lunes, 19 de abril de 2021

LOS DE SCHÖNSTATT QUIEREN VER EN LOS ALTARES A SU FUNDADOR A COMO DÉ LUGAR, AÚN CUANDO DE SANTO NO TENÍA NADA

Tomado de SETTIMO CIELO. Advertimos que la autora, Alexandra von Teuffenbach, es de la iglesia conciliar, porque alaba como “grandes teólogos” a Henri-Marie Joseph Sonier de Lubac de Beaurepaire SJ e Yves Marie-Joseph Congar Desoye OP, y presenta a Alemania como ejemplo del cambio que debe obrarse en continuidad con el Vaticano II.
    
EL FUNDADOR DE SCHÖNSTATT FUE DESENMASCARADO, PERO LOS SUYOS SE OBSTINAN EN QUERERLO SANTO
   
Peter Josef Kentenich
   
(Sandro Magister) El caso del padre Josef Kentenich (1885-1968), fundador del movimiento apostólico de Schönstatt, se enriquece con un nuevo capítulo, tras los tres ya sacados a la luz en Settimo Cielo por Alexandra von Teuffenbach, historiadora de la Iglesia, con este crescendo que cuenta con títulos muy elocuentes:
    
Increíblemente, de hecho, a pesar de que la mala conducta del padre Kentenich está ahora documentada por una masa de papeles y testimonios, los promotores de su causa de beatificación continúan impertérritos. Y no sólo eso. Las Hermanas de Schönstatt han llevado a la autora de la investigación a los tribunales en Alemania, exigiendo la retirada del primer volumen que publicó, la censura de los testimonios más incómodos y el pago de daños y perjuicios.
   
Pero dejemos la palabra a Alexandra von Teuffenbach, sobre la evolución del caso Kentenich.
   
* * *
Estimado doctor Magister,
    
Cuando a principios de Julio de 2020 documenté para ustedes cómo el padre Josef Kentenich trataba a las hermanas del Movimiento Apostólico de Schönstatt que él fundó, nunca pude imaginar lo que me sucedería en los siguientes ocho meses.
     
De hecho, a pesar mío, me convertí en una observadora de la acción discordante de la Iglesia –en sus diversos componentes– en relación con los casos de abuso.
   
Porque, por un lado, sigo frecuentando el Vaticano recabando datos concretos de sus archivos, abiertos a los estudiosos de todo el mundo sin discriminaciones ni preclusiones de ningún tipo y con gran apertura a la realidad tanto humana como eclesial que se encuentra en los papeles y que no siempre es esplendorosa.
   
Pero por otro lado también veo la incapacidad de decisión del obispo de Tréveris, Stephan Ackermann, quien en lugar de cerrar la causa de beatificación llevada a cabo durante décadas, crea una nueva comisión de “expertos” (seis, en su mayoría miembros de Schönstatt). ¿No sabe que los responsables de su diócesis han recogido, al menos desde 1975, decenas de cartas y testimonios jurados tanto de padres de la Sociedad del Apostolado Católico (llamados popularmente “palotinos”, de los que Kentenich fue cofrade), como de monjas denigradas, humilladas y abusadas? ¿Y piensa que él y la Iglesia católica serán más creíbles cuando se publiquen los registros de los abusos cometidos por este hombre durante su exilio en Milwaukee?
    
La incoherencia a la que asistimos es la de una Iglesia que, por un lado, celebró en enero de 2019 una cumbre sobre los abusos con muchos “mea culpas”, pero que, por otro lado, deja que los líderes de un movimiento puedan promover ya el culto –con estatuas, estampas, fiestas, oraciones– de uno de sus fundadores que, documentos y juicios en mano, no brilla ciertamente por su ejemplaridad respecto al sexto y otros mandamientos, molestando así a muchos fieles.
   
Muchos de ellos, especialmente de América Latina, me han escrito para pedirme que les permita leer la documentación que he recopilado en su propio idioma. Ahora podrán encontrarla, gracias a los traductores que han prestado su trabajo gratuitamente, en el volumen “‘El padre puede hacerlo’. Una documentación de archivo”, disponible en español en Amazon.
    
El profundo desconcierto de muchos católicos frente al silencio de quienes conocían los abusos del padre Kentenich debería generar también en la jerarquía de la Iglesia la duda de si esa cumbre fue suficiente o si es necesario algo más para cambiar verdaderamente las cosas. Ciertamente, lo que seguramente no es decisivo es precisamente lo que se pide a gritos, sobre todo en Alemania: un cambio de las estructuras patriarcales y rígidas de la Iglesia, impropiamente citadas como la razón exclusiva de la existencia de los abusos, en especial de los sexuales.
    
Ahora sabemos, de hecho, que los abusos, sobre todo los sexuales, también acontecen en otros contextos considerados más “democráticos”. No sólo eso, sino que también sabemos, gracias a la historia personal del padre Kentenich, que fue precisamente la Iglesia de Pío XII, a pesar de parecer tan rígida, la que le puso un freno, enviándole al exilio al otro lado del mundo y prohibiéndole para el resto de su vida cualquier contacto con sus monjas. Ciertamente la Iglesia de aquella época, al tratar los pecados contra el sexto mandamiento no se basaba en la psicología sino en el Evangelio, la moral, el derecho canónico, mientras que la sociedad de la época y gran parte de la psicología y la psiquiatría ni siquiera se ocupaban de esas mujeres y sus sufrimientos, o incluso negaban la realidad de su dolor.
   
Pero volviendo a mi libro, que salió el año pasado en Alemania, no sabría decir hasta cuándo estará disponible gratuitamente su versión en español, porque en lo que respecta a la edición alemana, la pena que todo el mundo siente después de leer la historia de la hermana Georgina Wagner y de otras monjas abusadas por el padre Kentenich no ha afectado, obviamente, a sus hermanas de hoy.
   
En Alemania, a finales de noviembre, las monjas de Schönstatt encargaron a un famoso bufete de abogados que nos ordenara a mí y a la editorial la retirada inmediata del libro, que no reprodujera más una larga lista de frases extraídas directa e indirectamente de los testimonios brindados en juramento de las monjas y que además pagara una suma nada despreciable en concepto de daños y perjuicios. Ahora hemos llegado a la fase procesal. Confío de que también en Alemania la libertad de la ciencia se mantenga vigente.
    
La acusación más grotesca que se me ha hecho –y que el abogado de las monjas simplemente tomó de los comunicados oficiales de la presidencia de Schönstatt, del postulador y de otras personas del movimiento– es que me habría entrometido indebidamente en el proceso de beatificación, es más, que habría hecho públicas “actas secretas” del proceso.
    
Pero tal vez la idea que subyace a todo este esfuerzo jurídico es que al demandarme esas monjas piensan que en todo caso llevarán a los altares al hombre cuyos graves y reiterados abusos quisieron ocultar, callando, ocultando documentos, denigrando y amenazando a quienes los publicaron.
    
Ahora que una parte de los “secretos” de Schönstatt han sido revelados por mí, probablemente tengan miedo de que pueda publicar también la continuación de la historia, que se desarrolló en Roma y luego en Milwaukee. Pero para la Iglesia una persona puede ser beatificada si ha vivido las virtudes teologales y cardinales de forma ejemplar, y no porque se hayan ocultado sus acciones inadecuadas.
    
Además, sostener que los “documentos son secretos” es simplemente falso. La Santa Sede no niega en absoluto el acceso a los documentos mientras se celebran los procesos de beatificación o canonización. Al igual que muchos otros investigadores, yo misma he podido trabajar siempre en los documentos conservados en los archivos vaticanos, incluso mientras -por ejemplo- los Papas cuyos papeles he estudiado estaban siendo beatificados o canonizados. Nadie ha impedido nunca la publicación de esos documentos. No así para Schönstatt: para ellos todo lo que no es favorable al padre Kentenich forma parte del “secreto del proceso de beatificación”. Pero como parece no saberlo el postulador de la causa, secreto es el procedimiento, no las actas que se conservan en los distintos archivos. Además, hasta 2007, los testigos de este proceso no estaban obligados a guardar el secreto: nunca lo estuvieron en este sentido e incluso han tenido a su disposición las copias de sus testimonios que entregaron en mano al padre Heinrich Maria Köster, quien quería hacer un libro con ellos.
    
También me deja sin palabras que el movimiento asocie los nombres de los grandes teólogos Henri de Lubac e Yves Congar con el de Josef Kentenich. Si los dos primeros tuvieron problemas con el Santo Oficio en los años 50’, porque había tesis doctrinales discutibles en algunos de sus libros, ninguno de ellos fue condenado a uno de los castigos más duros que la Iglesia puede infligir a un religioso: el exilio y el alejamiento absoluto de sus hermanas, no a causa de una teología sino de una conducta práctica considerada gravemente incorrecta. Recuerdo que durante el Concilio Vaticano II el padre Kentenich no fue invitado en absoluto a volver a Roma, mientras que De Lubac y Congar participaron en la preparación y desarrollo del Concilio a instancias del mismo Santo Oficio.
    
Estimado Dr. Magister, en ciertos ambientes de la Iglesia sigo encontrando demasiados silencios y demasiada indiferencia, por razones de beneficios personales, incluso cuando se trata de mujeres, hombres o niños que han sufrido todo tipo de abusos. Jesús contó una parábola muy apropiada para esta situación: frente a un hombre golpeado y dejado moribundo a un lado del camino hay quienes no lo socorren, quienes siguen como si nada, quienes no tratan de aliviar sus heridas, quienes no pagan por él. En esa parábola veo el problema de la Iglesia en el manejo de los abusos y el problema de Schönstatt con su fundador. Permítanme agradecerles por haber dado espacio a mi trabajo de investigación, mientras otros, muchos otros, han preferido y prefieren callar.
    
Alexandra von Teuffenbach

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Preferiblemente, los comentarios (y sus respuestas) deben guardar relación al contenido del artículo. De otro modo, su publicación dependerá de la pertinencia del contenido. La blasfemia está estrictamente prohibida. La administración del blog se reserva el derecho de publicación (sin que necesariamente signifique adhesión a su contenido), y renuncia expresa e irrevocablemente a TODA responsabilidad (civil, penal, administrativa, canónica, etc.) por comentarios que no sean de su autoría.