miércoles, 17 de octubre de 2018

SANTA MARGARITA MARÍA DE ALACOQUE, APÓSTOL DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

«Vosotros lloraréis y gemiréis, y el mundo se regocijará; os contristaréis, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo». (San Juan 16, 20).
 
Santa Margarita María de Alacoque
 
A pesar de los grandes santos y del inmenso número de personas piadosas que hubo en Francia en el siglo XVII, no se puede negar que la vida religiosa de dicho país se había enfriado, en parte, debido a la corrupción de las costumbres y, en parte, a la mala influencia del jansenismo, que había divulgado la idea de un Dios que no amaba a toda la humanidad. Pero, entre 1625 y 1690, florecieron en Francia tres santos, Juan Eudes, Claudio de la Colombiére y Margarita María Alacoque, quienes enseñaron a la Iglesia, tal como la conocemos actualmente, la devoción al Sagrado Corazón como símbolo del amor sin límites que movió al Verbo a encarnarse, a instituir la Eucaristía y a morir en la cruz por nuestros pecados, ofreciéndose al Padre Eterno como víctima y sacrificio.
   
La más famosa de los “santos del Sagrado Corazón” nació en 1647, en Janots, barrio oriental del pueblecito de L’Hautecour, en Borgoña. Margarita fue la quinta de los siete hijos de un notario acomodado. Desde pequeña, era muy devota y tenía verdadero horror de “ser mala”. A los cuatro años “hizo voto de castidad”, aunque ella misma confesó más tarde que a esa edad no entendía lo que significaban las palabras “voto” y “castidad”. Cuando tenía unos ocho años, murió su padre. Por entonces, ingresó la niña en la escuela de las Clarisas Pobres de Charolles. Desde el primer momento, se sintió atraída por la vida de las religiosas, en quienes la piedad de Margarita produjo tan buena impresión, que le permitieron hacer la primera comunión a los nueve años. Dos años después, Margarita contrajo una dolorosa enfermedad reumática que la obligó a guardar cama hasta los quince años; naturalmente, tuvo que retornar a L’Hautecour. Desde la muerte de su padre, se habían instalado en su casa varios parientes y una de sus hermanas, casada, había relegado a segundo término a su madre y había tomado en sus manos el gobierno de la casa. Margarita y su madre eran tratadas como criadas. Refiriéndose a aquella época de su vida, la santa escribió más tarde en su autobiografía: “Por entonces, mi único deseo era buscar consuelo y felicidad en el Santísimo Sacramento; pero vivíamos a cierta distancia de la iglesia, y yo no podía salir sin el permiso de esas personas. Algunas veces sucedía que una me lo daba y la otra me lo negaba”. La hermana de Margarita afirmaba que no era más que un pretexto para salir a hablar con algún joven del lugar. Margarita se retiraba entonces al rincón más escondido del huerto, donde pasaba largas horas orando y llorando sin probar alimento, a no ser que alguno de los vecinos se apiadase de ella. “La mayor de mis cruces era no poder hacer nada por aligerar la de mi madre”.
  
Dado que Margarita se reprocha amargamente su espíritu mundano, su falta de fe y su resistencia a la gracia, se puede suponer que no desperdiciaba las ocasiones de divertirse que se le presentaban. En todo caso, cuando su madre y sus parientes le hablaron de matrimonio, la joven no vio con malos ojos la proposición; pero, como no estuviese segura de lo que Dios quería de ella, empezó a practicar severas penitencias y a reunir en el huerto de su casa a los niños pobres para instruirlos, cosa que molestó mucho a sus parientes. Cuando Margarita cumplió veinte años, su familia insistió más que nunca en que contrajese matrimonio; pero la joven, fortalecida por una aparición del Señor, comprendió lo que Dios quería de ella y se negó rotundamente. A los veintidós años recibió el sacramento de la confirmación y tomó el nombre de María. La confirmación le dio valor para hacer frente a la oposición de su familia. Su hermano Crisóstomo le regaló la dote, y Margarita María ingresó en el convento de la Visitación de Paray-le-Monial, en junio de 1671.
  
La joven se mostró humilde, obediente, sencilla y franca en el noviciado. Según el testimonio de una de sus connovicias, edificó a toda la comunidad “por su caridad para con sus hermanas, a las que jamás dijo una sola palabra que pudiese molestarlas, y por la paciencia con que soportó las duras reprimendas y humillaciones a las que fue sometida con frecuencia”. En efecto, el noviciado de la santa no fue fácil. Una religiosa de la Visitación debe ser “extraordinaria, en lo ordinario”, y Dios conducía ya a Margarita por caminos muy poco ordinarios. Por ejemplo, era absolutamente incapaz de practicar la meditación discursiva: “Por más esfuerzos que hacía yo por practicar el método que me enseñaban, acababa siempre por volver al método de mi Divino Maestro (es decir, la oración de simplicidad), aunque no quisiese”. Cuando Margarita hizo la profesión, Dios la tomó por prometida suya “en una forma que no se puede describir con palabras”. Desde entonces, “mi divino maestro me incitaba continuamente a buscar las humillaciones y mortificaciones”. Por lo demás, Margarita no tuvo que buscarlas cuando fue nombrada ayudante en la enfermería. La hermana Catalina Marest, la directora, era una mujer activa, enérgica y eficiente, en tanto que la santa era callada, lenta y pasiva. Ella misma se encargó de resumir la situación en las siguientes palabras: “Sólo Dios sabe lo que tuve que sufrir ahí, tanto por causa de mi temperamento impulsivo y sensible como por parte de las creaturas y del demonio”. Hay que reconocer, sin embargo, que si bien la hermana Catalina Marest empleaba métodos demasiado enérgicos, también ella tuvo que sufrir no poco. Durante esos dos años y medio, Margarita María sintió siempre muy cerca de sí al Señor y le vio varias veces coronado de espinas. El 27 de diciembre de 1673, la devoción de Margarita a la Pasión fructificó en la primera gran revelación.
  
Hallábase sola en la capilla, arrodillada ante el Santísimo Sacramento expuesto y de pronto, se sintió “poseída” por la presencia divina, y Nuestro Señor la invitó a ocupar el sitio que ocupó San Juan (cuya fiesta se celebraba ese día) en la última Cena, y habló a su sierva “de un modo tan sencillo y eficaz, que no me quedó duda alguna de que era Él, aunque en general tiendo a desconfiar mucho de los fenómenos interiores”. Jesucristo le dijo que el amor de su Corazón tenía necesidad de ella para manifestarse, y que la había escogido como instrumento para revelar al mundo los tesoros de su gracia. Margarita tuvo entonces la impresión de que el Señor tomaba su corazón y lo ponía junto al Suyo. Cuando el Señor se lo devolvió, el corazón de la santa ardía en amor divino. Durante dieciocho meses, el Señor se le apareció con frecuencia y le explicó claramente el significado de la primera revelación. Le dijo que deseaba que se extendiese por el mundo el culto a su corazón de carne, en la forma en que se practica actualmente esa devoción, y que ella estaba llamada a reparar, en la medida de lo posible, la frialdad y los desvíos del mundo. La manera de efectuar la reparación consistía en comulgar a menudo y fervorosamente, sobre todo el primer viernes de cada mes, y en velar durante una hora todos los jueves en la noche, en memoria de su agonía y soledad en Getsemaní (actualmente la devoción de los nueve primeros viernes y de la hora santa se practican en todo el mundo católico). Después de un largo intervalo, el Señor se apareció por última vez a Santa Margarita, en la octava del Corpus de 1675 y le dijo: “He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres, sin ahorrarse ninguna pena, consumiéndose por ellos en prueba de su amor. En vez de agradecérmelo, los hombres me pagan con la indiferencia, la irreverencia, el sacrilegio y la frialdad y desprecian el sacramento de mi amor”. En seguida, pidió a Margarita que trabajase por la institución de la fiesta de su Sagrado Corazón, que debía celebrarse el viernes siguiente a la octava del Corpus. De esa suerte, por medio del instrumento que había elegido, Dios manifestó al mundo su voluntad de que los hombres reparasen la ingratitud con que habían correspondido a su bondad y misericordia, adorando el Corazón de carne de su Hijo, unido a la divinidad, como símbolo del amor que le había llevado a morir para redimirlos.

Altar donde sucedieron las apariciones del Sagrado Corazón de Jesús a Santa Margarita María. Tras ser desmantelado por las monjas de Paray le Monial, fue reubicado en la capilla prioral de Nuestra Señora de la Anunciación (Casa General de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, Menzingen, Suiza).
   
Nuestro Señor había dicho a Santa Margarita: “No hagas nada sin la aprobación de tus superiores para que el demonio, que no tiene poder alguno sobre las almas obedientes, no pueda engañarte”. Cuando Margarita habló del asunto con la madre Francisca de Saumaise, su superiora, ésta “hizo cuanto pudo por humillarla y mortificarla y no le permitió poner en práctica nada de lo que el Señor le había ordenado, burlándose de cuanto decía la pobre hermana”. Santa Margarita comenta: “Eso me consoló mucho y me retiré con una gran paz en el alma”. Pero esos sucesos afectaron su salud y enfermó gravemente. La madre de Saumaise, que deseaba una señal del cielo, dijo a la santa: “Si Dios os devuelve la salud, lo tomaré como un signo de que vuestras visiones proceden de Él y os permitiré que hagáis lo que el Señor desea, en honor de su Sagrado Corazón”. La santa se puso en oración y recuperó inmediatamente la salud; la madre de Saumaise cumplió su promesa. Sin embargo, como algunas de las religiosas se negaban a prestar crédito a las visiones de Margarita, la superiora le ordenó someterlas al juicio de ciertos teólogos; desgraciadamente esos teólogos, que carecían de experiencia en cuestiones místicas, dictaminaron que se trataba de meras ilusiones y se limitaron a recomendar que la visionaria comiese más. Nuestro Señor había dicho a la santa que le enviaría un director espiritual comprensivo. En cuanto el P. de la Colombiére se presentó en el convento como confesor extraordinario, Margarita comprendió que era el enviado del Señor. Aunque el P. de la Colombiére no estuvo mucho tiempo en Paray, su breve estancia le bastó para convencerse de la autenticidad de las revelaciones de Margarita María, por quien concibió un gran respeto; además de confirmar su fe en las revelaciones, el P. de la Colombiére adoptó la devoción al Sagrado Corazón. Poco después partió para Inglaterra (donde no encontró “Hijas de María, ni mucho menos a una hermana Alacoque”) y Margarita atravesó el período más angustioso de su vida. En una visión, el Señor la invitó a ofrecerse como víctima por las faltas de la comunidad y por la ingratitud de algunas religiosas hacia su Sacratísimo Corazón. Margarita resistió largo tiempo y pidió al Señor que no le diese a beber ese cáliz. Finalmente, Jesucristo le pidió que aceptase públicamente la prueba y la santa lo hizo así, llena de confianza, pero al mismo tiempo apenada porque el Señor había tenido que pedírselo dos veces. Ese mismo día, 20 de noviembre de 1677, la joven religiosa, que sólo llevaba cinco años en el convento, obtuvo de su superiora la autorización de “decir y hacer lo que el Señor le pedía” y, arrodillándose ante sus hermanas, les comunicó que Cristo la había elegido como víctima por sus faltas. No todas las religiosas tomaron aquello con el mismo espíritu de humildad y obediencia. La santa comenta: “En aquella ocasión, el Señor me dio a probar el amargo cáliz de su agonía en el huerto”. Se cuenta que, a la mañana siguiente, los confesores que había en Paray no fueron suficientes para escuchar las confesiones de todas las religiosas que acudieron a ellos. Desgraciadamente, existen razones para pensar que no faltaron religiosas que mantuvieron su oposición a Santa Margarita María por muchos años.
  
Durante el gobierno de la madre Margarita Péronne-Rosalie Greyfié, que sucedió a la madre de Saumaise, Santa Margarita recibió grandes gracias y sufrió también duras pruebas interiores y exteriores. El demonio la tentó con la desesperación, la vanagloria y la compasión de sí misma. Tampoco las enfermedades escasearon. En 1681, el P. de la Colombiére fue enviado a Paray por motivos de salud y murió ahí en febrero del año siguiente. Santa Margarita tuvo una revelación acerca de la salvación del P. de la Colombiére y no fue ésa la única que tuvo de ese tipo. Dos años después, la madre Melin, quien conocía a Margarita desde su ingreso en el convento, fue elegida superiora de la Visitación y nombró a la santa como ayudante suya, con la aprobación del capítulo. Desde entonces la oposición contra Margarita cesó o, por lo menos, dejó de manifestarse. El secreto de las revelaciones de la santa llegó a la comunidad en forma dramática (y muy molesta para Margarita), pues fue leído incidentalmente en el refectorio en un libro escrito por el Beato de la Colombiére. Pero el triunfo no modificó en lo más mínimo la actitud de Margarita. Una de las obligaciones de la asistenta consistía en hacer la limpieza del coro; un día en que cumplía ese oficio, una de las religiosas le pidió que fuese a ayudar a la cocinera y ella acudió inmediatamente. Como no había tenido tiempo de recoger el polvo, las religiosas encontraron el coro sucio. Esos detalles eran los que ponían fuera de sí a la hermana de Marest, la enfermera y, probablemente, debió acordarse entonces con una sonrisa de la que fuera su discípula doce años antes. Santa Margarita fue nombrada también maestra de novicias y desempeñó el cargo con tanto éxito, que aun las profesas pedían permiso para asistir a sus conferencias. Como su secreto se había divulgado, la santa propagaba abiertamente la devoción al Sagrado Corazón y la inculcaba a sus novicias. En 1685, se celebró privadamente en el noviciado la fiesta del Sagrado Corazón. Al año siguiente, los parientes de una antigua novicia acusaron a Margarita María de ser una impostora y de introducir novedades poco ortodoxas, lo que suscitó nuevamente la oposición durante algún tiempo; pero el 21 de junio de ese año toda la comunidad celebró en privado la fiesta del Corazón de Jesús. Dos años más larde, se construyó allí una capilla en honor del Sagrado Corazón y la devoción empezó a propagarse por todos los conventos de las visitandinas y por diversos sitios de Francia.
  
En octubre de 1690, después de haber sido elegida asistenta de la superiora por un nuevo período, Margarita cayó enferma. “No viviré mucho, anunció, pues ya he sufrido cuanto podía sufrir”. Sin embargo, el médico declaró que la enfermedad no era muy seria. Una semana después, la santa pidió los últimos sacramentos: “Lo único que necesito es estar con Dios y abandonarme en el Corazón de Jesús”. Cuando el sacerdote le ungía los labios, Margarita María expiró. Su canonización tuvo lugar en 1920.
  
En la biografía escrita por el P. André Hamon, Vie de Ste Marguerite-Marie (1907), que es muy completa, hay casi treinta páginas consagradas al estudio de las fuentes y la bibliografía. Nosotros nos contentaremos con mencionar la semblanza autobiográfica, escrita por la santa cinco años antes de su muerte, a petición de su director espiritual, así como las 133 cartas suyas y las notas espirituales escritas de su mano. Existen, además, un interesante memorial escrito por la madre Greyfié y los testimonios de sus hermanas, con miras a la beatificación. El primer resumen biográfico de la santa fue publicado en 1691; el P. Jean Croiset lo incluyó en forma de apéndice en su libro sobre la “Devoción al Sagrado Corazón”. A este resumen siguió una cuidadosa biografía escrita por Mons. Jean-Joseph Languet, obispo de Soissons (1729). De entonces acá se han publicado numerosas biografías, de las que mencionaremos las principales: Mons. Émile Bougaud; Mons. François-Léon Gauthey (3 vols., 1915); Padre Maurice Demimuid (1912), en la colección Les Saints; Jean Rime (1947); y Margaret Yeo, These Three Hearts. Existen numerosas biografías cortas en todos los idiomas occidentales. Generalmente se citan las obras de la santa, refiriéndose a Vie et Œuvres, publicado por las religiosas de la Visitación de Paray-le-Monial en 1876. Véase Dictionnaire de Théologie Catholique, vol. III, cols. 320-351. Acerca de los nueve primeros viernes, cf. Herbert Thurston SJ, en The Month, junio de 1903, págs. 635-649; y John Berthram O’Connel, The Nine First Fridays (1934).
  
MEDITACIÓN SOBRE LA PASIÓN DE JESUCRISTO
I. Contempla a Jesús clavado en la cruz, mira cuánto sufre en todo su cuerpo. Su sagrada cabeza está coronada de espinas, su rostro magullado, sus manos y sus pies taladrados; todo su cuerpo, en fin, está cubierto de llagas y es presa de los dolores más crueles. ¡He ahí el estado en que se encuentra Jesús, mi Cabeza, mi Rey y mi modelo! Es menester que me asemeje a Él, en esto consiste mi perfección y mi dicha. ¡Ay! vivo en medio de placeres mientras Jesús es colmado de oprobios y sufrimientos. “No conviene que los miembros sean afeminados cuando la cabeza está coronada de espinas”. (San Bernardo).
  
II. El Corazón de Jesús estaba sumergido en amargura y dolores tanto como su cuerpo. Él preveía que sus sufrimientos serían inútiles para la mayor parte de los hombres. Tenía piedad del enceguecimiento de los judíos. Estaba afligido más de lo que se puede imaginar, por la tristeza, los suspiros y las lágrimas de su Madre, al pie de la cruz con el discípulo amado. ¡Oh espectáculo doloroso! ¿Puedo yo contemplar a Jesús y a María en este estado sin derramar lágrimas, sin compadecer los dolores del Hijo y la aflicción de la Madre?
 
III. Para librarme del infierno, Jesús soportó esta muerte tan ignominiosa y tan cruel. Estaba yo perdido sin remedio si no hubiera muerto Él por mí. ¡Nada había hecho para merecer este favor; y aun ahora ni siquiera pienso en él! No sólo no doy mi sangre por este Dios que murió por mí, sino que le rehúso una lágrima, un suspiro; ¡añado nuevos pecados a mis faltas antiguas! “Reconoce cuán grave es la herida del pecado, puesto que fueron menester, para curarlo, las heridas de Jesucristo”. (San Bernardo).
 
La meditación sobre la Pasión. Orad por la conversión de los cismáticos.
 
ORACIÓN
Oh Señor Jesucristo, que admirablemente revelaste las inescrutables riquezas de tu Corazón a la bienaventurada Virgen Santa Margarita María, concédenos por sus méritos e imitación, amarte en todo y por sobre todas las cosas, para que merezcamos tener nuestra morada en tu mismo Corazón. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

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