«Todo lo que hay en el mundo es concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y soberbia de la vida» (Epístola 1.ª de San Juan II, 16).
San Marcelo, romano de origen y nacido el 6 de Enero del 255, ejerció el sacerdocio bajo el Papa San Marcelino, a quien sucedió en el año 308, después de cuatro años de sede vacante (había sido elegido en el 306, pero no pudo tomar posesión al papado hasta el 27 de Mayo del 308).
Según el Liber Pontificalis, dividió el territorio metropolitano en 25 distritos (títulos), a la cabeza de los cuales estaba un sacerdote que supervisaba la preparación de los catecúmenos, el bautismo, la administración de penitencias, las celebraciones litúrgicas y el cuidado de lugares de sepultura y memoria, como el cementerio en la Vía Salaria Nueva.
Su epitafio, compuesto por el Papa San Dámaso, nos hace saber que por mantener la disciplina de los santos cánones se atrajo la hostilidad de los cristianos tibios, y que fue desterrado por el tirano Majencio (que había apostatado) en castigo de su severidad contra un apóstata. Murió en el año 309, después de haber gobernado a la Iglesia un poco más de siete meses solamente.
MEDITACIÓN SOBRE LA CORRUPCIÓN DEL MUNDO
I. La vanidad reina en el mundo; se quiere figurar o elevarse por sobre los demás. Esta vanidad se manifiesta en las palabras, en los actos, en las casas, en el vestir, y muy a menudo se la encuentra aun en las prácticas más santas de la religión. ¡Oh mundo, cuán henchido estás de orgullo! Se ve claramente que Satanás es tu señor, y que Jesucristo está ausente de tus máximas y de tus acciones. ¿Se pueden amar los vanos honores considerando a Dios que nace desconocido y que muere oprobiosamente en una cruz?
II. La voluptuosidad es un vicio tan común en el mundo, que parece que la mayoría de las profesiones que se ejercen en él, no tienen otro objeto que el de satisfacerla. Inficiona todas las edades, todos los sexos, todas las condiciones. ¿Cómo resistir a esta corrupción universal? ¡Ah! más bien huye lo antes posible; retírate de Sodoma, no suceda que te veas envuelto en su ruina. Si no puedes abandonar el mundo, declara sin embargo que eres enemigo del mundo y de sus placeres.
III. La sed de riquezas es el tirano del mundo; por él trabájase noche y día, sacrificase la tranquilidad, el honor, la salud, la vida, la salvación. En una palabra, el oro es el dios del mundo; empero, para entrar al cielo es menester ser pobre, si no de hecho por lo menos por el desasimiento de las riquezas. ¿Qué amor tienes por la pobreza, que Jesucristo amó tanto? «Considera como cruz lo que el mundo ama, y adhiérete con toda la fuerza de tu amor a lo que el mundo considera como cruz» (San Bernardo).
La huida de las tentaciones. Orad por vuestros superiores eclesiásticos.
ORACIÓN
Os suplicamos, Señor, que escuchéis las oraciones de vuestro pueblo, y que el bienaventurado Mar celo, vuestro pontífice mártir, cuyos padecimientos honramos, nos preste el socorro de sus méritos. Por N. S. J. C. Amén.
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