EL OPUS DEI, ¿UN FARISEÍSMO, UN SADUCEÍSMO, UN HERODIANISMO?
Padre Raúl Sánchez Abelenda
Giovanni Battista Montini Alghisi (Antipapa Pablo VI) “bendiciendo” a Álvaro del Portillo Díez de Solano (sucesor de José María Escriba y Albás, y primer Prelado del Opus Dei).
PRIMERA PARTE: ORDEN GENERAL
La Iglesia católica hoy está sumergida en
múltiples problemas. Lamentablemente estos problemas se han ido
encarnando de quince años a esta parte y ya está institucionalizados,
han tomado carta de ciudadanía y forman parte de la mentalidad de la
gente. Ahora es muy difícil sacarla de allí. Cuando el último
Cónclave, hablaba con amigos de Buenos Aires, y les decía que, si por
un milagro Dios nos diera un Papa como San Pío X, que con mano enérgica y
con celo quisiera arreglar las cosas, restituyendo, por ejemplo, el
verdadero culto, que está en la Misa de siempre y cuya existencia
tiene por lo menos, 1500 años (...) si quisiera arreglar eso, ese Sumo
Pontífice se quedaría con diez personas, porque la misma gente que
quiere que las cosas estén bien ya tiene la mentalidad cambiada. En la
nueva misa, por ejemplo, lo único que no quieren es que haya
guitarras, y el problema de la nueva misa nunca fue de guitarras. El
problema es si se conserva o no se conserva el rito (...).
A raíz del Concilio Vaticano II, que fue la
eclosión de algo muy sedimentado, la Iglesia se ha empapado de
liberalismo, y no constituye una ofensa para nadie decirlo, porque en
las mismas proclamas de las autoridades oficiales está el liberalismo.
Incluso algunas emplean fórmulas que son marxistas, como la del “hombre nuevo” (también San Pablo habla del “hombre nuevo”), pero el “hombre nuevo” que ahora se menciona, nunca es colocado en una perspectiva sobrenatural,
a ese “hombre nuevo” lo simplifican y ponen
siempre en cosas temporales.
Dentro de ese liberalismo, decía, que tiene
carta de ciudadanía en la Iglesia, está el llamado “liberalismo de tercer grado”.
El “liberalismo de primer grado” es el laicismo. El de “segundo grado”,
que fue el que primó en los últimos ochenta años de nuestra cultura
argentina, consistía en respetar un catolicismo de conciencia (que se
enseñara el catolicismo en las parroquias, en las escuelas públicas
después de las horas de clase, y también alguna provincia admitió la
enseñanza religiosa, etc., etc.). De manera que se trata de un “liberalismo católico”.
Ahora bien, el “liberalismo de tercer grado”
es el catolicismo liberal, y el catolicismo liberal ha sido
condenado por la Doctrina de la Iglesia, y me remito a los Papas
Gregorio XVI con la Mirári Vos, Pío IX con la Quánta Cura y con el Sýllabus (proposición 80).
Yo coloco al Opus Dei en el “liberalismo de tercer grado”: es un catolicismo liberal, y entre el liberalismo y el
catolicismo no hay acuerdo posible. Me remito a la obra, que sigue
vigente, “El liberalismo es pecado”, de Sardá y Salvany, y también a la
formidable obrita del Cardenal Billot “El error del liberalismo”.
Y las tres tentaciones de nuestro Señor
Jesucristo dan sentido a los múltiples problemas que vive la Iglesia.
Fijémonos que el demonio no puede presentar la última tentación de
golpe, tuvo, en cambio, que ir gradualmente (...) El demonio no pudo
presentarle abiertamente la tercera tentación a Cristo; en cambio, es
muy fácil que un católico con cierta espiritualidad, ejercitando
vencer las pasiones, rehuya las tentaciones sensibles y no pueda
resistirse a la invitación a “conquistar el mundo”. El diablo le dice
entonces: «¡Conquista el mundo, porque tú, cuando conquistes el mundo,
lo conquistarás para Cristo!».
Entonces yo pregunto: ¿con qué tipo de
tentación está mechado el Opus Dei? Está mechado con la tercera
tentación, que el diablo no puede presentar abiertamente ante
nosotros. No se olviden de que eso de querer ganar al mundo para
Cristo, aparece como muy apostólico...
Yo sostengo que el Opus Dei hace una síntesis
de tres cosas que no son cristianas, y me remito en esto a la
historia. ¿Cuáles fueron los enemigos clásicos de Jesucristo mientras
vivió su vida pública? El fariseísmo, el saduceísmo y el herodianismo.
Los herodianos aparecen menos, sin embargo dialectizan la obra de
Jesucristo. «¿Hay que pagar el tributo al César?»... Se lo
cuestionaron los herodianos, porque no querían la dominación romana, y
entonces dialectizan a Nuestro Señor con los problemas de este mundo, y
Nuestro Señor, la Sabiduría infinita, manda «dar al César lo que es
del César y a Dios lo que es de Dios». O sea, que esa dialéctica entre
lo temporal y lo sobrenatural, es de cuño herodiano.
El Opus Dei, dice Monseñor Escrivá de
Balaguer, tiene que volcarse al mundo y secularizarse, y agrega que no
debe haber dialéctica entre progresismo e integrismo, entre mundo y
espiritualidad (...)
¿Cuáles son las objeciones que los saduceos
le ponen a Jesucristo? los saduceos no creen en la resurrección de la
carne (...) El saduceísmo es algo puramente temporal, y el Opus Dei
tiene un cuño saduceísta con esa apetencia de lo temporal, de los
poderes de la política, de la economía, el poder que da el dinero,
etc., etc.
Y el fariseísmo, como dice el Padre
Castellani repitiendo a San Gregorio Papa, es la corrupción de lo
religioso. Y creer que yo me salvo porque pertenezco al Opus Dei,
acusa una religiosidad muy malsana.
Pero pienso que, entre este herodianismo,
este saduceísmo y este fariseísmo, la clave la da (y esto se le puede
escapar a la gente del Opus Dei y a los que simpatizan con él) el
saduceísmo. El saduceísmo fue algo que ya en tiempos de Jesucristo se
arrastraba del Antiguo Testamento; por eso, al decir que el Opus Dei
propugna un neosaduceísmo en los católicos militantes o practicantes,
decimos que el Opus Dei está resucitando algo del Antiguo Testamento.
Y el saduceismo, aunque existan matices,
viene a ser un sinónimo del calvinismo. El calvinismo aparece en el
siglo XVI, recoge la reforma luterana, con su cultura clásica se
propone darle un sentido clásico a eso burdo y salvaje que fue la
doctrina de Lutero, y fundamenta la salvación estableciendo la
predestinación.
¿Cómo hace Calvino para fundamentar esa
predestinación? De un modo gráfico, él se pregunta: «¿Cómo me consta a
mí, o cómo les consta a los cristianos calvinistas, que estoy, o que
están salvados?». Se vale de, y recoge un contexto del Antiguo
Testamento. Ustedes saben que Nuestro Señor tuvo que aplicar con los
judíos, que eran de dura cerviz, una pedagogía que iba de lo interno a
lo externo, de lo sensible a lo espiritual (pedagogía que luego irá
depurando). Así, hacía uso de bienes materiales: quien es fiel a Dios,
tiene bienes materiales (que en esa época estaban representados por la
prole, manadas de ovejas, campos, embarcaciones, etc.). La bendición
de Dios, en ese contexto, se manifiesta con bienes materiales, otorga
poder.
Y en el libro de Job, encontramos un ejemplo
claro. El protagonista, que no es hebreo, puede ser semita, y los
especialistas sostienen que pudo haber sido idumeo, es probado por
Dios. Dios permite que se quemen sus campos, que se mueran sus
animales y sus hijos, que hasta se vuelva leproso y termine rascándose
las úlceras con una teja en un estercolero, mientras sus amigos le
reprochan: «Tú que fuiste siempre tan bueno con Dios y tan fiel a la
Ley, ¿cómo es que Dios te castiga?». Claro ante sus contemporáneos, Job
aparecía como maldito, ya que la señal de estar bendecido por Dios era
ser rico. Job reniega del día de su nacimiento, pero -como dicen las
Sagradas Escrituras-nunca pecó. Pasada la prueba, Dios bendice a Job
devolviéndole aquello de lo que lo había privado, pero multiplicado.
De manera que, en el Antiguo Testamento, el bendecido por Dios, era el
hombre favorecido temporalmente. Y esto nos lleva a Calvino.
Max Weber señala al protestantismo como
promotor del capitalismo liberal. Pero, ¿qué protestantismo? El
protestantismo calvinista: no en balde el calvinismo influyó mucho en
Inglaterra -dueña de dos mares y de la Commonwealth-, y en los Estados
Unidos, tanto en su constitución como en su sistema de gobierno, y
luego en su espíritu imperialista, que los impulsó a buscar extenderse
hacia el oeste y hacia dominios mejicanos, españoles, etc.
Así
entonces, el calvinismo recoge la figura
del Antiguo Testamento y sostiene que el cristianismo calvinista (el
“cristianismo verdadero”) que cree en el poder temporal, podrá
sentirse seguro de estar salvado. La señal, entonces, es tener poder
de las finanzas, los controles de la cultura, integrar un gabinete,
fundar universidades, integrar los directorios de bancos, etc., etc.
El calvinismo es una expresión depurada, y un poquito refinada, de ese
saduceísmo brutal que existía en tiempos de Nuestro Señor, y que
forma parte de la mentalidad judía.
Es la característica del Opus Dei: esa
apetencia de dominar lo temporal, para luego, mediante ese dominio de
lo temporal, hacer apostolado. Obviamente ellos no lo van a decir
claramente porque suena un poco fuerte, pero sí van a insistir en que
su espiritualidad es laical, es secular, en que hay que lograr una
armonía con el mundo.
Bien,
si yo procuro una armonía con el mundo,
tengo que servirme de todo lo que me da el mundo. Es cierto que “para
santificarlo”, como dice el Opus Dei, pero no puedo dejar de valerme
de aquello que no solamente me brinda, sino que constituye la
estructura del mundo. ¿Y cual es esa estructura que constituye el
mundo? El poder.
El poder del dinero, de la cultura, de las
influencias. El mundo es poder. Porque el mundo sabe que, después de
él, no hay nada más. Decía San Pablo que «si no resucitamos para nuestra fe, comamos y bebamos»
o sea, vivamos el espíritu del mundo, vivamos el poder, el poder
material... con mucho “equilibrio”, por cierto, con mucha eutrapelia
(buen humor), pero son esas las cosas “del mundo”, y esa es la postura
del Opus Dei, que insiste en una espiritualilidad laical y en un
compromiso con el mundo.
Se puede hacer frente a esto con tres frases
del Evangelio. En primer lugar, Jesucristo pone como norma de oro que
rige nuestra conducta aquello de «buscar primero el Reino de Dios»,
su ordenamiento, su santidad, eso significa la justicia, que es el
objetivo de todo cristiano, lo que me hace justo ante Dios, y me hace
justo porque la Sabiduría de Dios (no la voluntad de Dios), lo ha
establecido como justo (la Sabiduría de Dios lo establece y la
Voluntad divina lo impera), y lo demás «se dará por añadidura». El espíritu secular, mundano, calvinista, insiste y pone el tono en la “añadidura”, más que en el “Reino de Dios”.
¿De manera que yo busco primero la añadidura,
canonizo, santifico, primordializo la añadidura, para luego buscar el
Reino de Dios y su justicia? ¡Jesucristo no nos ha enseñado eso!
Otra frase del Señor: «No ruego por el mundo, sino por estos que están en el mundo».
Fueron las palabras testamentarias de Nuestro Señor, las que usó en
su sermón de despedida con sus íntimos, cuando el Corazón del Salvador
se abrió de par en par, antes de entregarse con plena libertad y por
amor a su Padre y a nosotros, a su Pasión.
Y aquélla otra frase que pertenece a Nuestro Señor, aunque la dice San Pablo: «No queráis conformaros con este siglo».
Esto lo dice la Palabra Revelada, y junto a ella, todas las éticas
cristianas, tan múltiples, tan variadas, desde los Padres del
desierto, pasando por todas las corrientes de espiritualidad
legítimas, algunas muy fieles, otras quizás no tanto, han presentado
esta separación del mundo.
Cuando la Iglesia orienta correctamente al
individuo, evitando el clericalismo, siempre le dice que el cristiano,
si bien tiene que cumplir sus tareas, sus deberes de estado en este
mundo, no puede identificar su fin, su salvación eterna, su felicidad
total, con el espíritu del mundo, O sea que el cristiano, aunque está
en el mundo, no debe dejarse avasallar por el espíritu del mundo,
porque el espíritu del mundo es contagioso y nos aparta del espíritu
de Cristo.
Ahora bien, el calvinismo tiene otra inflexión, que resulta un poco más sutil.
El calvinismo se caracteriza por un
voluntarismo. La teología y la filosofía cristianas, siempre han
defendido la primacía de la inteligencia sobre la voluntad. No el
primado racionalista cartesiano, que ya corresponde al mundo
moderno (...). «Volúntas séquitur intelléctum», es decir, «La voluntad sigue al entendimiento»,
es un adagio, un apotegma de la filosofía y de la teología católica.
El objeto de la voluntad es el bien, pero la voluntad no lo conoce,
quien le presenta a la voluntad el bien para que lo desee, lo apetezca
y lo alcance, es la inteligencia. La sana teología, y la
espiritualidad se basa siempre en una sana teología, no es
voluntarista, es intelectualista.
El calvinismo, por el contrario, se basa en
un voluntarismo a ultranza. El voluntarismo ya empezó a manifestarse
en la decadencia de la Edad Media, sobre todo el la obra de Guillermo
de Ockam. Todo el pensamiento moderno no surge de pronto y por obra de
René Descartes, sino que se arrastra de la misma corrupción de la
escolástica medieval (en ella tuvo su causa y su proceso).
De tal voluntarismo se valdrá Calvino para fundamentar la teoría de la predestinación.
La teoría de la salvación calvinista es
horrorosa, porque hace depender la salvación del antojo de Dios. Dios
hace nacer a algunos hombres para que se condenen y a otros para que
se salven. El que está destinado a salvarse, aunque sea un granuja, se
salva; y el que está destinado al Infierno, aunque sea un santo
varón, se condena.
La predestinación calvinista ha sido
condenada por la Iglesia católica, felizmente y con términos claros,
como debe proceder la autoridad cuando condena algo, y se debe
proceder “dogmáticamente”, no “pastoralmente” (que es un término que
han inventado ahora y que se presta a cualquier cosa). Cuando se
defiende algo, se debe precisar la tesis y se debe obligar a los fieles, por lo menos intrínsecamente, a seguir esa definición si se quiere seguir siendo católico.
Pues bien, hay una predestinación católica,
por supuesto que la hay, a ustedes les basta con ver el prólogo de esa
bellísima carta de San Pablo a los Efesios. ¿Cómo Dios va a ignorar,
en su acto simplísimo de saber, Dios que conoce la omnipotencia de su
Sabiduría los futuros contingentes, si alguien está salvado o no? Y
quienes se salvan, se salvan por los méritos de Jesucristo. ¿Qué
diferencia la predestinación católica de la luterana? La
predestinación católica salva la justicia divina: la Sabiduría divina
rige a la voluntad divina, aunque todo se aúne en la simplicidad
divina.
En cambio, para Calvino, la voluntad divina
está sobre y se impone a la inteligencia divina. Y eso se manifiesta
al comparar a Dios como legislador y como juez. Para nosotros, los
católicos, y conforme a la doctrina de Santo Tomás de Aquino, Dios
primero es Legislador, en el orden natural y en el orden sobrenatural.
La inteligencia divina ha establecido un orden en el mundo. Creó al
mundo y al hombre, rey de la creación, conforme a un orden. Un orden
querido por Dios, pero no querido arbitrariamente.
Cuando se dice orden, se está haciendo alusión directa a la
inteligencia: es propio, y le corresponde al sabio, al que conoce, ordenar (...) De manera entonces que en la concepción católica permanece Dios como Legislador.
Dios es nuestro juez, juzgará si nosotros, haciendo buen uso de la
libertad en el tiempo, hemos o no hemos cumplido su ley. Dios nos
juzgará en virtud de las leyes que nos hadado. No estamos obligados a
obedecer ciegamente sus leyes: nos ha hecho libres de acatar o no sus
órdenes. Si las hemos acatado, si hemos observado la ley divina, nos
juzgará premiándonos. Si no la hemos observado (somos libres de no
hacerlo), en ese caso, y no por un antojo, seremos condenados.
En Calvino las cosas se invierten: prevalece
el “Dios-juez” sobre el “Dios-legislador”. Incluso extenderá esta idea
a la concepción del Derecho, y llega a decir que al Derecho “lo hace
la voluntad de los jueces”. No hay normas objetivas en el Derecho, aún
en el Derecho humano, y con mayor razón no las habrá en el divino.
Este calvinismo voluntarista tiene que
refugiarse en algo que implique y asegure el ejercicio del poder, del
dominio, en una concepción prometeica y voluntarista del hombre,
porque la base de esa horrible predestinación de Calvino es su
concepción voluntarista de Dios y de la economía de la salvación.
Entonces Dios condena porque prevalece en Él la voluntad y hace lo que
se le antoja, y lo que Dios hace es santísimo e inapelable.
Ahora bien, ¿cómo se asegura a un cristiano que
está salvado?, ¿cómo se refleja en lo temporal esa Voluntad eterna?,
¿cómo se manifiesta que Dios ha decretado desde su “santísimo antojo”
salvarme y no condenarme aunque yo sea un granuja? Dios me beneficiará
con bienes materiales, poder, influencias, etc. O sea, se resucita la
vieja concepción judía (que antes de Cristo le valió a Dios como
pedagogía) trasladada ahora a una visión cristiana.
Esta idea del paralelismo entre el calvinismo
y el “opusdeísmo” no es mía. El profesor Elías de Tejada y Espínola
la expuso claramente en una de sus glosas, la número 3 de la lección 4,
página 149 del segundo tomo de su “Filosofía del Derecho”. En ella, y
a propósito de la concepción jurídica de un prominente hombre del
Opus Dei, Álvaro d’Ors, hace notar que tiene su antecedente en el
calvinismo, en el voluntarismo y saduceismo calvinistas. Elías de
Tejada no emplea exactamente la palabra “saduceísmo”, pero en cambio
ésta sí aparece en el libro de Wast, en la página 78, a propósito del
poder de las finanzas de que se vale el Opus Dei.
Hago un resumen antes de pasar a la parte instrumental:
- Hay múltiples problemas institucionalizados en la Iglesia, que la Iglesia oficial hoy quiere galvanizar, canonizando todo lo que se ha hecho con y a partir del Concilio Vaticano II.
- En este momento de pseudoequilibrio que puede imantar, hipnotizar, adormecer a tantos católicos que son justos, que viven de su fe, que quieren ser católicos desde las entrañas, se introduce con peligro el Opus Dei, que recoge siempre, en los países católicos, sus feligreses, sus socios, en la derecha (no me gusta hablar de “derecha” e “izquierda”, ni siquiera en política, porque es un modo liberal de expresarse, pero como estos términos se usan, los tomo a modo instrumental), en nuestro ambiente de derecha tradicional, los cautiva con ese orden de fomentar la propia espiritualidad, de prepararlos para conquistar el mundo, porque ese mundo se conquista para Dios, y hay que tener “influencias en el mundo”.
- El Opus Dei no acepta hacer dialéctica entre tradición y esta nueva postura ante el mundo, esta “apertura apostólica” que nos ha legado el Concilio Vaticano II.
- Hay también un marcado herodianismo en ese compromiso con el mundo, que es el olvido de las palabras divinas: «buscad primero el Reino de Dios...»; y un fariseísmo con ese espíritu de ghetto que los caracteriza y que hace que les importe salvarse ellos y no a los demás, cuando el genuino espíritu católico es tener afán apostólico de salvar a todos, porque aún el monje, el anacoreta en el desierto, buscan la salvación de las otras almas. No en balde Pío XI declaró “Patrona de las Misiones Católicas” a Santa Teresita, una monjita recluida en un Carmelo, que, sin embargo, hizo tanto por las misiones como el incansable San Francisco Javier, que sí se esforzó materialmente. Todo espíritu de oración y de sacrificio no es de ghetto, sino que es para todos.
- Y en esa perspectiva se inscribe el Opus Dei especialmente con su característica de “saduceísmo calvinista”, o de “neocalvinismo” que resucita al saduceísmo. con esa impronta, con esa tónica, con esa dominante, especialmente en el afán de lo temporal, por más que la gente del Opus Dei diga que se trata de conquistar el mundo para Cristo.
- Es un calvinismo voluntarista, de ahí la convicción de estar salvado por la pertenencia al grupo, y que los demás revienten (disculpen la expresión un poco brusca), y que responde a esa concepción calvinista de la predestinación por la que Dios salva a quien quiere, y a quien quiere condena.
SEGUNDA PARTE: PARTE INSTRUMENTAL
Entre las cosas que el Opus Dei defiende, está el pluralismo.
Una santa doctrina católica no puede defender el pluralismo. Y en eso me acoto a lo que dice San Agustín: «Sólo la verdad tiene derecho, el error no tiene derechos». Me dirán: «Padre,
el Concilio Vaticano II sacó un documento sobre la libertad
religiosa, que canoniza en la letra, y no sólo en el espíritu, el
pluralismo y la libertad religiosa».
Según esto, parece que el error tiene tanto
derecho como la verdad... Y bien, ante este decreto del Concilio
Vaticano II yo levanto la Quánta cura, en la que Pío IX comprometió su infalibilidad.
Como se ha dicho desde la suprema cátedra
romana, lo ha dicho el Sumo Pontífice, este Concilio no fue dogmático,
fue pastoral, y lo dogmático prevalece sobre lo
pastoral. Cuando veo que lo pastoral va en contra de lo dogmático y lo
oscurece, yo me atengo a lo dogmático, y Pío IX, como ya dije, en la Quánta cura compromete su infalibilidad.
De manera entonces, que el pluralismo no se puede defender (...).
El pluralismo está rechazado por la doctrina católica, mientras que el Opus Dei en el libro “Conversaciones con Mons. Escrivá de Balaguer”, defiende el pluralismo.
Jesucristo nos manda que confesemos
públicamente nuestro catolicismo. Es evidente que un católico no tiene
necesidad de andar con un altavoz diciendo en todas las esquinas del
pueblo: «¡Soy católico!». Pero Santo Tomás de Aquino en la “Suma Teológica”,
cuando habla de la confesión de la fe (que es un acto de fe externo),
sostiene que, cuando se pone en duda, cuando se tergiversa, cuando se
enturbia la fe, hay obligación de confesar la fe. Y Jesucristo dice
en San Lucas (hay lugares paralelos también en San Mateo y San
Marcos): «A aquel que me confesare delante de los hombres, Yo lo confesaré delante de mi Padre».
Así que Nuestro Señor nos pide la confesión
pública de nuestra fe católica: cuando esta fe católica se ve atacada o
enturbiada, yo no me puedo cruzar de brazos. Y aquí Monseñor Escrivá
de Balaguer dice que no hay que confesar públicamente el catolicismo.
Está en la página 72 y siguientes de la obra citada.
Con respecto a la libertad personal, encontramos una libertad personal hipertrofiada, que no está comprometida con nuestra fe católica.
En buena hora que usemos de nuestra libertad
personal; hay que usarla, que para eso Dios nos hizo hombres. No
habría historia humana si no existiera el agente de la historia que es
el hombre, agente racional y libre (...). Pero nuestra libertad no es
absoluta. Lo único absoluto es la verdad, y Jesucristo ha dicho “la verdad os hará libres”.
Yo no le voy a discutir a quien me hable de “dignidad humana”, pero según nuestro catecismo de la infancia, según Santo Tomás de Aquino, lo correcto es hablar de “dignidad de la naturaleza humana”.
Sin duda, la naturaleza hunama se manifiesta en nosotros desde que
somos personas, pero la oración que bendice el agua, la segunda oración
hermosísima del Ofertorio de la Misa tradicional dice: «Oh Dios, que maravillosamente creaste la naturaleza humana y más maravillosamente la restituiste, bendice...», etc., vemos que habla de la “naturaleza humana”,
y exalta la obra de restitución por encima de la de creación. Pero
aún en esa naturaleza humana primero está la verdad, primero está
nuestra inteligencia, que está hecha para la verdad. Y si al hombre se
le concedió libertad, será para que libremente busque y alcance el
bien. Porque el hombre no puede buscar y abrazar la verdad si no es
libremente. El modo de ser humano ante las grandes cosas es libre (a
diferencia de las funciones vegetativas, que prescinden de la
libertad).
Promover como un ideal, como un desideratus,
como la esfera suprema del hombre, la libertad personal, al margen de
la verdad católica, promover ese “liberalismo de tercer grado”, está patente en la obra que cité (“Conversaciones con...”) del fundador del Opus Dei, páginas 55 y 59 como así también en otra obra: “El Opus Dei y la libertad religiosa y de conciencia”, página 70.
A nosotros nos toca defender la escuela
católica (...) no podemos a que nuestra universidad, nuestra escuela
pública (primaria y secundaria) sea católica, porque el catolicismo
debe primar en la enseñanza, como debe primar en toda la estructura
cultural y política del país. Pues bien, el Opus Dei rechaza o hace
caso omiso de la escuela católica. Llama la atención que ninguno de
los colegios o universidades que han abierto en nuestro país lleven
nombre religioso, y que no haya restos externos de pertenecer a un grupo
que se dice católico.
Habla de la “autonomía universitaria”. Yo soy
el primero en defender la autonomía de cátedra, siempre que se
conforme a la verdad (una autonomía de cátedra para la subversión es
inadmisible). Sin embargo el Opus Dei defiende una autonomía
universitaria no comprometida con la verdad católica (página 117 y
siguientes de la citada obra). Es la dialéctica que apunté al
principio, a propósito, a propósito del herodianismo, dialéctica entre
integrismo y progresismo. Dice Escrivá de Balaguer: «No tenemos que
dejarnos llevar de la falsa dialéctica entre integrismo y
progresismo, nosotros estamos por encima de esa dialéctica». Está en la página 43.
En cuanto al ecumenismo, hace gala del mismo.
Acabo de leer, en “Itineraires” nº 220, página 159, de febrero de 1978, que Louis Salleron habla del ecumenismo y dice: «el ecumenismo es la parte más importante y misteriosa del pontificado de Pablo VI» (que es cita de las mismas palabras de Pablo VI, quien dijera: «El ecumenismo es la parte más importante y misteriosa de mi pontificado»).
Entonces se pregunta el mencionado autor:
«¿Por qué ese misterio? ¡Si lo más importante para un Pontífice,
aquello que marca su pontificado, no puede tener un sentido
misterioso, tiene que ser clarísimo!».
Ya sabemos para qué ha servido ese ecumenismo
posconciliar. Y ese ecumenismo se conforma a la dinámica y realiza el
espíritu del Opus Dei.
En la definición del Opus Dei está latente
ese espíritu secularizante, universalizante (los protestantes y los no
cristianos pueden integrar la filas del Opus Dei). “Amar
apasionadamente”, son palabras de una homilía de Monseñor Escrivá de
Balaguer, pronunciada el 8 de octubre del año 1967, en el campus de la
Universidad de Navarra (...).
Siguiendo con la obra que venimos analizando (“Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer”), el periodista que entrevista a Monseñor hace la siguiente pregunta: «¿Cómo se inserta el Opus en el ecumenismo?.»
Responde Monseñor Escrivá de Balaguer: «Ya
le conté el año pasado a un periodista francés, y sé que la anécdota
ha encontrado eco incluso en publicaciones de hermanos nuestros
separados, lo que una vez le comenté al Santo Padre Juan XIII, movido
por el encanto afable y paterno de su trato: “Padre Santo, en nuestra
Obra siempre encontramos todos los hombres, católicos o no, un lugar
amable, y no he aprendido el ecumenismo de Vuestra Santidad”. Él se
rió emocionado porque sabía que ya desde 1950 la Santa Sede había
autorizado al Opus Dei a recibir como asociados cooperadores a los no
católicos y aún a los no cristianos. Son muchos, efectivamente, y no
faltan entre ellos pastores y obispos de sus respectivas confesiones,
los hermanos separados que se sienten atraídos por el espíritu del
Opus Dei y colaboran en nuestro apostolado. Y son cada vez más
frecuentes, las manifestaciones de simpatía y de cordial entendimiento
a que da lugar el hecho de que los socios del Opus Dei centren su
espiritualidad en el sencillo propósito de vivir responsablemente los
compromisos y exigencias bautismales del cristiano».
Dice Monseñor Escrivá de Balaguer que el “Camino”,
que es el libro de espiritualidad del Opus, es como el Libro de los
Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola. Así, “Camino” sería un libro “de los Ejercicios del siglo XX”.
Tuve la dicha de hacer los Ejercicios
Espirituales de San Ignacio en un retiro de treinta días y, a pesar de
admirarlos, no afirmo que sea la única forma de espiritualidad. Si "Camino" se asemeja al Libro de los Ejercicios ignacianos, no lo sé, lo que sí puedo afirmar es que no tiene nada de la “Imitación de Cristo” atribuida a Kempis.
Comprendo que la “Imitación...” pueda
chocarle a algunas personas, ya que su visión antropológica, su
concepción del hombre y su contorno, es un poco pesimista. Después de
todo, es una obra escrita a fines del siglo XV, cuando ya la
decadencia de la filosofía escolástica se manifestaba en el
voluntarismo y se presagiaba la tormenta de la Edad Moderna. Admito todo
eso. Pero no se puede negar que la “Imitación de Cristo” separa el espíritu del mundo del espíritu de Cristo. El Libro II de la “Imitación...”,
tiene una bomba H de la vida espiritual, que si cumplimos, nos
hacemos santos. Allí nos dice que «en aquello que vales y no
te aprecien, si lo haces por amor a Cristo, poco te importará, y te
quedarás en paz, y con la paz que te da Dios».
Bien, esta idea de la “Imitación...”, este “ama ser ignorado”, no se compagina con esas pequeñas pinchaduras de vanidad que nos da el “Camino”, cuando dice: «¡sé águila!»... Seremos águilas o seremos lo que Dios quiera cuando nos ubique en su gloria, si por su misericordia nos salvamos.
Respecto al pluralismo, en la página 101 del
libro que venimos estudiando (de Editoral Rialp, que dicho sea de
paso, es del Opus Dei) del año 1968, dice el entrevistador: «Aclarado
este punto, quisiera preguntarle, Monseñor, cuáles son las
características de la formación espiritual de los socios que hacen que
quede excluido cualquier tipo de interés contemporal en el hecho de
pertenecer al Opus Dei». Entre otras cosas, responde Escrivá de Balaguer: «Como
consecuencia del fin exclusivamente divino de la Obra, su espíritu es
un espíritu de libertad, de amor a la libertad personal de todos los
hombres. Y como ese amor a la libertad es sincero y no un mero
enunciado teórico, nosotros amamos la necesaria consecuencia de la
libertad, es decir, el pluralismo». En el Opus Dei, como vemos,
el pluralismo es querido y amado, no solamente tolerado, y en modo
alguno, dificultado. Así que aquí Monseñor Escrivá de Balaguer habla
expresamente de pluralismo.
Respecto a la confesión pública de la fe, una cita de la página 72: «Tuve
ocasión, Monseñor, de escuchar sus respuestas a las preguntas que le
hacía un público de más de dos mil personas reunidas hace año y medio
en Pamplona. Insistió usted entonces en la necesidad de que los
católicos vivan como ciudadanos libres y responsables y que no vivan
de ser católicos. ¿Qué importancia y qué proyección le da usted a esa
idea?».
Y contesta Monseñor: «Nunca ha dejado de
molestarme la actitud del que hace profesión de llamarse católico,
como la de quienes niegan el principio de la responsabilidad personal,
sobre la que se basa toda la moral cristiana. El espíritu de la Obra y
de sus socios es servir a la Iglesia y a todas las criaturas sin
servirse de la Iglesia. Me gusta que el católico lleve a Cristo, no en
el nombre, sino en la conducta, dando testimonio de vida cristiana.
Me repugna el “clericalismo” (¡Bueno!, hay muchas clases de clericalismo, a mí también me repugna “cierto” clericalismo). Y
comprendo que, frente a un anticlericalismo malo, hay también un
anticlericalismo bueno que procede del amor al sacerdocio, que se opone a
que el simple fiel o el sacerdote use de una misión sagrada para
fines terrenos. Pero no piense que con esto me declaro contra nadie,
No existe en nuestra Obra ningún afán exclusivista, sino el deseo de
colaborar con todos los que trabajan para Cristo y con todos los que,
cristianos o no, hacen de su vida una espléndida realidad de servicio.
Por lo demás, lo importante no es sólo la proyección que le he dado a estas idas especialmente en 1928 (fecha de fundación de la Obra) sino
la que le da el Magisterio de la Iglesia. Y no hace mucho, con una
emoción para este pobre sacerdote que es difícil de explicar El Concilio
ha recordado a todos los cristianos en la Constitución dogmática “Gáudium et Spes”, que deben sentirse plenamente ciudadanos de la
ciudad terrena, trabajando en todas las actividades humanas con
competencia profesional y con amor a todos los hombres, buscando la
profesión humana a la que son llamados por el sencillos hecho de haber
recibido el bautismo».
Evidentemente
que aquí no nos conmina el
ilustre Monseñor a que hagamos una confesión pública de nuestra Fe.
Más bien dice que “no conviene”, porque cristianos o no, basta con
que se trabaje con responsabilidad personal. Hay otros textos
concordantes, pero los dejo para no extenderme.
Sobre la escuela católica
En la página 119 del libro le preguntan: «¿No
opina usted que después del Vaticano II han quedado anticuados los
conceptos de “colegios de la Iglesia”, “colegios católicos”, “universidades de la Iglesia”, etc.? ¿No le parece que tales conceptos comprometen indebidamente a la Iglesia o suenan a Privilegio?».
A esto Escrivá de Balaguer contesta, entre otras cosas: «He
de confesar por otra parte, que no simpatizo con expresiones tales como “escuela católica”, “colegio de la Iglesia”, etc., aunque respeto a
quienes piensan lo contrario. Prefiero que las realidades se distingan
por sus frutos, no por sus nombres. Un colegio será efectivamente
cristiano cuando, siendo como los demás, tratando de superarse,
realice una labor de formación completa, también cristiana con el
respeto de la libertad personal y con la promoción de la urgente
justicia social».
Dice claramente entonces: «Yo no me
comprometo con la expresión “escuela católica”», cuando nuestra
obligación, máxime de un país liberal, es promover la escuela
católica.
Sobre la dialéctica entre integrismo y progresismo
La posición del Opus Dei está en la página 43, y dice: «Cambiando
de tema, nos importaría saber su opinión respecto del actual momento
de la Iglesia, concretamente, ¿cómo lo calificaría usted? ¿Qué papel
cree que pueden tener en esta hora las tendencias que, de modo general,
han sido llamadas progresista e integrista?».
Y la respuesta que da Monseñor Escrivá de Balaguer: «En
cuanto a las tendencias que usted llama progresista e integrista, me
resulta difícil opinar sobre el papel que pueden desempeñar en este
momento porque siempre he rechazado la conveniencia e incluso la
posibilidad de que puedan hacerse catalogaciones de este tipo. Esa
división que a veces se lleva hasta extremos de verdadero paroxismo o
se intenta perpetuar como si los teólogos o los feligreses en general
estuvieran destinados a una continua orientación bipolar, me parece
que se debe en el fondo al convencimiento de que el progreso doctrinal
y vital del pueblo de Dios sea resultado de una perpetua tensión
dialéctica. Yo, en cambio, prefiero creer con toda mi alma en la acción
del Espíritu Santo, que sopla donde quiere y sobre quien quiere».
En otras palabras, Monseñor rechaza esa
oposición porque es bipolar, dialéctica. No quiere dialécticas porque
el Espíritu de Dios está por sobre la dialéctica. O sea que él asume
toda la virulencia de la dialéctica y le da un aspergeo de agua
bendita.
Otro tema interesante: “amar al mundo apasionadamente”.
La encontramos en toda la homilía pronunciada en el campus de la
Universidad de Navarra, es más, así se llama el texto en cuestión: “Amar al mundo apasionadamente”.
Sobre el fariseísmo de los socios
Nos remitimos otra vez a la obra “Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer”. Pregunta el entrevistador: «¿De
qué manera estima usted que la realidad eclesial del Opus Dei se
inserte en la acción pastoral de toda la Iglesia y en el ecumenismo?».
Responde Escrivá de Balaguer: «Más que
considerar, porque una completa exposición doctrinal sería larga, que
al Opus Dei no le interesen ni votos, ni promesas, ni forma alguna de
consagración para sus socios, diversa de la consagración que ya todos
recibieron con el santo Bautismo. Nuestra asociación no pretende de
ninguna manera que sus socios cambien de estado, que dejen de ser
simples fieles iguales a otros para adquirir el peculiar “status perfectiónis”.
Al contrario, lo que sí procura es que cada uno haga su apostolado, y
se santifique dentro de su propio estado en el mismo lugar y
condición que tiene en la Iglesia y en la sociedad civil. No sacamos a
nadie de u sitio, ni alejamos a nadie de su trabajo o de sus empeños y
nobles compromisos de orden temporal».
Ustedes
saben que a Monseñor Escrivá de
Balaguer le costó mucho inscribir su instituto en la Próvida Mater
Ecclésia de febrero del año 1947. Cundo Pío XII da carta de ciudadanía
a los institutos seculares, porque no quería el Obispo que fuera una
“Pía Unión”, ni que fuera un instituto secular. Le había dado una
expresión sui generis, él lo llamaba “asociación de fieles”, o sea
que, de jure el Opus Dei es un instituto secular, aunque de facto (que
es donde ellos ponen la tónica) lo niegan.
Y agrega Monseñor: «No es quizás éste el
momento histórico para hacer una valoración global de este tipo. A
pesar de que se trata de problemas sobre los que se ha ocupado mucho,
¡con cuánto gozo de mi alma! el Concilio Vaticano II, a pesar de que
no pocos conceptos y situaciones referentes a la vida y misión del
laicado, han recibido ya del Magisterio suficiente confirmación y luz,
hay todavía sin embargo un núcleo considerable de cuestiones que
constituyen, aún para la generalidad de la doctrina, verdaderos
problemas límites de la teología. A nosotros, dentro del espíritu que
Dios le ha dado al Opus Dei, y que procuramos vivir con fidelidad, a
pesar de nuestras intervenciones personales, nos parecen ya dignamente
resueltos la mayor parte de los problemas discutidos, pero no
pretendemos presentar esas soluciones como las únicas posibles».
O sea que, en buen romance, el Opus Dei nos
dice: nuestros miembros son iguales que los otros, pero por otra parte
sabemos que los caracteriza una obediencia total, un secreto total,
un espíritu de ghetto, de grupo “ya salvado de
antemano”. O sea, aparecen como los mejores cumplidores del Evangelio,
pero con un espíritu de elite (y no estoy en contra de las élites,
siempre en el mundo tiene que haber elites para todo) de muy extraño
sabor evangélico. Y esto se inscribe en la actitud que observaban los
fariseos en la época de Jesucristo. Jesucristo nunca dijo que los
fariseos no cumplieran la ley, lo que les reprochó fue la motivación,
el espíritu que los movía a hacer sus ayunos. Cuando Cristo señala en
su parábola que el publicano salió justificado y el fariseo no, no
dijo que el fariseo mentía, sin embargo no salió justificado (...).
Lo mismo podemos decir de las riquezas, las
riquezas deberán honrar a Dios (lo ponen de manifiesto las palabras
que Nuestro Señor pronuncia en el pasaje evangélico en el que la
pecadora derrama óleo en sus pies). Ese espíritu de jerarquización,
aún en las cosas materiales, tendrá que poner a Dios por encima de
todo y esto no está claro en el Opus Dei, que incita a procurar los
primeros puestos en todos los órdenes para luego (y si queda memoria)
buscar la gloria de Dios. Existe entonces ese segmento de fariseísmo
den esta actitud del Opus Dei.
Quiero terminar mi exposición con una frase del Reverendo Padre Meinvielle.
En el año 1974, la Editorial Dictio publicó en un solo tomo tres obras del Padre Meinvielle. Estas son: “La concepción católica de la política”, “Los tres pueblos bíblicos en su lucha por la dominación del mundo” y “El comunismo en la Argentina”
(que es una compilación de conferencias pronunciadas entre los años
1958 y 1962). Bien, en la página 292 de esta edición encontramos esta
frase:
«…el pueblo judío aprendió tan sólo una lección: la raza hispánica es imbatible de frente, pero sólo de frente. Puede ser traicionada si se acierta en proporcionarle un tratamiento debidamente dosificado de “cristianismo y mundo moderno”, con el que, bajo la apariencia de apostolado, se le inoculen los virus de la antirreligión y de la antipatria. Tal iba a ser la misión en la España franquista del Opus Dei. La heroica España del ’36 ha sido totalmente emputecida y envilecida, y hoy, en la década del 70, ha quedado totalmente ganada para el mundo judío».
El
Padre Raúl Sánchez Abelenda nació en 1929 en Nogoyá, provincia de Entre
Ríos, Argentina. Fue ordenado Sacerdote en 1953. Obtuvo el Doctorado
en Filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, y a
partir del año 1968 pasó a depender de la Arquidiócesis de Buenos Aires.
Durante el Concilio Vaticano II, donde participó como perito, defendió
las tesis tradicionales frente al avance modernista. Defensa que se
plasmó no sólo en las letras sino en su indeclinable defensa y
permanencia en la Misa Romana Tradicional. Activo en la docencia y en la
vida pública nacional, ocupó el cargo de decano de la facultad de
Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Buenos Aires, durante
el gobierno justicialista derrocado en marzo de 1976. Apasionado
defensor de la Fe de Siempre, falleció el 25 de Febrero de 1996. Sus
restos descansan en el Seminario Nuestra Señora Corredentora de La Reja.
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