DEVOCIÓN DEL DOS DE MES AL SERÁFICO PADRE SAN FRANCISCO DE PAULA
Puesto de rodillas delante del Santo, o de una cruz, después de signarse con la Santa Cruz, dirás lo que sigue:
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
ACTO DE CONTRICCIÓN
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, criador y redentor mío, por ser vos quien sois, y porque os amo sobre todas las cosas, a mí, me pesa y me pesa en gran manera, porque me pesa, de todo corazón, de haberos ofendido: no es gracia tuya destruir al pecador, sino destruir en él el pecado. Esto te pido arrepentido, que yo propongo firmísimamente de nunca más pecar: así lo espero de tu misericordia, dándome tu santa gracia y tu ayuda, para no ofenderte en toda mi vida. Amén.
ORACIÓN
¡Oh maravillosa omnipotencia de Dios, que enriqueciendo tanto al abrasado serafín San Francisco de Paula, le hiciste admirable en lo prodigioso de su vida, elevándole con tu poder a tan alta jerarquía, que su vida era un puro milagro! Alábente, Dios mío, tus ángeles y bienaventurados, pero también haz que nosotros acá en la tierra te alabemos, haciendo que estas alabanzas sean con humildad, y con el corazón abrasado en amor de tu infinita bondad, sin que permita tu altísima misericordia que para cosa alguna te ofendamos. Así te lo pedimos y suplicamos por la intercesión de San Francisco de Paula: y pues le has hecho tan ilustre en los milagros, haz que uno de ellos sea el que salgamos de la esclavitud del demonio, mundo y carne, dirigiendo todas nuestras acciones, como las de nuestro Santo, a la mayor honra y gloria tuya; para que así acabemos en paz la peligrosa carrera de nuestra vida, por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que contigo vive y reina por todos los siglos de los siglos. Amén.
Aquí se rezan seis Padre nuestros y seis Ave Marías, en honra de los seis años que estuvo nuestro Santo en el desierto.
ORACIÓN
Padre mío clementísimo San Francisco de Paula: yo doy a Dios infinitas gracias de que ya goces en el Empíreo de la visión suprema del altísimo misterio de la santísima Trinidad de nuestro Señor Jesucristo, y de María santísima, de quienes fuisteis tan devoto y amartelado. Por estas tan incomparables delicias, te ruego, santo mío, que con tu intercesión conserves y libres de sus enemigos a la santa Iglesia: que reine la paz entre los príncipes cristianos: que alumbre Dios a los infieles, a los herejes, y a los que están en pecado mortal, para que salgan de tan infeliz miseria; y así ellos como nosotros, amemos a Dios con lo íntimo de nuestra alma. Haz, santo mío, que este corto obsequio le reciba tu inexplicable caridad: y junto con los méritos de Cristo, los de María Santísima, los de los bienaventurados y justos de la tierra, se lo presentes a Dios; y pídele que me conceda: entra la petición. Y tú, Santo mío, haz porque yo en todo este mes no ofenda a tu Dios y mío. Te encomiendo mi casa, mi familia, las personas todas que están bajo de mi jurisdicción y dominio: mira con ojos de piedad este reino, este lugar; finalmente, te pido por los enfermos, encarcelados, caminantes de mar y tierra: a todos líbranos de hambre, pestes, rayos, tempestades, de malas compañías, y de morir sin los santos sacramentos: haciendo, santo mío, que en nuestras obras tengan alivio las ánimas del Purgatorio, pues por ellas te ofrecemos cuantas indulgencias hoy ganáremos: y a nosotros danos cuanto hemos menester, y cuanto nos falta, para ir a alabar a Dios eternamente en el Cielo. Amén.
Rezar un Credo a la Pasión de Cristo, por amor de Dios.
ORACIÓN A LA DIVINA PROVIDENCIA
¡Tuyo soy, oh Dios mío, tuyo soy! Yo me arrojo a tus brazos; dispón de mí según tu voluntad. Haz de mí todo aquello que quieras; los sucesos y lances de mi vida quiero que todos corran por tu cuenta. Si es de tu agrado enviarme prosperidades, yo los recibiré agradecido, y usaré de ellas como de unos dones venidos de tus manos; si prefieres que pase mis días y mis noches en la amargura de la adversidad, enhorabuena, yo te bendeciré porque así me visitas. Si me concedes ser estimado de los hombres, yo te daré gracias porque has conservado mi honor, cubriendo mis flaquezas; si, por el contrario, dispones que ellos me aborrezcan, yo te ensalzaré por la dicha que me otorgas de parecerme a tu santísimo Hijo, a quien profesó el mundo un odio cruel. ¿Qué temeré yo por nada ni de nadie si Tú eres mi ayuda? ¿Ni cómo podrá asustarme la presencia del mal, estando mi corazón lleno de Ti, que eres el sumo bien? Mas no sólo deseo conformarme con lo que quieras, sino acostumbrarme también a no considerar a las criaturas sino como unos instrumentos de tus disposiciones, Así, yo, lejos de pretender algún mal a los que me dañan, los recomiendo a tu piedad y los perdono. No quiero que haya en mi alma un solo afecto que pueda disgustarte, ni un solo pensamiento que desdiga de la dichosa convicción en que estoy de que debo descansar con toda confianza en tu divina Providencia. Amén.
ORACIÓN
Adorámoste, dulcísimo Redentor nuestro, Jesús, que siendo Hijo Eterno del Padre, y una de las personas de la Augusta Trinidad ofendida por el hombre, tomaste nuestra carne, para instruirnos con tu divina palabra, guiarnos con tu ejemplos, alentarnos a la virtud con tus padecimientos, elevarnos hasta el cielo con tus profundas humillaciones, derramar toda tu Sangre en expiación de nuestras culpas, y morir en una Cruz, lleno de dolores y cubierto de infamia, por restituirnos a la vida de la gracia y llevarnos a la Gloria de tu Padre. Reconocemos, clementísimo Jesús, las ingratitudes que contra ti hemos cometido, y que por ellas merecemos el infierno, pero tú que con tu infinita caridad hiciste tanto por salvarnos, no puedes querer que nuestras almas se pierdan; y para moverte a misericordia, no necesitamos más que suplicarte veas las cicatrices que de tu sacrosantas llagas conservas en tu cuerpo glorioso, y te acuerdes de las amargas lágrimas que al pie de la Cruz derramó, traspasada de dolor, tu Santísima Madre, a cuyo poderoso patrocinio nos encomendaste al expirar. Duélete, pues, de nuestras miserias y envíanos un rayo de luz que nos haga conocer la enormidad de nuestro pecado, e inflame nuestros corazones para que te amemos y sirvamos fielmente en esta vida, y por la penitencia merezcamos gozar de tu divina presencia en la Gloria Eterna.
Rezar un Credo a la Pasión de Cristo, por amor de Dios.
ORACIÓN A LA DIVINA PROVIDENCIA
¡Tuyo soy, oh Dios mío, tuyo soy! Yo me arrojo a tus brazos; dispón de mí según tu voluntad. Haz de mí todo aquello que quieras; los sucesos y lances de mi vida quiero que todos corran por tu cuenta. Si es de tu agrado enviarme prosperidades, yo los recibiré agradecido, y usaré de ellas como de unos dones venidos de tus manos; si prefieres que pase mis días y mis noches en la amargura de la adversidad, enhorabuena, yo te bendeciré porque así me visitas. Si me concedes ser estimado de los hombres, yo te daré gracias porque has conservado mi honor, cubriendo mis flaquezas; si, por el contrario, dispones que ellos me aborrezcan, yo te ensalzaré por la dicha que me otorgas de parecerme a tu santísimo Hijo, a quien profesó el mundo un odio cruel. ¿Qué temeré yo por nada ni de nadie si Tú eres mi ayuda? ¿Ni cómo podrá asustarme la presencia del mal, estando mi corazón lleno de Ti, que eres el sumo bien? Mas no sólo deseo conformarme con lo que quieras, sino acostumbrarme también a no considerar a las criaturas sino como unos instrumentos de tus disposiciones, Así, yo, lejos de pretender algún mal a los que me dañan, los recomiendo a tu piedad y los perdono. No quiero que haya en mi alma un solo afecto que pueda disgustarte, ni un solo pensamiento que desdiga de la dichosa convicción en que estoy de que debo descansar con toda confianza en tu divina Providencia. Amén.
ORACIÓN
Adorámoste, dulcísimo Redentor nuestro, Jesús, que siendo Hijo Eterno del Padre, y una de las personas de la Augusta Trinidad ofendida por el hombre, tomaste nuestra carne, para instruirnos con tu divina palabra, guiarnos con tu ejemplos, alentarnos a la virtud con tus padecimientos, elevarnos hasta el cielo con tus profundas humillaciones, derramar toda tu Sangre en expiación de nuestras culpas, y morir en una Cruz, lleno de dolores y cubierto de infamia, por restituirnos a la vida de la gracia y llevarnos a la Gloria de tu Padre. Reconocemos, clementísimo Jesús, las ingratitudes que contra ti hemos cometido, y que por ellas merecemos el infierno, pero tú que con tu infinita caridad hiciste tanto por salvarnos, no puedes querer que nuestras almas se pierdan; y para moverte a misericordia, no necesitamos más que suplicarte veas las cicatrices que de tu sacrosantas llagas conservas en tu cuerpo glorioso, y te acuerdes de las amargas lágrimas que al pie de la Cruz derramó, traspasada de dolor, tu Santísima Madre, a cuyo poderoso patrocinio nos encomendaste al expirar. Duélete, pues, de nuestras miserias y envíanos un rayo de luz que nos haga conocer la enormidad de nuestro pecado, e inflame nuestros corazones para que te amemos y sirvamos fielmente en esta vida, y por la penitencia merezcamos gozar de tu divina presencia en la Gloria Eterna.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
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