miércoles, 24 de marzo de 2021

DÍA VEINTICINCO DE CADA MES, EN HONOR DE LA ENCARNACIÓN DEL VERBO

Devoción dispuesta por el Padre Fray Domingo Francisco de Villaseñor, lectór de cánones en el Colegio Real y Pontificio de Universidad de Religiosos Franciscanos Observantes de la Purísima Concepción de la ciudad de Celaya, provincia de Michoacán, a costa de un cura del Obispado de la Puebla, devoto de la Santa Casa de Nuestra Señora; y reimpresa en el Colegio Real de San Ignacio de la Puebla de los Ángeles en 1765.
    
EXHÓRTASE A ESTA DEVOCIÓN
Todo el mundo sabe la infinita obligación en que se halla el hombre constituido para con el Altísimo Hijo de Dios, por haber descendido de la diestra de su Eterno Padre, hasta el polvo de la tierra, tomado carne humana en el vientre inmaculado de MARÍA Santísima siempre Virgen, concebida sin pecado original y verdadera Madre de Dios. De cuánto agrado sea para su Divina Majestad que los hombres hagamos memoria de este sumo beneficio, que alabemos y glorifiquemos con interminable agradecimiento a JESÚS y MARÍA por tan estupenda merced, lo conocerá quien se hiciere cargo de lo que le debemos a ambos en hacer solo punto de la Encarnación.
    
¿Quién podrá decir esto? ¿Quién podrá significarlo? ¿Quién acertará en este punto con una justa ponderación? ¿Hacerse Dios hombre, y el hombre Dios? ¿El Inmenso estrecharse a la pequeñez de una criatura, y encerrarse sin horror en la oscuridad de un vientre? ¿Juntarse allí lo sumo a lo ínfimo, lo impasible a lo mortal, lo omnipotente a lo flaco, y tomar el sumo Señor la forma de su siervo? ¿Y esto por redimirlo, por absorverlo de la culpa y de la pena, por dar juntamente a su justicia satisfacción condigna por el mismo que la agravió; y finalmente por comunicar con el más íntimo modo que era posible su infinita bondad a quien pretendió robarle hasta su Deidad misma? ¿Qué entendimiento, qué corazón, qué lengua podrá dignamente concebir ni explicar este cúmulo de beneficios, ni aun uno solo? Pues todo esto, y aun infinitamente más debemos al Verbo en solo el punto de su Divina Encarnación. Y esto mismo, en su modo, debemos a MARÍA Santísima, porque nada de esto se ejecutó sin el consentimiento de esta Divina Señora, a quien escogió el Altísimo Padre desde ab ætérno para que le ministrara en su purísimo vientre a su Hijo Divino la carne humana, que en tiempo había de tomar, como de hecho se la ministró y lo hospedó en sus entrañas, partiendo de su purísima sangre con el Verbo Eterno para que tuviere cuerpo y vida humana con tal excelencia, que ningún Mártir ha dado por Dios su sangre, ni con mayor amor ni con modo más extraordinario que en esta ocasión la dio MARÍA; porque aunque no dio su sangre perdiendo la vida: pero dio la sangre de sus entrañas por dar a Dios hombre vida.
     
Y si el mismo JESÚS prometió que su Eterno Padre honraría a cualquiera que le ministrara alguna cosa, por estas palabras: Si alguno me ministrare, lo honrará mi Padre, que está en los Cielos: ¿Cuál, pregunto, será la honra, agradecimiento y alabanza que Padre, Hijo y Espíritu Santo deseará ofrezcamos todos los redimidos a esta Purísima Madre por haber ministrado al Hijo Divino no menos que la vida humana? ¿Y de cuánto agrado y obsequio será para toda la Beatísima TRINIDAD, para MARÍA Santísima y para toda la Corte de la gloria que procuremos satisfacer a esta inmensa obligación, acordándonos continuamente y agradeciendo estos beneficios? Considérelo cada uno, y acuérdese también que este Altísimo Arcano, este Inefable Misterio de la Encarnación del Verbo Divino se ejecutó en la Santa Casa de Nazaret, que hoy llaman de Loreto.
       
A la veneración y culto de esta Santa Casa, por solo este Misterio de la Encarnación Divina que se obró en ella, nos estimulan todas las naciones, que siempre respetaron y veneraron las casas de sus Soberanos. Y aun los rincones más deshechados, en donde obraron alguna hazaña, siempre tuvieron por preciso el separarlos y señalarlos con exenciones y privilegios singulares, para hacerlos venerables a todos los siglos, por aquellas proezas, hazañas o triunfos que en ellos obraron y consiguieron sus insignes héroes. Acuérdese pues, nuestra piedad y religión, como no se han hecho, ni tratado en la tierra, ni aun en el Cielo Empíreo cosas mayores, ni se han obrado hazañas más estupendas, ni alcanzado triunfos más gloriosos que en esta Sacrosanta Casa de María. Aquí se hizo la obra mayor y más estupenda que el Soberano de los Soberanos, Dios nuestro Señor, ha hecho, y aun la mayor que puede hacer, porque no es posible hacer Dios cosa mayor, ni de mayor virtud, dignación y poder que la obra de la Encarnación.
      
Tratáronse también en este tremendo lugar de la Santa Casa de Loreto los mayores negocios que ha decretado la infinita Sabiduría y providencia de Dios: el perdón de los pecados, la predestinación de los Santos, el pacto y concierto del Padre Eterno con el hijo que pusiese su vida por los hombres, y el y consentimiento que dio JESÚS y aceptación de vida y muerte tan amargan haciendo allí con gran constancia e inexplicable fervor y devoción, voto de no rehusar la muerte más lastimosa que en el mundo se ha visto ni oído por obedecer al Padre, por hacer bien a MARÍA y a todo su linaje.
    
Muévannos estos prodigios, hazañas, finezas y triunfos de nuestros Soberanos Dueños a una suma reverencia, veneración y devoción a su Santa Casa, en donde por nuestro amor, gloria y provecho se obraron. Y en reconocimiento y culto suyo, visítese a lo menos el día veinte y cinco de cada mes algún Templo, Santuario u Oratorio, especialmente al que con el título de Loreto singularmente representa aquella Casa de JESÚS y MARÍA.
   
ADVERTENCIAS
Sea la primera limpiar el alma de toda culpa por medio del Sacramento de la Penitencia, comulgar el día señalado y oír Misa con reverencia y devoción.
    
Segunda, ejercitar este día alguna especial obra de misericordia que Dios ejercitó con nosotros en el mundo. Y el mismo Señor se agrada más de nuestras obras de misericordia que de todos nuestros sacrificios.
   
Visitar, v. g., algún hospital o cárcel para consolar a los pacientes, o para dejarles algún socorro corporal, o dar por otro medio alguna limosna, o llevar algún pobre este día a comer a casa y servirle la mesa, que así se ejercita la misericordia y la humildad. Si esto no se pudiere hacer todos los meses, hágase a lo menos el día de la Encarnación a veinte y cinco de Marzo, y el día de la Natividad, a veinte y cinco de Diciembre: en los dos días o en uno de ellos, conforme a la posibilidad de cada uno.
    
Finalmente, meditar en este día algún punto, o puntos, sobre el beneficio de nuestra Redención: ya sea de este Misterio de la Encarnación, ya sea de los otros Misterios y pasos de la Vida, Pasión y Muerte de JESÚS, y de los de su Santísima Madre. Y el que no fuere apto para la meditación sola, lea algunos puntos de esta materia, o rece el Rosario o corona de MARÍA Santísima, contemplando sus Misterios.
   
DEVOCIÓN PRÁCTICA PARA EJERCITARSE EL DÍA VEINTE Y CINCO DE CADA MES EN LA MEMORIA Y ALABANZAS DEL ALTÍSIMO MISTERIO DE LA ENCARNACIÓN DEL VERBO DIVINO EN EL VIENTRE PURÍSIMO DE SU SANTÍSIMA MADRE NUESTRA SEÑORA LA VIRGEN MARÍA, EN HONOR DE LA MISMA PURÍSIMA REINA, BAJO SU ADVOCACIÓN DE LORETO
   
    
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
   
Creo en Dios Padre, Todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra. Y en Jesucristo, su único Hijo, Nuestro Señor, que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó entre los muertos, subió a los cielos y está sentado a la derecha de Dios Padre, Todopoderoso. Desde allí vendrá a juzgar a vivos y a muertos. Creo en el Espíritu Santo, la Santa Iglesia Católica, la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la vida perdurable. Amén.
    
ACTO DE ESPERANZA, CARIDAD Y CONTRICIÓN
Omnipotente, Altísimo y Eterno Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, que me criaste de la nada para que te conozca, ame, obedezca y reverencie en esta vida, y te goce en la otra. Justísimo Remunerador, que premias a los buenos con la eterna bienaventuranza y castigas a los malos con pena eterna: yo el mayor pecador, postrado hasta el abismo de mi nada, confieso y adoro a vuestra Majestad infinita, y confesando mi culpa, protesto, Señor, que aun con ser el que soy, espero y de todo corazón confío, que has de usar conmigo de tu misericordia, no sólo perdonándome, mas también dándome auxilios, favor y gracia para amaros, serviros y eternamente gozaros. Así lo espero, porque sé que no quieres la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Sé que viniste al mundo, ¡oh Hijo de Dios vivo!, a llamar no a los justos, sino a los miserables pecadores, veniste a buscar y salvar a los que habían perecido. Sé, finalmente, que tu bondad y misericordia excede infinito a toda la malicia, no sólo mía, sino de toda criatura. Con esta confianza, mi Dios, clamo desde el abismo de mi malicia a tu divina misericordia; y humildemente te ruego por Ti mismo, y por tus Santos todos, me perdones las ofensas que contra Ti he cometido. Oh suma Bondad, oh Santidad inmensa, oh Inocencia infinita, pequé, Señor, contra el Cielo y delante de Ti, me pesa de todo corazón por ser Tú quien eres. Ten, Dios mío, misericordia de este máximo pecador, que yo me duelo de haber agraviado a tu Divina Bondad, y propongo con tu gracia no volverte a ofender más. Te amo, Santísimo Dios, sobre todas las cosas, y por Ti mismo, por tu Bondad, por tu Hermosura, por tu Santidad y Amabilidad incomprehensible. Deso que todas las gentes te conozcan, adoren y amen. Duélete, Señor, de todos los gentiles, herejes y pecadores. Tráelos, mi Dios, al conocimiento de tu verdad, conviértenos a todos a Ti, y a Ti nos convertiremos todos. Amén.
    
Se reza la oración del Padre nuestro con el Gloria Patri, y luego la siguiente oración:
Altísimo Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordia y Dios de toda consolación, que por la nimia caridad con que nos has amado, enviaste al mundo a tu Unigénito Hijo, para que tomando carne humana en el vientre purísimo de MARÍA Santísima, sea con suma gloria tuya, mediador entre Ti y los hombres: siendo el único medio por donde se encontraron y se abrazaron con ósculo de paz tu justicia y tu misericordia. La justicia, porque halló en JESÚS cumplida satisfacción por nuestra ofensa. Y la misericordia, porque se desahogó concediéndonos la indulgencia y remisión cumplida que deseabas, quedando en esta obra de la Encarnación tu altísima Deidad glorificada y satisfecha, y nosotros miserables pecadores, honrados y redimidos. Gracias te damos, Santísimo Padre, por este infinito beneficio, y por el mismo humildemente te rogamos, infundas en nuestras voluntades un odio eterno a todo pecado, un aprecio sumo del beneficio de nuestra Redención, y que nos dispongamos para conseguir sus frutos, sirviendo y amando a tu Divina Bondad, por los siglos de los siglos. Amén.
   
Se reza segunda vez la oración del Padre nuestro con el Gloria Patri, y luego la siguiente oración:
Santísimo y Dulcísimo JESÚS, verdadero Hijo de Dios, esplendor de la luz eterna, Imagen y viva sustancia del Padre, que sin dejar aquel purísimo seno, bajaste al vientre inmaculado de MARÍA Santísima, en donde tomaste forma de siervo, hecho hombre para redimir al esclavo, por ennoblecernos con tu Encarnación y Nacimiento, por lavarnos con tu Sangre, por darnos vida con tu muerte, por alentarnos con tu ejemplo, esforzarnos con tu virtud, enseñarnos con tu doctrina, enriqueernos con tu gracia, y santificarnos con la justicia, escogiendo lo que te era más penoso solo porque nos era más útil, no teniendo cuenta con tu descanso, sino con nuestra honra y provecho. Te alabamos, glorificamos y hacemos gracias por todos los beneficios, y por aquel inefable amor con que elegste para Madre y Ministra soberana de tu divina Encarnación a MARÍA Santísima, por el amor con que ilustraste tu Santa Casa, escogiéndola por tu Palacio, para ejecutar en esta obra excelente de tu Altísimo consejo y para habitación tuya, en donde estuviste muchos años súbdito, y como siervo de tu sagrada Familia, te rogamos nos concedas aquella perfecta caridad que hace humildes a tus criaturas, y que humillados todos bajo tu poderosa mano, nos sujetemos al suave yugo de tu santísima ley, seamos verdaderos siervos tuyos y de tu Madre Purísima por los siglos de los siglos. Amén.
    
Se reza tercera vez la oración del Padre nuestro con el Gloria Patri, y luego la siguiente oración:
Amabilísimo Espíritu Santo, Dios infinito, amor eterno, Misericordiosísimo Consolador, dulce Huésped de las Almas, Padre Santísimo de los pobres, dador liberal y magnífico de los dones celestiales, que para que se viera en el mundo perfecta y acabada la obra de nuestra Redención, justificación y glorificación, con sumo amor a tus criaturas, preparaste a la mejor de todas, MARÍA Purísima, preservándola de toda culpa y santificándola en el primer instante de su ser, y en su virgíneo vientre concurriste a la Encarnación del Divino Verbo, obra de tan singular caridad, que por haberse llevado en ella la palma el divino amor, a Ti, que eres el amor mismo se atribuye a la temporal Concepción del Hijo y la santificación de la Madre. Te alabamos, te glorificamos y hacemos gracias por todos tus beneficios. Te rogamos, Señor, tengas misericordia del mundo, que lleno de iniquidades y resfriado en la caridad se va acercando a su fin, e intenta, si puede ser, pervertir aun a los electos, como nos lo tiene avisado JESÚS en su Evangelio. No permitas, amabilísimo Dios, que prevalezca la malicia contra la bondad. Llena nuestras almas de tus dones, enriquécenos con tus frutos, consuélanos con tu presencia, santifícanos con tu amor y gracia, y llévanos por el camino de tus mandamientos a la gloria, en donde te gocemos por los siglos de los siglos. Amén.
  
Se rezan tres veces el Ave María y el Gloria Patri, con las siguientes invocaciones:
Dios te salve, María, Hija de Dios Padre.
Dios te salve, María, Madre de Dios Hijo.
Dios te salve, María, Esposa del Espíritu Santo.
    
ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA
Santísima y Purísima Virgen MARÍA, gloriosa Señora de los Cielos y tierra, electa desde la eternidad para Madre admirable del Unigénito Hijo de Dios, que con divina providencia en tu Santa Casa de Loreto fuiste concebida toda hermosa, toda purísima, siendo tu Concepción Inmaculada el atrio o primera entrada del Palacio y Casa de Dios, guardado y defendido por su mismo omnipotente y fuerte brazo, para que goce la Santa Iglesia en paz el tesoro de su opulencia posición, que son los bienes de la gracia y de la gloria. Y que esta misma Santa Casa de Loreto fue concebido en cuanto hombre en tus purísimas entrañas el Altísimo Hijo del Eterno Padre. Poniendo la TRINIDAD Sacrosanta en Loreto el primer fundamento de su divino edificio, o estableciendo allí los dos polos en qu estriba, se sustenta y conserva el universo mundo, que son la Encarnación Divina y tu Concepción Inmaculada. Gracias te damos y bendecimos, oh Purísima MARÍA, por tu santidad, por tu original pureza, por tu hermosura, por tu Maternidad suprema, por tus privilegios, por tus dones y por tus excelencias singulares. Y confesamos que no se vio antes otra criatura semejante a Ti, ni la habrá después. Nos gozamos porque eres quien eres, adoramos, alabamos y glorificamos a la Beatísima TRINIDAD, por haberte criado, santificado, preservado y glorificao como a Madre verdadera del Hijo Divino, y humildes le agradecemos, reconocemos y confesamos el estupendo beneficio que nos ha hecho en habértenos dado por nuestra Madre, Reina, Señora y Abogada. Por los altísimos Misterios que en tu Santa Casa de Loreto obró el Altísimo, te rogamos nos recibas por tus hijos, por tus vasallos y siervos, y como a tales nos libres de toda culpa, nos alcances la filiación divina, que es su santísima gracias. Nos gobiernes, inclinándonos y sujetándonos al perfecto ejercicio de las virtudes, y puestos en continuo servicio de Dios, nos lleves a descansar en su eterna posesión. Amén.
   
Se reza la Letanía de Nuestra Señora, si se pudiere.
    
Un Ave María por los devotos vivos y difuntos.
   
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.

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