Tomado de La Divina Pastora, o sea El rebaño del Buen Pastor Jesucristo guiado, custodiado y apacentado por su divina Madre María Santísima, escrito por fray Fermín de Alcaraz (en el siglo Fermín Sánchez Artesero) OFM Cap., Misionero Apostólico, e impreso en Madrid por don Leonardo Núñez en 1831, con aprobación eclesiástica. Por cada Consideración, Afecto y Oración hay concedidos 280 días de Indulgencia por el Nuncio Apostólico, el Arzobispo de Santiago de Compostela y otros Prelados.
DÍA SEGUNDO
«Múlier, ecce fílius tuus» Joan. C. 19. v. 26. Mujer, ve ahí a tu Hijo.
DÍA SEGUNDO
«Múlier, ecce fílius tuus» Joan. C. 19. v. 26. Mujer, ve ahí a tu Hijo.
En este día se nos recuerda, que estando nuestro Divino Redentor Jesucristo pendiente del árbol de la cruz, y próximo a espirar entre tormentos del cuerpo, y aflicción de su santísima alma, nombró para nuestro consuelo a su misma Madre por Pastora del género humano, sobre lo cual,
1º Considera primero, que entre los inefables y multiplicados misterios que obró Jesucristo pendiente del patíbulo ignominioso de la cruz, no fue el menor, y sí el que nos manifestó de un modo exraordinario su ardiente caridad, el señalar a su Santísima Madre, para que supliendo sus veces en el mundo, de que él iba a ausentarse, velase diligentemente sobre el rebaño que el mismo Señor dejaba ya fundado en su naciente Iglesia. Desde entonces miró ya esta Señora como hijos propios a todos aquellos por quienes su Divino Hijo derramaba su sangre, y sacrificaba su vida, que eran cuantos descendian de Adán, sin exceptuar ni uno solo. Entonces se la dió el encargo de acudir solicita para levantar a los caídos, sostener a los débiles, y consolar a los afligidos (Cornelio Alápide, en Joan. 1. D.), como tierna y amorosa Madre, Reconocida inmediatamente por tal, se reunieron a su voz los Discípulos dispersos, se fortificó la debilidad de San Pedro, desapareció la cobardía de los Apóstoles, y todos los fieles perturbados con la muerte del Pastor, se confirmaron en la fe, oyendo atentos los documentos de ésta su digna substituta; en tales términos, que robustecidos todos con los pastos de su virginal palabra, marchaban contentos y alegres a la vista de los Concilios y los Jueces, juzgándose dichosos en sufrir afrentas e ignominias por el nombre de Jesús (Act., cap. 5). Previsto todo esto, como lo fue, por este Redentor Divino, dice a su Madre desde la cruz en que espiraba: «Mujer, ese es tu Hijo»; como si dijera: «Ya desde ahora serás Mujer fuerte y generosa, y por lo tanto vas a ser en mi ausencia la base, piedra y columna de mi Iglesia, para que la sostengas con tu poder: y con tu constancia, oración y consejo, disipes y calmes todas las tempestades de tentaciones con que se ha de ver combatida en la sucesión de los siglos» (Cornelio Alápide, en Joan. 1. D.). Aquí se verificó ya la profecía de Jeremías: «a esta hermosa, delicada doncella, acudirán ya desde hoy los pastores con sus rebaños, y alrededor de ella fijarán sus cabañas, y ella los apacentará con su propia mano» (Jerem., c. 6., v. 2.): y habitando en lugar seguro, dirán así los pastores como las ovejas: «El Altísimo por sí mismo ha fundado este tabernáculo de proteccion, él solo puede contar el número de los que habitan en él, llenos de gozo y de contento» (Ps. 86., v. 5, 6, 7): como corderillos tiernos, saltaremos de contento, y nos regocijaremos en tí, ¡oh, Divina Pastora!, conservando la memoria del amor que nos profesas, superior a las delicias del vino (Cant., cap. 1, v. 3).
AFECTOS
¡Pastor clementísimo!, piadoso Pastor de mi alma, centro en quien se reunen los afectos tiernos de mi corazón, ¿cómo pudiera yo agradecerte el honor que me dispensas haciéndome coheredero del Discípulo que más amabas, y esto cuando parece que solo debía llamarte la atención una Madre, la mas querida para tí, la cual quedaba sumergida en un mar de aflicción, y privada ya del consuelo que debería producir tu amorosa presencia, en su preciosa alma? ¡Ah! Si tú, ¡oh mi dulce Jesus!, eras también hijo de María, ¿por qué no la dabas el consuelo de nombrarla como me nombraste a mí? Tú no quisiste entonces nombrarte hijo de María, pero yo te confesaré hijo de Dios vivo; y aunque te vea en la cruz llagado, atormentado, reputado con los perversos, y espirando con ignominia y afrenta, te confiesa mi alma por verdadero Dios, te adora como uno en la esencia con el Padre, y el Espíritu Santo, y te ama como a su amoroso y legítimo Pastor: así como estás desfigurado, eres para mú hermoso; y deseable sobre los hijos de los hombres (San Lorenzo Justiniano, Sobre las Siete Palabras).
¡Oh Zagala amabilísima!, ¡a cuánta costa tuya mereciste el título de Pastora de mi alma! Sin más apoyo que el tronco infame de la cruz por donde corría la sangre de tu Hijo, estabas de pie, y así fuiste crucificada en su compañía: Él padecía en el cuerpo, y tú eras atormentada en tu Corazón, en el cual se reunían todos sus dolores, y que daban señaladas todas las llagas que lo tenían desfigurado: allí fuiste clavada con duros clavos, coronada de crueles espinas: tu amoroso pecho atravesado con la penetrante lanza, y acibarados tus dulces labios con hiel y vinagre: fuiste por fin sacrificada por tus ovejas como buena Pastora, en semejanza de tu Santísimo Hijo. Siendo superabundante la redención de este hombre Dios, completaste por tu parte, lo que según sus decretos faltaba a su Pasión (Col., c. 1, v. 29); y así, muriendo con Él como buena Pastora, principiaste el oficio que te dejó encomendado el Pastor, que moría (San Buenaventura, Amóris Divíni elíxir, c. 4). ¡Ah!, ¿qué haré yo para nunca salirme de éste tu rebaño: ser siempre tu oveja fiel, y que tú siempre seas mi Pastora?
2º Considera lo segundo, con la debida detención, el tiempo en que todos los hombres fuimos encomendados al cuidado y solicitud: pastoral de María en la persona del Discípulo San Juan, y advertirás que cuando los verdugos tenían ya a este inocente cordero fijo con duros clavos en la cruz, cuando dividían entre sí sus vestidos, y echaban suertes para decidir la pertenencia de la túnica inconsútil, en quien estaba significada la Iglesia Católica (San Pedro de Alejandría), entonces cabalmente quiso este supremo Pastor dar a conocer, que hasta el último instante de su vida quería trabajar sin descanso, porque se conservase ileso sin detrimento el redil de su Iglesia Santa, dejando delegada especialmente para esto a su Santísima Madre, y encargándola que enseñase y adoctrinase a los que quedábamos nombrados hijos suyos en los dogmas y verdades pertenecientes a la redención, justificación y salvación de todos nosotros. De forma, que para consagrar el título y oficio de Pastora, para darle todo el poder y autoridad que le es debida, para ejercitarlo en utilidad nuestra, terror y espanto del abismo, y para que nosotros formásemos una cabal idea de su grandeza e importancia, se erigieron dos Altares por singular disposición del Eterno Padre, el uno incruento en el Corazón de María, y el otro de sangre en el árbol de la cruz con que su Hijo lavaba los pecados del mundo; en éste sacrificaba Jesucristo su cuerpo, cumpliendo con el oficio de Pastor de un modo nunca visto, cual era dar la vida por librar de la muerte a sus ovejas; y en aquél sacrificaba María su inocente alma, reservándose la vida para apacentar las ovejas desconsoladas, y reunir las que se habían dispersado en aquellos días de tribulación. Sacrificados así Hijo y Madre, y levantadas las manos hacia el cielo, celebró María con su Hijo este sacrificio vespertino, y consumaron entre ambos el Misterio de la Redención (Arnoldo de Chartres, De las siete palabras, n. 1862). Así se instituyó el nuevo empleo de Pastora, que se le dió a esta Esposa del Espíritu Santo, en amparo y defensa de la grey del buen Pastor. Estos principios tuvo el redil evangélico, en que dijo Dios por Jeremías, que reuniría las ovejas que habían quedado dispersas de su rebaño, de todas las tierras adonde las hubiere arrojado la tribulación, para que crezcan, y se multipliquen colocadas ya en sus propias tierras (Jerem., cap. 33, v. 3). Esta es la Pastora que dijo el Señor crearía para apacentar sus ovejas con pastos saludables, con cuya protección no tendrán ya miedo, ni pavor alguno, y ninguna de ellas faltará en el redil (Ibid., v. 4).
AFECTOS
Llena de confianza y fortaleza, alma mía, y levantándote de tu pusilanimidad y flaqueza, deja caer ya de tu cuello las pesadas cadenas con que el príncipe infernal te tenía presa y cautiva. Levanta tus ojos cansados ya de llorar tu triste situación, y mira al Redentor Divino que obraba ya tu redención, y próximo a ausentarse de este mundo, deja en él a su amada Madre nombrada por tu Pastora, para que te ampare y te defienda; por consiguiente, tienes ya a la Madre de Dios por Madre, curatriz, y refugio tuyo: y ten por cierto, que desde que oye este encargo escrito con la sangre de su Hijo, cumplirá sobreabundantemente con él, por ser como lo es la última manda que la deja en su testamento. No temas ya tu perdición ni tu muerte, porque ella te curará la roña de tus pasiones que te traen flaco y desmedrado, fortalecerá la debilidad con que tantas veces te has rendido a sus estímulos, y alejará de ti el lobo infernal que procurará inflamarlas con su hálito pestilente. Confia en tu Pastora, porque sosteniéndote ella no te perderás.
Hijos todos de esta Madre, corred, y apresuraos a entrar en el rebaño de esta Soberana Pastora; ella aguarda en él con una compasiva inquietud a cuantas ovejas se han extraviado, y con una eficacia maternal las llama y las busca para ponerlas en seguridad. ¡Ah, cuánto es el gozo de esta Pastora, cuando obedientes sus ovejas a su voz, se apartan de sus extraviados caminos! Su Corazón se llena de gozo al recibirlas, y con los Ángeles del cielo celebra su hallazgo. Rebaño escogido del Señor, advertid cuán amable es el tabernáculo que Jesucristo os señala, para que habiteis en él con toda seguridad: de día y de noche estais en él seguros por la vigilancia y solicitud de tan buena Pastora. ¡Ah dulce Pastora! ¡Jamás nos apartaremos de tu abrigo delicioso! ¡Jamás abandonaremos este lugar seguro de nuestra esperanza! Tú eres la defensa en nuestros combates, el consuelo en nuestras penas, la corona en nuestras victorias, y el camino de nuestra verdadera felicidad; cubiertos ya con tu manto maternal, nada tenemos que temer.
ORACIÓN
Yo os doy gracias, ¡oh Dios mío!, porque disteis tal virtud y poder a esta Santísima Pastora, para infundir en los corazones de los primeros pastores de la Iglesia la fortaleza y generosidad necesaria para principiar la predicación del Evangelio, y alimentar con el pasto de tu divina palabra la grey que la dejabas confiada. Lleno asimismo de confianza, me acerco también a vuestro trono, ¡oh piadosa Corredentora de los hombres!, suplicándoos me concedáis la gracia de comunicarme la constancia y fortaleza que me es necesaria para permanecer fiel con Vos al pie de la cruz, en donde se os confirió el título de Pastora de mi alma, rubricado con las gotas últimas de la sangre de vuestro Divino Hijo, y signado por un testigo tan acreditado como San Juan, en cuya persona fui yo nombrado oveja vuestra; a fin de que, no separándome yo jamás de vuestro rebaño, por más que quieran extraviarme los escándalos del mundo, me haga digno de entrar en el redil eterno de la gloria. Amén.
Se reza un Padre nuestro, cinco Ave Marías, y un Gloria Patri.
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