domingo, 21 de enero de 2024

TERCER DOMINGO EN HONOR A SAN LUIS GONZAGA

Ejercicios piadosos dispuestos por un Sacerdote devoto del Santo para la Congregación de San Luis Gonzaga en la Parroquia de Belén, y publicados en Barcelona por la Imprenta Hispana en 1848, con licencia de la Autoridad Eclesiástica.
   
PRÁCTICA DE LOS EJERCICIOS PIADOSOS DE LOS TERCEROS DOMINGOS DE CADA MES A SAN LUIS GONZAGA
   

El vocal Sacristán Sacerdote, o en su defecto cualquier Sacerdote de la Congregación, puesto de rodillas en el altar mayor, o en el púlpito si ya estuviera de manifiesto su Divina Majestad, empezará el Santo Rosario con la Letanía Lauretana, un Padre nuestro a San Luis, y tres Ave Marías a la pureza de María santísima: acabadas estas oraciones, hará la oración mental, que nunca excederá el tiempo de media hora, meditando el punto señalado por el Presidente de la Congregación. Concluida la meditación, empezará el ejercicio del tercer Domingo correspondiente del modo que sigue:

Por la señal ✠ de la Santa Cruz; de nuestros ✠ enemigos líbranos, Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.

ACTO DE CONTRICIÓN PARA TODOS LOS DOMINGOS
Señor mío Jesucristo, Dios y hombre verdadero, en quien creo y espero, a quien estimo y amo sobre todas las cosas; postrado humildemente a vuestras plantas, digo a Vos mi culpa, pues tantas veces os he desconocido, cuantas he mortalmente pecado; mas ahora, Salvador mío, vengo a Vos contrito y humillado, y confiando en vuestra misericordia me atrevo a esperar me perdonaréis mis muchos pecados, diciéndoos del íntimo de mi corazón, que me pesa en el alma de haber pecado, pésame de haberos ofendido, solo por ser quien sois Dios de bondad infinita, proponiendo con vuestra gracia no pecar en adelante, amándoos con toda mi alma, sentidos y potencias. Bendecidme pues, Padre amantísimo, para que en la práctica de estos ejercicios de devoción, que pretendo hacer a mayor gloria vuestra, y de la santidad de mi amable San Luis Gonzaga, merezca vuestra gracia, y el amparo de tan grande protector. Confúndome, Redentor mío, viéndome tan tibio a vuestra presencia; mas yo espero que por la confesión de mis pecados, y la intercesión poderosa de San Luis, me concederéis un acto perfecto de contrición, que me reconcilie con vuestra Divina Majestad, uniéndome a Vos con el vínculo indisoluble de la caridad por siempre. Amén.
    
DOMINGO TERCERO DE ENERO
MEDITACIÓN: INOCENCIA DE SAN LUIS.
Considera, Cristiano, cómo preguntándose el Profeta Rey (Salmo 23): «¿Quién subirá al monte del Señor? ¿Quién estará en su lugar santo?», responde el mismo Profeta: «El inocente de manos, y de corazón limpio; el que no tomó en vano su alma, ni juró con engaño a su prójimo. Este recibirá bendición del Señor, y misericordia de Dios Salvador suyo». «¿Quién subirá?», exclama San Agustín: «el inocente en las obras, y el limpio en los pensamientos». No hay título como este para alcanzar la bienaventuranza: porque el inocente está del todo adherido a Dios, por medio de la fervorosa caridad. Esta es aquella preciosa joya, que en el Bautismo sagrado se nos manda conservar pura y sin mancilla, para presentarla hermosa al fin de nuestros días a la presencia del Señor. De aquí vemos cuán grato fue al Dios de la majestad el sacrificio de Abel, porque se presentó ante el Señor con un corazón inocente y fervoroso. «Miró Dios a sus dones», dice la Escritura sagrada (Génesis 4), esto es, los aceptó con preferencia a los de su hermano Caín; porque este no se presentó con la rectitud de intención e inocencia de su hermano Abel. Grande es el aprecio que siempre ha hecho el Señor de esa sublime virtud; por donde podrás venir en conocimiento de cuán allegado estuvo nuestro amable Luis con su Divina Majestad, pues fue tan puro e inocente de corazón.
   
Ya desde bien pequeñito, luego que su madre le vio capaz de educación, tomó a su cuenta el dársela la más cristiana y piadosa, y felizmente contribuyó no poco el inocente Luis, pues su aire, sus inclinaciones y su natural propensión a la virtud, le merecieron ya en tan tierna edad el renombre de Ángel. Hallándose entre los soldados de su padre, pronunció algunas palabras menos decentes; mas como ignoró su significado, no llegaron a dañar su inocencia. Al paso que iba creciendo en edad, crecía también en juicio y virtud: de cuyas prendas enamorado el marqués su padre, le llevó a la corte del gran Duque de Toscana, grande amigo suyo; y aunque el aire de la corte, por lo común, es contagioso a la juventud, en nada alteró la inocencia de nuestro Luis. Enviáronle después a la corte de Felipe II, donde, desde luego, se hizo admirar su anticipada madurez y su elevada santidad tanto, como en todas partes; pues no parece sino que el Señor se complacía en irle mostrando a varias cortes de Europa, para convencer con su ejemplo que la virtud no está reñida con alguna condición, y que la inocencia puede y debe acompañarse con todas las edades. Si en medio de los peligros del siglo supo conservar una inocencia tan asombrosa, ¿cómo era posible que la perdiera en la Religión? Los rápidos y extraordinarios progresos que hizo en esta escuela de virtud una vez entrado Jesuita, asombraron a los más perfectos, y nada tuvieron que hacer sus superiores, sino moderar su fervor y poner límites a los deseos de hacer ásperas penitencias, para asegurar su preciosa inocencia. De ese corazón tan inocente nacía el estar continuamente a la presencia de Dios, duró por todo el tiempo de su vida; de donde la Iglesia dice en su oración, que Dios unió en nuestro Santo la penitencia con la inocencia. Compara tú ahora, congregante y devoto de Luis, tus fealdades y extravíos de corazón, con el candor de nuestro Ángel; no puedes preciarte, como él, de haber conservado ese precioso tesoro; y así, tú mismo has obstruido el más derecho camino que conduce a la salvación. Llora, llora con lágrimas de sangre tus pasados crímenes, porque si te precias de ser devoto de Luis, no habiéndole imitado en la inocencia, debes según tus fuerzas seguirle en la penitencia. Pídele incesantemente que te alcance de Dios esta gracia, y no dudes que él lo hará.
   
Rezaremos ahora seis veces la oracion del Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri, en memoria de los seis años que San Luis vivió en la Compañía de Jesus; pidiendo a Dios en cada uno de ellos alguna virtud por intercesion del Santo:
  1. ¡Oh castísimo San Luis!, por aquella vigilancia que tuvisteis en la guarda de vuestros sentidos, logrando así la virtud de la castidad, de tal manera, que pudisteis presentar vuestra alma sin mancha alguna al Cordero inmaculado; os suplico me alcancéis de mi amantísimo Redentor esta preciosa virtud, para amarle y servirle con fidelidad, haciendo que conciba un odio implacable contra todo lo que me pueda ser ocasión de faltar a ella. Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri.
  2. ¡Oh purísimo San Luis! por aquel horror que vos tuvisteis a todo lo que podía deslumbrar vuestra angelical pureza, mereciendo así el renombre de Ángel en carne humana; os suplico me alcancéis de mi amantísimo Redentor una perfecta limpieza y candor, tanto de alma, como de cuerpo, huyendo toda ocasión de perder tan excelente virtud. Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri.
  3. ¡Oh modestísimo San Luis!, por aquella circunspección que vos tuvisteis, tanto en la compostura exterior, como en el recogimiento del alma, alcanzando así una perfecta unión con Dios; os suplico me alcancéis de mi amantísimo Redentor que refrene los movimientos de mi cuerpo descompuestos, y las distracciones de mi alma, considerándome siempre a la presencia de tan soberano Señor. Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri.
  4. ¡Oh humildísimo San Luis!, por aquella ansia con que buscasteis los desprecios, deseando ser burlado por todas las criaturas, teniéndoos por el más grande pecador, hasta pedir con instancia en la hora de vuestra muerte que os dejaran morir en el duro suelo; Os suplico me alcancéis de mi amantísimo Redentor un perfecto conocimiento de mis muchas miserias y pecados, para que me humille, y en todo siga a mi Salvador, que fue manso y humilde de corazón. Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri.
  5. ¡Oh penitentísimo San Luis!, por aquella austeridad у continuo rigor que con vuestro inocentísimo cuerpo usasteis, como si fuereis el mayor pecador del mundo; os suplico me alcancéis de mi amantísimo Redentor la virtud de la penitencia, para mí tan necesaria, atendidos mis muchos y enormes pecados, para llorarlos amargamente reconciliándome así con mi Dios y Señor. Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri.
  6. Y por último, ¡oh ardoroso San Luis!, por el grande amor que profesasteis a nuestro Dios, llegando a ser víctima de la caridad; os suplico me alcancéis de mi amantísimo Redentor la mayor de todas las virtudes, un acto perfecto de amor de Dios, para que uniéndome con su Divina Majestad, nunca jamás me separe, poseyéndole en compañía vuestra en la gloria. Amén. Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri.

ORACIÓN A SAN LUIS
Oh amabilísimo protector mío San Luis, cuán poderoso sois para con Dios, atendidas las muchas virtudes que en este mundo practicasteis; desde ese trono de excelsa gloria que en el Cielo disfrutáis, os suplico seáis servido dar una mirada de compasión a este mi pobre corazón, encendiendo en él la llama del amor divino, hasta que se consuma y derrita a la fuerza de ese sagrado incendio; para que empezando a amar a mi Dios acá en la tierra, merezca un día continuar amándole y bendiciéndole en compañía vuestra, con los demás escogidos en el Cielo, por los siglos de los siglos. Amén.
   
Acabada esta oración dirá el Padre Ejercitante: 
Rezaremos un Padre nuestro, Ave María y Gloria Patri etc., por las almas del Purgatorio. Otro ídem por los que están en pecado mortal; para que Dios nuestro Señor los saque de tan miserable estado. Otro ídem para que Dios nuestro señor se digne conceder el don de la perseverancia a los jóvenes convertidos por intercesión de San Luis, y convertir a los que andan aun por las sendas de iniquidad, en la corrupción del siglo. 
Otro ídem por las necesidades de la Iglesia y del Estado. Un Ave María por los Congregantes presentes. Otra por los aumentos de la Congregación.
Si hubiere muerto algún congregante, dirá: Rezaremos un Padre nuestro etc. por el alma de D. N. N. (o almas, si fueren muchos), etc. En seguida, en cumplimiento del art. 3. ° del tít. 3. ° leerá los nombres de los congregantes fallecidos en el presente mes.

Se concluirá diciendo:
Bendito y alabado sea el santísimo Sacramento del Altar; la purísima e inmaculada Concepción de María, madre y señora nuestra; y la santidad del Ángel de pureza San Luis Gonzaga. Amén.
   
Últimamente, hará las advertencias que se le hayan encargado para las funciones siguientes, y se empezará el sermón, concluido el cual se cantarán las alabanzas al Sacramento, y se reservará a su Divina Majestad.
   
DOMINGO TERCERO DE FEBRERO
Por la señal…
Acto de contrición.

MEDITACIÓN: DE LA MODESTIA DE SAN LUIS GONZAGA
Considera, cristiano, que la modestia según San Ambrosio es aquella virtud que regula todas nuestras acciones, y aun las mismas palabras, prohibiendo que digamos o hagamos cosa que pueda ofender a nuestro prójimo. Esta virtud no solamente compone el cuerpo, sí que también el espíritu, arreglando aquella perfección e íntima armonía que ha de mediar entre la parte interior y exterior. Virtud es ella de todos los tiempos y de todas las edades; mas, aunque a todos conviene, parece subir de punto en los jóvenes, brillando ellos por esa virtud de un modo más eminente y particular. De donde dice San Jerónimo que la modestia es documento de virtud; porque las palabras, gestos, y los adornos mismos de aquellos que son modestos, son otros tantos dogmas que debemos observar, como que se pone a la vista de todos el modo y cordura con que se han de conducir. Enseñanza de Religión la llamó San Ignacio mártir, porque ella nos conduce como por la mano, a la práctica de las verdades de nuestra creencia. Es también la guarda de la pureza y castidad, por donde se nos avisa que para ser castos, amemos la compañía de aquellas personas graves y modestas, para aprender de ellas el vivir con perfección.
   
Mira tú ahora, en qué grado tan heroico poseyó nuestro Luis la virtud de la modestia, que es el más precioso esmalte de la juventud. Él, como otro Job, había hecho un pacto con sus ojos de no mirar cosa que pudiese dañar su sencillo corazón. Nunca permitió que le vistiese ni desnudase su ayuda de cámara; y desde bien tierna edad, se impuso la ley de no mirar jamás la cara a mujer alguna; y fue tan exacto en eso, que habiendo tratado muchos años y servido a la emperatriz doña María de Austria, como paje que era suyo, no la miró jamás a la cara, ni la Emperatriz pudo saber de qué color tenía Luis sus cándidos ojos. Esta compostura exterior, con la que arrebataba los corazones de todos los que le trataban, no se desmintió una vez entrado en la Compañía; pues la mayor falta que cometió, en los dos años de su noviciado, fue haber levantado los ojos a mirar a su hermano, que estaba comiendo junto a él en la misma mesa. Frecuentaba muchas veces alguna pieza o algún sitio, y no podía dar señas de él: tanta era la mortificación de todos sus sentidos. No poco padeció su modestia viéndose aplaudido y alabado por todo el Colegio Romano después de unos ejercicios literarios que tuvo que sostener. Esta virtud en vida le granjeó el nombre de Santo, pues cuando fue a Castellón a componer las diferencias suscitadas entre su hermano y el duque de Mantua, se agrupaban las gentes a su alrededor, y cuando se retiraban decían: «Ya hemos visto al Santo». Esta fue su virtud favorita en todos los días de su vida, hasta verse unido con su Dios y Señor. Reflexiona ahora, congregante y devoto de Luis; mira si tu exterior es grave y modesto, si tus palabras son de edificación para tus prójimos; si tu vestir es únicamente para el aseo de tu cuerpo, cual conviene a un cristiano, o si es (como con frecuencia sucede en nuestros tiempos) para lazo del demonio. ¡Ay de ti!, que necesitas mucho más que Luis velar sobre la guarda de tus sentidos, y especialmente los ojos, y los dejas vaguear con grandísimo daño de tu alma. Piénsalo bien, y pide fervorosamente a Dios, por intercesión de nuestro modestísimo Luis, esa virtud que adornará toda tu vida.
   
Rezar los seis Padre nuestros, Ave Marías y Glorias, con las demás súplicas.
   
DOMINGO TERCERO DE MARZO
Por la señal…
Acto de contrición.
    
MEDITACIÓN: CASTIDAD DE SAN LUIS.
Considera, cristiano, que la castidad es aquella virtud que, en sentir de Tertuliano, nos hace agradables a Dios, nos une con Jesucristo, siendo ella bienaventurada, y haciendo dichosos a todos los que logran poseerla; ella nos asemeja a los Ángeles, ella es la hermosura de nuestro cuerpo y alma. Esa heroica virtud nos levanta sobre nuestra misma naturaleza; pues, como dice el Salmista (Salmo 6), nos aparta del lodo, que es el origen de donde derivamos, para asemejarnos a la condición de aquellos que solo son puros espíritus: pues en cierta manera trasforma los cuerpos en naturaleza de sustancias espirituales, haciéndonos aptos para contemplar las verdades del Cielo, destituyéndonos de los viles sentimientos de la tierra. ¡Oh, si atentamente consideráramos la preciosidad de esa virtud, con cuántas veras la pidiéramos al Señor!, pues que, según nos dice el Sabio (Sabiduría 8, 9), de solo Dios nos puede venir ese don tan precioso. De donde se ve cuán rara sea esa virtud sobre la tierra; pues lejos de pedirla nosotros al Señor, damos entrada a las sugestiones del maligno espíritu, el que nos aconseja lo contrario: y ved ahí el desorden que en nosotros mismos experimentamos; lo que obligó a S. Pablo a que aconsejase a su discípulo Timoteo (1. Ep., 5) que se conservara casto.
     
Este aviso del Apóstol tomó para sí nuestro Ángel de pureza Luis Gonzaga; pues sin temeridad podemos afirmar que fue un raro prodigio de castidad. Entregóse tan totalmente a su Dios desde la tierna edad de 7 años, que asegura el cardenal Belarmino que su vida era ya del todo perfecta en esa edad. A los 9 años hizo voto de perpetua castidad, y lo guardó tan escrupulosamente que jamás consintió el menor menoscabo de esa su resolución. Había formado, cual otro Job, un pacto con sus ojos para nunca mirar cosa que pudiese escandalizar o rebajar en lo más mínimo su castidad. Aunque viajó y habitó en algunas cortes de los grandes de Europa, no por eso naufragó esa su predilecta virtud; antes podemos decir que Dios se valió de Luis para mostrar al mundo que la virtud no está reñida con condición alguna. En todo fue admirado por los mismos libertinos, pues, como dice el historiador de su vida, fueron pocos los señores de las cortes que no se moviesen y reformasen con la conversación de nuestro angélico Joven. Mira tú ahora, congregante y devoto de Luis, cuántas veces habrás faltado a la guarda de ese precioso tesoro por pensamiento, palabra u obra. Mira que esa virtud tanto cuanto es más preciosa, otro tanto es peligrosa y difícil de conservar. Resuélvete ya a pedirla a Dios, por medio de Luis, con todo el afecto de tu corazón. Huye con puntualidad los peligros de tratar, conversar, visitar a personas que pueden serte ocasión de ruina. Acuérdate siempre de lo que nos dice San Pablo, que los que de cualquier modo pecaren contra esa virtud, no alcanzarán el reino de Dios. ¡Oh, mi Dios, hacedme casto por amor de Vos!.
   
Rezar los seis Padre nuestros, Ave Marías y Glorias, con las demás súplicas.
   
DOMINGO TERCERO DE ABRIL
Por la señal…
Acto de contrición.

MEDITACIÓN: HUMILDAD DE SAN LUIS.
Considera, cristiano, que la humildad es el fundamento de todas las virtudes, y el primer paso en la vida espiritual; porque, como enseña el Padre San Agustín (Serm. 10. de verbis Domini), la humildad es la virtud que más principalmente Jesucristo nos enseñó: ella nos abate, para ensalzarnos un día; las mismas oscuridades en que nos envuelve contienen alguna luz, y hallamos la verdadera gloria y alabanza en el mismo desprecio que va unido con la humildad. Si damos una mirada a nuestra propia miseria, hallaremos mil y mil motivos para humillarnos. ¿De qué te ensoberbeces, polvo y ceniza?, ¿de qué te ensoberbeces? Si alguna cosa buena hay en ti, tuya no es, sino de Dios, que sin merecerlo te lo concede, según la doctrina del Apóstol cuando te dice: «¿Qué tienes que no hayas recibido? Y si lo has recibido, ¿de qué te glorias, como si recibido no lo hubieras?». La Escritura santa nos dice que «el humilde será exaltado»; y no en vano lo dice, porque si atentamente meditas, hallarás cuán humildísimo fue nuestro amable Redentor, y por lo mismo ¿quién podrá medir su grande gloria? La misma Madre de Dios la Virgen María no repara en decir que el Dios omnipotente ha obrado en ella maravillas, llamándola bendita entre todas las generaciones, mirando a la humildad de su esclava. A más de esto, esta virtud es necesaria para alcanzar la vida eterna, según lo atestigua el Señor por San Mateo (18) diciendo que si no nos volviéremos como los pequeñitos, no entraremos en el reino de los cielos. De donde notan los teólogos que esta virtud no solo es de precepto, por cuanto con estas palabras expresamente se nos manda que seamos humildes, sino que también es de necesidad de medio, porque el mismo Salvador constituyó la humildad como medio para conseguir el Cielo.
   
Mira tú ahora con cuántas veras practicó Luis Gonzaga esa doctrina del Salvador, dándose del todo a la humildad: el santo odio y desprecio que de sí mismo tenía no podía ser mayor, de tal manera, que cualquiera señal de distinción que con él se usara, le era una verdadera pesadumbre. Jamás se excusó ni disculpó, aunque tuviera mil razones para hacerlo, y hasta llegó a tener escrúpulo de que sentía demasiada complacencia en ser reprehendido. Grande era el gusto que en los ejercicios más humildes experimentaba, tanto que juzgó se debía acusar de lo mucho que había contentado a su amor propio, siguiendo las calles de Roma con un vestido vil у pidiendo limosna. Obligado a sostener un acto literario al fin de sus estudios, le persuadía su humildad a que de propósito se mostrara ignorante, y hubo menester toda su docilidad y rendimiento para sujetarse en esto a su Director y Maestro. Los Cardenales de la Ravena y Gonzaga, que le visitaban frecuentemente, le hallaban ocupado en los quehaceres domésticos más humildes, y él los recibía con gusto en aquella despreciable posición. Contempla tú ahora, congregante y devoto de Luis, los procedimientos en nada humildes de tu corazón. Mira tu soberbia, como no puedes sufrir una palabra siquiera de desprecio; en todo buscas tu propia honra, y el satisfacer tu ambición y vanidad; no es ese el camino que te enseña Luis; y si es cierto, como lo es, que la principal devoción a un Santo consiste en imitar sus virtudes, proponte de veras ser humilde de corazón hasta poder decir a tu Dios con el Profeta Rey (Salmo 30): «¡Oh mi Dios!, no se ha engreído mi corazón, ni se han ensoberbecido mis ojos».
   
Rezar los seis Padre nuestros, Ave Marías y Glorias, con las demás súplicas.
   
DOMINGO TERCERO DE MAYO
Por la señal…
Acto de contrición.

MEDITACIÓN: PENITENCIA DE SAN LUIS.
Considera, cristiano, que la penitencia, según la definen los teólogos, es aquella virtud por medio de la cual el pecador aborrece sus pecados, en cuanto ofenden a Dios, y tiene firme resolución de satisfacer por ellos, y no volver en lo sucesivo a cometerlos. Es una virtud particular mandada por Dios en las sagradas Escrituras, que nos induce a vengar en nosotros mismos las ofensas contra un justísimo Dios cometidas. Conviene, pues, que la penitencia sea un dolor armado de la espada de venganza; de donde dice Santo Tomas (p. 3, cuestión 85, art. 3.) que el acto por el cual la penitencia se llama virtud particular para destruir el pecado, en cuanto es ofensa de Dios, es una venganza que el pecador ejerce en sí mismo para espiar el delito del cual se arrepienta. Según esto, la penitencia nos es a todos necesaria, porque todos somos pecadores y deudores a la divina justicia por nuestros criminales extravíos. Por lo cual, nos amonesta el Señor por su Evangelista (Luc. 3.) a que hagamos frutos dignos de penitencia.
    
Considera ahora con asombro de tu alma, cuán grande fue la penitencia de Luis Gonzaga por dos faltas que él llamaba culpas, y que solo en su imaginación lo serian, las cuales lloró toda su vida. Mira cómo en el palacio de su padre sabe imitar a aquellos anacoretas de los desiertos de la Tebaida, dándose a todo género de austeridades y privaciones desde el momento en que su ayo le advirtió que no pronunciara algunas palabras demasiadamente libres que del trato con los soldados se le habían pegado, pues aunque las había dicho sin entender su significado, fue la mayor culpa que cometió en toda su vida, cuya falta, y el haber tomado un poco de pólvora sin pedir licencia a su padre, le indujo a una rigurosa penitencia: se privó aun de las recreaciones lícitas y honestas, cuidando así de fomentar el espíritu interior con el rigor de las austeridades. El santo odio que a sí mismo tenía era grande; ayunaba tres días en la semana, y muchos a pan y agua. Sus penitencias pudieran acobardar a los Religiosos más austeros. Muchas veces se notaba salpicado de su inocente sangre hasta el techo de su aposento; su cama era frecuentemente la desnuda tierra; por no tener cilicios, se aplicaba a su delicada carne un cinto cuajado de estrellitas de espuelas; nunca se arrimaba al fuego, ni aun en el mayor rigor del invierno, y algunas veces se levantaba a media noche pasando así muchas horas en oración. Pretendiendo entrar en la Compañía, según inspiración del Cielo, venció la obstinación de su padre a fuerza de sangrientas disciplinas. Entrado ya Religioso, tenía tan mortificados todos sus sentidos, que casi parecía haber perdido el uso de ellos. Si reflexionaba lo que comía, solo era para escoger lo más ingrato al paladar, y esto aun en tan poca cantidad, que solo del peso de una onza se alimentaba. Jamás se entibió el fervor de su penitencia; pues aun estando para morir, pidió con instancia que le pusieran en el duro suelo, como a grande pecador. ¿Cómo no te confundes, congregante y devoto de Luis, al considerar tan rígido penitente? ¿Eres acaso más inocente que él? ¡Ay de ti!, que puedes decir con el Profeta Rey «que se han multiplicado tus pecados sobre el número de los cabellos de tu cabeza». ¿Y no lloras aun? Mira que después de tus pecados, no te queda otro camino para subir al Cielo que tu penitencia. Resuélvete de veras a abrazarla; pide el amparo de Luis; él te ayudará, y no dudes que te alcanzará del Señor el espíritu de una verdadera penitencia, y una perfecta contrición de todos tus pecados.
   
Rezar los seis Padre nuestros, Ave Marías y Glorias, con las demás súplicas.
   
DOMINGO TERCERO DE JUNIO
Por la señal…
Acto de contrición.
  
MEDITACIÓN: DESPRECIO DEL MUNDO QUE HIZO SAN LUIS.
Considera, Cristiano, que como dice San Juan (1. Ep. 5, 19) todo el mundo está lleno de iniquidad»; de lo cual se ve que nada puede mandar o enseñar que no sea malo e injusto, como una fuente que no puede dar otras aguas que las que contiene: así el mundo no puede dar otra cosa que males, pues solo males contiene. Los placeres del mundo son del todo opuestos a los mandamientos de Jesucristo; si Dios condena el amor inmoderado de las riquezas, el mundo por el contrario lo admite y aprueba. Dios nos manda la humildad, el mundo la soberbia; si nos dice que debemos amar a los enemigos y olvidar las injurias, el mundo nos incita al odio y a la venganza: por cuyas razones se ve cuan contrarias son las obras del mundo a los mandamientos del Señor. Por esto es, que todo cristiano está obligado a despreciar al mundo, según el empeño que en el santo Bautismo contrajo, en donde renunció las pompas y vanidades del siglo. Queriendo San Cipriano disponer a su amigo Donato para el desprecio del mundo, le convidó a subir a la cumbre de un monte, para mostrarle desde allí los pueblos, villas y ciudades, la tierra y el lleno todo de iniquidades y pecados, a fin de que viendo con sus propios ojos el mundo lleno de tantos desastres, se moviera a despreciarle. Subamos también nosotros con los ojos de la consideración, siguiendo el aviso de San Cipriano, a este monte, desde donde podremos registrar los males perversísimos que en nuestro malhadado tiempo suceden en el mundo, y así no nos será difícil despreciarle. Subamos como subió nuestro angélico joven Luis; pues a pesar de su noble nacimiento, príncipe de la casa de Mantua, se distinguió al momento por el desprecio grande que hizo de la nobleza y resplandores del mundo. Destinado como a primogénito a ser heredero de los estados de su padre, costóle no poco alcanzar licencia para renunciar una corona que otros sin derecho alguno con mil ansias apetecen. De la corte de Florencia pasó a la del Duque de Mantua, y en vez de deslumbrarle aquel nuevo teatro de esplendor y grandeza de su casa, aquí fue donde resolvió dejar al mundo. Hallándose en España, tomó la resolución de hacerse Religioso. Entra a la Compañía de Jesús, y desde este momento, no solo olvidó al mundo, sino que también a su pueblo y a la casa de sus padres. Fue un vasallo suyo a empeñarle en cierto negocio, y le respondió que como hacía dos años que estaba muerto al mundo, ya no tenía en él ni crédito ni poder. Cualquiera señal de distinción que con él se usase, le era una verdadera pesadumbre. Exquisito era el gusto que experimentaba en los ejercicios más humildes y repugnantes, y de aquí le nacía aquel perfecto desasimiento de todas las cosas, y aquel espíritu de pobreza que le hizo verdadero discípulo de Jesucristo. Un libro encuadernado con alguna curiosidad, un rosario menos común y dos sillas en su aposento, eran alhajas que lastimaban su delicadeza. Costó no poco trabajo reducirle a que recibiese dos estampas de papel, una de Santo Tomas de Aquino y otra de Santa.Catalina de Sena, por la devoción que a esos Santos profesaba. Así cumplió por todo el tiempo de su vida con aquel aviso: «huye del mundo si quieres ser limpio». Mira tú ahora, congregante y devoto de Luis, cuantas veces te has dejado arrastrar de los falsos y caducos resplandores de ese mundo engañador. ¡Qué disonancia tan grande, querer el patrocinio de un Santo que todo lo renunció por la esperanza de Jesucristo, y no querer apartar el corazón de las cosas mundanas, las cuales según el Sabio no son más que vanidad de vanidades, miseria у aflicción del ánimo! Pon tu mira en el reino de los Cielos, y entonces conocerás cuan despreciables son las cosas de la tierra. Si Dios te llama a una vida más perfecta, vence intrépido los obstáculos que tal vez te pongan la carne y la sangre. Da de mano a las cosas del siglo, anímate con el ejemplo de nuestro angélico Joven, no temas el qué dirán, y así el Señor, por intercesión de Luis, coronará tus esfuerzos.
   
Rezar los seis Padre nuestros, Ave Marías y Glorias, con las demás súplicas.
   
DOMINGO TERCERO DE JULIO
Por la señal…
Acto de contrición.

MEDITACIÓN: SAN LUIS, MODELO DE AMOR DE DIOS.
Considera, cristiano, que la caridad para con Dios es aquel amor con el cual amamos a tan soberano dueño por causa de sí mismo; o como explica San Agustín, es aquel movimiento del alma que nos arrebata para gozar de Dios por causa de sí mismo (Lib. de doct. christ.). Esta es aquella virtud que sin duda alguna merece el primer lugar entre todas las virtudes teologales, porque inmediatamente mira a Dios, у por sí misma nos conduce a él. Ella es llamada la forma y alma de todas las virtudes sobrenaturales; porque es su complemento, dándoles la fuerza y acción, puesto que ellas si no van acompañadas de la caridad, no tienen precio ni valor alguno delante de Dios: es también su vida, porque en donde faltare la caridad, las demás virtudes son muertas de tal manera, que aun la misma fe es amortiguada sin la caridad, según el testimonio del apóstol San Pablo cuando dice: «todas vuestras cosas sean hechas en caridad» (1. Ep. Corinth. 16). El precepto de la caridad es el fin de toda la ley; porque así como la reunión o amontonamiento de piedras, maderas y otras cosas necesarias para la construcción de un edificio, miran como a fin al mismo edificio, y este aunque solo, representa en sí mismo a todas aquellas cosas; la caridad así también, aunque sea un solo precepto, virtualmente abraza à todos los demás, y no hay alguno que de ella no reciba su perfección; de donde dice el Señor, por S. Juan (14), «el que guarda mis mandamientos y los observa, este es el que me ama». De aquí Santo Tomás de Aquino no ha dudado enseñar (2-2æ, quæ. 184, art. 3.) que el amor de Dios, mandado expresamente a los hombres, no era simplemente un consejo, sino un precepto que se extiende tanto, cuanto las mismas palabras de la ley: mas aunque se hace cargo (2-2æ, quæ. 24, art. 8) de que este grande precepto no se puede cumplir en la tierra con aquella perfección con que se cumple en el Cielo, dice no obstante, que debemos hacerlo con todo nuestro corazón, para que de día en día crezca en nosotros el divino amor y se perfeccione.
   
Mira tú ahora, cuan al pie de la letra cumplió el serafín abrasado Luis Gonzaga este mandamiento del Señor; en prueba de lo cual repárale con su rostro luciente e inflamado, cual otro Moisés al bajar del monte Sinaí, después de haber conferenciado con el Dios de Israel (Éxodo 34, 29). En tanto grado tuvo Luis ese amor divino dentro de sí mismo, que sus superiores tuvieron que mandarle apartase el pensamiento continuo que tenía hacia el Señor, por cuanto su salud se debilitaba notablemente a la fuerza del grande amor que en su inocente corazón ardía; a lo que respondía el Santo con ingenuidad: «No sé qué hacer, mándenme que no piense en Dios porque no me haga daño la cabeza, y me le hace mucho mayor el trabajo que me cuesta el no pensar». Así fue, que adelantando de día en día en la ciencia del amor de Dios, llegó Luis a ser mártir de la caridad, según expresión de la sagrada Rota. Confúndete tú ahora, y avergüénzate de la tibieza y negligencia que tienes en el servicio del Señor, de la frialdad con que te pones delante su divino acatamiento; y ya que te precies de congregante y devoto de Luis, pide al supremo Señor por intercesión de nuestro angélico Joven, se digne concederte un acto perfecto de su amor, diciéndole con el Padre San Agustín (Meditaciones): «¡Oh fuego que siempre ardes, y jamás te apagas! ¡Oh amor que siempre quemas y jamás te enfrías!, quémame, y seré quemado; quémame te diré, para que del todo yo te ame».
   
Rezar los seis Padre nuestros, Ave Marías y Glorias, con las demás súplicas.
   
DOMINGO TERCERO DE AGOSTO
Por la señal…
Acto de contrición.

MEDITACIÓN: SAN LUIS, EJEMPLAR DE AMOR A LA SANTA EUCARISTÍA.
Considera, cristiano, que aunque es verdad que todas las cosas del Señor son admirables, no lo es menos que esta del santísimo Sacramento es el compendio de todas sus maravillas. Aquí, como dice San Agustín, depositó Dios su omnipotencia: siendo omnipotente, no pudo dar más; siendo sapientísimo, no supo dar más; y siendo riquísimo, no tuvo que dar más. Por eso quiso Dios que una obra tan grandiosa fuese representada desde el principio del mundo por varias sombras y figuras, a fin de que apreciáramos más la grandeza de ese misterio. O sino, ¿qué otra cosa era el árbol de la vida, la fuente de cristalinas aguas, el pan y vino ofrecidos por Melquisedec, los panes de Proposición, el pan ceniciento de Elías, el cordero pascual, el maná y otras muchas figuras, sino anticipadas representaciones de ese Sacramento de Sacramentos? Pan de los Ángeles, manjar divino, alimento eterno de los justos, viático o provisión para el camino de la eternidad, que conduce las almas a Dios, según el sentimiento de San Agustín: he aquí los nombres para dar una idea de lo que excede a toda comprensión. Ese divino Sacramento es el manantial de todas las gracias celestiales, porque en él no solamente se nos da la gracia como en los demás, sino también el Autor de la misma gracia. Con él recibimos principalmente el don de temor filial, porque el que dignamente comulga puede decir con el Apóstol, que recibió el espíritu de adopción de los hijos de Dios; pudiendo por él llamar padre a ese Señor, pues como dice Santo Tomás (Secuencia “Lauda Sion Salvatórem”): «La Eucaristía es el pan de los hijos». De donde exclama el mismo santo Doctor (Serm. in opus. 57): «¡Oh convite precioso y digno de toda admiración, saludable y lleno de toda dulzura!». ¿Pues qué cosa más grande puede haber que ese celestial banquete, en el cual no se nos dan ni las carnes de los corderos ni de las becerras, como en otro tiempo en la ley de Moisés, sino al mismo Cristo que es el verdadero Dios?
   
Mira tú ahora cuán enamorado estuvo nuestro angélico joven Luis, todo el tiempo de su vida, de ese augusto Sacramento, pudiendo decir de él que su amor a la Eucaristía fue su favorita virtud. Pasando por la casa de sus padres el santo cardenal Borromeo, descubrió y admiró los tesoros de gracia y perfección que el santo Joven en cerraba en su alma; exhortóle a que cuanto antes comulgase por primera vez, encargándole que después lo repitiese con frecuencia. No es fácil explicar la tierna devoción ni los fervorosos afectos con que aquella inocente alma recibió por la primera vez a su divino hacedor Jesús sacramentado: inflamado el semblante y bañados sus tiernos ojos en dulces lágrimas, daban testimonio del divino fuego que ardía en aquel encendido y abrasado corazón. Durante el tiempo de su vida, la devoción al santísimo Sacramento fue la más sobresaliente de todas sus devociones, pasando horas enteras en su presencia al pie de los altares. Vivía continuamente en la presencia de nuestro buen Dios, haciéndose tan tierno y encendido en su amor, que solo con oírle nombrar, sensiblemente se alteraba y encendías su semblante. Cualquier rasgo, cualquiera expresión afectuosa que oyese en la lectura del refectorio, bastábale para interrumpir la comida. Los tres días primeros de la semana los empleaba para disponerse a la sagrada Comunión, con aquellos actos de ternura que solo un corazón tan puro como el suyo puede experimentar. Llegaba el momento de comulgar, y su alma volcanizada de amor quedaba como fuera de sí misma a la violencia del afecto sensible que en la Santa Eucaristía experimentaba, gastando los tres días siguientes en dar y rendir las gracias al Señor que se había dignado visitarle. Ese sensible amor a Jesús sacramentado lo conservó todo el tiempo de su vida; y en los últimos momentos de ella, fortalecido con ese sagrado viático, voló su hermosa alma a unirse con su amable Criador. Haz ahora reflexión, congregante y devoto de Luis comparando la frialdad de tu corazón (aun en el mismo acto de recibir el Pan eucarístico) con el abrasado amor de ese Serafín dichoso. Atiende bien y verás que la culpa está en tú, y no en Dios; pues ese mismo es el Señor que es, era y será eternamente cuando lo recibía Luis; y si tú no experimentas los mismos efectos, es porque tu corazón no está puro y limpio de los afectos terrenos, estorbos todos de la gracia. Examina bien tu conciencia, pruébate antes a ti mismo, según el consejo del Apóstol; y no dudes que te santificarás con tus comuniones. Imita a Luis en la preparación y acción de gracias para tan santa obra, y él te alcanzará el fervor y amor que para comulgar bien necesitas..
   
Rezar los seis Padre nuestros, Ave Marías y Glorias, con las demás súplicas.
   
DOMINGO TERCERO DE SEPTIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición.

MEDITACIÓN: AMOR AL PRÓJIMO QUE TUVO SAN LUIS.
Considera, cristiano, que el amor al prójimo es aquel mandamiento nuevo que encargó el Señor en la noche de la cena a sus amados Apóstoles, diciendo que por él serian conocidos sus verdaderos discípulos y seguidores (S. Joan., 13, 34). Advierte la necesidad que tenemos de amar a nuestros prójimos, no solo porque en ellos reside la imagen de Dios, sino también porque fueron redimidos por la preciosa sangre de Jesucristo, a la par que nosotros. Estamos obligados a amarles por la semejanza de la naturaleza, y más particularmente por la de la gracia; pues destinados son, como cada uno de nosotros, a un mismo fin; unidos con nosotros con los vínculos de la fe y de la religión, según la común participación de unos mismos Sacramentos. Por cuyas razones, expresamente nos lo manda el Señor por San Mateo (22, v. 39) diciendo “amarás a tu prójimo como a tú mismo». De tal manera, que el que no ama a su hermano, tampoco puede amar verdaderamente a Dios, porque el amor de Dios está fundado en el amor del prójimo, y este recíprocamente en aquel, sin ser posible cumplir con el uno faltando al otro. Este amor al prójimo ha de ser fundado en Jesucristo, esto es, debemos amar a nuestros hermanos con amor santo y verdadero, procurándoles la eterna felicidad, y ayudándoles ya con auxilios, ya con consejos, para su santificación: ese amor ha de ser por Jesucristo, esto es, considerando en ellos al mismo Salvador, haciéndoles todo el bien posible como si a este mismo Señor lo hiciésemos, sabiendo por su boca que cuanto hiciéramos a uno de sus pequeñitos, esto a él mismo lo hacemos.
   
Contempla tú ahora a nuestro angélico joven San Luis enardecido con el amor del prójimo, con todas esas cualidades. Ya religioso, enviado por el Padre General a apaciguar los ánimos fuertemente enconados de su hermano Rodolfo y del Duque de Mantua, sobre el señorío de Solferino; vuela allá en alas de la caridad ese Ángel de paz, y al momento de hablarles, quedaron reconciliados con perpetua amistad. Guiado de ese mismo fervor, hizo una plática sobre la caridad, con la cual edificó a todos cuantos tuvieron la dicha de oírle. Mas no fueron estos los únicos rasgos de amor al prójimo: contémplale al servicio de todos sus hermanos en los empleos más humildes de la Compañía; mírale también a la cabecera de los enfermos, con que ansias, con que fervor los asiste, tanto en lo tocante al cuerpo, como en lo perteneciente al alma. Dígalo la misma Roma, en aquel voraz contagio que por momentos reducía toda la Italia a un vasto sepulcro: aquí fue consumada esta víctima en holocausto precioso al Señor, a impulsos del amor al prójimo. Avergüénzate tú en vista de ese ejemplar que se te pone hoy a la vista; pon la mano en tu corazón, y fácil mente hallarás que no solo no amas al prójimo como hizo Luis, sino que tal vez lo miras con desprecio, no sabiéndole sufrir por amor de Dios, ayudarle en sus necesidades, visitarle cuando enfermo, consolarle en sus aflicciones. Y ya que como congregante y devoto de Luis, te propones imitar sus virtudes, imítale en la caridad al prójimo, socorriéndole en sus necesidades, considerando que cuanto por él hicieres, lo haces por el mismo Dios, quien te lo premiará; y confundido de tú mismo, di a Dios con San Lorenzo Justiniano (Sermo. 10 de verbis Domini): «¡Oh clemencia grande de Dios! ¡Oh caridad! ¡Oh, qué inefable premio se nos promete si nos amamos mutuamente, si nos prestamos aquellos buenos oficios que uno de otro necesitamos! Haya entre nosotros verdadera caridad; cumplamos con un precepto cuya observancia es un beneficio común a todos». ¡Oh mi Dios!, dadme que ame al prójimo como a mí mismo, por amor de Vos.
   
Rezar los seis Padre nuestros, Ave Marías y Glorias, con las demás súplicas.
   
DOMINGO TERCERO DE OCTUBRE
Por la señal…
Acto de contrición.

MEDITACIÓN: DEL GRANDE AMOR QUE TUVO SAN LUIS A LA INMACULADA VÍRGEN MARÍA.
Considera, cristiano, que la Virgen María, madre del Verbo encarnado, es como dice San Juan Crisóstomo (in liturgia) templo animado de Dios, morada amplísima de Aquel que por su naturaleza no puede ser comprendido, en quien el cielo y la tierra descansan y tienen reposo. De aquí es, que todos los santos Padres han agotado sus ingenios para elogiar esa Virgen escogida; pero al cabo, todos han confesado su cortedad en el empeño; llegando un piadoso y sabio escritor a decir que para alabar dignamente a María, no bastan ni la facundia de los retóricos, ni los sutiles argumentos de los filósofos. Ella es aquella benditísima Madre que a todos nos concibió espiritualmente al pie de la cruz: por eso es, que después de su soberano Hijo, no hay criatura que más cuidado tenga del género humano. O sino, ¿quién sino ella nos defiende de todas nuestras aflicciones? ¿Quién tan presto previene a librarnos de las tentaciones que nos amenazan? ¿Quién de los pecados cometidos en que nos vemos enlazados, nos excusa para con Dios, y hace que nos espere a penitencia? Verdaderamente es feliz aquel a quien tan soberana Reina se digna poner sus cándidos ojos de misericordia; el cielo se llena de predestinados, el infierno pierde su presa a cada momento: todo lo cual nos muestra el grande poder de María, que en sentir de San Pedro Damián, se acerca al trono del Altísimo, no como a esclava que suplica, sino como a señora que manda; llegando a decir que sus súplicas tienen fuerza de decreto.
   
Mira tú ahora, cuan bien comprendió el poder de María nuestro angélico San Luis, corriendo desde sus más tiernos años a guarecerse del manto precioso de tan soberana Señora. Creció tanto en él la fervorosa devoción a María, que a los nueve años se consagró totalmente a su celestial Reina con voto de perpetua castidad. Entre los motivos que más le impulsaron para entrar a la Compañía, uno fue la devoción particular que había observado se profesaba a la santísima Virgen en dicha Religión; y esa amable Señora quiso recompensarle muy visiblemente el grande amor que la tenía, cuando en el día de la Asunción, después de haber comulgado, le habló con clara y distinta voz articulada por el hermoso simulacro que con el título del Buen Consejo se venera en el Colegio Imperial de Madrid, intimándole que entrara a la Compañía. Obtenido permiso de su Padre para ser religioso, se encaminó a Loreto a rendir las gracias a su celestial Libertadora. En aquella santa capilla corrió libremente su devoción y su ternura a la santísima Virgen, desahogando su corazón en inflamados afectos y en lágrimas de amor. Allí renovó el voto de castidad, después de haber comulgado; y de nuevo se consagró a la Madre de Dios. Entrado ya religioso, llegó a ser tan tierno en esa devoción, que ya se tenía gran cuidado en las conversaciones de evitar ciertas voces algo más afectuosas y expresivas, por excusarle una alteración que podía perjudicar gravemente su salud; pues no pudiendo caber ese volcán de amor en su pecho, frecuentemente se expresaba en dulces lágrimas por los ojos. Con solo ver una flor o una estrella crecían sus incendios. Ese amor no se desmintió ni bajó jamás de punto en Luis en el tiempo de su vida, y en la hora de su muerte espiró teniendo los ojos fijos a una imagen de María que delante tenía. Compara tú ahora, congregante y devoto de Luis, la frialdad y tibieza de tu amor para con María, con los fervorosos incendios de tu angélico Protector. ¿Cuantas veces has puesto la mano al arado, y has mirado atrás? ¿Te parece bueno que María te esté aguardando para abrazarte, y tú siempre irresoluto permanezcas en tus negligencias y faltas? Ea, anímate ya a la vista de Luis, haz firme propósito de presentar cada día algún obsequio a María, ayuna en los sábados, comulga en sus festividades con todo fervor; y ella te guardara, y en la hora de tu muerte presentará tu alma por intercesión de Luis al trono de su divino Hijo haciéndola feliz por toda la eternidad.
   
Rezar los seis Padre nuestros, Ave Marías y Glorias, con las demás súplicas.
   
DOMINGO TERCERO DE NOVIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición.

MEDITACIÓN: MUERTE DE SAN LUIS GONZAGA.
Considera, cristiano, que como dice el Real Profeta (Salmo 115), «Preciosa es a la presencia del Señor la muerte de sus Santos». Como su vida ha sido una continua preparación para la muerte, o por decirlo mejor, su vida ha sido una continua muerte, resulta de aquí que ningún temor tienen a perder la vida. Llevaron ellos, según consejo del Apóstol, una vida con temor y temblor para lograr su salvación; mas con la muerte ven alejarse ese mismo temblor y temor, por cuanto Dios, les convierte las amarguras de ese trance en esperanzas de suavidad. De donde dice San Ambrosio (De bono mortis) que la muerte para el varón justo es un puerto el más seguro; cuando al contrario es naufragio para el pecador. San Juan Crisóstomo dice que la muerte solo tiene el nombre de tal para los justos; y que aun ese mismo nombre se le quita (sup. Matth. 10). De aquí nacen aquellos piadosos sentimientos de los hombres justos puestos en el trance de la muerte. ¡Qué suspiros, qué deseos más vehementes para ver la patria por la cual tantos años suspiraron! ¡Cuál es su alegría, cuando experimentan ya la entrada a la gloria del cielo! Jamás hubiera pensado que al tiempo de espirar (dice un piadoso Varón) se pudiese experimentar tanta dulzura. De aquí, aquella impaciencia santa para librarse del peso de esta vida. El santo profeta David nada pedía con más fervor en sus oraciones, que verse ya en la presencia de Dios (Sal. 41): «Sedienta está mi alma del Dios fuerte vivo: ¿cuándo vendré y pareceré delante la cara de Dios?». Anhelando por esto mismo, repetía sin cesar el Apóstol, «deseo ser desatado, y estar ya con Jesucristo».
 
Mira tú ahora, según estos antecedentes, cuán dulce había de ser la muerte de nuestro angélico joven Luis. Toda su vida fue una continua preparación para la muerte; más en el último año subió de punto su fervor. Obligado por el P. General a que desde Milán se restituyera a Roma, obedeció con el mayor gusto; habiéndosele dado a entender en la oración, con no sé qué seguridad, que se acercaba el fin de su vida. Herido del contagio sirviendo con fervor cristiano a los enfermos del Hospital en aquella enfermedad popular que afligía toda la Italia, pidió con instancia que se le administrasen los santos Sacramentos, y los recibió con tanta serenidad y devoción, que sacó lágrimas a todos los circunstantes. Tenía siempre en la mano un Crucifijo, y una imagen de la santísima Virgen delante de sus ojos. Habiendo recibido un expreso de la Marquesa su madre, la escribió despidiéndose de ella con términos tan tiernos y afectuosos, que se deshacían en lágrimas cuantos leyeron la carta. Dijéronle después que los médicos le daban solo ocho días de vida; y fue tanto su gozo, que convidó a los presentes a que le ayudaran a rezar el Te Deum en acción de gracias al Señor por una noticia tan alegre. Fuéle a visitar un Padre, y luego que le vio, exclamó como transportado: «marchamos padre mío, y marchamos con alegría». Tres días antes de morir se puso sobre el pecho un Crucifijo, y con semblante risueño repetía sin cesar aquellas palabras del Apóstol, «deseo ser desatado, y estar con Jesucristo». Llegó por fin el jueves 21 de junio de 1591, en que aquel año cayó la octava de Corpus; y aunque no se conocía novedad alguna en su enfermedad, dijo que aquella noche moriría, como en efecto se cumplió, entregando dulcemente su dichoso espíritu en manos de su Criador a los 23 años, 3 meses, 11 días de edad, y a los seis de su entrada a la Compañía. Entra ya en cuentas contigo mismo, congregante y devoto de Luis; discurre qué camino has seguido hasta aquí para alcanzar (cual nuestro angélico Joven) una muerte dichosa en el ósculo del Señor. Mira que tal es la muerte, cual ha sido la vida que se ha llevado: si vives cristianamente, morirás en el abrazo del Señor; mas ¡aу de ti! si tus obras no son cual prometiste en el sagrado Bautismo, tiembla mil veces, tiembla, corrige tus extravíos pasados con una verdadera penitencia; y no dudes que tendrás a Luis en aquel riguroso trance en la cabecera de tu cama, para ayudarte y llevarte al cielo, morada de los Santos, por toda una eternidad.
   
Rezar los seis Padre nuestros, Ave Marías y Glorias, con las demás súplicas.
   
DOMINGO TERCERO DE DICIEMBRE
Por la señal…
Acto de contrición.

MEDITACIÓN: GLORIA DE SAN LUIS GONZAGA.
Considera, cristiano, que la gloria del Cielo según dice San Agustín (lib. 3 De Trinitate, 6) es aquel estado eterno, cierto e inmutable, libre de todo género de males, lleno de todos los bienes de naturaleza, gracia y gloria. Estado felicísimo, del cual disfrutan ya las almas de aquellos varones que, mientras vivieron, triunfaron del mundo, demonio y carne. Estado inefable, por cuanto dice el mismo santo Padre, que del Cielo más fácilmente podemos decir lo que no es, que lo que es: no hay allí, ni muerte, ni llanto, ni cansancio, ni enfermedad, ni frio, ni calor, ni corrupción, ni tristeza alguna. Porque ¿qué cosa más buena o que felicidad más completa puede haber, que vivir con Dios y para Dios? De donde con razón dice San Gregorio (Homil. in Evang.) que si se consideran aquellas cosas que se nos prometen en el Cielo, quedan envilecidas todas las que tenemos en la tierra; porque todo lo de este mundo, comparado con la felicidad eterna, carga es, no alivio. ¡Oh reino bienaventurado, en el que la juventud jamás se envejece, el esplendor no se deslumbra, la salud no se marchita, el gozo jamás fenece, y una vida así feliz y dichosa no tiene término! Por eso es, que el Real Profeta lleno de alborozo exclamaba (Salmo 83, v. 12): «¿Cuán amables son tus tabernáculos, Señor de los poderíos? Mi alma desfallece у codicia por los atrios del Señor. Mi corazón y mi carne se regocijaron en el Dios vivo». Mas ¿qué podremos decir de esa bienaventuranza eterna, cuando el Apóstol después de haber sido arrebatado hasta el tercer cielo, testifica haber oído cosas que no es lícito al hombre hablarlas? Y a la verdad, excede todo discurso y toda razón humana, aquella honra, aquella hermosura, aquella magnificencia y majestad que Dios ha preparado para aquellos que le aman.
    
Mira tú ahora, cuanta haya de ser la gloria que disfrute en el Cielo nuestro angélico joven Luis; pues la fe nos enseña que la gloria de los Santos en el Cielo es proporcionada al número y excelencia de las virtudes que han practicado sobre la tierra. Grandes fueron sus virtudes, y así también grande es su gloria. Consultemos sino a Santa María Magdalena de Pazzi, la cual en el día 4 de abril de 1600, estando en uno de sus acostumbrados éxtasis, comenzó a exclamar de repente, con uno como especie de entusiasmo: «¡Oh, qué gloria es la de Luis, hijo de Ignacio! Nunca la hubiera creído, si no me la hubiera mostrado el Señor. Paréceme que no he visto en el Cielo gloria igual a la de Luis; digo que Luis es un gran santo; tenemos muchos santos en la Iglesia, que no creo estén tan elevados. Quisiera poder ir por todo el mundo para decir que Luis es un gran santo, y quisiera mostrar la gloria de que goza, para que fuese glorificado el mismo Dios; fue elevado a grado tan sublime, porque trajo una vida interior. ¡Oh, cuánto amó Luis en el mundo! Por eso goza ahora de Dios en el Cielo, con una gran de plenitud de amor». Calló la Santa después de habernos dado un testimonio tan ilustre de la gloria de Luis. ¡Qué confianza pues no debemos tener en la intercesión de un Santo tan allegado al trono del Señor! Ea pues, congregante y devoto de Luis, anímate con la consideración de lo muy válido que es para con Dios nuestro angélico Tutelar. Si el mundo te persigue, si los pensamientos menos puros te molestan, si la carne levantare sus rebeliones contra el espíritu, si la ambición y orgullo, si en suma, todos los vicios quisieran hacer presa de tu corazón, mira a Luis, busca a Luis, invoca a Luis, que en él hallarás remedio para todas tus necesidades. No dudes de su poder para con Dios. Pregúntalo sino a Ersilia Altisimi, y ella te dirá que le vio muy resplandeciente ante el trono del Altísimo, y que al ofrecer las súplicas de sus devotos, las admitía Su Divina Majestad de un modo apacible, y le decía una y más veces, pide y otorga. Sé pues constante en su devoción, practica con fervor los piadosos ejercicios de la Congregación; pues esta no tiene otro fin, que presentándote a Luis como a ejemplar de todas las virtudes, procures en lo posible imitarle, para que merezcas un día gozar en su compañía de la gloria del Cielo por toda una eternidad. Amén.
   
Rezar los seis Padre nuestros, Ave Marías y Glorias, con las demás súplicas.

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