El 8 de Septiembre de 1907, San Pío X publicó la encíclica “Pascéndi Domínici gregis”, que condenó infaliblemente el modernismo como «conjunto de todas las herejías», que conduce al agnosticismo:
«Los modernistas establecen, como base de su filosofía religiosa, la doctrina comúnmente llamada agnosticismo. […] Agnosticismo este que no es sino el aspecto negativo de la doctrina de los modernistas; el positivo está constituido por la llamada inmanencia vital. […] Sobre la inmanencia… Otros [la sitúan] en que la acción de Dios es una misma cosa con la acción de la naturaleza, como la de la causa primera con la de la segunda; lo cual, en verdad, destruye el orden sobrenatural. Por último, hay quienes la explican de suerte que den sospecha de significación panteísta, lo cual concuerda mejor con el resto de su doctrina. […] Ninguno se maravillará si lo definimos afirmando que es un conjunto de todas las herejías. Pues, en verdad, si alguien se hubiera propuesto reunir en uno el jugo y como la esencia de cuantos errores existieron contra la fe, nunca podría obtenerlo más perfectamente de lo que han hecho los modernistas. Pero han ido tan lejos que no sólo han destruido la religión católica, sino, como ya hemos indicado, absolutamente toda religión».
Contrastando la actitud de muchos teólogos modernistas, que protegidos de algún obispo y la prensa laica, recibieron mal “Pascéndi” e incluso cuestionaron la autoría de San Pío X, dijeron que no entendía a los novadores o de plano lo acusaron de «ofender la dignidad pontificia» como hizo el jesuita inglés George Tyrrell (un poco como hacían Lutero y Erasmo cuando salió la bula “Exsúrge Dómine” de León X), hubo autores no sospechosos de clericalismo que salieron en defensa del documento papal:
Giovanni Gentile, él mismo un “racionalista hegeliano”, había escrito:
«Es también cierto que el catolicismo nunca podrá, por mucho que se desarrolle, convertirse en la negación de sí mismo en el sentido en que quisieran Tyrrell y Loisy. De esta verdad, tan difícil para los modernistas, que desagrada a Dios y a sus enemigos, hay un significado seguro de un extremo al otro de la tan discutida encíclica del 8 de Septiembre de 1907; contra el cual todas las duras críticas que han surgido en el campo modernista demuestran la ingenuidad dominante en la situación espiritual que es típica de estos modernistas; y el caos filosófico en el que se ven envueltas las mentes de los escritores que se hacen eco de las polémicas de los grandes, en revistas como Nova et vétera. En verdad, la encíclica Pascéndi Domínici gregis es una exposición magistral de todo el modernismo; y la acusación de desfiguración (según el propio término de la encíclica) que la encíclica habría hecho del modernismo es un grito de patos, como habría dicho Ernesto Carducci. El autor de la encíclica ha visto hasta el fondo e interpretado exactamente, como crítico emúnctæ naris [lit., “de nariz limpia,” expresión de Horacio en su Sátira I, 4, 8 que significa “de ingenio agudo, de intuición clara”, N. del T.], la doctrina yacente en las exigencias filosóficas, teológicas, apologéticas, históricas, críticas y sociales de cariz modernista; y debo también decir, para escándalo de los patos racionalistas, que también la ha criticado desde un punto de vista superior; y que por tanto las respuestas que se han hecho no tienen ningún valor científico, aunque tengan, sin duda, un valor histórico de altísimo grado. Las Simples réflexions de Loisy, debo también decirlo, filosóficamente hacen una mezquina figura precisamente a la filosofía que habla en la encíclica» [GIOVANNI GENTILE, La Crítica (20 de Mayo de 1908), pág. 213; citado en La Civiltà Cattolica, Año LIX – 1908, Vol. III, pág. 76].
Benedetto Croce, irreligioso como era, escribió que la encíclica tiene razón al describir el modernismo, y que no había manera que los modernistas la redarguyeran:
«El Modernismo pretende distinguir el contenido real del Dogma de sus expresiones metafísicas que las considera cosa del todo accidental, al mismo modo que son accidentales las distintas expresiones de lenguaje en que puede venir traducido un mismo pensamiento. Y en este parangón es el primer y sumo sofisma de los Modernistas. De hecho, es verísimo que un mismo concepto puede ser traducido en las más distintas formas, pero el pensamiento metafísico no es lenguane, no es forma de expresión: es lógica y es concepto. Por ende, un dogma traducido en otra forma metafísica no es más el mismo dogma, como un concepto transformado en otro concepto no es más aquel. Los Modernistas tienen mucha libertad de transformar los dogmas según sus ideas. También yo uso esta libertad… solamente yo tengo consciencia, haciendo esto, de estar fuera de la Iglesia, incluso fuera de cualquier religión; pero ellos no solo se profesan religiosos, sino también católicos. Que si entonces, para salvarse de las consecuencias necesarias del principio asumido, los Modernistas, simpatizando con los positivistas, con los pragmáticos y con los empiristas de todo tipo, aducen que ellos no creen en el valor del pensamiento y de la Lógica, caerán necesariamente en el agnosticismo y en el escepticismo. Doctrinas estas que son conciliables con un vago sentimiento religioso, pero que repugnan precisamente a cada religión positiva…. Toleren mis amigos Modernistas que nos alegremos de esto, porque no se presentará fácilmente otra vez esta fortuna de estar de acuerdo con el Papa» [BENEDETTO CROCE, diario Il Giornale d’Italia, 15 de Octubre de 1907; citado en Revista Sì sì No no, año IX, n. 6, 31 de Marzo de 1983, pág. 5].
Mención especial merece Alfred Loisy, quien se había sometido inicialmente a la condena del Santo Oficio en 1903 pero, al contrario de esa vez, se negó a someterse a “Lamentábili” y “Pascéndi”, por lo que en 1908 fue declarado excomulgado vitándo (Acta Sanctæ Sedis XLI – 1908, págs. 141-142), dijo:
«Pío X no ha hecho más que sacar las conclusiones que se deducen lógicamente de la enseñanza oficial de la Iglesia… El modernismo, el que existe realmente… cuestiona estos principios, esto es, la idea mitológica de la revelación exterior, el valor absoluto del dogma tradicional y la autoridad absoluta de la Iglesia: así que la encíclica de Pío X era impuesta por las circustancias, y León XIII no la habría hecho notablemente diferente, al menos en cuanto a lo esencial y en la parte teórica. El Pontífice ha dicho la verdad, declarando que él no podía permanecer más en silencio sin traicionar el depósito de la doctrina tradicional. Al punto como son las cosas, su silencio sería una enorme concesión y el reconocimiento implícito del principio fundamental del modernismo: la posibilidad, la necesidad y la legitimidad de una evolución tanto en la manera de entender los dogmas eclesiásticos, incluidos el de la infalibilidad y de la autoridad pontificia, como en las condiciones de ejercicio de esta autoridad» [ALFRED LOISY, Compendio dei Vangeli Sinottici e delle semplici riflessioni sul Decreto del S. Uffizio “Lamentábili” e sull’Enciclica “Pascéndii” (Compendio de los Evangelios Sinópticos y de las sencillas reflexiones sobre el Decreto del Santo Oficio “Lamentábili” y sobre la Encíclica “Pascéndi”) Roma, Libreria Internazionale Scientifico-Religiosa, 1908, págs. 275-276; citado en Revista Sì sì No no, año IV, n. 1, 1 de Enero de 1978].
Tal honestidad contrasta con la declaración publicada por Radio Vaticana y L’Osservatore Romano en ocasión del septuagésimo aniversario de la encíclica, donde la reducen sin pudor alguno:
«Una de las funciones históricas de la Encíclica consiste precisamente en el esfuerzo notable realizado por ella para comprender a profundizar y constreñir en coherencia las raíces del complejo movimiento, exasperando a veces afirmaciones no derivantes de aquellas raíces: un desvelamiento de estas no del todo respetuoso históricamente» [citado en Revista Sì sì No no, IV, 1 de Enero de 1978; negrillas fuera del texto].
Menosprecio que, como dijo el padre Francesco Maria Putti († 1984; fundador de la Revista Sì sì No no), se hizo «para mejor empujar a la Iglesia Católica al estercolero modernista, del cual la oportuna intervención del Santo Pontífice la había salvado una vez».
Para la redacción de este artículo se tomó material de RADIO SPADA.
JORGE RONDÓN SANTOS
13 de Octubre de 2023
Traslación de San Eduardo el Confesor, Rey de Inglaterra. Sexta y última aparición de Nuestra Señora del Rosario de Fátima; y aniversario de la Coronación Canónica de Nuestra Señora de la Candelaria de Tenerife.
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