domingo, 16 de febrero de 2020

NOSTRA ÆTÁTE, O LA CUESTIÓN JUDÍA EN EL VATICANO II

Rescatado de los archivos de TRADICIÓN DIGITAL. Vía CATÓLICOS ALERTA.
   
Lo que sigue es un resumen de la serie de artículos publicados en The Occidental Observer en la que se reseñan escritos del tradicionalista católico francés Léon de Poncins sobre la influencia judía en el Concilio Vaticano II, en particular sobre Nostra Aetate.
  

Introducción

El CVII significó una ruptura de la casi bimilenaria doctrina tradicional de la Iglesia (Nuevo Testamento, Padres de la Iglesia, Magisterio papal) sobre los judíos, según la cual el Israel de Dios no es ya el pueblo de la Antigua Alianza, sino la Iglesia Católica. El pueblo de la Antigua Alianza, que rechazó el mensaje de Cristo y lo entregó a la muerte, sigue siendo culpable por su obstinación en ese rechazo y su oposición contumaz a la Iglesia.
  

Esta era la doctrina católica hasta 1965, cuando se aprobó Nostra Aetate. A partir de esta, los judíos no son ya responsables de la muerte de Cristo. Además, la Antigua Alianza seguiría vigente y la doctrina tradicional católica habría sido la causa subyacente de ese antisemitismo que llevaría a la persecución y al “Holocausto”. La Esposa de Cristo pidió de esta forma perdón a los sucesores de Caifás.
  

Nostra Ætáte carece de notas, porque carece absolutamente de fundamentos en la doctrina tradicional católica. Ningún pasaje de la Sagrada escritura, ningún santo, ningún Papa suscribió nunca semejante doctrina en los casi dos mil años de existencia de la Iglesia de Cristo.
   

I: Nostra Aetate

Aquí tenemos un extracto de esta:
Como es, por consiguiente, tan grande el patrimonio espiritual común a cristianos y judíos, este Sagrado Concilio quiere fomentar y recomendar el mutuo conocimiento y aprecio entre ellos, que se consigue sobre todo por medio de los estudios bíblicos y teológicos y con el diálogo fraterno. 
   
Aunque las autoridades de los judíos con sus seguidores reclamaron la muerte de Cristo, sin embargo, lo que en su Pasión se hizo, no puede ser imputado ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivían, ni a los judíos de hoy. Y, si bien la Iglesia es el nuevo Pueblo de Dios, no se ha de señalar a los judíos como reprobados de Dios ni malditos, como si esto se dedujera de las Sagradas Escrituras. Por consiguiente, procuren todos no enseñar nada que no esté conforme con la verdad evangélica y con el espíritu de Cristo, ni en la catequesis ni en la predicación de la Palabra de Dios. 
    
Además, la Iglesia, que reprueba cualquier persecución contra los hombres, consciente del patrimonio común con los judíos, e impulsada no por razones políticas, sino por la religiosa caridad evangélica, deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de Por los demás, Cristo, como siempre lo ha profesado y profesa la Iglesia, abrazó voluntariamente y movido por inmensa caridad, su pasión y muerte, por los pecados de todos los hombres, para que todos consigan la salvación. Es, pues, deber de la Iglesia en su predicación el anunciar la cruz de Cristo como signo del amor universal de Dios y como fuente de toda gracia.
Aunque aparentemente está en línea con la doctrina tradicional de la Iglesia, de hecho muestra el terrible desconocimiento del judaísmo por parte de los obispos. Pareciera que la única preocupación es el aspecto humanitario del asunto, arteramente presentado por los voceros de la judería.
  

II: Origen de las reformas propuestas por el Concilio
El origen de esta ruptura doctrinal está en las maniobras de varias personalidades y organizaciones judías: Jules Isaac Marx, Label Katz (presidente de B’nai B’rith, la masonería judía), Nahum Goldmann, el Congreso Mundial Judío, etc. Destaca el primero, un judío francés, que fue Inspector General de Educación de Francia.
 
Jules Isaac fue el principal promotor del cambio de doctrina de la Iglesia sobre el judaísmo, asunto al que dedicó dos libros: Jésus e Isräel (Jesús e Israel) y Genèse de l’Antisemitisme (Génesis del Antisemitismo).
  
Su tesis principal es esta: es preciso acabar con el “antisemitismo”, cuyo resultado fue la masacre de los judíos en los campos de exterminio. Las enseñanzas tradicionales de la iglesia han alimentado el antisemitismo, por tanto hay que desacreditarlas. Para ello puso en cuestión el valor histórico de los Evangelios.
   
Inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial, Isaac empezó a organizar reuniones nacionales e internacionales con personalidades católicas judeófilas. Fue recibido en 1960 por Juan XXIII, al que pidió una condena del “desprecio” católico por los judíos y un comité para estudiar el problema. Tras ello el cardenal Bea creó el Secretariado para la Unidad de los Cristianos, que se encargó de revisar las relaciones de la Iglesia con los judíos.
   
El asunto fue enviado al Concilio en 1964.
  
III: Jules Isaac y los Evangelios 
Jules Isaac había dedicado dos libros a refutar los dos pilares de la doctrina católica sobre el judaísmo.
  
En su libro Jesús e Israel, critica los evangelios de San Juan y San Mateo por su parcialidad. El de Mateo incluye además la frase famosa: “Caiga su sangre sobre nosotros y nuestros hijos”, con el que la plebe judía acepta la culpabilidad por la condena de Cristo a pesar de que Pilatos insistiera en su inocencia. Jules Isaac retrata a los evangelistas como mentirosos compulsivos, en concreto niega el relato de San Mateo.
  
IV: Jules Isaac y los Padres de la Iglesia 
En su segundo libro, Génesis del Antisemitismo, Jules Isaac trata de desacreditar a los Padres de la Iglesia. Acusa al cristianismo de:

“llevar hasta el paroxismo su virulencia, malicia, calumnias y odio mortal. Ningún arma ha sido tan peligrosa para el judaísmo y sus seguidores como la enseñanza del desprecio, inculcada especialmente por los Padres de la Iglesia del siglo IV. Y de estas tesis ninguna ha sido tan perniciosa como la del “pueblo deicida”… No reconocer o quitar énfasis a eso equivale a ignorar o encubrir la fuente principal del antisemitismo cristiano.
  
… esta perversidad fue explotada arteramente de distintas formas siglo tras siglo, generación tras generación, y culminó en Auschwitz, en las cámaras de gas y crematorios de la Alemania nazi”.

A continuación se repasan distintos pasajes de los padres de la Iglesia. San Juan Crisóstomo, San Agustín, San Gregorio Magno… Llama la atención la inclusión de S. Agustín quien, sin embargo, predicó que no había que perjudicarles en sus vidas ni haciendas, y que son necesarios como testigos de la gloria final de Cristo. ¿Qué más quiere, especialmente sabiendo que la judería tiene dos varas de medir y que la explotación y el engaño al goyim están permitidos, recomendados, incluso exigidos?
   
V: Lo que Jules Isaac pedía al Concilio
La Iglesia, escribe Jules Isaac, es la única culpable, los judíos son totalmente inocentes, no tienen ninguna culpa… Solo la Iglesia, por tanto, debe hacer un acto de reparación”. Pidió por ello:
  • Condena y eliminación de cualquier discriminación racial, religiosa o nacional contra los judíos.
  • Modificación o eliminación de cualquier oración litúrgica sobre los judíos, en especial, las del Viernes Santo.
  • Declaración de que los judíos no son responsables de la muerte de Cristo, sino la humanidad en general.
  • Eliminación o declaración como nulos de los pasajes evangélicos que mencionan esos hechos, en particular el evangelio de San Mateo, al que trata como un mentiroso y un falsario.
  • Que la Iglesia cargue con los agravios hechos durante dos mil años y que siguen en estado latente.
  • Que la Iglesia prometa asumir en el futuro, de manera definitiva, una actitud humilde, de arrepentimiento y perdón hacia los israelitas y rectificar las enseñanzas tradicionales.
¡Y un jamón con chorreras! (si no fuera el cerdo animal impuro).
   
VI La imposible amistad Judeo-Cristiana
A pesar de la insolencia de sus exigencias, de las andanadas contra el Evangelio y los Padres de la iglesia, Jules Isaac tuvo muchos apoyos en Roma, empezando por los seguidores de la “Amistad Judeo-Cristiana”.
    
Curiosamente, uno de los líderes espirituales del judaísmo contemporáneo tiene estas palabras irónicas y despectivas hacia la idea de una tradición “judeocristiana”:


El término “Judeo-Cristiano”, aunque designa un origen común, es sin lugar a dudas el concepto más letal… Unifica en una sola expresión dos conceptos irreconciliables, y pretende demostrar que no hay diferencia entre el día y la noche… El cristianismo ofrece al mundo un mesianismo limitado” (Josué Jéhouda, L’antisémitisme, miroir du monde, Ed. Synthésis, Ginebra 1958).

Sin embargo, Jules Isaac y sus secuaces no tuvieron que justificar en Roma sus escritos plagados de odio a Cristo y al Evangelio. Hablaron de la caridad cristiana, de la unidad ecuménica, de las Escrituras compartidas, de la lucha contra el racismo…
  
El resultado fue la aprobación del cambio de doctrina por los padres conciliares, a pesar de que los promotores acusaban a los evangelistas de mentirosos, a los Padres de la Iglesia de falsarios, de propagar el odio a los judíos y de ser últimos responsables del nazismo.
  
Y sin embargo, los libros en que se afirmaba eso se vendían en las librerías, así que los padres conciliares no podían alegar ignorancia, tampoco sobre las acusaciones contra el Cristianismo de ser una imitación bastarda del monoteísmo: 

“Para los judíos, tu religión es una blasfemia y una subversión. Para nosotros, vuestro Dios es un demonio, es decir, la esencia del mal sobre la Tierra” (A. Memni, Portrait d’un juif, Ed. Gallimard, París 1962)

La razón del éxito de la estrategia judía está en que los padres conciliares nunca supieron (C. A.: Muy por el contrario, creemos que muchos de ellos lo sabían perfectamente) quienes estaban detrás de esta petición de cambio doctrinal. En todo caso, la maniobra triunfó: con la excusa de la caridad cristiana y la “unidad ecuménica” se abandonó la doctrina tradicional cristiana, que fue reemplazada por una doctrina judaizante sin fundamento en la tradición católica.

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