Nada más propio que el que cuenta vidas de santos se ocupe también de un santo hagiógrafo y le vea con especial simpatía; por eso se habla aquí del bizantino Simeón, llamado «metafraste» (Μεταφραστής), es decir, intérprete, y también «logoteta» (λογοθέτης), que era el nombre de unos altos funcionarios del Imperio, como si dijéramos un canciller.
Es escasísimo lo que sabemos de él. Era de Constantinopla, donde nació de ilustres y ricos padres, y desde niño mostró grande y agudo ingenio. Al servicio del emperador (quizá Constantino VII Porfirogeneta), dicen que mostró bondad y prudencia, sin llegar nunca a ser soberbio, y que vivía como filósofo grave y modestamente.
Parece como si una serie de clisés piadosos e intercambiables enmascararan la falta de datos, pero lo que sí es seguro es que en los llamados menologios –las relaciones de mártires griegos ordenadas por meses– compiló muchas vidas de santos; se le atribuyen más de quinientas, aunque la crítica moderna reduce su intervención personal a unas ciento veinte, eso sí, escritas «con su retórica dulce y elegante estilo».
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