«El
alma del condenado tendrá presente los bienes y delicias, los goces y los placeres de su vida pasada, y su recuerdo le afligirá. “Todo pasó para mí, exclamará: APENAS GOCÉ DE MIS
RIQUEZAS, CUANDO LAS DEJÉ PARA QUE OTROS LAS DISIPASEN. ¿De qué me han aprovechado? ¿Quid nobis profúerunt? Me he condenado por cosas que nunca satisficieron la sed de mi alma, ni llenaron cumplidamente los deseos de mi corazón. Ergo errávimus. Me he equivocado… ¡Y hubiese yo podido, usando bien de ellas, adquirir el
cielo!”.
Recordará
las gracias de que abusó: los sermones que oyó, los remordimientos con
que Dios le punzaba, las inspiraciones a que cerró voluntariamente los
oídos… ¡Ah! Otros… quizás los cómplices de sus vicios, se aprovecharon, y
él no quiso, y se condenó…
Recordará
los males que hizo, los pecados que cometió: pecados de la mocedad, de
la juventud, de la edad viril… contra Dios. Contra el prójimo, contra sí
mismo… desordenes opuestos a la razón… Su recuerdo lo avergonzará...
Padecerá
el condenado horriblemente sumergido en aquel inmenso mar de fuego, sin esperanza de conseguir misericordia con SUS LÁGRIMAS Y SÚPLICAS, SIN
ESPERANZA DE ABLANDAR NUNCA A DIOS CON PENITENCIAS, SIN ESPERANZA DE
PAGAR POR ENTERO, NI DISMINUIR JAMÁS LAS DEUDAS CON LOS TORMENTOS.
¡Eterna desesperación!».
SAN IGNACIO DE LOYOLA, Ejercicios espirituales, Ejercicio 5.º Infierno del alma. Punto 1.º
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