En una carta pastoral de Cuaresma, el Bienaventurado Pío Alberto del Corona Bucalossi OP (Livorno, 5 de Julio de 1837 – Florencia, 15 de Agosto de 1912), Obispo de San Miniato (posteriormente Arzobispo titular de Serdica, actual Sofía, Bulgaria), invita a sus fieles a dirigirse a la Santísima Virgen María por las necesidades de la Iglesia, bajo ataque por sus enemigos externos y los quintacolumnistas que maquinan para estos. Tomado de RADIO SPADA. Traducción propia.
«Finalmente, hago apelo a la Santa Madre de Dios, que vive en el Cielo para interceder por nosotros; a Ella vuelvo los ojos, el corazón y la palabra: Conviene bien que todos aquellos a los cuales he apelado se unan en liga y tomen por divisa el nombre de la Madre de Dios, y rueguen de fuerza que Ella haga algo nuevo y grande, de otro modo todos nosotros perdemos la obra y el aliento. Si el demonio es el grande instigador de la blasfemia; si instiga a los cristianos en odio a Ella y a su Hijo divino que redimió al género humano con Sangre desde la Cruz y le quitó a él el imperio del mundo, es claro que conviene hacer apelación a la Virgen. Ella debe capitanear las huestes, ser el alma de la liga, maestra y comandante de los combatientes, y bandera y estrella de los cruzados. Ella pues se arrodilla en el empíreo ante Jesús y le suplica para hacer cesar tanta calamidad en el mundo: extráigase del abismo de su caridad una alabanza tan suave al santo nombre de Dios que baste para deshacer todos los agravios y todos los vilipendios de las blasfemias humanas y diabólicas. La faz de María, espejo de toda belleza, y su voz, eco de todos los amores, enternecerán el divino Corazón de Jesús, de cuyas esplendentes llagas venga luz y fuego de amor a la tierra y en los labios humanos muera el grito blasfemo. A tal fin recomendamos a las Comunidades religiosas que quieran cada mañana decir ante Jesús Sacramentado la siguiente Oración a la Virgen Inmaculada por las necesidades de la Santa Iglesia:
Oh María, levantaos y librad a la nave de la Iglesia que es combatida por vientos tan gallardos; reprended, imperad y gritad, porque vuestro es el poderío. ¿Queréis contener en el seno la misericordia? Alegad a Dios los títulos de vuestro poder de intercesión: vuestra humildad, la virginidad y la maternidad divina y humana. Vuestros ojos, vuestros labios, vuestro vientre que albergó el Verbo, y el pecho que lo nutrió son, dice San Efrén, los argumentos de vuestra elocuencia. Ponedlos en obra, oh Santa Madre de Dios, y Dios se rendirá ante vuestras súplicas, y extenderá su perdón. Renovad las batallas de los días antiguos y aterrando a vuestro enemigo quitad de su yugo a los seducidos hijos de Adán que ejecutan sus deseos; vindicaos como Madre de Dios, tocad el corazón de los blasfemos, conducidlos compungidos y en lágrimas a los pies de Jesucristo. Si os levantáis a pugnar, vos seréis lo que fuisteis siempre; terrible como un ejército formado en batalla, y el formidable enemigo tendrá aplastada la cabeza, y nosotros cantaremos vuestra gloria».
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