Devoción reimpresa en el Colegio Real de San Ignacio de la Puebla en 1766, con licencia.
La Seráfica Madre, Gloriosísima Virgen y Apostólica Heroína Santa Catalina de Siena es una de las mayores Santas de la Iglesia y de las más amantes de los hombres, y por eso acreedora a nuestra devoción, la que nos puede valer no menos que la salvación eterna, pues habiéndole dicho Su Majestad que quería que fuese de mucho provecho a los hombres, ¿qué no alcanzaremos por medio de su poderosa intercesión? Y más, cuando es tan amada de nuestra Vida Cristo, que parece que con ninguna otra se ha expresado tanto su Majestad.
De seis años la llenó de bendiciones, mostrándosele en la gloria de su Ascensión. En esa edad le dio el Don de Oración, tan sublime que continuamente se elevaba. Le dio Ciencia infusa, Don de Profecía, conocimiento de los secretos del corazón humano, y por sí mesmo le enseñó misterios y secretos altísimos hasta ser después un Oráculo universal, a quien consultaban los Eruditos sobre los puntos más difíciles, y aun los Sumos Pontífice sobre los negocios más arduos de la Iglesia, haciéndola su Embajadora, y en los cismas más escandalosos poniendo en sus manos los capítulos de la paz, y haciéndola hablar como habló delante de los Cardenales, exhortándolos a la paz, y por su mano se alcanzaron los negocios más importantes de la Iglesia.
El Esposo de la misma Iglesia Cristo Jesús se desposó con Catalina delante de los Ángeles y su Reina MARÍA Santísima, y con haberle dado la mano de Esposo, no solo le dio por arras un riquísimo anillo, que vio la Santa en su dedo por todo el resto de su vida, sino que parece le puso en las manos su Omnipotencia. Y así, con pocos panes dio de comer a muchos y sobró, aumentaba el vino, mandaba a las enfermedades, a la muerte y a los demonios, y sin resistencia la obedecían: y bastaba que pidiera para conseguir cuanto quería de su divino Esposo, el que como tal la visitaba continuamente, ahora velase o durmiese, o hablase con otros, y con tal familiaridad que se paseaba con Catalina y juntos rezaban los Salmos.
La comulgaba por Sí mismo, la transfiguraba Su Majestad y llenaba de resplandor, tanto que deslumbraba a los que la veían. La levantaba en el aire, y la eximía de todas las necesidades de esta vida, como que ya gozara los privilegios de bienaventurada: y en efecto, habiendo muerto una vez de amor de su Dios, estuvo su alma en el Cielo por espacio de cuatro horas, las que pasadas, resucitó. Ni solo esta vez, sino que casi siempre fue un milagro continuado el que viviera, y aun su vida fue una serie no interrumpida de milagros y extraordinarios regalos de su divino Esposo. Entre estos, sobresalen habérsela aplicado a su santísimo Costado para que bebiera su preciosa Sangre, haberle impreso las cinco sacratísimas Llagas (las que hubieran sido exteriores si la Santa no se lo hubiera estorbado con su Oración), y lo que parece más, haber trocado con ella su corazón, diciéndole: Aquí tienes, hija mía, mi corazón por el tuyo.
¿Cuáles pues, serían sus afectos después que tuvo por corazón el mismo Corazón de JESÚS? Cuando desde su niñez entregó a JESÚS su corazón, dando desde entonces de mano a las vanidades del mundo sin tener más cuidado que el de agradar a Dios. De cinco años tuvo revelación de la vida de Santo Domingo y Padres del Yermo, y deseó imitarlos: con este deseo se retiró a una gruta antes de cumplir los seis años, y si bien no perseveró en ella por habérselo estorbado sus padres, le manifestó Su Majestad que le había sido acepto su sacrificio.
De siete años hizo voto de perpetua virginidad, la que guardó ilesa toda su vida, no solo a pesar del Infierno, que jugó contra ella todas sus baterías, ardides y astucias con tal furor, que exceden a las que padecieron de los demonios un San Antonio Abad y demás Santos del Yermo; mas también, resuelta aunque le costara la vida a no tener otro Esposo que Jesucristo, resistiendo a sus padres que querían casarla, a los que desengañó cortándose su hermosísimo cabello, y por eso la cargaron de injurias, baldones y malos tratamientos hasta ponerla en lugar de una esclava a que sirviera en la cocina y otros oficios viles, especialmente por quitarle el tiempo que daba a los ejercicios de piedad.
Obedecía la Santa con semblante alegre y risueño, dándose en medio de tanto embarazo lugar a estarse con su Amado recogida en el retiro de su corazón, en que le hizo un ara en que se le sacrificaba, sin perderlo de vista un solo instante, hasta que un día, hallándola su padre en Oración, vio que tenía sobre la cabeza una paloma blanca, la que desaparición al punto: visión con que, volviendo en sí, mandó no molestasen más a su hija, sino que la dejasen seguir los vuelos de su espíritu.
Todo su anhelo era el unirse más y más con su divino Esposo, deseando padecer toda su vida, por conformarse con su Amado, y se conformó tanto que una vez la vio su Confesor en figura de Cristo, y otra dándole a escoger Su Majestad entre dos coronas, dejó la una, que era de oro muy refulgente, y se ciñó la de espinas con tal fervor y tan apretadamente, que luego comenzó a sentir en la cabeza dolores agudísimos. A más de estos y el de ijada (en que le conmutó su Majestad el Purgatorio que merecía su padre), y otras muchas enfermedades, que padecía y deseaba más que otros pueden desear la salud; su cilicio, continuo hasta poco antes de morir, era una cadena de hierro sembrada de puntas.
Sus disciplinas, tres veces al día, cada una por hora y media, y con una cadena de hierro con que se daba tales golpes que derramaba arroyos de sangre, No usaba lino. Su abstinencia fue tal que llegó a perder el gusto, y lo más que tomaba eran unas yerbas crudas sin pan, manteniéndose otros días con sola la Santísima Eucaristía, como sucedió desde Miércoles de Ceniza hasta la Ascensión del Señor, en que no tomó ni un bocado. Su sueño no llegaba a una hora, y ése en el suelo desnudo con un madero por cabecera.
Con vida tan austera se extenuó tanto, que no tenía más que la piel sobre los huesos, pero diciendo a su madre que se recobraría si entraba en el Tercer Orden de penitencia, impetró licencia para vestir el sagrado Hábito, y con él se revistió de tan nuevos fervores, que en tres años no habló sino con su Confesor. Su clausura por ese tiempo (aunque entonces no obligaba a las Monjas) fue tal que no salía de su celda sino para la Iglesia, en cuyo coro (a más de la que tenía entre día), pasaba en Oración todo aquel tiempo de la noche, que los demás daban al preciso descanso. Observaba menudamente sus Reglas: en la Obediencia fue tan exacta que por no comer, como le mandaban, se vio a la muerte: su caridad con los pobres no excusaba ni la camisa, hasta merecer que el mismo Cristo en traje de mendigo le pidiese limosna.
En la asistencia a los enfermos era tan puntual como mortificada, ya bebiéndose una escudilla de pobre que recogió de una llaga encancerada y podrida, ya chupando con los labios las mismas llagas, ya sufriendo con invencible paciencia sus impertinencias y peores tratamientos sin desistir, ni por habérsele pegado en una mano la lepra de una enferma, ni por haberle quitado otra enferma la honra deponiendo, y con testigos, contra Catalina las más vergonzosas imposturas, sin que se le oyese palabra en su defensa, sintiendo solo las alabanzas que siguieron al desengaño de su inocencia.
Pero el que era como su carácter fue el celo de la salvación de las Almas. Le había concedido Su Majestad que viese el alma de todos aquellos con quienes trataba, y contemplando la hermosura natural de las almas, se encendía tanto en el deseo de su eterna felicidad que por eso, y no sólo por haberle ofrecido el Glorioso Santo Domingo su sagrado Hábito, se inclinó a esta Religión, porque profesa el ganar almas. Por eso, cuando pasaba algún religioso por su casa, salía y besaba la tierra que había pisado. Por eso también pensó fingirse hombre, para poder andar predicando por todo el mundo.
Mas sin embargo su traje y sexo (venciendo embarazos, sufriendo hablillas, tolerando injurias, falsos testimonios, afrentas y persecuciones), predicaba en los campos, exhortaba en las cárceles, auxiliaba en las horcas, y convertía a tantos pecadores que llegó la Santidad de Gregorio XI a señalar tres religiosos dándoles amplias facultades para que oyesen las confesiones de los que Catalina convertía. En fin, no había cosa (dice la Santa Iglesia) que estimase tanto como poner a los hombres en camino de salvación. Claro está, pues no solo se ofrecía por todos, sino que, porque ninguno se condenara, deseaba padecer en esta vida el mismo Infierno.
De este libertó no solo a su madre, alcanzando de Dios que resucitara para que enmendase su vida, sino ¿a cuantos otros libertaría? Pues sabemos que algunos, estando agonizando e impenitentes, no murieron hasta que Catalina les alcanzó dolor de sus pecados; y a otros, que en el artículo de la muerte estaban blasfemando, movido el Señor de las Oraciones de su Sierva, se les apareció sangriento y llagado, convidándolos con el perdón, que consiguieron. Y finalmente, según se dice en la Bula de su Canonización, no trató a persona alguna que no mejorase sus costumbres. A todos los alentaba al servicio de Dios, los compungía a todos: tanto, que deseando su confesor experimentar en sí lo mismo que experimentaba en otros, le encargó le alcanzase un gran dolor de sus pecados: quedó en hacerlo, y yendo a otro día a visitarlo, lo halló llorando, y con tal contrición que para que no muriese a la violencia del dolor, fue necesario otro milagro.
Ni solo de este modo ayudaba a las almas: las ayudaba también precaviendo con sus avisos los males que amenazaban a la Iglesia y a los estados de los Príncipes, y así el Papa Gregorio XI y los mayores hombres se valían de sus consejos y doctrina, como que veían que era en los Cielos su conversación, que en un éxtasis dictó el Libro de la Providencia, que sus raptos duraban días enteros. En estos era continua su comunicación con los Santos, singular su familiaridad con Cristo y su Madre Santísima, hasta dignarse la Reina de los Ángeles de ayudarle a amasar el pan con que hizo estupendos milagros en beneficios de sus prójimos.
A estos encomendaba con el mayor fervor la devoción a la gran Reina, no solo por haber sido la leche con que se crió, pues de cinco años comenzó a rezar el Ave María, diciéndola en cada escalón siempre que bajaba o subía las escaleras de su casa, sino porque sabía los bienes que de esta devoción resultan a los hombres. ¿Qué mas que habérsele revelado que Cualquiera, justo o pecador, que recurriere con devota reverencia a MARÍA Santísima, de ninguna manera será tragado del demonio? (Apud Carolos Van Hoorn).
Estas son algunas de las excelencias de la gloriosa Virgen Santa CATALINA DE SIENA, las que nos mueven a que procuremos su devoción, consagrándole (como se ha hecho respectivamente con otros Santos) el día treinta de Abril, en que a los treinta y tres años de su edad, a fuerza de celestiales conatos e incendios del divino amor, tales que el fuego material le parecía frío respecto del que le abrazaba el corazón, diciendo, En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu, lo entregó a su divino Esposo, que la había criado para tanta gloria suya y bien de las almas.
En este día será bueno confesar y comulgar, oír Misa y ofrecerlo todo a Dios por mano de Santa Catalina. Se leerá también este librito, a fin de encenderse en la devoción de la Santa, procurando enmendar nuestras vidas a vista de la suya, para alcanzar por su intercesión el vivir de modo que tengamos una buena muerte. También se dirán las siguientes Oraciones, que el que quisiere podrá rezar todos los días para obligar más a la Santa.
DÍA TREINTA DE CADA MES, CELEBRADO CON PARTICULAR DEVOCIÓN EN HONRA Y CULTO DE LA GLORIOSA SANTA CATALINA DE SIENA
Por la señal ✠ de la Santa Cruz; de nuestros ✠ enemigos líbranos, Señor ✠ Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, crucificado por mi amor y por mis culpas, postrado ante tu soberana Majestad te pido perdón de todas ellas, de las cuales me pesa de todo corazón por haber sido ofensas de tu bondad incomprehensible, y porque te amo sobre todas las cosas. Y propongo con tu divina gracia nunca más pecar, y confesar enteramente mis pecados, y te suplico por el amor con que tan liberal derramaste en el huerto tu preciosa Sangre, antes que los judíos te la sacasen a fuerza de dolores, y por los méritos de tu amada Esposa Santa Catalina, me perdones y concedas el morir antes que ofenderte. Amén.
ORACIÓN (conforme al Oficio Dominicano)
Dios y Señor, que habiendo adornado a la Bienaventurada Santa Catalina con especial privilegio de paciencia y virginidad, le concediste que saliera vencedora en las batallas de los espíritus infernales, y que permaneciera constante en el amor de tu Santo Nombre; nosotros te suplicamos nos concedas el que con la imitación de tus ejemplos, venciendo la malicia del mundo y las asechanzas de todos nuestros enemigos, pasemos seguramente a gozarte en tu gloria. Amén.
Señor mío Jesucristo, que tuviste tus delicias en tu amada Esposa Santa Catalina, pues la aplicaste a que bebiese de la sangre de tu Santísimo Costado, le imprimiste tus llagas y trocaste con ella tu Santísimo Corazón: por este Corazón Santísimo, dulcísimas llagas y por el celo y méritos de la misma Santa Catalina, te pedimos humildemente alumbres a los infieles para que te conozcan y amen, y a nosotros nos des gracia, para que crucificando nuestras pasiones en esta vida, logremos en la hora de nuestra muerte el fruto de tu Preciosa Sangre. Amén.
Aquí se rezan cinco Padre nuestros en memoria de las cinco llagas de nuestra Santa, que se aplicarán por la conversión de los infieles, de que fue tan celosa, y esta Oración de San Francisco Javier, a la que concedió cuarenta días de Indulgencia el Ilmo. Sr. Dr. Don Manuel Rubio y Salinas, Arzobispo de México, y los mismos concedió el Ilmo. Sr. Don Miguel Anselmo Álvarez de Abreu y Valdés, siendo Auxiliar de la Puebla:
Eterno Dios, Criador de todas las cosas, acordaos que Vos solo criasteis las almas de los infieles y herejes, haciéndolas a vuestra Imagen y semejanza. Mirad, Señor, cómo en oprobio vuestro se llenan de ellas los Infiernos. Acordaos, Señor, de vuestro Hijo Jesucristo, que derramando tan liberalmente su Sangre, padeció por ellos. No permitáis, Señor, que sea vuestro mismo Hijo y Señor nuestro por más tiempo menospreciado de los infieles y herejes, antes aplacado con los ruegos y oraciones de vuestros escogidos los Santos, y de la Iglesia, Esposa benditísima de vuestro mismo Hijo, acordaos de vuestra misericordia, y olvidado de sus herejías e infidelidad, haced que ellos conozcan también al que enviasteis, JESUCRISTO Hijo vuestro, Nuestro Señor, que es salud, vida y resurrección nuestra, por el cual somos libres y nos salvamos, a quien sea gloria por los infinitos siglos de los siglos. Amén.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
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