Traducción del artículo publicado en RADIO SPADA.
Alma mía, te pido que nunca salga de tu mente el grandísimo amor de tu Esposo y dulce Redentor Cristo Jesús.
Esta contemplación será nuestro pan y nuestro alimento, noche y día.
Nuestro vivir y nuestro morir sea continuamente en las Llagas y las Entrañas del Dulcísimo Verbo Encarnado.
Contempla, pues, alma mía, cuánta fue Su Pasión y cuánto Su Dolor.
No hay pasión que a esta pueda [anche solo] asemejarse, porque todos sus sentidos eran brutalizados y golpeados por dentro y por fuera, Su tristeza era grandísima en Su noble y fuerte Mente, en la cual con fuerte impresión aprehendía las cosas que Lo emtristecían, máximamente, los pecados de todos los hombres.
Los cuales pecados eran en deshonor de Su Padre e instrumento inmenso de perdición de almas.
Y tanto más cuando veía contra Él a los judíos pecar gravísimamente, siendo Sus hermanos, teniendo tristeza de la malicia de los grandes y compasión de la ignorancia de los pequeños, esto es, de la plebe.
Aún más aumentaba Su tristeza cuando veía padecer a todas generaciones de hombres: del pueblo hebraico al gentil, siendo por los escribas y por los fariseos acusado y por Pilato condenado.
Por Herodes befado y por hombres y mujeres perseguido –y en máxima forma por aquella mujer que hizo negar a Pedro– por príncipes y siervos, de Sus amigos abandonado, de Pedro negado, por Judas traicionado.
Y todas estas generaciones de hombres llevaban la tristeza interior de nuestro Salvador.
Todavía se movía Su Corazón purísimo, teniendo tristeza de la ofensa la cual injustamente toleraba, y tanto más cuando era en grande irreverencia de Su Eterno Padre, sobre todo viéndose despojado y desnudo ante tanto pueblo, entre el cual ya había predicado gloriosamente y hecho admirables operaciones.
Aun la crueldad de la Pasión y de la muerte, la cual no había merecido, Lo afligía mucho y tanto más cuanto esta provenía de la mísera voluntad de escribas y fariseos.
Pero sobre todo estas aflicciones más Lo afanaban hacia la Piedad y Compasión que tenía hacia aquellas devotas mujeres, las cuales con grande dolor Lo seguían.
Y sobre todo dolor Lo afligían las lágrimas y suspiros y grandísima pasión de Su Dulce Madre, La cual amaba ternísimamente.
Fue tan grande la Pasión de nuestro Salvador en los sentimientos.
Mas llevó también una acerbísima Pasión en los sentidos externos y, principalmente, en el tacto siendo golpeado tantas veces en la Columna, y trapasado en la Cabeza por la Corona de agudísimas espinas.
Y tanto más cuanto era befado, y golpeado, y empujado, y continuadamente golpeado de personas innobles y crueles, los cuales no sabían qué fuese la piedad.
Pero sobre todo esto fueron las Llagas cuando fue Crucificado, porque fue herido en los puntos nerviosos, esto es, en las Manos y los Pies; y agravaba el dolor el peso del Cuerpo prendido sobre aquellos clavos, y tanto más por el largo tiempo en el cual estuvo suspendido, por cuanto el Dulce y Buen Jesús era de sana constitución, pero delicada y muy sensible.
Esto porque siendo todavía Su Físico noble y robusto, según los filósofos, Él tenía una fortísima sensibilidad y por esto cada mínima puntura o corte resultaba muy dolorosa.
Luego piensa en cuánto dolor soportó por tu amor.
Su pureza aumentó este dolor, porque Jesús atravesó en el dolor toda Su sensibilidad, incluso la incrementó voluntariamente porque, habiendo asumido di Propria sponte esta Pasión, quería recibirla aún más grave para satisfacer el Sacrificio en bien de la humanidad.
¡Oh Caridad inestimable!
Jesús habría podido satisfacer Su Sacrificio con una gota de sangre, mas para demostrar Su amor y para convencer a Su creatura para amarlo, aceptó un padecimiento desgarrador.
Ulteriormente la multitud de las pasiones, las cuales concurrían juntas en aquel cándido Cuerpo, multiplicando por mucho el Dolor, porque no padeció solamente en una parte del Cuerpo, sino en todas, de la Cabeza a los Pies.
Y no solamente en el sentido del tacto, sino en todos: en el gusto cuando le fue dado la hiel y el vinagre para beber; en el olfato, porque fue Crucificado en un lugar fétido, donde se mataba y torturaba; en el oído, porque continuamente oía la voz de los judíos que Lo blasfemaban y hacían befas de Él, y por otra parte allá donde las santas mujeres que lo seguían; además, [oía] las palabras piadosas y llenas de lágrimas y suspiros de Su dulce Madre, más angustiada que todas juntas frente la Cruz.
Alma mía, tu esposo Jesús, para salvarte, ha soportado tanta pasión, demostrándote las entrañas de Su misericordia, para incitar a tu duro corazón a amarLo.
Es ciertamente duro como el hierro quien, en Todo Esto pensando, no se inflama. Por tanto, contempla mucho Su Pasión para inflamarte de Su dulce Amor, el cual hace aparecer toda fatiga ligera y con alegría ayuda a caminar hacia la Vida eterna.
FRAY JERÓNIMO SAVONAROLA OP. Tratado del amor a Jesús, cap. VII y último “De la grandeza de la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo”.
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