lunes, 11 de septiembre de 2023

MES DE LA DIVINA PASTORA – DÍA UNDÉCIMO

Tomado de La Divina Pastora, o sea El rebaño del Buen Pastor Jesucristo guiado, custodiado y apacentado por su divina Madre María Santísima, escrito por fray Fermín de Alcaraz (en el siglo Fermín Sánchez Artesero) OFM Cap., Misionero Apostólico, e impreso en Madrid por don Leonardo Núñez en 1831, con aprobación eclesiástica. Por cada Consideración, Afecto y Oración hay concedidos 280 días de Indulgencia por el Nuncio Apostólico, el Arzobispo de Santiago de Compostela y otros Prelados.
 
DÍA UNDÉCIMO
«Diléctus meus mihi, et ego illi, qui páscitur inter lília: símilis esto cápreæ hinnúloque cervórum» Cant., cap. 2, v. 16, 17. Mi amado es solo para mí, y yo soy toda de mi amado, el cual se apacienta entre lirios: aseméjate, amado mío, a la cabra, y al cervatillo.
  
En este día se nos manifiesta que María Santísima, después de haber dado forma corporal al Cordero de Dios que debía redimir al mundo, fue como Pastora suya para criarlo y alimentarlo, sobre lo cual
1º Considera lo primero, que entre la multitud de maravillas que se obraron en el portal de Belén, nacido que fue el Hijo de Dios, una de ellas, y que era de un singular honor y gloria para María Santísima, fue constituirla y nombrarla Pastora de aquel Cordero inocentísimo, que vestido con las pieles de la humana naturaleza, venía a ser sacrificado por la salud de los hombres; pues como este Hijo unigénito del Eterno Padre aparecía en el mundo cual corderito tierno, desvalido, y necesitado de todo auxilio, y expuesto a los rigores e inclemencias de la cruel estación de un invierno frío, fue necesario señalarle una Pastora amable, cariñosa, compasiva y solícita, para que no pereciese en una situación de tan entera y absoluta indigencia. El buen Pastor, dice Isaías (Cap. 40, v. 11), apacienta su grey, reúne y recoge sus corderos en sus brazos, y los toma en su mismo seno. Si examinamos los oficios de esta Señora con su Divino Hijo desde el punto mismo en que, saliendo de su purísimo vientre, lo recibió en sus amorosos brazos, veremos cuán a la letra cumplió esta Señora el encargo que se la daba de criar, alimentar y custodiar a este tierno Cordero, ejercitando así el oficio de Pastora suya con alegría, contento y regocijo de su amoroso Corazón. Apenas conoció que se acercaba la hora de darlo a luz, se retira a un rincón de un establo, y elevada en una sublime contemplación, abrasada en un ardiente amor de Dios, y en el deseo de ver ya con sus ojos a este Hijo tan deseado, sale éste de su claustro virginal al modo que el sol sale por entre una nube resplandeciente, dejando ilesa su pureza virginal. Entonces esta tierna Madre, viendo en un establo a esta prenda de su amor, lo toma en sus brazos, y le dice con mas ternura que la Esposa de los Cantares: «Mi amado es todo para mí, y yo soy toda para mi amado: lo apacentaré como Pastora entre las azucenas y lirios de mi casto amor, y le daré por morada mi propio pecho». Advierte, alma mía, como inflamada esta Pastora en el amor de este su Divino Cordero, y enternecidos sus ojos, al ver ya con ellos al que amaba su Corazón, lo abraza estrechándolo entre sus hermosos brazos: lo acaricia con la mayor ternura: le ofrece el alimento de que la proveyó el Espíritu Santo, para sustentar a aquel mismo que con su poderosa palabra sostiene todo lo creado: no lo deja de sus brazos, ni lo pierde de vista, acariciándolo de continuo en su seno. ¡Ah, qué consuelo para esta Señora recibir un oficio de tanta dignidad! ¡Qué contento para su alma oírse llamar «Madre mía» por aquel niño recién nacido! Entonces, haciéndose toda de su amado, le rindió un profundo homenaje, ofreciendo en su obsequio sus cuidados, su obediencia y aun su propia vida: y cooperando con los designios de su Hijo por la salud de los hombres, deseaba que todos ellos se cumpliesen a la letra según que por el Padre eran decretados.
  
AFECTOS
Ojalá, ¡oh Virgen Santa e inmaculada!, que viese yo a mi corazón penetrado de los mismos sentimientos y afectos que inflamaron al vuestro en el portal de Belén, para felicitaros dignamente porque visteis en él realizado el nacimiento del Redentor, que la tierra y el cielo tanto deseaban. Yo tomo parte en la alegría que vuestro dichoso parto difundió en todas las criaturas, y solo hallaré contento verdadero en meditar atentamente tan amoroso misterio. Hasta hoy, entretenido con las vanas ilusiones del mundo, busqué solícito el contento y la alegría de mi corazón en su vanidad y locura; y a pesar mío, estoy ya desengañado de que solo en el servicio, y el amor de este vuestro tierno Hijo, puedo encontrar esta felicidad; y así lo buscaré con deseo de ser todo suyo, aunque sea en los establos de las bestias en donde le hizo nacer el amor que me tenia, antes de que yo pudiese amarlo. Acompañándoos allí, ¡oh Pastora Divina!, me haré digno de ser contado en vuestro rebaño amando a Jesús: conociendo a Jesús: viviendo de la vida de Jesús; y obedeciendo como humilde Oveja la voz de este Cordero y Pastor. Sí, mi amado Jesús, yo os ofrezco mi corazón, yo os consagro todos mis afectos, y en adelante solo quiero vivir dirigido, y apacentado por Vos.

¿Cómo podrá mi lengua, o qué expresiones serán bastantes, ¡oh Padre Eterno!, para daros gracias por haber confiado la asistencia y la crianza de vuestro Eterno y único Hijo, a la solicitud amorosa de mi Madre María Santísima, para que como Pastora diligente lo alimentase de su propia sustancia? Gracias os sean dadas igualmente, ¡oh Divino Espíritu!, porque fuisteis el autor de esta grande obra. Los Ángeles, los hombres, y todas las generaciones alaben eternamente vuestra liberalidad inefable, ¡oh Santa e individua Trinidad!. mientras que yo me regocijo de ver a esta inocentísima Pastora ocupada en criar y alimentar a vuestra segunda persona, que es el Hijo.
   
2º Considera lo segundo, que constituida María Santísima Pastora del Cordero de Dios, desde el instante mismo en que nació al mundo para limpiarlo de toda iniquidad, este Hijo único y verdadero Dios la reconoció por su verdadera Pastora; y asemejándose a los tímidos cabritillos, que no osan separarse del lado de sus madres, permaneció este Cordero Divino rendido y obediente a su amada Madre. Como el cordero y el pastor deben guardar entre sí una unión la mas íntima (San Agustín, tratado 46 sobre el Evangelio de San Juan), este Cordero Divino no se separó un momento del lado de su Pastora, siguiéndola a todas partes sin equivocarla con otra criatura alguna: á semejanza de aquellas ovejas que por la voz, por el vestido, y por la vigilancia pastoral conocen á su Pastor, sin engañarse, ni equivocarse, aunque oigan la voz de otros pastores que las llamen (Cornelio Alápide, comentario a San Juan, cap. 10): así fue, que desde su más tierna edad, hasta llegar a la de varón perfecto, fue gobernado y dirigido por ésta su solícita Pastora. Ve aquí, alma mía, cambiado enteramente lo que dice San Juan en alabanza de las Vírgenes (Apoc., cap. 14, v. 4): Que siguen al cordero a cualquier parte donde va; pues el Cordero Jesús es el que sigue, oye, y obedece a su Madre Pastora (San Bernardo, Homilía sobre Missus est); y aunque a la edad de doce años se separó por tres días del redil de su santa casa, dejando a esta sensible Pastora sumergida en el dolor más profundo, por juzgarlo perdido o devorado por sus enemigos (Luc., cap. 2, v. 44), luego al punto que dejó evacuados los asuntos a él confiados por su Eterno Padre, volvió al yugo de la obediencia santa de su amada Madre; esto es, al redil de esta su Pastora, en el que permaneció tan sujeto, que jamás se volvió a apartar de su lado sin decirla primero a dónde iba en cumplimiento de su misión divina, y cuándo volvería en cumplimiento de su perfecta sumisión a su verdadera Madre (L. Burg. Exposición sobre los Evangelios), obedeciéndola gustosamente en todas aquellas cosas que los buenos hijos obedecen a sus padres (Ibid.): sin que se sepa, que desde su tierna edad hasta los treinta años en que principió a ejercitar los oficios de Pastor Divino, hiciese cosa alguna notable, sino estar sujeto y obediente a su Santísima Madre, estando atento a los documentos de su educación, y escondido y resguardado en el humilde albergue de la casa de José y de María.
  
AFECTOS
¿Cómo me atreveré, ¡oh Dios mío!, a aparecer en tu adorable presencia, viéndote reducido a un estado penurioso e indigente, por darme ejemplo y enseñarme a vivir en el mundo? Mi indocilidad se resiste a toda sumisión, y yo te miro en los brazos de tu Santísima Madre sujeto como un manso corderito a sus preceptos, y obedeciéndolos con toda exactitud. Mi delicadeza se aflige por cualquier cosa que me falta de mi gusto y mi placer, y yo te veo privado de toda conveniencia, y sin otro regalo que la leche virginal de que milagrosamente fue provista tu Madre Santísima para alimentarte: a vista de tanta dignación, queda mi alma absorta en la grandeza de tu amor a los hombres, y ya solo entenderé en copiar en mí mismo los admirables ejemplos que me distes en aquel lugar humilde de Belén: ya no me asustará la indigencia y la penuria, ni me acobardarán las penalidades de la vida: seré siempre fiel a tu voz obedeciendo tus mandamientos santos, y haciéndome así digno de ser reputado por oveja del rebaño de María.
   
Yo te adoro, mi dulce Jesús, con el más profundo respeto de mi corazón. Yo te reconozco por mi Salvador y mi Dios. Yo te ofrezco y consagro todos los afectos de mi alma, y quisiera estar poseído de todos los sentimientos respetuosos que son debidos a tu soberana grandeza, para de este modo hacer eficaces tantas resoluciones como tengo formadas de vencer mis pasiones, de huir y menospreciar la vanidad del mundo, para seguirte humilde, pobre, desnudo y abatido, en el portal donde te dignaste aparecer en el mundo. Ya se avergüenza mi desenfrenada soberbia, y se abate mi presumida arrogancia; pues hombre miserable como soy rehúso toda sumisión, cuando te veo descender del alto cielo al portal de los pastores, y volver desde el circo de los doctores de la ley, a la obediencia y sujeción de María (San Antonio de Padua, Sermón sobre el cap. 2 de San Lucas). Yo confío que con tu gracia sostendrás mis propósitos, para que tenga yo la gloria de pertenecer a la grey mística de que tú eres Cordero inmaculado.
         
ORACIÓN
¡Oh Pastora del Verbo Encarnado!, interponed en favor mío vuestra poderosa mediación, para que mi espíritu, auxiliado por la gracia de mi Dios, se resuelva a practicar cuantos afectos han producido en mí la consideración de veros, ¡oh Madre mía!, empleada en alimentar y criar a vuestro Santísimo Hijo como verdadera Pastora suya, y a este tierno Cordero sumiso y obediente a vuestra amorosa voz todo el tiempo de su vida. Haced, Señora, que no queden estériles en mí estos mis deseos: por esto clamaré noche y día a los pies de este trono, en que nos manifestáis para nuestro bien ese Divino Cordero: volved sobre nosotros vuestros ojos de misericordia, para que fieles a la voz, y llamamientos del Pastor Divino, lleguemos a apacentarnos en compañía suya en los pastos eternos de la gloria. Amén.
   
Se reza un Padre nuestro, cinco Ave Marías, y un Gloria Patri.

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