Muchos
hermanos sedevacantistas viven demasiado lejos de un centro de Misa
tradicional, y no les es posible asistir al Santo Sacrificio,
especialmente los Domingos y días de precepto. Algunos de ellos,
incluso, son los únicos en la familia que adhieren a la Fe Católica
tradicional, y son tentados por sus parientes conciliares a asistir a
los servicios de la parroquia Novus Ordo cercana (o los que tienen “mejor” suerte, a alguna Misa tradicional “una cum”, presidida por los acuerdistas o la Frater),
faltando EN VANO a la disciplina eclesiástica (decimos EN VANO porque
la asistencia al Novus Ordo o a la Misa “una cum” no es guardar el Día
del Señor).
A
estos hermanos, además del Santo Rosario, les proponemos este Modo de
seguir la Misa en casa, para que, en virtud de la Comunión de los
Santos, se unan espiritualmente a los Sacerdotes legítimos que ofrecen
el Santo Sacrificio de la Misa y a los fieles que asisten a ésta, y
puedan recibir espiritualmente los frutos de la Santa Misa.
MODO DE SEGUIR LA MISA EN CASA
Para
aquellas personas que por causa de su enfermedad, vejez, o por otras
razones suficientes no pueden asistir a la Santa Misa, especialmente los
Domingos y Días de fiesta.
CONSIDERACIONES PREVIAS
Ten
en mente, ¡oh alma cristiana!, que aquellos que estarían presentes en
el Santo Sacrificio de la Misa, si les fuera posible, como los enfermos,
los convalecientes, los ancianos, padres o madres que deben permanecer
en casa con los niños pequeños, y por otras razones, todos están
incluídos en el Santo Sacrificio, esto es, toman parte en las oraciones
de la Iglesia, en las bendiciones y méritos del Sacrificio, si tienen un
sincero deseo de oir la Misa. El Santo Sacrificio de la Misa es
ofrecido por todos los fieles. Así como Cristo se ofreció a Sí mismo por
todos los hombres en la cruz, así Él ahora se ofrece en la Misa en una
forma incruenta para todos, por tanto participa todas las bendiciones y
méritos de Su sacrificio a quien asiste a Misa con sentimientos
agradables a Él. Y si tú estás en casa, el sacerdote ora, la Iglesia
ora, nuestro Salvador Jesucristo se ofrece a Sí mismo, y los méritos y
bendiciones del Santo Sacrificio descienden a ti, si solamente lo deseas
de corazón, y unes tus oraciones en casa con las oraciones del
sacerdote y de toda la congregación. Luego arrodíllate espiritualmente
ante el altar y devotamente formula una Buena Intención.
BUENA INTENCIÓN
Padre
mío y Dios mío, Vos sabéis cuán sinceramente quisiera asistir al
Sacrificio de vuestro Hijo amado, mi Redentor, que ahora está siendo
ofrecido a Vos sobre el altar por manos del sacerdote; mas hay
obstáculos, como Vos conocéis, me lo impiden. Porque no puedo estar
presente en vuestra santa casa, mirad benigno el deseo de mi corazón, y
dejadme tomar parte en las oraciones de vuestra santa Iglesia, y en las
bendiciones y méritos de vuestro divino Hijo, que murió por mí en la
cruz, y nuevamente se ofrece a Sí mismo en una forma incruenta sobre el
altar. Con la misma intención con que el sacerdote ofrece el Santo
Sacrificio sobre el
altar, yo también lo ofrezco a Vos por vuestra honra y gloria, en acción
de gracias por todos los dones y gracias que me habéis concedido, para
reconciliaros conmigo, pobre pecador, y para la remisión de mis pecados,
y con la ferventísima petición, de que Vos seáis para mí en mis
cuidados y aflicciones un Padre gracioso, y por el amor de vuestro Hijo
Jesús no me rehuséis vuestro auxilio.
Oh
mi santo Ángel de la Guarda, estad de pie a mi lado y unid vuestras
oraciones conmigo, para que puedan ser aceptables a la Divina Majestad, y
también, ¡oh mi amada Madre María!, asistidme para que pueda atender en
espíritu al Sacrificio incruento de la Misa con las mismas intenciones
que vos tuvisteis cuando asististeis al cruento Sacrificio de la cruz.
Amén.
DESDE EL COMIENZO DE LA MISA HASTA EL EVANGELIO
¡Señor
mío y Dios mío! ¡Creador de cielo y tierra, suprema Majestad! ¿Cómo
puedo presumir levantar mis manos y alabaros? Vos sois la santidad
infinita, ante cuya vista ni siquiera los Ángeles son puros, Vos sois el
Omnipontente, ante el cual incluso los espíritus bienaventurados cubren
sus rostros, y yo, ¿qué soy? Nada excepto un pobre pecador, polvo y
ceniza, que hace tiempo hubiera merecido castigo. Pero Vos sois también
infinitamente benigno y misericordioso. En el espíritu de la más
profunda contrición y humildad, he aquí que me postro ante Vos con el
sacerdote y confieso mi culpa, mi gran culpa, mi gravísima culpa. Desde
lo más profundo de mi corazón lloro todos mis pecados y crímenes,
suplicándoos encarecidamente, ¡oh mi buen Dios y Padre!, me concedáis el
perdón. Con el sacerdote penitentemente pido a Vos, tened misericordia
de mí, ¡oh Señor, tened misericordia de mí! Vuestra misericordia es de
hecho infinitamente grande, y un corazón contrito Vos nunca lo
despreciáis. Y si mi dolor y contrición no son suficientes, ¡oh Padre
Celestial!, entonces aceptad benignamente las lágrimas penitentes de
todos los santos penitentes, los dolores de mi amada Madre María al pie
de la cruz, y el duelo de vuestro ternísimo Corazón por los pecados de
los hombres. Aceptad graciosamente el homenaje que la Iglesia os ofrece,
al cual agrego mi pobre adoración. ¡A Vos, oh Dios altísimo, sea la
gloria! ¡Que vuestra Omnipotencia sea glorificada en todas partes! ¡Que
vuestro santísimo Nombre sea honrado y alabado en todas partes! Por eso
enviásteis a vuestro Hijo unigénito a la tierra, para esto, para que
todos los hombres puedan conoceros, amaros, y aprendieran a serviros; y
por eso vuestro divino Hijo envió a sus Apóstoles por toda la tierra
para llevar a todos los hombres a la verdad. Oh, dadme la gracia siempre
de reconocer la verdad que vuestro Hijo trajo a la tierra, y observar
siempre con mayor fidelidad Sus sagrados preceptos, para que pueda ser
aceptable a Vos y eternamente dichoso. Amén.
DESDE EL EVANGELIO HASTA LA CONSAGRACIÓN
¡Muy
sinceras gracias a Vos, Dios mío!, por la Fe Católica en la cual he
nacido, y como un niño pequeño he recibido de vuestras manos, sin ningún
mérito de mi parte. ¡Oh, cuán desgraciado sería yo, si como muchos
otros estuviera vagando en la herejía o la incredulidad, sin encontrar
nunca la luz de la Fe verdadera, que brilla solamente en la Iglesia
Católica, para llevarme al Cielo! Con gozo profeso mi santa Fe, y Os
suplico, ¡oh Dios mío!, con todo mi corazón, que me concedáis la gracia
de vivir siempre conforme a ella. Porque ¿de qué me aprovecharía si
creyera plenamente todas las verdades que la Iglesia Católica enseña, si
no la obedezco fielmente? Oh Dios mío, no permitáis nunca que esto
suceda, no permitáis que dé oídos a doctrinas falsas y malas, que son
propagadas en todas partes por hombres malvados; no permitáis que venga a
ser débil en la fe, no permitáis que sea infiel a las promesas que Os
he hecho en el Bautismo y la Sagrada Comunión. Deseo ser y permanecer
siendo un hijo de vuestra Santa Iglesia, porqe solo en esta Iglesia
puedo ser feliz; porque ella sola tiene todos los medios de la gracia
para la felicidad, ella sola posee la fuente de toda gracia, el Santo
Sacrificio de la Misa, en el cual vuestro único Hijo, Jesús, se ofrece a
Vos, con el fin de traer sobre nosotros todo lo que su Sangre ganó para
nosotros en la Cruz. Veo ahora, en espíritu, al sacerdote en el altar
con pan y vino en sus manos, orando al Espíritu Santo para que bendiga
estos dones, que ellos sean apropiados para ser cambiados en el cuerpo y
la sangre de vuestro Hijo amado. Yo uno mi corazón a estos dones
consagrados al sacrificio, y lo dejo sobre el altar. No poseo nada que
pueda daros, salvo un corazón que puede y desea amaros. Tomad este mi
pobre corazón, purificadlo de todo pecado y mancha, inflamadlo con el
fuego de vuestro amor, y acercadlo a Vos, ¡oh infinita Bondad!, para que
nunca más sea separado de Vos. Al mismo tiempo Os ofrezco con mi
corazón todos mis afanes y ansiedades. Nada de lo que considere Os es
desconocido, ¡oh Dios mío!, patentes están ante vuestros ojos todos los
deseos de mi corazón. No permitáis que él desee nada que Os desagrade,
convertidlo enteramente a Vos, y por vuestra Gracia hacedlo uno con el
amantísimo Corazón de vuestro Hijo dilectísimo, quien, mientras estuvo
sobre la tierra, sólo quería que vuestra Voluntad sea hecha en la tierra
como en el Cielo. Amén.
ANTES DE LA ELEVACIÓN
Santo,
santo, santo sois Vos, ¡oh Dios trino y uno!, y porque sois
infinitamente santo, ningún sacrificio puede agradaros como el
Sacrificio infinitamente santo de vuestro Hijo Jesús, y porque sois
infinitamente justo, ningún otro Sacrificio podía satistaceros sino este
único Sacrificio inmaculado, que vuestro Hijo dilectísimo ofreció en la
Cruz, y ahora en forma incruenta renueva sobre el altar. Por este Santo
Sacrificio que ahora se realiza sobre el altar, Os suplico, ¡oh Dios
del Cielo!, miréis benigno a todos los verdaderos Cristianos y
preservadlos en unión de fe y caridad; permitid que la luz de la verdad
brille sobre todos los infieles y herejes, dadle vuestro santo Espíritu al Papa, nuestro padre común y cabeza, y
a los obispos y sacerdotes fieles, para que puedan guiar las almas a
ellos confiadas en el camino de la salvación al Cielo, dadle la gracia
de la conversión a todos los pobres pecadores, consolad a los afligidos,
fortaleced a los débiles, guiad a los errantes, asistid a los
vacilantes, y escuchad benignamente las oraciones de todos los que se
dirigen a Vos. Recordad, ¡oh Padre excelso!, mi pobre alma, adquirida
por vuestro divino Hijo con su Sangre. Confieso con profundísima
humildad y el más profundo dolor, que a menudo he manchado mi alma con
el pecado transgrediendo vuestros santos Mandamientos; dadme solamente
una gota de esa Preciosísima Sangre, y seré puro y agradable a Vos. Vos
conocéis mi deseo de serviros con toda fidelidad, dadme vuestra gracia,
para hacer siempre vuestra santísima Voluntad: asistidme, para que
siempre pueda seguir las hermosas virtudes de vuestro Hijo amado, su
humildad, su mansedumbre, y sea siempre más y más agradable a Vos. No me
abandonéis, ¡oh Padre misericordioso!, en mis cruces y aflicciones, y
en las graves preocupaciones que pesan sobre mi corazón. Dadme fuerza
para llevarlas, y que todas redunden en vuestra honra y la salvación de
mi pobre alma. Ayudadme ahora con vuestras súplicas, ¡oh bienaventurada
Virgen Madre de Dios, y todos vosotros, Santos que estáis en el Cielo!,
en esta solemnísima hora, cuando Jesús, el Cordero de Dios, se ofrece a
Sí mismo, para que mis oraciones sean escuchadas en el trono de Dios,
ante el cual estáis, cantando himnos de alabanza. Vosotros habéis
vencido y sois ahora dichosos, nosotros todavía debemos sufrir y luchar,
ayudadnos, para que por Cristo, nuestro Salvador, podamos conquistar
los enemigos de nuestra salvación y podamos veros en el Cielo. Amén.
EN LA ELEVACIÓN
¡Misericordiosísimo
Padre celestial! Vos nos habéis dado a vuestro amado Hijo Jesús, y con
Él nos habéis dado todo. Él, vuestro único Hijo, es ahora mi posesión,
Él está ahora presente en el altar, y yo intento acercarme a Él, intento
ofrecerle a Vos por vuestra gloria, en agradecimiento por todas
vuestras gracias, por la remisión de mis pecados, y para obtener nuevas
gracias que tanto necesito. Mil gracias a Vos por habernos dado a
vuestro Hijo amado, por medio del cual nosotros, pobres pecadores,
tenemos acceso a Vos; por medio de Él, mi Jesús, ofrezco a vuestra
grandísima Maestad Sus infinitos méritos por mi pobreza, Sus infinitas
virtudes por mi pecaminosidad, la santidad de Su vida sobre la tierra
por mis crímenes, Su preciosísima Sangre como mi apelo por misericordia.
Tened piedad de mí, ¡oh Padre del Cielo, tened piedad de mí! Perdonad
todas mis ofensas, y permitidme ser y permanecer siendo vuestro Hijo.
Amén.
DESPUÉS DE LA ELEVACIÓN
¡Oh
mi Jesús amantísimo, cuán infinitamente grande, cuán perfectamente
incomprehensible es vuestro amor por nosotros, hombres débiles que no
podemos hacer nada excepto pecar! No fue suficiente para Vos el morir en
la Cruz con inenarrables agonías por nosotros, y por ese Sacrificio
sangriento reconciliarnos a nosotros, pecadores, con vuestro Padre
justo, abriendo para nosotros el Cielo, sino que diariamente quisisteis
renovarlo en nuestros altares, quisisteis descender diariamente del
Cielo, cambiando el pan en vuestro Sacratísimo Cuerpo y el vino en
vuestra Preciosísima Sangre, presentando a nuestros ojos vuestra Muerte
en la Cruz y dándonos todos sus méritos. ¡Quién podría comprender este
vuestro infinito amor! Y, ¿cuán ingratos hemos sido con Vos por esto? En
vez de amaros en retorno, en vez de hacer todo cuanto es agradable a
Vos, en vez de seguiros y comenzar a ser siempre más como Vos, os
insultamos, os clavamos nuevamente por nuestros pecados a la Cruz, os
alejamos de nosotros, y seguimos el camino amplio del mundo, que lleva a
la destrucción. Yo también, ¡oh mi amantísimo Salvador!, soy uno de
estos ingratos; perdonadme, porque estoy de hecho arrepentido desde todo
mi corazón por haber actuado tan ingratamente para con Vos. Con
profunda humildad caigo ante Vos, confesando mis ofensas, dadme aunque
sea una gota de vuestra Preciosísima Sangre, para que pueda ser
purificado. Miradme con los ojos de vuestra Misericordia ilimitada, y
dadme la gracia de amaros con todo mi corazón y serviros fielmente. Sí,
os amo, ¡oh Jesús!, os amo y siempre os amaré. Acordaos también, ¡oh
Jesús fidelísimo, de aquellos que han partido de este mundo en la fe en
Vos y vuestra Iglesia sacrosanta, recordad a mis padres, parientes,
amigos y bienhechores: que compartan también los méritos de vuestra
Preciosísima Sangre, para que ellos puedan tener consolación y alivio en
las torturas del Purgatorio y pronto arriven a la redención. Amén.
EN LA COMUNIÓN
¡Oh
Jesús, cuán inexplicable es vuestro amor por el hombre! Vos no
solamente quisisteis darle los méritos de vuestro Santo Sacrificio, sino
que deseásteis daros enteramente aél, para alimentar y fortalecer su
alm por vuestro sacratísimos Cuerpo y Sangre, uniéndoos enteramente con
Él. ¡Cuán infinitamente grande es vuestra condescendencia con nosotros,
vuestras pobres creaturas! ¡Vos que sois la Santidad infinita, el
Omnipotente, el Creador de Cielos y tierra, el Señor de los ejércitos,
deseásteis venir a nosotros y morar con nosotros! ¿Quién creería esto,
si Vos no lo hubiérais dicho? Puesto que esto es, entonces, cierto y
verdadero, que Vos nos visitáis y moráis en nuestros corazones, yo
intento, aunque soy un pobre pecador, acercarme a Vos, para unirme con
el sacerdote y fervientemente orar y suplicaros, ¡oh Jesús! ¡Venid a mí!
No soy digno de ello, pero vuestra gran bondad, vuestra gran
misericordia me permite esperar, que Vos no os rehusaréis dignaros a
venir a mi pobre corazón. Actualmente no puedo, es verdad, recibiros
ahora, vuestro Cuerpo y Sangre sacratísimos, con el sacerdote, pero Vos
podéis venir a mí con vuestra gracia efectiva para consolar, fortalecer,
purificar y santificar mi alma. ¡Venid, pues, Jesús, único deseo de mi
corazón! ¡He aquí, yo dedico mi corazón a Vos, para que solamente pueda
amaros! ¡Dedico mi alma a Vos, para que piense solamente en Vos y sea
aceptable a Vos! Os dedico mi cuerpo y todos sus miembros a Vos, para
que puedan ser usados solamente en hacer buenas obras. Venid, ¡oh Jesús,
y hacedme enteramente vuestro, para Vos deseo vivir y morir. Amén.
DESDE LA COMUNIÓN A LA BENDICIÓN
Habéis
finalizado ahora, ¡oh ternísimo Jesús!, vuestro santísimo Sacrificio,
Os habéis dado a Vos mismo para honra y gloria de vuestro Padre
celestial, y apelado en su trono por gracia y misericordia para
nosotros. Habéis permitido que los méritos de vuestro santísimo
Sacrificio descendieran a nuestras almas. ¿Cómo puedo agradeceros lo
suficiente? Porque si tuviera las lenguas de todos los Ángeles, no
podría alabaros suficientemente. Puesto que no tengo el poder, os
ofrezco las alabanzas, adoración y hacimiento de gracias de vuestra
Santísima Madre María y todos los Santos, suplicándoos fervorosamente
que supláis de vuestro propio Corazón amantísimo todo lo que yo, en mi
pobreza, no puedo daros. Vos me habéis concedido, ¡oh Padre celestial!,
la gracia de ofreceros a vuestro divino Hijo en unión con el sacerdote y
la congregación, para adoraros y alabaros, y para intentar ofreceros el
precio de la remisión de mis pecados. Gracias sean a Vos por esta
merced. ¡Que pueda yo estar siempre firme en la fe en Vos y en Él,
vuestro Hijo unigénito, que habéis enviado, que mi confianza en Vos
nunca sea debilitada y que nunca cese de amaros mientras viva! Amén.
EN LA BENDICIÓN
Que
Dios Padre, Hijo, y Espíritu Santo me bendigan. Fortalecido por esta
bendición, ¡oh Santísima Trinidad!, buscaré hoy y en todo tiempo hacer
vuestra Voluntad. Deseo no solamente ser llamado hijo vuestro, ¡oh Padre
Celestial!, sino ser vuestro hijo, siempre y en todo tiempo, para
cumplir vuestros Mandamientos con obediencia filial. No solamente deseo
ser vuestro discípulo, ¡oh Jesús!, sino que deseo ser vuestro discípulo
fiel. Deseo ser humilde y manso como Vos, pacífico con todos los
hombres, siempre preservando la pureza de cuerpo y alma, y
misericordioso con mis próximos, amigos y enemigos por igual. Seguiré
con ánimo vuestras inspiraciones, ¡oh Divino Espíritu Santo!, usando
fielmente las gracias con las cuales me habéis llenado; alejándome del
pecado, y viviendo por la virtud. Oh María, Madre bienaventurada de mi
Salvador, rogad por mí y asistidme para guardar mis resoluciones.
Ponednos bajo vuestra protección a mí, y a todos por los cuales estoy
obligado a orar y a todos mis amigos, y llevadnos al Cielo, donde vivís
en la gloria, para que con Vos y los Santos podamos siempre amar y
alabar al Dios Trino y Uno. Amén.
PADRE LEONARD GOFFINE OPræm. Explicación de las Epístolas y Evangelios de los Domingos, Días de precepto y Fiestas del Año eclesiástico
-Traducción inglesa del P. Fray Gerard Pilz OSB-. Ratisbona, Imprenta
de Friedrich Pustet & Co., 1880. págs. 953-962. Imprimátur otorgado
el 26 de Marzo de 1874 por Mons. John Baptist Purcell, Arzobispo de
Cincinatti, y Mons. Joseph Gregory Dwenger, Obispo de Fort Wayne
(Indiana); y el 18 de Junio de 1874 por Sylvester Horton Rosecrans,
Obispo de Columbus (Ohio). - Traducción nuestra.
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