Por Antonio Sánchez García* para PANAM POST.
La “anarquía más o menos organizada” de Venezuela que intenta saciar la voracidad de cárteles y mantener con vida al miserable Estado cubano, se hundirá cada vez más en los abismos de su decadencia. (Efe)
De la tradición mítica de la Mesopotamia recibieron los judíos las
dos figuras clave que reúnen el colmo del horror y los males políticos
de la tierra bajo la hegemonía totalitaria: Leviatán, el monstruo de los
mares, y Behemot, el monstruo de la tierra. Thomas Hobbes comprendió
que la transfiguración del Leviatán en un monstruo real constituía la
perfecta metáfora para definir al Estado burgués. Desde entonces, el
Leviatán de Hobbes es una de las más importantes aproximaciones teóricas
al fenómeno del Estado en la sociedad moderna. Un gran pensador alemán,
Franz Neumann, asumió la tarea de descifrar la correspondencia real al
Behemot en el pensamiento y la acción del nacionalsocialismo entre 1933 y
1944. Disponemos de una excelente versión del Leviatán editado por el Fondo de Cultura Económica y del Behemot por Anthropos. Dos lecturas que deberían ser obligatorias para quienes se ocupen de la política como problema social.
Carente de una teoría política propia, de una teoría del Estado y
menos de una teoría social, no vio Neumann en el nazismo más que la
expresión del horror de un contubernio entre el gran capital alemán y
las fuerzas más oscuras de la reacción conservadora: “el régimen de
Hitler” —escribe Peter Hayes en su introducción al libro de Neumann—
“fue un monstruo caótico, amorfo y sin ley. Su política expresaba las
fuerzas, en ocasiones convergentes y en otras contrapuestas, de los
cuatro poderes centrales, en relación simbiótica, pero separados (el
partido nazi, la burocracia estatal, las fuerzas armadas y el poder
económico) que lo componían. Tanto el enorme poderío como la inherente
vulnerabilidad de la Alemania nazi procedía, según Neumann, de la
conspiración entre estos cuatro grupos de intereses particulares, cada
uno de los cuales buscaba expandir su poder y su territorio alemanes sin
ceder autoridad o status a ninguna de las otras partes”¹.
Guardando las debidas distancias —el nacionalsocialismo
fue extraordinariamente exitoso en todos los terrenos en los que el
chavismo no ha sido más que un caótico amasijo de caos, criminalidad,
narcotráfico y crisis humanitaria—, sobran los paralelos y semejanzas.
Para comenzar, un golpe de Estado que fracasa, pero crea las condiciones
de un estado de excepción que proveerá las bases para el asalto al
poder sirviéndose de los procesos electorales. Al respecto, el
comentario de Hitler al fracaso del Putsch de Münich de 1923, lo aclara
de manera diáfana y convincente. Así lo afirmó el 8 de noviembre de
1935: “El Destino nos ha protegido. No permitió que nuestra acción
tuviera éxito cuando, de haberlo logrado, hubiese naufragado a causa de
la falta de madurez interna del movimiento y sus defectuosos cimientos
espirituales y de organización. Lo sabemos hoy. Entonces actuamos con
valor y virilidad, pero la providencia obró con sabiduría”. No hubo el 4
de febrero de 1992 de parte del golpismo castrocomunista ni valor ni
virilidad y si bien no fue la providencia la que obró con sabiduría
llevando el golpe al fracaso, sino la incapacidad y la falta de grandeza
y hombría de Chávez, así como la pusilanimidad y la falta de
perspectiva histórica de las debilitadas y contrahechas fuerzas
democráticas, el resultado del fracaso del golpe y la postergación del
logro de sus fines, la canalización del descontento por las vías
políticas tradicionales permitió, como exacta reproducción de las
circunstancias alemanas, que la espera hasta el asalto al poder mediante
los mecanismos electorales rindiera sus frutos. El golpismo procedió
siguiendo textualmente las palabras pronunciadas por Goebbels en 1927:
“Iremos al Congreso y lo someteremos siguiendo sus propias reglas. Para
desde allí conquistar el poder. Conquistaremos el poder por medios
legales”. Suena asombroso, pero es la verdad: Hitler no dio un solo paso
al totalitarismo nazi sin respetar la ley.
Exactamente como el régimen nazi, tampoco el chavismo ha dispuesto de
una teoría política y una ideología capaz de blindar sus afanes
totalitarios. Y aquello que aparece como su estado no es más que el
contubernio y la asociación criminal de pandillas de hampones puestas al
servicio del saqueo de las riquezas nacionales. Su base de poderío y
sustentación son las fuerzas armadas, carentes de toda ideología
nacionalista, pero ávidas, desde siempre, del enriquecimiento ilícito.
Hoy conforman la principal plataforma distribuidora de cocaína del
planeta —el Cartel de los Soles—
y ante el colapso inducido por las propias autoridades que detentan el
poder, han hecho de los ingresos del narcotráfico la principal fuente de
riqueza del caótico y criminal Estado que detentan. Que solo podrá ser
vencido y derrotado, exactamente como fuera el caso de la Alemania nazi,
mediante el uso extremo de la fuerza: “Es necesaria una derrota militar
de Alemania. Ignoro si es o no posible aplastar al nacional-socialismo
sin una derrota militar. Pero sí estoy seguro de una cosa: una derrota
militar lo barrerá. Aviones, tanques y cañones mejores y en mayor
número, y una completa derrota militar, arrancarán el
nacional-socialismo del espíritu del pueblo alemán”².
Esta “anarquía más o menos organizada” que intenta saciar la
voracidad de los cárteles de las mafias rusas, chinas, islámicas y
mantener con vida al miserable Estado cubano,
se hundirá cada vez más en los abismos de su decadencia. Su base de
sustentación tradicional, el petróleo, se ha convertido en un estorbo
del que las grandes empresas petroleras del mundo pretenden liberarse
regalándoselo a quienes estén dispuestos a cargar con su almacenamiento.
Un lastre cuyo valor ya es negativo: un barril vale menos de cero.
Impedir que el apocalipsis que le espera a los venezolanos se consuma y
salvar a la región de los apocalípticos efectos que la amenaza desde
Miraflores, es un imperativo político de Occidente. Más ahora, cuando la
pandemia nos amenaza con la muerte global. Salvar a Venezuela es, hoy
más que nunca, un imperativo categórico.
NOTAS
* Historiador y Filósofo de la Universidad de Chile y la Universidad Libre de Berlín Occidental. Docente en Chile, Venezuela y Alemania. Investigador del Max Planck Institut en Starnberg, Alemania.
¹Franz Neumann, Behemot, Anthropos, Barcelona, 2014.
²Ibídem, pág. XXI.
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