lunes, 1 de marzo de 2021

MES DE LA SANTA FAZ - DÍA VIGESIMONOVENO

Tomado del devocionario El mes de la Santa Faz de Nuestro Señor Jesucristo, escrito por el padre Jean-Baptiste Fourault, sacerdote del Oratorio de la Santa Faz y publicado en Tours en 1891; y traducido al Español por la Archicofradía de la Santa Faz y Defensores del santo Nombre de Dios de León (Nicaragua) en 2019.
   
MEDITACIÓN VIGESIMONOVENO DÍA: LA SANTA FAZ Y LA EUCARISTÍA.
Oh, Faz adorable, oculta en la Eucaristía, ten piedad de nosotros.
     
¿Está la Santa Faz de Jesús en la Eucaristía? Sor María de San Pedro, iluminada por la luz de lo alto, contestó a esta pregunta en la hermosa invocación contenida en nuestras letanías. Santo Tomás afirma que en este adorable sacramento Jesús posee la facultad de ver con los ojos de su cuerpo. Oh alma mía, estudiemos este misterio.
           
1º PUNTO – CÓMO LA SANTA FAZ ESTÁ PRESENTE EN LA EUCARISTÍA.
En la santa y divina Eucaristía, Jesús está presente con su cuerpo, su sangre, su alma y su divinidad; su cargo cuerpo está ahí contenido y también su Santa Faz. Es el mismo cuerpo que fue magullado por nuestros crímenes, el mismo corazón que fue traspasado sobre la cruz, la misma Santa Faz que fue cicatrizada en el pretorio, y a la que se le ofreció beber hiel y vinagre.
  
Puedo contemplarla a través del velo que la cubre, ahí puedo adorarla, ciertamente sin dejar de estar acompañada de los accidentes de tamaño, de forma y de tono (color), pero en realidad y sustancia. Los ojos divinos de Jesús se encuentran con los míos, cuando postrado a los pies del tabernáculo, levanto mis ojos hacia Él y le ruego se compadezca de mi miseria; sus oídos escuchan mi voz cuando se alza para cantar sus alabanzas, y si nos fuese permitido escuchar la suya, sería realmente de su boca que saldrían las palabras que se dignara dirigirme.
   
El piadoso Cardenal Juan Bautista Franzelin SJ atribuye al Salvador, en la santa Eucaristía, el uso de sus sentidos externos. La Faz de Jesús está realmente en la Eucaristía. Está oculta bajo los accidentes del pan y del vino, pero verdaderamente está ahí, verdaderamente y en substancia.
   
Adorad, oh alma mía, la bondad de Dios, quien ha querido dejarnos a perpetuidad, el memorial de su Pasión en este sacramento.
       
2º PUNTO – CÓMO MANIFIESTA JESÚS SU SANTA FAZ EN LA EUCARISTÍA.
Cuando Yahvé, estaba a punto de dar su Ley a Moisés en el Sinaí, admitido a su presencia, Moisés le dijo a Él: «Si he encontrado favor ante tus ojos, mostradme vuestra Faz, para que os conozca». Y dijo el Señor: «No puedes ver mi Rostro, porque el hombre no me puede ver y vivir» (Éxodo XIII, 20). Es lo mismo en la Eucaristía.
   
Jesús tampoco manifiesta la gloria del esplendor de su Rostro (Faz), las especies del pan que velan la divinidad y la santa humanidad están inanimadas, y Jesús se ha condenado a sí mismo a no tener externamente tampoco el habla, o movimiento, o acción. Recibe el homenaje de los buenos, los insultos de los malvados; permanece en silencio, y parece insensible (sin sentidos).
  
Y todavía el Salvador manifiesta su santa Faz. Él mira a nuestra alma, y un rayo de sus ojos basta para derretir el hielo de nuestro corazón, para conmoverlo, suavizarlo y encenderlo. Él habla a nuestra alma, y nuestra alma escucha su voz cuando el pecado no le pone obstáculo a ella. Nosotros, sentimos, en una palabra, la presencia de Jesús, de su corazón, y de su Faz, y todavía no lo vemos, a Él, «porque ningún hombre puede ver a Dios y vivir».
   
Oh alma mía, escucha en silencio y en soledad, apartada del mundo, la voz de Jesús. Deja que el fuego de su amor penetre en las más ocultas profundidades de vuestro corazón; que salga a menudo el amor y de rienda suelta a todos vuestros sentimientos delante del más augusto de los sacramentos; para hablar de corazón a corazón, con el más tierno y devoto de los amigos, y siempre os llevareis contigo un nuevo aumento de luz, de fortaleza, de valentía y de amor.
          
Ramillete Espiritual: Vere tu est Deus abscónditus, Deus salvátor. (Verdaderamente Tú eres un Dios escondido, el Dios de Israel, el Salvador.. Isaías XLV, 15).
       
RETRATO DEL SR. LEÓN PAPIN DUPONT POR EL SR. HENRI LESERRE.
El Sr. Dupont se encontraba en casa cuando llamé a su casa de habitación. Se me pidió que esperara un momento, en una gran habitación de la planta baja. Mientras el sirviente fue a informar a su maestro de mi visita, mi atención fue naturalmente atraída por los alrededores. El cuarto estaba amueblado de forma sencilla, por aquí y por allá colgaban ex-votos de la pared.
    
A un lado de una oficina cargada de papeles se encontraba un escritorio semejante a un aparador de música, que soportaba un gran volumen, de folio. Inmediatamente reconocí la Biblia. Pero lo que atrajo de manera especial mi mirada y mis pensamientos, estaba suspendida por encima de una tabla de escribir, una entronización de la así denominada “Santa Faz, que reproduce la Faz de Nuestro Señor, a como fue impreso sobre el velo de Verónica.
  
Delante de esta Santa Faz ardía una lámpara, o en su lugar una luz de noche, la suave llama que flotaba sobre el límpido aceite contenido en el vaso de cristal. Se abrió la puerta, e hizo su aparición el Sr. Dupont. Él era por entonces un caballero guapo y alto, alrededor de los sesenta o sesenta y cinco años de edad. Lleno de vida y de vigor.
   
Mis ojos se elevaron hacia él con religiosa curiosidad. El primer aspecto de este hombre cuyas manos habían curado a tantas personas, y aliviado tanta miseria, tenía una mirada de austeridad casi rozando la severidad. Su fisonomía estaba investida de una dignidad augusta que infundía respeto, y los rasgos principales de su rostro, tenían una expresión más bien de una rectitud reticente, que causa un cierto sentimiento de temor que se mezclaba con la veneración que él inspiraba. Sus ojos eran finos, calmos y poderosos, y a la vez vivos y agudos; pero si mi memoria no me falla, las cejas espesas y tupidas que ayudaban a acentuar su expresión.
    
Una nariz bien formada, más sin embargo larga, una boca de contorno muy puro y firme, una frente amplia, alta suntuosa y normalmente moderada, añadida al aspecto de autoridad regia que el hombre mayor poseía. 
   
Este personaje imponente se paró frente a mí.
   
Traté de vencer mi agitación.
   
Apenas había empezado a hablarme de cosas espirituales cuando la expresión rígida de su aspecto cambió repentinamente, tal como la cara de la naturaleza cambia, y las frías neblinas de las noches se disipan cuando el sol de mayo se alza sobre las montañas. La apariencia severa que me había intimidado desapareció por completo.
   
El Sr. Dupont habló de la manera más franca, abierta y generosa posible. Tenía el encanto de la amabilidad de un anciano y el candor de un niño. Fue sólo con dificultad que pude percibir la expresión de fuerza magisterial que a primeras me habían estremecido tanto. Su severidad se había transformado por completo en gracia.
   
El pensamiento, y la vida oculta del corazón, que animaron a levantar esos frunces y aquellos rasgos fuertemente pronunciados, arrojaron reflexiones de bondad celestial. Fue como un pensamiento que el alma de San Vicente de Paul había repentinamente transformado el rostro de un José de Maistre, como el pensamiento de la misericordia había de repente aparecido y estaba mostrando su divina benignidad a través del rostro marmóreo de la justicia. Sí, cuando lo vi entrar por primera vez en la habitación, viéndole señorial y dignificado, me dije a mí mismo: «Él es un hombre justo». Después me dije: «Él es un santo».
   
ORACIÓN DEL SR. LEÓN PAPIN DUPONT
Oh Rostro adorable de mi Jesús, míranos con compasión:
  
¡Oh Salvador Jesús! Al ver tu Faz Santísima desfigurada por el dolor, al ver tu Sagrado Corazón tan lleno de amor, lloro con San Agustín: «Señor Jesús, imprime en mi corazón tus Sagradas Heridas, para que yo lea al mismo tiempo tu dolor y tu amor; tu dolor, para sufrir por ti cualquier dolor; ¡Tu amor, para despreciar de ti todo otro amor!».
  
Oh Rostro adorable de mi Jesús, tan misericordiosamente inclinado al Árbol de la Cruz en el día de la Pasión, por la salvación del mundo, incluso hoy, por compasión, inclínate ante nosotros, pobres pecadores; danos una mirada compasiva y recibiremos el beso de la paz. Que así sea.

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