Escrita por el padre Gabino Chávez Lanuza, y publicada en México por la Tipografía Religiosa de la Calle de Santa Clara n. 16, en 1879. Varios prelados de México han concedido 800 días de indulgencia por cada página o capítulo de todas las publicaciones de la Biblioteca Religiosa.
DEVOCIÓN A LA PURÍSIMA VIRGEN MARÍA PARA HONRAR EL MISTERIO DE SU CONCEPCIÓN SIN MANCHA, EN EL DÍA OCTAVO DEL MES
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
SENTIMIENTOS DE CONTRICIÓN
¡Oh adorable Redentor mío!, he aquí que vengo a postrarme a vuestras plantas, antes de contemplar las grandezas de vuestra Madre Inmaculada, para detestar plenamente las iniquidades de mi vida y llorar delante de Vos mis funestos desórdenes. Hijos desgraciados de unos padres pecadores, nuestro mismo nacimiento es una grande mancha a vuestros ojos; y si las aguas regeneradoras del Bautismo no viniesen a limpiarnos de esa impureza, solo eso bastaría para que estuviésemos, con toda justicia, eternamente privados de vuestra adorable presencia. Vos que tanto nos amáis, no lo permitís así; nos purificáis con el baño sagrado desde que queremos aprovechar este beneficio, y nos conferís la santa vestidura de la gracia que nos hace hijos vuestros, herederos de vuestro reino y participantes de las promesas de bendición. Mas ¡ah Señor, cuánta es nuestra ingratitud y nuestra malicia! Apenas llegados al uso de la razón, desgarramos la túnica preciosa de la inocencia; nos olvidamos de nuestras más solemnes promesas; nos entregamos al mundo que nos rodea, al demonio que nos asalta y a nuestras propias pasiones que nos tiranizan; hacemos inútil en cierto modo la efusión de vuestra Sangre, nos olvidamos enteramente de Vos, y comenzamos a vivir en la tierra como si fuese nuestra perpetua morada; a ocuparnos en los frívolos entretenimientos del mundo como si fuesen nuestro último destino, y a disipar el tiempo inútilmente, sin dar jamás una seria mirada a la terrible eternidad que nos aguarda. Siendo tan grande nuestra miseria, no queremos conocerla; nacemos manchados con el pecado; pasamos el día de esta vida en el pecado; dormimos cuando menos lo pensamos el sueño de la muerte en el pecado, y despertamos en la eternidad espantados de nuestra locura, e infructuosamente arrepentidos de los desórdenes de nuestra carrera. Tal es, ¡oh Señor!, la suerte desgraciada de la mayoría de los hombres, y de este modo nuestra prodigiosa malicia hace infructuosa vuestra Sangre, inútiles vuestros merecimientos y estéril vuestra copiosa Redención. Nosotros incurriremos en la misma desgracia si Vos no os dignáis darnos una mirada de amor y de piedad, una mirada que nos ilumine, que nos hiera, que nos justifique y que nos sane. Llenos de confianza acudimos al trono de vuestra gracia, para encontrar misericordia, según el consejo de vuestro Apóstol, y os pedimos con el Profeta, que os dignéis separar nuestra causa de la nación perversa que no os ama ni os conoce. Tal vez hemos seguido hasta aquí su funesto camino; pero desde hoy, comenzaremos a caminar por Vos que sois el verdadero: a vuestros pies detestamos nuestras culpas, tantas y tan enormes que solo Vos podéis conocer su número y su malicia. Perdonadnos, ¡oh Dios de misericordia!, ya conocéis nuestra frágil hechura, y sabéis que hemos sido concebidos en pecado, y que llevamos dentro de nosotros mismos un germen venenoso que nos inficiona y nos corrompe. Por los méritos de la única criatura cuya concepción fue sin pecado y cuya alma no fue tocada por la concupiscencia, concedednos hoy, que celebremos este precioso privilegio, un perdón generoso, completo y universal, que nos dispongamos hacerle compañía en el reino feliz de la bienaventuranza. Así sea.
ELEVACIÓN A LA VIRGEN MARÍA
Inmaculada Madre de Dios, Virgen Purísima, dignaos escuchar nuestras súplicas, y recibir propiciamente nuestros homenajes. Nada podemos decir en vuestro honor que no sea sumamente inferior a vuestra grandeza; y vuestras singulares excelencias vencen completamente nuestras más dignas expresiones, como nuestros más elevados conceptos. Sublimada hasta un grado inconcebible por las inefables relaciones que os unen con la adorable y Divina Trinidad, Dios quiso haceros su Hija predilecta, para que lo amaseis y sirvieseis con toda la perfección posible en una pura criatura; para que fueseis su más acabada imagen después del Verbo, y para que justificaseis en cierto modo su liberalidad para con los hombres ingratos que habrían de ser vuestros hijos; el Verbo de Dios por un prodigio de misericordia y de amor, quiso haceros su Madre, revistiéndose en vuestro seno de nuestra naturaleza, y tomando su Cuerpo y Sangre de vuestro cuerpo y sangre virginales; y el Espíritu divino os escogió por su Esposa de un modo inefable y soberano, cubriéndoos con su sagrada sombra, habitando en vos de una manera íntima y perfecta, y complaciéndose en haber encontrado un alma entre todas bendita, para hacer de ella el trono más precioso y la más dulce morada. Todas estas excelencias son inmensas e incomprensibles; pero todas ellas incluyen o suponen un privilegio que yo ensalzo, un prodigio que admiro, y un misterio dulcísimo que honro y venero con toda mi alma, la pureza original de vuestra Concepción. Porque ¿cómo hubiera podido el Eterno Padre, ¡oh Virgen María!, haceros su Hija predilecta, mirar en vos su perfecta semejanza, y encontrar en vuestra alma sus delicias, si hubieseis pertenecido un solo instante a su enemigo, y si la mancha del pecado de origen hubiera desfigurado por un momento siquiera en vos su imagen soberana? ¿Cómo hubiera querido el Hijo de Dios tomar el ser humano en una mujer que hubiese sido súbdita ni aun por un leve instante del demonio, y recibir su carne adorable de una carne marcada con el sello oprobioso del pecado? Ni ¿cómo pudiera el Espíritu Santo llamar su Esposa escogida y hacer su más agradable habitación a un alma heredera de una mancha maldita, nacida con el signo de la rebelión de sus padres, y tributaria como todos de la antigua y homicida serpiente? No, Virgen pura y santa; no convenía ni al poder del Padre, ni a la dignidad augusta del Hijo, ni al amor inefable del Espíritu Santo, que hubiesen permitido ni un solo instante que la mancha del pecado original empañase el candor de vuestra alma, ni que la Mujer fuerte prometida en el Paraíso como la eterna enemiga de la serpiente, diese el primer paso de su gloriosa carrera sujeta al poder mismo que había de quebrantar con sus plantas; y así el universal diluvio que sumergió en sus corrientes a todos los moradores de la tierra, no hizo más que exaltaros a vos como a una arca salvadora que habría de encerrar en su seno a su mismo Artífice y nuevo Padre del género humano, y la irrupción del pecado original, que todo lo inundó con sus impetuosas oleadas, tuvo que detenerse delante de vos, como en otro tiempo las aguas del Jordán delante del Arca de la Alianza. Gloria, pues, al Señor Todopoderoso, que quiso obrar por vos tantas maravillas: honor al Hijo Unigénito, que escogió para sí una Madre tan santa y tan pura: bendición y alabanza al Espíritu divino que santificó su augusto tabernáculo, no dejándolo un solo instante reposar entre las tinieblas del pecado: y vos, María, paloma cándida, Virgen inocentísima, recibid las más tiernas alabanzas de nuestros labios, y los más sinceros obsequios de nuestros corazones, por el privilegio sublime de vuestra Concepción sin pecado: dignaos admitir nuestros pobres homenajes, y permitid que honremos con la angélica salutación, las preciosas relaciones que os unen con la Trinidad augustísima.
Dios te salve, María Santísima, Hija de Dios Padre, Virgen purísima antes del parto. Ave María.
Dios te salve, María Santísima, Madre de Dios Hijo, Virgen purísima en el parto. Ave María.
Dios te salve, María Santísima, Esposa de Dios Espíritu Santo, Virgen purísima después del parto. Ave María.
Dios te salve, María Santísima, templo y sagrario de la beatísima Trinidad, Virgen concebida sin la culpa original.
℣. Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo.
℟. Por los siglos de los siglos. Amén
ORACIÓN
Purísima Virgen María, Santa Madre de Dios y poderosa abogada del hombre, dignaos hacer uso de vuestra dignidad y de vuestro poder, alcanzándonos las gracias que vamos a pediros después de haber honrado el precioso privilegio de vuestra Concepción sin mancha. Proteged, pues, ¡oh Señora!, a la Santa Iglesia, a esa Iglesia que tanto cooperasteis a fundar con vuestras oraciones; a esa Iglesia que os ha mirado siempre, y hoy más que nunca, como su fuerte defensora; sostenedla en sus combates, fortalecedla contra sus enemigos, y libradla de las manos de sus perseguidores; alcanzadle la tranquilidad y la paz de que por tanto tiempo se ha visto privada. Ella os honra en este siglo con un fervor eternamente nuevo, ensalza en todo el mundo vuestras grandezas, predica por todas partes vuestras alabanzas, y escribe en sus más hermosas páginas vuestras glorias: ella pronuncia vuestro nombre con el acento de la más viva esperanza, y proclama a grandes voces que solo aguarda su salvación de aquellas manos benditas que nos dieron al Hijo de Dios hecho Hombre para nuestro remedio. Dignaos favorecer al Pastor de los pastores, que colocado en tan difíciles circunstancias tiene puesta en vos enteramente su confianza. Vos que sabéis agradecer y recompensar aun los más pequeños servicios hechos a vuestro nombre, no olvidéis que el Pontífice Supremo ha dado un impulso sublime a vuestras glorias sobre la tierra, que ha llenado de alegría al universo católico con la solemne declaración de fe de vuestra original pureza, que el eco de su voz paternal ha resonado en todas las bóvedas de la cristiandad, llenando de gozo el corazón de todos vuestros hijos, y que al mismo tiempo que este gozo ha penetrado hasta los cielos, llenando de una nueva gloria accidental a sus dichosos moradores, ha hecho temblar de rabia a los príncipes de las tinieblas en sus infernales cavernas, haciendo abortar esos perversos planes que ahora llenan al mundo de dolor y de espanto. Pisad de nuevo con vuestra pura planta a la airada serpiente, y haced que respire la Iglesia un momento, libre de tan furiosos ataques. Volved propicia vuestros ojos a este nuestro suelo, al que os dignasteis visitar en otro tiempo, dejándole vuestra imagen celestial como una prenda de perpetua protección. Favoreced, sobre todo, a este lugar que tanto os honra y os venera; llenad de piedad y de celo al párroco que nos gobierna y al clero que nos reparte el pan del espíritu; bendecid a todos los que nos reunimos en este día para celebrar vuestra Concepción purísima; hacednos participantes de las riquezas que Dios derrama por vuestras manos, y cuando sean desatadas las cadenas de nuestra mortalidad, mostradnos a Jesús, fruto bendito de vuestro vientre, y hacednos dignos de alabarle con vos en las eternas mansiones de la gloria. Amén.
ORACIÓN A LA INMACULADA VIRGEN MARÍA PIDIÉNDOLE LA CASTIDAD
María Santísima, Reina de las Vírgenes, te pido, te suplico y te ruego, uses conmigo del privilegio que Dios te tiene concedido de inspirar castidad y pureza a los que se acogen a tu patrocinio. Alcánzame de tu Hijo divinísimo Jesús, lágrimas de contrición para lavar las manchas pasadas, y fortaleza para admitir la muerte antes que volver a pecar. Amén.
ORACIÓN PARA PEDIR LA CASTIDAD
¡Oh Virgen la más pura de las Vírgenes!, yo te suplico por tu Inmaculada Concepción, que me asistas misericordiosamente, para que no padezca cosa alguna contra la pureza, flor de la castidad. María, Madre de Dios, intercede por mí; y por tu singular Virginidad, ¡oh purísima Virgen Madre!, limpia mi corazón y mi cuerpo de toda inmundicia carnal en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
(Tres veces). Inmaculada y divina María, hacedme humilde y casto. Ave María.
María, dadme vuestra santa bendición. (Y como si viera que se la está dando desde el cielo, dirá:) En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén Jesús.
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