miércoles, 17 de enero de 2024

FRANCISCO BERGOGLIO Y ALBERTO FERNÁNDEZ: LAS VIDAS PARALELAS DE DOS MEDIOCRES

Noticia tomada de GLORIA NEWS.
   
   
El 15 de Enero, dos «grandes destructores» se reunieron en el Vaticano: el ex presidente argentino Alberto Fernández y Francisco Bergoglio, escribe Bernardino Montejano Linares de Buenos Aires.
   
El mal gobierno de Alberto Fernández ha dejado frutos amargos, añade Montejano: el aborto, las guerras de bandas, la ideología de género, la perversión moral de los escolares, la promoción de las pseudo-familias, el mal uso de los recursos públicos para el beneficio privado, la usurpación de la propiedad pública y privada, el narcotráfico y una tasa de inflación anual del 211%.
    
Al mismo tiempo, Alberto Fernández fue visto en Madrid disfrutando de una comida de Año Nuevo en Dani, un lujoso restaurante del Hotel Four Seasons, donde una comida cuesta 700 euros y con una botella de vino 1.000 euros.
    
En 2020, al comienzo de su mandato (19 de Diciembre), Alberto fue recibido por Francisco con bromas y buen humor. Hablaron durante 44 minutos.
     
Fernández, un adúltero público, asistió a una Eucaristía en el Vaticano y recibió la Comunión.
    
El 15 de Enero la audiencia duró 45 minutos. Fernández declaró que la reunión fue cordial y «una foto muestra cómo esta pareja de personas irresponsables estaba sonriendo», escribe Montejano.
    
Él pregunta qué ha estado haciendo Francisco mientras tanto en el Vaticano. Su respuesta es: «Lo que hacen los tiranos», como advirtió Platón. Eliminan lo mejor de su entorno y se rodean de lo peor. Esto crea una «Iglesia en salida» que expulsa a los que tiene dentro.
   
Explica que la relación entre el tirano y el adulón es una necesidad [y Francisco se ha rodeado de muchos adulones].
    
Montejano da el ejemplo de la Iglesia en Argentina: «Con los mejores o menos malos obispos liquidados, la Iglesia languidece en su decadencia. Cualquiera de valor es perseguido. Un obispo es enviado a destruir una herencia construida durante muchos años. Se usa a un traidor [el obispo Eduardo María Taussig Armelín] para suprimir el seminario más grande del país».
    
Francisco nombra en puestos importantes a «prelados conocidos por algún suceso escandaloso o a panqueques, o a trepadores, o a personajes anodinos y sin personalidad».
    
Esta es la realidad de una Iglesia representada por «curas villeros», en la que el gran ausente es Dios.
    
Montejano concluye: «Un Estado destruido, una Iglesia destruida. Vidas paralelas de dos mediocres con cierto poder».

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