sábado, 9 de septiembre de 2023

MES DE LA DIVINA PASTORA – DÍA NOVENO

Tomado de La Divina Pastora, o sea El rebaño del Buen Pastor Jesucristo guiado, custodiado y apacentado por su divina Madre María Santísima, escrito por fray Fermín de Alcaraz (en el siglo Fermín Sánchez Artesero) OFM Cap., Misionero Apostólico, e impreso en Madrid por don Leonardo Núñez en 1831, con aprobación eclesiástica. Por cada Consideración, Afecto y Oración hay concedidos 280 días de Indulgencia por el Nuncio Apostólico, el Arzobispo de Santiago de Compostela y otros Prelados.
 
DÍA NOVENO
«In omni terra steti, et in omni pópulo, et in omni gente primátum hábui» Ecclesiastic, cap. 24, v. 9, 10. Puse mis pies en todas las partes de la tierra, y en todos los pueblos, y en todas las Naciones tuve el supremo dominio.
  
En este día se nos da a conocer el supremo imperio que recibió María Santísima sobre todo el Universo, cuando se la dio el oficio de Pastora de los hombres, sobre lo cual,
1º Considera primero, que el traje, y aun todo el aparato de una Pastora, aunque a los ojos del mundo carnal y terreno parezca propio solamente de gente rústica, idiota y despreciable; sin embargo, en nuestra Divina Pastora se descubren a la luz de la fe los distintivos honrosos del imperio y primacía que ejerce sobre el rebaño de Jesucristo, y del poder con que sujeta los corazones de todos, grandes y pequeños (Eccles. 24, v. 11). Su báculo pastoral nos representa aquella vara que salió de la raíz de Jesé, en que apoyándose esta tierna Virgen y Madre, se hizo familiar e igual en cierto sentido con su amado. Llevando en su mano este cetro glorioso de Reina, o báculo imperioso de Pastora, nos manifiesta que su imperio ejerce su autoridad en donde su Divino Hijo ordena y manda, y que dicho cetro es la fortaleza de Dios puesta en su mano, para usar de ella al modo mismo que el Rey usa de la vara de su virtud y su reino. El trono sobre que nuestra Pastora ejerce su imperio, aunque rústico y agreste, es tanto más respetuoso cuanto excede la dignidad de Madre del buen Pastor a los tronos de todas las potestades Angélicas y humanas, cuyo exceso lo declara San Juan Crisóstomo, diciendo: Es infinita la distancia que hay entre la Madre de Dios, y los siervos de Dios (Sermón 1.º de la Dormición de María). Así es, que por sí sola hace nuestra Emperatriz Pastora una jerarquía fundada por Dios, en tal honor y gloria, que tiene sus fundamentos sobre los montes de la santidad mas encumbrada, y sobre la perfección y hermosura de todas las criaturas.
    
Considera además, que la corona dada a esta Pastora por la Santísima Trinidad, como signo de su imperio, hace mucha ventaja a las otras con que son coronados los príncipes del cielo. De estas, dice el Profeta, que son formadas de piedras preciosas (Ps. 20), y la de nuestra Emperatriz Pastora, es compuesta de las estrellas del firmamento (Apoc. 12); y por consiguiente tanto más refulgente y hermosa, cuanto excede una estrella a la esmeralda y el topacio. Por fin, se presenta nuestra bellísima Pastora con el último signo de su imperio, que es el manto, bajo del cual están depositados todos los tesoros y riquezas del cielo con que abundantemente son enriquecidos sus vasallos. Ve, alma mía, cómo el Rey Omnipotente de los siglos, procuró que no le faltase cosa alguna de cuanto era necesario para elevarla a la dignidad de Emperatriz del Universo, cuando la disfrazaba con el traje de Pastora.
  
AFECTOS
Ya conozco, ¡oh Soberana Emperatriz de todo lo creado!, que todo tu virginal cuerpo está rodeado de un singular y admirable esplendor, que es la señal cierta de la dignidad regia, del principado y del dominio que ejerces aun en los mismos cielos. Este es justamente el vestido dorado que, entretejido con variedad de colores, forma el ornamento decente que te hace digna de asistir, como Emperatriz, a la diestra del Rey de los Reyes y Señor de los Señores (Ps. 44). A la vista de tanta excelencia, toda grandeza humana se humilla; y se abate hasta el polvo toda majestad terrena. El Padre, ¡oh Emperatriz Pastora!, te comunica su poder, para regir y gobernar el pueblo inmenso que te es confiado: el Verbo Eterno te infunde su sabiduría, para dictar las leyes que lo dirijan; y el Espíritu Santo, abrasando tu Corazón con su infinita caridad, te hace su trono en que habite corporalmente la divinidad. ¡Ah! ¡quién podrá medir la profundidad, la altura, y longitud de tu imperio!

Regocijémosnos cuantos componemos el místico rebaño de María. Ella es nuestra Emperatriz, y nosotros por consiguiente somos su pueblo amado, adquirido como pertenencia propia por los esfuerzos de su amor, mas bien que por los de su imperio. Sea feliz para nosotros, y bendigamos aquel día, en que reducidos de nuestros extravíos, principiamos a ser sus fieles ovejas; pues entonces, esta Divina Pastora rompió las cadenas que nos esclavizaban, disipó las tinieblas, que obscurecían nuestras almas, y con imperio de Soberana decretó la libertad de verdaderos hijos herederos de su reino. Desde entonces hacemos una Nación santa, el pueblo de adquisición, y aun el dote y patrimonio que la dio su Esposo, su Rey, y su Dios. ¡Ah, el espíritu se anega, y se confunde en este mar inmenso de grandeza, de felicidad, y de riquezas! Ovejas de María, elevad vuestras voces: anunciad al mundo todo, que vuestra Pastora María es la Emperatriz de cielos y tierra, pronta a derramar sus tesoros en socorro de cuantos reconocen su pastoral imperio.
   
2º Considera lo segundo, que los límites del imperio de nuestra Soberana Pastora son los mismos que forman el reino de Jesucristo, los cuales como en un mapa abreviado los describe el Abad Ruperto, diciendo: «Si María es Madre del Rey, a quien el Padre Eterno constituyó sobre las obras de sus manos, posee todo el reino de Jesucristo, y así en el cielo es reconocida por Reina, y en la tierra es Emperatriz de todos los reinos (Libro 3. sobre los Cánticos); y aun el infierno reconoce su dominio (San Buenaventura, en el Espejo, cap. 1, 8)». Sí, alma mía, los espíritus infernales obedecen a esta Pastora desde que su pie victorioso humilló y pisó la cerviz del príncipe de aquellas lóbregas cavernas, teniéndolos cautivos con su virtud y su poder, para que no puedan dañar a su místico rebaño. Es Emperatriz sobre todos los Reyes de la tierra, porque por ella reinan los Reyes, los legisladores decretan leyes justas, y los príncipes mandan (Prov., cap. 8, 15). La Iglesia la venera como Soberana, y como a tal le atribuye el destruir por sí sola todas las herejías en todo el mundo. Presidiendo esta Virgen de las Vírgenes a todos aquellos que no se mancharon con deleites carnales, y residiendo en el trono de Dios apoyada en su amado, es reconocida como Emperatriz por aquel número escogido de almas, que estando ante el trono de Dios, cantan de día y de noche un nuevo cántico que solo ellas saben entonar. Los Ángeles no se desdeñan de someterse a su imperio, antes bien tienen por gran dicha el servir a tan clemente y poderosa Señora, a quien la Iglesia llama Reina de todos ellos; y por último, en la tierra, y en los mares, ejerce la autoridad de Emperatriz: y aun el aire no está exceptuado de su imperio; antes bien está formado de él su Real trono (Eccles., cap. 24, 7).

Así son de extensos los límites en que nuestra Pastora ejerce el imperio dado por su Hijo; pero advierte, alma mía, que todo esto es nada en comparación de otro hemisferio de majestad infinita que obtiene esta Señora, y es, la potestad que se la dio y ejercitó sobre su Divino Hijo: potestad, que aunque no dice la dependencia de ser vasallo, es sin embargo de un orden noble y real; pues por ella, el Dios Omnipotente a quien obedecen todas las criaturas, y de quien está pendiente la existencia de todas ellas, obedeció sus órdenes y mandatos, viviendo sujeto a María Santísima como Madre, y a San José como Esposo de María (Luc., cap. 2, v. 51). Por cuya consideración, dice esta Señora de sí misma: «Yo me arraigué en un pueblo glorioso, y en la posesión de mi Dios: estoy elevada cual cedro sobre el Líbano, y como ciprés en el monte de Sion: Extendí mis ramas como el terebinto, y éstas están llenas de majestad y de hermosura» (Eccles., cap. 24, v. 16, 18, 22).
  
AFECTOS
Por ti, ¡oh bendita María!, se repara la inocencia, y es vencido el demonio, porque de ti está escrito que serías la que pisases su cabeza. Eres terrible a todos los Espíritus infernales, como un escuadrón bien ordenado, y puesto en acción de guerra. Sabiendo ellos que tú eres la Madre del Redentor, que destruyó su imperio, te miran con más respeto y temor, que a un ejército preparado siempre para reprimir su soberbia (Raimundo Jordán “El Idiota”, en la Contemplación de la Virgen, cap. 4). Los mares, la tierra, la Iglesia misma, los Ángeles y los Santos, reconocen tu imperio; y aun el Unigénito del Padre se somete a la autoridad de Madre con que le intimas tus preceptos. ¡Oh esfera infinita del imperio de tan augusta Pastora! En cuantos sitios es reconocida la Sangre del Cordero inmaculado, allí es también respetado el imperio de María. Cuantas criaturas adoran al Cordero de Dios, otras tantas se sujetan también al imperio de la Pastora que lo engendró, lo crió, y lo sustentó durante su vida mortal. ¡Felices, pues, y dichosas las ovejas que componen tan distinguido rebaño! Venid todas: rodead el trono de vuestra Emperatriz Pastora: fijad en ella vuestros ojos: recorred con santa curiosidad y detención, los términos sin límites de su imperio: y en una extensión tan incalculable, buscad e indagad el sitio que vosotras ocupáis en este mapa inmenso. No os acobardéis si notáis que solo tenéis en él un punto imperceptible, porque vuestra Emperatriz Pastora excelsa y sublimada sobre los cielos, pone sus ojos en las criaturas humildes, toma a su cargo el defenderlas, y no desecha las obras de las manos de su Hijo. Obedeced su imperio, y sujetaros a él con sincera humildad, teniendo por dicha, como lo es, el que se digne admitir entre sus sirvientes a una criatura vil y pecadora, y merezca ser contada en el número de su familia. Así, perteneciendo a su místico rebaño, seréis participantes de su clemencia y liberalidad.
      
ORACIÓN
¡Oh Pastora excelsa! Aunque es verdad que ejerces sobre tu rebaño el imperio que te dio el Omnipotente, desde el trono de inmensa gloria en que vives y reinas con tu Hijo, nosotros, sin embargo, rodeamos aquí en la tierra tu trono pastoral, en que te nos presentas amable y compasiva, con la segura confianza de que no tienes á menos el considerar nuestras miserias desde la elevación en que te hallas; antes bien, divisas mejor desde ella nuestra triste situación, y te haces más poderosa para dispensarnos las gracias de que necesitamos: te pedimos por lo tanto, que oigas atenta los clamores de tus hijos que te piden a una vez, salud en sus enfermedades, consuelo en sus tribulaciones, y remedio en sus necesidades. Eres poderosa para con Dios, y compasiva para con los hombres, y esto aumenta nuestra confianza. Eres Reina del Universo, danos la sumisión de fieles vasallos, para que dirigidos por ti en la tierra, reinemos en tu compañía en el cielo. Amén.
   
Se reza un Padre nuestro, cinco Ave Marías, y un Gloria Patri.

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