lunes, 20 de noviembre de 2023

CEREMONIAS TRADICIONALES CUANDO MUERE EL PAPA

Traducción del artículo publicado en LITURGICAL ARTS JOURNAL. Imágenes tomadas de internet.

Los ritos funerarios del Papa
Veinticuatro horas después de la muerte del Papa, los cirujanos del Palacio Apostólico abrían el cuerpo para remover los órganos y proceder con el embalsamamiento. En caso que el Papa muriese en el Palacio del Quirinal, las entrañas, puestas en un recipiente de loza sellado herméticamente, son enterradas en la iglesia parroquial de los Santos Vicente y Anastasio de Trivio, bajo cuya jurisdicción se halla el Palacio Apostólico [esta práctica se hizo por última vez con León XIII y fue interrumpida por San Pío X, y nunca más se volvió a realizar. Ítem, desde la ocupación, el palacio pasó a ser la sede del gobierno italiano, y la iglesia de los Santos Vicente y Anastasio fue entregada por Juan Pablo II Wojtyła a la Iglesia Ortodoxa Búlgara en 2002. N. del T.].
 
En la noche, al ponerse el sol, el capellán particular de Su Santidad y caudatario se suben al carruaje donde ha sido puesta la urna conteniendo los órganos. Dos lacayos caminan a los lados llevando antorchas. El cura párroco, asistido por los religiosos de su convento […], recibe estos venerables restos mortales en la puerta y, en medio de la iglesia, realiza sobre ellos la Absolución de los Difuntos en la forma acostumbrada. La urna es puesta entonces en la nave lateral a la derecha de la iglesia, añadida por Benedicto XIV, y en un nicho cuadrado tallado en la pared. A ambos lados del altar, inscripciones latinas recuerdan los nombres de los Papas cuyas entrañas reposan en este lugar, desde Sixto V hasta Gregorio XVI […]
  
Habiendo sido embalsamado el cuerpo del Papa, es vestido con una sotana de lana blanca, el roquete, la muceta de tela roja, y el “camauro” del mismo material y color. Entonces es expuesto en la Sala del Consistorio Secreto sobre una tarima de terciopelo rojo, a lo largo del muro que mira a las ventanas. Los penitenciarios de San Pedro toman su lugar alrededor del lecho fúnebre y rezan salmos u oraciones sin parar. Al pueblo se le permite entrar al palacio y ver al difunto hasta la noche del día segundo después de la muerte del Papa.
  
El cadáver de León XIII en el Palacio Apostólico, con hábito coral.
     
Detalle de Pío XII yacente en el Palacio de Castelgandolfo, con roquete, muceta y camauro.
  
A una hora de la noche, esto es, después de ponerse el sol, el Papa es solemnemente transferido al Palacio Vaticano, o, si murió allí, a la Capilla Sixtina para la velación. El cortejo sigue la ruta papal. La procesión es abierta por dos Guardias Nobles y dos trompetas, después de los cuales los siguen dos palafreneros papales con antorchas encendidas; treinta palafreneros cada uno con un cirio blanco encendido en la mano; el capitán de la Guardia Suiza a caballo en medio de sus soldados; un maestro de ceremonias también montado y en sotana morada; y luego el féretro papal tirado por dos mulas [?], una en frente y otra detrás, escoltado por los penitenciarios de San Pedro que continúan rezando oraciones en voz baja. El féretro, en forma de litera, es cubierto por un palio fúnebre, en el cual yace el Papa, descansando su cabeza sobre cojines. Él lleva sus pantuflas rojas con una cruz de oro y está revestido con el roquete y la muceta sobre la sotana blanca, sin cruz o estola, y cubierta su cabeza con el habitual sombrero rojo. Sobre él hay un palio cuadrado con cortinas colgando desde el centro. El féretro es adornado completamente con terciopelo rojo, con flecos en oro.
    
Procesión fúnebre de San Pío X
   
La Guardia Suiza marcha a ambos lados, con su armadura de acero. La sigue una compañía de la Guardia Noble con sus pendones y estandartes rezagados. El cortejo termina con un destacamento de la Guardia Palatina y una compañía de Dragones, con las espadas hacia abajo, cada uno precedido por sus trompetas o tambores. Finalmente, una compañía de artillería de siete cañones, y los artilleros cargando sus armas sobre sus hombros.
  
Las multitudes se reúnen a lo largo de la ruta, que es iluminada por velas de resina, prestos para tal espectáculo, y cada vez que la procesión pasa por una iglesia, las campanas doblan como se usa para los funerales. De esta manera, el cadáver es llevado a la entrada del Vaticano, donde cuatro penitenciarios lo reciben y lo llevan a la Capilla Sixtina donde lo ponen en capilla ardiente.
  
Capilla ardiente de Pío XI en la Capilla Sixtina
     
Los penitenciarios, habiéndole removido sus vestidos ordinarios, proceden a ponerle sus ornamentos de pontifical sobre la sotana y el roquete, y sobre él le ponen el amito, el alba, el cíngulo con el subcintorio [el limosnero], el fanón, las tunicelas [réctius, la tunicela y la dalmática, N. del T.], la casulla roja, el palio y la mitra de tela dorada. Vestido así, el Papa es elevado en medio de la capilla en una plataforma inclinada en lo alto de la capilla ardiente, que está rodeada de numerosas velas de cera amarilla. A sus pies están los dos sombreros pontificales de terciopelo rojo que fueron presentados en la ceremonia de posesión. Cuatro Guardias Nobles, portando escarapelas de luto, hacen guardia a las cuatro esquinas del catafalco, alrededor del cual los Guardias Suizos forman dos filas. Los penitenciarios de San Pedro a cada lado, revestidos con sobrepelliz y estola, pasan toda la noche junto al cuerpo y continúan sus oraciones. Ocho cirios son encendidas en el cancel frente al santuario, y seis en el altar, detrás del cual hay un tapiz presentando la resurrección de Lázaro, rematado con un toldo de terciopelo rojo con flecos y recamado en oro. El Trono Pontifical, de ordinario puesto del lado del Evangelio, es removido para significar la vacancia de la Santa Sede.
     
A la mañana del día siguiente, que es el tercero después de su muerte, el clero de la Basílica Vaticana, el seminario, los beneficiarios y canónigos, suben las escaleras reales de la Capilla Sixtina, con cirios encendidos. Los cantores de la capilla papal entonan el responsorio “Subveníte, Sancti Dei”. Uno de los canónigos recita los versículos y oraciones, revestido en una capa negra, y realiza la absolución, cuidando de doblar la rodilla cada vez que pasa ante el cuerpo del Pontífice. Habiendo entregado los penitenciarios el cuerpo a los canónigos, la procesión a la Basílica comienza en este orden:
  • La cruz de la Basílica entre dos acólitos teniendo velas encendidas
  • El Seminario de San Pedro con sotana morada y sobrepelliz
  • Los beneficiarios
  • Los canónigos
  • Ocho sacerdotes cargando el cadáver del Pontífice en un féretro, mientras los canónigos sostienen el extremo del palio fúnebre
  • Los maceros con los mazos boca abajo
  • La Guardia Suiza en uniforme de gala rodeando el cuerpo
  • Los Cardenales a pares, luego los prelados en traje de luto, rezando en voz baja las oraciones y salmos prescritos para la ocasión.
Habiendo llegado a la Basílica, el cortejo se detiene en medio de la gran nave. El fallecido es puesto en un lecho fúnebre, decorado con cortinas de terciopelo morado. Los cardenales se disponen en dos grupos a la derecha y a la izquierda. Al pie están los cantores, que ejecutan el “Líbera”. El Mons. Vicario capitular, revestido de pontifical, capa negra y mitra de tela blanca, realiza la absolución en la forma prescrita. Completada esta ceremonia, el cuerpo es llevado a la Capilla del Santísimo Sacramento, donde permanece expuesto por tres días completos sobre una plataforma elevada, revestido de atuendo Pontifical y de tal manera que los pies pasando la reja que encierra la capilla puedan ser besados por los fieles. Una considerable fila de luces de cera amarilla ilumina al Pontífice y forma una capilla brillante a su alrededor. Del lado interior, los capellanes pontificios se suceden uno al otro velando y orando junto al cuerpo, mientras la Guardia Suiza mantiene el orden en el exterior.
   
San Pío X yacente en la Capilla del Santísimo Sacramento.
   
Las exequias para el Papa
Al día siguiente, el cuerpo es expuesto públicamente en San Pedro, y comienzan las exequias solemnes, que duran nueve días seguidos. Cada mañana, los Cardenales y todos los que ocupan un lugar en la Capilla Papal asisten a la solemne Misa de Réquiem, que es cantada en la capilla del Coro Papal en San Pedro, donde los canónigos habitualmente celebran el Oficio. Opuesto al cancel, bajo la arcada que conecta la gran nave con el corredor lateral, se erige un catafalco que es mantenido allí hasta el sexto día. Este es rodeado por veinte candeleros de hierro, que cargan grandes velas amarillas, y por la Guardia Noble en uniforme con las espadas hacia el suelo y la escarapela de luto en el lugar. Los maceros en su traje morado y con el mazo de plata boca abajo guardan la entrada a la capilla. Fuera de la basílica, la gran puerta y el pórtico son cubiertos con cortinas moradas con flecos de oro, coronados por el escudo de armas del Papa difunto. Seis cirios de cera amarilla arden en el altar del coro, otros seis en el Altar mayor, y dos ante la estatua de San Pedro.

Cadáver de Pío XII en el catafalco en la Basílica de San Pedro, frente al altar mayor.
  
Catafalco de Pío XII.
     
Los cardenales, a la invitación del Decano del Sacro Colegio, llegan a San Pedro con sotana morada y muceta, sin mantelete, como señal de jurisdicción. En la sacristía, se ponen encima la capa magna de seda morada, pero aquellos creados por el Papa fallecido usan de lana como señal de duelo.
   
Ellos se dirigen individualmente a la capilla, donde ocupan los lugares según el orden acostumbrado. Los Cardenales Obispos y los Cardenales Presbíteros ocupan las escalas superiores en el lado del Evangelio; y al frente de ellos, en el lado de la Epístola, los Cardenales Diáconos, los Patriarcas, los Arzobispos y Obispos asistentes al Trono, los cuatro Prelados “di fiocchetto” [prelados de la Cámara Apostólica a los que se les concedía ponerle un moño morado a sus caballos (de ahí el nombre “di fiocchetto”, que significa “de listón”). Eran el Vice-Camarlengo, el Auditor General de la Cámara, el Tesorero General de la Cámara y el Mayordomo de Su Santidad. Tales dignidades fueron abolidas por Pablo VI Montini con la constitución “Pontificális domus” de 1968, N. del T], y los Obispos no asistentes. Los caudatarios se sientan al pie de sus señores y portan sus cirios. La prelatura ocupa las gradas inferiores según sus beneficios; todos vistiendo sotana negra y roquete liso sin encaje. Solo los auditores de la Rota y los abogados consistoriales portan el manto morado. El Maestro del Sacro Palacio [teólogo papal, de la Orden de Santo Domingo, N. del T.], los generales y procuradores generales de las órdenes religiosas ocupan su lugar en las bancas de los beneficios.
   
A excepción de los cardenales, todos los asistentes hacen genuflexión al entrar a la capilla, no solo por respeto al altar sino también al Sagrado Colegio, porque entre ellos está el futuro Papa.
 
El primer día, la Misa es cantada por el Cardenal Decano del Sagrado Colegio, después por los Cardenales Obispos, y los últimos tres días por los Cardenales Presbíteros. El celebrante […] se quita la birreta y se lava las manos, luego recibe el amito, el alba, el cíngulo, el manípulo, la cruz pectoral, la estola, las tunicelas, la casulla negra, la mitra de damasco blanco y el anillo episcopal.
  
La Misa es cantada por los cantores de la Capilla Sixtina en canto llano. Durante el “Dies iræ”, que es en la forma de música, se distribuyen los cirios a los Cardenales, los Prelados de listón, y los Patriarcas, y velas de dos libras a los demás asistentes. Estas son encendidas desde el evangelio, después del Prefacio hasta la Comunión y durante la absolución. Junto a esta distribución, que se renueva cada día, la familia de cada Cardenal también recibe por su parte tres libras de cera de vela blanca, lo que hace veintisiete para la duración total de las ceremonias fúnebres. Después de la Misa, la capilla entona el “Líbera”, el celebrante se pone la capa y realiza la absolución. Él se retira a la sacristía, donde el Sagrado Colegio se reúne y realiza la segunda Congregación general.
  
Cardenal Eugène Tisserant, decano del Sagrado Colegio Cardenalicio, en la absolución a Pío XII (nótese entre los cardenales diáconos al arzobispo de Génova Giuseppe Siri). A los pies de los cardenales, los caudatarios con los cirios encendidos.
     
La Misa de “Réquiem pro Papa defúncto” es cantada de la misma manera los siguientes cuatro días. A la noche del tercer día, toma lugar el entierro del Papa. Los Cardenales creados por él y los otros, si desean tomar parte, van a la sacristía de San Pedro acompañados por su casa. Los clérigos de la Reverenda Cámara Apostólica escoltan al Camarlengo. La procesión se forma inmediatamente. El Capítulo y los clérigos de la basílica van a la Capilla del Coro, donde los Cardenales han ocupado sus lugares, mientras los cantores cantan el Miserére en un tono de salmo grave y sombrío. Los capellanes de la basílica, revestidos de sobrepelliz y asistidos por la Archicofradía del Santísimo Sacramento, llevan el cuerpo del Papa a la Capilla del Coro. Ellos son acompañados por la Guardia Noble y la Guardia Suiza. Durante la transferencia, el coro de la capilla entona la antífona “In Paradísum”. El vicario capitular, revestido de pontifical y capa negra con mitra blanca, bendice el ataúd de ciprés, y luego lo asperja con agua bendita y lo inciensa. Los cantores entonan la antífona “Ingrédiar”, luego el salmo “Quemadmódum desíderat” [Salmo 41], que acaba con la repetición de la antífona.
  
Durante este tiempo, múltiples sacerdotes bajan el cadáver, revestido como cuando estaba expuesto, y lo ponen en un gran sudario de lama de oro, tejido de seda roja y con flecos en oro. A su alrededor están la casa del Papa, el mayordomo, el maestro de la cámara y los capellanes, todos vestidos de morado como si continuaran su servicio al Papa. Ellos no abandonan este color hasta después del entierro, y solo entonces pasan a vestir de luto.
  
El Cardenal sobrino o pariente del Papa y, en caso de ausencia, el mayordomo, cubre la cabeza y las manos del Papa con un velo de seda blanca; luego, asistido por un maestro de ceremonias, una bolsa de terciopelo rojo conteniendo otras tres bolsas más de terciopelo, es puesta en el extremo inferior del ataúd. En cada una hay medallas de oro, plata y bronce de la misma cantidad de años del reinado del Pontífice. De un lado tienen el retrato del Papa, y del otro enlistan los hechos más importantes de su reinado.
   
Dos maestros de ceremonias extienden otro sudario de seda roja sobre el cuerpo completo, sobre el cual se dobla el extremo del primer sudario. De esta manera, es puesto en el ataúd, que es cerrado con tornillos. El acta del entierro es registrada por el Notario de la Cámara Apostólica, uno de los secretarios de la Cámara y el notario del Capitolio, que actúa como canciller de la Basílica Vaticana. Previamemte, el primer Cardenal creado por el Papa puso al lado de las bolsas un tubo de estaño, conteniendo un pergamino indicando los principales hechos del reinado del Pontífice [el “rógitum”].
  
Momento en el que el “rógitum” es puesto en el ataúd de León XIII (grabado de la época).
    
Ahora los Cardenales entregan el ataúd al Capítulo, el cual ha sido inmediatamente puesto en otro ataúd de plomo, cuya cubierta porta el nombre y las armas del Papa fallecido, como también la duración de su reinado y la fecha de su muerte. Este segundo ataúd es sellado con el sello del Camarlengo y el Mayordomo. Finalmente, estos dos ataúdes son encerrados en un tercero de madera, sobre el cual se ponen los sellos del Camarlengo, el Arcipreste de la Basílica, el Mayordomo y el Capítulo.
  
El Pontífice, así enterrado, es puesto provisionalmente en un nicho a la izquierda de la capilla del coro, sobre el corredor que conduce al vestidor de los cantores [¿Posiblemente donde está el monumento a San Pío X (quien fue el último en el que realizó esta práctica)? Desde entonces, todos han sido sepultados en la cripta vaticana, junto a San Pedro, N. del T.]. Cuando es puesto allí, los trabajadores empiezan a tallar la parte frontal en forma de una tumba, sobre la cual se lee el nombre del finado. Sobre la tapa, se moldea un estuco con la forma de un cojín y una tiara.
  
Entierro provisional de Pío IX en la capilla de la Anunciación.

El ataúd de Benedicto XV siendo descendido a la cripta vaticana.
    
Al séptimo día, toma lugar la última Misa de Réquiem en San Pedro. En medio de la gran nave, entre las dos capillas del Santísimo Sacrament el Coro, es levantado un majestuoso catafalco, remplazando el más modesto de los días precedentes. Obra de un eminente artista, se distingue por sus lienzos pintados, relieves y estatuas. Se puede ver el busto del Papa, sus armas y las de los Estados Papales, los eventos más notables de su reinado, inscripciones recordando virtudes, o emblemas aludiendo a ellas. Sobre este monumento piramidal hay múltiples niveles y gran número de velas de cera. Según la disposición de Alejandro VII, el coste de este monumento no debe exceder los dos mil escudos romanos.
  
Las tres guardias, la Noble, la Suiza, y la Palatina, rodean el catafalco y guardan el coro de la capilla. Ante el enrejado de la Capilla del Santísimo Sacramento, los empleados del Palacio distribuyen cirios de cera blanca de dos onzas a la gente hoy y los dos días siguientes, para que puedan encenderlos en la Misa de acuerdo a la rúbrica.
  
La Misa es cantada, como de costumbre, en el altar del coro de los canónigos, estando el Altar Mayor reservado exclusivamente al Soberano Pontífice. Después de la Misa, la oración fúnebre por el Papa es pronunciada en latín por un prelado elegido por el Sacro Colegio […].
  
El cardenal oficiante se pone la capa negra con la mitra de damasco blanco. Los maestros de ceremonias guían hacia el altar a los cuatro cardenales designados para las absoluciones. Ellos se ponen la sobrepelliz sobre el roquete, el amito, la estola y capa negra con la mitra de damasco blanco. El clero, precedido por la cruz cargada por el subdiácono y escoltado por los ujieres de vara roja, con dos acólitos ordinarios, saluda al Sacro Colegio y abandona la capilla, encabezada por el catafalco. Los cardenales oficiantes van a la plataforma al pie del monumento. El celebrante se ubica en medio, frente a la cruz del subdiácono y con su espalda al altar del coro. Los otros cuatro cardenales se ubican en las cuatro esquinas en escabeles. El celebrante dice la oración “Non intres in judícium cum servo tuo”. El coro, habiendo respondido Amén, entona el responsorio “Subveníte Sancti Dei”. El menor de los cuatro cardenales bendice el incienso y anuncia el Pater noster, durante el cual realiza la primera ronda alrededor del catafalco, asperjándolo e incensándolo sucesivamente. Él termina ofreciendo la oración “Deus cui ómnia vivunt”.
  
Los otros tres cardenales realizan la absolución de la misma manera. El segundo es precedido por el “Líbera”, y el tercero por “Qui Lázarum resuscitásti a monuménto fœ́tidum”. El “Líbera” se repite para la última absolución, reservada al cardenal oficiante. Después de la ceremonia, los cardenales se retiran a la sacristía, donde tienen una congregación general.
  
Mons. XAVIER BARBIER DE MONTAULT, “La muerte del Papa”. En Obras completas, tomo III (El Papa), año 1890.

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