sábado, 15 de febrero de 2020

¿POR QUÉ EL VATICANO II IGNORÓ EL COMUNISMO?

Traducción del artículo publicado en CORRISPONDENZA ROMANA. El artículo es del 2012, pero por su importancia y porque la actitud del Vaticano II hacia la URSS se refleja en Bergoglio y la China comunista, se trae a publicación.
 
   
(Edward Pentin, The Chatolic Word Report) Mientras la Iglesia celebra el 50º aniversario de la inauguración del Concilio Vaticano II, hay un aspecto menos conocido —y alguno diría altamente perturbador— del Concilio que ha tendido a ser pasado por alto: la ausencia de cualquier referencia a, o condenación del comunismo en los documentos conciliares, a pesar del hecho de que la Unión Soviética estaba en ese tiempo en la cima de su poder.
  
Con los años, muchos han especulado sobre las causas de la omisiòn, mientras que otros han ponderado las consecuencias, tanto para la Iglesia Católica como para el mundo de hoy.
  
En años recientes, se ha levantado gradualmente el velo del misterio sobre la omisión, mientras que los historiadores han descubierto evidencia irrefutable que explica cómo tuvo lugar la ausencia de cualquier referencia al comunismo en los documentos.
  
La omisión fue sorpresiva en esa época, como quiera que hasta el Vaticano II, la Iglesia en sus enseñanzas había hablado repetidamente contra el comunismo. Sus condenas fueron claras e inequívocas, consistentes con las del Papa Pío XII, que fue incansable en sus denuncias del comunismo hasta su muerte en 1958.

En los vota (votos) de los Padres Conciliares —miles de recoendaciones reunidas de figuras claves de la Iglesia justo antes de las sesiones conciliares—, el comunismo tenía un alto puesto en la lista de preocupaciones. De hecho para muchos, parecía ser el área individual más importante que se debía condenar.
  
Los historiadores discuten que varios factores contribuyeron a que el comunismo no fuera mencionado en absoluto durante el Concilio. El primero fue la desafortunada época del Concilio. “Eran los sesentas, y el mundo estaba abrazando un nuevo espíritu de optimismo”, explica el historiador de la Iglesia Roberto De Mattei, autor de Il Concilio Vaticano II – Una storia mai scritta (El Concilio Vaticano II – Una historia nunca escrita). “Fue durante este período que se presentó un ‘deshielo’ de realidades, ya definidas como antitéticas por el Magisterio”.

En particular, se pensó que la última encíclica del Papa Juan XXIII, Pacem in Terris, jugó un papel clave en este cambio de perspectiva sobre el comunismo. Para De Mattei, la encíclica fue “probadamente decisiva”, pues dio la impresión de “querer superar la posición de la Iglesia contra el comunismo, removiendo, de hecho, toda condenación, aun verbal”. Se creyó que la política vaticana del “Ostpolitik” (apertura de la Iglesia a los países comunistas del Este mediante el diálogo) tuvo sus raíces en la encíclica de 1963. Esta fue tomada por Mons. Agostino Casaroli, quien, en ese tiempo, era el viceministro de exteriores de la Santa Sede, pero después se convertiría en Secretario de Estado del Vaticano.
  
¡Pero por qué Juan XXIII permitiría tal ruptura con la hasta entonces firme línea contra el comunismo? Algunos creen que le tuvo, si no simpatía, sí predisposición de ver al comunismo con algo de optimismo malfundado.

“Una teoría comúnmente sostenida, que no se puede probar, es que Juan XXIII tuvo buenas relaciones con el presidente soviético Jrushchov”, dice el padre Norman Tanner, un jesuita experto sobre el Concilio en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. Ciertamente, se tiene constancia de que Jrushchov visitó al Papa en el Vaticano, y que Juan XXIII se alegró de recibir del líder soviético felicitaciones por su cumpleaños al cumplir los 80. En respuesta, Juan XXIII le pidió a Jruchov que demostrara la sinceridad del líder soviético para mejorar las relaciones mejorando la situación de los Católicos (en particular, permitiéndole emigrar al prisionero Arzobispo Josef Slipyj, jefe de la Iglesia Uniata Ucraniana), solicitud que Jrushchov concedió en 1963.

Pablo VI también se reunió varias veces con funcionarios soviéticos. Estos encuentros, en su mayoría, tuvieron lugar después del Concilio, sin embargo, y los esfuerzos fueron en vano: las concesiones soviéticas al Vaticano probaron ser en su mayoría pobres en los años subsiguientes.
  
Pero hubo otro motivo detrás de este impulso hacia la distensión: el de alimentar mejores relaciones ecuménicas con la Iglesia Ortodoxa Rusa. Como parte de su deseo por una mayor apertura de la Iglesia a los otros Cristianos y religiones, Juan XXIII quería fuertemente que los miembros de la Iglesia Ortodoxa Rusa (entonces fuertemente atrincherada con el Kremlin y la KGB) tomaran parte en el Concilio. El Papa también quiso que los Obispos Católicos de Rusia y sus Estados satélite tuvieran permitido asistir a las sesiones del Concilio. Esto sería “un tipo de quid pro quo”, dice Tanner. Pero para lograr esos objetivos, parece que Juan XXIII tenía preparado hacer una concesión extraordinaria: que el Concilio se abstendría de hacer “declaraciones hostiles” sobre Rusia.
  
En un libro de 2007 llamado El Acuerdo de Metz, el veterano ensayista francés Jean Madiran recopiló una serie de afirmaciones citadas, testificando que un acuerdo fue logrado durante las conversaciones secretas acordadas con los soviéticos en 1962. Dice Maridan que el encuentro tuvo lugar en Metz de Francia, entre el metropólita Nicodemo, el entonces “ministro de exteriores” de la Iglesia Ortodoxa Rusa, y el cardenal Eugène Tisserant, un alto oficial francés del Vaticano. Según los archivos de Moscú, el metropólita Nicodemo era un agente de la KGB.

Desde entonces, varias fuentes han confirmado que se logró un acuerdo, instruyendo al Concilio no hacer ningún ataque directo al comunismo. Los ortodoxos entocnes aceptaron la invitación del Vaticano a enviar algunos observadores al Concilio.
  
Siendo un acuerdo secreto verbal, ha resultado elusiva cualquier evidencia concreta, pero De Mattei dice que encontró “una nota manuscrita” de Pablo VI en el Archivo Secreto del Vaticano confirmando la existencia de este acuerdo. Maridan también apoya la afirmación de De Mattei, diciendo que en el memorando, Pablo VI declaró que mencionaría explícitamente “los cometidos del Concilio”, incluyendo el de “no hablar sobre el comunismo (1962)”. Maridan refuerza que la fecha entre paréntesis es significativa, porque se refiere directamente al acuerdo de Metz entre Tisserant y Nicodemo.
  
El Vaticano adheriría firmemente al acuerdo durante el Concilio, insistiendo que el Vaticano II permanecería neutral políticamente. Incluso fue rechazada una petición de más de 400 padres conciliares, representando a 86 países diferentes, de incluir una condenación formal del comunismo en losdecretos. Dice De Mattei que la petición, presentada durante la sesión final del Concilio el 9 de Octubre de 1965, “ni siquiera fue enviada a la comisión que trabajaba en el documento, resultando en un gran escándalo”. Sorpresivamente, incluso el obispo Karol Wojtyła, que después se convertiría en Juan Pablo II pero que entonces era un obismo en el Concilio, fue uno de los que rechazó la petición.
  
El resultado es que la constitución Gáudium et Spes, el 16º y último documento promulgado por el Concilio y entendido como una definición enteramente nueva sobre las relaciones entre la Iglesia y el mundo, careció de cualquier forma de condenación del comunismo. “De hecho, el silencio conciliar sobre el comunismo fue una impresionante omisión del encuentro histórico”, dice De Mattei.

En vista del actual consenso entre los historiadores sobre la existencia de este acuerdo secreto con los soviéticos, quizá la pregunta más interesante que se formula hoy es: ¿Qué efecto tuvo sobre la Iglesia y el mundo desde entonces? ¿El Concilio contribuyó a la caída del comunismo soviético, o la falta de cualquier condena prolongó actualmente la brutal ideología atea?
   
Alguno tiene poca duda de que el Concilio Vaticano II jugó un papel clave en el final del experimento marxista-leninista. La iglesia postconciliar, arguyen algunos historiadores, puso un nuevo énfasis en la libertad religiosa que aceleró la caída del comunismo, mayormente por la insistencia del obispo Wojtyła, que ayudó a convencer a un dubidativo Pablo VI a firmar el decreto Dignitátis Humánæ. Y por primera vez, el Concilio permitió a los obispos tras la Cortina de Hierro reunirse entre sí y hablar juntos fuera de sus países.
     
“Esto les dio un sentido de influencia y unidad”, dice el teólogo estadounidense Michael Novak, quien informó sobre la segunda sesión del Concilio. Él agrega que cuando los obispos regresaron a sus países, pudieron disponer las iglesias como lugares de reunión para personas de todas las religiones o ninguna, gracias al nuevo espíritu de diálogo y apertura del Concilio (algo particularmente cierto en Polonia): “Se formó una gran alianza de aquellos que amaban la libertad y querían resistir al ‘Régimen de la mentira’”, explica Novak, agregando que los obispos de la Cortina de Hierro “ahora tenían amigos cercanos en el Occidente y otros lugares con los cuales se reunieron en el Concilio”.
  
Permanecer “silente” sobre el comunismo y al mismo tiempo estar abierto al diálogo también fue visto como un camino digno de intentarlo si, como pensaban muchos en ese tiempo, el comunismo, el comunismo durara cientos de años más (Pablo VI repudió explícitamente el comunismo en su encíclica de 1964 Ecclésiam Suam, aunque ese no era, por supuesto, un documento conciliar).
  
El padre Tanner, autor de un nuevo libro sobre el Concilio llamado Vatican II: The Essential Texts (Vaticano II: Los textos esenciales) señala que así como no hubo condenación del comunismo, tampoco hubo ninguna condenación formal de cualesquiera otras ideologías políticas malvadas en los 16 decretos conciliares. “No hay condenaciones formales [de estas ideología]. Hubo condenaciones a la guerra y así, pero no del nazismo y del fascismo, que fueron de recuerdo reciente en ese tiempo”, dice.

Pero él concede que esos movimientos políticos fueron diferentes del comunismo, el cual estaba “todavía muy vivo”, y agrega que “muchas personas y obispos en esos países lo sufrieron horrendamente”.
  
“Ellos querían una condenación formal, y urgieron al Papa a hacer una”, dijo.
   
Este punto fue tomado elocuentemente por el cardenal Giacomo Biffi, arzobispo emérito de Bolonia. En su autobiografía de 2010, Memorias y Disgresiones de un cardenal italiano, el cardenal señala que el comunismo fue “el fenómeno histórico más imponente, más duradero y más abrumador del siglo XX” y todavía el Concilio, que contuvo un decreto sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, “no habló sobre él”.

Agrega que por primera vez en la historia, el comunismo había “virtualmente impuesto el ateísmo sobre el pueblo súbdito, como una suerte de filosofía oficial y una paradójica ‘religión de Estado’, y el Concilio, aunque habla en el caso de los ateos, no habla de ello”.

Además, él subraya que en 1962, las prisiones comunistas eran “todavía lugares de indecibles sufrimientos y humillaciones infligidas sobre numerosos ‘testigos de la fe’ (obispos, sacerdotes y laicos que eran creyentes convencidos en Cristo), y el Concilio no habla de ello. ¡Y algunos quieren hablar sobre el supuesto silencio hacia las aberraciones criminales del nazismo, por elcual incluso algunos católicos (incluso entre los activos en el Concilio) han criticado a Pío XII!”.
   
Y que la omisión, junto con la Ostpolitik, se orientaba a acabar con el comunismo soviético más rápidamente que otros enfoques, algunos historiadores dudan que ese fuera el caso. Los líderes eclesiásticos permanecieron encancelados, torturados y perseguidos por los regímenes comunistas después del Concilio y el marxismo soviético resistió hasta la caída del Muro de Berlín, casi 25 años después de reunirse la sesión final (y por supuesto, el comunismo continúa en China, Corea del Norte, y otros lugares).
  
Dice De Mattei: “Si el Concilio Vaticano II hubiese condenado el comunismo, eso habría ayudado a acelerar su declinar. Sucedió lo contrario. La Ostpolitik vaticana prolongó la supervivencia del verdadero socialismo en los países del Bloque del Este por 20 años promoviendo un puntal para los regímenes comunistas en crisis. Hoy debemos preguntar ¿fueron profetas aquellos que denunciaron en el Concilio la opresión del comunismo, llamando por su solemne condenación? ¿O lo fueron aquellos que creyeron, como los arquitectos de la Ostpolitik, que era necesario llegar a un acuerdo con el comunismo —un compromiso— porque el comunismo interpretaba las ansias de la humanidad sobre la justicia y habría sobrevivido uno o dos siglos, mejorando el mundo?”.
   
Incluso en el denominado mundo poscomunista soviético, algunos ven la omisión de cualquier condena como teniendo enormes consecuencias negativas sobre la Iglesia y la sociedad actual. Christopher Gillibrand, un respetado comentarista Católico en el Reino Unido, cree que la falta de una condena por el Concilio Vaticano II significa en tiempos modernos “que la respuesta de la Iglesia a los asaltos de la dignidad humana por el Estado arbitrario y todopoderoso ha sido inefectiva”.

Otros añaden que la no individualización del comunismo como la ideología que ha impedido a la Iglesia reconocer el pensamiento socialista dentro de sus rangos. “La gente está preocupada por salvar el planeta, el calentamiento global, y hay algo de legítima preocupación aquí, pero hemos perdido una previsión de la salvación del alma. Eso es lo que el comunismo, eso es el socialismo, y eso es lo que [Antonio] Gramsci [uno de los pensadores marxistas más importantes del siglo XX] querían”, dice Edmund Mazza, profesor de historia y ciencia política en la Azusa Pacific University en Los Ángeles.
  
También, en la sociedad más vasta, el profesor Mazza nota que una sociedad crecientemente secular esprecisamente lo que los comunistas desearon.
  
“El principal error de nuestros tiempos es que hemos perdido lo trascendente. ¿Qué ha pasado en los úlltimos 50 años? Los errores del ateísmo y el socialismo, un mundo sin Dios, han ‘marxizado’ al mundo tanto que estamos ya dispuestos a abrazar el socialismo si es presentado en los términos correctos. Si necesitas un trabajo, cupones de comida y dinero, entonces cuando el gobierno promete cuidar de ti, te irás con él”, dice.

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