domingo, 11 de abril de 2021

CUANDO SAN PÍO X SE ENFRENTÓ AL ALCALDE JUDÍO Y MASÓN DE ROMA

Traducción del Comunicado N.º 32/21 del 9 de Abril de 2021, fiesta de Santa María de Cleofás, publicado en italiano por el CENTRO STUDI GIUSEPPE FEDERICI.
   
Ernesto Nathan Levi y San Pío X
      
Hoy las logias masónicas recuerdan el centenario de la muerte de Ernesto Nathan, judío y masón (hijo de Moses Meyer Nathan y de Sara Levi Nathan, muy cercana a Giuseppe Mazzini, para algunos no solo políticamente, tanto como para hipotetizar que Ernesto sea un hijo natural del gafe genovés), alcalde de Roma después de la ocupación del 20 de septiembre de 1870 entregó la Ciudad Santa del Catolicismo a la Secta.
   
En 1910, en el 50º aniversario de la brecha de Puerta Pía, en el traje oficial de alcalde de la Ciudad sede del Papado, pronunció un violento discurso contra la Iglesia. La reacción de San Pío X no se hizo esperar: dos días después (22 de septiembre de 1910) dirigió un rescripto al Cardenal Vicario para protestar públicamente contra las palabras “impías” y “blasfemas”. Publicamos los dos documentos, el del sectario Nathan y el del santo Papa Pío X.
  
1) Discurso de Ernesto Nathan en la Puerta Pía, 20 de septiembre de 1910:
«Ciudadanos,
   
No hablo en nombre de la sola Roma, ni es señal la corona o ahora a mí presentada, la presencia del Consejo provincial, presidido por su ilustre vicepresidente. Es toda la plaga en torno a nosotros, es toda la provincia que se une a la ciudad, solidaria con ella en las libres afirmaciones, en las aspiraciones populares.
   
Y, si de nuevo me dirijo a vosotros desde este lugar histórico, es por vuestra voluntad, hace poco manifestada con vuestro sufragio; quisisteis que la voz de la Administración popular resonase de nuevo aquí, y esta representación quisisteis en el año cuando de todos lados de Italia y del extranjero, de los dos hemisferios, connacionales y extranjeros se reunieron aquí en peregrinación para recordar el día en que, hace medio siglo, el Parlamento subalpino, en la cierta visión de los destinos nacionales, Roma  reivindicó como Capital de la nueva Italia.
    
Ante la voluntad del pueblo, en la obra de los grandes factores, el Apóstol [Giuseppe Mazzini], el Guerrero [Giuseppe Garibaldi], el Rey [Víctor Manuel II de Saboya], el Estadista [Camilo Benso, conde de Cavour], ante el probo ejército, a los valerosos voluntarios, a los ciudadanos, cuantos obraron, sufrieron, y murieron por la presciencia que a veces ilumina hombres y asambleas, así entonces estatuyó aquel ilustre patriótico consenso, y así, en la madurez de los eventos, fue confirmada por aquel voto solemne, nosotros estamos aquí hoy; y mañana el mundo entero en sus múltiples representantes aquí convergerá para constatar cómo la Roma de hoy, la Roma de la Tercera Italia, retoma el camino señalado por el destino, reasuma en sí la voluntad y las aspiraciones de un gran pueblo, abiertas las fronteras, y en las exteriorizaciones de la vida, en las manifestaciones del pensamiento, a través de los montes, a través de los mares, se hermane con los otros pueblos.
   
Tal es la Roma en cuyo oficio me honro representar aquí, vindicando la libertad de pensamiento, entrada en unión con la bandera tricolor, a través de esta brecha; otra Roma, prototipo del pasado, se encierra entre un perímetro más restringido que los muros de Belisario, entendido a comprimir en el brevísimo circuito el pensamiento, en el temor que, cual los embalsamados cadáveres del antiguo Egipto, el contacto con el aire libre los haga volverse polvo. Por allá, por la fortaleza del dogma, último esfuerzo desesperado para eternizar el reino de la ignorancia, desciende, por un lado, la orden a los fieles de prohibir de las escuelas la prensa, la que narra la vida y el pensamiento hodierno; por el otro resuena tonante —electricidad negativa sin contacto con la positiva— la proscripción contra los hombres y las asociaciones deseosas de conciliar las prácticas y los dictados de su fe con las enseñanzas del intelecto, de la vida vivida, de las aspiraciones morales y sociales de la sociedad.
   
Como en la materia cósmica en disolución, aquella ciudad, en las faldas del Janículo, es el fragmento de un sol gastado, lanzado en la órbita del mundo contemporáneo.
   
La mente —la de una vieja memoria— cuando recorre al año siguiente, al peregrinaje próximo y mide con su ojo la pequeñez de la brecha ante la cual está, reverente en el recuerdo del pasado, se inclina ante la energía incalculable del pensamiento, que, como el aire comprimido, abarcó aquel brevísimo espacio, para expandirse por toda la ciudad, cambiando el hábito interno y externo.
   
Retornad, oh ciudadanos, a la Roma de un año antes de la brecha: al 1869. Concurrían entonces en peregrinación los fieles de todas las partes del mundo, que llamados para una gran afirmación solemne de la catolicidad reinante. San Pedro, en su majestuosidad monumental, acogía en su amplio seno los representantes del dogma en Concilio Ecuménico; vinieron para sancionar que el Pontífice, en representación y sucesión directa de Jesús, debiese, como el Hijo, heredar poder ilimitado y omnisciente sobre los hombres, y sustraer de todo juicio humano sus decretos, en virtud de la infalibilidad proclamada, reconocida y aceptada. Era lo inverso a la revelación bíblica del Hijo de Dios hecho hombre en la tierra; ¡era el hijo del hombre haciéndose Dios en la tierra! Había quien, fuerte en la historia de los Pontífices a través de los siglos, se levantó ante la blasfemia dirigida a Dios y los hombres, [Johann Ignaz von] Döllinger. ¡Quedó solo! Para la jerarquía, revocar con dudas y discutir los decretos del Jefe de la Iglesia era el primer paso para someterlos al libre examen, era la rendija por la cual pasaba el aire oxigenado de la ciencia y el progreso civil. Sin embargo, sobre los viejos muros del dogma se sobrepuso el enlucido de la infalibilidad por unánime consenso. Fue la última gran afirmación ante el mundo de la Roma antes de la brecha, era el último peregrinaje al Pontífice-Rey.
   
¡Confrontad el hecho de entonces con el que ahora se prepara, y medid el camino recorrido en cuarenta años, un día en la vida de la ciudad eterna! ¡Miradla en las nuevas formas, en los nuevos comportamientos! Los muros de Belisario atravesados por todo lado, como los muros de Servio Tulio, están allá para determinar el circuito de la antigua Roma, con sus huertos, con sus villas, con sus callejuelas inundadas por el Tíber; hoy las villas y los huertos se dirigen hacia la colina y el mar, sin solución de continuidad, y apenas algún árbol, entre las nuevas, largas e iluminadas vías, entre las casas modernas, de las otras recuerda la existencia. [La iglesia del] Gesù devino un archivo nacional, aunque de tristes memorias; el Castillo de San Ángel, la tumba del fallecido emperador romano [Adriano], reducida luego a tumba de los súbditos papales vivientes, es un museo de recuerdos y de arte medieval, para enseñanza y afinamiento de los ciudadanos; el insigne y colosal monumento de la grandeza romana, las Termas Dioclecianas, reducidas a cenizas, bodegas y guarros habitáculos, ahora se rodea de jardines y retorna a la vida, vida digna, grande e inigualable museo nacional de arte antiguo.
   
Y podría continuar y mostraros la escuela elemental, el Largo Tíber, allá donde se erigía, como monumento de estulta intolerancia, el Gueto; los baños públicos donde la tolerancia consentía la corrupción de las costumbres; reasumo. En la Roma de antaño no bastaban nunca las iglesias para rezar, mientras en vano se cerraban las escuelas; hoy las iglesias sobreabundan, exuberan; ¡las escuelas nunca bastan! He aquí el significado de la brecha, ¡oh ciudadanos! ¡Ninguna iglesia sin escuela! Conciencia iluminada para toda fe, he aquí el significado de la Roma de hoy.
   
¿Por qué he hablado así? Por qué he reclamado en vida el pasado poniéndolo ante el presente? ¿Es por espíritu de polémica, para responder a las estúpidas acusaciones y contumelias a las cuales enfrentamos?
   
No, en verdad. Un sentido mucho más alto y digno me mueve: el de poner ante vuestros ojos y sobre todo ante vuestros corazones, las responsabilidades morales que pesan sobre nosotros, para que no os sea duro el camino que recorrer; para que Roma, en cada ciudadano individual y en su colectividad, sea consciente de su propio deber ante la Patria, al consorcio civil, al futuro. Me he afirmado en el pasado, para resaltar cuáles son los males, cuáles son los encasquillados hijos del despotismo, del reino de una clase, tanto por la sacerdotal, en nombre de la religión. Si la enseñanza se debiese olvidar, y en el predominio de una, de otra o de ambas clases, se debiese perder la vista la colectividad, el pueblo todo, la nación, la patria, enfrentando el ascendente de los intereses individuales, entonces aquella grieta sería abierta para dejar el paso a la lucha de apetitos contrastantes, de intereses contrarios de clase, no al bien de la Patria y de la humanidad.
   
En aquella convicción, he enviado en vuestro nombre el telegrama siguiente al Jefe de la Nación, aquel a que el bien patrio representa, a Su Majestad el Rey Víctor Manuel III:
“Mientras Italia toda, desde Turín a Marsala, de Castelfidardo a Nápoles, se reúna en las memorias cincuentenarias de los fastos del Resurgimiento, ante la fecha del 20 de septiembre, mirando todo el camino recorrido, de cuando la Roma abrió la brecha de la Puerta Pía, para proclamar al mundo desde el alto de Campidoglio la libertad de conciencia y la libertad de instituciones, Roma Capital, consciente de su altísimo deber, dirige su corazón y pensamiento ante Vuestra Majestad, duque y educador de la Nación resurgida, y reafirma la expresión de su devoto e imperecedero afecto, la confianza en los destinos patrios vaticinados y preparados por los grandes precursores y factores de la Tercera Italia”.   
Y Él responde así:
“Estoy profundamente agradecido del pensamiento que Roma me dirige y mando a la querida ciudad la expresión de mi vivo afecto. Con íntimo gozo asisto a la celebración de los cincuenta años, que se realizan con segura conciencia de los progresos conseguidos y con sólida fe en las libertades civiles. De esta celebración de sagradas memorias traigo para nuestra Patria alegre presagio de gloriosas fortunas y con él acompaño los votos que la Capital del Reino renueva en día tan solemne — Víctor Manuel”.
Respuesta digna de Quien, por virtud y vida, honra Su Casa y Su País.   
   
Ciudadanos,
   
Cada vez que, desde Turín a Marsala y Palermo, desde Nápoles a Perusa, a los campos de Castelfidardo, la Italia ha celebrado el recuerdo cincuentenario de los hechos de su recomposición y unidad, y cada vez se hace presente Roma en el corazón de su ciudadanía en la palabra de sus representantes. Hoy en la cuarentenaria memoria del día fatídico que ha consagrado la unidad patria, el País todo está aquí presente, en su más Augusta Representación; con nosotros recuerda el pasado, con nosotros fraternalmente obra el presente, con nosotros prepara en la conciencia del deber común el futuro. Un solo grito prorrumpa de vuestros pechos ante esta brecha: ¡viva la Tercera Italia!».
   
2) Rescripto del Papa San Pío X al Cardenal Vicario del 22 de septiembre de 1910:
«Al dilecto hijo Pietro cardenal Respighi, Nuestro Vicario General.
   
Señor Cardenal,
   
Una circunstancia de excepcional gravedad Nos mueve a dirigiros Nuestra palabra para manifestar el dolor profundo de Nuestro ánimo. Hace dos días, un funcionario público en el ejercicio de su mandato, no evitó recordar solemnemente el aniversario del día en que fueron violentados los sagrados derechos de la Soberanía Pontificia, alzó la voz para lanzar contra las doctrinas de la Fe Católica, contra el Vicario de Cristo en la tierra y contra la misma Iglesia el escarnio y el ultraje. Hablando en nombre de esta Roma, que aunque debía ser según autorizadas declaraciones, la morada honrada y pacífica del Sumo Pontífice, es tomada directamente en la mira Nuestra misma jurisdicción espiritual, arribando impunemente a denunciar el público desprecio hacia los actos de Nuestro Apostólico Ministerio. A esta audaz contestación de la misión confiada por Cristo Señor Nuestro a Pedro y a sus sucesores, acopiándose pensamientos y palabras blasfemas, se ha osado levantarse tan públicamente contra la divina esencia de la Iglesia, contra la veracidad de sus dogmas y contra la autoridad de sus Concilios.
    
Y porque al odio de la Iglesia va naturalmente conjunto el odio más declarado a toda manifestación de piedad cristiana, no se ha arredrado ni ante el propósito malvado y antisocial de ofender el sentimiento religioso del pueblo creyente.
   
Por este cúmulo de impías afirmaciones, tan blasfemas como otro tanto gratuitas, no podemos no levantar alta la voz de justa indignación y de protesta, y reclamar al mismo tiempo por medio vuestro, Señor Cardenal, la consideración de Nuestros hijos de Roma sobre las ofensas continuas y ahora mayores a la Religión Católica, también por parte de las públicas autoridades, en la misma sede del Romano Pontífice.
   
Esta nueva y muy dolorosa constatación no escapará ciertamente a los fieles todos del mundo católico, ellos también ofendidos, los cuales se unirán con Nuestros hijos queridos de Roma para elevar con fervor sus oraciones al Altísimo, a fin que se levante en defensa de su Esposa divina, la Iglesia hecha tan indignamente blanco de calumnias siempre más venenosas y a de ataques siempre más violentas por la impune insensatez de sus enemigos.
   
Hacemos votos que, por el honor mismo de la ciudad Eterna, no lleguen a renovarse estos intolerables ataques; y entre tanto como prenda de Nuestra especial benevolencia, os impartimos de corazón, Señor Cardenal, la Apostólica Bendición».

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