátus est Dóminus” [21], dice el Espíritu Santo. Por esto la Iglesia en la Epístola de la fiesta de San José Artesano nos repite la advertencia paulina: «A cuantos trabajan, trabajen de buen ánimo, como quien obra para el Señor y no para los hombres» [22]. Miremos a los hijos de San Benito que, pacíficos legionarios del Pontificado Romano, se dispusieron a la conquista del mundo y sobre las ruinas del Paganismo y de la barbarie hicieron levantar el edificio admirable de la única verdadera Civilización que el mundo haya conocido: la Cívitas Christiána. Su lema, conocido de todos, era y es “Ora et labóra”. El Sacrificio de la Misa, la oración, la contemplación alimentaban sus vidas y les hacía fácil el cumplimiento de su segundo deber (¡el oráre siempre en el primer puesto!): el trabajo, fuese intelectual, en los scriptória, o manual, desde la cocina hasta el cultivo de aquellas tierras que tal vez ellos mismos tenían por primeros bonificados. Traigamos la enseñanza oportuna y apliquémosla a nuestro contingente. Dios nos ha colocado en un mundo en descomposición (bien diferente del Edén bíblico) y en un tiempo en el cual la Iglesia parece sucumbir bajo las atroces torturas de los distintos Anás y Caifás del neomodernismo imperante, pero hic et nunc debe necesariamente desarrollarse nuestra operátio: ut operémus. En la empresa, en la escuela, en el taller, en la oficina, en todos los frentes de nuestra vida debemos mostrarnos como discípulos de Cristo Rey, trabajadores de su Viña Mística y pregoneros, aunque indignos, de su salvífica Verdad, teniendo como fin supremo la gloria di Dios –del Patrón,  como decía aquel trabajador indefenso que era el Padre Pío– seguros como estamos de que “Sapiéntia réddidit justis mercédem labórum suórum” [23]. Séanos de ejemplo y ayuda el Santo Patriarca José, Patrono de la Iglesia universal, como nos alienta el sapientísimo León XIII, con una larga cita con la cual queremos concluir.
«Estas son las razones por las que hombres de todo tipo y nación han de acercarse a la confianza y tutela del bienaventurado José. Los padres de familia encuentran en José la mejor personificación de la paternal solicitud y vigilancia; los esposos, un perfecto de amor, de paz, de fidelidad conyugal; las vírgenes a la vez encuentran en él el modelo y protector de la integridad virginal. Los nobles de nacimiento aprenderán de José como custodiar su dignidad incluso en las desgracias; los ricos entenderán, por sus lecciones, cuáles son los bienes que han de ser deseados y obtenidos con el precio de su trabajo. En cuanto a los trabajadores, artesanos y personas de menor grado, su recurso a San José es un derecho especial, y su ejemplo está para su particular imitación. Pues José, de sangre real, unido en matrimonio a la más grande y santa de las mujeres, considerado el padre del Hijo de Dios, pasó su vida trabajando, y ganó con la fatiga del artesano el necesario sostén para su familia. Es, entonces, cierto que la condición de los más humildes no tiene en sí nada de vergonzoso, y el trabajo del obrero no sólo no es deshonroso, sino que, si lleva unida a sí la virtud, puede ser singularmente ennoblecido. José, contento con sus pocas posesiones, pasó las pruebas que acompañan a una fortuna tan escasa, con magnanimidad, imitando a su Hijo, quien habiendo tomado la forma de siervo, siendo el Señor de la vida, se sometió a sí mismo por su propia libre voluntad al despojo y la pérdida de todo.
  
Por medio de estas consideraciones, los pobres y aquellos que viven con el trabajo de sus manos han de ser de buen corazón y aprender a ser justos. Si ganan el derecho de dejar la pobreza y adquirir un mejor nivel por medios legítimos, que la razón y la justicia los sostengan para cambiar el orden establecido, en primer instancia, para ellos por la Providencia de Dios. Pero el recurso a la fuerza y a las querellas por caminos de sedición para obtener tales fines son locuras que sólo agravan el mal que intentan suprimir. Que los pobres, entonces, si han de ser sabios, no confíen en las promesas de los hombres sediciosos, sino más bien en el ejemplo y patrocinio del bienaventurado José, y en la maternal caridad de la Iglesia, que cada día tiene mayor compasión de ellos» [24].

GIULANO ZORODDU
 
NOTAS
[1] Cardenal Alfredo Ildefonso Schuster, Liber Sacramentórum, Turín, Marietti Eds., 1930, vol. IV, pág. 113.
[2] “La fiesta de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago es trasladada in perpétuo, como en su propia sede, al día undécimo del mes de Mayo. […] La solemnidad de San José, que se celebra el miércoles después de la II Domínica después de Pascua es abolida”. (Decreto de la Sagrada Congregación de Ritos, 24 de Abril de 1956, AAS XXXXVIII (1956), págs. 226-237).
[3] Será útil la lectura de dos artículos de don Curzio Nitoglia: A proposito di Opus Dei, en Sodalitium, Año XI – n. 4 (44), Julio – Agosto de 1995, págs. 77-78; Ancora sull’Opus Dei, en Sodalitium, Año XII – Semestre 1 – n. 2 (43), Abril – Mayo de 1996, págs. 36-40.
[4] “El trabajo nos da dignidad, y los responsables de los pueblos, los dirigentes tienen la obligación de hacer todo para que todo hombre y mujer puedan trabajar y así tener la frente alta, mirar a los otros a la cara, con dignidad. Quienes, por maniobras económicas, para hacer negocios no del todo claros, cierran fábricas, cierran empresas de trabajo y quita el trabajo a los hombres, cometen un pecado gravísimo” (Audiencia general del Miércoles, 15 de Marzo de 2017).
[5] San Pio X, Catecismo esencial de la Iglesia Católica, n. 5.
[6] Ejercicios espirituales, I semana, punto 23.
[7] Suma Teológica, I, cuestión 1, artículo 8, a la objeción 2.
[8] “Si alguno está en Cristo, es una creatura nueva” (2 Cor. V, 17).
[9] Cfr. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, Ia-IIæ, cuestión 110.
[10] Gen. II, 15.
[11] Gen. III, 17, 19.
[12] Gal. IV, 31.
[13] “Todos los artesanos se ocupan en labores despreciables, puesto que los oficios no pueden tener nada de noble” (De offíciis, I, 150).
[14] Matth. XIII, 55.
[15] Phil. II, 7.
[16] Hebr. IV, 15.
[17] San Alberto Magno, In Lucam, cap. IV, Lección VIII de las Maitines de San José Artesano.
[18]Act. Apost. XVIII, 3
[19]Cfr. San Pio X, Pascéndi Domínici gregis, 8 de Septiembre de 1907.
[20] Concilio Vaticano II, Sesión IX (7 de Diciembre 1965), Constitución pastoral “Gáudium et spes”, n. 24.
[21] “El Señor ha hecho todas las cosas para sí mismo” (Prov. XVI, 4).
[22] Col. III, 23.
[23] “La sabiduría ha pagado a los santos la recompensa de sus fatigas” (Sap. X, 17). Son las primeras palabras de la Antífona al Introito de la Misa de San José Artesano.
[24] Quámquam plúries, 15 de agosto de 1889.

5 comentarios:

  1. Con todo respeto ¿ustedes no están de acuerdo con los cambios bajo el pontificado de Pio XII? Se que la fiesta de San José obrero o artesano no tiene canto, y que las partes tomadas de los salmos es de la nueva versión piana

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    1. ¿Los cambios hechos al Misal, Breviario y Salterio por el masón Bugnini, el modernista Antonelli y el marrano Bea (Behayim)? Non póssumus, porque somos católicos.

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    2. Que bien, entonces siguen las antiguas fiesta del patrocinio de San José, y todo como antes de la reforma Liturgica de los 50s

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    3. En efecto, seguimos la fiesta del Patrocinio de San José el miércoles de la segunda semana después de la Octava de Pascua.

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  2. Disculpen, no es molestar ni nada y si lo es una gran disculpa, no es tampoco que lo defienda pero este Bugnini no era aún masón según radio cristiandad hasta ya bien entrados los 60 aunque claro que el no hizo solo tal obra de la reformas sino que son muchos, y el ya estaba bastante influenciado aunque pasaron más de 8 años para que ingresara a la masonería, solo es un comentario sin agregar ni quitar nada esencial o relevante, además que Bea era confesor y al parecer a elección del mismo papa Pio XII quien le tenía mucha confianza, este mismo infame de Bea quería que la iglesia católica ingresará al maldito cmi, si ese maldito consejo mundial, y lo estaba logrando, fue el maldito dolor de cabeza si se pueden llamar así de los cardenales Bacci y Octavianni

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