En la conferencia de prensa de ayer, un periodista francoparlante le preguntó al cardenal austríaco Christoph Schönborn OP lo siguiente:
«Usted mismo ha sido uno de los redactores principales del Catecismo entre el 87 y el 92. Durante la semana anterior, particularmente durante el módulo B1 se habló bastante también de la integración de las personas LGBT en las comunidades cristianas. El Catecismo del 92 utiliza las palabras “desordenado” e “intrínsecamente desordenado”. Muchas personas homosexuales se sienten heridas y negadas en su existencia por la utilización de esas palabras. ¿Es posible según Vd., o podría ser deseable, que se supriman estas palabras del Catecismo? ¿Otro lenguaje sería posible, eventualmente incluso deseable? ¿Y el Catecismo podría evolucionar sobre esta materia o en otras materias?»
A lo cual respondió:
«Es verdad que yo fui el secretario de redacción del Catecismo, pero el Catecismo es una obra de la Iglesia. Es por eso que ha sido promulgado por elpapa, y después de su promulgación, este ha tenido un solo cambio, que fue intervenido por elpapaFrancisco, sobre la pena de muerte. No es un secreto, y puedo decirlo, Juan Pablo II había deseado que la pena de muere fuera condenada explícitamente, y lo supe después que elpapaFrancisco actuó e introdujo el cambio, que la Madre Teresa de Calcuta había demandado con insistencia alpapaJuan Pablo II que en el catecismo debía ser condenada la pena de muerte. Entonces, si se me permite decirlo, en una discusión de la doctrina de la fe, hay dossantosque han demandado fuertemente este cambio y, he aquí, elpapalo hizo, lo puso en obra. ¿Habrá otros cambios en el Catecismo? Yo no lo sé, el único que sabe es el papa es el único que puede decidir, porque es el único que lo ha promulgado, pero lo que yo recomiendo siempre es leer los textos en su conjunto».
Acto seguido, Schönborn inventó una brecha entre el orden objetivo dado y la culpabilidad subjetiva de un pecador, diciendo:
«Y el mismopapa, elpapaFrancisco, ha hecho frecuentemente referencia a dos textos de la tercera parte del Catecismo, sobre la moral. Es sobre la cuestión de la imputabilidad, es decir, que algo que objetivamente no corresponde objetivamente al mandato de Dios, objetivamente, puede estar subjetivamente con una imputabilidad reducida o incluso inexistente. Más allá de estos temas que tratan de la teología moral, el principio evidentemente es tener dos elementos, y eso será siempre así: hay un elemento objetivo y hay las personas humanas»,
y agregó una perogrullada:
«Las personas humanas siempre tienen derecho al respeto aun cuando pequen, lo que hacemos todos. Yo personalmente, todos ustedes, sin excepción. Hay ese derecho al respeto, el derecho a esta aceptación fundamental que nosotros podemos presuponer de parte de Dios por la persona. Luego, el camino de esta persona tiene una historia que hay que acompañar, que hay que respetar, y así. Esto es lo que puedo decir en general sobre estas preguntas».
En lógica schonborniense, Moisés debió respetar y aceptar que los israelitas adorasen el Becerro de oro (Éxod. XXXIV), en contravención al mandamiento expreso de Yahveh Dios de «No tendrás otros dioses delante de Mí» (cap. XX, 3).
Schönborn recordó que cuando era seminarista en 1965, escuchó al perito jesuita alemán Karl Rahner († 1994) decir del recién clausurado Vaticano II: «Si de este Concilio no sale un aumento de la fe, la esperanza y la caridad, todo es en vano». «Yo diría lo mismo de este Sínodo», añadió, a pesar que el Vaticano II aumentó fue la apostasía al reivindicar el modernismo y la “Nueva Teología” condenadas por San Pío X y Pío XII respectivamente.
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