«Jesucristo se humilló a Sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz» (Filipenses II, 8).
Los siete hermanos Alejandro, Felipe, Félix, Genaro, Marcial, Silvano y Vital, cuya fiesta celebramos hoy, son los hijos de Santa Felícitas, ilustre romana del siglo II. Confesaron la fe valientemente ante la mirada de esta madre admirable que temía más, dice San Gregorio Magno, dejar a sus hijos vivos después de ella, que, como suelen temer los padres carnales, verlos morir antes.
Rufina y Segunda eran hermanas; sus padres Aurelia y Asterio las habían prometido a Armentario y Verino, dos señores romanos que ante el decreto de persecución apostataron de la fe, pero rehusaron casarse, porque ya habían elegido como esposo a Jesucristo. Se las encarceló y se las azotó para que consintiesen en la pérdida de la virginidad y de la fe. Se las arrojó al Tíber, pero un ángel acudió a sacarlas. Finalmente, fueron decapitadas por orden de los emperadores Valeriano y Galo, en el año 257.
MEDITACIÓN SOBRE LA NECESIDAD DE LLEVAR BIEN LA PROPIA CRUZ
I. Jesucristo amaba tiernamente a esta madre admirable y a las siete hijos que ella había educado para Él; amaba igualmente a estas dos hermanas que lo habían elegido por esposo. Por eso los admitió, a todos, a compartir con Él sus sufrimientos. No te asombres: Dios ha resuelto salvar a los hombres solamente por la cruz. Jesucristo, para redimirnos, llevó la suya; tú, para salvarte, debes también llevar la tuya. Es el camino grande del cielo, aquél por el cual han pasado todos los santos; te extraviarás si buscas otro. No nos contentemos con adorar la cruz sobre los altares; no basta ello para salvarse. No hemos de adorar la cruz solamente, hemos de llevarla.
II. Los malvados llevan su cruz, pero para su condenación. Mira a los esclavos de la vanidad, de las riquezas, de los placeres; viven en continua inquietud de espíritu y en continuo trabajo. ¿Para qué? Para adquirir bienes que habrá que abandonar el día me nos pensado, y que los arrastrarán al infierno. Si se imponen tanta fatiga por una recompensa fugitiva, ¿no es, acaso, cobardía de nuestra parte rehuir el sufrimiento de un instante a cambio de una gloria inmortal?
III. Haz lo que te plazca: quieras o no, llevarás tu cruz. La llevarás como Jesucristo, que la pidió sin haberla merecido; o bien como el mal ladrón, que la llevó de mala gana y sin mérito. Es preciso pasar por los sufrimientos para llegar a la gloria. «Dos caminos nos muestra Cristo: uno penoso que debemos soportar, otro feliz que debemos esperar» (San Agustín).
La mortificación. Orad por los afligidos.
ORACIÓN
Haced, os suplicamos, Dios omnipotente, que los gloriosos mártires que tan valientemente confesaron vuestro Santo Nombre, nos hagan experimentar los efectos de su piadosa protección. Por I. C. N. S. Amén.
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