El origen de la imagen es discutido. Según relatos como el del jesuita José María Genovese, el misionero jesuita Juan Antonio Genovese (tal vez pariente suyo) deseaba contar con una imagen particular de la Virgen que mostrase su capacidad de hacer arder los corazones en signo de fe y devoción. A tal fin, en 1722 visitó a una beata que tenía fama de recibir visiones de la Virgen, y le pidió consultarle a Nuestra Señora la posibilidad de obsequiarle una imagen.
El 21 de Noviembre, después de comulgar, la religiosa experimenta una resplandeciente visión de María, durante la cual la Virgen le dice: «Dile que me es grato su obsequioso pensamiento; que tomo bajo mi protección su apostólico ministerio, y que quiero ser representada en la forma que ahora me ves. Observa bien mi traje, mírame atentamente y tal como me ves quiero ser retratada». La misma Virgen le dijo a la mujer que quería ser venerada bajo el título de “Madre Santísima del Lumen o de la Luz” (aludiendo a que en Sicilia, en la Letanía Lauretana se rezaba la invocación: «Sancta María Mater Lúminis, Ora pro nobis»), y que debía describirle la visión al padre Genovese. Después de esto, la Virgen
«Se inclinó hacia su lado derecho y rescató a un alma que iba a sepultarse en la horrenda garganta del infierno. De esta manera, la Virgen, [...] permitió que la mujer la viera intercediendo por los corazones de los pecadores: un ángel a su lado izquierdo se arrodilló y se los ofreció en una cesta. La Virgen tiene en sus brazos al niño Jesús y, [...], Este va tomando los corazones y los hace arder en caridad. Antes de retirarse, la Virgen pidió a la mujer testigo un último deseo. Quiso ser llamada con el nombre de la Madre Santísima de la Luz y le anunció que sería ella la artífice de numerosos prodigios y milagros cuando se le invocase con ese nombre».
El jesuita Genovese buscó a un pintor en Palermo y le describió la visión, la cual éste intentó representar pero se equivocó en algunos detalles, cambiando el color de la túnica blanca por una roja, omitiendo a los ángeles que la acompañan y colocando una media luna bajo sus pies. Tales intervenciones provocaron una nueva aparición de la Virgen ante la religiosa exigiendo la inmediata corrección. La Virgen acusó a la monja de «perezosa por descuidar sus asuntos», a lo cual ella respondió que no podía salir del convento, el cual se hallaba algo alejado de Palermo, para avisarle al padre Genovese del celestial rechazo de la imagen.
Poco tiempo después visitando el pueblo de Bagheria, la religiosa contrajo una extraña enfermedad y sus superiores decidieron su traslado a la ciudad. Pero al llegar a Palermo sana milagrosamente y recuerda entonces la tarea urgente impuesta por la Virgen. Para ello busca a Genovese y le cuenta las objeciones de la Madre de Dios al cuadro. El jesuita prepara entonces la nueva ejecución de la obra, cuando una nueva aparición mariana le dicta a la religiosa las siguientes instrucciones:
«Vete, al pintor, que está actualmente con la obra entre manos: allá me hallarás, a ti sola visible; y entre tanto que tú teniéndome delante de los ojos, instruyeres con la voz al pintor, yo invisiblemente le dirigiré el pincel, de modo, que acabada la obra, cualquiera conocerá de su belleza más que humana, que inteligencia y arte superior había dispuesto los colores, y delineado la idea de la obra».
Al ser terminada la pintura con beneplácito la Virgen sonrió y la bendijo asegurando que obraría muchos milagros a favor de aquellos que la invocaran y honrasen con el nombre “Nuestra Señora de la Luz”. Sucedió en la pequeña iglesia de San Estanislao de Kotska, en la sede del noviciado de los jesuitas en Palermo.
El padre Genovese se dedicó a predicar por toda Sicilia acompañado de la imagen, por medio de la cual se obraron muchos prodigios. En cada iglesia donde se colocó la imagen, dejaba una copia para extender su culto. Años después, el padre Genovese fue nombrado maestro de novicios y rector del colegio jesuita de Mesina, donde murió en 1743 después de contagiarse de la peste.
La advocación, quizá, sea más antigua, y el estilo de la imagen podía rastrearse a fines del siglo XVII.
Mientras, en 1732, los jesuitas panormitanos decidieron enviar el cuadro a una de las casas recién fundadas en América, y en tres sorteos que hicieron, se escogió que sería enviada a la villa de León, en la Nueva España. La imagen llegó a la iglesia del colegio jesuita el 2 de Julio de ese año, con gran júbilo de la población, y fue puesta en el altar de la iglesia (que fue acabada en 1746, y erigida en catedral en 1866). La devoción fue propagada en tal manera que, en 1742, hubo una imagen y cofradía en la iglesia de los dominicos de Méjico, y se difundieron copias de las imágenes en las casas jesuitas de España, Guatemala, Nueva Granada (en Santa Fe de Bogotá, en la iglesia de San Ignacio; en Popayán), Ecuador y Venezuela, y en contextos no ignacianos como las misiones franciscanas en California.
Sin embargo, la Sagrada Congregación de Ritos ordenó el 27 de Enero de 1742 al obispo de Siracusa retirar sus imágenes porque alegadamente, la presencia de aquel ser infernal movía a confusión a los fieles quienes creían que «con solo invocar a la Madre Santísima de la Luz las almas podían salir de la condenación eterna”; y en 1771, el IV Concilio Provincial Mejicano dispuso que se borrase el Leviatán de la imagen de la Virgen, y que en adelante no se representase más (el espacio temporal fue porque los reinos de España no estaban sujetos a la jurisdicción de la Congregación de Ritos por el privilegio de Gregorio XIII, y porque los decretos pontificios no se podían promulgar sin asentimiento real). Todo esto llevó a que en varias reproducciones de la Virgen de la Luz el dragón infernal sea sustituido por nubes, llamas del Purgatorio, el rosario o algún otro objeto. Aun así, las polémicas continuaron: en Popayán, los carmelitas vieron en la nueva advocación una competencia; y los jesuitas difundieron tratados y sermones donde presentaban su imagen como un símbolo de la Iglesia perseguida por el dragón de la Ilustración. Con la expulsión de los jesuitas y su posterior disolución, el culto se detuvo.
Para el 23 de mayo de 1849 el sacerdote José Ignacio Aguado, párroco de León (Guanajuato), junto con toda la ciudad juraron a la Virgen de la Luz como Patrona de León. Un año después debido a la epidemia del cólera la ciudad hizo voto perpetuo de solemnizar cada año los tres días anteriores a la Asunción, cantando públicamente las letanías lauretanas, poco después la epidemia cesó. En 1866 se concluyó el grandioso templo y actual catedral de Nuestra Señora de la Luz siendo consagrado en el mes de marzo del mismo año por Mons. D. José María de Jesús Diez de Sollano y Dávalos, primer Obispo de León. En 1872 el Papa Pío IX declaró a la Santísima Virgen de la Luz patrona principal de la diócesis de León, Guanajuato. El 8 de octubre de 1902 es coronada pontificalmente el obispo Don Leopoldo Ruiz y Flores, gracias a la concesión hecha por el Papa León XIII, el 23 de marzo de 1901.
Que el cuadro en León se considera el original, se deduce por esta declaración escrita en su reverso:
“Esta imagen es la original que vino de Sicilia y que fue bendecida por la misma Virgen Santísima. Como consta en carta escrita desde Palermo a 19 de agosto de 1729. Y esta imagen la da el P. José Genovese a la iglesia que se ha de hacer del nuevo colegio, debajo de la condición que se le haga altar colateral en el crucero de la iglesia según lo prometido del P. Rector Álvarez en la carta del 13 de mayo de 1732. Y por su verdad, lo firman los siguientes Padres, que han leído la carta: José María Genovese, José María Mónaco, Javier Alagua, y Francisco Banalli.
En Filipinas, se venera una talla que es conocida como Nuestra Señora de Salvación, siguiendo la misma disposición que la milagrosa imagen de León.
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