miércoles, 15 de abril de 2020

TRIDUO A CRISTO CRUCIFICADO PARA IMPLORAR SU CLEMENCIA CONTRA LOS HORRORES DE LA PESTE

Triduo dispuesto por el P. Fray Miguel Diaz de Vivar, Lector de Sagrada Escritura, Predicador Conventual y Comisario del Santísimo Rosario del Convento de N. P. S. Domingo de Guadalajara, y publicado en esta ciudad en 1833.
    
AL CRISTIANO
En un siglo en el que, como en el nuestro, los delirios de una razón extraviada han querido usurparse el nombre de filosofía; en un tiempo de tinieblas, en el que los pretendidos iluminados han llegado a embrutecerse hasta el extremo de no contar en sus investigaciones con la causa primordial, que es Dios; no es extraño que muchos quieran encontrar exclusivamente el principio de la terrorosa epidemia que nos aflige en causas puramente naturales. Pero mientras los referidos filósofos pesan el aire de la atmósfera, y quieren que su rareza o densidad sea el primer origen de una muerte violenta y amenazadora: y mientras apoyados en tan débiles fundamentos se atreven a aventurar los más ridículos pronósticos, ya asignando los momentos de las creces y decrementos de la enfermedad; ya tasando proféticatnente el número diario de enfermos y muertos, y ya asegurando con el tono más decisivo (hasta llegar a comprometer temerarias apuestas) cuál debe ser precisamente el día de la total terminación de la peste; si, entre tanto la religión profesora de una filosofía tan cierta como divina nos demuestra a la Divinidad como al árbitro supremo de los acaecimientos; y nos asegura que la vida y la muerte depende exclusivamente de la mano del Señor. De aquí es que el hombre religioso sabe muy bien que en el orden de las causas naturales estaban comprehendidas las aguas del diluvio; pero con ellas el Señor, excepcionando a solas ocho almas, destruyó al resto del universo corrompido: sabe el cristiano, igualmente, que muy natural fue el fuego que vengó a la justicia divina de los crímenes de la infame Pentápolis; y sabe finalmente que en el orden de las causas naturales estaban las plagas que milagrosamente aterrorizaron al Egipto, las serpientes venenosas que castigaron al rebelde Israel, y generalmente todos los males que por experiencia solo aparecen en el globo cuando reina la iniquidad y se multiplican nuestros pecados. Y para contraernos al presente horroroso mal de la cholera morbus, ¿qué veemos en él sino el brazo irritado de Dios, que ha querido marcar nuestro castigo hasta con el nombre de su cólera provocada? ¿Qué nos dicen esos centenares de muertos, arrebatados de ante nuestros ojos de la noche a la mañana, sino que el Ángel del exterminio vibra sobre nosotros su espada vengadora? ¿Qué nos dice el atolondramiento de los facultativos, y la ineficacia de los antídotos medicinales; sino que debemos solicitar el remedio y la curación de mano más atinada que de la de los hombres? Ea pues, y así como los Israelitas heridos por las serpientes del desierto sanaban levantando los ojos a la serpiente de Moisés; así nosotros elevemos nuestro corazón a Jesús Crucificado: «pues así como Moisés exaltó a la serpiente en el desierto, así convierte que sea exaltado el Hijo de Dios, para que el que pone en él los ojos de una fe viva no perezca; sino adquiera la vida eterna». Con este designio te presento (cristiano amigo) este Triduo: sé bien que hay otros, y llenos de unción, pero entiendo que no te será inútil el mío, pues su novedad te excitará más y más a dirigirte a tu Dios, y a hacerle escuchar los afectos fervorosos con que quiere que imploremos su paternal clemencia. Está por demás decirte, que la mejor preparación es una detestación sincera de tus extravíos; y no dudes hallar remedio, si esta disposición va coronada con la confesión y comunión sacramental. VALE.
  
TRIDUO DEVOTO A CRISTO CRUCIFICADO PARA IMPLORAR SU CLEMENCIA CONTRA LOS HORRORES DE LA PESTE
   
  
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
   
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, Creador del cielo, y de la tierra, Rey de reyes, y Señor de todo los que dominan; Tú que de la nada me hiciste a tu imagen y semejanza y me redimiste con tu preciosa Sangre; Tú, a quien yo, pecador miserable, no soy digno de nombrar, ni de invocar, ni de abrigar tu divina idea en mi inmundo corazón: a Ti, dulce Jesús mío, eficazmente suplico, y ruego humildemente, que te dignes dar una mirada de clemencia sobre mí el más malo de todas tus criaturas. ¿Y cómo podría, ¡oh amable Salvador mío!, como podría desconfiar de tu misericordia, pues sé que eres el mismo que te apiadaste de la Cananea y de María Magdalena, el que perdonaste al publicano, y diste el Paraíso al ladrón que pendía de una cruz? A Ti, ¡oh Padre piadosísimo!, confieso mis pecados, que, aunque quisiera ocultar, no podría hacerlo, a Ti, Dios mío, ante quien tuve el atrevimiento de cometerlos. Perdóname, ¡oh ungido de Dios!, perdóname, pues Tú eres a quien he ofendido mucho con mis pensamientos, con mis palabras, con mis obras, con todas las acciones pecaminosas con las que yo, frágil hombre, miserable pecador, pude añadir culpas sobre culpas e iniquidades sobre iniquidades. Por lo misino ruego a tu clemencia, a Ti que descendiste de los cielos por mi salvación; a Ti que a David diste la mano para que se levantara de su caída; aTti vengo sinceramente arrepentido. ¡Perdóname, oh Señor! ¡Perdóname, oh Cristo, pues no negaste el perdón a Pedro que te había negado! Tú eres mi Creador, mi Redentor, mi Señor, mi Salvador, mi Rey y mi Dios. Tú eres mi esperanza y mi confianza, Tú mi dirección y mi auxilio, Tú mi consuelo y mi fortaleza, Tú mi defensa y mi libertad, Tú eres mi vida, mi salud, mi resurrección, mi luz, mi deseo, mi ayuda y mi patrocinio. A Ti, oh Jesús mío, suplico y ruego que me ayudes y seré salvo; gobiérname, defiéndeme, confórtame, consuélame, fija mis vacilantes resoluciones, alégrame, ilumíname y visítame. Resucita a este pecador muerto por la culpa, pues soy hechura tuya y obra de tus manos. No me desprecies, Señor, mira que soy tu esclavo, aunque malo, aunque indigno y pecador, mira que, aunque sea lo que soy, siempre soy tuyo, pues estoy marcado con la Sangre que por mi remedio derramaste. ¿A quién me refugiaré si no vengo a Ti? Si Tú me arrojas, ¿quién podrá darme asilo? Si Tú me desprecias, ¿quién me acogerá? Así, Dios mío, reconóceme, pues busco tu clemencia: si soy vil e inmundo, Tú puedes purificarme; si soy ciego, Tú me puedes iluminar; si estoy enfermo, Tú me puedes sanar; si estoy muerto y sepultado en mis iniquidades, Tú puedes resucitarme; porque tu misericordia es mayor que mi miseria; y sé bien que eres más poderoso para perdonar, que yo débil para delinquir. No me desprecies, Señor, ni atiendas a la multitud de mis iniquidades; sino, antes bien, según la multitud de tus misericordias, ten misericordia de mí, y sé propicio conmigo, que soy el más grande pecador. Clemencia, mi Padre, misericordia, mi Dios, perdón, mi Salvador, y por tu Sangre preciosa, por tu Pasión y muerte de cruz, conduce mis ideas, y mis resoluciones a una verdadera penitencia, a una sincera y dolorosa confesión, y a una digna satisfacción de todos mis pecados. Amén.
   
DÍA PRIMERO
¡Oh buen Jesús! Oh Piadosísimo Jesús, Dulcísimo Jesús, oh Jesús hijo de María Virgen, lleno de misericordia y de piedad: ¡Oh dulce Jesús!, ten piedad de mí según tu grande misericordia! ¡Oh Jesús Clementísimo! Yo te ruego, por la Sangre preciosísima que quisiste derramar por los pecadores, que laves todas mis iniquidades, vuelvas tus divinos ojos a este pecador indigno y miserable que pide humilde el perdón, e invoca tu santo nombre de Jesús. ¡Oh nombre de Jesús, nombre dulce! ¡Oh nombre de Jesús! Nombre lleno de deleites, oh nombre de Jesús, nombre que conforta; porque ¿qué otra cosa es Jesús sino Salvador? Así, ¡oh dulce Jesús!, por tu santo nombre, sé para mí Jesús y sálvame; no permitas que se condene pues aquel a quien tu mano creó de la nada. Oh buen Jesús, no me pierda mi iniquidad, pues soy el mismo a quien hizo tu omnipotente bondad. ¡Oh dulce Jesús!, reconoce en mí lo que es tuyo; y quita lo que es ajeno. ¡Oh benignísimo Jesús!, ten piedad de mí ahora que todavía es tiempo de misericordia, no me condenes cuando llegue el formidable tiempo de tu juicio. ¿Qué utilidad habré sacado de tu preciosa Sangre, si soy entregado a la eterna corrupción? Mira, Señor Jesús, que no son los muertos, ni los que descienden al infierno los que han de pronunciar tus alabanzas. ¡Oh amantísimo Jesús! ¡Oh Jesús miles de veces deseado, oh mansísimo Jesús! Oh Jesús, Jesús, Jesús, admíteme a entrar en el número de tus escogidos. ¡Oh Jesús, salud de los que creen en Ti! Oh Jesús, consuelo de los que se refugian a Ti! ¡Oh Jesús, dulce remisión de todos los pecadores! Oh Jesús, hijo de María Virgen, infúndeme tu gracia, tu sabiduría, tu caridad, tu humildad; para que pueda amarte perfectamente, alabarte, gozarte, servirte, y gloriarme en Ti: lo cual pido también para todos los que invocan tu santo nombre, que es Jesús. Amén.
   
ADORACIONES
Oh Señor Jesucristo, yo te adoro pendiente en la Cruz, portando en tu cabeza la Corona de Espinas. Te ruego que por tu Cruz me libres del ángel castigador. Amén. Padre nuestro y Ave María.
  
Oh Señor Jesucristo, yo te adoro llagado en la Cruz, recibiendo para beber hiel y vinagre. Te ruego que tus llagas sean el remedio de mi alma. Amén. Padre nuestro y Ave María.
  
Oh Señor Jesucristo, te ruego por la amargura de tu Pasión, que por mí, misérimo pecador, padecísteis en la Cruz, sobre todo en la hora cuando tu Alma santísima salió de tu benditísimo Cuerpo, ten piedad de mi alma cuando abandone mi cuerpo, y condúcela a la vida eterna.  Amén. Padre nuestro y Ave María.
  
Oh Señor Jesucristo, yo te adoro descendiendo a los Infiernos, para liberar a los que allí estaban cautivos. Te suplico que no permitas que entre a padecer en ese lugar. Amén. Padre nuestro y Ave María.
  
Oh Señor Jesucristo, yo te adoro yacente en el Sepulcro, ungido con mirra y especies aromáticas. Te  ruego que tu muerte sea mi vida. Amén. Padre nuestro y Ave María.
  
Oh Señor Jesucristo, yo te adoro resurgiendo de la muerte, ascendiendo a los Cielos, y sentado a la diestra de Dios Padre. Te pido que tengas misericordia de mí, para que sea digno de seguirte y de estar contigo. Amén. Padre nuestro y Ave María.
  
Oh Señor Jesucristo, Buen Pastor, que conservas a los justos y justificas a los pecadores, ten piedad de todos los fieles, y sé propicio conmigo, miserable e indigno pecador. Amén. Padre nuestro y Ave María.
   
Elevemos ahora el corazón hasta el solio del Señor, y presentándole nuestras necesidades impetremos el socorro deseado.
  
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
A Ti, ¡oh Padre clementísimo!, a Ti dirigimos nuestras oraciones y gemidos, para que nos libres de esta plaga pestífera y funesta con que estamos afligidos, y que nos ha llenado de luto y desolación. En medio de tu grande ira, acuérdate de tus misericordias, y quita propicio el mal desolador epidémico que tu indignación ha difundido entre nosotros por nuestros vicios y deméritos. Manda ya al ángel tuyo que nos hiere que vuelva a la vaina la espada vengadora, no sea que siga hiriéndonos hasta exterminarnos. Perdona a nuestras almas, y no nos concluyas con la peste. Vuelve hacia nosotros, vuélvete hacia nosotros, Señor, y permite que estos tus siervos te dirijan y Tú oigas sus deprecaciones. Basta ya, Dios mío, cese ahora mismo tu mano de castigarnos, según merecen nuestros pecados, porque tu eres nuestro Dios, que con el Padre y el Espíritu Santo, vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
  
Tres salves a María Santísima.
   
ORACIÓN
¡Oh María, Madre de Dios y Virgen llena de gracia! Verdadera consolación de todos los atribulados que claman a ti: por aquel gozo inefable que te llenó de consuelo cuando conociste que mi Señor Jesucristo había resucitado impasible de entre los muertos al tercer día: yo te ruego que en esta calamidad seas el consuelo de mi alma, e intercedas también por mí con tu Santísimo Hijo el Unigénito de Dios, cuando en el día novísimo haya de resucitar y vaya a dar cuenta de todas y cada una de mis operaciones: entonces, oh piadosa Virgen María, dígnate ayudarme, para que por tu medio pueda evitar la sentencia de perpetua condenación, y merezca con los escogidos de Dios llegar felizmente a los eternos gozos de la gloria. Amén.
 
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
  
DÍA SEGUNDO
Por la señal...
Acto de contrición.
  
¡Oh buen Jesús! ¡Oh amable Salvador mío! ¡Oh dulce Jesús! o único auxilio mío! he aquí que yo el más pobre de todos los mortales, vengo á ti, y me postro ante los pies de tu piedad, solicitando humildemente, que te dignes perdonarme. ¡Oh dulce Jesús! en remisión de mis pecados te ofrezco tu inmensa, caridad, la misma por la cual no te desdeñaste hacerte hombre, y entregarte por espacio de treinta y tres años a numerables trabajos y persecuciones. Yo te ofrezco en cumplida satisfacción de mis delitos la angustia, el sudor, la sangre, las injurias, las blasfemias, los azotes y los tormentos, que en la noche de tu pasión sufriste en el huerto y en las casas de Anás y de Caifás. Yo te ofrezco la humildad y la paciencia que manifestaste, cuando los satélites de Satanás te azotaban atado a la columna; cuando te coronaban de espinas; cuando te cubrían de una purpura andrajosa, como á rey de burlas; cuando te escarnecían con mofadoras salutaciones; y arrojaban inmundas salivas a tu rostro, y herían con una caña tu sagrada cabeza. Yo te ofrezco la debilidad y languidez de tu afligido cuerpo; tus sangrientas huellas y el peso grave de la cruz, que tomaste por mi amor sobre tus hombros. Dulce Jesús, yo te ofrezco por paga de mis pecados los dolores, que padeciste, cuando los sayones arrancaron con cruel violencia de tu cuerpo la túnica que por la sangre cuajada estaba unida fuertemente la carne y a los huesos: y te ofrezco los dolores que sufriste cuando con duros clavo y con dolorosa violencia permitiste que de manos y pies te enclavaran en la Cruz. Clementísimo Jesús, yo te ofrezco la mansedumbre, con quo sufriste los insultos y oprobrios de los impíos, que te escarnecían, cuando estabas pendiente en la Cruz. Yo te ofrezco la intolerable sed, con que allí eras afligido; todas y cada una de las gotas de tu preciosa sangre; aquellos horrendos tormentos que padeciste, cuando hecho presa de las aflicciones, de los martirios y dolores destituido de todo consuelo interior y exterior; desamparado de Dios y de los hombres; fijado miserablemente en un patíbulo dé infamia; estabas pendiente entre el cielo y la tierra en medio de dos pésimos malhechores. Yo te ofrezco aquella humildad y reverencia con que inclinada la cabeza encomendabas al Padre tu espíritu. Yo te ofrezco aquella sangre y agua, que manó de tu costado abierto por la lanza del soldado. Todo esto te ofrezco, dulce Jesús mío, y por todo te doy las gracias que puedo; rogándote humildemente que me condones mis pecados; que quites la culpa y la pena; que, purifiques mi alma de todas las reliquias de mis crímenes, y finalmente la guíes a la vida eterna, donde con el Padre, y el Espíritu Santo, vives por todo los siglos. Amén.
  
Continuemos con las Adoraciones, la Oración A Ti, ¡oh Padre clementísimo!”, las tres Salves a la Santísima Virgen y la Oración ¡Oh María, Madre de Dios y Virgen llena de gracia!”.
  
DÍA TERCERO
Por la señal...
Acto de contrición.
   
¡Oh buen Jesús! ¡Oh dulce Salvador mío! ¡Oh ungido de Dios! ¡Oh amable Redentor de los hombres! Oh Señor del universo, bajo cuya potestad están sujetos todos los acaecimientos; cuya diestra maneja la espada que nos hiere, y aplica el bálsamo que sana nuestras heridas; y de cuyo arbitrio todo desprende sin que haya quien pueda resistir ni hacer ilusorias las disposiciones de tu soberana voluntad. Tú, Jesús de mi amor, que por hacerme salvo y libertarme de la eterna muerte te dignaste nacer, morir y resucitar: por el misterio de tu sacratísimo cuerpo y por tus cinco llagas, y por la efusión de tu preciosa Sangre, ten misericordia de nosotros, cuanto conoces que es necesario a nuestras almas, y a nuestros cuerpos: libranos de la potestad del demonio, y de todo lo que sabes que nos angustia y aflige: consérvanos en tu santo servicio; corrobóranos en la virtud; y danos verdadera enmienda, y espacio de digna penitencia. Tu Sangre preciosa, ¡oh Señor mío Jesucristo!, tu Sangre preciosa por nosotros derramada me sea en remisión de mis delitos, e ignorancia en robustez y aumento y conservación de la fe, de la esperanza y de la caridad; de las gracias y de las virtudes; en cautela de la vida; en adopción de la gloria eterna; en paz de la Iglesia; salud y acierto a todos sus pastores; perseverancia a los justos; conversión de los pecadores; en luz de los gentiles y herejes; en paz a las familias y al Estado; y en descanso a todos los fieles difuntos para que todos con tus santos merezcamos gozarte en la gloria. Amén.
   
Continuemos con las Adoraciones, la Oración “A Ti, ¡oh Padre clementísimo!”, las tres Salves a la Santísima Virgen y la Oración “¡Oh María, Madre de Dios y Virgen llena de gracia!”.

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