Tomado de ABC.
Las Guerras de Independencia de las Repúblicas Hispanoamericanas resultan
un fenómeno más complejo que una simple cuestión de nativos contra
invasores. O de españoles americanos (que es como de manera general se
autodefinían los criollos en la época) contra españoles peninsulares,
puesto que la excusa de que los acaudalados criollos tenían restringido
el acceso a cargos de poder solo es una verdad a medias…
En
su libro «Elegía criolla. Una reinterpretación de las Guerras de
Independencia hispanoamericanas» (Tusquets Editores), el historiador Tomás Pérez Vejo
plantea que para comprender lo ocurrido la categoría de análisis no es
la de guerras de independencia, ni el de revoluciones, sino el de
conflictos civiles. «Unas guerras civiles en las que no lucharon
españoles contra americanos, ni indígenas contra blancos sino,
básicamente, americanos contra americanos, sin que su adscripción a uno u
otro bando este determinado por su origen, etnia o grupo
socio-económico».
Criollos, castas, indios y negros tomaron las
armas a favor o en contra del Rey por motivos que no estaban
determinados por su condición de descendientes de los conquistados o de
los conquistadores. El caso del general realista Antonio Navala Huachaca,
líder de los iquichanos del Perú, lo demuestra y pone en cuestión todo
lo que tradicionalmente se da por hecho sobre el conflicto americano.
Antonio Huachaca (Retrato de Renán Apolaya)
Huachaca fue un humilde arriero procedente de la localidad de San José de Iquicha, perteneciente
a la Región Ayacucho, territorio que en su momento se había revuelto
contra el dominio inca y tenía fama de irreductible. En 1813, este
caudillo indígena se dio a conocer en una protesta contra los impuestos
decretados por el intendente iqueño, que, en contra de las instrucciones
de las Cortes de abolir el tributo indígena
y la minka (una versión de la mita que consistía en la prestación
laboral obligatoria para obras públicas), aumentó la presión
recaudatoria como represalia por los disturbios ocurridos el año
anterior entre liberales y absolutistas.
Todo ello a pesar de que
los indios habían apoyado la autoridad real, lo que movió a Huachaca a
desafiar abiertamente al intendente regional recordándole que «si el
señor intendente es juez yo también tengo buena vara, él manda en la
ciudad yo mando en mi aldea».
Proclamación de la Independencia del Perú. Óleo de Juan Lepiani (cabe recordar que la proclamación del 28 de Julio de 1821 se hizo sobre un tablado en la Plaza Mayor y no en el balcón del Cabildo de Lima, y la bandera sostenida por José de San Martín era de un diseño diferente).
Aquel
incidente no fue, sin embargo, obstáculo para que el caudillo indígena
acudiera en ayuda de la Monarquía hispánica un año después. Durante la
Rebelión de Cuzco (1814) en la que distintas poblaciones se alzaron
contra el virrey del Perú, el general José de la Serna nombró comandante
de las milicias a Antonio Huachaca destinadas a aplacar la revuelta.
Considerado un guía de masas y un hombre de gran coraje, leal y
generoso, implacable con los que consideraba como traidores al Estado,
los mandos virreinales le ascendieron pronto a general de brigada de las
tropas irregulares, formadas por guerrilleros iquichanos y columnas de
honderos con rifles, lanzas y hondas.
Las rebeliones y las
guerras asimétricas dejaron paso, con el esquistamiento del conflicto, a
un desafío directo a las fuerzas realistas. A partir de 1820, el
Ejército Unido Libertador del Perú dirigido por José de San Martín arrinconó al Ejército Real del Perú y dejaron a Huachaca solo y señalado ante el peligro.
Muchos
núcleos indígenas, como el de Huachaca, pagaron caro su apoyo a la
causa real y el encontrarse en medio de las tensiones internas entre la República del Perú de San Martín y la Gran Colombia de Simón Bolívar,
que tenía claro que la guerra se había hecho en nombre de las
poblaciones prehispánicas, por ellas pero sin ellas. El mariscal Antonio
José de Sucre impuso el pago de un impuesto de 50.000 pesos a las
poblaciones de la región de Huamanga «por haberse rebelado contra el
sistema de la Independencia y de la libertad», lo que se sumado al
restablecido tributo indígena y a las políticas liberales de sustituir
las tierras comunales por una parcelación individual provocaron la llamada Guerra de Iquicha entre
1825 y 1828, una revuelta indígena en la que Huachaca retomó la
actividad militar, si es que se puede decir que la había dejado en algún
momento.
Eternamente en guerra
Desde la región de Huamanga (Ayacucho),
Antonio Huachaca puso en pie de guerra a varios miles de indios, con
numerosa caballería pero pocas armas de fuego. En junio de 1825, el
ejército de indígenas realistas asaltaron Huachaca y Huantayo,
incrementando sus efectivos con la adhesión de los Húsares de Junín. Las fuerzas republicanas del general Andrés de Santa Cruz
respondieron con una campaña de ejecuciones, represión y quema de
tierras, obligando a los guerrilleros a refugiarse en las montañas. En
una carta dirigida al prefecto de Ayacucho,
Huachaca critica la brutalidad de los «anticristos» republicanos:
«Salgan los señores militares que se hallan en ese depósito robando,
forzando a mujeres casadas, doncellas, violando hasta templos, a más los
mandones, como son el señor intendente, nos quiere acabar con
contribuciones y tributos... [...]».
En noviembre de 1827, Huachaca inició una contraofensiva al grito de «¡Viva el Rey! y ¡Viva España!»,
enarbolando una bandera con la cruz de Borgoña con el objeto de liberar
Ayacucho, Huamanga y Huancavelica, y conseguir la «restauración del
Reino, extirpando a los republicanos, proclamando un ideario
contrarrevolucionario y antiliberal». En su reclamación de una
restauración monárquica, el peruano calificaba a los criollos
republicanos de traidores:
«Ustedes son más bien los usurpadores de la religión, de la Corona y del suelo patrio […] ¿Qué se ha obtenido de vosotros durante tres años de vuestro poder? La tiranía, el desconsuelo y la ruina en un reino que fue tan generoso. ¿Qué habitante, sea rico o pobre, no se queja hoy? ¿En quién recae la responsabilidad de los crímenes? Nosotros nos cargamos semejante tiranía».
Las sucesivas derrotas de las huestes de Huachaca le condenaron a la clandestinidad, de modo que se convirtió en una especie de Robin Hood o, más bien, de Pancho Villa
al que trataron de atraer a su bando tanto liberales como conservadores
en las intermitentes guerras civiles que desangraron el Perú. Además de
intervenir en las batallas de la Confederación Peruana-Boliviana, entre 1836 y 1838, también ejerció desde ese año como juez de paz y gobernador del distrito de Carhuahurán
y, para desconcierto de las autoridades locales, como «Jefe Supremo de
la República de Iquicha, con insulto del gobierno peruano y de sus
leyes».
Con todo, Huachaca no fue el único jefe de guerra indio que sirvió con los realistas. Tadeo Choque
o Chocce fue un indio culto nacido en Canrao, que durante la guerra se
destacó como uno de los mejores jinetes y uno de los más hábiles
lanceros del ejército de los iquichanos. No obstante, en su caso supo
entenderse con las autoridades republicanas y desarrollar carrera
política tras la guerra. Otro indio realista fue Pascual Arancibia,
que junto a Huachaca fue uno de los primeros líderes indígenas entrar
en la guerra. Tras ser hecho prisionero en 1826, traicionó a su bando a
cambio del perdón republicano revelando sus planes futuros, lo cual no
impidió que volviera a encabezar ataques indígenas en los siguientes
años. En un rango inferior de jefes se pueden citar a Francisco Lanchi, nativo de Carhuahuran, los hermanos de Huachaca, Prudencio y Pedro, el segundo cayó en combate, o a Bernardo Inga, que fue comandante de las guerrillas de Huaillay.
Hasta 1839, no se logró una salida negociada del conflicto por medio del llamado Convenio de Yanallay, aunque no parece que Huachaca se aviniera a firmarlo.
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