sábado, 3 de agosto de 2024

MES DE SANTO DOMINGO DE GUZMÁN – DÍA TERCERO

Traducción de la devoción dispuesta por el padre Antoine Ricard S.Th.D., Canónigo honorario de Marsella y Carcasona, y publicada en París por la Librería de los Hermanos Perisse en 1878.
   
MES DE SANTO DOMINGO, O EL MES DE AGOSTO CONSAGRADO A LA MEDITACIÓN DE LA VIDA Y LAS VIRTUDES DE SANTO DOMINGO
   


Por la señal ✠ de la santa Cruz; de nuestros ✠ enemigos líbranos, Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
   
3 DE AGOSTO – DÍA TERCERO DEL MES DE SAN DOMINGO: EL SACERDOCIO

PRELUDIO
Representémonos a Santo Domingo, en el momento en que recibió el carácter sagrado de sacerdote de Jesucristo. A esta ordenación asistieron los ángeles guardianes de su futura orden, que dio a la Iglesia uno de sus ministros más perfectos, el fundador apostólico de la Orden Dominicana.
      
PENSAMIENTOS
Las ciencias que se enseñan en las universidades no bastan para revelar la belleza de las almas y el precio del sacerdocio destinado a procurar su salvación. Pero, al estudio de la ciencia, Domingo unió, como hemos visto, la meditación y el amor a la oración. Jesucristo se le reveló en sus piadosas e íntimas conversaciones que el fiel alumno valenciano disfrutaba manteniendo con su Maestro. Le reveló esta gran cosa, que es su propio sacerdocio divino, perpetuado, a través de los tiempos y los espacios, por el sacerdocio católico. El santo joven quedó prendado de amor por esta belleza sobrenatural que el carácter del sacerdote confiere al alma, y, por consejo de Diego de Acevedo, este venerable sacerdote a quien el orden de su piadosa dirección no deja de bendecir, como habiendo servido de intermediario e instrumento de gracia con su bendito fundador, Domingo se hizo sacerdote e inmediatamente, deseoso de seguir su nuevo estado con toda la perfección de los deberes de la vida eclesiástica, abrazó, según el espíritu de la Iglesia, la vida común, favorecida en Osma por la institución de los cánones regulares.
   
¡Misteriosa disposición de la Providencia, que no juzga como los hombres! Jesús, antes de comenzar su vida apostólica, se ocultó durante treinta años, en aparente inacción, en el modesto taller de Nazaret. Domingo, sacerdote de Jesucristo, antes de lanzarse como un gigante a su corta carrera de apóstol, permanece durante nueve años como enterrado en las funciones humildes y tranquilas de un capítulo canonical. El Maestro, con ganas de hacerlo su imagen, reservó así el tiempo y la calma necesarios para ir adiestrando poco a poco a esta bella alma, ardiente y generosa, en las grandes cosas que Él le tenía reservadas, suavizándola en las molestas prácticas de la vida común e imponiéndole esta lenta formación de las almas de élite que la gracia ama seguir, en oposición a las opiniones y designios de la naturaleza siempre impaciente. Dios no juzga como los hombres. Santo Domingo, canónigo de Osma, es una prueba más de ello, sobre la que muchos pueden meditar aplicándolo a sí mismos.
   
¡Almas llenas de amor por las cosas del celo apostólico, sabed imitar este gran modelo, sabed esperar la hora de Dios! Sonará cuando el Maestro lo habría querido, y, si no sonó, es porque el Maestro habría quedado satisfecho con la intención.

PRÁCTICA: Moderar la impaciencia en tus deseos, incluso los más santos.

INVOCACIÓN: Santo Domingo, sedientísimo por la salvación de las almas, ¡ruega por nosotros!

CARACTERÍSTICA HISTÓRICA: El canónigo de Osma.
«Al punto comenzó a brillar entre los canónigos con resplandor extraordinario; se consideraba el último por la humildad de corazón, pero era el primero en la santidad, hecho para todos perfume de vida que conduce a la vida [Eccli. 50, 6], semejante al incienso que desprende su fragancia en los días de verano [Eccli. 50, 8]. Ellos se admiraron ante tan rápida y nunca vista cumbre de perfección y le nombraron subprior, para que, colocado sobre alta atalaya, resplandeciera a la vista de todos y les estimulara con su ejemplo. Como olivo fructífero [Ps. 51, 10], y ciprés que se eleva en lo alto [Eccli. 50, 11], pasaba los días y las noches en la iglesia dedicado sin descanso a la oración; y, como si quisiera recuperar el tiempo dedicado a la contemplación, apenas se dejaba ver fuera del recinto monástico. Dios le había otorgado la gracia particular de llorar por los pecadores, por los desdichados y por los afligidos; sus calamidades las gestaba consigo en el santuario de su compasión, y el amor que le quemaba por dentro, salía bullendo al exterior en forma de lágrimas.
   
Era costumbre muy frecuente en él pernoctar en oración; cerrada la puerta, oraba a su Padre [Matth. 6, 6]. Algunas veces mientras oraba, solía prorrumpir en gemidos que le salían de lo hondo del corazón, así como en rugidos y gritos incontenibles [Ps. 37, 9]; por el contrario, emitiéndolos con fuerza, se escuchaban claramente de lejos. Hacía frecuentemente a Dios una súplica especial: que se dignara concederle la verdadera y eficaz caridad, para cuidar con interés y velar por la salvación de los hombres. Pensaba que sólo comenzaría a ser de verdad miembro de Cristo, cuando pusiera todo su empeño en desgastarse para ganar almas [1 Cor. 9, 19], al modo cómo el Señor Jesús, Salvador de todos, se inmoló totalmente por nuestra salvación. Leyendo con aprecio un libro titulado Colaciones de los Padres, en que se trata la temática referente a los vicios y a la perfección espiritual, se esforzó en buscar con todo cuidado las sendas de la salvación y seguirlas con todo empeño. Auxiliado por la divina gracia, le condujo este libro a conseguir la difícil pureza de conciencia, así como a alcanzar mucha luz para su vida contemplativa, y a una cima encumbrada de perfección» (Vida de Santo Domingo, del Beato Jordán de Sajonia).
   
LETANÍA DE NUESTRO PADRE SANTO DOMINGO
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
   
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
   
Dios Padre celestial, ten piedad de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo, ten piedad de nosotros.
Dios Espíritu Santo, ten piedad de nosotros.
Santísima Trinidad, un solo Dios, ten piedad de nosotros.
   
Santa María, ruega por nosotros.
Santa Madre de Dios, ruega por nosotros.
Santa Virgen de las Vírgenes, ruega por nosotros.
   
Magno Padre Santo Domingo, ruega por nosotros.
Lumen de la Iglesia, ruega por nosotros.
Luz del mundo, ruega por nosotros.
Antorcha del siglo, ruega por nosotros.
Predicador de la gracia, ruega por nosotros.
Rosa de paciencia, ruega por nosotros.
Sedientísimo por la salvación de las almas, ruega por nosotros.
Deseosísimo del martirio, ruega por nosotros.
Gran director de las almas, ruega por nosotros.
Varón evangélico, ruega por nosotros.
Doctor de la verdad, ruega por nosotros.
Marfil de castidad, ruega por nosotros.
Varón de corazón verdaderamente apostólico, ruega por nosotros.
Pobre en bienes temporales, ruega por nosotros.
Rico en la pureza de vida, ruega por nosotros.
Tú que cual antorcha ardías de celo por los pecadores, ruega por nosotros.
Trompeta del Evangelio, ruega por nosotros.
Heraldo del Cielo, ruega por nosotros.
Modelo de abstinencia, ruega por nosotros.
Sal de la tierra, ruega por nosotros.
Resplandeciente como el sol en el templo de Dios, ruega por nosotros.
Tú que te apoyaste en la gracia de Cristo, ruega por nosotros.
Revestido de estola real, ruega por nosotros.
Flor de flores elevada en el jardín de la Iglesia, ruega por nosotros.
Tú que regaste la tierra con tu piadosa sangre, ruega por nosotros.
Trigo recogido en los silos del Cielo, ruega por nosotros.
Resplandeciente en el coro de los Vírgenes, ruega por nosotros.
Jefe y padre de la Orden de Predicadores, ruega por nosotros.
Para que en la hora de la muerte seamos recogidos contigo en el Cielo, ruega por nosotros.
   
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, perdónanos, Señor.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, escúchanos, Señor.
Cordero de Dios que quitas el pecado del mundo, ten piedad de nosotros, Señor.
    
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
   
℣. Señor, escucha mi oración.
℟. Y llegue mi clamor hacia Ti.
   
ORACIÓN
Te suplicamos, Dios Omnipotente, nos concedas a cuantos padecemos bajo el peso de nuestros pecados, alcanzar el patrocinio de tu confesor nuestro bienaventurado Padre Santo Domingo. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
  
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠ , y del Espíritu Santo. Amén. 

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