EL PLAN MAITLAND (UNA FORMA DISCRETA DE LLORAR EN SILENCIO)
Aparece un Plan Estratégico que suena conocido
En la acción táctica de cruzar la Cordillera de los Andes, como parte de la campaña que va de 1817 a 1821, el General José de San Martín puso en marcha, al llevarlo a la práctica, un plan estratégico que guarda sorprendentes analogías con otro que fuera concebido en Inglaterra, y presentado a consideración de Su Graciosa Majestad a principios de 1801. Aunque personalmente me inclino a pensar, por algunas evidencias, que el año exacto de su compendio, redacción y revisión pudo estar comprendido entre mediados de 1799 y febrero de 1801.
Este Plan Estratégico inglés habría sido concebido y escrito por el Mayor General Sir Thomas Maitland (1759-1824), y entregado a Henry Dundas (desde 1804 Primer Lord del Almirantazgo como Lord Melville), que entonces se desempeñaba como Secretario de Guerra en el primer gobierno de William Pitt (hasta 1801), llamado El Joven (1759 – 1806), durante el reinado de Jorge III (de 1760 a 1820), Rey de Gran Bretaña e Irlanda. Con anterioridad había sido secretario de su padre, Pitt (1708-1778), El Viejo (Lord Chatham), quien fuera Primer Ministro de los reyes Jorge II y Jorge III.
El hallazgo del Plan Maitland como documento“Yo tuve la suerte –dice el doctor Rodolfo H. Terragno-, de encontrar una copia original del Plan Maitland en Edimburgo, a principios de 1981, mientras realizaba una investigación en archivos escoceses. El objetivo de esa investigación era obtener datos sobre James Duff, Cuarto Conde de Fife, y otros posibles contactos de San Martín” (R. H. Terragno, Las fuentes secretas del Plan Libertador de San Martín, publicado en la Revista Todo es Historia, Nro. 231, Buenos Aires, agosto de 1986).
El hallazgo de Terragno consistió en 47 hojas manuscritas por el propio Maitland, sin fecha ni destino, así como ninguna indicación de que tal documento fuera presentado ante el gobierno británico. Algún empleado del museo, al organizar los papeles de Maitland, habría registrado el documento bajo el título de Plan para capturar Buenos Aires y Chile y luego emancipar Perú y Quito.
Más adelante dice este historiador, que “en la traducción del Plan Maitland, escrito en inglés de hace casi dos siglos, he procurado ser lo más literal posible, absteniéndome de toda modernización o simplificación de estilo.” Pues bien: así lo haré también. Lo delicado de este asunto así lo exige, a fin de que nadie sospeche que detrás de mí hay una mala intención respecto de este benemérito de la Patria.
“Muchos oficiales escoceses estuvieron envueltos durante el Siglo XIX –sigue Terragno en su exposición– en planes para atacar a España o ayudar a las colonias en sus luchas por la independencia.” Sin desmerecer ni criticar a nadie, creo firmemente que lo dicho por el doctor Terragno es el exoesqueleto de lo que dijeron querían hacer los ingleses y su pléyade de amigos con la América Española; y el endoesqueleto resultó ser que, en realidad, se la querían merendar (“dominación indirecta” como la llamó Castlereagh, Ministro de Guerra, en septiembre de 1807), tal cual ocurrió finalmente de 1826 (empréstito con la Baring Brothers del que se recibió 1/4 del total -1/8 en metálico y 1/8 en papeles negociables-, y se pagó cuatro veces en efectivo, finalizando en 1905), hasta el 2007 con el establecimiento del Nuevo Virreinato del Río de la Plata desde 1955, con Islas Malvinas incluidas (1833 y 1982) que, procezoica y deliberadamente, se perdieron, a mi leal entender, para siempre.
Preocupado el entonces presidente de los EE. UU (de 1821 a 1825), James Monroe (1758-1831), por las rápidas acciones lanzadas por el Ministro de Asuntos Exteriores (1823) de Inglaterra, George Canning (1771-1827) sobre los despojos del antiguo Imperio Español, reconoció también a las jóvenes repúblicas americanas como habían hecho los ingleses, y proclamó la famosa Doctrina Monroe (1823), que en extrema síntesis dice: América (del Norte) e Hispanoamérica (Africa Blanca) para los Americanos (los EE.UU.); y Europa y África (Negra) para Inglaterra. Es decir: pide subrepticiamente que se respete lo acordado y proclamado después de la derrota de Napoleón en Waterloo (1815) y el fin del Imperio de los Cien Días. Monroe no practicaba el arte declamatorio; era un viejo expansionista: en 1803 fue el motor de la compra de Luisiana y poco después de la compra de la Florida (1818).
Y así, por decreto, sin que suene un tiro, incorporó hasta la fecha a Hispanoamérica (Africa Blanca) al patrimonio de la Gran Nación de Norte. Tampoco por esto hubo rebuzno alguno. No por allende ni por aquende los mares y tierras. Menos aquí, que teníamos la inconmensurable suerte de contar con Rivadavia al frente de los directoriales y una buena caterva de adictos, que son los que fusilarían al Coronel Borrego cuando les descubrió este chanchullo y el que habían armado con el Banco de la Provincia.
El lugar de donde todos salen y a donde todos vuelven
Respecto a los oficiales escoceses, puedo decir que muchos fueron amistades de San Martín en España primero y en Inglaterra después. No es una casualidad que, cuando el prócer elige el camino del ostracismo voluntario, volviese a Londres de donde había salido 12 años atrás, cumpliendo así la ley que dice que todo libertador que se precie de tal debe salir de Inglaterra y luego regresar a ella. Desde Carlos Marx hasta Gandhi y el Ayatollah Komeini cumplieron con esta premisa; sin contar al General Pinochet y a su supuesta antítesis progre Michelle Bachelet (la casaron con un comunista alemán residente en Londres y la mandaron a Berlín del Este, váyase a saber con qué misión), los que, cuando las papas quemaban, también regresaron a Londres donde fueron recibidos y cobijados maternalmente (por las mamás Elisabeth II y doña Margaret Thatcher).
Y hablando de papas quemantes,
Armado de mucha paciencia y tomado de la mano de los españoles Modesto Lafuente (Historia General de España, Tomo XLVI, Cap. XXIV, pp. 7222 en adelante, Ed. Correo Español, Bs. As. 1889), y de Carlos Mendoza (Las Batallas del Siglo XIX, Tomo I, Cap. VI, pp. 117 y ss.; y Cap. VIII, pp. 146 y ss., Ed. Artístico Literaria, Barcelona); y siguiendo a los argentinos Bartolomé Mitre y a Pacífico Otero, los mayores biógrafos sanmartinianos, he frecuentado las campañas militares en las que participó San Martín en la Guerra de la Independencia española (de mayo de 1808 a fines de 1814). Aunque sabemos que la última acción de San Martín en España fue en el segundo sitio a Badajoz, a órdenes de William Carr Beresford, retirándose inmediatamente el 14 de septiembre de 1811 en un buque de guerra inglés, por la vía Cádiz-Gibraltar-Lisboa-Londres.
De este estudio minucioso, detenido, surge que, necesariamente San Martín debió conocer en España al siguiente personal militar inglés que había participado en las invasiones de Buenos Aires: Brigadires Generales Auchmuty, Lumley y Cortty; Generales Acheson, Baird, Crawford y Beresford; Mayores Generales Lewisson Gower, Duckworth y Fergusson; Almirante Murray; Contra Almirante Sterling; Coroneles Bourke, Browne, Mahon, Munay, Trent, Nightingale y Lloyd; Tenientes Coroneles Pack, Dilkes, Deane, Gill, Guard, Paget, Poham, Boutler, Torrents, Backhouse, Bradford y Kington; Mayores Campbell, Guardner, Whittingham,Turner, Trotter, Nugent, Miller, Fucker, Gardner, Travers y Forbes; Capitanes Stirling, Howker, Jackson, Watsson, Dickson,Carmichael, Wilgress, Donell, Pallmer, Donnelly, Fraser, Douglas, Patrik, Clinton, Campbell, Broke, Brown y Arburthnot; Tenientes Mahon, McDonald, L’Estrange y Evans. Lógicamente en España estos fueron ascendiendo por antigüedad o méritos de guerra, como Pack, el perjuro, a General. Otros se murieron. Desde luego que tampoco son todos. Este puñado hombres son los que cumplen la doble condición de haber estado en Buenos Aires y en España, con diferencia de 1 ó 2 años entre un punto y el otro, y necesariamente debieron frecuentar a San Martín.
En cuanto a las unidades militares que pasaron completas del Río de la Plata a España (vía Bahía de Mondego, Portugal) al mando del General Arthur Wellesley, después Duque de Wellington (1769-1852) fueron: el RI 71º; R 9º de Tenientes Dragones; Brigada de Artillería; RI 36º; RI 38º; RI 47º; RI 54º; R 20º de Dragones; RI 88º; RI 89º; RI 95º; RI 40º; RI 87º; R 17º de Dragones; RI 5º; RI 36º; RI 45º; R 6º y R 21º de Dragones R 6º de Guardias Dragones, sin contar 3 Compañías de Artillería; una Compañía de Carabineros; 4 compañías de Granaderos, un Batallón Ligero; 3 Compañías del Cuerpo de Carabineros; el Cuerpo de Santa Elena; 4 compañías de Artillería y un Cuerpo de Reclutas para los relevos. Todas ellas debieron ser unidades conocidas por San Martín en diferentes momentos, aunque no sabemos si revistó en alguna de ellas, lo que me parece improbable. También estas unidades cumplen la doble condición a la que me referí en el párrafo anterior.
Sir Thomas Maitland y sus conexiones políticas
Maitland fue un oficial naval, escocés como la gran mayoría de sus vinculaciones, miembro del Parlamento y compañero de George Canning en aquella Cámara. Así como él también, integrante de la Junta de Contralor (poderoso organismo del ente paraestatal llamado Compañía de las Indias Orientales. Digamos una organización que, por una parte fueron los herederos legítimos de filibusteros a lo Cook, Cavendish o Morgan; y por la otra, revestidos con rasgos más o menos civilizados al uso de un Cuartel General o de un Estado Mayor; como herramienta para todos aquellos que planeaban nuevas conquistas, no sólo en la India, sino también en el Caribe y en Sudamérica).
Maitlan junto con Canning fueron Consejeros Privados de la Corona (a partir del 8 de abril de 1807). A Canning se le decía entonces “el heredero de Dundas”, ¿cómo lo llamarían a Maitland? Posteriormente Canning fue Canciller entre 1807 y 1809 por recomendación de Wellesley (hermano del que entonces ya estaba en Portugal).
En 1783 William Pitt, segundo hijo de quien fuera Jefe de Gabinete de los reyes Jorge II y Jorge III, es nombrado Primer Ministro y Ministro de Finanzas. Su gobierno, que duraría 17 años, se iniciaba cuando el no tenía 25. Once años después, en 1794, desdobla un ministerio, colocando al Duque de Pórtland como Secretario de Estado de Interior, y lo separa de los negocios de la guerra que conserva Henry Dundas, Secretario de Guerra desde la asunción de Pitt. En este contexto del poder aparece Maitland vinculado a Dundas, “el más firme promotor de acciones británicas en Hispanoamérica”, y gracias a él tiene acceso directo a Pitt. Porque Dundas, un escocés muy hábil políticamente, fue la sombra de Pitt y viceversa.
Maitland también estaba vinculado, a través de Dundas, a Sir John Coxe Hippisley, otro miembro del Parlamento y oficial del ejército de la Compañía de Indias Orientales. Hippisley era un buen conocedor de todos los temas sobre una posible acción militar en Hispanoamérica, porque había participado de las reuniones celebradas por Dundas con este motivo. Y ha participado en ellas en calidad de asesor, porque había reunido abundante información de fuentes insospechadas.
Hippisley vivió muchos años en Roma donde hacía tareas de espionaje para el gobierno británico, y fue allí donde obtuvo “información sobre los modos de atacar las colonias españolas”, todo lo cual paso a referir y analizar a continuación.
Los Jesuitas: una fuente de información insospechada
El ministro portugués Sebastián José Carvalho y Mello (1699-1782), Marqués de Pombal, hombre tenebroso, ampliamente vinculado a la masonería, a los iluminados y por ellos a los ingleses (desde el Tratado de Methuen, 1703, Portugal había pasado a ser una colonia inglesa, so pretexto de un tratado económico), durante el reinado de José I, expulsó a los Padres Jesuitas de los dominios lusitanos en América en 1758, y un año después lo fueron de Portugal con la expropiación de todos sus bienes. Reinando Luis XV fueron expulsados de Francia en 1764 como resultado de las presiones de Choiseul, los jansenistas, los “filósofos” y los “iluminados” (todos ellos con decidido apoyo real: Luis XV es el sembrador de lo que cosecharán los franceses con su Revolución). Lo mismo haría España con la Pragmática de Carlos III de fecha 27 de febrero de 1767, culpándolos del Motín de Esquilache y de otros actos panfletarios y subversivos que, hasta el día de la fecha, siguen siendo imposibles de verificar. Meses después lo fueron de Nápoles y en 1768 se reproduciría este caso en Parma.
Sin embargo los países citados no quedaron conformes con estas medidas, y pidieron a Clemente XIII (Carlos Rezzonico, Papa de 1758 a 1769), la disolución de Compañía de Jesús del Santo Iñigo de Loyola. Pero la obtuvieron de Clemente XIV (Juan Antonio Vicente Canganelli, Papa de 1769 a 1774), quien promulgó el breve Dominus et Redemptor (1773), que en sí constituye una rareza: nunca fue publicado, pero se llevó a cabo puntualmente.
No comentaré el golpe terrible que el Borbón Carlos III y su Ministro Aranda le asestaron a nuestra patria con el injusto extrañamiento de los Padres Jesuitas. La expulsión de los Jesuitas significó, andando el tiempo, la pérdida de todo el actual Río Grande del Sur por el fallo de un presidente norteamericano (Memoria de Gonzalo de Doblas y Relación Geográfica de don Diego de Alvear). No le alcanzó a España con desatar las Guerras Guaraníticas de las que también culpó a los religiosos de la Compañía. Como no le había alcanzado el mantenernos por cientos de años en la condición de arrabal orillero del Imperio Español, agravado luego con el mote borbónico de Colonias. Con ellos y por ellos dejamos de ser parte de España como fuimos con los Austria, y pasábamos a ser una dependencia de servicio.
La dureza de aquella expulsión, es la que no se vio por parte de la Corona Española con los prisioneros ingleses en 1806 y 1807, ni con los contrabandistas, usureros y portugueses que sacaban la plata del Potosí para enviarla a Inglaterra. Y tan violenta fue, que hubo casos en que no los dejaron tomar sus pertenencias ni sus medicinas. Entre los expulsos había muchos Padres que eran ancianos y otros enfermos: la mayoría de estos moriría en alta mar. Para septiembre de 1767 se los despachó, desde la islita que hace actualmente el Riachuelo en la Vuelta de Rocha, una versión antigua de un campo de concentración, con rumbo a Cádiz, y llegaron los sobrevivientes a esta ciudad (ya constituida en un verdadero lupanar) a principios de 1768. Pero allí habrían de enterarse de una nueva y, enseguida, se produciría un milagro.
El confesionario
La nueva fue que el clemente Papa Clemente XIV no los quería en Roma. Advertidos los demás puertos del Mediterráneo de esta piadosa decisión del Sumo Pontífice, ellos también se negaron a recibir a los sacerdotes. De manera que las embarcaciones salidas de Cádiz, no pudieron hacer arribada en la costa italiana ni en sus adyacentes, por lo que quedaron boyando a la deriva. Allí murió más de la mitad de los embarcados de hambre, sed y pestilencias que se desataron por el hacinamiento. Pero estos ya no eran viejos o enfermos. Eran hombres sanos con meses de martirio sobre sus espaldas. No conozco que la Iglesia haya hecho santo a alguno de ellos por este martirio propinado por los propios cristianos.
El milagro fue que, a pesar de la prohibición existente en Cádiz de no dejar desembarcar a los sacerdotes y de que nadie tomase contacto con ellos como infectocontagiosos en cuarentena, más de la mitad de los expatriados desaparecieron mezclados con las brumas matinales de la marina. Fueron los ingleses instalados en Gibraltar los que se llevaron, con chalupas y bateles por el agua, a esta preciosa carga humana. No sería extraño que también lo hayan hecho por tierra con la ayuda española. De allí los cargaron a barcos de guerra y mercantes transportándolos a Londres en el mayor secreto. De esta manera Su Graciosa Majestad y el Almirantazgo se juntó con centenares de informantes de primera categoría. Hombres que habían estado en la América Española entre 10 y 40 años, sirviendo a la Fe y al Rey, contra quienes ahora tenían un gran resentimiento por haberlos hecho víctimas de una injusticia.
Los Jesuitas eran conocedores del clima Hispanoamericano; estudiosos de su flora, su fauna e hidrografía; de los idiomas que hablaban los naturales de aquellas regiones y de sus idiosincrasias; de su historia, cosmogonía y teogonía; de caminos, pasos, sendas, montes, llanos, quebradas y sierras; muchos de ellos eran astrónomos y cartógrafos. Inglaterra sin ningún esfuerzo se juntó con este regalo de España que en aquel momento fue invalorable. Para evitar los siempre pesados e inoportunos interrogatorios que predisponen mal al expositor, seguramente los británicos les pidieron a los Padres que redactasen un informe con toda libertad, recluyéndolos en monasterios, abadías y casas de campo. Pienso que de allí debieron salir Descripción de la Patagonía del Padre Tomás Falkner (que además era británico nacido en Manchester, según nos contaba don José Luis Molinari; la obra se encuentra incorporada a la Colección de don Pedro de Angelis y fue publicada en Buenos Aires en 1835), y Hacia allá y para acá del Padre Florián Paucke (que era de Silesia, cuando ésta formaba parte de la Prusia de Federico II; obra que fue traducida y comentada íntegramente por el abnegado Edmundo Wernicke, y editada por la Universidad Nacional de Tucumán en cuatro tomos).
Pero sin duda la obra que nos orienta sobre lo que debieron haber sido aquellos testimonios de los deportados, es la de Falkner, que fue traducida al castellano por Manuel Machón, un oficial español destinado en Londres. La imbecilidad de los Borbones prohibió la circulación de esta obra en España, lo que carece de sentido porque, si bien se tenían recelos de la divulgación de las noticias sobre los puntos vulnerables de las colonias, de nada servía el ocultarlas en la península, mientras que circulaban libremente por el resto del mundo. Un mundo que, justamente quería arrebatarle las colonias a España.
Decía don Diego Luis Molinari (Orígenes de las fronteras) “que la versión (de Falkner) dada a conocer en 1774, era la fuente de inspiración para numerosos aventureros al servicio de la corona inglesa”. Y don Andrés M. Carretero agrega (Colección de Obras y Documentos) “que las alusiones referentes a las posibilidades de ocupación no escaparon a la percepción de los primeros ministros ni de los estrategas de la política exterior británica pues numerosos planes de expansión tenían como objetivo secundario o principal la ocupación de la Patagonia en su totalidad o en alguna parcialidad.”
En cambio don Pedro de Angelis en el prólogo de la edición de 1835 es muy duro con Falkner: “Sean cuales fueron los motivos de disgusto que tenga un extranjero (de Angelis también lo era) contra el país que le acoge –dice-, nunca debe conspirar contra él, ni proporcionar armas a los que aspiran a invadirlo o usurparlo; y tal fue el objeto que se propuso Falkner al emprender la descripción de la Patagonia.” Y sinceramente creo que don Pedro, el publicista de don Juan Manuel, en esto tenía razón: si se toma la obra de Falkner y las invasiones inglesas de 1806 y 1807, se verá con sorpresa, que los invasores siguieron los caminos descriptos por él. De manera que el odio a España, a la que había servido 40 años, se tradujo en un odio hacia nosotros que no teníamos nada que ver. Más aún: contra un pueblo que lloró la partida de los Padres Jesuitas y que él sabía porque los vio llorar.
Los Padres Jesuitas se desparraman y los ingleses se aprovechan
Conjeturo que por 1780, o quizá un poco antes, la mayoría de aquellos Padres Jesuitas cobijado por los ingleses se habían repatriado. Al parecer el conjunto optó por regresar, cada uno, a su tierra natal (por ejemplo: Falkner murió en Worcester desempeñándose como capellán y algo parecido ocurrió con Paucke en su pueblo de la Silesia, el Slansk de los polacos). En 1774 había muerto el Papa Clemente XIV y asumió Pío VI (Juan Angel Braschi, Papa de 1774 a 1799), pero en estos 25 años de papado murieron Luis XV en 1774; Pombal en 1782; Choiseul 1785; Carlos III en 1788; etc. Es decir: todos los acérrimos enemigos de los Jesuitas fueron desapareciendo secados por la Parca inclemente, y ello permitió que, indulgente, el Papa Pío VI, permitiese el regreso subrepticio de algunos Jesuitas a Roma y, en otros casos, el mismo Papa, sabiéndolos hombres sabios y valiosos, los mandó a llamar para integrarlos a su elenco de notables.
Como ya he dicho Sir John Coxe Hippisley vivió muchos años en Roma haciendo tareas de espionaje. Allí obtuvo información proporcionada por los jesuitas expulsados de España y otras posesiones de ultramar y regresados o confinados en territorio Vaticano. Entre estos sacerdotes exiliados, los más conspicuos conspiradores contra España (posiblemente pasados previamente por Londres), eran Juan José Godoy y Juan Pablo Viscardo. Pero Godoy era mendocino, junto con los jesuitas Miguel, Javier y Bernardo Allende.
Hippisley “debió recibir de ellos información muy precisa –apunta Terragno-, acerca de Cuyo, incluyendo detalles sobre los pasos cordilleranos que unían Mendoza con Chile”. Tal vez sea esto lo que influyo decisivamente sobre Maitland para que considerara a Mendoza como “la indudablemente indicada”.
En 1800 Hippisley escribió un memorial para Dundas sugiriéndole una rápida acción sobre las colonias españolas. Pero, antes de ello, extendió una copia del memorial a Maitland, ya embebido éste de todo aquel fárrago de documentación disponible, y enfrascado en la confección de un plan militar.
Maitland, que seguramente ya tendría algunos borradores sobre este asunto, confeccionó un Plan Tentativo o Esquemático, agregando la información provista por Hippisley. Lo que no se ha dicho es si, con estas informaciones a la mano, Maitland, un andariego incansable, no vino hasta la Rivière de la Plate, como él llama en su Plan al Río de la Plata o Buenos Aires, para constatar en el terreno la posibilidad cierta de ejecutar la maniobra estratégica. Aunque también pudo entrar por Chile o el Perú. O bien trabajar con los espías de Inglaterra diseminados, como ahora, por todo el Virreinato, sacando luego la información vía de algún puerto brasilero. Esto no está escrito en ningún lado y es imposible de verificar.
Y digo esto, porque me cuesta creer que Maitland, teniendo tan valiosa documentación de primera mano, estuviera 20 años sin mover el asunto (de 1780 a 1800 aproximadamente). Además observe el lector que Hippisley, antes de entregar su memorial a Dundas, le extendió una copia primero a Maitland, de donde éste viene a resultar a ojos legos como los míos, como la espina dorsal sobre la que se movía o descansaba todo este expediente.
Con este Plan Tentativo, Maitland fue a ver a Dundas (llamado por los escoceses El Rey sin Corona). Pero éste prefirió discutirlo más tranquilo con su autor, porque estaba de acuerdo en la importancia de “asegurar nuevos y extensos mercados para las manufacturas inglesas”, pero, “con la independencia de un beneficio parcial”, quería adoptar “una visión general de la cuestión” y considerar un plan para tomar “toda Hispanoamérica”.
En líneas muy generales el Plan Tentativo (o esquemático) de Maitland consistía en: la toma de Buenos Aires; marchar luego hacia la costa occidental y de allí, con una flota de la Compañía de Indias Orientales que comandaría Sir Richard Husey Bickerton, saltar al Perú. Con la costa occidental de Sudamérica en manos inglesas la derrota de España estaría asegurada. Hubo más discusiones con Dundas porque deberían existir, simultáneamente, acciones secundarias que coadyuven a la principal. Finalmente se decidió que esas acciones de distracción se llevarían a cabo sincrónicamente desde Caracas y Santiago de Chile; “pero todas ellas convergentes sobre Lima, Perú”, pedía Maitland.
Sin embargo el centro de gravedad del Plan siguió siendo, inmutable, el eje Buenos Aires, Mendoza, Chile, Perú, a pesar de que a una mirada mundana parecería que se hubiesen abierto tres frentes. Digamos que un velo y engaño para que el enemigo (España) no supiese cuál era el centro de gravedad y dónde se buscaría la decisión. Fue entonces, y de esta manera, que Maitland concibió su Plan definitivo que lleva su nombre, que es el encontró el doctor Terragno en Edimburgo en 1981, escrito de su puño y letra.
El Plan con su redacción definitiva, finalmente fue aprobado y se sabe que fue presentado Su Majestad. Sin embargo no hay constancia de su aprobación, desaprobación, ni pedido de enmienda. Nada. Tampoco se le puede seguir el rastro porque el gobierno de Pitt cayó enseguida: febrero de 1801.
Las proposiciones de Maitland en su Plan de Operaciones
A diferencia de planes ofrecidos por el venezolano Miranda o el del inglés Vansittrat (aprobado, y cancelado de no muy buena gana en febrero de 1797), que resulta el más parecido al Plan Tentativo que estamos examinando, Maitland, de 42 años entonces, creía que un ataque sobre Buenos Aires o Caracas, por exitoso que fuese, no quebraría el dominio español sobre América. El sostenía que “una Expedición a Caracas desde las Indias occidentales, y una fuerza enviada a Buenos Aires podrían en verdad tender la emancipación de los Colonos Españoles en las posesiones orientales, pero el efecto de tal emancipación, aunque considerable, no podría jamás ser tenido por seguro en las más ricas posesiones hacia el occidente, y es menester observar que la única utilidad y principio por el cual los Españoles han asignado consecuencia a sus posesiones orientales es que, reteniéndolas, ellas actúan como una defensa para sus más valiosas posesiones en occidente.”
Con la finalidad de tomar esas “valiosas posesiones”, Maitland propuso:
- Ganar el control de Buenos Aires. “Debería realizarse un ataque sobre Buenos Aires”. Para eso, Maitland consideró que harían falta 4.000 soldados de infantería; unos 1.500 de caballería; “con una proporción de artillería”.
- Tomar posiciones en Mendoza. “Subsecuentemente a la captura de Buenos Aires el objeto debería ser enviar a un cuerpo a tomar posiciones al pie de la ladera oriental de los Andes, propósito para el que la ciudad de Mendoza es indudablemente la más indicada.”
- Coordinar acciones con un ejército de Chili (así llama a Chile). Este otro ejército debería consistir en 3.000 soldados de infantería y 400 de caballería “con una proporción de artillería”. La mitad de la infantería debería “proceder de Inglaterra al Cabo de Buena Esperanza en barcos destinados últimamente a (…) Sudamérica”. La otra mitad debería ser “dotada por India, y proceder, cuando esté lista, directamente a la Bahía Botany”, en Australia, a los efectos de navegar luego a Sudamérica. El objetivo de tal ejército debería ser “indudablemente el Reino de Chili”. Debía atacar Valparaíso o Santiago o, “si encontrara que los Españoles se hallen en fuerza tal como para hacer que un inmediato ataque sobre Valparese o St. Iago sea imposible en el primer momento, actuar sobre el Río Biobío y fortificarse mediante una inmediata conexión con los indios.”
- Cruzar los Andes. “El cruce de los Andes desde Mendoza a las partes bajas de Chili es una operación de cierta dificultad (…) Aún en verano el frío es intenso; pero con tropas de cada lado cuesta suponer que nuestros soldados no pudieran seguir una ruta que ha sido adoptada desde hace mucho como el más deseable canal para importar negros al Reino de Chili.”
- Derrotar a los españoles y controlar Chile. El objetivo de esta etapa era “aniquilar el gobierno (español) del Reino de Chili” y convertir a ese pueblo en “un punto desde el cual podríamos dirigir nuestros esfuerzos contra las provincias más ricas”. Esta era la tarea a cumplir por las fuerzas unificadas del ejército que debía cruzar los Andes y el que llegara por mar.
- Proceder por mar a Perú. “Si este Plan tuviese éxito en toda su extensión, la Provincia del Perú debería quedar pronto expuesta a una captura segura” y “últimamente nosotros podríamos extender el sistema colonial, usando la fuerza si fuere necesario.” Lo indicado era para evitar toda violencia innecesaria. “Un coup de main (en francés en el original) sobre el puerto del Callao y de la ciudad de Lima podría en verdad probablemente ser exitoso y mucha riqueza sería ganada por los captores, pero este mero éxito, a menos que fuera asistido por nuestra capacidad de mantenernos en el Reino de Perú, podría terminar últimamente excitando la aversión de los habitantes contra cualquier futura conexión, de cualquier clase, con Gran Bretaña.”
- Emancipar Perú. “El fin de nuestra empresa debía ser indudablemente la emancipación de Perú y Quito.”
A continuación, el Primer Memorándo, y el Plan definitivo (tomados del libro Maitland & San Martín, de Rodolfo Terragno, Ed. Suramericana, 2012, págs. 59 - 98).
PRIMER MEMORANDO
Mi Estimado Señor:
En
una conversación que tuve días atrás con Sir J. Hippisley, él me dio
varios documentos, relativos a las colonias hispanoamericanas, los
cuales, según me informó, ya había sometido a su consideración, y me
requirió que yo los examinara con vistas a analizar la posibilidad de
efectuar alguna ventajosa operación militar en aquella parte del mundo.
Esa
conversación me indujo naturalmente a dirigir mis pensamientos, como
nunca lo había hecho seriamente antes, hacia ese interesante asunto; y
confieso que, cuanto más lo pienso, mas inducido me siento a expresarle
mi opinión, con total convicción; sin ningún riesgo, realmente con muy
poco gasto, y sin distraer ninguna parte importante de la fuerza
disponible en Inglaterra, podría asestarse un golpe militar en aquella
región, tan desventajoso para los intereses de España como beneficioso a
los intereses políticos y comerciales de Inglaterra.
En
distintos momentos se han contemplado ideas para efectuar un ataque
sobre los asentamientos españoles en los mares del Sur, todas basadas
sobre el supuesto de la debilidad militar española y el desafecto de los
colonos.
La
información transmitida por Sir J. Hippisley, proveniente de Roma,
parece de una naturaleza que hace no sólo altamente satisfactoria sino
que, en un grado considerable, concluyente respecto a los sentimientos
de los habitantes de las colonias españolas en aquel período; e
informaciones más recientes nos conducen a creer que, en un grado
considerable, el mismo espíritu existe todavía.
Sin
embargo, confieso francamente, en lo que a mí respecta, que si bien hay
algo de fascinante en la idea de emancipar un continente del yugo de
nuestro enemigo y probablemente abrir nuevas fuentes de beneficio
comercial para nosotros mismos, aún me parece que una operación de tal
naturaleza es demasiado vasta en extensión, e incierta en sus
consecuencias, como para justificar el envío de una gran armada y una
gran fuerza militar sobre la base de la vaga información de la que
disponemos para intentar semejante objetivo.
El
resultado de tal expedición sería tan remoto, la distancia a la que
debería llevarse a cabo la misión es tan grande, y toda la situación de
Europa podría materialmente cambiar tanto antes de que el evento fuera
conocido, que aún una ejecución exitosa, por mas esplendida que fuese en
apariencia, podría resultar en muy pequeños beneficios reales para el
público. Es evidente también que, con la limitada información que
tenemos presente, difícilmente fuera posible trazar en Inglaterra
ninguna regla precisa de conducta para las personas que condujeran
semejante expedición, e igualmente imposible para ellos, dada la lejanía
y la falta de información, conducirse de tal manera como para aportar a
los objetivos inmediatos del Gobierno de su Majestad.
En
suma, me parece que enviar una expedición directamente a los mares del
Sur sería una medida que nos privaría a nosotros mismos de una cierta
fuerza naval y militar, sin perspectiva de obtener un beneficio
inmediato de sus servicios. La naturaleza de la guerra y la situación de
Europa deben merecer una consideración primaria en todas nuestras
operaciones militares.
Pero
sí concibo que se puede asestar un golpe, no sujeto a ninguna de las
objeciones precedentes, que tendría un objetivo inmediato, breve y
rápido en sus efectos, justificado plenamente en términos políticos que
formaría parte, pequeña pero ciertamente brillante, de la subsiguiente
campaña. Estoy sugiriendo un ataque sobre los asentamientos españoles en
el Río de la Plata.
Ha
sido siempre mi opinión que uno de los primeros objetivos a ser
considerados en toda operación militar es en qué medida la ventaja a
ganar iguala el riesgo a enfrentar, y en qué medida, en la eventualidad
de fracaso, el Estado no resultará materialmente afectado en otras
tareas.
El
riesgo a enfrentar en este caso puede enunciarse bajo dos acápites;
primero, el del mero fracaso militar, y segundo, la pérdida del dinero
empleado en llevar adelante la expedición.
Con
respecto a lo primero, yo imaginaria que cualquier intento hecho con
una fuerza racional habría de ser casi con certeza exitoso, y baso ni
opinión en esta parte sobre la evidente certidumbre de que, malas como
son las tropas españolas en Europa, tienen que ser aun de inferior
calidad en el Nuevo Mundo.
Con
respecto a lo segundo, espero demostrar que difícilmente haya riesgo
alguno porque muy poco dinero público será comprometido en la misión.
En
el supuesto de un fracaso total, las tropas empleadas, entiendo, aún
podrían ser enviadas a situaciones donde sus servicios fueran deseables
y, en el caso eventual de ocurrir tal infortunio, todo lo que deberíamos
lamentar sería la perdida de aquellos que pudieran caer, pero sin que
esto significara ninguna perturbación considerable en ninguna otra parte
de las fuerzas armadas.
En
cambio, si la expedición fuera exitosa, las inmediatas ventajas
emergentes serían numerosas y se harían sentir de inmediato en
Inglaterra. Esto permitiría al Gobierno de su Majestad valorar cuan
aconsejable podría ser cualquier intento ulterior sobre las colonias
españolas; determinaría el verdadero humor y disposición de esas
colonias provocaría últimamente su división, lo cual, si la guerra
continuara completamente en nuestras manos, en caso de una negociación
nos daría un elemento concreto para discutir con España.
Desde
un punto de vista comercial, esto no solo vertería sobre Inglaterra la
masa de mercancías producidas y acumuladas en aquellos ricos
territorios,, sino que abriría una fuente de exportaciones para las
manufacturas británicas, tan extensa como beneficiosa. Cada posesión de
Buenos Aires, además de abastecer inmediatamente a todas las colonias
españoles de este lado, infaliblemente nos abriríamos una vía indirecta
hacia todos los asentamiento portugueses en Sudamérica.
No
hace falta, presumo, detallar en extenso las ventajas resultantes, pues
son tan obvias y grandes que, doy por descontado, no pueden escapar ni
un momento a su observación; pero puede ser de importancia enunciar los
medios exactos que yo supondría necesarios para tal empresa y el modo en
el cual concibo que esos medios pueden ser tenidos y empleados sin
afectar, en grado considerable alguno, ningún otro objeto de gobierno.
El número de hombres, yo diría, debe ascender en total a casi cinco mil (5.000), constituidos como sigue:
Infantería, tres mil seiscientos (3.600)
Caballería, de mil cuatrocientos (1.400)
Artillería. ciento cincuenta (150)
El
modo en el que cual yo propondría que esta fuerza fuera reunida y mi
razón para seleccionar las distintas tropas descritas se exponen a
continuación:
Yo
propondría que de la Infantería, tres mil (3.000) efectivos formaran
regimientos completos y los seiscientos (600) restantes dos regimientos
básicos, cuyo uso, pienso, sería insertarlos inmediatamente en caso de
que tengamos éxito, luego de haberlos completado con reclutas hasta
1.000 cada uno.
En
cuanto a los mil cuatrocientos (1.400) efectivos de caballería, los ha
mencionado porque se los podrá montar con facilidad y serán de infinita
utilidad, si logramos hacer pie, sino porque sostengo que esa clase de
tropa es de la que se puede prescindir más fácilmente en otros
servicios, presentes o probables.
Existe la creencia general de que los regimientos 22º y 34º
se dirigirán esta temporada al Cabo (Nota: estos regimientos fueron
formados con muchachos, circunstancia que es ciertamente desventajosa
desde ciertos puntos d vista, y favorables desde otros. Sin embardo, si
se hallara que son demasiado jóvenes, puede ser necesario cambiar
algunos de ellos)
Suponiendo
que esos regimientos estén últimamente destinados a la India, y
teniendo en cuenta la seguridad que la reciente y brillante tarea del
Marqués Wellesley nos ha proporcionado en aquella parte del mundo,
parece ser indistinto que, en su camimo a la India, pase por Buenos
Aires o por el Cabo de Buena Esperanza.
Por
lo tanto, yo propondría que esos dos regimientos constituyeran la base
de la Infantería y que el resto, hasta sumar tres mil (3.000), en caso
que no se pueda prescindir de ningún regimiento Regular, consistiera en
cuerpos de voluntarios que podrían conseguirse fácilmente.
Los dos regimientos básicos propondría que fueran el 7º y el 72º,
cuyos extensos servicios en la India y gran conexión con las tropas
nativas allí los harían admirablemente indicados para ser completado
como ya indiqué.
La Caballería debe ser toda desmontada y constituir del 12º
de Portugal, un regimiento británico con asiento en Inglaterra, y los
húsares de York, y mi modo de reunir y organizar la fuerza descrita
sería el siguiente:
En
toda misión, yo sostengo, hay algo que debe ser materialmente evitado,
tanto pensando en el enemigo como en Inglaterra: una preparación
ostensible y la evidencia de que se está organizando una expedición.
Tales
evidencias, en cualquier momento excitarán el celo del enemigo y la
experiencia nos ha enseñado suficientemente que, cualquiera sea el éxito
que pueda lograr una operación militar, las expectativas del público en
este país sobrepasan toda esperanza racionalmente fundada.
El efecto, además, de un éxito inesperado, produce siempre un impacto muy poderoso en la conciencia pública.
Por lo tanto propondría que el Regimiento 22º y el 34º,
con tanda más infantería como pudiera contener la primera flota de
barcos de la Compañía de Indias Orientales, fueran formalmente
destinados al Cabo y se le ordenara concurrir a un rendezvous en Isla Santiago (Cabo Verde).
El
transporte de esta parte de la fuerza debería efectuarse sin gasto
alguno para el Gobierno de su Majestad y todo inconveniente que se la
causará a la Compañía de las Indias Orientales será la demora causada
por tener que desviar sus barcos una cierta distancia de su ruta usual a
la India.
Como,
de todos modos, siempre que navegan al sur del Ecuador los vientos
suelen arrastrarlos hacia la costa de Brasil, esa demora no sería
considerable, y para hacerla tan breve como sea posible, los barcos
deberían ser despachados en el instante en que hayamos logrado un
enclave firme. La captura de Montevideo haría que estos barcos fueran de
escasa utilidad ulterior, dado que la poca profundidad el rio le
impediría ir aguas arriba.
Con
respecto al resto de la Infantería y la Caballera, indudablemente el
costo de ese transporte recaería sobre el Gobierno, pero es digno de
considerar si, exponiendo el plan a uno o dos de los más respetables
comerciantes de Londres, no e podría obtener barcos y compartir gastos,
permitiéndoles a ellos transportar abordo una cierta proporción de
manufacturas para vender.
En
objeción a esto, soy consciente, se puede decir que tal medida estaría
en directa violación del secreto, tan necesario para el éxito de toda
operación militar, pero yo enuncio esto simplemente para el caso de que
exista gran dificultad en procurar el necesario tonelaje en otra forma, y
confieso que, por mi parte, tengo poco temor en hacer revelaciones a un
individuo cuando sé que su interés le cerrará la boca. (Pero. sea que
esta parte del costo fuera sufragada por el Gobierno o por individuos,
es necesario observar que los barcos a emplear deben ser del menor
calado posible, dada la naturaleza de la navegación en el Río de la
Plata)
(Nota
al margen: Al proponer esto, procuro al mismo tiempo evitar gastos al
público y perturbaciones a cualquier otra probable misión militar)
El
objetivo que propongo es bien definido, la extensión de la ventaja
ilimitada, los medios especificados, siendo cauto en seleccionar fuerzas
de las cales creo que pude prescindirse fácilmente por un tiempo, Es
que no creo justo ni honorable ofrecer un plan sin demostrar el modo por
el cual se podría llevarlo a la práctica.
En
ésta como en cualquier otra operación miliar habrá indudablemente
dificultades. La navegación del Río de la Plata es intrincada y a veces
peligrosa (la profundidades de las aguas es poca y se dice que los
bancos de arena se desplazan). El número de nuestros enemigos es
incierto y puede ser apreciable, pero luego de una seria consideración
de todo, creo que estamos provistos con el grado razonable de esperanza y
seguridad que, en la más estricta prudencia, autoriza el intento.
Yo he dicho que ordenaría a la Compañía de las Indias Orientales hacer rendezvous en Isla Santiago. También ordenaría al 12º
Regimiento de Portugal hacer rendezvous en esa isla y embarcaría el
resto en Inglaterra con supuesta dirección al Cabo o las Antillas, según
resulte más conveniente.
Todo
yo lo reuniría y organizaría en Isla Santiago, de modo que pudiera
darse el golpe antes de que trascendiera la intensión del gobierno. en
Inglaterra o a nuestros enemigos.
Respecto
a la fuerza naval necesaria para tal empresa, no podría ser de una gran
magnitud. Un 64 o unas pocas fragatas livianas, o barcos de pequeño
calado será, entiendo, más que suficientes. A bordo de ellos, yo
embarcaría todos los pertrechos y la artillería. Y, habiendo analizado
cuidadosamente las personalidades de la mayoría de nuestros oficiales
navales, yo concebiría que para una misión de esta clase. la jerarquía y
otros talentos de Sir R. Bickerton se adaptan perfectamente.
He
expuesto mis opiniones sobre esta materia, y espero haber demostrado
que una empresa semejante podría encararse con costos comparativamente
pequeños y grandes posibilidades de beneficio inmediato.
Puede ser necesario dar una o dos vueltas más a la cuestión de la línea de conducta de los colonos españoles.
En
todas las expediciones concertadas hasta el presente, una
característica prominente parece haber sido el propósito de incrementar
la riqueza de los individuos involucrados, mediante el saqueo de esas
ricas posesiones.
A
mí me parece que eso no debe formar parte del presente plan, y si
renunciar a toda propiedad privada favoreciera en algo la conciliación
de los habitantes con nosotros, yo ciertamente aconsejaría renunciar;
sin embargo, yo de ninguna manera les ofrecería esto a ellos como un
soborno para inducirlos a liberarse de su obligación de lealtad a
España. Si ellos tienen la fuerza necesaria para últimamente resistir
los esfuerzos del gobierno español, ellos ya estarán preparados y yo
pienso que debemos alentarlos a declarar tal independencia; pero si
ellos mismos no están inclinados a adoptar esta línea, no deberíamos
hacer ningún intento de crear tal espíritu por la fuerza.
En
suma, sobre esta parte del asunto yo pienso que debemos guiarnos
enteramente por las circunstancias que puedan darse, siempre
considerando esto como inseparable de lo que hagamos; no podemos tomar
ningún compromiso susceptible de poner e situación difícil al Gobierno
de Su Majestad en cualquier negociación de paz.
Nuestro
objetivo primario es asegurarle a Gran Bretaña una posesión limitada en
su extensión que pagaría con creces su establecimiento, abriendo una
inmensa fuente de beneficio comercial y, al mismo tiempo, haría temblar
al gobierno de España por el destino de sus posesiones en el Nuevo
Mundo.
El
objetivo ulterior de alentar la declaración de independencia por parte
de esas colonias debe ser materia de posterior consideración, pues al
presente no tenemos información para adentrarnos en eso, ni base sólida
para formarnos un juicio cuidadoso.
Pero
si hubiera que arriesgar una opinión sobe este muy importante asunto,
yo indudablemente diría que la línea más sabia y política que podríamos
adoptar sería no tomar ninguna medida con relación al gobierno del país a
ocupar, salvo aquellas que fueran absolutamente necesarias para la
seguridad de las posesiones que realmente queramos mantener, y que el
mejor, el más honorable y más seguro modo de asestar un golpe fatal a
los interese de España en el Nuevo Mundo, seria simplemente crear una
entrada libre a nuestras manufacturas, y dejar que aquellos que puedan
sentir por un tiempo el beneficio de tal situación consideran
últimamente la diferencia que existe entre vivir bajo un gobierno suave
con comercio abierto o un arbitrario despotismo con el comercio
arbitrariamente monopolizado.
Si
alguna parte de esta idea lograra su aprobación, el detalle puede ser
expuesto con mayor cuidado, pero si por alguna razón, cualquiera fuere,
usted pensara que una idea de esta naturaleza no debe ser llevada a
cabo, lo único que lamentaré es haber abusado en tal medida de su bondad
como para haberle causado el trastorno de leer un plan inútil.
PS:
Tengo confianza en que puede demostrarse que, llevando cierta cantidad
de manufacturas por cuenta del Estado, el producto de su venta
(adecuadamente administrado) cubriría todo costo extra.
PLAN DEFINITIVO
Estimado señor:
Hace
un tiempo tuve el honor de someter a su consideración el borrador de un
plan para atacar los asentamientos españoles en el Río de la Plata.
Mi
objeto era procurar a Inglaterra un beneficio grande, aunque en cierto
modo limitado, abriendo un nuevo y extenso mercado para nuestras
manufacturas. Ignorando cuán sensible era el asunto, o si la toma de
esos asentamientos coloniales españoles podría satisfacer al Gobierno de
Su Majestad, me limité a planear la mera obtención de un beneficio
temporario, aunque considerable, y decliné entrar en la consideración de
un proceso más amplio, que tuviera como objetivo la emancipación de
esas inmensas y valiosas posesiones y la apertura de una fuente de
permanente e incalculable beneficio para nosotros, resultado de inducir a
los habitantes de los nuevos países a abrir sus puertos y recibir
nuestras manufacturas, de Gran Bretaña y de la India.
Desde
entonces, sin embargo, he tenido el honor de conversar con usted, y le
he encontrado inclinado, antes que a obtener un beneficio parcial, a
adoptar una visión general del asunto. En consecuencia he volcado mi
atención a Sudamérica en su conjunto, a fin de considerar cómo se puede
hacer impacto en todas las colonias españolas sin emplear una parte muy
considerable de nuestras fuerzas disponibles ni trastornar de ninguna
manera cualquier otro objetivo del corriente año.
Dada
la inmensa extensión de las posesiones españolas, y las diferencias de
situación y clima, así como la conocida debilidad del gobierno español,
es difícil mencionar una parte de esas posesiones que no sea
extremadamente vulnerable a •una empresa militar de cualquier tipo, pero
debe observarse que esas mismas causas contribuirán grandemente a
obstaculizar el éxito de un plan destinado a tener efecto sobre el
conjunto de las posesiones.
Se
requiere, por lo tanto, una cuidadosa consideración antes de decidirse
por un plan que, además de procurarnos inmediata posesión de alguno de
esos países, también tenga un poderoso efecto sobre los otros y los
induzca a compartir nuestros objetivos.
Es
igualmente difícil, desde tan lejos, concertar un plan tal que le
permita a una fuerza que actúe en la costa occidental [sobre el Océano
Pacífico], cooperar y comunicarse con otra fuerza que debe actuar en el
este, de modo de operar unificadamente, en frecuente y efectivo contacto
con los Ministros de su Majestad.
Me
parece perfectamente claro que, cualquiera sea la extensión que le
demos a nuestras operaciones hacia el este del Cabo de Hornos, esas
operaciones no pueden sino tener un efecto lento, y de ninguna manera
seguro, sobre las posesiones españolas en Sudamérica.
Una
expedición a Caracas desde las Antillas, y una fuerza enviada a Buenos
Aires, podrían realmente proveer a la emancipación de los colonos
españoles en las posesiones orientales, pero el efecto de tal
emancipación, aunque considerable, no podría jamás ser tenido por seguro
en las más ricas posesiones de España en la costa del Pacífico, y es
menester observar que la razón por la cual los españoles han asignado
importancia a sus posesiones orientales es que ellas sirven como defensa
para proteger sus más valiosas posesiones occidentales.
Es
razonable imaginar que, si bien nosotros, desde nuestro superior
conocimiento y habilidad, podemos sentirnos capaces de llevar a cabo una
operación en el oeste de Sud América, la ignorancia y el prejuicio de
los españoles los inducirá a suponer que semejante esfuerzo es
impracticable. Confiando en la supuesta fuerza de su situación local, y
no obstante el recelo que nuestras operaciones en el este puedan
provocar, ellos se sentirán aun capaces de mantenerse firmes en las más
ricas posesiones al oeste.
Por
lo tanto, yo concibo que, con vistas a un impacto sobre el conjunto de
las posesiones españolas en Sud América, nada sustancial puede lograrse
sin atacar por ambos lados, aproximadamente al mismo tiempo, con un plan
y una coordinación tales que nos permitan reducirlos, por la fuerza si
fuera necesario, en todas sus inmensas posesiones sobre el Océano
Pacífico. (Tachado: Y es con este propósito que ahora tengo el honor de
someter a usted el siguiente detalle de un plan que, sin ser muy
optimista ofrece a mi juicio una clara posibilidad, al mismo tiempo que
me parece único modo practicable de alcanzar tamaño objetivo nacional)
En
el Este, como ya lo indicara en mi anterior escrito, yo humildemente he
concebido un ataque sobre Buenos Aires que, para darle una alta
probabilidad de éxito, se realizaría cn 4.000 efectivos de infantería,
1.500 de caballería desmontada y una proporción de artillería.
Esta
expedición deberá partir en mayo, para llegar a la boca del Río de la
Plata hacia fines de julio, con lo cual tendría tres meses para actuar,
antes de que comiencen las fuertes lluvias. Una vez capturadas Buenos
Aires y Montevideo, su objetivo debería ser enviar un cuerpo a tomar
posición al pié de la falda oriental de los Andes, para cuyo propósito
la ciudad de Mendoza es indudablemente el lugar más indicado.
La
formación de la expedición naval que debe llegar por el Pacífico es un
asunto de mayor dificultad y, a mi entender, sólo puede practicarse del
siguiente modo; Yo propondría que la fuerza fuera la siguiente:
Infantería
3.000; Caballería desmontada 400 con una proporción de artillería Esa
fuerza debería ser reunida y empleada en la siguiente manera.
1.500
infantes, o dos regimientos, deben dirigirse de Inglaterra al Cabo de
la Buena Esperanza en barcos destinados en última instancia a Sud
América. La infantería a bordo debe desembarcar en el Cabo y ser
reemplazada por igual número de efectivos, destinados al objetivo final,
que han de ser enviados inmediatamente a Bottany Bay, donde se
efectuará el rendezvous de toda la expedición.
Los
otros mil quinientos infantes serán provistos por la India, desde donde
se dirigirán, apenas estén listos, directamente a Bottany Bay. Allí
debe ensamblarse todo e impartirse las últimas órdenes.
El
objetivo de esta fuerza, en mi opinión, debe ser indudablemente Chile, y
mi razón para creer esto es que, en primer lugar, Chile está a
barlovento del rico asentamiento de Perú en México [sic]. Tomando Chile,
cortaremos las provisiones de grano, que son absolutamente esenciales
para la existencia de las otras provincias. Y estableciendo una
comunicación con una fuerza que actúe en el este, le daremos solidez y
estabilidad al conjunto de nuestra operación.
Si
el plan fuera exitoso en toda su extensión, el Perú quedaría
inmediatamente expuesto a ser ciertamente capturado y, alimentando a
nuestra fuerza en Buenos Aires, últimamente podríamos extender nuestra
operación hasta desmantelar todo el sistema colonial, aun por la fuerza
si resultare necesario.
En
cuanto a la fuerza del este, su poderío debe naturalmente asegurarnos
contra el fracaso. En cuanto a la fuerza del oeste, puede ser apropiado
hacer una o dos observaciones.
Si
resultara que los españoles tienen la fuerza suficiente para hacer que
un inmediato ataque sobre Valparaíso o Santiago resulte desventajoso en
el primer momento, nuestra fuerza debe dirigirse al río Bío-Bío y
obtener refuerzos mediante un trato con los indios, que son muchos y se
hallan constantemente en hostilidad con los españoles. Así los describe
el muy inteligente, aunque desafortunado navegante Juan Francisco de La
Pérouse: "Es impropio dar a esa gente el nombre de súbditos del Rey de
España, con quien ellos están casi siempre en guerra. La función del
Comandante español es, en consecuencia, de gran importancia. El está al
mando de las tropas regulares y de la milicia, lo cual le da gran
autoridad sobre todos los ciudadanos. Además, tiene a su cargo exclusivo
el gobierno del país y está obligado a pelear y negociar
incesantemente".
Si
acaso algún accidente impidiera que la fuerza occidental tuviera éxito
en primera instancia y en la medida deseable, entonces parece haber poca
duda de que adoptando este modo alternativo de operar se podría
últimamente alcanzar el mismo fin.
En
suma, así como no me cabe la menor duda sobre la posibilidad de llevar a
cabo el plan expuesto, tampoco dudo de su éxito inmediato y de su
resultado final, que dejará completamente abierto todo el comercio con
las colonias españolas, proveyéndonos un beneficioso medio de disponer
de nuestras manufacturas, lo cual impediría cualquier recesión comercial
al restablecerse la paz con España, que nosotros naturalmente debemos
buscar, pero que requiere adoptar algunas medidas para asegurar la
libertad de comercio con las colonias españolas. Si nosotros aseguramos
eso, estaremos en una situación de esplendor comercial y naval
infinitamente más grande que la que tenemos actualmente.
Hay
una serie de consideraciones vinculadas a este asunto que necesitan
alguna explicación, sobre todo aquellas que conciernen a la recompensa.
En
todos los planes que yo he visto, los emolumentos de los individuos
parecían ser la parte más importante a considerar. Para mí es realmente
lo último en lo que hay que pensar, y no vacilo en decir que el servicio
es de una naturaleza diferente a la de cualquier otro que se haya
intentado hasta ahora, de modo que las reglas necesarias para su éxito
deben ser propias de esta operación. Nadie puede querer impedir que los
hombres que se embarcan para una expedición tan remota reciban todo tipo
de beneficios, acordes a su situación, siempre que tales beneficios no
operen contra el objeto mismo que el gobierno ha tenido en cuenta al
formar la expedición.
Se
me ha ocurrido, por lo tanto que, así como por un lado, yo otorgaría
como premio todo tipo de propiedad pública, por otro lado prohibiría que
se considerase a ese efecto propiedad privada alguna.
El
cruce de los Andes desde Mendoza hacia las partes bajas de Chile es una
operación de cierta dificultad que toma cinco o seis días. Aun en
verano, el frío es intenso, pero con tropas a ambos lados, cuesta
suponer que nuestros soldados no pudieran seguir una ruta que ha sido
adoptada desde hace tiempo como el canal más apropiado para importar
negros a Chile.
Expondré
ahora, con la mayor brevedad posible mi visión sobre este muy
importante asunto, avanzando sobre lo ya dicho. Cuanto más lo pienso,
más me convenzo de que, a fin de lograr nuestro objetivo, es
indispensable prestar atención ambas posiciones (sobre el Pacífico y
sobre el Atlántico). Primero, no se puede hacer un impacto sobre el
conjunto si no se ataca por ambos lados. Segundo, un ataque sobre ambos
lados sin conexión o relación entre ambos, aun cuando sean exitosos, no
nos conduciría a nuestro gran objetivo, que es abrir el comercio de toda
Sudamérica.
El destino de las fuerzas es una decisión que ofrece alguna dificultad.
La
perspectiva de un beneficio inmediato, e inmensa riqueza, naturalmente
inclinará a los participantes de esta operación a dirigir sus miradas,
de inmediato, a las ricas provincias de Perú y Quito. Pero confieso que
no puedo evitar este sentimiento: semejante intento, por más que pudiera
obtener un rápido éxito, de ninguna manera conduciría, al final, a la
emancipación de esas provincias, ni a asegurarnos a nosotros los
beneficios del comercio permanente con esos países.
Un
golpe de mano en el puerto del Callao y la ciudad de Lima podría
resultar probablemente exitoso, y los captores podrían obtener mucha
riqueza, pero ese triunfo, a menos que fuéramos capaces de mantenernos
en el Perú, terminaría provocando la aversión de los habitantes a
cualquier conexión futura, de cualquier tipo, con Gran Bretaña.
Por
la información que yo he podido examinar, el clima en Perú y Quito no
sólo es, como en todos los países tropicales, altamente desfavorable a
la constitución de los europeos, sino que tiene, además, sus propios
males locales.
Cualquiera
sea la fuerza que nosotros podamos poner en tierra, por un lado el
clima tórrido debilitaría nuestra facultad para actuar, y por otro lado,
las enfermedades del país disminuirían diariamente nuestro número.
La
posesión de una inmensa riqueza terminaría, a mi juicio, introduciendo
la codicia entre las tropas y la situación de aislamiento en la cual
ellos se encontrarían, sin ninguna información ni comunicación con su
país nativo, indudablemente provocaría una disposición general al
retorno, tan pronto como la avaricia hubiera sido suficientemente
saciada.
De
semejante plan de operaciones, confieso ya mismo que no veo cómo podría
derivarse un probable beneficio, que fuera honorable para nosotros como
pueblo, o nos resultare permanentemente beneficioso.
Con
vistas entonces, a un efecto general y permanente al este del Cabo de
Hornos, parece indispensable ocupar en primera instancia alguna posición
que no sólo preserve la salud de nuestras tropas, sino que abra una vía
de comunicación con nuestras tropas al este del Cabo de Hornos (en el
Río de la Plata), permitiéndonos finalmente atacar las provincias
tropicales con mayor grado de seguridad sobre el éxito y estabilidad del
logro.
Considero
que el único modo eficaz de llevar a adelante nuestros planes seria
emplear nuestras fuerzas en primera instancia contra Chile, y mi punto
de vista sobre el plan bajo el cual debería operarse es como sigue:
Quizás
sea necesario manifestar que mi opinión ha sido fuertemente influida
por el relato hecho, sobre esta mismo asunto, por un Monsier Nonerón,
ingeniero jefe de Monsier De La Pérouse. Siendo ingeniero francés de
alto rango y dada la naturaleza de los servicios que estaba prestando
debemos dar cierto crédito a su juicio y discernimiento.
Este
ingeniero, por un lado, no especifica el número de hombres que debe
desembarcar un enemigo, pero como por otro lado dice cual es la fuerza
que puede ser opuesta a tal enemigo, estamos en condiciones de formarnos
un prudente juicio del cual sería el resultado de una operación
militar, limitada a los esfuerzos de su propia fuerza, sin tener en
cuenta la situación política del país.
Este
hombre parece opinar que, por un lado, cualquier esfuerzo militar que
descansare sólo en su propia fuerza fracasaría inevitablemente; y que
cualquier otro que se hiciera en concertación con los indios
inevitablemente tendría éxito; lo que con la independencia de sus
juicios, me parece tan perfectamente fundado en los principios de una
sabia política y sentido común que no tengo dudas en decir que me parece
la única línea que podemos prudentemente adoptar. La medida del éxito
era al final la aniquilación del poder español.
Sin
embargo, para poder hacer esto con eficacia. será necesario primero un
perfecto entendimiento con los indios, mucho antes de que nuestra fuerza
militar aparezca en la costa de Chile, lo cual puede ser logrado
mediante una comunicación que debemos establecer con ellos desde Buenos
Aires.
Para
cumplir este objetivo, debe ser uno de los asuntos de mayor atención
para el oficial que se envíe a Buenos Aires. Los indios sudamericanos,
según se afirma universalmente, poseen muchas cualidades de los indios
norteamericanos, particularmente la de la inviolabilidad del secreto.
Nuestros
planes pueden, por lo tanto, ser tranquilamente explicados a ellos,
quienes están completamente preparados para actuar, tan pronto como
nuestra fuerza arribe a la boca del Bío-Bío, el río que separa el
territorio español del indígena.
El
establecimiento de esta comunicación no puede ser asunto de gran
dificultad y como nosotros, de hecho, no podemos tener ningún objetivo
que no esté perfectamente de acuerdo con sus sentimientos, no puede
caber duda sobre nuestro éxito.
La
fuerza que partirá de Botany Bay deberá dirigirse directamente a la
bahía de Concepción y, en coordinación con los indios, destituir al
actual gobierno de Chile, al mismo tiempo que ocuparse de abrir una
rápida comunicación con las fuerzas de Buenos Aires.
Logrado
este último propósito, el conjunto de nuestras posiciones obtendría de
inmediato un grado de estabilidad y solidez mayor que cualquier posesión
de los españoles en sus otros asentamientos, tanto en el este como en
el oeste: una comunicación directa se abriría inmediatamente con
Inglaterra para recibir instrucciones y enviar tropas, que ya no sería
necesario transportar en barcos a través del Cabo de Hornos.
Chile
se convertiría en un punto desde el cual podríamos dirigir nuestros
esfuerzos contra las provincias más ricas. Una vez que hubiésemos
adquirido la sólida posesión de la primera, la naturaleza y forma de
nuestras expediciones contra las otras serían muy diferentes. Sin ir más
lejos, entonces, con la adquisición de Buenos Aires y Chile habríamos
logrado nuestro propósito en gran medida y, dada la coherencia de
nuestros planes, estar en posesión de esos dos puntos haría, sin duda,
que el efecto de tales expediciones fuera naturalmente sólido,
permanente y beneficioso.
El
fin de nuestra empresa sería indudablemente la emancipación de Perú y
México [Quito], lo cual sólo se podrá lograr mediante la inmediata
posesión de Chile .
[Notas]:
El
tipo de comunicación entre Buenos Aires y Santiago de Chile es
perfectamente explicado por una variedad de autores. La distancia total
supera las 1.000 millas, pero los medios de transporte son tan
abundantes, y la cantidad de caballos y ganado tan inmensa, que no puede
haber dudas sobre la posibilidad de enviar de un lado a otro tropas
ligeramente equipadas.
Parece
ser que hay postas a lo largo de todo el camino, y la facilidad de
viajar puede deducirse del hecho de que, en los carruajes que van de
Buenos Aires a Mendoza, la tarifa por el transporte de 609 kilos de
mercadería, a una distancia de 264 leguas, es poco más de dos dólares,
aun en ese país, donde las barras de metal precioso son tan abundantes.
(*)
EL ORIGEN DE LAS DIFERENCIAS ENTRE LO EJECUTADO Y EL PLAN MAITLAND ORIGINAL
Las necesarias diferencias entre lo planificado y lo ejecutado
Si se comparan las instancias del Plan de Maitland para la dominación de Sudamérica con los ejecutados trece años después por el General San Martín en el Río de la Plata, se verifica que lo único que se mantiene incólume es el Concepto de la Operación que involucra a los objetivos estratégicos. El resto, lo que comprende a las operaciones tácticas, o sea el cómo, varía sustancialmente. Esto es normal en toda planificación: que una cosa es el trabajo abstracto de gabinete y otra la realidad del terreno, los hombres, las circunstancias que van saliendo como conejos tras las matas y, en este acaso, además, el tiempo transcurrido que excede a la década.
En estas disimilitudes encontramos, por ejemplo: la composición de las fuerzas que, en lugar de ser inglesas e hindúes en lucha contra españoles peninsulares, serían nativas de ambos bandos, por lo que he llamado a la, para nosotros Guerra de la Independencia, la Primera Guerra Civil Española que se libraría en América para que se consolidara el dominio inglés. De manera que lo que se llamaría enemigo, no eran más que otros hispanoamericanos pero monárquicos, es decir pensaba distinto de los del otro bando, que llamaría, de puro audaz, republicano. Es cierto que entre los realistas había españoles peninsulares, pero por lo que se vio como resumen en la primera línea de combate, éstos siempre fue una minoría casi inexistente.
Los nuestros seguían la bandera, símbolo de la Patria, puesta al frente de los batallones en busca del merecido ideal de Independencia para que nos dejaran construirla. Los otros, mantendrían la bandera del Rey. Pero el Rey, en aquel entonces, era una síntesis: la Bandera, la Patria, la Religión, las Instituciones coloniales y la Justicia. En pocas palabras y descarnadamente: nos matábamos entre nosotros, para que otro se alzase con el rédito.
Nuestro drama singular es el drama de España amplificado: mientras los ingleses del Mayflower tardaron 200 años en penetrar 200 kilómetros de la costa estadounidense, la España de los Austria, en treinta años, recorrieron 24 millones de kilómetros en tierra americana, a fuerza de estoicismo, sacrificios y miles de muertes, para que los Borbones, perennes filobritánicos, recién llegados como herederos, le entregaran a la corona inglesa toda la heredad Hispanoamericana y, no conformes con esto, cuando ya no les quedaba nada por entregar ni destruir, comenzaron a hacerlo con la misma España. La última aventura borbónica (1936-1938) dejó el luctuoso saldo de un millón de muertos. Pero ellos no figuran en ningún lado como responsables de estos y otros desastres y de las miles de muertes que causaron.
Lo mismo que terminaría ocurriendo con los efectivos militares en aquel plan, sucedería con el tren logístico para el abastecimiento y mantenimiento de las fuerzas a empeñar, el que debió ser sufragado, según la propuesta de Maitland, por el reino inglés y sus financistas de la City, y que lo terminó pagando el harapiento erario público de las incipientes Repúblicas Americanas, hasta dejarlos en estado de caquexia. Lo que a su vez sirvió de pretexto para que América Española (de Méjico a Buenos Aires), fuese obligada a tomar préstamos colosales de la City londinense: en 1829 toda la hidalga Hispanoamérica (ya en tránsito de ser África Blanca) estaba hipotecada y en cesación de pagos ante Su Graciosa Majestad. Este fue uno de los argumentos que se esgrimió para la ocupación de Malvinas: el incumplimiento de pago de las obligaciones con la casa Baring Brothers. Una mentira más: porque Inglaterra se quedaría, al final, con las Malvinas y con la cantidad nominal del dinero que nunca giró.
Lo planificado inicialmente desde Londres por Dundas y sus secuaces era sumamente costoso, pero era posible entonces para ellos, por ser época de las vacas gordas en la isla, dado que fluía a chorros el saqueo proveniente de la India que hacía unos años había comenzado (según Digby, citado por Paul A. Barán “el tesoro extraído por los británicos de la India entre las batallas de Plassey y Waterloo, oscila entre 500 mil millones y un billón de libras esterlinas”).
Pero finalmente la ejecución de Plan Maitland resultó sumamente económico para la corona inglesa: no aparecieron compromisos diplomáticos a nivel internacional para Gran Bretaña por sus injerencias en asuntos extranjeros, porque estaba aliada a España contra Napoleón en ese momento; no se empeñó la vida de un solo soldado, o se obligó a alma alguna que disparase un tiro; ni buque en riesgo, estragado o perdido, ni un chelín suelto fuera de la alcancía de la City a orillas del Támesis, para lograr, al cierre de las operaciones, el mismo objetivo.
Por lo que se me ocurre decir que el Plan Maitland y el ejecutado por San Martín no son distintos: son iguales pero no congruentes; y el sanmartiniano es más económico que el de Maitland y Dundas para la conquista del mismo objetivo estratégico (para no decir que fue un regalo). Esta es la única ventaja (para Inglaterra desde luego) que visualizo, más que una diferencia.
Que, desde luego digo, no es poca cosa, sobre todo para una Inglaterra que en 1812 ya mostraba síntomas de una economía exhausta por el bloqueo continental, con la gangrena de los hermanitos Roschild (Nathan en Londres, James en París, Salomón en Viena y Kart en Nápoles) que ellos mismo prohijaron y que con Cromwell en adelante supieron conseguir.
Algunos por qué de las diferencias
Otros factores influyeron para que este Plan fuese tomando el giro y dirección que finalmente adoptó al ser llevado a la práctica. Es conveniente tratarlos a ellos, aunque más no sea someramente, para que el lector tenga un panorama completo de lo que, a mi entender, realmente pasó en aquellos tiempos. Veámoslos seguidamente.
Desde la presentación que hiciera el Mayor General Sir Thomas Maitland de su Plan Esquemático o Tentativo (al decirle esquemático o tentativo a un Plan Militar, significa que pesa sobre él cierta rigidez, y es insoportable a la dinámica de la guerra), ante el Rey Jorge III en febrero de 1801, hasta el 9 de marzo de 1812, la llegada de San Martín a las Balizas de su Majestad Británica en el Río de la Plata, habían transcurrido, sin mucho margen de error, unos 11 años y alrededor de 9 días. Tiempo que en la vida de un hombre común puede ser tenido como la intrascendencia de un suspiro, pero para las naciones en aquella Europa de principios del Siglo XIX, no. Que emulando a San Pedro me animaría decir que hubo años que parecieron un siglo. Se logra tildar a la década que va de 1801 a 1811 de dramática sin caer en ninguna exageración.
Para sistematizar el estudio lo he separado en los siguientes acápites:
- Situación en Gran Bretaña
- Situación en Francia
- Situación en el Río de la Plata e Hispanoamérica
Pero antes de comenzar coloco como frontispicio la leyenda que dice: Se puede asegurar, en extrema síntesis, que la política europea de esta década estuvo signada por los disturbios emergentes de la llamada por el vulgo revolución francesa.
En Gran Bretaña
En Gran Bretaña, a poco de haber presentado Maitland su Plan bajo patrocinio de Dundas, se produce la renuncia de Pitt (1801). Aparentemente el Plan Maitland fue al archivo (que no quiere decir al olvido), porque el General Moreau había aniquilado al ejército de Austria, aliada de Inglaterra, en Hohenlinden (diciembre de 1800). Es decir a poco menos de un mes de que Maitland presentara su Plan. Como consecuencia de esta derrota se firma la Paz de Steyer y la de Luneville, que no es otra que la propuesta ampliada de la que le hiciera en 1897 Napoleón a Inglaterra y Austria en Campo Formio (en Venecia, Italia) y que fuera rechazada airosamente por los ingleses.
Pero la verdadera derrotada en Hohenlinden fue Inglaterra, que en los años anteriores se había apoderado de Ceylán (1796), de la Colonia del Cabo, de Menorca y Malta en el Mediterráneo, de las Antillas Francesas, de la Isla de Trinidad y de gran parte de la Guyana en América. Para frenar el avance inglés se formó una coalición de neutrales, que se disolvió de la noche a la mañana después del bombardeo del Almirante Nelson a Copenhague, seguido del misterioso asesinato del Zar de Rusia, Pablo I, el inspirador de la coalición que terminó en desbandada.
Por la Paz de Amiens (27 de marzo de 1802), firmada entre Inglaterra y Francia, se establecía que los británicos devolverían sus conquistas coloniales, excepto Ceylán y la Isla Trinidad, además de reconocer la República Francesa. Y Francia se comprometía a devolver las ciudades napolitanas y reconocía la independencia de las islas Jónicas. También renunciaba a Egipto, es decir, lo único de todo esto que realmente le interesaba a Inglaterra por ser este el camino elegido por Napoleón para la India, a la que, justamente, los ingleses la estaban saqueando sin piedad. A causa de esta prolija depredación británica en 1770 el hambre asoló a Bengala matando a un tercio de su población (Jawaharlal Nehru, El descubrimiento de la India, Bs. As. 1949).
En reemplazo de Pitt se nombra a Addington (“tan mediocre como vanidoso”, lo describe Jaques Chastenet en su obra William Pitt), quien había sido nombrado speaker de los Comunes por el propio Pitt. De esta manera Pitt, sin estar en el gobierno, seguía haciendo sentir su influencia en los asuntos de Estado. Y esta puede ser la causa por la que no se suspendieron los estudios para capturar la América Española o parte de ella.
En efecto, durante la permanencia de Addington encontramos dos planes que estuvieron a punto de ejecutarse (Coronel José Luis Speroni, La real dimensión de una agresión, pp. 34 y 50 y Anexo 3 en pág. 116). El presentado a fines de 1801 por Miranda, Vansittart, Sir Evan Nepean, Lord Hobert, Lord Saint Vicent y el Coronel Fullarton, con destino a ocupar Buenos Aires; operación que estaría a cargo de de Sir Charles Stewar y el Almirante Sydney Smith: la maniobra fue suspendida. Y el propuesto a mediados de 1803 como proyecto, por Vansittart, Miranda, el propio Addington, Davidson y Sir Home Popham, con destino a invadir Venezuela y cuyo ejecutor sería Miranda con el grado de General Inglés.
Todos los involucrados que se citan en las dos ocasiones, fueron hombres profundamente conocedores de los planes ingleses sobre Hispanoamérica. Habían participado en ellos, los discutieron, reunieron y procesaron información, y habían presentado, a su vez, juntos y separadamente distintos planes, siempre guiados por iguales propósito.
Pienso que esta última acción no pasó de proyecto, porque justamente en 1803, Francia reanuda su guerra contra Gran Bretaña, intentando los ingleses una conspiración para restablecer en el trono francés a los Borbón, sus aliados incondicionales como los Braganza en Portugal. En ella participarían varios generales de Napoleón (Pichegrú, Cadoudal y Moreau, el vencedor de Hohenlinden, fueron deportados a los Estados Unidos). Al año siguiente, el 10 de mayo de 1804, Pitt regresa a su cargo de Primer Ministro. Comienzan a correr los Cien Días del Primer Ministro.
En esta instancia conviene anexar a lo explicitado el caso de Portugal. La independencia portuguesa en 1668, nace con la proclamación del Duque de Braganza como Juan IV, pero se consolida por la ayuda prestada por Inglaterra. Esta Casa de Braganza, de antepecho portugués y de trastienda inglesa, reinó en la vieja Lusitania hasta 1855, continuada desde allí por la rama Sajonia-Coburgo-Braganza hasta 1926. En Brasil los Braganza permanecieron de 1822 a 1889.
En 1661, el rey inglés Carlos II, se compromete a ayudar a los portugueses, y al casarse con la Infanta Catalina, Portugal se convierte en un protectorado inglés. A partir del tratado de Methuen (1702) pasa a ser una colonia económica.
Es ampliamente conocida la hostilidad de Portugal contra las posesiones del Virreinato del Río de la Plata. Agresiones que fueron continuadas e incrementadas luego de la declaración de nuestra independencia. Es decir: al revés de lo que debía esperarse. Todas ellas respondieron a los intereses ingleses en la región. Tanto es así que la primera invasión inglesa a territorios del Río de la Plata, llevada a cabo en 1762 al mando del Almirante MacNamara, fue anglo-portuguesa, detenida y desmantelada por don Pedro de Ceballos en la Colonia del Sacramento.
De manera que el lector podrá ver que en toda acción portuguesa sobre el Río de la Plata, asoma la rubicunda nariz británica. Un ejemplo, rápido, sencillo y elocuente: Caseros.
En la Francia Napoleónica
En el continente europeo, destruida la Primera Coalición contra Francia, el Directorio tenía un solo rival de importancia: Inglaterra. Ella se resistía invariablemente a toda acción que estuviese dirigida a romper la estabilidad europea determinada en Utrecht, simplemente porque Inglaterra fue la principal recipiendaria de aquel tratado humillante para España, y primer escalón de los Borbón en la demolición del formidable Imperio que fuera la admiración del Mundo. Pero Francia, por su lado, insistía en el viejo asunto de sus fronteras naturales, porque ya era una causa nacional: las intervenciones en Suiza y los Estados Pontificios es una prueba de ello.
En las campañas de 1789 los franceses tomaron Malta y tras vencer corridamente a los Mamelucos ocuparon Egipto. El ingreso de Turquía a la contienda por la presión británica, detiene este avance. Y formada la Segunda Coalición; Napoleón se ve obligado a replegarse, firmando poco después la Capitulación de Alejandría.
En la política doméstica francesa, Napoleón obtiene el Consulado Vitalicio, después de un plebiscito convocado por el Consejo de Estado (1802). Se acentúa la centralización del poder al eliminarse la influencia de la Asamblea Legislativa y del Tribunado. En adelante el Cónsul Vitalicio, el Consejo de Estado y el Senado serían los cuerpos básicos de la República Francesa. Sin embargo es el período donde Napoleón llevó a cabo su enorme obra legislativa y de gobierno (Código Civil, Banco de Francia, Universidad, etc.).
Al año siguiente, ante una nueva guerra con Inglaterra, las convulsiones internas, el poder que va adquiriendo el Cónsul Vitalicio, y convocado el pueblo francés a otra consulta, Napoleón es elegido en forma plebiscitaria como Emperador. El 18 de mayo el Senado confirmó la dignidad imperial con el nombre de Napoleón I. Fue consagrado como tal el 2 de diciembre de 1804 por Pío VII (Gregorio Bernabé Luis Chiaramonti, Papa de 1800 a 1823) en París. El Emperador pasó a centralizar todos los poderes al modo de los reyes del antiguo estado, depuesto en 1789.
El progreso económico y la estabilidad lograda por el nuevo régimen francés, comienza a hacerse sentir en toda Europa, particularmente en España que le había cedido (1803) la Lousiana. Por esto Inglaterra ve complicados sus asuntos y busca una alianza con Rusia, que culmina con el acuerdo militar de San Petersburgo el 2 de abril de 1805. En verdad Rusia es el camino más corto a la India donde tiene puesto los ojos Napoleón para poner a Inglaterra de rodillas (porque le cortaba la fuente de financiamiento proveniente del saqueo que estaban realizando en la India).
Con este acuerdo con los rusos, Inglaterra le cierra el paso a los franceses. “Napoleón –dice E. Tarlé- no cesó jamás de pensar en la India, desde la campaña de Egipto”, y “en 1789 esta idea se unía a Egipto; en 1801 a la repentina amistad (de Napoleón) con el zar (Pablo I).”
La guerra se desarrollaría en dos Teatros de Operaciones: uno marítimo, donde la flota inglesa al mando de Nelson derrota a la flota franco española en Trafalgar el 21 de octubre de 1805. El otro es terrestre, que resulta favorable a Napoleón, quien arrasa con los integrantes de la Coalición en Austerlitz el 2 de diciembre de 1805. La noticia derrumba el ánimo y la salud de Pitt: acosado por la gota y debilitado por la continua e intolerable tensión, se suicida degollándose el 22 de enero de 1806 en su habitación.
El 25 se firma la Paz de Presburgo y se restablece la hegemonía francesa en la Centro Europa. Ahora el dominio del continente europeo es completo y el añorado equilibrio de poder imaginado por los ingleses, que tanto los favorecía, se desmorona. Pero Inglaterra más que nunca es la dueña absoluta de los mares, una invencible talasocracia. Y Francia es, más que nunca, una tremenda potencia continental que tiene a Europa en un puño.
Ha llegado la hora de la tercera estrategia: el bloqueo continental (decreto de Berlín del 21 de noviembre de 1806), que pone a Inglaterra con el agua al cuello. En el primer semestre de 1808 las exportaciones británicas habían descendido un 60% (Jacques Godechot, Europa y América en la época napoleónica). La industria sufrió una contracción letal. Se colmaron los depósitos de mercaderías sin salida y muchos empresarios vendían a pérdida. Creció vertiginosamente el desempleo, absorbido parcialmente por la guerra con los EE. UU. de 1812: un invento sin duda alguna (una versión antigua del New Deal de Roosevelt). Porque Inglaterra, dueña de todos los mares del Planeta, pretendía que toda nave que transitara por los piélagos debía tocar un puerto inglés y pagar un impuesto. Las tensiones sociales en Gran Bretaña, derivadas del bloqueo, entraron en peligrosa ebullición.
En el Río de la Plata y en Hispanoamérica
Pero la verdadera derrotada en Hohenlinden fue Inglaterra, que en los años anteriores se había apoderado de Ceylán (1796), de la Colonia del Cabo, de Menorca y Malta en el Mediterráneo, de las Antillas Francesas, de la Isla de Trinidad y de gran parte de la Guyana en América. Para frenar el avance inglés se formó una coalición de neutrales, que se disolvió de la noche a la mañana después del bombardeo del Almirante Nelson a Copenhague, seguido del misterioso asesinato del Zar de Rusia, Pablo I, el inspirador de la coalición que terminó en desbandada.
Por la Paz de Amiens (27 de marzo de 1802), firmada entre Inglaterra y Francia, se establecía que los británicos devolverían sus conquistas coloniales, excepto Ceylán y la Isla Trinidad, además de reconocer la República Francesa. Y Francia se comprometía a devolver las ciudades napolitanas y reconocía la independencia de las islas Jónicas. También renunciaba a Egipto, es decir, lo único de todo esto que realmente le interesaba a Inglaterra por ser este el camino elegido por Napoleón para la India, a la que, justamente, los ingleses la estaban saqueando sin piedad. A causa de esta prolija depredación británica en 1770 el hambre asoló a Bengala matando a un tercio de su población (Jawaharlal Nehru, El descubrimiento de la India, Bs. As. 1949).
En reemplazo de Pitt se nombra a Addington (“tan mediocre como vanidoso”, lo describe Jaques Chastenet en su obra William Pitt), quien había sido nombrado speaker de los Comunes por el propio Pitt. De esta manera Pitt, sin estar en el gobierno, seguía haciendo sentir su influencia en los asuntos de Estado. Y esta puede ser la causa por la que no se suspendieron los estudios para capturar la América Española o parte de ella.
En efecto, durante la permanencia de Addington encontramos dos planes que estuvieron a punto de ejecutarse (Coronel José Luis Speroni, La real dimensión de una agresión, pp. 34 y 50 y Anexo 3 en pág. 116). El presentado a fines de 1801 por Miranda, Vansittart, Sir Evan Nepean, Lord Hobert, Lord Saint Vicent y el Coronel Fullarton, con destino a ocupar Buenos Aires; operación que estaría a cargo de de Sir Charles Stewar y el Almirante Sydney Smith: la maniobra fue suspendida. Y el propuesto a mediados de 1803 como proyecto, por Vansittart, Miranda, el propio Addington, Davidson y Sir Home Popham, con destino a invadir Venezuela y cuyo ejecutor sería Miranda con el grado de General Inglés.
Todos los involucrados que se citan en las dos ocasiones, fueron hombres profundamente conocedores de los planes ingleses sobre Hispanoamérica. Habían participado en ellos, los discutieron, reunieron y procesaron información, y habían presentado, a su vez, juntos y separadamente distintos planes, siempre guiados por iguales propósito.
Pienso que esta última acción no pasó de proyecto, porque justamente en 1803, Francia reanuda su guerra contra Gran Bretaña, intentando los ingleses una conspiración para restablecer en el trono francés a los Borbón, sus aliados incondicionales como los Braganza en Portugal. En ella participarían varios generales de Napoleón (Pichegrú, Cadoudal y Moreau, el vencedor de Hohenlinden, fueron deportados a los Estados Unidos). Al año siguiente, el 10 de mayo de 1804, Pitt regresa a su cargo de Primer Ministro. Comienzan a correr los Cien Días del Primer Ministro.
En esta instancia conviene anexar a lo explicitado el caso de Portugal. La independencia portuguesa en 1668, nace con la proclamación del Duque de Braganza como Juan IV, pero se consolida por la ayuda prestada por Inglaterra. Esta Casa de Braganza, de antepecho portugués y de trastienda inglesa, reinó en la vieja Lusitania hasta 1855, continuada desde allí por la rama Sajonia-Coburgo-Braganza hasta 1926. En Brasil los Braganza permanecieron de 1822 a 1889.
En 1661, el rey inglés Carlos II, se compromete a ayudar a los portugueses, y al casarse con la Infanta Catalina, Portugal se convierte en un protectorado inglés. A partir del tratado de Methuen (1702) pasa a ser una colonia económica.
Es ampliamente conocida la hostilidad de Portugal contra las posesiones del Virreinato del Río de la Plata. Agresiones que fueron continuadas e incrementadas luego de la declaración de nuestra independencia. Es decir: al revés de lo que debía esperarse. Todas ellas respondieron a los intereses ingleses en la región. Tanto es así que la primera invasión inglesa a territorios del Río de la Plata, llevada a cabo en 1762 al mando del Almirante MacNamara, fue anglo-portuguesa, detenida y desmantelada por don Pedro de Ceballos en la Colonia del Sacramento.
De manera que el lector podrá ver que en toda acción portuguesa sobre el Río de la Plata, asoma la rubicunda nariz británica. Un ejemplo, rápido, sencillo y elocuente: Caseros.
En la Francia Napoleónica
En el continente europeo, destruida la Primera Coalición contra Francia, el Directorio tenía un solo rival de importancia: Inglaterra. Ella se resistía invariablemente a toda acción que estuviese dirigida a romper la estabilidad europea determinada en Utrecht, simplemente porque Inglaterra fue la principal recipiendaria de aquel tratado humillante para España, y primer escalón de los Borbón en la demolición del formidable Imperio que fuera la admiración del Mundo. Pero Francia, por su lado, insistía en el viejo asunto de sus fronteras naturales, porque ya era una causa nacional: las intervenciones en Suiza y los Estados Pontificios es una prueba de ello.
En las campañas de 1789 los franceses tomaron Malta y tras vencer corridamente a los Mamelucos ocuparon Egipto. El ingreso de Turquía a la contienda por la presión británica, detiene este avance. Y formada la Segunda Coalición; Napoleón se ve obligado a replegarse, firmando poco después la Capitulación de Alejandría.
En la política doméstica francesa, Napoleón obtiene el Consulado Vitalicio, después de un plebiscito convocado por el Consejo de Estado (1802). Se acentúa la centralización del poder al eliminarse la influencia de la Asamblea Legislativa y del Tribunado. En adelante el Cónsul Vitalicio, el Consejo de Estado y el Senado serían los cuerpos básicos de la República Francesa. Sin embargo es el período donde Napoleón llevó a cabo su enorme obra legislativa y de gobierno (Código Civil, Banco de Francia, Universidad, etc.).
Al año siguiente, ante una nueva guerra con Inglaterra, las convulsiones internas, el poder que va adquiriendo el Cónsul Vitalicio, y convocado el pueblo francés a otra consulta, Napoleón es elegido en forma plebiscitaria como Emperador. El 18 de mayo el Senado confirmó la dignidad imperial con el nombre de Napoleón I. Fue consagrado como tal el 2 de diciembre de 1804 por Pío VII (Gregorio Bernabé Luis Chiaramonti, Papa de 1800 a 1823) en París. El Emperador pasó a centralizar todos los poderes al modo de los reyes del antiguo estado, depuesto en 1789.
El progreso económico y la estabilidad lograda por el nuevo régimen francés, comienza a hacerse sentir en toda Europa, particularmente en España que le había cedido (1803) la Lousiana. Por esto Inglaterra ve complicados sus asuntos y busca una alianza con Rusia, que culmina con el acuerdo militar de San Petersburgo el 2 de abril de 1805. En verdad Rusia es el camino más corto a la India donde tiene puesto los ojos Napoleón para poner a Inglaterra de rodillas (porque le cortaba la fuente de financiamiento proveniente del saqueo que estaban realizando en la India).
Con este acuerdo con los rusos, Inglaterra le cierra el paso a los franceses. “Napoleón –dice E. Tarlé- no cesó jamás de pensar en la India, desde la campaña de Egipto”, y “en 1789 esta idea se unía a Egipto; en 1801 a la repentina amistad (de Napoleón) con el zar (Pablo I).”
La guerra se desarrollaría en dos Teatros de Operaciones: uno marítimo, donde la flota inglesa al mando de Nelson derrota a la flota franco española en Trafalgar el 21 de octubre de 1805. El otro es terrestre, que resulta favorable a Napoleón, quien arrasa con los integrantes de la Coalición en Austerlitz el 2 de diciembre de 1805. La noticia derrumba el ánimo y la salud de Pitt: acosado por la gota y debilitado por la continua e intolerable tensión, se suicida degollándose el 22 de enero de 1806 en su habitación.
El 25 se firma la Paz de Presburgo y se restablece la hegemonía francesa en la Centro Europa. Ahora el dominio del continente europeo es completo y el añorado equilibrio de poder imaginado por los ingleses, que tanto los favorecía, se desmorona. Pero Inglaterra más que nunca es la dueña absoluta de los mares, una invencible talasocracia. Y Francia es, más que nunca, una tremenda potencia continental que tiene a Europa en un puño.
Ha llegado la hora de la tercera estrategia: el bloqueo continental (decreto de Berlín del 21 de noviembre de 1806), que pone a Inglaterra con el agua al cuello. En el primer semestre de 1808 las exportaciones británicas habían descendido un 60% (Jacques Godechot, Europa y América en la época napoleónica). La industria sufrió una contracción letal. Se colmaron los depósitos de mercaderías sin salida y muchos empresarios vendían a pérdida. Creció vertiginosamente el desempleo, absorbido parcialmente por la guerra con los EE. UU. de 1812: un invento sin duda alguna (una versión antigua del New Deal de Roosevelt). Porque Inglaterra, dueña de todos los mares del Planeta, pretendía que toda nave que transitara por los piélagos debía tocar un puerto inglés y pagar un impuesto. Las tensiones sociales en Gran Bretaña, derivadas del bloqueo, entraron en peligrosa ebullición.
En el Río de la Plata y en Hispanoamérica
- En el Río de la Plata: No cansaré al lector repitiendo las gloriosas jornadas de Buenos Aires en 1806 y 1807, por considerarlas suficientemente conocidas. Sólo me limitaré a extraer las enseñanzas que de ellas se pudieron obtener y que afectaron seriamente al Plan Mitland tal cual lo concibió su autor.
Después de las victorias de Jena y Auerstädt (14 de octubre de 1806) quedó probado que, por ahora, Napoleón era invencible en el continente. Y “una cosa por fin parecía cierta –dice William W. Kaufmann-. El gobierno inglés había decidido abandonar el continente, de modo de dedicar sus energías a las empresas coloniales” (La política británica y la independencia de América Latina).
Por eso y pesando en contra de su decisión los dos fracasos en Buenos Aires (en realidad fue uno solo llevado a cabo en dos fases), los británicos montaron una tercera expedición que pusieron a cargo de Sir Arthur Wellesley (futuro Duque de Wellington), con 10.000 hombres estacionados en Cork, al sur de Irlanda, que deberían unirse a otros 5.000 acantonados en Cádiz al mando del General Brent Spencer, para juntos marchar sobre Méjico, mientras una fracción tomaría Buenos Aires. Esta expedición había sido ideada por Lord Castlereagh (ex Presidente de la Junta de Contralor), con la ayuda del ya Lord Melville (Dundas). La idea era promover en toda Hispanoamérica la constitución de gobiernos independientes “bajo nuestra protección y en conexión con nosotros”.
Los sucesos acaecidos el 2 de mayo en Madrid, inicio de sublevación española contra Napoleón, hacen que Wellesley pida que envíen esas tropas a Gibraltar para ayudar a la insurrección y, luego de esto, seguir con rumbo a Sudamérica. Pero el 1º de julio, Wellesley envía un segundo memorando en donde propone llevar adelante dos proyectos alternativos en caso de que rebelión tuviese éxito: encaminar la tropa a las Antillas para desde allí accionar sobre Méjico, y luego dividir los efectivos enviando 10.077 hombres a Buenos Aires y el resto hacia las Antillas como refuerzo y ante la posibilidad de accionar sobre Venezuela. Sin embargo las situaciones en Portugal y España evolucionaron desfavorablemente a los ojos de la conducción inglesa, por lo que se decide postergar el envío de tropas a América.
Finalmente las intenciones británicas tomarían el giro que comienza a hacerse visible a partir del 1º de mayo de 1807, en donde se concibe un nuevo enfoque sobre la cuestión Sudamericana, que es la resultante de tomar conocimiento de la derrota en el Plata. Esta tendencia se patentiza aún más a partir de septiembre de 1807: de la acción directa para la dominación parcial (los puertos y sus hinterland), se piensa en la acción indirecta para la dominación total. Este concepto, que entonces no se llamaba imperialismo, es el que predominó por muchos años, reportando pingüe beneficio a Inglaterra. Para Ferns (Gran Bretaña y Argentina en el Siglo XIX), el memorial se septiembre es la base de una centuria y media de política británica en Sudamérica.“Yo estoy fuertemente persuadido –dice Clastlereagh- de que la política que ahora estamos desarrollando (la acción directa) no nos va a producir beneficios comerciales ni políticos, ni aún con la intervención de los grandes recursos militares enviados a Buenos Aires”. “La causa del fracaso de Beresford en 1806 –sigue diciendo- fue política y no militar, por no haber incitado a una independencia que nos diera los beneficios comerciales. Las tentativas militares de Inglaterra sólo consiguieron que el pueblo de todas las clases sociales se ponga contra nosotros.” “Por eso –aconsejaba Castleraegh- debemos actuar de manera acorde con los sentimientos del pueblo sudamericano (…) acerquémonos a ellos como comerciantes (…) dar energía a sus impulsos localistas para conseguir derogar las prohibiciones contra nuestro comercio.” (José M. Rosa, Cisneros se fue, los ingleses se quedaron para siempre, suelto aparecido en el diario Mayoría).
- En Hispanoamérica: Revisamos los diversos pronunciamientos revolucionarios en la América Española: Charcas, 25 de mayo de 1809; La Paz, 16 de julio de 1809; Quito, 10 de agosto de 1809; Caracas, 19 de abril de 1810; Buenos Aires, 25 de mayo de 1810; Bogotá, 10 de julio de 1810; Santiago de Chile, 18 de septiembre de 1810; Dolores, 10 de septiembre de 1810; Grito de Asencio, 18 de febrero de 1811 y Asunción, 14 de mayo de 1811.
Resumiendo: 5 insurgencias en el Río de la Plata; 2 en Colombia; 1 en Chile; 1 en Venezuela y 1 en Méjico. Todas ellas a su vez, y actuando bajo el paraguas de la “Libertad y la Independencia” eran, en el fondo, secesionistas, por lo que la balcanización de Hispanoamérica estuvo signada desde el primer día tras el primer grito. No podía ser de otra manera porque era la idea de Castleraegh (y de Wellesley también): “un continente dividido en varias naciones formalmente independientes e incorporadas a una economía mundial, dirigida desde Inglaterra.” Es decir: más o menos como estamos ahora. Así que a no asombrarse.
Cuando hablaba de aquellas rebeliones, quería decir que, en 1 año, 11 meses y 19 días se produjeron en América española la mayoría de los movimientos independentistas, algunos exitosos, otros signados por el fracaso. Pero, en general, todos son 8 meses y 9 días posteriores al desembarco de Wellington en Mondego, Portugal. No hay ninguno anterior, con excepción del alzamiento de José Gabriel Tupac Amarú (con ayuda británica también, La Rebelión de José G. Tupac Amarú, Colección de Obras y Documentos, Tomo VII, de Pedro de Angelis), que no puede ser tenido en cuenta en este segmento de tiempo y por ello resulta extemporáneo. ¿Solamente una coincidencia? No sé. Pero es como si el desembarco inglés en la Península Ibérica hubiese desatado un enorme paquete que se tenía guardado por aquí y preparado de tiempo atrás.
Sin embargo, para aventar la idea de una casualidad en el lector desprevenido, le pido que observe lo siguiente: el 12 de julio de 1808 Wellesley (luego Duque de Wellington, entonces el Teniente General más joven del escalafón inglés), parte de Cork (sur de Irlanda) con una fuerza expedicionaria de 10.000 hombres, configurando posteriormente, una de las líneas de la invasión inglesa sobre España y Portugal en manos de Napoleón. Simultáneamente otro cuerpo de 5.000 hombres a las órdenes de los Generales Anstruther y Acland, salió a reunirse con el anterior, embarcándose respectivamente en Ramsgate y Harwich.
El General Spencer había traído 5.000 hombres estacionados hasta entonces en Egipto y Sicilia, y desde allí a Gibraltar. Había Spencer ofrecido a la Junta de Cádiz sus servicios, pero, no siendo aceptada su proposición, recibió órdenes de Wellesley de que fuese a incorporársele, desembarcando también en la Bahía de Mondego.
Entre el 15 y 25 de julio Wellesley se adelanta a la escuadra y celebra una entrevista con la Junta Suprema de Galicia para que apoye su desembarco en el Ferrol. La Junta gallega se niega y le aconseja que lo haga en algún puerto de Portugal por la animadversión que mostraba el pueblo hacia los ingleses. El 1º de agosto hecha pie a tierra en Mondego (bahía próxima a Porto Figueira), y configura la cabecera de desembarco. Entre el 1º y el 8 de agosto le alcanzan las noticias del triunfo de Bailén. Entonces el 9 marcha sobre Lisboa acompañado de Spencer y llega a Leira (en la carretera a Oporto), etc.
Si se comparan los progresos de Wellesley en la Península se verá cómo progresaron sincronizadamente los movimientos libertadores en Hispanoamérica. Más aún: el 18 de junio de 1815 Napoleón era derrotado por Wellesley en Waterloo; el 22 firmaba su segunda abdicación; el 2 de agosto los aliados firmaban su destierro y el 9 partía para Santa Elena para no regresar nunca más. La Humanidad marchaba hacia un Nuevo Orden Mundial que desembocaría en la Pax Británica (1815-1915) y el Old Colonial Sistem.
En Buenos Aires se conocería esta noticia a fines de octubre o principios de noviembre de 1815. Cuatro meses después, el 24 de marzo de 1816, comenzaba a sesionar el Congreso de Tucumán y el 9 de julio de 1816 declaraba nuestra Independencia bajo la férula del Secretario Francisco Narciso de Laprida, antiguo masón de la logia lautarina Ejército de los Andes (sanmartiniana), junto con Rudecindo Alvarado, Toribio de Luzuriaga, Jerónimo Espejo y otras docenas de individuos. Además San Martín, residente en Mendoza, era Gobernador de Cuyo y había mandado como representante al hermano Godoy Cruz, que decían era sacerdote católico, quien lo mantenía al tanto de todas las intrigas (las tejidas por los otros y las que tejía él con su Gobernador Intendente).
Por otra parte está probado que todas las logias masónicas desde Dolores (Méjico) hasta el Río de la Plata (instaladas como consecuencia del Tratado de Utrecht de 1717 en adelante), tenían sus matrices en Irlanda, Inglaterra y los EE. UU. y respondían a las directivas de aquellos Orientes.
Conclusión
Por todo lo expuesto precedentemente, resulta impensable que el Plan Meitland, redactado entre fines de 1799 y buena parte de 1800, fuera aplicable textualmente a una situación existente en 1811, cuando aún faltaban cuatro años para Waterloo. En consecuencia el banco de cerebros al servicio del ente para estatal Compañía de Indias Orientales, y la corona británica propiamente dicha, debieron seguir adecuando este Plan a las contingencias de la situación, pero sin olvidar ni desechar los objetivos estratégicos fijados por el autor.
Por otra parte vemos, en los planes posteriores al de Maitland, ciertas similitudes al de él que me hacen pensar que el Plan Maitland no debió ser tan secreto como es de imaginarse. Por lo menos para aquellos hombres puestos en este trabajo de arrebatar lo ajeno. Además en 1811 el General Maitland estaba vivo y le faltaban 13 años para morirse; de servicio en Ceyland desde hacía cinco años, y casi con seguridad debió ser un elemento de consulta permanente por vía correo. Desconozco si existe un epistolario de Maitland. Pero si existiese, su contenido sería muy valioso para ver cómo fue evolucionando su Plan con el tiempo y todos estos acontecimientos.
La llegada de San Martín a Londres es contingente con la llegada de Maitland de Ceylan. ¿Acaso es esta otra casualidad? El doctor Terragno, por ejemplo, cree que sí. Lo que me hace dudar, porque arriban al mismo puerto el autor del Plan con el que creo fue su ejecutor y que partiría en días más. No podía haber dilaciones, porque la situación de la Revolución de Mayo en el Noroeste se estaba tornando insostenible y por ello a punto de fracasar. Si esto ocurría, habría que barajar y dar de nuevo. Las acciones de los jacobinos Castelli y Monteagudo habían hecho caer a la causa en el más completo descrédito. El pueblo no los acompañaba.
Al llegar a Londres una junta de notables lo habría impuesto de la situación, le darían a conocer el Plan en detalle, le asignarían su misión y le tomarían juramento de muerte. Los detalles que seguramente surgirían debieron ser tratados en forma particular con Maitland y debatidos con la junta.Todo este trámite demandó cuatro meses.
LAS AMISTADES INGLESAS EN EL ANÁLISIS DEL PLAN (¿UNA ROSCA FENOMENAL, ASOCIACIÓN ILÍCITA O BANDA CRIMINAL?)
El estudio sobre las amistades inglesas
Para hacer más claro y didáctico este estudio sobre las amistades sanmartinianas en Inglaterra, antes y después de su llegada al Río de la Plata, lo he dividido en tres partes, a saber:
- Los enlaces Peninsulares
- Los vínculos londinenses
- Las relaciones británicas en Sudamérica
- Los lazos masónicos
Dejo de lado en esta oportunidad lo que ya hiciera, a modo de adelanto en el primero de estos artículos, donde he citado una puñado de Oficiales Superiores, Jefes, Oficiales, Unidades y Subunidades que tomaron parte en las invasiones inglesas a Buenos Aires en 1806 y 1807 y que, con razonable certeza, al pasar a la Península, debieron ser conocidos por San Martín durante la llamada por los españoles Guerra de la Independencia. Me aboco entonces al estudio (como elementos de consulta el lector puede ampliar estos acápites en Juan Bautista Sesean, San Martín y la tercera invasión inglesa, Cap. IX, pp. 103 y ss., y en el doctor Rodolfo H. Terragno Op. cit.).
Para hacer más claro y didáctico este estudio sobre las amistades sanmartinianas en Inglaterra, antes y después de su llegada al Río de la Plata, lo he dividido en tres partes, a saber:
- Los enlaces Peninsulares
- Los vínculos londinenses
- Las relaciones británicas en Sudamérica
- Los lazos masónicos
Dejo de lado en esta oportunidad lo que ya hiciera, a modo de adelanto en el primero de estos artículos, donde he citado una puñado de Oficiales Superiores, Jefes, Oficiales, Unidades y Subunidades que tomaron parte en las invasiones inglesas a Buenos Aires en 1806 y 1807 y que, con razonable certeza, al pasar a la Península, debieron ser conocidos por San Martín durante la llamada por los españoles Guerra de la Independencia. Me aboco entonces al estudio (como elementos de consulta el lector puede ampliar estos acápites en Juan Bautista Sesean, San Martín y la tercera invasión inglesa, Cap. IX, pp. 103 y ss., y en el doctor Rodolfo H. Terragno Op. cit.).
Los enlaces peninsulares
- James Duff (más tarde cuarto Conde de Fife): Este escocés (y masón, como casi todos los que formaron los elencos gubernativos que hemos visto, incluidos el rey Jorge III y su hijo Jorge IV), jugó un papel relevante en dos direcciones: la primera, que conjeturo no debió ser muy difícil: el convencer a San Martín para que formase parte como ejecutor del Plan ya completamente remozado por los acontecimientos sucedidos en la década 1801-1811; y, la segunda, que se me ocurre mucho más difícil: convencer al Príncipe Regente, y luego al Primer Ministro inglés y a sus allegados imbuidos de la idea, por cuanto habían trabajado en ella por años, que el hombre, el elegido para ejecutar el Plan dormido desde 1801 a una distancia de 12.000 Km, debía ser San Martín y no otro. En extrema síntesis: sería pensar que el Plan Maitland se llevaría a la práctica por un español americano, o como muchos autores lo han dicho lisa y llanamente, un español, que es más lo adecuado, por cuanto el nacimiento de San Martín en América fue completamente accidental, y él mismo se encargó de demostrar que así era y no de otra forma. No me diga el lector que esta maquinación, a simple vista y siendo un lego, no tiene el viso de ser cabalmente descabellada. Sin embargo todo indica que las cosas ocurrieron así.
En consecuencia no está de más señalar ya dos cosas: el alto peso específico que debió tener Duff en Londres para que se aceptase su propuesta (aunque desconozco con cuántos reparos, que evidentemente después se disiparon, por serles el sujeto antepuesto completamente desconocido, aunque sus referentes, incluido Wellington operando en España, gozasen de excelentes conceptos en el Parlamento y la Corte), y cuáles fueron las dotes que este ducho británico vio en San Martín para que resultase el candidato elegido, dado que su foja de servicios lo hace un militar del más completo término medio.
Muchos biógrafos de San Martín fueron militares contemporáneos nuestros. Gente ilustrada, honesta y bien intencionada. Sin embargo ninguno, siendo de la profesión, ha reparado en este detalle significativo. San Martín llegó al Río de la Plata llevando en la mochila lo que se llamaba la Escuela de Regimiento. No se conocen sus estudios superiores en el arte de la guerra, o de haber revistado por cierto tiempo en algún Estado Mayor donde, aunque más no sea a los golpes, pudo aprender algo sobre su funcionamiento. Que no es nada del otro mundo, pero que tiene sus bemoles, como es el caso concreto del funcionamiento de la logística.
Pero la Escuela de Regimiento era la que manejaba la Táctica Inferior. No digo la Táctica Superior que ya tiene cierta complejidad y le da algún vuelo, aunque de perdiz, al individuo. ¿Acaso escogieron a un hombre, entre cientos que habría de igual medianía, que nunca pudo pasar de lo más rudimentario de la milicia: ser un ejecutor, para que maneje un Plan Estratégico en un Subcontinente? Sin desmerecer a nadie digo, que es como pensar que un enfermero pasó, por arte de birlibirloque, a Director de un Hospital; que un mecánico por adacadabra se transformó en Ingeniero Jefe; o que un albañil devino en Arquitecto que construirá una torre de 60 pisos. No. Evidentemente en este asunto hay cosas que no encajan, si no se explican a través de la masonería, la única capaz de hacer en aquellos tiempos, y hoy mismo, travesuras como estas.
“Una explicación para este asombroso abandono de lealtad de parte de un soldado que había jurado fidelidad a España –dice sorprendido el historiador inglés J. C. Metford-, es que San Martín fue impulsado al movimiento independentista hispanoamericano por simpatizantes británicos, y que fue reclutado merced a James Duff.” Como se ve no soy en único que se pasma por este entresijo.
De cualquier forma es un hecho que Duff, un británico que estaba al servicio de España de antes de la iniciación de la guerra peninsular (1808), y que seguramente haría tareas de espionaje, fue quien ayudó a San Martín para salir de España vía Gibraltar, con un pasaporte a Londres y un lugar en un buque de guerra surto en la rada para su rápido traslado. Fue también Duff quien le dio las cartas de presentación y letras de crédito que, según los historiadores, el prócer no habría usado.
Años más tarde, cuando San Martín regresó a Inglaterra (1824), fue este Duff quien lo recibió, lo alojó por unos días en Duff House, ciudad de Banff (unos 50 Km al norte de Aberdeen), al norte de Escocia, e hizo que se lo nombrase ciudadano honorable de Banff. Título que en realidad no nos dice nada, si es que no sabemos que a este título se lo otorgaron a personalidades como Canning unos doce años antes.
Duff tenía estrecha relación desde su infancia con el Príncipe Regente, Jorge IV (el padre de éste, Jorge III, había sido declarado demente en 1810 y moriría así 10 años después). En España Duff había trabado buenas relaciones con el General Wellesley (enseguida Lord Wellington) quien fuera “consultado en diversas oportunidades por los ministros de Su Majestad –dice el doctor Terragno-, sobre todo por Lord Castlereagh, acerca de los modos de atacar las posesiones coloniales de España. Hay más de un memorial de Wellesley sobre la materia”, a partir de 1806, agrego de puro metido. Con un ejemplo se verá mejor la injerencia de este individuo en la materia: el 12 de noviembre de 1806 parte Craufurd de Cork. Al embarcarse el Regimiento 88º, componente de la última expedición, lo despide el Comandante de la Región, el recientemente ascendido General Wellesley, con una arenga que concluía diciendo: “Pluguiera a Dios que también fuera yo con ustedes” (Carlos Roberts, Las invasiones inglesas del Río de la Plata (1806-1807), pág. 188).
Por otro lado Duff estaba vinculado a Jefes y Oficiales británicos que habían participado activamente en los planes para separar Hispanoamérica de España. Sin ir muy lejos, su hermano, el general Sir Alexander Duff, había comandado el Regimiento 88º durante la ocupación a Buenos Aires en 1806. Otro amigo de Duff desde la niñez, Sir Samuel Ford Whittingham, había tomado parte del segundo intento de tomar Buenos Aires (1807). - Samuel Ford Whittingham (después Sir): Participó en la Batalla de Bailén junto con San Martín (derrota del General Dupont, el 20 de julio de 1808 y capitulación el 23; la fuerza expedicionaria inglesa aún no había desembarcado en la Península; lo haría recién el 1º de agosto en la Bahía de Mondego, cerca de Puerto Figheira, Portugal a la espera del General Spencer que venía de Cádiz). Veinte días después, el 11 de agosto, la Junta de Sevilla, por intermedio de su presidente, don Francisco de Saavedra puso en conocimiento de ambos que habían sido ascendidos al grado inmediato superior: Whittingham a Coronel y San Martín a Teniente Coronel (José P. Otero Y Mitre no especifican el arma; Terragno dice que de Caballería). Un poco más adelante, en el mes de septiembre, estando estos dos Jefes en Madrid, se les otorgó la medalla que se mandó a acuñar para premiar a los vencedores.
Por estos dos hechos, el ascenso y la medalla, el General Marqués de Coupigny le hizo llegar una esquela a San Martín felicitándolo (Archivo de San Martín, Tomo I, pág. 111). De su lectura surge, y al parecer, que tanto los ascensos y la medalla que recibieron, no fueron entregados a estos dos por una acción personal y heroica, brillante o decisiva ocurrida en la acción de Bailén, sino que fue concedida como premio a todos los que participaron en ella, de General a soldado, hecho que se condice más con el júbilo por el triunfo que exuda la Gaceta Ministerial de Sevilla de fecha 23 de julio. Además quede claro que una medalla no es una condecoración. Es como una constancia de que en tal o cual hecho de armas estuvo presente. Pues bien: San Martín, por Bailén solamente recibió (no obtuvo que es distinto) una medalla de la Junta sevillana.
Dicen los historiadores que Bailén reviste una importancia tal que sin ella Wellesley nunca hubiese llegado a ser el Duque de Wellington. Es posible, porque Wellington se movería desde Mondego y en el resto de la campaña, con una lentitud tal que resulta sumamente sospechosa, si es que nos atenemos a su personalidad. Nadie, como siempre, ha explicado esto.
Dice Mitre que San Martín como Capitán revistaba en el Regimiento de Voluntarios de Campo Mayor y como tal combatió en Bailén. Pero el español Carlos Mendoza (Las Batallas del Siglo XIX, Tomo I, pág. 176) asegura que el R. Voluntarios de Campo Mayor pertenecía a la reserva del Orden de Batalla del General en Jefe Francisco Javier Castaños (enseguida Conde de Bailén), juntamente con el R. Valencia, Tiradores de África, Granaderos de la Guardia Real, Provinciales de Zaragoza, Burgos y Cantabria; Caballería del Príncipe, Pavía y Sagunto, un Escuadrón de Carmona, Carabineros del Reino, 150 suizos, zapadores y una pieza de artillería. En esta acción no fue necesaria la intervención de la reserva, por lo que se puede decir que el R. de Infantería Ligera Voluntarios de Campo Mayor no combatió. Digo entonces, y en consecuencia, que San Martín tampoco. Estuvieron, nada más, bajo el solazo andaluz de julio que casi los mata.
Sin embargo, José Pacífico Otero (Historia del Libertador don José de San Martín, Tomo I, Cap. VII, pp. 134 a 136), dice que Mitre estaba equivocado (y de hecho el español Mendoza también), porque San Martín habría combatido con el grado de Capitán en el Regimiento de Caballería de Borbón, de destacada actuación en la batalla, y perteneciente a la División del General Coupigny. Acto seguido agrega Otero que esto “está sobradamente fundado”, pero no dice una palabra de dónde lo sacó para cimentarse, así como que San Martín fue “actor de primera fila en este hecho de armas” (la toma de las Alturas de Bailén). Pero esto último ya es de propia cosecha: porque no se anima a decir que “está sobradamente probado”, como en el caso anterior, ni mucho menos de dónde lo obtuvo. Y si el maestro Jauretche decía que Julio Jorge Nelson era la viuda de Gardel, yo digo que José Pacífico Otero era la viuda de San Martín. Única forma de explicar las cosas que dice y los pensamientos que tiene. Otero es el hombre que pensaba demasiado.
Como sobre esto se pueden escribir una media docena más de versiones, solamente me atrevo a decir, siempre muy humildemente ante tanta enjundia, que no alcanzo a comprender cómo un Capitán antiguo de la Infantería (en la copia de su Legajo Personal -Archivo Militar de Segovia-, figura hasta el 31 de diciembre de 1804 como Capitán Segundo recién ascendido, con 15 años, 9 meses y 10 días de antigüedad en esa arma), de la noche a la mañana aparece como Capitán de Caballería manejando un escuadrón en primera línea. Sin embargo soy de los que cree en los milagros. Aquí tiene uno para que se entretenga el lector matando el tedio con los amigos con una garnacha dominguera. Pero como puedo quedarme corto, para que no se aburran les mando un nuevo prodigio: a fines de 1804 era Capitán recién ascendido en España; en agosto de 1808, Teniente Coronel y, al llegar al Río de la Plata (1812), en meses Coronel y trascartón General. Un verdadero meteorito militar. En España no había podido pasar de Teniente Coronel. - Whittingham, que casi lo he olvidado, integró la fuerza comandada por Craufurd que llegó a Montevideo en junio de 1807, ciudad que había sido capturada por su tocayo, Samuel Auchmuty. En la tentativa por recuperar Buenos Aires fue ayudante del General Whitelocke. Tras este fracaso volvió a Inglaterra. De allí pasó a España para encontrarse a fines de julio en Bailén. ¿Cómo habrá hecho este pie ligero? Es que Bailén está muy cerca de Cádiz; y Cádiz se encuentra, paredón de por medio, unida a Gibraltar; Gibraltar es inglesa; y Whittingham era inglés.
- William Carr Beresford (después elevado a la dignidad de Lord): Fue prisionero de los criollos después de la Reconquista de Buenos Aires. Se escapó con la ayuda de Saturnino Rodríguez Peña y del Altoperuano (antes se les decía así a los bolivianos) Aniceto Padilla. Fuga que, por la cantidad de evadidos de Luján (no piense el lector que fue el escape de cuatro o cinco malhechores; no, fueron cientos), nunca fue debidamente explicada y creo firmemente que la lista de implicados debió ser tan grande como la de los evadidos.
El hermano de Saturnino, Nicolás Rodríguez Peña, se convertiría en el amigo de San Martín en el Plata (San Martín en su primer testamento lo nombra como “el señor Peña”). Por esta causa don Saturnino, masón desde sus mocedades (iniciado en Cuba, antro formidable de la masonería española y americana desde los tiempos de Washington -junto con el venezolano Francisco de Miranda y el francés Lafayette- en Saratoga y, por supuesto al servicio de Su Majestad Británica), recibiría una asignación del General Whitelocke y una pensión perpetua de Su Majestad Británica. Inglaterra jamás olvida a los cachorritos que con su lengua le lustran los zapatos. Y en estas playas Inglaterra ha tenido jaurías de cachorritos y otro tanto de cachorrazos, capaces de matar a la madre enferma de artritis y en el día del cumpleaños.
El 16 de mayo de 1811, tanto San Martín como Duff tomarían parte de la batalla de Albuera a las órdenes de Beresford. Un mes más tarde, Beresford condujo el segundo sitio de Badajoz, y otra vez la casualidad los encontró juntos a los tres. Pero esta fue la última acción en que participó San Martín en la guerra peninsular: se retiró inmediatamente el sábado 14 de septiembre de 1811, embarcándose en el buque inglés que lo llevaría a Londres.
Cuando San Martín abandona España se habían cumplido cuatro años de guerra y su situación era de entera desolación. “Devorábanse –dice Lafuente-, y aún se disputaban los tronchos de berza y aun las yerbas que en los tiempos comunes ni si quiera se daban a los animales. Hormigueaban los pobres por las calles, plazas y caminos, y eran pobres hasta los que ocupaban puestos decentes y empleados regulares del Estado. La miseria se veía retratada en los rostros; en el interior de las familias antes acomodadas pasaban escenas dolorosas que partían las entrañas; en las calles se veían andar como ahilados y a veces caer desfallecidos niños, mujeres, hombres. La capital misma presentaba un aspecto acaso más horrible que cualquiera otra población, y un escritor afirma haber sido tal la mortandad, que desde septiembre de 1811 (la fecha que estamos tratando) hasta julio de 1812 (San Martín ya de novio en Buenos Aires bailando el Minué en la Casa de los Escalada y con la Lautaro caminando), se enterraron en Madrid unos 20.000 cadáveres. Secuelas inevitables de las guerras son estas plagas: el hambre, la peste, sin que pueda decirse que los progresos de los tiempos hayan hecho imposible su reparación, antes bien, dada la centralización de los capitales, de la industria y el comercio, han de resentirse todavía más fácilmente los pueblos que cuando estaban mejor repartidas dichas profesiones y maneras de vivir.” Para completar el cuadro dantesco que ofrecía España en ese momento véanse las Memorias de un setentón, de don Mesoneros Romanos.
En estas condiciones deja San Martín a la España paralítica que le había dado todo lo que en ese momento él era. En este ambiente de catástrofe deja San Martín a doña Gregoria Matorras, su madre, también paralítica y postrada por la enfermedad, la que le había dado la vida, con la única compañía de su hermana Helena (su segunda madre) completamente desvalida. Ni siquiera se despidió de ellas o les dejó algunas letras de las que le había dado Duff para que sobrenaden en aquella desgracia. Nada. Prefirió devolverlas en Londres. Al poco tiempo moriría doña Gregoria. ¿Le habrá interesado la muerte de su madre? No sé. Porque la muerte de España le interesó bien poco y es posible que haya rezado para que ocurra. Nunca más volvería a España. Como jamás volvería a pisar la tierra donde se meció su cuna: el Río de la Plata.
Este hombre, “el Templario de la Masonería” como lo llama Jean Lombard (La cara oculta de la historia moderna), ¿acaso alguna vez habrá amado a alguien o querido algo? No digo una persona. No. Pero tal vez un perro, quizá un gato, a lo mejor un osito de peluche o un par de alpargatas. Porque mujeres no. Eso si que no. En 70 años, estuvo casado 12; de los 12 permaneció con su mujer 2 años y medio, y Remedios se murió en la quinta de San Isidro sin verlo ni llamarlo. Don Arturo Capdevila, siempre indulgente decía que había un epistolario entre estos esposos cursado en esos últimos días. Nunca lo mostraron arguyendo que son papeles privados de familia. Y digo: mejor así, que no lo muestren. Cuente el lector los años que mencioné antes si tiene dudas: es un trabajo interesante ¿Y el resto? Porque mire el lector que es largo el tirón para andarlo al tranco y descalzo. ¿Cómo habrá hecho? Como a esto no lo entiendo no digo ni agrego nada más. Aunque ganas no me faltan y piolín para este barrilete tengo de sobra. Pero no. Mi abuela decía que debía ser juicioso y me daba a leer la vida de los santos. Y me hermano, que es peronacho del ’45, siempre me lo recuerda. Les voy a hacer caso en esta ocasión. - Robert Craufurd: Este Craufurd fue colega de Maitland en el Parlamento. Peleó en España desde 1809 hasta 1812. Antes había participado en la invasión de Buenos Aires.
- Sir David Baird: Luchó en la India en el mismo tiempo que Maitland. Participó en la primera invasión de Buenos Aires al mando de una brigada. Luego formó parte del ejército inglés que enfrentó a Napoleón en España.
- Sir Charles Stuart: Diplomático británico amigo personal de Duff que prestaba servicios en España. Fue quien le otorgó el pasaporte a San Martín en 1811. Era, junto con Beresford, miembro de la regencia portuguesa.
Los vínculos londinenses
- George Canning: Como se recordará se lo llamaba “El heredero de Dundas”. El había jugado un papel protagónico en todo el proyecto oficial relativo a Hispanoamérica. Duff estaba vinculado a él. Recordamos que este personaje recibió en 1812 (poco después de la partida al Río de la Plata en la fragata que, precisamente, se llamaba George Canning), el título de ciudadano honorario de Banff, la pequeña ciudad del norte escocés que, en realidad era, un feudo de los Duff. Es decir, el mismo título que recibiría 12 años más tarde San Martín al regresar a Gran Bretaña.
En el año que nos ocupa, 1811, Canning era miembro del Parlamento desde 1794 y consejero privado de la Corona junto con Maitland. Once años antes, cuando Maitland escribió su Plan, Canning, amigo personal de Dundas, era miembro de la Junta de Contralor. Canning fue uno de los más fervorosos partidarios de la independencia de Hispanoamérica (considerada por él esencial para el interés británico). Finalmente Canning fue Canciller entre 1807 y 1809 por recomendación de Wellesley. - Lord Castlereagh: Fue presidente de la Junta de Contralos (1802-1806) y secretario de Estado de Guerra y Colonias (1807-1809). Castlereagh coincidía con Dundas acerca del modo de llevar a cabo un ataque sobre Sudamérica. En una carta al propio Dundas (entonces Primer Lord del Almirantazgo con el nombre de Melville), Castlereagh le confesaba en 1808: “la cuestión de separar a las Provincias Hispanoamericanas de España, que por tanto tiempo ha ocupado vuestra mente (…) nunca ha cesado de ser el objeto de mi más ferviente atención.” En otra ocasión, Castlereagh había escrito: “La liberación de Hispanoamérica debe ser alcanzada a través del deseo y los esfuerzos de sus habitantes, pero el cambio sólo podrá operarse bajo la protección y con el apoyo de una fuerza auxiliadora británica.”
- Robert Saunders Dundas: Segundo Vizconde de Melville. Dundas (su padre), murió el 28 de mayo de 1811, pocos meses antes de la llegada de San Martín a Londres. Su único hijo, Robert Saunders, había sido secretario privado de su padre entre 1749 y 1801, incluyendo el período cuando Maitland le presentó su Plan a Dundas. Por otra parte, en ese mismo período Robert Saunders había sido colega de su padre y del propio Maitland en el Parlamento. Los tres eran escoceses. Robert fue masón como Duff. En 1811, Robert Saunders Dundas era presidente de la Junta de Contralor: un puesto para el cual había sido nombrado el 6 de abril de 1807 y, otra vez, el 13 de noviembre de 1809.
- Sir Home Riggs Popham: Popham y Beresford –superior de San Martín en la Península- habían lanzado el ataque sobre el Río de la Plata en 1806. Popham estaba en Londres en 1811 y había asesorado al gobierno británico más estrechamente vinculado a Miranda.
- Thomas A. Cochrane (más adelante Conde de Dundoland): En 1806 ayudó a Miranda en las Indias Occidentales, cuando el venezolano (perpetuo consultor del gobierno británico) planeaba su fallido desembarco en Venezuela. Como Maitland, Cochrane era escocés, marino, miembro del Parlamento (desde 1806) y hombre interesado en la expansión de Inglaterra. Un pariente de Maitland, sir Frederick Lewis Maitland, fue enviado en 1809 en auxilio de Cochrane que libraba una batalla decisiva contra la flota napoleónica en Aix. El mismo Maitland había servido anteriormente bajo las órdenes de George Duff, pariente del amigo de San Martín.
En 1817, después de que San Martín tomara el control sobre Chile, envió a José Álvarez Condarco a Londres, a fin de contratar un jefe para la flota que debía llevar al ejército libertador a Perú. Álvarez Condarco contrató a Cochane. - Sir John Coxe Hippisley: El hombre que le pidió a Maitland que elaborase un plan para tomar Sudamérica. En 1811 Hippisley era miembro del Parlamento.
- Sir Thomas Maitland: Cuando San Martín llega a Londres en calidad de “desertor-autorizado-fugitivo-acreditado” (en verdad no sé cómo llamar a la situación de don José Francisco), Maitland lo hace tras cinco años de servicios como Teniente General y Comandante en Jefe de Ceyland. Digo: una feliz coincidencia, que la suerte (Su Graciosa Majestad o Satanás) haya podido reunir en el mismo lugar a dos hombres tan singulares en esta historia. ¡Pero, qué casualidad! Maitland retenía el cargo de Consejero Privado de la Corona para el cual había sido designado el 8 de abril de 1807, es decir, poco antes de partir para Ceyland (hoy República de Sri Lanka, isla al SE de la India).
Las relaciones británicas en Sudamérica
Aún después de dejar Inglaterra, pero antes de iniciar su campaña continental, es probable que San Martín haya recibido y expedido información relativa a la actualización de los planes británicos sobre Hispanoamércica. En Tucumán, tenía por médico al doctor William Colisberry, natural de Filadelfia, en el estado de Pensinvania, Estados Unidos de América (Damián Hudson, Revista de Buenos Aires, Tomo IX, pág. 189), que lo acompañó a Córdoba donde fue a dar por su misteriosa dolencia aparecida sorpresivamente en el invierno de 1814 (J. M. Paz, Memorias), y de allí siguió al prócer a Mendoza donde se radicó hasta 1838. En Córdoba San Martín conoció a otro inglés, James Paroissien, quien sería su Ayudante de Campo y a quien haría General peruano.
Ya en el Ejército de los Andes, el Libertador contó además con los servicios del General William Miller, un masón de fuste que intervino en las invasiones inglesas y que luego había peleado en la Península Ibérica bajo el mando directo de Wellington hasta por lo menos 1814, año en que abandonó España para reaparecer en Chile nueve años después. Este Miller, después biógrafo de San Martín en Inglaterra, fue el comandante de la Infantería de Marina que actuó a las órdenes de Cochrane.
Hablando de Cochrane, recuerdo que todos los comandantes de la escuadra sanmartiniana fueron súbditos ingleses: Willinson, que había estado prestando servicios en el ejército de la Compañía de Indias Orientales, era el Capitán del navío San Martín. Igualmente el Capitán Robert Foster tenía a cargo el Independencia. El Capitán Guise comandaba el Valdivia; el Subteniente J. Topoker mandaba en el Galvarino; el Subteniente T. Sackeville Crosbie era responsable del O’Higgins; Casey dirigía el Chacabuco; el Subteniente Carter disponía en el Araucano; Young gobernaba el Montezuma; Cobbet encaminaba el Potrillo; el Subteniente James Esconde estaba a cargo del Valdivia. El Comisario y Juez de la flota era el Sobregargo Henry Dean.
Hago dos aclaraciones antes de seguir; la primera: todos estos buques pertenecían a la Compañía de Indias Orientales y fueron rebautizados con estos nombres al llegar a Santiago de Chile, y la segunda: todos los oficiales que he citado también pertenecían al ejército de este fabuloso ente paraestatal. Es decir que esta fase del Plan Maitland, el traslado hasta el Perú, se cumplió tal cual lo había previsto su creador en aquel lejano año de 1801.
En Buenos Aires, San Martín so pretexto de una visita a su familia, se mantuvo en contacto con el Comodoro William Bowles, Comandante en Jefe de la Estación Sudamericana de la Armada Real, a quien el Libertador confió sus planes y problemas. En una de estas conversaciones San Martín sugirió a Bowles que Gran Bretaña enviase buques de guerra a la costa peruana, a fin de ejercer una oportuna intimidación, al tiempo que el Ejército Libertador avanzaba por tierra, con la promesa de la apertura de los puertos peruanos al comercio inglés.
En 1818, San Martín gestionó a través de Bowlws la mediación de Gran Bretaña en la lucha de las antiguas colonias contra España. Fue así que convenció a O’Higgins para dirigir, en su condición de Jefe del Estado Chileno, una carta con este motivo al Príncipe Regente (después Jorge IV de Inglaterra). El propio Libertador dirigió una carta de similar tenor a Castlereagh (12 de enero de 1818). Por lo demás, San Martín informó a Bowles que el agente del gobierno chileno en Londres, Antonio José de Irisarri, estaba facultado para ofrecer a Gran Bretaña la cesión de la isla Chiloé y el Puerto de Valdivia, así como una sustancial reducción de derechos para todos los buques británicos durante 30 años, a cambio de la asistencia militar. San Martín agregó que un Príncipe de la familia real británica sería bienvenido como monarca sudamericano, a condición de que la monarquía a establecer fuere de orden constitucional.
San Martín también mantuvo contactos con John Parish Robertson, un escocés llegado “por casualidad” durante las invasiones inglesas y que después se supo era agente secreto del Foreing Office. San Martín invitó a este inglés a que presenciara el combate de San Lorenzo (3 de febrero de 1813); la descripción que hace J. P. Otero sobre este hecho es altamente patética (op. cit. Tomo I, Cap. XI, pp. 219 y ss.), sin embargo nadie a reparado en ello. Más adelante y por disposición del prócer Parish Robertson sería el representante del Perú en Londres, para la gestión de un préstamo en el que intervino San Martín -1824 (ya residente en la isla en su “ostracismo”), mientras Rivadavia (según los historiadores enemigo acérrimo del prócer), hacía lo mismo pero para el Río de la Plata; ante la Casa Baring Brothers, una filial junto con la Hullet Brothers de la Banca Rothschild. De manera que tenemos por aquí: a San Martín y su mortal enemigo Rivadavia, juntos en la empresa de endeudar a las nacientes repúblicas sudamericanas. Un dato más: por este préstamo el Perú fue la primera de todas las naciones endeudadas que entró en cesación de pagos (hoy los lacayos del imperialismo lo llamarían “default” y al pago leonino de la usura “compromisos impostergables de la nación”). En plena guerra contra el Imperio del Brasil, Argentina debió vender (1826) sus dos mejores buques de guerra para pagar una de las cuotas contraídas “por el más grande hombre –según Mitre- de la tierra de los argentinos”, que naturalmente era Rivadavia.
Años después de la Gesta Libertadora, el Libertador le confió a su hermano Justo (entonces Coronel del Ejército Español, de una trayectoria muy parecida a la de nuestro prócer al lado de los ingleses, pero muy cerca de Wellington) que “de no haber sido por los esfuerzos del gobierno británico él no habría podido hacer lo que hizo en Sudamérica.” Me quedan pendientes Los lazos masónicos.
LOS ENLACES MASÓNICOS
“No olvidar nunca que cuando es preciso unir estrechamente, mejor dicho, regimentar elementos populares que no pueden subordinarse a un régimen enteramente militar, por tratarse de personas que por su condición civil no pertenecen a ninguna fuerza armada, donde la disciplina es la base principal, no hay ni puede existir una organización más perfecta que la ofrecida por la Masonería.” (Antonio R. Zúñiga, La Logia Lautaro, Instrucciones de Francisco de Miranda a la Lautaro, Cap. X, pág. 151, Ed. Strach, Bs. As. 1922).
Advertencia al lector
Recuerdo al lector que esta parte, con el subtitulado Los enlaces masónicos, había quedado pendiente al final del Plan Maitland que les enviara no hace mucho. Y advertido que fue esto, me aboco al tema sin más exordio, antes de que se vayan las ganas mías y las del lector también.
La masonería operativa y la masonería filosófica
No creo necesario comenzar esto de los enlaces masónicos historiando a la Masonería como lo han hecho unos cuantos autores. Soy un convencido de que la mayoría de los lectores tienen una idea más o menos formada sobre la secta satánica. Podrá haber, no lo niego, quienes inocentemente no sepan de qué se trata. Pues bien, a ellos los aliento diciéndoles que, a nivel mundial, se han escrito alrededor de 12.000 libros sobre este tema escabroso. De ellos, no menos del 70% hablan y comentan fundamentadamente en su contra, otros no tanto; y alrededor de un 30% de aquel conjunto los defiende, al hacerlos parecer inofensivos gatitos de talla, como aquel de Corrientes 3411, segundo piso ascensor, no hay portero ni vecinos (el lugar era un cotorro) hecho de porcelana para que le maúlle al amor, según el viejo tango de meta y ponga.
A partir del 24 de junio (equinoccio –iguales noches- de invierno en el hemisferio sur y de verano en el Boreal, hoy celebrado como Día de la Masonería Universal), de 1717 se produce una escisión en la Masonería. Mejor dicho: desaparecería una y nacería otra, o bien que de las dos hicieron una que es lo más probable. Recuerdo que por aquel entonces habían sido vencidos definitivamente los Estuardos.
La que lentamente se esfumaría en los vapores matinales de principios del Siglo XVIII, es la masonería llamada operativa, constructiva o corporativa, formada por los gremios de operarios, talladores, canteros y auténticos constructores, que sufrieron infiltraciones póstumas de los que se llamaron masones aceptados. Y tal nombre les viene porque no eran albañiles o picapedreros, sino médicos, abogados, militares, maestros, jueces, burgueses enriquecidos, sibaritas feminoides devenidos en intelectuales, sujetos provenientes de la nobleza, etc.
La que nacería en aquella fecha, bajo la protección del rey Jorge II de Inglaterra y la presidencia del médico calvinista y refugiado francés Teófilo Désaguliers (predicador de la corte), es la masonería invocada como doctrinaria, filosófica o especulativa: que es la que hoy en día no existe rincón del Planeta que no la padezca. Francisco de Miranda al organizar sus logias llamaba a esta masonería como política. De cualquier manera el origen de la secta es incierto y muy difícil de probar (Diccionario Enciclopédico de la Masonería, Bs. As. 1947).
Dice Juan Caprile (en Revista Civilità Católica, 1957 y 1958) que “ambas masonerías son, por lo tanto, dos organismos diversos, nada afines con sus objetos, si bien análogos en sus reglamentos y en su organización.”
Aunque en verdad parecería ser que la fecha de su aparición formal fue en 1723, cuando el Pastor Presbiteriano Jaime Anderson redactó su primera Constitución (Book of constitutions), ampliada y reformada en 1738 y 1746. Pero por otro lado el Diccionario Enciclopédico Abreviado de la Masonería, afirma que “la reforma radical de la masonería moderna se operó en 1641. En tal fecha deja su objetivo material y primitivo y toma el carácter teórico y científico en lugar del manual y práctico, recibiendo a los masones aceptados. El alquimista (astrólogo y anticuario) Elías Ashmole es uno de ellos, admitido en 1646 en la Logia Warrington de Edimburgo.”
Anterior a esta Constitución el rey calvinista Guillermo III había modificado los estatutos, y luego en 1720 se destruyeron todos los documentos de la masonería estuardista, con el fin de eliminar todo rastro de catolicismo y todo vestigio de romanismo, que hasta entonces había sido lo preponderante en la secta. Fue así como, fusionando todas las logias inglesas (cuatro en total) se fundó la Gran Logia de Inglaterra con asiento en Londres en tiempos de Jorge IV.
En el año 1650, Elías Ashmole era quien manejaba las logias rosacrucianas organizadas en Londres, y sus adeptos se reunían en los mismos locales que los masones. Su objetivo principal era “construir el Templo de Slomón, templo ideal de las ciencias”. Estos conventículos estaban, a su vez, fuertemente emparentados con los Hermanos Bohemios. Y dicen que fue Ashmole quien ideó las ceremonias de los grados iniciáticos (en 1641, 1648 y 1649), que son los tres primeros grados masónicos modernos (la llamada Craft Masonery o Masonería Azul); y fue quien escribió los rituales de ellos que son, con pequeñas diferencias, los utilizados en la actualidad.
Rosacruces fueron Martín Lutero y René Descartes, por ejemplo: así lo atestiguan los anillos de sello que ellos usaban con todos los símbolos de los Rosacruz. Así que Lutero, aparte del problema con la monjita Catalina Bora (muy rica en oro la religiosa; buen ojo el de don Martín), que después solucionó casándose con ella para dejarse de andar siempre más turbado que el día anterior, también por las noches golpeaba la vela y usaba el mandil en el tabernáculo inventado por los ingleses. Lo que se dice una bellecita. Pero de allí a decir que luterano tiene una parte de lútero y otra del ano, no. Eso no me consta. Más aún: me parece una grosería de un mal educado como decía mi tía Clarisa que me daba clases de castellano.
En la Inglaterra de nuestros días, la Masonería esta amparada por una ley especial del Parlamento, como Sociedad Secreta, y no sólo es patrocinada por los nobles del reino y la cáfila de turiferarios que la sirven desde adentro y desde afuera del reino, sino que hasta la soberana es patrona de la Institución Real Masónica para Niños. El heredero al trono, el Príncipe de Gales es, a su vez, Gran Maestre de la Gran Logia de Inglaterra y Gran Patrono de la Orden.
La dispersión de las filiales por Europa
Sea como fuere, lo cierto es que, por lo que después se vio, la masonería inglesa comenzó a moverse por el resto de los países de Europa a partir de las fechas que van de 1717 a 1723. Felipe, duque de Wharton de sexo dudoso, célebre por su impiedad y libertinaje, fue elegido Gran Maestre de la Logia de Inglaterra en 1722. Bajos sus auspicios actuaron Anderson y Désaguliers. En 1720 eran 25 las logias fundadas; en 1725 ya llevaban 50, y en 1737 el Príncipe de Gales pertenecía a la Orden (digamos que como ahora). Al mismo tiempo la Gran Logia de Inglaterra creó sus filiales en forma casi simultáneas en: Irlanda, España, Portugal, Bélgica, Alemania, Holanda, Suiza, Dinamarca, Suecia, Rusia, Polonia, Italia, Estados Unidos, India y Africa.
Observe el lector que, en los países donde la Gran Logia creó sus filiales, fueron colonias descubiertas y saquedas sin conmiseración (caso de Irlanda, la India y África, por ejemplo), o encubiertas (caso de Portugal y España) de Inglaterra; aliados (el caso de Rusia, Polonia, Suecia e Italia) para la guerra; o naciones que tuvieron que ver con el famoso equilibrio europeo que inventaron los británicos para justificar sus agresiones; o bien que su posición geopolítica las hacía indispensables a los fines de la dominación inglesa en el continente (casos de Bélgica, Holanda y Dinamarca). Porque geopolíticamente hablando los Países Bajos son a Europa lo que Israel es a la Media Luna de las Tierras Fértiles. Quien tenga estos puntos, maneja el resto con solo mover un dedo. Funcionan en la tierra como los estrechos en el mar. Por eso el Señor de Israel, que de geopolítica sabía un montón, le dio a sus preferidos esas tierras y no el Líbano, Siria o el Irán, por ejemplo.
De manera que los primeros pasos que dio la masonería fuera de Inglaterra fue como poderosa herramienta de dominación disfrazada de filantrópica y otras mojigangas. De forma tal que la Gran Logia de Inglaterra y la Tercera Orden de la Iglesia Anglicana vinieron a ser, y antes que todos, la columna vertebral del Imperio Británico. Y las dos organizaciones fueron y son manejadas por Su Majestad, para que nadie se equivoque. Hoy por doña Isabel II, casi momificada la pobre y martirizada por artritis reumatoidea, que aparentemente la usan para los desfiles, el protocolo y las estampillas. Mire don lector: en la Mancomunidad Británica no hay un solo cabello que se caiga de alguna cabeza, ni brizna de pasto que se corte, que no esté autorizado por ella. Es muy sencillo esto.
Aparece la voz de los Papas
A veinte años de haber sido fundada oficialmente la secta masónica en Londres, el Papa Clemente XII, en su encíclica In eminenti del 28 de abril de 1738, condenó y prohibió para siempre a las sociedades masónicas, como “perniciosas para la seguridad de los estados y la salvación de las almas”; fulminando contra ellas la excomunión mayor, y ordenando a los obispos que procediesen contra sus adeptos como si se tratase de verdaderos herejes, “enemigos de la seguridad pública”, pues “corrompen los corazones de los hombres sencillos y los traspasan con dardos envenenados (…) Después de haber reflexionado con madurez y de haber adquirido en este punto una completa certeza –agrega el Papa-, hemos decidido, por justos y razonables motivos, condenar y prohibir las dichas sociedades, reuniones y asociaciones constituidas con el nombre de francmasonería o con cualquier otra denominación.”
“Bajo las afectadas apariencias de una natural probidad que se exige a los masones y con la cual se contentan –dice inclemente Clemente XII-, han establecido ciertas leyes y estatutos que atan mutuamente; pero como el crimen se descubre por sí mismo, estas reuniones se han hecho sospechosas para los fieles. Y si todo hombre honrado considera el hecho de estar afiliado a ellas, como un signo inequívoco de perversión (…) Si sus principios fuesen puros no buscarían con tanto cuidado la sombra y el misterio.”
En verdad, lo que hizo Clemente XII, fue asociarse al clamor de los reinos y de sus pueblos. En efecto: antes que él, la masonería había sido prohibida y perseguida en Holanda (1735, un año después de su establecimiento en aquel reino), en Hamburgo, Suecia y Ginebra, también en 1735. Las logias de Zúrich, Berna, España, Portugal, Italia y Polonia fueron clausuradas después de aparecida la bula pontificia. A las que se asociaron poco después Baviera, Rusia, Austria y Turquía. Benedicto XIV también la condenó en 1748, es decir 13 años después.
Aparecen las 24 condenas papales por falta de una
En 1935 la prohibió el IIIer. Reich en Alemania; en 1936, Mussolini en Italia, y en 1939 Francisco Franco en España (emitiendo uno de los mejores documentos que existen contra los satanistas). Cabe destacar que las prohibiciones en Alemania e Italia fueron seguidas de violentos allanamientos donde se encontró valiosa información, como por ejemplo planes futuros que la masonería estaba resuelta desatar en distintas naciones (concretamente el caso España de 1936 a 1938), también se explicaban muchos hechos del pasado. El fruto de estos allanamientos fue publicado en millones de ejemplares en versiones en alemán y en italiano. Dicen que hubo ejemplares en castellano traducidos en España. Sin embargo no ha sobrevivido ninguno ni como copia, lo que ya prueba dos cosas: que evidentemente decían la verdad y que los hermanos fueron muy prolijos para hacerlos desaparecer.
Los Pontífices que condenaron a la masonería fueron: Gregorio XVI (1832), Pío IX (en 1846, 1849, 1854, 1859, 1862, 1864, dos veces en 1865, 1869, 1873, 1875 y 1876), León XIII (una serie de documentos que van de 1878 a 1903, 1884, San Pío X (1911); la Congregación del Santo Oficio (1884); el Concilio Plenario Americano (1889); el Código de Derecho Canónico (Canones 684 y 2335 de 1918); Pío XI (1931 y 1932), etc.
De toda esta cascada de condenas por más de 197 años, no cabe duda que el documento más claro y que pinta a la masonería tal cual es, ha sido la encíclica Humanum Genus del Papa León XIII, del 20 de abril de 1884. Nadie, absolutamente nadie puede decir, a partir de la Humanum Genus, que fue engañado por la masonería o que no sabía de qué se trataba. Y hoy en día tiene tanta vigencia como hace 113 años. El dolor de los hermanos tripuntes es que la Humanum Genus es, sencillamente irrebatible. Prometo hacer, pronto, un comentario de ella.
Para terminar con este acápite debo agregar, obligadamente, la íntima conexión entre el comunismo (desaparecido sólo formalmente) condenado por Pío XI, el socialismo marxista y el comunismo (en su versiones leninista, trotskista y enseguida estalinista: todos judíos y todos masones, incluido el Patriarca Marx que era rabino además), condenados por Pío IX y León XIII, que hicieron su irrupción en la historia en 1846 y que se hallan estrechamente vinculados, como lo anunció León XIII y lo confirmó Pío XI, con el filosofismo, el liberalismo económico (obra cumbre del racionalismo Iluminista, con sus dos brazos; uno ejecutor: el capitalismo, y el otro dominador: el imperialismo), y la masonería del Siglo XVIII.
La masonería es una verdadera antigualla
Este dicho es un caballito de batalla que anda suelto con el apero bien cinchado, sin bozal ni nada que lo sujete. Como no me voy a poner a rebatir aquí semejante sandez, reproduciré lo que sigue, que nunca fue desmentido ni rebatido hasta el día de hoy:
“Nada se ha modificado en la legislación de la Iglesia con respecto a la masonería. Los cánones 684 y 2335 se hallan en pleno vigor hoy como ayer. Su bandera de aconfesionalidad, neutralidad y concordia universal, conduce naturalmente a la indiferencia religiosa, es una bandera anticatólica y niega el primado absoluto que se debe dar a la verdad en todos los dominios, especialmente en religión. Los binomios “católico-masón” (traducido a nuestra jerga actual sería funcionario) “católico-comunista” (que debe leerse como progre) son una burla para nosotros que no queremos contaminaciones y que sabemos que no haya nada en el mundo que sea más grande que un cristiano verdadero, sin adjetivos sin aditamentos (cuidadocatólicoscarismáticos, por ejemplo). La Iglesia posee un contenido doctrinal divino que es la revelación de Dios. Sobre tales elementos no pueden existir componendas de ninguna clase (precaución iglesia clandestina de Quilmes) sino tan solo una fidelidad absoluta, una noble y gloriosa intransigencia sobre lo que es verdad divina y conformidad de vida en la revelación (Bergagoglio me parece que te están llamando). Sólo la verdad nos hará libres, no los compromisos ni los hibridismos que deshonran a la razón y que son, además, una ofensa para nuestra fe” (Monseñor Mariano Cordovani, Maestro del Sacro Palacio, en L’Osservatore Romano del 19 de marzo de 1950).
La Masonería Inglesa: una herramienta fenomenal
Cuando Inglaterra desembarca en la Península Ibérica ocupada por Napoleón, quedó atada de pies y manos, respecto de sus ambiciosos planes para separar a España de sus posesiones ultramarinas. Simplemente porque como aliada de España no podía aparecer ante la comunidad europea, aunque en un segundo plano, alentando, favoreciendo o provocando la independencia Hispanoamericana. Si lo hubiese hecho tal vez perdería a todos sus aliados en la lucha contra el Gran Corso y el bloqueo continental se prolongaría indefinidamente. Por otra parte la situación social en la isla, que se acarreaba desde 1790, estaba en 1808 en su punto más álgido (expectativas de vida de un pobre: 25 años; de un rico 50), al extremo de que algunos autores sostienen que se estuvo muy cerca de producirse en Londres una segunda Revolución Francesa. Entonces, ¿qué hacer? ¿Acaso estudiar lo que se venía delineado desde 1780 y llevado a la práctica en 1805, 1806 y 1807? Evidentemente no.
La otra alternativa era dejar en el congelador los planes e ideas pergeñadas hasta que soplasen mejores vientos, entre ellos el Plan Maitland. Sin embargo la guerra, iniciada en Portugal primero y en España después por la invasión napoleónica, amenazaba con ser muy larga, como efectivamente se verificó, por lo que esperar su finalización era otro desatino. A este cuadro siniestro habría de sumársele la presión ejercida sobre la corona por los financistas (usureros) de la City londinense y de los sectores asociados a ellos: los de la producción (entonces deudores morosos de la usura) imposibilitados de vender sus manufacturas (fabricadas a destajo por el maquinismo), se encontraban en situación de quebranto económico ¿Entonces Inglaterra se vio en un callejón si salida? Así hubiese ocurrido de no contar Inglaterra con la más formidable herramienta jamás inventada: la masonería. A ella se le encomendó esta tarea. Tan silenciosa como eficiente.
La masonería, amparada como hoy mismo, en inofensivas ideas de libertad, igualdad y fraternidad, portadora de ideas supranacionales, disfrazado su matiz extra nacional con mil caras, derramada a los cuatro vientos, sin fronteras que la sujeten, censuren o frenen, enemiga acérrima de las ideas de patria y de la religión, luchadora incansable contra las tradiciones de los pueblos, dirigida por cien cabezas (pero que respondían a una sola), y amparada por el más estricto secreto, era el instrumento ideal para prestar asistencia indirecta a los revolucionarios hispanoamericanos. Esto no debió pasar inadvertido a los masones británicos, entre los cuales figuraba a la cabeza, el Príncipe Jorge (Regente por la locura de su padre desde 1810 hasta 1820 y después rey hasta 1830), quien fue el primero, a pesar de ser un tarambana, en manifestar su desacuerdo sobre que Gran Bretaña diese su apoyo formal a las insurrecciones en América Española.
Este Príncipe, el primogénito de Jorge III, luego rey Jorge IV hasta 1830 como acabo de decir, había sido iniciado en la secta satánica en 1787 en la Logia Príncipe de Gales cuando tenía 25 añitos de edad. En 1811 era Gran Maestre de la Moderna Masonería Constitucional Inglesa. Su juventud fue borrascosa y a pesar de llevar una vida prostibularia y de lobizón por las noches, se casó en secreto con una viuda más vieja que la achicoria y a pesar de ser católica: Fitz-Herbert, con la condición de que le pagase todas las deudas que tenía colgadas en las gancheras de las tabernas, bodegones y casas de lenocinio. En 1795, mejorando la puntería, se casó con su joven prima Carolina de Brunswik, que tenía más dinero que la añeja primera esposa, la que también hubo de saldar las deudas del calabacín trotacalles.
Por su parte Duff (solterón de sexo dudoso como todos los que rodearon a San Martín, incluido Wellington que hizo con Catalina Pakenham -1806 en Londres- lo mismo que hiciera el Libertador con Remedios -1812 en Buenos Aires-), el íntimo amigo de San Martín en España y luego en Escocia, fue iniciado en la secta en 1802. A su regreso a la isla fue nombrado Maestro de Culto y en 1814 recibió el cargo de Gran Maestre Encargado de la Gran Logia de Escocia, domiciliada en Edimburgo, cuyo Gran Maestre era, precisamente el Príncipe Regente.
La Masonería Mirandista
Para obtener los objetivos independentistas, de apariencia libertaria (exotérica) y de fondo británicos (esotérico), que se había propuesto Francisco de Miranda (1750-1816), venezolano por nacimiento y General inglés por convencimiento, ninguno de los ritos masónicos existentes, podía ofrecerle mayores ventajas que el llamado entonces Rito Moderno Francés al cual se hallaba afiliado desde 1796, presentado por María José Marqués de La Fayette (1757-1834) el mejor discípulo en Francia del fundador del Iluminismo, Adam Weishaupt (1743-1830), los cuales tres, como se ve fueron, prácticamente, contemporáneos.
Dicho rito masónico consta de cinco grados: tres son simbólicos, aprendiz, compañero y maestro; y dos grados superiores o dogmáticos, Rosa Cruz y Caballero Kadosch.
Miranda instituyó en la casona de Graften Street, Fitzroy Square, número 26, de Londres, una logia de este tipo a la que denominó Lautaro. Poco tiempo después instituyó otras dos que se denominaron Caballeros Racionales y Gran Reunión Americana. Muchos autores masones y no masones, han considerado a estos tres conventículos como uno sólo, armando un embrollo fenomenal. Pero no fue así. Los tres nombres o títulos se correspondían con tres talleres bien diferenciados, que fue el trípode sobre el que se asentó la Gran Logia Regional Americana, que era todo un Gran Oriente, dependiente de la Gran Logia de Inglaterra.
Marie Jean Paul Roc Yves Gilbert du Motier (marqués de La Fayette), George Washington, Francisco de Miranda y Adam Weishaupt. Cuatro hombres aparentemente diferentes y un solo corazón.
En ocasión de la fundación de la Lautaro, Miranda contó con la decidida colaboración de: Saturnino Rodríguez Peña, del sacerdote Servando Teresa Mier, Santiago Mariño, Benito Lizárraga, Olavide, Pozo, Sucre, Lord Mellville (Henry Dundas), Duff, conde de Fiffe, Sir Home Popham, Sir David Bair y otros ingleses que pertenecían de antaño a la masonería británica. Como se puede observar la logia quedaba automáticamente enlazada con los masones del gobierno de Pitt (que también lo era, como su padre que sirvió a los reyes Jorge II y III, ambos de larga trayectoria masónica), y con la virulenta masonería escocesa a través de Duff, el gran amigo de San Martín en España y luego al iniciar su ostracismo voluntario en la isla.
La Lautaro hace que aparezca la pata de la sota
Respecto al origen del nombre Lautaro los autores de los más diversos pelajes, incluidos los masones siempre traviesos, se han echado a volar con su imaginación peregrina. Pero casi todos convergen, con pequeñas diferencias, en que se dio este nombre en memoria del cacique araucano Lautaro inmolado en 1553, tiempos de la Conquista del Reino de Chile por Valdivia, y que fuera inmortalizado en la bella poesía romancera por don Alonso de Ercilia y Zúñiga. Recordamos de paso que este indígena había sido paje de Valdivia hasta la batalla de Tucapel en que es muerto el jefe castellano, y fue entonces cuando Lautaro se pasó al bando contrario donde, entre otros, militaba el célebre Caupolicán, que también es de leyenda.
Sin embargo el historiador don Vicente F. López (masón como su padre), al referirse a la Lautaro afirmó que “el nombre de Lautaro no fue un título ocasional sacado al acaso de la leyenda araucana (…) sino una palabra intencionadamente masónica y simbólica, cuyo significado específico no era Guerra a España sino Expedición por Chile, secreto que sólo se revelaba a los iniciados al tiempo de jurar el compromiso de adherirse y consagrarse a ese fin” (Historia Argentina, Tomo IV, pág. 270).
Pero el Director de la Biblioteca de la Masonería en Buenos Aires, don Antonio R. Zúñiga, hace con estas palabras de López una deducción acertada para su tiempo: “Hay en tal afirmación un error –dice Zúñiga, masón irredento-. San Martín tomó el nombre de Lautaro de la logia fundada por Miranda, como O’Higgins lo hizo a su vez de la logia de Buenos Aires; y siendo ello así, mal podía entonces el general Miranda saber, en 1806, que San Martín llevaría a cabo, años más tarde, la expedición a Chile” (La logia Lautaro y la Independencia de América, Cap. II, pág. 37, Bs. As. 1922).
Bien: ¿qué tenemos por aquí? Primeramente que O’Higgins conocía el nombre Lautaro desde Londres, donde vio fundar la logia a Miranda y sabemos que fue una de sus manos derechas. Seguidamente que en 1922, Zúñiga no sabía lo del Plan Maitland que descubriría el doctor Terragno en 1981. Pero, evidentemente algo conocía don Vicente F. López que llegó a ser Soberano Gran Comendador del Supremo Consejo Grado 33 del Escocismo (título que compartió con personajes como Sarmiento, Leandro N. Alem, general Agustín P. Justo, generales Julio Argentino y Rudecindo Roca, Joaquín V. González y unos 35 más que tengo contados hasta ahora). Pero Zúñiga, que evidentemente no comía vidrio, dice que “le ha llamado la atención” este hecho (lo que dice López) y más adelante agrega, completamente extrañado, que Lautaro “constituía una palabra registrada en el ritual del primer grado”, donde comienza a sospechar, para finalizar diciendo: “puede muy bien haber tenido asimismo (la palabra Lautaro), otras aplicaciones que nosotros no conocemos” ¿Qué me dice lector que se ha quedado callado? ¿Acaso no es sorprendente que ni los mismos masones puedan desentrañar a los masones?
En la página siguiente vemos el local donde funcionaba el Templo de la Logia Lautaro de Buenos Aires. Se encontraba ubicada en calle de la Barranca (hoy Balcarce antes de llegar a Venezuela). Hubo serios intentos de conservarla como Patrimonio Histórico Nacional. Digamos a nivel de la Casa de Tucumán o del Cabildo porteño. Una fría mañana la sorprendió reducida a cascotes por la pica inclemente y el martillo pilón. Los fascistas seguramente. Fue una gran pena.
Entonces, ¿qué significaba la palabra Lautaro? Evidentemente del indígena, los masones, anglófilos de la primera hora, deslumbrados como los bichos por la luces de Londres, ni se acordaron. Entonces, ¿cómo sería este puchero? Si en lugar de Lautaro leemos L:A:U:T:A:R:O, como un anagrama, se pueden formar hasta 20 epígrafes, que justamente los tengo a mano, pero no los transcribiré, porque la mayoría carece de sentido. Solamente 6 de ellos me convencieron y uno sólo por sobre ellos y que es como sigue: Logia Aceptada y Unida en Talleres para la América Regenerada en la O (recuerdo de paso que esta figura O, no es la letra “o” sino un círculo –el mundo, el universalismo- es el emblema masónico por excelencia; los lautarinos firmaban en la parte posterior de su correspondencia –O-; -OO- y –OOO-, que da los grados de confidencialidad y urgencia en la comunicación de hermano a hermano o entre talleres). Puede ser, sin embargo, que Lautaro fuese ya dos cosas: un anagrama y que además revelara el Plan Maitland: el camino es por Chile, como lo dice don Vicente Fidel López, que de esto sabía más que todos los masones juntos. Por este motivo se agregó la palabra en el juramento del Primer Grado, como queriendo decir que viniendo la orden desde Inglaterra (sede de la matriz lautarina), todo el mundo masónico se debería poner a trabajar por el objetivo trasandino sin dilaciones.
Entre Cádiz y Buenos Aires
Como ya lo he dicho, en 1807 reinaba en Inglaterra Jorge III, medio loco pero rey al fin; lo acompañaba su Ministerio de los Talentos, integrado por: Lord Grenville como Primer Ministro; Charles James Fox a cargo del Foreing Office; William Windham (discípulo de Edmund Burke y funcionario del primer gobierno de Pitt) en la cartera de Guerra; Lord Howick (más conocido como Earl Grey) un admirador de Fox; Lord Sidmouth (cuyo nombre era Henry Addington, responsable de la Paz de Amiens); Tom Grenville, hermano del Primer Ministro y Lord Holland, sobrino de Fox. Era esta una ensalada de whig (liberales) y tories (conservadores), hasta ayer irreconciliable y entonces unido por las maravillas que hace la masonería.
En ese año de 1807, Miranda, mandado por estos Talentos ingleses que eran los que le pagaban, como en los tiempos de Pitt (y el libertador venezolano se quedaba con los vueltos), desembarcó en Gibraltar. De allí pasó el paredón que hace de frontera y entró en Cádiz (ciudad muy vinculada con las invasiones inglesas a Buenos Aires de 1806 y 1807, pero que nunca se la nombra), para establecer una logia en ese puerto español (aparte de las fundadas por Cagliostro unos años antes). Un autor masónico ha dicho que “para pertenecer a la Lautaro se debía ser masón necesariamente”. Y mire don lector: todo indica que debió ser así; yo no me voy a desgañitar explicando lo contrario.
Dice Mitre que a principios del Siglo XIX la Sociedad de Lautaro tenía ramificaciones (talleres) por toda España, que estaban afiliadas a la Gran Reunión Americana, establecida por Miranda en Londres (sospecho que Mitre quiso decir Gran Logia Regional Americana). Y fue justamente en Cádiz donde San Martín se embarca en 1811 con rumbo a Inglaterra.
Interior del Templo de la Logia Lautaro. El antro está alumbrado con velas. Listo para la tenida. En el dosel del fondo se destaca la estrella pentada. Sí, la misma que tiene la bandera de los EE. UU., la de la Rusia Comunista, la China de Mao, la cubana del Cuco, la chilena de Allende, la que luce el Che Guevara en su boina y la que hoy se ve en Plaza de Mayo. Si. Es la misma. ¿Por qué será?
La mayoría de los autores masones y no masones están contestes en que San Martín fue iniciado al año siguiente, es decir 1808, en una de las logias que Miranda había fundado en Cádiz con cartas constitutivas de la Gran Logia de Inglaterra, llamada Legalidad, donde se le habría asignado el nombre de Hermano Inaco (Inaco es un héroe mitológico nativo de Argos o de la Argólida, ciudad de la Morea en el Peloponeso; era hijo del Océano y de Tetis; rey de Caria y primer rey legendario de Argos; etc.). También estos autores, masivamente, han aceptado que San Martín salió de Inglaterra a fines de 1811 con el Grado 5º. Claro está que ninguno dice de qué Rito que, en definitiva, es lo más importante. Pero como sabemos que todas las logias mirandistas fueron del Rito Francés o de La Fayette, el Grado 5º es el último, y se corresponde con el de Caballero Kadosch.
Esta deducción tan simple y que hoy no admite discusión, me ha llevado a pensar que el masonismo de San Martín debió ser muy viejo. Es impensable suponer que San Martín pasó en tres años de lobatón a Caballero Kadosck. No. Tenga la seguridad el lector que en la Masonería estas cosas no pasan. En el Rito Escocés de Antiguos y Aceptados Masones (REAAM) donde de los 5 grados se han hecho 33, por méritos se puede saltear uno, dos y tal vez tres grados. Pero en el constreñido Rito de Lafayette no. Allí se debe permanecer y dar testimonio en cada grado.
El masón arrepentido Luis Blanc (Historia de la Revolución, Tomo II, pp. 80 y 82), dice que “Kadosch” (en hebreo: El Santo; ¿acaso le vendrá de allí lo del Santo de la Espada que le endilgó a San Martín don Ricardo Rojas que era masón y de esto sabía más que nosotros?), “es el Hombre Regenerado, santuario tenebroso cuyas puertas no se abrían al adepto sino después de una larga serie de pruebas (algunas humillantes, agrego yo, como la sodomía, repetida dolorosamente o con gusto en varios grados, ¿será por esto que dicen se le abrían las puertas?), contestadas de manera que comprobaran los progresos de su educación revolucionaria, la constancia de su fe (masónica) y la fortaleza de su corazón (dormido en Inglaterra).”
Por el otro lado no hay ninguna constancia de que Maitland fuese masón. El único indicio es que era parroquiano de la Taberna de los Masones, punto de reunión de los Amigos del Pueblo, formado por un grupo de parlamentarios del cual el propio Maitland era un miembro prominente. De este cuchitril misógino se abastecía el rey para formar sus gabinetes, como el de los Talentos, por ejemplo. Funcionaba como un banco de cerebros al cual se acudía en busca de personajes hábiles para la corona. De manera tal que cualquiera que de allí se tomase, se tenía la razonable certeza de que era masón y que había estado bajo la lupa por varios años. No había posibilidad de yerro: era canalla confirmado. El líder de este grupo era James Mackintosh, un famoso masón y abogado perpetuo de la independencia Sudamericana. De manera que cuando don Jorge III necesitaba un hombre de tales y cuales características se lo pedía a Mackimtosh y este se lo remitía con franqueo pago. Este Mackintosh era amigo desde su niñez de Cochrane y consecuentemente de Maitland.
Dentro de la masonería el caso Maitland es como el caso de San Martín (y el de Lonardi sin ir muy lejos): todos los círculos que frecuentó y las amistades que tuvo hasta su muerte fueron masónicas, pero se duda si él lo fue o no. Entonces le pregunto al lector: ¿usted, cuántos amigos masones tiene?, o, ¿cuántas veces fue invitado a un templo masónico a presenciar una tenida blanca? Luego dígame como hacían estos para vivir entre masones sin serlo, y qué veían los masones en él que lo aceptaban sin más trámite. Pero no negaré que esto pudo ser posible, porque estos hombres eran maravillosos, ¿o no?
Sin embargo las confirmaciones de las vinculaciones de San Martín con la masonería parecen emerger de sus actos posteriores a su visita de cuatro meses a Inglaterra. La logia masónica erigida por Silva Cordeiro en el Barrio de Las Catalinas en la calle de la Santísima Trinidad, entre Santo Tomás y Santa María (hoy San Martín, entre Paraguay y Charcas) con el exequatur acordado por la Gran Logia de Pensilvania (EE. UU.), que le daba el carácter de legal, había desaparecido en 1804, pero abatió sus columnas en 1810. Después vinieron, junto con el invasor, las logias inglesas que en total fueron tres. Pero al llegar don José a las Balizas de su Majestad en el Río de la Plata, la única organización que se encontraba en pie era la Sociedad Patriótica. Según el masón Zúñiga (op. cit., Cap. X, pág. 152), al pisar la ribera de Buenos Aires, venía San Martín con un estudio detallado de cuanto acontecía masónicamente en la ciudad y el nombre de dos referentes principales: Manuel de Escalada (un bastardo de la familia Escalada, reconocido posteriormente en España; después su suegro) y el tucumano Bernardo de Monteagudo.
Junto con Carlos María de Alvear y Matías Zapiola (ambos iniciados en Cádiz) fundó lo que en términos masónicos se denomina un triángulo (un taller o logia), compuesto de tres luces (autoridades superiores de una logia), que serían: Venerable, Secretario y Orador. Esto, en la jerga masónica se denomina logia legal o logia perfecta. Establecido el triángulo se adquirió, a principios de mayo de 1812, un caserón cuya fotografía y domicilio ya he expuesto. En breve plazo ingresaron al taller y en el siguiente orden: Cornelio Saavedra, Manuel Belgrano, Bernardo de Monteagudo, Manuel S. de Anchorena, Julián Álvarez, Alejandro Murgiondo, Teniente Coronel Manuel Pintos, doctor Antonio Sáenz, Bernardo Vélez y Tomás Guido.
Recibió esta logia el nombre de Lautaro y su matriz se encontraba en Gran Bretaña. Ahora bien: esta logia se componía de dos cámaras o secciones: la simbólica o azul (el azul cardo de los ingleses que ellos llaman tiestle, el de la Orden de la Jarretera) que consta de los tres primeros grados (la craft masonery o fuerza de choque de la masonería); y la superior o roja compuesta de los grados 4º (Rosa Cruz) y 5º (Kadosch). A esta cámara San Martín la denominó Gran Logia de Buenos Aires. Esta fue la que actuó políticamente con prescindencia de la Lautaro. Los miembros de la Lautaro jamás participaron de las deliberaciones. Es decir, lo que los historiadores tratan como un organismo, en realidad y efectivamente, fueron dos. Que entre ellos existiría cierta correspondencia o relación, no lo dudo, pero siempre las aguas separadas. En la página siguiente, vemos la banda masónica usada en la Lautaro. Cuando se incendió el Colegio del Salvador en 1875 la encontró Enrique B. Moreno, que era Jefe de Policía, luego embajador, Senador Nacional, Comandante General de Marina y masón. Sobre ella hago una sola pregunta: ¿qué hacía esta banda en un Colegio Confesional como el del Salvador?¿Y los curas la tenían como reliquia o la tenían porque la usaban?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Preferiblemente, los comentarios (y sus respuestas) deben guardar relación al contenido del artículo. De otro modo, su publicación dependerá de la pertinencia del contenido. La blasfemia está estrictamente prohibida. La administración del blog se reserva el derecho de publicación (sin que necesariamente signifique adhesión a su contenido), y renuncia expresa e irrevocablemente a TODA responsabilidad (civil, penal, administrativa, canónica, etc.) por comentarios que no sean de su autoría.