viernes, 16 de febrero de 2024

PRESBÍTERO ALEMÁN NIEGA EL NACIMIENTO VIRGINAL

Traducción del artículo publicado en NOVUS ORDO WATCH. Textos bíblicos tomados de la versión de Mons. Félix Torres Amat.
  
«ES UN SINSENTIDO»: PRESBÍTERO NOVUS ORDO ALEMÁN NIEGA EN ENTREVISTA PÚBLICA EL DOGMA DEL NACIMIENTO VIRGINAL
Dice “no creer en todo” lo que la Iglesia enseña…
    
El “cura obrero” Franz Meurer

El “presbítero” Franz Meurer (nacido en 1951) es un presbítero del Novus Ordo en Colonia (Alemania) en buenos términos con su archidiócesis, la cual es dirigida por el supuestamente conservador “cardenal” Rainer Maria Woelki Ehlert.
    
Conocido por su activismo social y cuidado de los pobres, Meurer ha sido el párroco de la atroz iglesia de San Teodoro en el distrito coloniense de Vingst desde 1992. Como puede verse aquí, la iglesia, construida recientemente a comienzos de la década de 1990, tiene todo el encanto arquitectónico de una planta de tratamiento de aguas residuales.
    
Claro está, no hay nada de malo en que un sacerdote vele por las necesidades materiales de sus prójimos. Después de todo, se nos ordena no solo practicar las obras espirituales de misericordia, sino también las corporales.
    
Aun así, hay un pequeño problema de un tipo diferente con el “padre” Meurer: él no cree en el Catolicismo Romano. De hecho, ese es un problema para alguien que afirma ser sacerdote católico y es reconocido como tal por su diócesis (ocupada por los modernistas).
  
UNA ENTREVISTA DESCARADAMENTE SINCERA
Meurer no parece tímido al anunciarle al mundo su renuncia al catolicismo. Él estaba siendo entrevistado sobre su postura después que un prominente político retirado, Franz Müntefering Schlinkmann (exlíder del Partido Socialdemócrata), había declarado públicamente que no estaba seguro de ser todavía recibido en la Iglesia Católica toda vez que él no cree en todo lo que la Iglesia enseña, especialmente en cosas como Dios, cielo, creación, pecado, tú sabes, las cosas pequeñas y secundarias (se acabó la ironía).
    
La respuesta dada por Meurer fue tan impactante por su contenido como por su franqueza:
«Lo que él [Muntefering] dice es lo más normal del mundo. Todos creen en algo; nadie cree en todo. Por ejemplo, biológicamente, yo no creo en el nacimiento virginal, es solo un sinsentido. Pero el nacimiento virginal como mitología, una narración pensada para ser sobre algo especial, es algo que encontrarás en todas las religiones.
    
Y me gustaría decirle, también, que el principio fundamental principle es que si quieres que un hombre bueno haga algo malo, llévalo a la religión. La religión es lo más peligroso que hay en el mundo. Todo lo que tienes que hacer es ver las noticias, y verás lo que la religión es capaz de hacer: incitar guerras, y un largo etcétera. Eso es, uno debe seleccionar y escoger.
    
Y, en segundo lugar, la fe siempre es una cuestión personal. Un niño le preguntó al Papa Benedicto, el conservador, cuántos caminos hay para llegar a Dios. Y afortunadamente, respondió correctamente: “Tantos como personas hay”» (Rev. Franz Meurer en entrevista con Frank Überall, KiVVON, publicada el 14 de Febrero de 2024; traducción nuestra).
Más tarde en esa misma pregunta, se le pidió a Meurer confirmar si Muntefering aún sería recibido en la Iglesia Católica. A lo que el apóstata pseudosacerdote respondió:
«Bueno, todavía es cristiano [sic]. Si es católico, luterano o de la iglesia anglicana, ¡al Señor Dios le da risa eso! El Señor Dios se ríe de eso.
     
Por cierto, aquí tratamos mucho con los musulmanes, nosotros los cristianos somos minoría aquí. Hay algo maravilloso [declarado] en el Corán: ¿Por qué Dios permitió las diferentes religiones en primer lugar? Y la respuesta [dada] es: para que se superen unos a otros en competir por [hacer] el bien. Y eso, creo, es algo maravilloso».
Para aquellos que entienden el idioma, aquí está la entrevista completa tal como fue publicada en Kivvon, una nueva plataforma de medios sociales con sede en Berlín para periodismo amigable con el despiertismo:
  
Por cierto: en Noviembre de 2013, Meurer fue noticia porque había anunciado que la colecta del domingo siguiente se utilizaría para ayudar a financiar la construcción de una mezquita local (Tal locura fue superada recién en 2021 en Yola, Nigeria, donde ¡la propia diócesis construyó la mezquita!)
    
PONIENDO AL HOMBRE ANTES QUE A DIOS
Para Meurer, el propósito principal de la religión aparentemente es, o al menos debería ser, ayudar a otros en sus necesidades temporales y hacer la propia vida más llevadera. La verdad revelada sobrenaturalmente no tiene lugar en su visión de la religión, ni le importa el amor sobrenatural de Dios.
     
Él puģede pensar que ama a su prójimo, pero no ama a Dios, a quien se le ha mandado amar no sólo con todo su corazón, alma y fuerzas, sino también con toda su mente (ver Luc. X, 27). Así, cualquier bien que haga al prójimo será inútil ante Dios, es decir, no tendrá ningún mérito sobrenatural, porque «sin fe es imposible agradar a Dios» (Hebr. XI, 6), y no tiene fe.
     
Para amar correctamente al prójimo, nuestro amor debe estar animado por el amor a Dios y subordinado a él. Después de todo, el amor de Dios es el primer y mayor mandamiento; el amor al prójimo es sólo el segundo mayor, aunque “como” el primero:
«Y Jesús le respondió: “El primero de todos los mandamientos es este: ‘Escucha, ¡oh Israel!, el Señor Dios tuyo, es el solo Dios; y así amarás al Señor Dios tuyo con todo tu corazon, y con toda tu alma, y con toda tu mente, y con todas tus fuerzas’ [Deut. VI, 4]. Este es el mandamiento primero. El segundo semejante al primero es [Levit. XIX, 18]: ‘Amarás tu prójimo como a ti mismo’. No hay otro mandamiento que sea mayor que estos”» (Marc. XII, 29-31).
El Papa San Pío X explicó esto muy bien en su Carta Apostólica de 1910 contra el movimiento silonista en Francia, que presentaba la caridad cristiana como un mero amor natural al prójimo, en lugar de un amor sobrenatural por el amor de Dios:
«Nos queremos llamar vuestra atención, venerables hermanos, sobre esta deformación del Evangelio y del carácter sagrado de Nuestro Señor Jesucristo, Dios y Hombre, practicada en “Le Sillon” y en otras partes. Cuando se aborda la cuestión social, está de moda en algunos medios eliminar, primeramente la divinidad de Jesucristo y luego no hablar más que de su soberana mansedumbre, de su compasión por todas las miserias humanas, de sus apremiantes exhortaciones al amor del prójimo y a la fraternidad. Ciertamente, Jesús nos ha amado con un amor inmenso, infinito, y ha venido a la tierra a sufrir y morir para que, reunidos alrededor de Él en la justicia y en el amor, animados de los mismos sentimientos de caridad mutua, todos los hombres vivan en la paz y en la felicidad. Pero a la realización de esta felicidad temporal y eterna ha puesto, con una autoridad soberana, la condición de que se forme parte de su rebaño, que se acepte su doctrina, que se practique su virtud y que se deje uno enseñar y guiar por Pedro y sus sucesores. Porque, si Jesús ha sido bueno para los extraviados y los pecadores, no ha respetado sus convicciones erróneas, por muy sinceras que pareciesen, los ha amado a todos para instruirlos, convertirlos y salvarlos. Si ha llamado hacia sí, para aliviarlos, a los que padecen y sufren (Matth. XI, 28), no ha sido para predicarles el celo por una del igualdad quimérica. Si ha levantado a los humildes, no ha sido para inspirarles el sentimiento de una dignidad independiente y rebelde a la obediencia. Si su corazón desbordaba mansedumbre para las almas de buena voluntad, ha sabido igualmente armarse de una santa indignación contra los profanadores de la casa de Dios (Matth. XXI, 13; Luc. XIX, 46), contra los miserables que escandalizan a los pequeños (Luc. XVII, 2), contra las autoridades que agobian al pueblo bajo el peso de onerosas cargas sin poner en ellas ni un dedo para aliviarlas (Matth. XXIII, 4). Ha sido tan enérgico como dulce, ha reprendido, amenazado, castigado, sabiendo y enseñándonos que con frecuencia el temor es el comienzo de la sabiduría (Prov. I, 7; IX, 10) y que conviene a veces cortar un miembro para salvar al cuerpo (Matth. XVIII, 8-9). Finalmente, no ha anunciado para la sociedad futura el reino de una felicidad ideal, del cual el sufrimiento quedara desterrado, sino que con sus lecciones y con sus ejemplos ha trazado el camino de la felicidad posible en la tierra y de la felicidad perfecta en el Cielo: el camino de la Cruz. Estas son enseñanzas que se intentaría equivocadamente aplicar solamente a la vida individual con vistas a la salvación eterna. Son enseñanzas eminentemente sociales, y nos demuestran en Nuestro Señor Jesucristo algo muy distinto de un humanitarismo sin consistencia y sin autoridad» (Papa San Pío X, Encíclica “Notre charge Apostolique”; subrayado añadido).
El que subordina el amor al prójimo al amor de Dios entiende lo que Cristo quiso decir cuando instruyó a sus discípulos: «Quien ama al padre o a la madre mas que a Mí, no merece ser Mío; y quien ama al hijo o a la hija más que a Mí, tampoco merece ser Mío» (Matth. X, 37).

RESPONDIENDO A LOS COMENTARIOS DE MEURER
Entonces el “padre” Meurer no cree en el nacimiento virginal de Jesucristo porque cree que es “Quatsch” (“tonterías”). Esto es simplemente un testimonio de su incredulidad y, por lo tanto, se incrimina a sí mismo, y ciertamente no a Dios ni a la Iglesia. No hay razón por la cual Aquel que creó el mundo de la nada, dividió el Mar Rojo, hizo llover maná del cielo, se transfiguró en el monte Tabor y atravesó Su propia tumba cerrada y las puertas cerradas con llave con Su Cuerpo glorificado, no pueda nacer de una Virgen perpetua.
    
Para una explicación detallada y defensa del dogma de que la Madre de Dios, María Santísima, permaneció Virgen incluso en el sentido físico-biológico antes, durante y después del nacimiento de su Divino Hijo, consulta la siguiente publicación:
En 649, un sínodo celebrado en el Palacio de Letrán en Roma declaró lo siguiente con la aprobación del Papa San Martín I, entonces reinante:
«Si alguno no confiesa, de acuerdo con los Santos Padres, propiamente y según verdad por madre de Dios a la santa y siempre Virgen María, como quiera que concibió en los últimos tiempos sin semen por obra del Espíritu Santo al mismo Dios Verbo propia y verdaderamente, que antes de todos los siglos nació de Dios Padre, e incorruptiblemente le engendró, permaneciendo ella, aun después del parto, en su virginidad indisoluble, sea anatema» (Concilio de Letrán, 5 a 31 de Octubre del 649, canon 3.º; Denzinger 256).
Por supuesto, a Meurer esto no le importa: para él es una “tontería”. Sería inútil citar más pruebas magistrales en su contra, ya que se niega a creer. Pero, como nos advierte la Sagrada Escritura: «Todo aquel que no persevera en la doctrina de Cristo, sino que se aparta de ella, no tiene a Dios, el que persevera en ella, ese tiene o posee dentro de sí al Padre y al Hijo» (2.ª Joann., cap. único, v. 9); «El que creyere, y se bautizare, se salvará; pero el que no creyere, será condenado» (Marc. XVI, 16).
     
Al reinterpretar el dogma del nacimiento virginal/virginidad perpetua como una bonita historia mitológica que no pretende ser cierta, Meurer revela que es un modernista clásico. De hecho, el teólogo jesuita p. José de Aldama (1903-1980) señaló que el dogma de la Maternidad Virginal de Nuestra Señora es negado, entre otros herejes, precisamente por…
«… Racionalistas y Modernistas que, teniendo aborrecimiento por todo lo sobrenatural, dicen que la doctrina católica sobre la maternidad virginal fue introducida en el siglo II por influencia de las enseñanzas de los docetistas…, o es algún tipo de mito o leyenda a la que [el modernista Hugo] Koch asignó varias etapas [inventadas]» (Rev. José Antonio de Aldama y Pruaño SJ, Sacræ Theologíæ Summa IIIA: Sobre la Santísima Virgen María, n.º 105; cursiva dada).
El modernista, sin embargo, no niega “simplemente” este dogma particular, ni siquiera un cierto conjunto de dogmas. Más bien, los modernistas subvierten y destruyen el concepto mismo de dogma: pervierten incluso lo que es el dogma.
    
Así encontramos el siguiente error condenado por San Pío X en su Syllabus de Errores Modernistas: «Los dogmas que la Iglesia presenta como revelados no son verdades venidas del Cielo, sino sólo una interpretación de hechos religiosos que la mente humana se ha proporcionado por medio de un esfuerzo laborioso» (Decreto “Lamentábili sane éxitu”, Error N.º 22;  Denz. 2022).
    
Parecería que al negar el nacimiento virginal, Meurer cree que Jesucristo no es verdaderamente Dios sino el hijo biológico de San José. Esto es herejía y blasfemia, de la que surgen innumerables otras herejías y blasfemias.
    
Pero luego, Meurer dejó claro lo que piensa de la religión en general: «…si quieres que un hombre bueno haga algo malo, llévalo a la religión. La religión es lo más peligroso que hay en el mundo. Todo lo que tienes que hacer es ver las noticias…». ¡Como si los ateos marxistas nunca hubieran iniciado guerras o revoluciones sangrientas!
    
Aparentemente para Meurer, el hombre sin religión es (o puede ser) bueno, pero luego llega la religión y lo corrompe, al menos potencialmente. Tal inversión diabólica de la verdad ilustra qué espíritu informa la conciencia de Meurer, y no es el Espíritu Santo.
    
¡Precisamente porque la humanidad se encontró esclavizada al pecado, al diablo, con una fuerte inclinación a hacer el mal, que nuestro Señor Jesucristo vino a redimirla!
«Que amó tanto Dios al mundo, que no paró hasta dar a su Hijo unigénito; a fin de que todos los que creen en él, no perezcan, sino que vivan vida eterna. Pues no envió Dios su Hijo al mundo, para condenar al mundo, sino para que por su medio el mundo se salve. Quien cree en él, no es condenado; pero quien no cree, ya tiene hecha la condena; por lo mismo que no cree en el nombre del Hijo unigénito de Dios. Este juicio de condenación consiste, en que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas, que la luz; por cuanto sus obras eran malas» (Joann. III, 16-19).
Nuestro Señor recordó a los fariseos que «de lo interior del corazón del hombre es de donde proceden los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las malicias, los fraudes, las deshonestidades, la envidia y mala intención, la blasfemia o maledicencia, la soberbia, la estupidez o la sinrazón. Todos estos vicios proceden del interior, esos son los que manchan al hombre, y de los que ha de purificarse» (Marc. VII, 21-23). No es de extrañar, por tanto, que «Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía bien a todos, conocía la debilidad e inconstancia de su fe, y no necesitaba que nadie le diera testimonio o le informase acerca de hombre alguno, porque sabía Él mismo lo que hay dentro de cada hombre» (Joann. II, 24-25).
     
En cuanto a la emocionada cita de Meurer del “Papa” Benedicto XVI, quien supuestamente dijo que hay tantos caminos hacia Dios como personas, no dudamos que realmente lo dijo. El Señor Jesús, sin embargo, enseñó un evangelio diferente: «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida: nadie viene al Padre, sino por mí» (Joann. XIV, 6). Y eso es precisamente lo que predicaron los Apóstoles: «Este Jesús es aquella piedra que vosotros desechásteis al edificar, la cual ha venido a ser la principal piedra del ángulo: fuera de Él no hay que buscar la salvación en ningun otro. Pues no se ha dado a los hombres otro nombre debajo del cielo, por el cual debamos salvarnos» (Act. IV, 11-12).
    
El presbítero apóstata de Colonia puede pensar que Dios se ríe de todo esto, pero la verdadera religión no fue motivo de risa para los mártires que voluntariamente y con amor soportaron incluso las muertes más crueles en lugar de renunciar a un ápice de la verdad divinamente revelada, incluidos los mártires que fueron asesinados por luteranos, anglicanos y otros protestantes, podríamos añadir. Santo Tomás Moro, San Juan Fisher, San Fidel de Sigmaringa y el Beato Edmundo Campion me viene a la mente de inmediato.
   
El feliz acuerdo de Meurer con la aparente enseñanza del Corán de que Dios permite que muchas religiones diferentes compitan entre sí para ver quién puede hacer el mayor bien, muestra nuevamente que el hombre es un modernista, un indiferente, un naturalista. Para él, la religión no se trata de nada sobrenatural, sino de hacer del mundo un lugar mejor. Esto es totalmente compatible con el “Evangelio del Hombre” de Bergoglio, según el cual «El pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a los seres humanos» (Documento de Abu Dabi sobre la Fraternidad humana, 4 de Febrero de 2019).

Parece, sin embargo, que Meurer se ha visto envuelto en una contradicción. Al principio dice que la religión es lo más peligroso del mundo, ya que tiene la capacidad de convertir a un hombre bueno en malo, y luego termina diciendo que está de acuerdo con el testimonio del libro “sagrado” musulmán, el Corán, de que Dios permitió que muchas religiones diferentes compitieran entre sí para hacer el mayor bien.
  
UN HEREJE FORMAL, NO MATERIAL
Los comentarios de Meurer revelan que es un hereje en el sentido correcto (en realidad, un apóstata, pero la apostasía difiere de la herejía sólo en grado, no en especie). No tiene fe y realmente no cree en lo sobrenatural. Es modernista, indiferente y naturalista.
   
Seamos claros, entonces, que no estamos hablando aquí de herejía material sino de herejía formal. El hombre no se equivoca inocentemente en un punto del dogma; está rechazando consciente y voluntariamente lo que sabe que la Iglesia enseña. Por lo tanto, es un hereje formal y no se necesita ninguna declaración oficial ni juicio de la Iglesia para saberlo. ¿Por qué? Porque su pertinacia –la voluntad deliberada de contradecir un dogma definido de la Iglesia– está manifiestamente presente. El hombre grita su pertinacia a los cuatro vientos, por así decirlo. Así como no se necesita un certificado oficial de defunción de la oficina del forense para saber que un hombre cuyo cuerpo ha estado visiblemente descomponiéndose durante días está muerto, tampoco se necesita una declaración eclesiástica oficial para saber que Meurer no es católico.
    
Su afirmación de que nadie cree todo [la Iglesia enseña], y su exhortación explícita a elegir (en alemán, “eine Auswahl treffen”, «hacer una selección»), no podrían revelar más claramente su depravación herética. La palabra herejía proviene del griego haíresis [αἵρεσις], definida como «acto de tomar, elección, curso de acción o pensamiento, sistema de principios, secta, facción», de haireîn [αἱρεῖν] «tomar, captar, (voz media) obtener, elegir, preferir» (consultar el diccionario inglés Merriam-Webster aquí).
  
Un hereje, entonces, es alguien que elige qué dogmas creerá. Como tal, no posee la virtud de la Fe y por tanto no cree (en el sentido propio de la palabra) en nada en absoluto. La razón es que la virtud de la Fe divina es el rápido asentimiento a lo que Dios ha revelado por la razón de que el Dios omnisciente y todo veraz lo ha revelado. Tal Fe verdadera es sobrenatural y requiere la asistencia de Dios (gracia real). La fe genuina, por lo tanto, es un verdadero don de nuestro Señor.
   
La fe por su propia naturaleza es todo o nada porque si el motivo de nuestro asentimiento es el hecho de que es Dios quien nos ha revelado una cierta verdad, que no puede engañarnos ni ser engañado, entonces es imposible que podamos retener nuestro consentimiento de algunos de ellos, sin contradecir este motivo. Y así, debido a que la fe es todo o nada, la herejía (escoger y elegir aquello a lo que uno asentirá) es inherentemente incompatible con ella.
   
El que, como el “P.” Meurer, consciente y obstinadamente niega incluso un solo dogma, manifiesta con ello que no tiene fe divina en absoluto, porque deja en claro que asiente al dogma no porque Dios lo haya revelado, sino por algún otro motivo insuficiente, generalmente porque lo considera razonable, conveniente o conforme a su visión sociopolítica, etc.
   
Con esto en mente, ahora podemos comprender mejor lo que enseñó el Papa León XIII sobre la fe y la herejía:
«Penetrada plenamente de estos principios, y cuidadosa de su deber, la Iglesia nada ha deseado con tanto ardor ni procurado con tanto esfuerzo, como conservar del modo más perfecto la integridad de la fe. Por esto ha mirado como a rebeldes declarados y ha desterrado de su seno a todos los que no piensan como ella sobre cualquier punto de su doctrina. Los arrianos, los montanistas, los novacianos, los cuartodecimanos, los eutiquianos no abandonaron, seguramente, toda la doctrina católica, sino solamente tal o cual parte, y, sin embargo, ¿quién ignora que fueron declarados herejes y arrojados del seno de la Iglesia? Un juicio semejante ha condenado a todos los favorecedores de doctrinas erróneas que fueron apareciendo en las diferentes épocas de la historia. “Nada es más peligroso que esos heterodoxos que, conservando en lo demás la integridad de la doctrina, con una sola palabra, como gota de veneno, corrompen la pureza y sencillez de la fe que hemos recibido de la tradición dominical, después apostólica” (San Gregorio de Elvira, Tratado de la Fe Ortodoxa contra los Arrianos, c. 1. Migne, Patrología Latína 17, 552). Tal ha sido constantemente la costumbre de la Iglesia, apoyada por el juicio unánime de los Santos Padres, que siempre han mirado como excluido de la comunión católica y fuera de la Iglesia a cualquiera que se separe en lo más mínimo de la doctrina enseñada por el magisterio auténtico. San Epifanio, San Agustín, Teodoreto, han mencionado un gran número de herejías de su tiempo. San Agustín hace notar que otras clases de herejías pueden desarrollarse, y que, si alguno se adhiere a una sola de ellas, por ese mismo hecho se separa de la unidad católica. “De que alguno diga que no cree en esos errores (esto es, las herejías que acaba de enumerar), no se sigue que deba creerse y decirse católico. Pues puede haber y pueden surgir otras herejías que no están mencionadas en esa obra y cualquiera que abrazase una sola de ellas cesaría de ser cristiano católico” (San Agustín, De las herejías, n.º 88. Migne, Patrología Latína 42, 50)» (Papa León XIII, Encíclica “Satis Cógnitum”).
El Papa Benedicto XV hizo un breve resumen del asunto en su carta encíclica inaugural, de la siguiente manera:
«La fe católica es de tal índole y naturaleza, que nada se le puede añadir ni quitar: o se profesa por entero o se rechaza por entero: “Esta es la fe católica; y quien no la creyere firme y fielmente no podrá salvarse” [Símbolo de San Atanasio]. No hay, pues, necesidad de añadir calificativos para significar la profesión católica; bástale a cada uno esta profesión: “Cristiano es mi nombre, católico, mi apellido”; procure tan sólo ser en efecto aquello que dice» (Papa Benedicto XV, Encíclica “Ad Beatíssimi Apostolórum Príncipis cáthedram”).
A pesar de su manifiesta herejía, Meurer parece tener una personalidad afable, y su agradable acento regional seguramente le ayuda en ese sentido. Sin embargo, tales cualidades lo hacen aún más peligroso, precisamente porque da la impresión de ser un buen tipo, al igual que es más probable que se trague el veneno si se mezcla con miel que con vinagre.

La advertencia de San Pablo se aplica eminentemente a este demonio apóstata de Colonia:
«Pues los tales falsos apóstoles, son operarios engañosos e hipócritas, que se disfrazan de apóstoles de Cristo. Y no es de extrañar; pues el mismo satanás se trasforma en ángel de luz: así no es mucho que sus ministros se trasfiguren en ministros de justicia o de santidad; mas su paradero será conforme a sus obras» (2.ª Corintios XI, 13-15).
¡Que nadie diga que no lo advertimos!

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