La solemnidad del oficio de hoy es de los santos apóstoles Simón y Judas. Este Judas no es el traidor, pues del traidor no celebran fiesta los cristianos, sino los demonios del infierno. Este Judas es Tadeo, santo, bueno, apóstol de Jesucristo. Si Dios quiere, tendremos buenas instrucciones, derivadas de su Vida y santidad. Saludemos antes a la Virgen María: Ave María.
2. La frase del tema, tomada de la epístola de hoy, dice que estos dos apóstoles fueron conformes con la imagen del Hijo de Dios. Para entender la expresión hay que decir qué es la imagen del Hijo de Dios. La imagen propia del Hijo de Dios es la vida santa, perfecta y bendita de Jesucristo. Quien conozca la vida santísima de Jesucristo: su encarnación, natividad, vida pública, pasión, resurrección, ascensión, verá que es la imagen propia del Hijo de Dios y no sólo del hijo de María. La imagen de un santo o de una santa nos representa al que quiere significar; la vida de Cristo, devotamente contemplada, nos declara que es el Hijo de Dios eterno. En primer lugar, en su encarnación: por qué fue concebido por una madre virgen, sin obra de varón. Nació de una virgen, que no sufrió dolor, en una noche radiante, pues de su cuerpo salía una claridad mayor que la del sol; grande fué la alegría de los ángeles, que cantaban el Gloria a Dios en las alturas; y puesto en el pesebre, calentado por dos animales, fué adorado por los pastores. La estrella de Oriente y los tres reyes. Los milagros de su vida, su bautismo, en cuya ocasión se abrió el cielo viéndose al Espíritu Santo en forma de paloma, y resonó la voz del Padre: Este es mi Hijo muy amado... La resurrección, la ascensión... Todo ello manifiesta que Jesucristo es el Hijo de Dios eterno. Está claro que la vida de Cristo es la imagen propia del Hijo de Dios.
3. Por ello dice el Apóstol, en nombre de los cristianos de buena vida: Todos nosotros, a cara descubierta, contemplamos la gloria del Señor como en un espejo y nos transformamos en la misma imagen (2 Cor. III, 18). Nos transformamos. Pues así como los pintores que quieren copiar alguna imagen la ponen delante de sí y la contemplan para pintarla, del mismo modo los santos ponían ante sí la imagen del Hijo de Dios, la vida de Cristo, y la copiaban, acomodando a ella su propia vida. Primeramente, contemplaban la encarnación, por la que Dios mostró infinita humildad, descendiendo del palacio del cielo a la cárcel de este mundo. Y movidos por esta contemplación, exclamaban: ¡Oh!, ¡cuánto debo humillarme, yo que soy un gusano podrido! Siendo el Señor de todas las cosas, quiso ser pobre; con esta consideración evitaban la avaricia. Pudo elegir otra madre, pero quiso elegir una virgen; al pensar esto evitaban la lujuria. No teniendo pecado alguno, quiso hacer tanta abstinencia que estuvo sin comer durante cuarenta días y cuarenta noches, y toda su vida fue una cuaresma continuada, pues no comía sino una vez al día. Considerando tal cosa y tomando de ello ejemplo, se prevenían contra la gula. Tuvo paciencia extrema; y los santos, llenos de esta consideración, no tenían mala voluntad ni pedían venganza de las injurias. Era varón de gran diligencia, ya que oraba durante casi toda la noche. Oraba de rodillas y con lágrimas en los ojos; iba continuamente de camino, fatigado por la predicación, y todo por nosotros, pues Él nada de esto necesitaba.
De esta imagen de la vida de Cristo deben tomar los cristianos el modelo, copiando su vida con buenas obras. Dice el Apóstol: Todos nosotros, a cara descubierta, contemplamos la gloria del Señor como en un espejo y nos transformamos en la misma imagen (2 Cor. III, 18). La imagen del Hijo de Dios es la vida de Cristo.
4. Ahora aparece claro el tema que afirma de estos dos santos: Conformes con la imagen de su Hijo, con la vida de Cristo. Yí encuentro que fueron semejantes en seis cosas: en el cuerpo material, en el alma racional, en las obras virtuosas, en la conducta espiritual, ea la predicación evangélica, en el martirio.
Por ser semejantes a Cristo en estas seis cosas dice el tema: Conformes con la imagen de su Hijo.
5. En primer lugar, fueron semejantes a la vida de Cristo en el cuerpo material. ¿Por qué fueron más semejantes estos dos que otros? Porque estos eran hijos de María Cleofás, hermana menor de la Virgen María. Santa Ana, madre de la Virgen, tuvo tres hijas. La primera fué la Virgen María, madre de Dios; la segunda, María Cleofás, madre de estos dos apóstoles Simón y Judas; la tercera, María Salomé, madre de Juan Evangelista y de Santiago el Mayor. Ahora bien, los dos más cercanos a Cristo eran Simón y Judas, porque eran hijos de la hermana más próxima a la Virgen. ¡Gran honor! Si un rey se hiciera un vestido de una pieza de tela preciosa, y ordenara a dos soldados que se vistieran de la misma pieza, y a otros dos del fin de la misma, haría más honor a los que concediera vestirse del medio, que a los que concedió vestirse del fin. Esta preciosa escarlata fue Santa Ana, madre de la Virgen. La cabeza de esta pieza fue la Virgen María, de la que tomó Cristo la vestidura de su humanidad. La parte media de la misma fue María Cleofás, de la que se revistieron estos dos apóstoles. Y el final de la pieza fue María Salomé, de la que se vistieron Juan y Santiago. Esta fue la semejanza en el cuerpo material. Por esta semejanza la Escritura les llama no sólo consanguíneos, sino hermanos de Cristo, por su proximidad: Su Madre, ¿no se llama María, y sus hermanos Santiago y Jacobo, Simón y Judas? (Mt. XIII, 55). Conformes a la imagen del Hijo de Dios en el cuerpo material.
6. Nosotros podemos tener esta semejanza con Cristo por las virtudes de nuestro cuerpo, y será más excelente que la que tuvieron los dos apóstoles. Esta fué carnal; la nuestra será virtuosa, que es mejor. Nos referimos a la penitencia, de la cual estaba Cristo revestido, pues cuando tenía treinta años aparentaba cuarenta o cincuenta (cf. lo. VIII, 57). Dice la Glosa que, debido a los ayunos, trabajos y aflicciones, parecía de cincuenta años. Si queremos ser semejantes a Él, no nos aflijamos porque no somos hijos de María Cleofás; seamos hijos de otra hermana de la Virgen, que existía antes que María Cleofás; seamos hijos de la penitencia. Cuando la Virgen tenia tres años comenzó a hacer penitencia en el templo. Seamos hijos de esta hermana.
7. Aunque Simón y Judas fueran hijos de María Cleofás, hermanos y consanguíneos de Cristo, hubieran sido condenados si no hubieran sido hijos de la penitencia. Se salvaron y santificaron por ser hijos de la penitencia, más bien que por ser hijos de María Cleofás. Lo mismo nos acontecerá a nosotros si hacemos penitencia. De éstos dice el Apóstol: No se avergüenza de llamarlos hermanos a los que hacen penitencia (Hebr, II, 11).
8. En segundo lugar, fueron semejantes en el alma racional. Esto es más noble, según veremos a continuación. Cristo tenía cuerpo, alma y divinidad. El alma de Cristo al principio de su creación tuvo tanta ciencia que conocía todo lo pretérito, presente y futuro. Por eso dice David, hablando de Cristo: Señor, tú conoces todas las cosas, las antiguas y las novísimas (Ps. 138, 5).
9. También en este aspecto los dos apóstoles fueron muy semejantes a Cristo, pues tuvieron mucha claridad, a través de la cual conocían no solamente las cosas pretéritas, sino también muchas cosas futuras. Después de Pentecostés marcharon a Persia a predicar. El rey de Persia estaba en guerra con el de la India. El de Persia mandaba un capitán a luchar contra los indios, sin haber obtenido respuesta de sus ídolos sobre el suceso de la guerra. Los apóstoles le anunciaron el fin de la guerra y la paz futura.
10. En tercer lugar, afirmo que fueron semejantes a la vida de Cristo en sus obras virtuosas. La obra de Cristo está clara: Para esto apareció el Hijo de Dios, para destruir las obras del diablo (1 lo. III, 8). Las obras del diablo son los pecados, las tentaciones, las guerras, las divisiones, etc. Esto fue lo que destruyó Cristo. Y en este aspecto nuestros dos apóstoles fueron muy semejantes a Cristo.
Hallaron en Persia dos encantadores, Zaroes y Arfaxar, a los que acudía toda la gente para implorar la salud o para encontrar las cosas perdidas, para pedir auxilio por los hijos, etcétera. Y cuando invocaban a los demonios para que hicieran cuanto pedían, a veces, por permisión divina, se cumplía la petición. Digo por permisión divina, porque los demonios a nadie pueden curar si no es retirando su acción maléfica. Por ejemplo, del mismo modo que si yo fuera invisible y con una aguja os causara dolor en las narices o en las encías; así hacen los demonios, que pueden causar dolor al pecador, permitiéndolo Dios, para que acuda a ellos implorando la salud, para que les preste oídos y se condene al fin. Los apóstoles tuvieron una polémica muy grande contra estos magos, en presencia del rey infiel. Por sus milagros convirtieron al rey. Luego fueron conformes a la imagen del Hijo de Dios.
11. Hoy se hacen en el mundo muchas obras diabólicas, y hay algunos que no quieren creerlo. Es cierto que el Señor nos ha creado, y no nosotros. Es obra diabólica el querer deformar lo que Dios ha hecho, como hacen las mujeres cuando se pintan. ¿Sabéis qué injuria se hace a Dios con esto? La misma que harías tú, que no sabes pintar, si quisieras copiar la imagen que el mejor pintor del mundo pintara. Piensa que Dios sabe pintar; y tú, que no sabes, ¿por qué quieres ser de otro modo? A vosotras, mujeres, os ha dado Dios unos pechos grandes, ¿por qué os los apretáis? Os dió ojos pequeños, ¿por qué queréis hacerlos grandes? Si os dió cabellos negros, queréis tenerlos rubios, como la cola de un toro, etc. Por eso cuando rezáis Cristo esconde su cara, porque tenéis la cara del diablo y no la de Cristo. Y si le decís: ¡Señor, soy creatura vuestra!, Él os responderá: ¡Mientes!
La mujer casada ha de lavarse y adornarse para no desagradar a su marido. Los maridos no deben permitir a sus esposas que se pinten. Han de decirles: ¿Os pintáis por mí o por otro? Si os pintáis por mí, no lo hacéis cuando estáis en casa, sino cuando salís, etc. La sagrada Escritura amonesta a los esposos y a los padres: No comulguéis con las obras vanas de las tinieblas; antes bien, estigmatizadlas (Eph. V, 11).
12. Digo, en cuarto lugar, que fueron semejantes a Cristo en la conducta espiritual. Cristo quiso vivir pobremente en este mundo por amor a los hombres. Conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, se hizo pobre por amor nuestro, para que vosotros fueseis ricos por su pobreza (2 Cor. VIII, 9).
También en esto fueron semejantes a Cristo los dos apóstoles. Después de convertir al rey de Persia y al de Babilonia y a muchos miles de infieles, iban pobremente vestidos. El rey pensó que tales hombres no debían ir vestidos de esa manera, y les ofreció grandes dones y tesoros. Los apóstoles, despreciándolos como estiércol, dijeron: No queremos nada terreno o carnal, sino sólo el amor de Dios y la salvación de las almas. Y con aquel dinero edificaron iglesias y hospitales. Luego fueron semejantes a Cristo en su conducta.
13. Esta conducta atañe a los religiosos y a los clérigos y también a los seglares. Los religiosos deben tomar sólo lo estrictamente necesario para vivir, y no recibir nada más, aunque quieran darles. Esta ambición destruyó las Órdenes religiosas, que en un principio comenzaron con tanta pobreza que San Bernardo no comía sino hierbas. Pero después los reyes y príncipes se enamoraron de ellos y les edificaron grandes monasterios, dándoles posesiones y castillos, hasta tal punto que se perdió el espíritu de la religión y llegaron a ser como puercos bien cebados. Para contrarrestar esta decadencia, San Francisco y Santo Domingo fundaron sus Ordenes sin réditos, para que fueran Ordenes mendicantes, y comenzó la devoción de las gentes, edificándoles grandes monasterios. Y ahora también todo se ha perdido. Otro tanto ocurrió con los ermitaños, quienes comenzaron con estrechez, pero luego empezaron a edificar y lo perdieron todo. La pobreza apostólica hay que conservarla como una doncella guarda su virginidad. Los enamorados envían muchos presentes a las doncellas; si alguna los acepta, se convertirá en meretriz. La mujer que quiere vivir castamente no recibe dones, a no ser en calidad de limosna y en caso de necesidad. Sirvamos, pues, a Dios, que nada necesario nos ha de faltar.
Los clérigos guárdense de la simonía y recen devotamente su oficio; Dios les proveerá.
14. Digo, en quinto lugar, que fueron semejantes a Cristo en la predicación evangélica. Cristo predicaba la penitencia a las gentes. Después de explicar algunos misterios del otro mundo, descendía a la práctica: Vino Jesús... predicando el evangelio de Dios y diciendo: Arrepentios y creed en el Evangelio (Mc. 1, 14-15).
También en esto fueron semejantes a Cristo los dos apóstoles. Después que habían convertido muchos infieles, una muchacha joven se enamoró de un hombre, y poco a poco pasaron de las palabras a las obras. La muchacha quedó encinta de aquel joven, y quiso encubrir su pecado. Pero, al llegar la hora de dar a luz, fue descubierta por los gritos de dolor. Queriendo salvar la reputación del joven que con ella había pecado, difamó a un diácono, discípulo de los dos apóstoles, que era santo, casto y devoto. Pero fue librado de la calumnia, porque el niño recién nacido acusó al verdadero padre. Entonces quisieron matar al culpable, pero lo impidieron los apóstoles.
15. De aquí podemos sacar dos enseñanzas: una para las doncellas, para que se guarden del amor carnal. Hay muchas que no van a misa, y en este espacio de tiempo se entregan a sus malos amores. La otra enseñanza es que no se debe difamar a nadie, Es presumible que la muchacha de la leyenda se condenara, porque no dió muestras de arrepentimiento. Así como es necesario restituir lo robado, es más necesario aún restituir la fama, porque es un hurto mayor. Mejor es el buen nombre que las muchas riquezas (Prov. XXII, 1). Y San Agustín nos aconseja: "No sea perezosa la lengua en poner el remedio, pues ella fue la que causó las llagas" (Regula).
16. Por último, digo que fueron semejantes en la pasión y en el martirio. Cristo quiso morir para atraer los hombres a sí: Cristo murió una vez por los pecados, el Justo por los injustos, para llevarnos a Dios (1 Petr. III, 18). Estos dos apóstoles murieron en la ciudad de Samir, porque por su predicación ganaban a muchos. En esta ciudad se adoraba el sol, en la figura de un ídolo, y decían todos que nada había en el mundo más hermoso ni más provechoso, pues ilumina, calienta y hace fructificar. Los dos apóstoles predicaban contra tal error, demostrando que ni el sol ni la luna ni las estrellas pueden ser adorados; porque aunque la luz y el calor nos vienen del sol o de los astros, no hemos de dar gracias a ellos, sino al Señor. No hay que dar gracias al cirio que arde, sino al que lo encendió. Si el rey os diera una moneda en una bandeja de plata, no hay que darle las gracias a la bandeja, sino al rey. Por tanto, es un error muy craso adorar el sol, la luna o los astros".
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