Simón
nació en Lipnica (posteriormente, para diferenciarla de las aldeas
vecinas de Lipnica Dolna y Lipnica Górna se le agregó el apelativo
Murowana, «murada de ladrillos» en polaco), una población en la Polonia
meridional, entre los años 1435 y 1440. Sus padres, Gregorio (quien se
dice era panadero) y Ana, supieron darle una sana educación, inspirada
en los valores de la fe cristiana, y, a pesar de su modesta condición,
se preocuparon de asegurarle una adecuada formación cultural. Simón
creció con un carácter piadoso y responsable, una natural predisposición
a la oración y un tierno amor a la Madre de Dios.
En
ese momento, Lipnica era una población que obtuvo derechos de ciudad en
el siglo XIV durante el reinado de Vladislao I el Breve.
Gracias a su ubicación en la ruta comercial que conduce desde Bochnia a
través de Nowy Sącz hasta Hungría (hoy Eslovaquia), esta ciudad
experimentó un auge económico significativo en el siglo XV, que duró
solo un corto período de tiempo. Es por eso que en la literatura, como
un pueblo sin grandes oportunidades de desarrollo, recibió el nombre de
«pueblo colapsado», como lo describe Marcin Kromer en su Diccionario
geográfico del Reino de Polonia y otros países eslavos.
En 1454, después de graduarse de una escuela parroquial y de un estudio de preparatoria desconocido, se trasladó a Cracovia para asistir a la famosa Academia Jagellónica, pagando solo un céntimo de la tarifa de entrada. Una tarifa de inscripción tan baja (en promedio, la tarifa de entrada completa era de 6 groszy -sólidos de oro-) tan baja indica que sus padres ni siquiera eran residentes de ingresos medios de Lipnica; pertenecen más bien a los pobres de los pueblos pequeños. De seguir a Radymiński en sus Crónicas del Estudio General de la Academia de Cracovia, Simón se instaló probablemente en la Bolsa de la Reina Eduviges, uno de los dormitorios de la Academia. En ese tiempo San Juan de Capistrano entusiasmaba a la ciudad con la santidad de su vida y el fervor de su predicación en el Mercado y en la iglesia de Santa María (y como había sucedido en Núremberg y Breslavia, muchos quemaron sus artículos suntuosos en señal de conversión), atrayendo a la vocación franciscana a un nutrido grupo de jóvenes generosos. El 8 de septiembre de 1453 el santo italiano, invitado por el rey Casimiro IV Jagellón y el cardenal Esbigneo Oleśnicki, había fundado en Cracovia, cerca de la catedral Wawel, el primer convento de la Observancia, bajo el título de «San Bernardino de Siena», santo que había sido canonizado poco tiempo antes. Por tal motivo los frailes menores de aquel convento fueron llamados por el pueblo «bernardinos».
En 1457, también el joven Simón (que se había graduado ya de bachiller de artes), fascinado por el ideal franciscano, prefirió adquirir la preciosa perla del Evangelio, interrumpiendo un rico acontecer de éxitos (la Academia contaba con facultades de Teología y Medicina; y el bachillerato le permitía ser profesor en la escuela parroquial). Junto con otros diez compañeros de estudios, pidió ser admitido en el convento de Stradom.
En 1454, después de graduarse de una escuela parroquial y de un estudio de preparatoria desconocido, se trasladó a Cracovia para asistir a la famosa Academia Jagellónica, pagando solo un céntimo de la tarifa de entrada. Una tarifa de inscripción tan baja (en promedio, la tarifa de entrada completa era de 6 groszy -sólidos de oro-) tan baja indica que sus padres ni siquiera eran residentes de ingresos medios de Lipnica; pertenecen más bien a los pobres de los pueblos pequeños. De seguir a Radymiński en sus Crónicas del Estudio General de la Academia de Cracovia, Simón se instaló probablemente en la Bolsa de la Reina Eduviges, uno de los dormitorios de la Academia. En ese tiempo San Juan de Capistrano entusiasmaba a la ciudad con la santidad de su vida y el fervor de su predicación en el Mercado y en la iglesia de Santa María (y como había sucedido en Núremberg y Breslavia, muchos quemaron sus artículos suntuosos en señal de conversión), atrayendo a la vocación franciscana a un nutrido grupo de jóvenes generosos. El 8 de septiembre de 1453 el santo italiano, invitado por el rey Casimiro IV Jagellón y el cardenal Esbigneo Oleśnicki, había fundado en Cracovia, cerca de la catedral Wawel, el primer convento de la Observancia, bajo el título de «San Bernardino de Siena», santo que había sido canonizado poco tiempo antes. Por tal motivo los frailes menores de aquel convento fueron llamados por el pueblo «bernardinos».
En 1457, también el joven Simón (que se había graduado ya de bachiller de artes), fascinado por el ideal franciscano, prefirió adquirir la preciosa perla del Evangelio, interrumpiendo un rico acontecer de éxitos (la Academia contaba con facultades de Teología y Medicina; y el bachillerato le permitía ser profesor en la escuela parroquial). Junto con otros diez compañeros de estudios, pidió ser admitido en el convento de Stradom.
La
década de 1450 fue de marcado celo entre los franciscanos observantes
en Polonia, que además ya contaban con los conventos de Varsovia,
Poznań, Kościan y Wschowa. Su jornada estaba llena de mortificación y
simplicidad en la incomodidad diaria. Además del rezo del Breviario, la
agenda estaba ocupada con la Misa conventual y una reflexión
contemplativa de una
hora durante el día, consistente en la lección comunitaria y la
reflexión individual de la vida de Cristo y su Madre Santísima,
especialmente en el misterio de la Pasión. El resto del tiempo libre
antes y
después de la cena común fue dedicado por los monjes al trabajo asignado
por la obediencia: obras preparatorias de historia, maestros, a veces
profesores universitarios, así como
tutores, guionistas (transcriptores de obras teológicas y de materiales
para predicación), pintores de
miniaturas, jardineros, zapateros, sastres y otros oficios. Todos
siguiendo la Regla
Franciscana y especialmente en el Evangelio. Tal era el tenor de vida de
nuestro Simón, y de otros monjes que también murieron en fama de
santida: Bernardo, Alejo y Felipe (que fuera maestro de la Academia de
Cracovia y
superior del convento en Stradom); Gabriel, Vladislao y Estanislao de
Chobrza (anteriormente profesor en la Academia de
Cracovia); Leonardo de Sącz (maestro universitario y Guardián de
Cracovia que anteriormente, como sacerdote diocesano, era predicador de
la catedral); finalmente Antonio de Radomsko (teólogo y doctor de la
Sorbona, y profesor de la Academia de Cracovia) y
muchos otros hermanos.
Bajo la sabia guía del maestro de novicios, P. Cristóbal de Varese, religioso eminente por su doctrina y santidad de vida que había acompañado a San Juan de Capistrano y fue vicario de la provincia Austro-Checo-Polaca, Simón recorrió con generosidad la vida humilde y pobre de los frailes menores, y tras profesar en 1458, recibió la ordenación sacerdotal hacia el año 1462, porque ya en 1465 fue asignado como guardián en el convento de Tarnów. Dos años después, se estableció en Stradom (Cracovia), dedicándose incansablemente a la predicación evangélica, con palabra limpia, llena de ardor, de fe y de sabiduría, que dejaba entrever su profunda unión con Dios y el prolongado estudio de la Sagrada Escritura (dirigido en su formación por Antonio de Radomsko). Es probable que también dirigiera el scriptórium del convento, donde su firma aparece bajo la transcripción del Lectúra super primum librum sententiárum de San Buenaventura y la Summa univérsæ theologíæ tertia pars de Alejandro de Hales. No sólo el scriptorium bernardino de Cracovia transcribía obras de franciscanos: también, por préstamo del convento de los dominicos, fue transcrito el Quadragesimále áureum de fray Leonardo de Údine OP.
Como San Bernardino de Siena y San Juan de Capistrano (a quien escuchó en su juventud), Fr. Simón difundió la devoción al Nombre de Jesús, obteniendo la conversión de innumerables pecadores. Como aquellos, concluía sus predicaciones exclamando «¡Jesús, Jesús, Jesús!», siendo respondido por los oyentes de la misma manera, lo que en algún momento le valiera una acusación por irreverencia ante el capítulo catedralicio, de la cual salió absuelto. En 1463, tras la muerte del dominico Pablo de Zator, Simón fue el primero entre los Frailes Menores en ocupar el oficio de predicador en la catedral de Wawel. Por su entrega a la predicación evangélica, las fuentes biográficas antiguas le confirieron el título de «Predicador ferventísimo».
Deseoso de rendir homenaje a San Bernardino de Siena, inspirador de su predicación, el 17 de mayo de 1472, junto a otros frailes polacos, llegó a L’Aquila para participar en el solemne traslado del cuerpo del santo al nuevo templo erigido en su honor. Volvió a Italia en 1478 con ocasión del Capítulo general celebrado en el convento de San Santiago de Pavía, junto con el vicario de la provincia de Polonia padre fray Juan Crisóstomo de Poniec, su sociólogo (compañero del provincial) padre Pablo Szarzowski, guardián del convento de Tarnów, y su hermano fray Tiburcio de Środa y el fraile Pablo, sociólogo (compañero) del provincial. En esta ocasión pudo satisfacer su deseo profundo de visitar las tumbas de los Apóstoles, en Roma, y proseguir después su peregrinación a Tierra Santa. Vivió esta experiencia en espíritu de penitencia, de verdadero amante de la Pasión de Cristo, con la oculta aspiración de derramar la propia sangre por la salvación de las almas, si así agradara a Dios. Imitando a San Francisco en su amor a los Santos Lugares y por si fuera capturado por los infieles, antes de emprender el viaje quiso aprender de memoria la Regla de la Orden «para tenerla siempre delante de los ojos de la mente».
Bajo la sabia guía del maestro de novicios, P. Cristóbal de Varese, religioso eminente por su doctrina y santidad de vida que había acompañado a San Juan de Capistrano y fue vicario de la provincia Austro-Checo-Polaca, Simón recorrió con generosidad la vida humilde y pobre de los frailes menores, y tras profesar en 1458, recibió la ordenación sacerdotal hacia el año 1462, porque ya en 1465 fue asignado como guardián en el convento de Tarnów. Dos años después, se estableció en Stradom (Cracovia), dedicándose incansablemente a la predicación evangélica, con palabra limpia, llena de ardor, de fe y de sabiduría, que dejaba entrever su profunda unión con Dios y el prolongado estudio de la Sagrada Escritura (dirigido en su formación por Antonio de Radomsko). Es probable que también dirigiera el scriptórium del convento, donde su firma aparece bajo la transcripción del Lectúra super primum librum sententiárum de San Buenaventura y la Summa univérsæ theologíæ tertia pars de Alejandro de Hales. No sólo el scriptorium bernardino de Cracovia transcribía obras de franciscanos: también, por préstamo del convento de los dominicos, fue transcrito el Quadragesimále áureum de fray Leonardo de Údine OP.
Como San Bernardino de Siena y San Juan de Capistrano (a quien escuchó en su juventud), Fr. Simón difundió la devoción al Nombre de Jesús, obteniendo la conversión de innumerables pecadores. Como aquellos, concluía sus predicaciones exclamando «¡Jesús, Jesús, Jesús!», siendo respondido por los oyentes de la misma manera, lo que en algún momento le valiera una acusación por irreverencia ante el capítulo catedralicio, de la cual salió absuelto. En 1463, tras la muerte del dominico Pablo de Zator, Simón fue el primero entre los Frailes Menores en ocupar el oficio de predicador en la catedral de Wawel. Por su entrega a la predicación evangélica, las fuentes biográficas antiguas le confirieron el título de «Predicador ferventísimo».
Deseoso de rendir homenaje a San Bernardino de Siena, inspirador de su predicación, el 17 de mayo de 1472, junto a otros frailes polacos, llegó a L’Aquila para participar en el solemne traslado del cuerpo del santo al nuevo templo erigido en su honor. Volvió a Italia en 1478 con ocasión del Capítulo general celebrado en el convento de San Santiago de Pavía, junto con el vicario de la provincia de Polonia padre fray Juan Crisóstomo de Poniec, su sociólogo (compañero del provincial) padre Pablo Szarzowski, guardián del convento de Tarnów, y su hermano fray Tiburcio de Środa y el fraile Pablo, sociólogo (compañero) del provincial. En esta ocasión pudo satisfacer su deseo profundo de visitar las tumbas de los Apóstoles, en Roma, y proseguir después su peregrinación a Tierra Santa. Vivió esta experiencia en espíritu de penitencia, de verdadero amante de la Pasión de Cristo, con la oculta aspiración de derramar la propia sangre por la salvación de las almas, si así agradara a Dios. Imitando a San Francisco en su amor a los Santos Lugares y por si fuera capturado por los infieles, antes de emprender el viaje quiso aprender de memoria la Regla de la Orden «para tenerla siempre delante de los ojos de la mente».
A su regreso de
Tierra Santa, Simón fue designado comisionado provincial, reemplazando
al vicario que iba al Capítulo General a Italia. En tal función, visitó
los monasterios bernardinos, incluido el monasterio de Santa Ana
en Varsovia, donde probó a los novatos locales, particularmente en su
obediencia y apego a la orden. Cuenta fray Juan de Komorowo en su
Crónica que Simón les pedía a los novicios encargados del jardín plantar
árboles sin raíces o caminar descalzos sobre carbones encendidos.
El amor de Simón a los hermanos se puso de manifiesto de manera extraordinaria en el último año de su vida, cuando una epidemia de peste devastó Cracovia. De julio de 1482 al 6 de junio de 1483 la ciudad estuvo bajo el flagelo de la enfermedad. En la desolación general, los franciscanos del convento de San Bernardino se prodigaron incansablemente en el cuidado de los enfermos, como verdaderos ángeles del consuelo, tanto que durante la epidemia, murieron 25 religiosos.
Fr. Simón (que había sido elegido como representante del convento de Cracovia para el capítulo en la ciudad de Koło) afrontó aquella situación como un «tiempo propicio» para ejercitar la caridad y para llevar a cabo la ofrenda de la propia vida. Por todas partes pasó confortando, prestando ayuda, administrando los sacramentos y anunciando la consoladora Palabra de Dios a los moribundos. Pronto resultó contagiado. Soportó con extraordinaria paciencia los sufrimientos de la enfermedad y, próximo a la muerte, expresó el deseo de ser sepultado en el umbral de la iglesia, para que todos pudieran pisotearlo. El 18 de julio de 1482, sexto día de enfermedad, sin temor a la muerte y con los ojos fijos en el crucifijo, entregó su alma a Dios.
Ante
el peligro generalizado por la plaga, Simón fue enterrado pocas horas
después bajo el altar mayor de la iglesia conventual, entre los dos
primeros discípulos de San Juan de Capistrano: Timoteo, maestro de artes
liberales en la Academia de Cracovia, y
Bernardino de Żarnowiec, guionista y pintor de miniaturas, que había
escrito e iluminado muchos libros litúrgicos.
El culto a Simón comenzó pocos años después de su muerte. Ya en 1487, los frailes obtuvieron una bula del Papa Inocencio VIII que autorizaba la elevación de las reliquias de fray Juan de Dukla en Leópolis (Lviv, Ucrania) y de Simón de Lipnica en Cracovia. Posteriormente en 1514, durante el V Concilio Lateranense, el arzobispo primado de Gniezno Juan Łaski de 1514, presentó a la Santa Sede una solicitud de canonización para el príncipe Casimiro Jallegón y otros santos del Reino de Polonia (entre los cuales estaba Simón).
El culto a Simón comenzó pocos años después de su muerte. Ya en 1487, los frailes obtuvieron una bula del Papa Inocencio VIII que autorizaba la elevación de las reliquias de fray Juan de Dukla en Leópolis (Lviv, Ucrania) y de Simón de Lipnica en Cracovia. Posteriormente en 1514, durante el V Concilio Lateranense, el arzobispo primado de Gniezno Juan Łaski de 1514, presentó a la Santa Sede una solicitud de canonización para el príncipe Casimiro Jallegón y otros santos del Reino de Polonia (entre los cuales estaba Simón).
Como
tal, el proceso diocesano comenzó apenas en el siglo XVII, donde los
registros de la causa informan que en el convento de San Bernardino, los
enfermos eran bendecidos con las reliquias de Simón de Lipnica y unas
oraciones especiales. El Papa Inocencio XI confirmó el «culto
inmemorial» el 24 de febrero de 1685, proclamándolo beato. Ese año, el
27 de Julio hubo una solemne procesión con sus reliquias desde la
Catedral de
Wawel (donde se encontraban desde 1656 por temor a la invasión de los
protestantes suecos) hasta la Plaza del Mercado, la Iglesia de Santa
María y, desde
aquí, por la calle Grodzka hasta la reconstruida iglesia de San
Bernardino, a una capilla lateral propia para el beato Simon, decorada
con pinturas de Jan Gothard Berkhoff y de un pintor anónimo.
Los esfuerzos para canonizar comenzaron oficialmente en la década de
1780 durante el reinado de Estanislao II Augusto Poniatowski. Una
resolución separada del Sejm (Parlamento polaco) de 1776 pidió la
aceleración de la canonización del beato Simón de Lipnica, y el rey
envió una carta a la Santa Sede sobre el particular, pero por causa de
la «cuestión polaca», el esfuerzo político quedó truncado. Con todo, su
culto continuó en Cracovia y Lipnica Murowana, siendo esto (junto con la
construcción de su santuario en 1923 en Lipnica Murowana y la curación
milagrosa en 1943 de la farmacéutica de Cracovia María Piątek de una embolia cerebral) la base de la
reasúmptio causæ ordenada por un decreto de la Sagrada Congregación de
Ritos del 23 de junio de 1948, quedando pospuesta por las dificultades
de comunicación entre la Santa Sede y los obispos de Polonia por causa
de la situación política del país.
Simón
de Lipnica es, además de copatrono de Cracovia (los otros son Santa
Eduviges y San Estanislao Obispo), patrono de los estudiantes polacos, y
también protector contra las epidemias. Su fiesta es celebrada el 18 de Julio.
ORACIÓN (del Misal Romano-Seráfico).
Omnipotente
y sempiterno Dios, que sublimaste a tu bienaventurado confesor Simón
con la gracia de la predicación evangélica, concédenos propicio que
nutridos por el pábulo de su doctrina, y siguiendo a quien te fue
agradable, merezcamos llegar felizmente por sendas de justicia a la
patria celestial. Por J. C. N. S. Amén.
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