lunes, 7 de septiembre de 2020

LOS INSULTOS A LEÓN XIII EN LA ROMA “BRECCIAROLA”

NOTA PREVIA: “Brecciarola” (que puede traducirse como “picapedrera” o más literalmente, “brechera”) era el apelativo con el que se denominaba al sector de la Alma Urbe dominado por el régimen de la Casa de Saboya tras la invasión del 20 de Septiembre de 1870, en contraposición a la Roma “papalina”.
     
Traducción del artículo publicado en RADIO SPADA.

Si bien aquel clamor que acompañó los festejos por el sesquicentenario de la (des)unión de Italia, nos aprestamos a celebrar el 150º aniversario de la ocupación de Roma por parte de las tropas “italianas”. Bergoglio, sobre el camino de sus predecesores recientes (desde Roncalli a Ratzinger, entendámonos) ya había expresado sus felicitaciones (ver aquí). El evento, sin embargo, fue verdaderamente luctuoso para la Iglesia no sólo por la pérdida de la independencia temporal, sino sobre todo porque «la batalla que se hace contra el Pontificado Romano no tiende solamente a privar a esta Santa Sede y el Romano Pontífice de todo su Principado civil, sino que busca también debilitar, y si fuese posible, quitar totalmente del medio toda saludable eficacia de la Religión Católica: y por eso también la misma obra de Dios, el fruto de la Redención, y aquella santísima Fe que es la preciosísima herencia que nos vino por el inefable sacrificio consumado sobre el Gólgota». Lo entendió Pío IX que pronunció estas palabras [citando en su encíclica Respiciéntes ea ómnia (1 de Noviembre de 1870) a su antecesor Pío VII en su alocución del 16 de Marzo de 1808, N. del T.], lo entendía León XIII que, como se verá a continuación, asistió a la virulencia anticatólica y antipapal de la Masonería y del Liberalismo, enemigos de la Roma de Cristo y fautores de la Roma del Anticristo. La Civiltà Cattolica, la otrora revista gloriosa dirigida por los Padres Jesuitas, es una óptima fuente para informarse sobre este choque. De ella tomamos el siguiente fragmento:
«Es conocido el contraste, comenzado el 20 de septiembre de 1870, entre los católicos y los liberales, sobre la independencia territorial de la Santa Sede; y son conocidas las razones que aducen de una parte y de la otra para la necesidad o no de aquella independencia. No las repetimos, porque, aparte de no ser necesario, el Fisco nos ha puesto la mordaza en la boca, no obstante la presunta libertad de prensa. Para ilustrar sin embargo aquel conflicto siempre vivo, de tiempo en tiempo han sucedido y siguen sucediendo distintos hechos, que la historia debe registrar. He aquí uno de esta primera mitad de septiembre. La Tribuna de Roma, en el nº del 3 de septiembre, escribió así del Papa: “El Papa… intermediario. Diversos diarios han impreso que con la directa intervención del Papa León XIII, se han combinado las nupcias del señor Scipione Borghese, hijo del Príncipe Marcantonio, con la Duquesa De Ferrari Galliera que aportará en dote un patrimonio de cerca de treinta millones de liras. Que el Papa hiciese de intermediario, tan pro forma, en cuestiones de derecho internacional, era cosa sabida; pero que precisamente fuese dado a un género tan humilde de medianería amorosa, confieso que no me lo habría nunca imaginado. De aquí en adelante el Sumo Sacerdote devendrá en el talismán buscado por todas las Carolinas del sur, del norte y de otros sitios, y sobre el portón de los Suizos se podrá escribir, bajo una análoga cartela: Agencia de matrimonios. Ocasiones favorables para ambos sexos. ¡Adelante, señores, aprovechad!”. – ¡Así se habla del Papa en la capital del Cristianismo, en aquella Roma que se dice devendría la respetada morada del Papa! ¡Su augusto nombre está puesto en la colección de anécdotas y de burlas! Y pensar que una ley ha declarado sagrada e inviolable la persona del Pontífice [1]. El Osservatore romano comenta tan autorizadamente el hecho: “Citamos todo con inescrupulosa exactitud, porque, particularmente en el exterior y por los Gobiernos aliados, se vea cómo un órgano, entre los oficiales del Gobierno italiano aquí en Roma, casi diremos bajo los ojos del Pontífice, se prevale de su impunidad para insultar procazmente a un inerme y vencido Anciano, que no puede defenderse, como no lo pueden aquellos hombres creyentes, y por lo menos educados, los cuales son constreñidos de verlo pública y continuamente ultrajado, como no sucedió ni en los países idólatras y salvajes. ¡He aquí cuál es la morada respetada que tiene el Papa en Roma! ¿Cualquier otro Soberano del mundo estaría satisfecho de ser respetado de forma semejante? ¿Estaría contento de ser descaradamente apelado de recadero y agente de matrimonio, como está bajamente calificado por un diario pagado con dineros del pueblo italiano, el primer Soberano del mundo, el Soberano que tiene trescientos millones de súbditos en todas partes del doble hemisferio? Nosotros nos avergonzamos de mostrar a los extranjeros, que hayan italianos capaces de cometer semejantes acciones incalificables. Por gran ventura, y para nuestra única consolación en tanto dolor y en tanta vergüenza, revelamos que ellos no son y no pueden ser italianos”».
La Civiltà Cattolica, Año XLV (1894), serie XV, vol. XII, cuaderno 1063, págs. 103-104.
  
NOTA
[1] La “Ley sobre las prerrogativas del Sumo Pontífice y de la Santa Sede, y sobre las relaciones del Estado con la Iglesia” (o “Ley de Garantías Papales”), propuesta por el Ministro de Gracia, Justicia y Cultos Matteo Raeli y aprobada por el Parlamento italiano el 13 de Mayo de 1871, reconocía en la persona del Papa el derecho de ser tratado como Jefe de Estado y sus posesiones (los Palacios Apostólico, Lateranense, de la Cancillería y Castelgandolfo) gozaban de extraterritorialidad, amén que los clérigos quedaban exentos del juramento de lealtad al Rey de Italia. Sin embargo, el Papa Pío IX (que ya se había declarado prisionero político) publicó dos días después la encíclica Ubi Nos arcáno, donde calificó tal concesión unilateral (y por ende, sujeta a revocación) como «un monstruoso producto de la jurisprudencia revolucionaria» que pretendía reducir a simple merced laica el poder y la autoridad del Papado.

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