domingo, 11 de febrero de 2024

EL NIÑO JESÚS CRUCIFICADO DEL PICHINCHA


El Niño Jesús, que la Santísima Virgen presentaba constantemente en sus brazos durante las apariciones del Buen Suceso, manifestaría también su predilección por estas tierras del Sagrado Corazón así como la ingratitud del Ecuador ante las misericordias divinas. En el año de 1628 Nuestra Señora del Buen Suceso así decía a la Madre Mariana de Jesús Torres:
«Levanta ahora la vista y mira hacia el cerro de Pichincha, donde será crucificado este Divino Infante que traigo en mis brazos. Lo entrego a la Cruz a fin de que Él dé siempre buenos sucesos a esta República, la que será muy feliz cuando en toda en su extensión me conozcan y me honren bajo esta advocación (como María del Buen Suceso), pues será buen suceso para las almas, casas y familias, y esta invocación será prenda de salvación».
Enseguida, la Madre Mariana de Jesús vio a los tres Arcángeles, San Miguel, San Gabriel, y San Rafael que tomaron al Divino Niño de los brazos de su Santísima Madre y lo condujeron a la cima de dicho cerro, dejándolo allí con reverente acatamiento,
  
Toda la montaña se envolvió de una luz celestial y el Niño Jesús, vestido de una larga túnica blanca salpicada de estrellas y un manto de color rosado muy precioso, nunca visto en la tierra, encontró delante de sí una cruz de madera lisa y achatada de la cual pendía una corona de agudas espinas.
  
Hermoso y lleno de Divinidad, oculta en su Santa Humanidad se postró en tierra con los brazos en cruz, y rezando a Dios Padre decía:
«Padre Mío y Dios Eterno, considerad benigno esta pequeña porción de tierra, (el Ecuador) que hoy me dáis, para que en ella, reine como Señor absoluto, mi amoroso y tierno Corazón y el de mi Madre Santísima, criatura tan pura y tan bella cual no hay otra».
El Divino Niño se aproximó a la cruz, fijándose a ella con amor y por sus rosadas mejillas caían gruesas lágrimas que fueron luego recogidas por los tres Arcángeles y esparcidas por ellos por toda la nueva nación. Ciñendo la corona de puntiagudas espinas, el Divino Niño se apegó a la cruz y extendió sus manos, quedando crucificado delante del gran Pichincha. Dicha colina que domina la ciudad (de Quito) quedó santificada a partir de ese instante y quiso desde allí el Corazón Santísimo de Jesús, ejercer su dominio.

Su frente, manos y pies emanaban sangre, y mientras su triste miraba abarcaba todo el Ecuador, entre sollozos decía:
«¡No puedo hacer más por ti, para demostrarte mi Amor! Almas ingratas no me paguéis con desprecio, sacrilegios y blasfemias, tanto Amor y delicadezas de mi Corazón! Por lo menos vosotros mis devotos sed mi consuelo en mis soledades eucarísticas, velad en mi compañía, alejad de vosotros el sueño de la indiferencia con relación a Dios que tanto os ama.
   
En medio de las amarguras y funestos tiempos que sobrevendrán a esta Patria, vuestra humilde, secreta, y silenciosa oración juntamente con vuestra penitencia voluntaria, la salvará de la destrucción a donde la conducen sus hijos ingratos, pues éstos, humillando y despreciando a los buenos, exaltarán y alabarán a los malos advenedizos satélites de Satanás».
Devoción al Niño Jesús, Símbolo de la Inocencia Espiritual
La Madre Mariana recibiría luego, en el año de 1634, el mandato de Nuestra Señora de reproducir en estampas su visión del Niño Divino:
«No fue por casualidad que viste crucificado a mi Divino Niño en el cerro del Pichincha...
 
...Ya que colocaste mi Imagen sobre el Trono de Abadesa de éste mi Convento tal como te lo pedí, para gobernarlo y defenderlo, y hacer el bien a todas las poblaciones y ciudades, así también queremos que, valiéndote del Obispo, reproduzcas en estampas esta visión que tuviste de mi Amadísimo Niño Crucificado, escribiendo en ellas las palabras que oíste de sus labios».
Nuestra Señora del Buen Suceso le ordenó entonces, «difundir dichas estampas por todo el mundo». La Providencia tenía en ello un Santísimo propósito :
«Estas estampas –diría la Santísima Virgen– volarán por el mundo entero y a todos impresionará santamente, sin saberse de su procedencia en el transcurso de los tiempos».
Al día siguiente, el Obispo de Quito, Don Pedro de Oviedo, acudió al Monasterio de las Conceptas, para saludar a las dos únicas sobrevivientes, en ese entonces, de la Fundación del Convento, siendo ellas, la Madre Mariana de Jesús Torres y la Madre Francisca de los Ángeles.
«Queridas Hermanas, –dijo el Prelado– en sueños me pareció ver a mi Madre Santísima, que llena de amor y ternura maternal, me indicaba la visión del Niño Crucificado en el cerro del Pichincha, pidiéndome también, mandarla a grabar en unas estampas, añadiéndole las palabras mencionadas por el Divino Niño en dicha colina».
Nuestra Señora le indicaba así al Obispo, lo mismo que le había revelado a la Madre Mariana, acerca de la difusión de la devoción al Niño Jesús Crucificado, por todo el mundo, incluso Don Oviedo tuvo la impresión también de que las referidas estampas jamás se perderían, por el contrario, serían continuamente reproducidas y tendrían el don de conquistar corazones para el amor a Dios.
  
El Obispo ordenó a la Santa Fundadora, elaborar un dibujo que plasmase la aparición del Niño en la Cruz, y enviarlo a España, lugar donde iban a ser editadas las estampas. Al dibujo, Monseñor Oviedo le adjuntaría una carta dirigida al Rey pidiéndole especial prontitud en la impresión. Prometió también a las Madres, encargarse personalmente, luego de su publicación, de distribuirlas a todas las religiosas del Convento, oferta que cumplió tiempo después.
   
En todas sus apariciones hechas a la Madre Mariana de Jesús Torres, Nuestra Señora de El Buen Suceso, llevaba consigo al Niño Jesús. Y como prueba de su Amor para con el Convento de la Inmaculada Concepción, como también para con estas tierras del Sagrado Corazón de Jesús, entregó en varias ocasiones a su Divino Infante en brazos de la santa religiosa, quien complacida lo recibía con presteza inimaginable y gozo inefable.
  
Tres meses antes de la muerte la Sierva de Dios, en medio de uno de esos sublimes momentos, el Niño Dios, acariciándola, le dice:
«Mi querida y pobre esposa, fíjate bien y medita en tu interior, que la devoción al Niño Jesús será siempre, en todo conflicto, la salvaguardia de éste Convento. Si faltara esta devoción, desaparecerá el bello espíritu de la infancia espiritual en el que se complace mi Padre Celestial.
  
Mientras dicho espíritu exista no habrá poder humano capaz de destruir este Convento mío, tan querido. Felices quienes me amen y me den culto. Yo los llenaré de Luces y Gracias para que sus almas sean preciosas ante mi Padre Celestial y la Santísima Trinidad, en ellas nos deleitaremos.
  
Yo los asistiré en la última agonía y volveré suave su juicio, menor el tiempo de su purificación, y grande el grado de Gloria que tuvieren en el Cielo».
Así el Hijo de Dios, recordaba la Divina sentencia manifestada en cierta ocasión a los Apóstoles: «Si no os hiciereis como un niño, no entraréis en el Reino de los Cielos» (cfr. Mt. 18, 3).
  
La Madre Mariana de Jesús Torres, consiguió así, a través de una devoción sin par al Niño de la Cruz, que aquella inocencia infantil, junto a dones de naturaleza y de Gracia embellezcan su alma por siempre.
 
El Niño Jesús de la Cruz del Pichincha se venera en uno de los altares de la Iglesia perteneciente al Monasterio de la Inmaculada Concepción de Quito, que, vestido como se apareció en la visión de la Madre Mariana y coronado de espinas, muestra las llagas de la Pasión en sus pies y manos.

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