jueves, 1 de agosto de 2024

NOVENA AL SEÑOR DE LOS MILAGROS

Novena compuesta por el R. P. Fr. Francisco Gruesso y Rodríguez, misionero apostólico y Guardián del Colegio de Misiones de Nuestra Señora de la Gracia de Popayán en el año 1819, a instancia de Joaquín de la Peña y Montecer.
   
PRÓLOGO
Convencido de los piadosos deseos que animan a mis conciudadanos de aumentar no solamente en la ciudad de Buga, sino en todas las demás del Reino la devoción y culto a la Sagrada Imagen de Jesús Crucificado, que en dicha ciudad se venera con la advocación del Señor de los Milagros; he creído, además de cumplir con los efectos que arrastran a la devoción de esta Santa Imagen, contribuir también con los afectos de todos los fieles de la ciudad de Buga, y de casi todo el reino,  en que es muy conocida y estimada esta piadosa devoción, dando a la prensa esta novena, que a ruegos míos compuso el R. P. Fr. Francisco Gruesso y Rodríguez, misionero apostólico y Guardián que fue el Colegio de misiones de esta ciudad. Pero debiendo apoyar mis piadosos designios en los cuidados y diligencias de un sujeto capaz de llevar los a su debido cumplimiento, no conozco otro en quien pueda demostrar mejor mis deseos que en V. S., cuyo mérito, cuya piedad y devoción unidas al amor que desde mucho antes he tenido a su persona, me excitan a dedicársela. Dios guarde a V. S. muchos años.

Popayán 25 de mayo de 1819.
Joaquín de la Peña y Montecer

NOVENA A NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO CRUCIFICADO, CUYA IMAGEN MILAGROSAMENTE RENOVADA SE VENERA BAJO EL TÍTULO DE SEÑOR DE LOS MILAGROS, VENERADO EN EL POBLADO DE BUGA, VALLE DEL CAUCA, DEL REINO DE LA NUEVA GRANADA
  

Hecha la señal de la Cruz se dirá el acto de contrición:

*ACTO DE CONTRICIÓN*
Señor y Dios Eterno, infinito en todas las perfecciones y atributos, yo la más pobre, la más vil y despreciable de todas las criaturas, postrado con el más humilde rendimiento ante vuestra Soberana Majestad os confieso con todo mi corazón como a mi Dios y Señor, principio y fin de todas las cosas, tanto en el cielo como en la tierra y en todo el Universo. Y penetrado íntimamente del conocimiento de mi miseria y mi bajeza, me abato y me confundo en vuestro divino acatamiento, considerándome la criatura más indigna de vuestra infinita dignación por la que habéis querido poner en mí los ojos, conservándome en la vida y en el ser que he recibido únicamente de Vos, para que me empleara solo en el servicio de vuestro amor y voluntad. Pero ingrato y desconocido a los grandes y especiales beneficios de tu dignación, yo, Dios mío,  me he olvidado enteramente de Vos, y poniendo mi corazón y mi amor en las criaturas me he apartado con la mayor torpeza e ingratitud de vuestro divino servicio y voluntad. ¡Lo conozco, y lo confieso, Señor y Dios mío! Conozco que no os he amado, que no os he servido como debiera, y añadiendo a esta monstruosa ingratitud el desprecio más abominable y más vil, también conozco y lo confieso amargamente, que os he ofendido, que he quebrantado una y mil veces vuestra divina voluntad y Mandamientos. ¡Cuánto me arrepiento, Señor y Dios altísimo! ¡Oh, cuánto me duele el delito y la traición que contra vuestra Majestad Soberana he cometido! Quisiera haber muerto primero que ofenderos, y quisiera morir mil veces, antes que volveros a ofender. Con esta resolución, con todo el amor de mi corazón, me atrevo a levantar mis ojos hacia Vos, implorando humildemente tus misericordias y bondades, para conservarme siempre en esta mi resolución y propósito, Y convencido en la infinita piedad con que miras a los hombres, a quienes has querido salvar empleando en su Redención los tesoros infinitos de tu amor, yo el primero me acojo a vuestra presencia soberana a implorar los méritos de esa misma Redención, para con ellos cubrir la muchedumbre de mis delitos, y obtener perdón y misericordia ahora y por toda una eternidad. Amén.

*ORACIÓN AL ETERNO PADRE*
Padre Eterno y Clementísimo Dios, que por un exceso de compasión y de caridad con los hombres, quisisteis que bajase vuestro Unigénito Hijo desde el seno de vuestra gloria, a tomar carne humana y hacerse hombre encargándole la más importante obra de la redención y libertad del linaje humano; sujetándolo a ese fin, a todos los castigos que debiera sufrir el hombre por el delito de haberse rebelado contra vuestra Majestad Soberana, y haciéndolo participante de todos los abatimientos y humillaciones que le han venido después de su delito. Yo os adoro y os reverencio con toda mi alma, por esta tan singular misericordia con la que habéis querido salvarnos de nuestros pecados, a causa de los tormentos y de la Sangre que derramó vuestro preciosísimo Hijo sobre una cruz. Y en retorno y agradecimiento a tan soberano beneficio, os ofrezco esta misma Sangre, los tormentos y muerte de vuestro divino Hijo, en cuyos méritos confío, para la remisión y gracia de mis culpas, consagrando estos nueve días en memoria de esta muerte que con tanto amor sufrió por nosotros en la Cruz. Dignaos, Señor y Padre Misericordioso, desterrar de mi corazón todos los afectos del pecado, ilustrar con vuestra luz divina mi entendimiento, encender mi alma y la de todos los devotos de tu Hijo crucificado en un perfecto amor hacia Vos, consagrándonos en estos días, con la pureza debida, a la contemplación y memoria de los tormentos de tu hijo Jesús, en los que confiamos, para ser admitidos a vuestra Santísima gracia, y conseguir después vuestra eterna gloria. Amén.

*DÍA PRIMERO*

*CONSIDERACIÓN SOBRE EL AMOR QUE JESUCRISTO A LOS HOMBRES, EL QUE LE OBLIGÓ A ADMITIR LA MUERTE EN LA CRUZ*
¡Oh! Alma mía, ven al Calvario, allí es el lugar del sacrificio de Jesús, allí lo ha llevado su amor hecho víctima de los delitos de los hombres. ¡Ah!, ¿quién dijera que después de conducido de tribunal en tribunal, en donde ha tolerado unas tras otras, las mayores afrentas en ignominias, ansioso todavía de tormentos, no había de quedar satisfecho, hasta no haber agotado las heces del más amargo cáliz de dolor? Pues así es: míralo, alma mía, mira bien en ese cuadro espantoso, dibujado con sangre, los inmensos deseos que Jesucristo ha tenido de padecer, y de morir solamente por tu bien. Registra y lee atentamente en este sagrado libro, que se muestra en el Calvario, hasta dónde ha podido llegar la insaciable sed de tu amor; sin darse por contento de tener traspasada de espinas su cabeza, despedazadas con azotes sus espaldas, abofeteadas sus mejillas y mallugado con terribles golpes todo su cuerpo, ahora se deja en el Calvario al arbitrio de sus bárbaros asesinos, los que añadiendo dolor a dolor, han llevado hasta el colmo su indignación, taladrando con formidables clavos sus pies y manos sacrosantas. ¡Oh Jesús mío! Dios de amor y de misericordia, ¿no era bastante haber derramado una sola gota dc vuestra purísima sangre, para dejar comprobado tu inmenso amor hacia los hombres, y has querido sobreabundar a la misma redención, para adquirir más y más título de amor sobre los mismos hombres? ¿No quedaba el hombre redimido enteramente de su penosa esclavitud, con uno solo de vuestros tormentos, padecidos por su libertad? ¡Ay Dios mío!, ¿quién tuviera un amor infinito, para corresponder infinitamente a tu divino amor? Encended, Jesús mío, nuestros corazones en esas llamas de vuestro amor. Avivad entre nosotros el fuego de esa inmensa caridad, con que habéis querido abrasar a todos los hombres. Ahora mismo nuestros corazones endurecidos como el hielo de los vicios, ni sienten ni hacen el debido aprecio de tu amor. ¡Dios mío! Alentad nuestros corazones. Avivad en nosotros la caridad, haced que este pueblo, que desde muy a los principios se ha esmerado en los afectos de tu sagrada imagen enclavada en la Cruz, se penetre ardientemente con los incendios de tu amor, para que aborreciendo de veras el pecado, nos consagremos por toda la vida en tu divino servicio y voluntad. Amén.

ADORACIÓN A LAS CINCO LLAGAS DE JESUCRISTO
Adórote, oh santísima llaga de la mano derecha de mi Señor Jesucristo, y os suplico por el dolor que entonces sintió vuestra alma purísima, que mi alma sea penetrada del dolor y sentimiento de haber empleado mis acciones en las ofensas contra vuestra Divina Majestad. Amén. Padre Nuestro, Ave María, Gloria Patri.
Adórote, oh santísima llaga de la mano izquierda de mi Señor Jesucristo; y os suplico por el dolor que sintió vuestra alma purísima, que mi espíritu sea penetrado del más firme propósito y resolución de nunca jamás desviarme del camino derecho que me conduce a la gracia. Amén. Padre Nuestro, Ave María, Gloria Patri.
Adórote, oh santísima llaga del pie derecho de mí Señor Jesucristo, y os suplico por el dolor que entonces sintió vuestra alma purísima, que mi corazón conciba los deseos más eficaces de mantenerse siempre firme y estable en la observancia de vuestros divinos mandamientos. Amén. Padre Nuestro, Ave María, Gloria Patri.
Adórote, oh santísima llaga del pie izquierdo de mí Señor Jesucristo, y os suplico por el dolor que entonces sintió vuestra alma purísima, que todas mis acciones y movimientos se encaminen a vuestro amor y servicio. Amén. Padre Nuestro, Ave María, Gloria Patri.
Adórote, oh santísima llaga del costado de mi Señor Jesucristo; y os suplico por el dolor que entonces sintió vuestra alma purísima, que mi corazón sea traspasado con el dolor de las culpas, consagrándose enteramente en obsequio de vuestro divino amor. Amén. Padre Nuestro, Ave María, Gloria Patri.

*ORACIÓN IMPLORANDO EL AUXILIO DE MARÍA SANTÍSIMA*
Jesús amantísimo, recibid mis súplicas y mis ruegos con los que me dirijo a Vos, como a verdadero refugio en nuestras necesidades. Volved los ojos a esta pobre alma vacía de vuestra divina gracia y colmada de vicios y de pasiones groseras, el único fruto que he sacado de haber seguido tan ciegamente, sus deseos. Por vuestra Pasión santísima, os pido que me hagáis sentir el dolor verdadero de todas mis ofensas; y si mis súplicas no son bastantes por su tibieza, o por no estar acompañadas de la pureza debida, me dirijo hacia Vos uniendo mis oraciones con las de vuestra Santísima Madre María. ¡Oh Madre de Dios, y Madre de los hombres!, por nuestros santísimos dolores, por las penas y sentimiento que dividió vuestro Corazón amante al pie de la cruz, ayudadme a clamar a Jesucristo, tu Hijo verdadero: encaminad hacia él mis ruegos y mis súplicas, en especial para que mi alma no se pierda, para que desde ahora y siempre viva sujeto en la guarda de su ley y de sus mandamientos, y si fuere de su divino beneplácito y del vuestro, Madre purísima, que me conceda también lo que pido en esta novena; como asimismo la salud de mi cuerpo, y el remedio de todas mis necesidades y las de todos mis prójimos. Todo esto lo apoyo, Jesús mío, en los méritos y en las súplicas de María, interponiendo también el patrocinio de vuestro amado discípulo el Apóstol San Juan, por cuyo medio espero que no dejareis desahuciados mis deseos, sujetándome en todo a vuestra divina Voluntad. Amén.

*-Dios te Salve Reina y Madre, etc. Padre Nuestro y Ave María a San Juan Apóstol. (Aquí* *alentando la confianza pedirá cada uno lo que desea alcanzar)*

*AFECTOS Y SÚPLICAS A JESÚS CRUCIFICADO*

Si un exceso de bondad
Os hizo bajar del Cielo,
Dadnos alivio y consuelo
En toda necesidad.

¿Y quién pudiera decir,
Oh mi dulce Redentor,
El ansia con que el amor
Del Cielo os hizo venir,
Tan solo porque vivir
El hombre pueda en verdad?
Dadnos alivio y consuelo
En toda necesidad.

Desde entonces los tormentos
Unos tras otros te oprimen,
Las penas juntas se siguen,
Y tu dolor va en aumento
Porque el hombre tome aliento
Y te goce en libertad.
Dadnos alivio y consuelo
En toda necesidad.

Con indecible furor
Los verdugos y sayones,
Ultrajaron con baldones
Tu Majestad, ¡oh Señor!,
Pero allí tu grande amor
Para olvidar su maldad.
Dadnos alivio y consuelo
En toda necesidad.

Entonces tu pena crece
Cuando con tanto furor
El Ministro muy atroz
En saña cruel se enardece:
Con tal que el hombre se diese
Su perfecta santidad.
Dadnos alivio y consuelo
En toda necesidad.

Azotes, clavos y espinas
Lo atormenta en la Cruz
Allí agoniza Jesús
Cuando a morir ya se inclina:
Que vea el hombre en cunto estima
De su crimen la fealdad.
Dadnos alivio y consuelo
En toda necesidad.

En tres horas de agonía
Que en la Cruz sufrió enclavado
¿A quién decir será dado
Lo que allí padecería?
¡Oh Dios, y cuál sería
Del verdugo la crueldad!
Dadnos alivio y consuelo
En toda necesidad.

Cuando con aguda lanza
Tu costado traspasaron
Tus penas no se aumentaron,
Pero aumento mi esperanza;
¡Oh hombre!, ven sin tardanza
A ofrecer tu piedad.
Dadnos alivio y consuelo
En toda necesidad.

Un esqueleto no es más
En esa hora en que espiró,
La muerte ya no le dio,
Ni el hielo, ni la frialdad
Pues muy antes ejerció
En sus miembros la crueldad.
Dadnos alivio y consuelo
En toda necesidad.

Si un exceso de bondad
Os hizo bajar del Cielo:
Dadnos alivio y consuelo
En toda necesidad.
    
Antífona: ¡Oh Cruz santísima!, árbol el más precioso entre los árboles del Líbano, en cuyos brazos estuvo pendiente la vida del mundo, en los que triunfó Jesús, y venció para siempre con su muerte a la Misma muerte.

*L/: Te adoramos y te bendecimos oh! Señor Jesucristo.*
*R/: Porque redimiste al mundo con tu Cruz.*

*ORACION*
¡Oh Dios!,  que renovaste los milagros de tu pasión en la invención gloriosa de tu Cruz: concedednos que con el precio de este leño de vida consigamos los medios de alcanzar la vida eterna. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.

(Hoy se da principio a la confesión general si debiese hacerse; si no se hará la confesión actual, empleando los nueve días de la novena en cierta distribución de lección y oración, y demás piadosas ocupaciones)

 

DÍA SEGUNDO

CONSIDERACIÓN SOBRE LOS DESEOS DE JESUCRISTO DE QUE LOS HOMBRES SE APROVECHEN DE SU AMOR

¿Quién le diera a Jesús, que todos los hombres de todos los tiempos, y de todas las edades, reunidos en este día bajo las banderas de su Cruz vinieron a participar de los frutos preciosos de su sacrificio? ¡Qué ansias las suyas tan ardientes! ¡Qué deseos tan eficaces los suyos de salvar a todos, de redimirlos a costa de todos sus tesoros, con el precio infinito de su misma sangre! Levanta sus ojos; ¡oh alma mía! míralo en el Calvario, y escucha atentamente su voz divina, con la que, dirigiéndose al Padre, le ruega con las súplicas más encarecidas, aun por los mismos verdugos que lo atormentan. Padre Eterno, le dice: verdad es que mis enemigos me atormentan, que ahora mismo me persiguen, que se enfurece ahora contra mi sangre; pero ellos no saben lo que hacen, son rudos ignorantes, perdónalos Padre mío. Así habla Jesús, ¡oh alma mía!  y no es tan solo de ahora, sus deseos ardientes de salvar a todos, de sacarlos del poderío del dominio, y del pecado. ¿A quién no son constantes en todo Jerusalén, en toda Judea, y en los lugares todos por donde ha ido esparciendo los saludables frutos de su apostolado, y de su misión? ¿Quién no le ha visto al lado de una samaritana junto al pozo de agua, imagen de la vida, en la compañía de una Magdalena, levantando blandamente sus manos sobre ella para quitarle todos sus delitos, todas sus maldades, en la casa de un publicano? ¿Quién no le ha visto devorado de la sed de saciar a los hombres, buscando de aquí y de allí a los pecadores, además de haber regado por todas partes la doctrina de la salvación, la que hubiera bastado para que los hombres todos viniesen a reunirse bajos sus banderas? Pero ahora sobre la Cruz. ¿Quién podrá explicar dignamente lo que es su amor, y la eficacia de sus deseos para que uno solo de los hombres no se pierda? Míralo en tí misma ¡oh alma mía! Mira cuantas veces ha enviado sobre tí sus luces, sus desengaños, sus aviesos; mira cuantos otros quizá vuestros conocidos, vuestros parientes, vuestros amigos tocados de su luz divina han venido a su santo Templo a implorar sus auxilios de conversión, y la han conseguido. Cuantas mudanzas, cuantos arrepentimientos se han concebido a sus divinos pies, y se han ejecutado con su influjo. ¡Dios mío! ¡Jesús mío! ¡Redentor de mi alma!  volved a mí tus divinos ojos; yo soy uno de aquellos ministros de furor, que, atormentándonos desde el calvario, y en todos los lugares, ha concurrido a desperdiciar tu sangre, a causar en voz la muerte más inhumana. Levantad, señor, por mí el prime ro tu voz divina, pidiéndole al Padre que me perdone. ¡Ay Dios mío!  yo me olvidé que os ofendía, que ultrajaba a mí mismo Padre, a mi Dios, cuando tan osadamente pecaba contra vuestra Santísima Ley. No permitas que yo malogre los frutos de vuestra redención; haced que verdaderamente contrito, me resuelva en estos nueve días, a la reforma de mi vida para que sirviéndoos desde ahora os goce después para siempre. Amén.

 

 

DÍA TERCERO

CONSIDERACIÓN SOBRE LAS SEÑALES DE AMOR QUE MANIFESTO JESUCRISTO EN LA CRUZ

Bien puede el hombre animarse por miserable, por pecador que sea en los ojos de Dios. A pesar de los tormentos, que despedazan cruelmente el corazón de Jesús, cercado como se halla en un inmenso mar de dolores, y de angustias: el amor del hombre, el deseo de su salvación, sus ansias porque no se pierda, todo esto crece a medida de lo que crecen sus tormentos, Considera, oh alma mía! que cuanto ha practicado hasta ahora por los hombres, y en el momento en que debiera rehusar su amor por los desprecios que ha recibido, en ese mismo se emplea todo en comunicarse amoroso, olvidando las ofensas, y las pasadas ingratitudes, Si, alma mía, ese mismo hombre, a quien Jesucristo ofrece en este día abrir las puertas del Paraíso, conducirlo a una mansión de gloria, y darle millares de tesoros que lo hagan feliz y bienaventurado, ese mismo es aquel pecador que poco antes le ha ofendido, que ha quebrantado indignamente sus preceptos, y que convencido de sus delitos se prepara para expiarlos en suplicio. Más volviendo ahora los ojos a Jesucristo que está a su lado, le dice penetrado dolor: Acuérdate de mí cuando vengas a tu reino. Nada más se necesita, basta este dolor, este arrepentimiento para que, aunque sea el mayor y el más abominable de los pecadores le reciba Jesús amorosamente, Y en efecto lo recibe, oh alma mía, y con esto manifiesta Jesús las señales más convincentes de salvar al pecador por grande que sea. ¡Oh Dios mío!  que fuera yo ese dichoso ladrón para que se diera a conocer en mí vuestro especial amor! Aliéntate oh alma y apresúrate a ponerte delante de Jesús en el día de sus grandes misericordias. Tú eres semejante a ese ladrón, por el hurto que has hecho a Dios del tiempo, por el desprecio bien culpable con que has manejado los caudales de su amor, con los que habrías ya comprado una dicha verdadera. ¿Cuántas voces ha dado continuamente a vuestro corazón? ¿Cuántas veces te ha llamado, y convidado a penitencia, ofreciéndoos también el Paraíso? ¡Ah! Ingrata y desconocida, vuelve ya sobre ti, y considera atentamente lo mucho que ha hecho por tu amor. ¡Qué de tesoros te ofrece para la vida eterna! Y aún desde ahora, qué de bendiciones, qué de auxilios, qué de medios de salvación en tantas indulgencias, en tantas gracias, que te ha dado por medio de su Vicario en la tierra, y todo sin otro objeto que llamarte, suavizarte el camino de venir a su Reino. No pierdas tiempo, apresúrate alma mía a recibir a manos llenas las muestras visibles del grande amor de tu amor. Amén

 

 

DÍA CUARTO

CONSIDERACIÓN SOBRE EL GRANDE INTERES DE JESUS PARA QUE LOS HOMBRES NO MALOGREN SU AMOR

¿En dónde hallarán ¡oh alma mía!  un Padre más bondadoso, una Madre más compasiva y más tierna, un amigo más fiel, consolador, un patrono más aplicado a tu interés, y a tu propio descanso, sino solamente en Jesucristo? ¡Ah! Sumergido en tantas angustias oprimido de dolores, a cuál más agudo y más cruel, no por eso ha desviado de ti sus compasivas miradas; y antes bien de momento en momento, quiero mostrarte, que solo el cuidado da tu salvación es el mayor, y el grande de todos sus cuidados. ¡qué interés el suyo! mientras los verdugos sedientos de su sangre, no quieren sino multiplicar unos sobre otros sus tormentos, Jesús con más fuertes ansias también quiere aumentar, unos sobre otros sus cuidados, animado del único interés de tu propio bien. ¿Quieres conocer hasta donde llegan, ese vivo interés, esos cuidados amorosos que por ti lo animan? Míralo pues, oh alma mía sobre el Calvario haciendo depósitos continuos de su sangre los que ha aplicado a sus Sacramentos, aplicándole también una virtud infinita y Soberana para salvarte. Míralo cubriendo con esa sangre, como un muro inexpugnable, el valor y el mérito de sus Sacramentos, para que, si el hombre nace, para que, si vive, para que, si muera, siempre halle prontos los recursos a su misericordia, todo el interés de su corazón, en su provecho y en su bien. Pero en esta hora terrible de su agonía, sacando fuerzas de su misma flaqueza, ha querido que el hombre vea hasta donde llegan sus cuidados, pues  lo único que ha podido salvarse de entre los hombres, en el naufragio espantoso de la naturaleza humana, ese único bien que ha quedado a Jesucristo entre los mismos hombres, ese bien precioso que siempre se ha mostrado agradable y dulce a sus ojos, también se reúne sobre la Cruz al cúmulo inmenso de sus beneficios, para salvar, para hacer más y más dichosos a los hombres. ¡Alma mía! ¿Por qué es que ahora no tiemblas de espanto, y de horror a ti misma, a tu ingratitud y tu maldad, cuando oyes a Jesús dándote por Madre, haciéndote hijo afortunado de la que es su Madre, la consoladora única en el mar inmenso de angustias que le atormentan? ¡A Jesús dulcísimo! que yo no pueda aplicar los grandes motivos que debieran arrebatar fuertemente a los hombres en vuestro amor! ¡Cuántos beneficios en este beneficio! ¡Cuántos intereses de nuestro bien, en solo intereses de que María es su Madre! Templo santo que me escuchas, tú lo dirás algún día, si cuando ha venido el pecador dentro de tus muros, María, la primera entre sus Ángeles tutelares, no ha corrido a recibir sus oraciones, y llevarla a la cruz, cumpliendo exactamente con los oficios de la Madre más amorosa de los hombres. Tú has visto portentos sobre portentos, obrados por la mano del milagroso Señor de Buga, siendo su Madre María el conductor por donde los pecadores han llegado a obtener sus piedades. Tú viste renovarse a esfuerzo de un copioso sudor que cubría a esta santa imagen su rostro, y todos sus miembros, para que el pecador se anime, y el angustiado no desaliente en sus peticiones, viendo que Jesucristo comienza por su imagen a abrir las puertas de sus bondades: viste salir unos tras otros los pobres de tu recinto, los enfermos, los necesitados a bendecir una, y mil veces las aguas de tu piscina saludable, y todo esto, todos los prodigios de Jesús, lo ha obrado por medio de su Madre, que dio a los hombres, en cuyo pecho a descansado de los grandes cuidados a beneficio de esos mismos hombres. Conocerlo desde luego, oh alma mía Conoce ya a tu Jesús, a tu Salvador, conoce su amor y llores con lágrimas verdaderas tus ofensas. Amén.

 

 

DÍA QUINTO

CONSIDERACIÓN SOBRE LAS PENAS Y SENTIMIENTOS DE JESUCRISTO, AL VER QUE LOS HOMBRES NO HACEN APRECIO DE SU AMOR

No hay alivio, no hay consuelo para Jesús, Acércate, Oh alma mía al calvario: oye a Jesucristo hablar con su Eterno Padre quejándose amargamente de su desamparo. La sangre que ha derramado, todos sus tormentos, la misma muerte que va a sufrir, no le afligen y desconsuelan tanto, como el verso desamparado, Pero no creas alma mía, que el Eterno Padre lo ha abandonado, o se niegue a recibir su sacrificio: lo que ahora atormenta a Jesucristo es el ver, que tú la primera te separes de la Cruz, por el pecado: que perdiendo infelizmente el fruto saludable de su sangre le vuelvas las espaldas, y lo desampares. Esta es la gran pena, el mayor sentimiento de Jesús en esta hora, considera pues, que con qué espada tan agudas se verá traspasado por todas partes su corazón santísimo, al ver el ningún aprecio que los pecadores hacen de su muerte. Tantos millones de infieles, tan millones de herejes, y multitud innumerable de pecadores y de impíos se presenta ahora a su sagrada vista, desnudos de sus méritos, vacíos dé su gracia, desamparados de sus auxilios; llenos únicamente de vicios, ligados de pasiones groseras y vestidos de acciones groseras, y vestidos con la librea del mundo, esclavos infelices de sus anteojos y de sus deseos. Todo lo ve, y todo lo siente con la mayor pena en esa Cruz. Al paso que crece su martirio y su dolor, también crece su pena de verse desamparado de los pecadores. ¡Ah!  y quien pudiera! ¡Dios mío! quitarle su infamia al pecado, y que no angustiase sobre manera vuestro corazón: pero no, no quiere Jesús más consuelo, más alivio, sino que los pecadores se conviertan: que bañados todos en su sangre sacrosanta, se reúna a su Cruz y se salve. Resuélvete pues, alma mía, a dejar ya los caminos del vicio, y entrar por las sendas de la virtud. Acuérdate que a pesar de la ingratitud con que te muestras jamás ha separados sus auxilios, y siempre ha estado muy cerca de ti; llamándote con sus inspiraciones para que te vuelvas a su misericordia, y le pierdas de vista. ¡De cuántos peligros no te ha librado, aguardando la ocasión más oportuna, para hacerte dueño de tu corazón! Cuántas veces habrá separado el rayo de tu cabeza, habrá domado el imperio de las aguas, habrá impedido la frialdad y destemplanza de los aires, para que no parezcas, y te pierdas, como infelizmente habrían parecido en estos, o semejantes peligros, tantas almas, a quienes ha protegido visiblemente por su devoción a su sagrada imagen, y entre ellas quizá tú la más favorecida, con el fin de que no se malogre su redención. ¡Oh Jesús mío! haced que yo estime de veras vuestros beneficios: que sienta muy de veras el desamparo de vuestra gracia en que me han dejado mis vicios, obligad, forzad si posible es, esta mi alma, a que siempre os ame y sirva: que aborrezca en estos nueve días todos sus delitos, y que permanezca siempre firme en los propósitos de amores eternamente. Amén.

 

 

DÍA SEXTO

CONSIDERACIÓN SOBRE LAS ANSIAS QUE TUVO JESUCRISTO DE PADECER MÁS TORMENTO POR AMOR A LOS HOMBRES

Ahora es tiempo, ¡oh alma mía! de que vuelvas un momento sobre ti misma, y que veas hasta donde ha podido llegar tu ingratitud y tu perfidia para con Jesús. Todavía suspira ardientemente por su salvación. Todavía sigue sus pisadas, se te pone por delante, te llama, y te ruega a que vengas a recibir los frutos de su misericordia y de su piedad. Con este fin es que te dice dulcemente, oh alma mía: la sed me atormenta en esta Cruz, la sed me acaba, yo muero de sed de tu salvación. Si, la sed de salvar a los pecadores, de padecer por ellos hasta la muerte con tal que no se condenen, este es uno de sus mayores tormentos, Que lo insulten los verdugos, que lo blasfemen como cl hombre maldito de Dios, y dejado de su gracia, le den la hiel y el vinagre en vez de refrigerio, que despedacen su costado, dividan cruelmente su corazón, nada importa que le aumenten sus padecimientos, con tal que tú, oh alma mía, no parezcas. Que se pierdan todos sus tesoros, toda su fortuna. Su misma vida, nada importa con tal que se le reserven para sí todas las almas. ¿Se dará por ventura, otro amor que pueda igualarse con este amor? ¡En qué piensas, oh alma mía!  si desde ahora no das principio a pagar la deuda infinita que han contraído de día con Jesucristo? Cada lágrima de sus ojos es un beneficio inmenso, que no tienes como correspondérsela. ¿Y que será cada clavo de sus manos, cada espina de su cabeza, cada azote de sus espaldas, y cada llaga de su cuerpo? ¿Y alcanzada como te hayas de una deuda tan antigua a Jesucristo?  quieres una debía aumentar el precio de esta deuda? ¿Jesús suspira por más tormentos, y tu has de suspirar por más ofensas? Jesús se aflige con la sed de tu salvación y de tu dicha, y tú has de consumirte en el ardor y sed de las riquezas, de las grandezas, y de los placeres? ¡no es dable, a vista de tanto amor rehusar más tiempo tus ojos al llanto, tus oídos a sus llamamientos, tu corazón a los continuos golpes con que quiere despertarte del funesto letargo de los vicios en que vives’, no es dable, oh alma mía! Dile ya a Jesús: Dios mío, basta ya de tormentos, bastantes son los que hasta aquí os han hecho padecer mis delitos. Razón es que no te ofenda, aunque jamás hubieras parecido por mí: justo es que te ame, que te sirva y te adore con todo mi amor, con todo mi corazón, ahora y por toda una eternidad. Amén.

 

 

DÍA SÉPTIMO

CONSIDERACIÓN SOBRE EL GRANDE GOZO DE JESÚS, AL VER LO QUE HA SUFRIDO Y PADECIDO PÒR AMOR A LOS HOMBRES

Mira alma mía, hasta donde han podido llegar las amarguras y los tormentos de Jesús, que ya no hay parte de su cabeza que no tenga su espina, que no hay lado en todos sus miembros que también no tenga su llaga y dolor. Acaso ha quedado vena de su cuerpo que no se haya roto, o coyuntura, o hueso que no esté dislocado. ¿Acaso puede recibir ya más tormentos?  Atiende ¡Oh alma mía! A las quejas que da Jesús por la boca de Isaías, piensas tú que pudieras haber hecho más por tí, ¿que no lo haya hecho? ¿Hay acaso tormentos, que no los haya padecido? ¿Hay dolores, y tribulaciones que no hayan venido sobre mis espaldas? Así le habla Jesús ¡oh alma mía!? Pero lleno de amor, lleno de gozo al ver que por él no ha faltado que, si no te salvas, que, si te rehúsas a sus llamamientos, y a sus voces, no es por defecto de su redención, la que abundantemente hubiera desatado las duras prisiones, que de tanto tiempo te aprisionan con la culpa. Tu misma has rehusado tus oídos, has endurecido torpemente tu corazón; y cuando Jesús ha corrido lleno de gloria a tomar sobre si la Cruz de los padecimientos, tú le has vuelto las espaldas, has mostrado tus ojos, y tu rostro, a sus enemigos, a quienes has dado tú mismo corazón. ¿Podrías tú haber hecho más por ofender a Jesús?  hay acaso algún delito, algún crimen, nuevo que no lo hayas cometido? ¡Qué más podría hacer, oh alma mía!  en ofensas de Jesús, que no lo hayas hecho? ¿Pero hasta dónde quieres extender tú perfidia? Vuelve ya las espaldas al enemigo, eleva ya tus ojos a Jesucristo, fíjalos en el calvario, aprende allí lo que es amor, lo que es pagar beneficios por ingratitudes, Acuérdate ¡Oh alma mía! que a pesar de tu maldad jamás has venido a la presencia de Jesús, a pedirle sus beneficios en este su Santo Templo que no lo hayas conseguido, ¿No ha sido Siempre el paño de tus lágrimas, el Médico de tus enfermedades? ¿No has conseguido más de una vez la salud con el aceite de su lámpara, con los paños, con los algodones con que se ha limpiado cl sudor de su santísimo Cuerpo? Qué señales son estas sino de un deseo de aficionarte a su devoción y a su culto. y ganar entonces tu corazón, mostrándose a tus ojos cubiertos de llagas, oprimido de angustias y de dolores, para que te animes a venir, y no te deslumbres con cl esplendor de su Majestad, o te retraigas con el temor de los castigos que debes temer de su vergüenza ¡Jesús mío! por tus Santísimas llagas, acabad en mí la obra de misericordia que habéis comenzado. Conozco mis delitos, conozco que al paso que habéis padecido más y más por mi felicidad, yo ingrato he cometido más y más ofensas para mi propia ruina e infelicidad Ya me encamino a tus brazos, ya vuelvo mis ojos a vos, y espero lleno de confianza, que no te rehusaréis, sino que me perdonaréis y daréis tu Santísima gracia, para siempre amaros, y serviros. Amén.

 

 

DÍA OCTAVO

CONSIDERACIÓN SOBRE EL SACRIFICIO QUE JESÚS HA HECHO DE SI MISMO POR AMOR A LOS HOMBRES

No quiere Jesús, ¡oh alma mía!  traspasar de si El cáliz de su pasión y de su muerte, sino que, resignado a la voluntad de su Eterno Padre, se ha Sometido voluntariamente, hasta agotar sus más amargas heces ¡Qué conformidad la suya! Y cuando ya siente sin sangre sus venas, sin vigor ni aliento sus espíritus, qué aliento tan nuevo, a que recibe su alma purísima para hacer completo el sacrificio de su amor. Nada ha faltado en su pasión, Todo lo más triste, lo más amargo, lo más sombrío, ha concurrido sobre el Calvario, para hacer más cruel más intolerable su suplicio. Todo está acabado, todo está perfeccionado: sus deseos de redimir a los hombres, el ansia de dar por ellos su sangre, el grade anhelo de morir por ellos en una Cruz, todo se ha reunido a perfeccionar enteramente su sacrificio. ¡Cuando ve que no le separa de la muerte sino un momento muy corto, oh alma mía!  si pudieras conocer toda la extensión, todo el valor de su infinito gozo en dejar perfectamente satisfechos sus deseos. ¡Éntrate, alma, en este corazón abierto de Jesús! Mira allí y observa con atención, todo lo que ha podido el ansia y el deseo de sacrificarse por tu amor. ¡Dios mío! ¿es posible que nada le quede al hombre, que agotes, vos solo ese mar de sentimientos, en que debiera ser hundido, y que se haga dueño enteramente de tus sacrificios, habiendo sido tan costosos a tu santa persona? Cuando el hombre todo entero, ahora y para siempre debiera ser tuyo: Cuando debiera agotar justísimamente todo el cáliz de vuestra ira tremenda: ¡El alma mía!  ya no es posible manteneros más tiempo en tu indolencia, en tu endurecimiento. El sacrificio de Jesús por vuestro amor está ya incompleto. Tiempo es ya muy de sobra tu sacrificio. Ni espíritu, ni aliento, ni sangre, ni su misma vida le queda ya es Cruz; pues que todo, todo lo entrega, todo lo sacrifica por amor tuyo. Tiempo es ya que te apresures con pasos de compunción y de dolor, a ofrecerle todo entero el sacrificio de ti mismo. Para qué sirve tu vida, tus pasiones, tus deseos, tú mismo corazón: ¿para qué sirve si no ha de entrar en el sacrificio, que por tantos títulos le debes a tu Dios? ¡Dios mío!  dueño verdadero de mí mismo, vedme aquí, tuyo soy, y tuyo soy para siempre. ¡Ah! ¿Qué me fuera posible entregarme a vos, y que me pudiera arrebatar el mundo, a las pasiones, y a los vicios, la parte desventurada, que de mucho tiempo les ha dado sobre mí, sin caer en cuenta del huerto espantoso que os hacías?  pero esto no es posible: conozco que perdí infelizmente aquella parte de mi vida, que sacrifiqué al mundo y a los vicios. No me queda ya otro recurso que ofrecerte los restos de mi vida. ¡Ay de mí! Las sobras miserables del mundo y de las pasiones, los amos y señores a quienes me consagré ciegamente. ¡Acabad en mí Jesús mío!  estos mis deseos: que, comenzando a amarte de veras con tus auxilios, continúe y acabe en tu servicio. Amén.

 

 

DÍA NOVENO

CONSIDERACIÓN SOBRE LA MUERTE DE JESÚS, EFECTO DE UN INFINITO AMOR A LOS HOMBRES

¡Oh alma mía! Llegará a tanto tu desventura que no tiembles y te estremezcas al considerar que Jesús ha muerto por tu amor, ¿Cuánto es que has oído, que otro padece, que algún otro haya muerto por ti? ¡Ay Dios mío! ¡Dios de amor! ¿En dónde hallaré palabras con que expresar el profundo sentimiento que debe apoderarse de nuestros corazones, al ver tal extremo de amor, tal exceso de misericordia y de bondad? Mira y considera con suma atención, oh alma mía, el estrago espantoso que la pasión ha causado en Jesús antes que muera, No es más que un vivo esqueleto, y apenas encuentra la muerte como cebarse en todos sus miembros, Después que ha padecido los más crueles tormentos, que ha derramado toda su sangre, que ha quedado por tres horas con las más terribles agonías pendiente de una Cruz, le da por último licencia a la muerte, habiendo encomendado su espíritu al Eterno Padre. De este modo acaba Jesús, no al influjo del dolor, sino al impulso de su ardiente amor. Observa con cuidado, oh, alma mía, el funesto estrago de la pasión ha causado en Jesús, Ojos marchitos, semblante pálido, mejillas enjutas, labios denegridos, miembros estirados, en fin, la muerte ha sido el complemento, y ella no ha hecho otra cosa, que poner fin a su martirio: Considera alma, qué esfuerzos de amor en sus últimos instantes, cuando ya se ausenta de los hombres, de estos mortales desgraciados autores de su muerte, Pero al mismo tiempo ¡qué regocijo! qué júbilo el suyo porque asegura para siempre sus conquistas, en los hombres. Ya manda abrirles las puertas de su gloria, ya confunde el pecado, ya aterra al Demonio, ya establece y hace fecundar su Iglesia, poniéndole la marca de su redención, en la que reúne como miembros suyos a los redimidos, de quienes será perpetuamente el Jefe y su cabeza. Todo esto es la obra de su muerte, la obra de su redención, la obra de su amor. Enjuga tus lágrimas, ¡oh alma mía!  razón es que sientas con un dolor infinito la muerte de tu Dios; pero también es razón que te regocijes en vista de su amor y de los bienes inmensos que te ha ganado con él. Ya tienes un Padre verdadero, un consolador seguro; un guía que te conduzca dichosamente al descanso. ¡Salvador mío!  bendita sea para siempre tu pasión: bendito sea tu amor, Mírame ahora con tu especial misericordia. Jesús mío! que yo me consagre para siempre en tu servicio y en tu amor. Que se logren en mí, los preciosos frutos de tu sangre, Recibid mis súplicas y mis ruegos: haced, Redentor mío, que mi corazón se encienda de día, más y más en tu obsequio y en tu culto. Volved tus ojos misericordiosos hacia tu Iglesia santa, protegiéndola con tus especiales auxilios. Amparad a sus Ministros: defended a todos sus fieles. Extended tu brazo sobre este pueblo afortunado en tu amor, que desde mucho tiempo ha fundado su dicha en amarte. Haced, Dios mío, que sean mis deseos, que saque los frutos de esta Novena, para nunca ofenderte, y amarte para siempre. Amén.

2 comentarios:

  1. Quando é o dia do Senhor dos Milagres?

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    1. En Colombia (que es de donde viene esta devoción), el 14 de Septiembre, fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.

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