viernes, 22 de noviembre de 2019

MONS. LEFEBVRE: LA MISA EN VERNÁCULO ES FRUTO DEL RACIONALISMO

 
Un ejemplo de la penetración del racionalismo en la nueva liturgia, es que precisamente se pretende que los fieles entiendan todo. El racionalismo no acepta que haya algo que no se pueda comprender. Todo tiene que ser juzgado por la razón.   
 
Por supuesto que durante nuestros actos litúrgicos hay mucha gente que no entiende el latín, la lengua sagrada, o las oraciones que se dicen en voz baja, pues el sacerdote está de cara al crucifijo y los fieles no ven lo que hace, ni pueden seguir todos sus gestos. Hay cierto misterio.
   
Es verdad que hay un misterio y una lengua sagrada, pero aunque los fieles no entienden el misterio, la conciencia del misterio de Nuestro Señor les aprovecha mucho más que escuchar en voz alta y en su idioma toda la misa.
  
En primer lugar, aun en el propio idioma, algunos textos suelen ser difíciles; a veces cuesta entender las verdades. Hay que tener en cuenta la falta de atención; la gente se distrae, escucha un poco, entiende una frase y después nada... No pueden seguirlo ni entenderlo todo. La misma gente se queja que se cansa cuando se habla todo el tiempo en voz alta; no pueden recogerse ni un momento.
   
La oración, antes que nada, es una acción espiritual, como le dijo Nuestro Señor a la Samaritana: “Los verdaderos adoradores que pide mi Padre son los que lo adoran en espíritu y en verdad”. La oración es más interior que exterior. Si hay una oración exterior es para favorecer la oración interior de nuestra alma, la oración espiritual, la elevación de nuestra alma a Dios.
  
El Papa Pablo VI decidió abandonar el latín
El 7 de marzo de 1965, el papa Pablo VI [declaraba] a la multitud de fieles reunidos en la plaza de San Pedro (…): “Es un sacrificio de la Iglesia el renunciar al latín, lengua sagrada, bella, expresiva, elegante. Ella ha sacrificado siglos de tradición y de unidad de la lengua por una creciente aspiración a la universalidad”.
  
Y el 4 de mayo de 1967, el “sacrificio” era consumado mediante la Instrucción Tres abhinc annos que establecía el uso de la lengua vernácula para la recitación en voz alta del Canon de la misa.
  
Ese “sacrificio”, en el espíritu de Pablo VI, parece haber sido definitivo. Lo explica nuevamente el 26 de noviembre de 1969 al presentar el nuevo rito de la misa:
“Ya no es el latín sino la lengua vernácula, la lengua principal de la misa. Para quien conoce la belleza, el poder del latín, su aptitud para expresar las cosas sagradas, será ciertamente un gran sacrificio el verlo reemplazado por la lengua vernácula.
  
Perdemos la lengua de los siglos cristianos, nos volvemos como intrusos y profanos en el aspecto literario de la expresión sagrada. Perdemos así en gran parte esta admirable e incomparable riqueza artística y espiritual que es el canto gregoriano. Evidentemente, tenemos razón de sentir pesar y casi desconcierto”. (...) [Sin embargo], “La respuesta parece trivial y prosaica –dice– pero es buena, porque es humana y apostólica. La comprensión de la oración es más preciosa que los vetustos vestidos de seda, galanura real con que estaba revestida. Más preciosa es la participación del pueblo, de ese pueblo de hoy que quiere que se le hable claramente, de una manera inteligible que pueda traducir en su lenguaje profano. Si la noble lengua latina nos separase de los niños, de los jóvenes, del mundo del trabajo y de los negocios, si fuese una pantalla opaca en lugar de ser un cristal transparente ¿haríamos un buen cálculo, nosotros pescadores de almas, conservándole la exclusividad en el lenguaje de la oración y de la religión?”.

Mons. MARCEL LEFEBVRE, La Misa de siempre.

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