Novena dispuesta en Italiano por el Padre Pedro Luis Rispoli CSSR, Consultor General de la Congregación del Santísimo Redentor y publicada en Nápoles en 1830; traducida al Español por el Padre Antonio Vallcendrera y Pons, Canónigo de la catedral de Lérida, publicada en Barcelona por la Imprenta y Librería de Piferrer en 1848, con licencia eclesiástica.
PRÓLOGO DEL TRADUCTOR, Y DEPRECACIÓN
Doy a luz en nuestro idioma la Novena que en honor del Santo de nuestros días, San Alfonso María de Ligorio, dio a luz en lengua italiana en 1810 su hijo el P. D. Pedro Luis Rispoli, Consultor General de la Congregación del Redentor, que él fundo. Para acomodarla algún tanto al estilo de nuestras novenas, he hecho la sencilla adición del acto de contrición, de los padre nuestros y gozos, y, en gracia de los que padecen reuma, tisis, etc. he añadido al fin también algunas peticiones. Si a alguno sus ocupaciones no le permiten leerla toda, puede omitir la lección de su vida y la del milagro, y quedará reducida a una novena regular. Aunque aquel padre la arregló señaladamente en gracia de los nobles, con todo es constante que no hay clase de personas que no pueda sacar mucha utilidad de ella, pues propone muchas virtudes que seguir, muchas máximas que atender, y muchos afectos que ejercitar. El Santo alcance á todos la gracia que para ello necesitamos. He juzgado prudente añadir también la siguiente deprecación:
¡GLORIOSÍSIMO SAN ALFONSO MARÍA! Al tomar en mis manos el presente librito para obsequiaros con la novena que el encierra, me atrevo a pediros una gracia, y os la pido no por mis méritos, sino por vuestra tan poderosa intercesión; a saber, la de acabar mis días en el ósculo santo del Señor. Esta es la gracia principal que deseo alcanzar por medio de esta novena. En ella se recuerda vuestra muerte tan santa, muerte ciertamente preciosa en la presencia del Señor, y justamente envidiable de todos los mortales: muerte tan tranquila, que casi ni los mismos venerables sacerdotes que os asistían, ocupados al mismo tiempo en rezar por vos, advirtieron cómo entregabais vuestra grande alma al Señor, que la había criado para sí, ¡Santo mío!, ¿de qué me serviría el mundo y todas sus niñerías, que todas se reducen a vanidad de vanidades y a aflicción de espíritu, si al llegar mi último día había de condenarme? Pasa la figura de este mundo, y pasan rápidamente los siglos unos tras otros: desaparecen las generaciones, y apenas dejan rastro tras de sí; y yo también paso, y me acerco cada día veinte y cuatro horas al día tremendo de pasar a la eternidad; y también la hora menos pensada desapareceré do entre los mortales, que también irán desapareciendo todos en pos de mí, y caeré en el olvido de los hombres. ¡Ay de mi, si no acababa felizmente! Mi perdición sería no menos que eterna. ¡Santo glorioso, abogado mío y protector mío! Vos que tan penetrado estabais de estas desengañadoras verdades, haced que también yo, indigno siervo vuestro, quede íntimamente penetrado de ellas; y que así desprendiéndome cada día más de este mundo falaz y embaucador, trabaje seriamente en el único negocio que tengo de importancia, la salvación de mi alma. ¡Santo mío! Cuando me veáis en el lecho de la muerte próximo a expirar, echadme vuestra bendición, principalmente en aquella crítica hora, así como pocos días antes de morir, desde la vuestra bendijisteis con tanta caridad, a más de otros, al Rey de Nápoles y a toda vuestra Congregación. Apoyado en fin en vuestra intercesión poderosa, tenga el dulce consuelo de acabar mis días en amistad y gracia del Señor: Amén.
PRÓLOGO DEL AUTOR
La santidad, según Santo Tomas, consiste en la mortificación de la carne, en la devoción del espíritu y en la piedad del afecto. Estas palabras son extrañas o desconocidas en el tiempo en que vivimos; de manera que es burlada la maceración de la carne, es despreciada la devoción del espíritu, y es desacreditada la piedad del afecto. Un furioso vértigo ha desequilibrado la mente de los hombres. La santidad, que es la que tiene el carácter del verdadero honor, se mira hoy día como una cosa vergonzosa. Los hombres, aplicados a envilecer el ser mismo que han recibido de Dios, han hecho profesión de establecer un sistema sostenido por las tinieblas, por los engaños y por los errores. Falsamente creen que la santidad es contraria a la nobleza, a la sabiduría, a las riquezas, a las diversiones, a la sociedad. ¡Oh. cuán equivocados van los que así discurren! La santidad, bien entendida y bien practicada, es una amiga preciosa de todas las reuniones, de todas las edades, de todas las condiciones y estados. Ella dirige al noble, al sabio, al rico, al que ama la civilización, y a cualquier que desea ser verdaderamente feliz. SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO vino al mundo para sostener los derechos de la santidad, y la ejercitó en grado heroico en todo el discurso de su tan larga vida: en la nobleza de su familia, en las ocupaciones del foro, en el estado de eclesiástico, en el ministerio de la divina palabra, en la dirección de las almas, en la fundación de la Congregación, en la dignidad de obispo, y en fin hasta la muerte, siempre fue santo. Ahora que después del decreto de santificación se expone al culto de los fieles, justo es que se extiendan por todas partes los resplandores de su santidad. A este fin he procurado reunir en esta sagrada Novena las grandezas del Santo, para utilidad de todos, mayormente de los nobles. Se compondrá ella cada día de una lección sobre su vida, de una meditación de una de sus virtudes, de una súplica afectuosa dirigida al Santo, de tres máximas virtuosas de las que él tenía y se leen en sus obras, y de un milagro de los que ha obrado Dios por su intercesión.
Unido así lo útil con lo deleitable, confío que esta pequeña obra será de gloria al Santo y de provecho a los fieles, y que cooperará a la propagación de aquella santidad que Dios exige de todos cuando dice: Sed santos, pues que yo soy santo.
NOVENA EN HONOR A SAN ALFONSO MARÍA DE LIGORIO
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos, líbranos Señor ✠
Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu
Santo. Amén.
ACTO DE CONTRICIÓN
Señor mío Jesucristo, mi dulcísimo y amantísimo Padre, en quien creo, quien espero, y a quien amo sobre todas las cosas: por ser Vos quien sois, ¡oh, bondad infinita!, siento en el alma el haberos ofendido. Pésame de haber agraviado a un Padre, que sois la misma ternura, el mismo cariño y amor. ¡Ojalá se partiese de dolor mi corazón! ¡Ojalá pudiese borrar con lágrimas de sangre las manchas de mis pecados, que tan fea han hecho a vuestros ojos mi pobre alma! San Alfonso María de Ligorio me alcance esta gracia, él que nunca cometió pecado mortal, y que antes bien con un celo el más vivo trabajó tanto para que el prójimo no Os ofendiera, sino que siempre os amase con el posible fervor. Dios mío, por su intercesión y méritos concededme el perdón de mis pecados, y la gracia de nunca mas pecar. Amén.
DÍA PRIMERO – 24 DE JULIO
LECCIÓN: Desde su nacimiento hasta que vistió el hábito eclesiástico: es decir, hasta los veinte y seis años de su vida.
El ejemplo es el mas fuerte estímulo para el ejercicio de la virtud. En la historia profana se encuentran personajes que llegaron a ser grandes porque siguieron el ejemplo de otros que lo eran: y también la sagrada, y aun con éxito mas útil, está llena de ejemplos semejantes. Valga por todos, y señaladamente para estimular á los nobles, la virtuosa conducta de S. ALFONSO MARÍA DE LIGORIO.
Tuvo la suerte de tener unos padres muy buenos, D. José de Ligorio, noble napolitano, y doña Ana Catalina Cavalieri, dama de Brindisi, los dos de experimentada virtud. Recibió el bautismo en la iglesia de las Vírgenes el 29 de setiembre de 1696. San Francisco de Jerónimo lo vio, y dijo: «este niño llegará a noventa años: será obispo, y hará cosas grandes en la iglesia de Dios». Desde pequeñito aprendió los principios de una muy buena educación, y con solicitud los rudimentos de nuestra religión adorable. Dos veces a la semana, luego que fue capaz para ello, se acercaba al tribunal de la penitencia. Desde la edad de diez años recibió la sagrada comunión bajo la dirección del P. Tomas Pagano del Oratorio. Asistió constantemente a la congregación de nobles, sirviendo de ejemplar a sus hermanos menores, don Aeroela y D. Cayetano. Amó el retiro: obedeció sin contradicción alguna a sus superiores.
Fue una vez con los padres del Oratorio a una casa de campo del príncipe de la Riccia. Convidado a un juego inocente, accedió al convite, y venció al compañero; y este prorrumpió en palabras indecentes. Se enardeció Alfonso María: se separó de él, y se puso de rodillas delante una imagen de la Virgen que él mismo había colocado de espaldas a un árbol, y allí fue hallado a la hora de retirarse puesto en éxtasis con sorpresa de sus compañeros. Hizo rápidos progresos en el estudio de las bellas letras, de la poesía, de la filosofía, y en los derechos civil y canónico.
En el mes de enero de 1713, después del correspondiente examen, recibió la borla de doctor, siendo de la edad de 16 años. Con el aumento de la ciencia creció también el de la piedad. El día 14 de agosto de 1715 fue inscrito en la congregación de doctores, y su principal ocupación fue asistir a los enfermos. A todas las iglesias de Nápoles cuando se exponía en ellas el Santísimo Sacramento en la función santa de las Cuarenta Horas, acudía a adorar a Jesucristo, y era un dulce espectáculo verle tan devoto y fervoroso. Hizo los ejercicios espirituales en el colegio de la Conoguia, y el P. Ballion jesuita, que le fue el director, lo señalaba por ejemplar a los jóvenes nobles. Se aplicó a convertir un esclavo, y consiguió que se hiciese cristiano. En el ejercicio del foro, bajo la dirección de los dos célebres abogados Perene y Jovera, se granjeó una fama tan grande, que de la capital y del reino corrían a confiarle causas de la mayor importancia. Observando los señores de la capital sus raras cualidades, todos los príncipes deseaban darle en esposa una hija suya. Su padre había ya puesto los ojos en la noble doncella doña Teresa de Ligorio de los príncipes de Presiccio. No contestó él a tal propuesta, sino que se tomó tiempo para acudir al consejo y a la oración. Siguió aplicado al foro, hasta que un día en una causa feudal conoció que la profesión de abogado apenas podía seguirse sin algún detrimento de la conciencia; y al bajar del tribunal se le oyeron estas palabras: «Mundo, ya te he conocido». Se retiró a casa: tres días lloró delante de un Crucifijo; y le vino entonces la vocación al estado eclesiástico. Fuese a la iglesia de la Redención de cautivos, y colgó su espada en el altar de María Santísima. Se encomendó a Monseñor Cavalieri su tío, al P. Pagano su pariente y director, y al abate Mira de San Severino. Se hizo superior a las persuasiones y amenazas de su padre, y a las lágrimas de su madre: renunció la primogenitura, y rehusó la mano de aquella princesa. Se retiró del mundo, de las dignidades, de las grandezas y diversiones; y en el mes de octubre, siendo de la edad de 26 anos, vistió el hábito eclesiástico. Tenemos aquí un joven noble, elegante, bello y erudito, y en él un ejemplar luminoso de virtud para los jóvenes que quieran seguir sus pisadas.
MEDITACIÓN: San Alfonso María, heroico en el despego del mundo, porque está lleno de engaños, porque está lleno de peligros.
1. Considera que S. Alfonso María, iluminado por Dios, conoce el mundo como causa de infelicidad y de engaños. Mira a los mundanos con ojos de compasión. Repite las palabras del Espíritu Santo: «¿Por qué amáis la vanidad, y buscáis la mentira?». Compadece la ceguedad de tantos esclavos del mundo, que buscan en él su felicidad, y se hallan engañados. Él desde jovencito comprendió que nuestro corazón no puede quedar satisfecho con la posesión de los bienes de la tierra, sino solamente con la del mismo Dios. El mundo para él era una cosa aparente, digna de desprecio; un dueño que promete mucho y nada da; un traidor que paga con amarguras y aflicciones de espíritu. ¡Oh, cuántos han sido engañados por el mundo, y al fin de sus días se han hallado sin mundo y sin Dios! Alfonso María no hace caso de los desprecios del mundo; no desea sus grandezas, no aprecia sus bienes: antes bien desprecia positivamente el mundo, se separa de él, lo abandona. Su mente y su corazón no hallan la felicidad sino en Dios. ¡Oh, qué dichoso aquel que considera al mundo como causa de infelicidad, y se aplica solamente a considerar y a amar la majestad de Dios! Dios mío, haced que conozca al mundo, y me aleje de él.
2. Considera que San Alfonso María conoce el mundo, y lo ve lleno de peligros que exponen la salvación del alma. Él sabe que Jesucristo lo declaró por enemigo suyo. Se recuerda a menudo de aquellas palabras que dijo el Redentor a sus discípulos: «Vosotros no sois de este mundo. A menudo se decía también a sí mismo: «Si quiero ser secuaz de Jesucristo; debo tener al mundo por enemigo. Si quiero imitar a sus discípulos, debo ser perseguido del mundo. Lo dijo Jesucristo mismo: Si el mundo os aborrece, sabed que antes me aborreció a mí. El mundo es enemigo de la gracia, lo es de la virtud, lo es del cielo. El mundo busca la ruina de las almas. Quien le sirve, se ve cogido en su red, y del mundo se ve arrastrado al infierno». Así discurría, con razón, San Alfonso María. ¡Oh, cuántas veces lloraba la ruina de los secuaces del mundo! «¡Infelices!, decía: ¡desgraciados! ¡Oh, cómo no ven los peligros en que se hallan de condenarse! El mundo tiene peligros en las conversaciones, en los paseos, en los teatros, en las visitas, en los malos compañeros, en la vanidad de las mujeres; en los viles intereses, en el logro de las dignidades. Donde el mundano cree hallar su satisfacción, allí encuentra la muerte». De San Alfonso María puede decirse que conoció el mundo, lo combatió y lo venció. ¡Dichoso aquel que sigue tan heroico ejemplar! Él pondrá su alma en camino de salvación. Confesemos pues que el mundo está lleno de engaños y de peligros, y busquemos solo a Dios, que nos da la paz y la seguridad. Dios mío, haced que solamente a Vos desee, que ame solamente a Vos, que sois el sumo y eterno bien.
AFECTOS Y PETICIONES
Abre los ojos, ¡oh alma desgraciadamente engañada de las falaces lisonjas del siglo! Mira a que precipicio se encaminan tus pasos, si no apartas el pensamiento у el corazón de los objetos fugaces del mundo. Ten presente que has sido criada inmortal. Sé que impedida por los sentidos no eres capaz de romper los lazos que tan atada te tienen a la tierra. Por eso mismo recorre con confianza a Dios, y dile con David: Vos sois mi ayuda: Señor, no tardéis. Recurre también a San Alfonso María, y dile con el corazón: ¡Oh mi poderosísimo Abogado! haced que yo me despegue de la tierra: romped los lazos que me tienen bajo la tiranía del mundo, Apartad de esta mi mente y de este mi corazón las falsedades que me rodean. Alcanzadme la gracia de saber aborrecer todos los bienes de esta miserable vida. Haced que mi alma halle su felicidad y su seguridad en el abismo de las grandezas de Dios. Guiadme por el camino de la gracia, de la virtud y de la gloria. Así como en el tiempo de vuestra vida salvasteis tantas almas, así por vuestra mediación confío se salvará también la mía, y gozará finalmente de vuestra compañía en la mansión de la gloria. Amén.
Pídase al Señor la gracia especial que se desea alcanzar en este día por la intercesión de nuestro Santo, señaladamente la virtud propia del día y una santa muerte. En memoria de la devoción que profesó a la Santísima Trinidad y a la Santísima Virgen, tres Padre nuestros con Ave María y Gloria Patri cada uno.
1. Comparad los bienes del mundo con los del cielo, y diréis: Lo que no es eterno, nada es.
2. El que ama los bienes sensibles más que a Dios, es hombre carnal, mas no racional, ni tiene religión.
3. Los bienes del mundo deben servir al hombre; pero no el hombre a los bienes del mundo.
MILAGRO
Los milagros son una prueba auténtica de la verdad, y la Iglesia para beatificar y canonizar a los santos exige milagros obrados después de su muerte, en confirmación de la verdadera virtud que practicaron en vida. Apenas murió San Alfonso María de Ligorio, que Dios comenzó a glorificarlo con milagros.
José María Tusco, infantito de cerca un año, padecía una enfermedad complicada y tan activa, que los médicos lo habían ya desahuciado. Una tía suya lo tomó de la cuna en sus brazos, y lo llevó a la iglesia de San Miguel, donde estaba expuesto el cuerpo del Santo. Puso la criatura sobre él, e inmediatamente quedó curada. D. Cayetano Tusco sacerdote, tío del infantito, lleno de gozo, dio a este una imagen del Siervo de Dios: y ¡raro prodigio!, el niño, que aún no había hablado palabra, soltó la lengua, y dijo en voz alta: «Alfonso es santo: Alfonso está en el cielo». Así confirmó la santidad de San Alfonso María, aquel Señor que cuando le place, hace disertas las lenguas de los infantes.
GOZOS
Ejemplar de perfección,
De toda virtud modelo:
Sed en todo desconsuelo,
Alfonso, nuestro patrón.
De Ligorio en noble cuna
Fue Nápoles vuestro oriente,
Que en vos nobleza eminente
Con la santidad se aduna:
De la gracia en posesión
Entráis luego que del suelo.
Sed en todo desconsuelo,
Alfonso, nuestro patrón.
Jesús, María dijeron
A no tardar vuestros labios,
Que nunca en ellos resabios
De otro lenguaje cupieron:
A Dios diste el corazón
Desde niño sin recelo.
Sed en todo desconsuelo,
Alfonso, nuestro patrón.
Aunque como ángel voláis
De la virtud a la altura,
Cilicios a la cintura
Con rigor os aplicáis:
Alas vuestro corazón
Tiene para tanto vuelo.
Sed en todo desconsuelo,
Alfonso, nuestro patrón.
De Gonzaga imitador
Fuisteis, ¡oh gran penitente!,
Y no menos inocente,
¡Oh fiel víctima de amor!
A María con fervor
Amasteis y con desvelo.
Sed en todo desconsuelo,
Alfonso, nuestro patrón.
El don precioso obtuvisteis
De la santa castidad,
Y de cualquier liviandad
A la menor sombra huisteis:
Con todo en la confesión.
¡Oh qué amargura y duelo!
Sed en todo desconsuelo,
Alfonso, nuestro patrón.
De Ángeles por el sustento
Anhelabais fervoroso;
Lo recibíais gozoso
Con indecible contento:
Ardía vuestro corazón
Hecho un Etna o Mongibelo.
Sed en todo desconsuelo,
Alfonso, nuestro patrón.
En las ciencias Querubín
Os mostrasteis estudiando,
Y al Dios de amor contemplando,
Erais como un Serafín:
Toma el cielo por blasón
Que moráis mucho en el suelo.
Sed en todo desconsuelo,
Alfonso, nuestro patrón.
De sacerdotes espejo
Para que fueseis un día,
Renunciáis la abogacía
Con muy prudente consejo:
Deseabais la religión
Con ansia, afán y anhelo.
Sed en todo desconsuelo,
Alfonso, nuestro patrón.
Con angélico recato
En el siglo retirado,
Con vuestro Señor amado
Era siempre vuestro trato:
Erais de santa oración
A los jóvenes modelo,
Sed en todo desconsuelo,
Alfonso, nuestro patrón.
De una nueva religión
Dios os quiso fundador,
Que del pobre con fervor
Cuidase la salvación:
Desempeñáis la misión
Con el más ferviente celo.
Sed en todo desconsuelo,
Alfonso, nuestro patrón.
Entre sabios eminentes
Justo lugar ocupasteis;
Huir a todos enseñasteis
De las ciencias pestilentes:
Practicabais con tesón
Lo que enseñabais con celo.
Sed en todo desconsuelo,
Alfonso, nuestro patrón.
Al sagrado tribunal
Asistíais con frecuencia;
Librabais con vuestra ciencia
Al pecador de su mal:
Al puerto de salvación
Lo llevabais con desvelo.
Sed en todo desconsuelo,
Alfonso, nuestro patrón.
Las esposas del Señor
Llamaron vuestra atención;
La senda de perfección
Las trazasteis con fervor:
¡Qué señal de salvación
Caminarla con anhelo!
Sed en todo desconsuelo,
Alfonso, nuestro patrón.
De obispos por fiel dechado
El Señor os escogió,
Y de gracias os lleno
Para ser muy buen prelado:
Muchos llevó a salvación
Vuestro pastoral desvelo.
Sed en todo desconsuelo,
Alfonso, nuestro patrón.
Un tránsito glorioso
Terminó en fin vuestra vida;
La corona a vos debida
Os dio el Señor bondadoso:
Con eterna consolación
De ella gozáis en el cielo.
Sed en todo desconsuelo,
Alfonso, nuestro patrón.
Ejemplar de perfección,
De toda virtud modelo:
Sed en todo desconsuelo,
Alfonso, nuestro patrón.
℣. Ruega por nosotros, San Alfonso
María.
℟. Para que seamos dignos de
las promesas de Cristo.
ORACIÓN
Deus qui per Sanctum Alfonsum Mariam, confessorem tuum atque pontificem, animarum zelo saccensum , clesiam tuam nova prole fæcundasti : quæsumus, ut, ejus salutaribus monitis edocti et exemplis roborati, ad te pervenire feliciter valeamus : Per Christum Dominum nostrum. R. Amen.
En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu
Santo. Amén.
DÍA SEGUNDO – 25 DE JULIO
Por la señal…
Acto de contrición.
LECCIÓN. Desde que vistió el hábito eclesiástico hasta que dio la regla a su Congregación: es decir, de los 26 a los 53 de su vida.
Apenas San Alfonso María hubo vestido el hábito eclesiástico, se aplicó desde luego a los estudios sagrados, bajo la dirección del canónigo D. Julio Torni. Asistía a la parroquia de San Ángelo de Segno. Reunía los muchachos mas asquerosos y mal vestidos, y les instruía en la doctrina cristiana. El cardenal Pinatelli quiso ordenarlo desde luego. Se inscribió a la congregación de las misiones, erigida en la iglesia catedral de Nápoles. Cada mes se retiraba un día a la casa de las Vírgenes. Comulgaba todos los días con fervor. Tenía su consuelo en visitar a los enfermos de los hospitales, y lo restante del día lo empleaba en el estudio y en la oración. Compró una casa cerca la puerta de San Genaro, y a ella se retiraba algunas veces con algunos eclesiásticos piadosos, los cuales observaron en estas reuniones que mortificaba su cuerpo con cilicios, cadenillas, camisolas de pelo de caballo, disciplinas de sangre, y con una grande abstinencia. En 1725 fue ordenado de subdiácono, y el año siguiente de diácono. Tuvo una enfermedad casi mortal, y recibió el sagrado Viático con mucha alegría de su corazón. Pidió le trajesen la imagen de María santísima, aquella en cuyo altar colgó un día su espada; y al verla cesó la violencia del mal, y luego se restableció. Predicó la primera vez en San Juan in Porta en la función santa de las Cuarenta-Horas, y entonces adquirieron fama su celo y sus talentos. En diciembre del mismo año fue ordenado de sacerdote. El mismo Cardenal quiso que diese los ejercicios al clero de Nápoles. Obedeció, y se mereció un aplauso general. Se le vio siempre aplicado al púlpito y al confesonario; y era innumerable el número de personas que acudía a oírle, Mientras daba los ejercicios en la iglesia del Espíritu Santo lo oyó su padre, y llorando dijo: «Mi hijo me ha hecho conocer quién es Dios». Se retiró en la congregacion llamada de los Cinesios, que acababa de instituir el P. D. Mateo Ripa. Dando los ejercicios en aquella nueva iglesia, trece doncellas que estaban para casarse, consagraron su virginidad al esposo celestial Jesucristo. Quiso salir fuera de Nápoles, y la cuesta de Amalfi fue la primera que gozo de los frutos de su celo. En la ciudad de Escala halló una soledad acomodada a su tan grande recogimiento. Mientras vivía allí con algunos compañeros una vida al mismo tiempo activa y contemplativa, Dios le manifestó el diseño de un nuevo instituto. Una virgen religiosa claustral del monasterio del Salvador, Sor Maria Celeste, virgen dotada de singular virtud, le dijo un día: «Dios quiere de V. una congregación de operarios, evangélicos, que trabajen en gracia de la gente más necesitada». Estas palabras hirieron el corazón de Alfonso María. Corrió a Nápoles, y consultó al P. Pagano su director, al célebre e ínclito P. Diorillo dominico, a Monseñor Falcoya, obispo de Castellanmare, y a Monseñor Santoro, obispo de Escala; y los cuatro le aseguraron que aquella era obra de Dios; y que hallaría muchas dificultades, pero que de todas saldría vencedor. Desde luego se levantaron contra dicha resolución los parientes, los amigos, y aun el mismo cardenal Piñatelli. Pero firme él y constante, se fue a Escala con algunos compañeros, y echó allí los cimientos de la Congregación. El tenor de vida que allí guardaba, era de contemplación, de mortificación y de celo. Dormía sobre paja: las más de las veces tomaba la comida, o puesto de rodillas, o postrado en tierra con una piedra al cuello; y se disciplinaba casi todas las tardes. Dios quiso probarlo con una cruel amargura. Algunos de los compañeros querían que la reciente Congregación pusiese escuelas de párvulos; y Alfonso María, iluminado por Dios y después de haber tomado consejo, se opuso a ello; y entonces todos lo dejaron, a excepción del P. D. Cesar Sportelli y del lego Vito Curedo. No por eso perdió la confianza que tenía en Dios: y tuvo a no tardar, el consuelo de ver que acudían muchos otros compañeros de singular virtud, y así comenzó a dilatarse el instituto. Se hizo una fundación en la villa de los Schiavos en la diócesis de Cajazzo. En 1733 fundó el colegio de Ciorani en la de Salerno: en 1742 el de Nocara de Pagani: en 1715 el de Ilicela en la de Borino: en 1747 el de Cuposele en la de Cuuza. Formó la regla; y reunió a sus compañeros y se la propuso, y la envió al Sumo Pontífice Benedicto XIV, que la aprobó con un breve pontificio el 25 de febrero de 1749. Fue elegido en capítulo por superior mayor de la Congregación del Santísimo Redentor, y con los compañeros profesaron dicha regla, e hicieron los votos simples de pobreza, castidad y obediencia, con voto y juramento de perseverar en ella hasta la muerte, pero dispensables, o por el Santo Pontífice o por el Rector mayor. Hizo voto de hacer siempre lo que le parecería más perfecto, o más del agrado de Dios: voto ciertamente dificilísimo, y que no obstante observó exactamente hasta la muerte. Tenemos pues un nuevo instituto que hace conocer el celo del Santo y de sus hijos, y que debe animar a todos los eclesiásticos que quieran cumplir sus propios deberes.
MEDITACIÓN
San Alfonso María, heroico en corresponder a la gracia: porque conoció su valor: porque experimentó su utilidad.
1. Considera que San Alfonso María conoció que todos los tesoros del mundo nada son cuando se comparan con la gracia de Dios. Ella es un don infinito, que vale tanto, cuanto vale, el mismo Dios: es un tesoro inestimable con el cual se compra un paraíso eterno. Ella levanta al hombre de su miseria , y lo acerca a Dios: con ella se adquiere la verdadera nobleza de espíritu. Con la gracia de Dios el alma agrada a Dios, y Dios se consuela en ella: en ella se consuela el Padre como en su amada hija: en ella el Hijo, que ve el fruto de su redención: en ella el Espíritu Santo, que la tiene por su habitación, Alfonso María lloraba al ver tantas almas sin la gracia de Dios. ¡Oh, cuántas veces decía: «¿De qué sirve a los soberanos su esplendor, si no tienen la gracia de Dios? ¿De qué sirve a los ricos el oro y la plata, si no tienen la gracia de Dios? ¿De qué sirve a los poderosos todo su poder, si no tienen la gracia de Dios? ¡Oh, cuán digna es ella de ser estimada! ¡Infeliz aquel que no la conoce! ¡Desgraciado aquel que no la aprecia! ¡Desdichado aquel que no la posee!». Nuestro Santo la conoció, la apreció y la poseyó siempre: correspondió a todos los designios de Dios, y negoció con todas las gracias que recibió. ¡Dios mío!, ¿quizá si yo estoy en gracia o en desgracia vuestra? ¡Ea! Apiadaos de mí, y dadme a conocer el estado de mi alma.
2.° Considera que San Alfonso María desde pequeño experimentó la utilidad de la divina gracia. Ella le libró del mundo, le inspiró amor a la soledad, y le hizo agradable a Dios. Ella es la que hace que el alma sea hija de Dios, amiga de Dios, esposa de Dios. Ella le da derecho al paraíso; la libra de la esclavitud del demonio; la guía por el camino del cielo. Sin la gracia, el mundo sería un desierto horroroso, el alma quedaría enferma, ciega, débil y afligida. Sin la gracia el alma es muerta, y para ella está cerrado el cielo y abierto el infierno. La gracia es necesaria para iluminar el entendimiento, para corroborar la voluntad, para dirigir los afectos del corazón, para observar las leyes, para evitar el vicio, para ejercitar la virtud. Ella da al alma la verdadera sabiduría, la verdadera fortaleza, la verdadera riqueza, la verdadera paz. Todos estos efectos de la gracia de Dios probó San Alfonso María; de manera que no se resintió en las persecuciones, no se acobardó en las fatigas, no desmayó en los trabajos, asistido siempre de la divina gracia. Animado con ella, obró prodigios, ya a favor de su alma, ya a favor de sus prójimos: a ella debió aquellas heroicas virtudes con que adquirió la gloria tan grande que está gozando en el cielo. ¡Feliz pues aquella alma que posee el tesoro de la gracia de Dios! ¡Dios mio!; ¡oh, cuán ciego he sido, pues he hecho tan poco caso de tesoro tan precioso! Hacedme la merced de dispensármela, y de manera que nunca la pierda.
AFECTOS Y PETICIONES
Alma mía, si has perdido la gracia de Dios, has perdido todo el bien. ¡Lágrimas!, ¿dónde estais para llorar una pérdida tan amarga? ¡Malditas culpas, que me hicisteis perder tan rico tesoro! El pecado fue el ladrón cruel que me hurtó las riquezas de la gracia de Dios. Ven, llanto,aá mis ojos, acompañado de una sincera protesta de no pecar más. Vos, San Alfonso María, hacedme recobrar la gracia perdida. Vos fuisteis rico de gracia: dignaos pues ayudar a un pobrecito. Vos correspondisteis siempre a ella: compadeceos pues de mí, si no he correspondido a ella como debía, y haced que en adelante sea fiel a Dios. Vos que trabajasteis tanto para que los pecadores la recobrasen, interponed vuestro poderosísimo valimiento para que salga de la culpa, y vuelva a la amistad de Dios. ¡Sí, Santo mío apreciado!, por vuestro medio deseo la gracia, la paz, la perseverancia y el paraíso: haced no quede frustrada mi esperanza. Amén.
Pídase la gracia que se desea recibir. Rezar tres Padres nuestros, Ave Marías y Glorias.
MÁXIMAS DEL SANTO
1. Un alma que está en gracia de Dios, no teme la muerte, ni el juicio, ni el infierno; sino que con alegría y confianza se echa en sus manos.
2. Todos los bienes del mundo no bastan para comprar un grado de gracia de Dios, ¡y con todo es esta gracia tan despreciada!
3. Sin la gracia de Dios no hay verdadera alegría, ni verdadera paz.
MILAGRO
El P. Francisco Ottajano, de los menores reformados, a quien muchos médicos de Nápoles habían declarado ético de última especie, viéndose abandonado de todos por temor del contagio, se retiró a Palma a morir cerca de una tía suya. Allí le visitaron otros médicos, los cuales ordenaron que se le ministrasen todos los sacramentos, y que se persuadiese bien de que debía morir dentro de poco. Viéndose al término de su vida, se encomendó a San Alfonso María (entonces no más que venerable), invocándolo con grande confianza: y poniendo los ojos en una imagen suya, le dijo: «Si verdaderamente estáis gozando de Dios en el paraíso, no quiero morir de una muerte tan asquerosa y aborrecida de todos». Dicho esto, se le excitó un grande y extraordinario apetito: comió a satisfacción y durmió a satisfacción, y durmió plácidamente, y quedó sano y fuerte. Salió de casa, y se fue a la iglesia del colegio de San Miguel a dar gracias al Santo. Este es uno de los milagros que fueron aprobados para su beatificación.
Los Gozos y la Oración se dirán todos los días.
DÍA TERCERO – 26 DE JULIO
Por la señal…
Acto de contrición.
Apenas fue aprobada la regla, cuando vio San Alfonso María proclamado por todas partes su instituto. En pocos años, a más de los colegios fundados en el reino, se fundaron otros siete en el Estado Romano; a saber: en Scifelli, en Fresinona, en Gubio, en Spello, en San Ángelo a Cupolo, en Benevento y en Roma. También en Sicilia se hizo la fundacion de Girgenti, la de Sciacca, y últimamente la de Palermo; y en Polonia se fundaron tres colegios. ¡Cuán contento estaba San Alfonso María al ver propagada la obra de Dios! Velaba sobre la observancia de las reglas, sobre el estudio de los jóvenes, y sobre el espíritu del noviciado. ¡Pero ay!, mientras se gozaba de tanta paz y alegría, se suscitó una fiera tempestad. Algunos poderosos de Deliceto atentaron contra el instituto, procurando su destrucción con falsas acusaciones y diabólicas tramas. De tres medios se valió San Alfonso María para defenderse; a saber, el sacrificio de la misa, la oración y la mortificación. Mandó a los individuos de la Congregación que ayunasen todos los sábados, se disciplinasen cada lunes, además de los miércoles y viernes, y que rezasen el salmo Qui habítat in adjutório Altíssimi, etc (Salmo 90). Animó a algunos pusilánimes, y predijo que la Congregación saldría con victoria y quedaría más gloriosa después de la persecución; y así fue puntualmente. Se defendió con tanto tino y con tanta caridad, que ni dijo, ni escribió palabra contra sus adversarios. Obtuvo victoria, y todo lo atribuyó a Dios. Mandó a los suyos que hiciesen beneficios a los perseguidores. Y de hecho, la familia del enemigo más fiero vino a menos, у San Alfonso dispuso que el P. Taunoja cuidase de la educación y colocación de todos los hijos de aquel padre, que había ya muerto; y así se cumplió exactamente. Pasada aquella tempestad, todo su conato se dirigió a perfeccionar sus misioneros. Él era el primero que observaba las reglas y los votos. Más movía con el ejemplo que con las palabras. Era el primero en todos los actos de comunidad, que no eran pocos en el decurso del día; a saber, media hora de oración mental a la madrugada, entre día y a la tarde: un cuarto de visita al Santísimo Sacramento: media hora de preparación para la misa, y otra media de acción de gracias: el examen de conciencia antes de comer y antes de retirarse a descansar: tres horas de silencio cada día, y media hora de lectura espiritual: la disciplina en común dos veces a la semana: la conferencia de liturgia o de ascética cada lunes: la academia de teología dogmática o moral cada viernes: un día de retiro cada mes y diez cada año. Esta era la vida de Alfonso María en el colegio; y esta era, y es aún, la de sus hijos. No obstante que superior, escogía para sí siempre lo peor. En Ciorano escogió para su habitacion un lugar estrecho que estaba debajo una escalera de madera. Vestía los hábitos viejos que dejaban otros. Al manjar mezclaba siempre ajenjo o centaura. Ayudaba a los legos a barrer el colegio, y también en otros oficios los más mecánicos. Visitaba cada año los colegios, o personalmente o por medio de comisionados. Amaba a los súbditos con amor de padre y sin hacer alarde de su autoridad, y los consolaba en sus aflicciones. Corregía con caridad a los defectuosos, y casi siempre rogando. No los quería melancólicos, ni tristes. Era singular su afecto para con los enfermos; ofrecía su vida al Señor en gracia de ellos. Insinuaba a los rectores de los colegios que vendiesen las alhajas de oro y plata de las iglesias, si así fuese necesario, para que nada faltase a los enfermos. Mandó que todos los colegios sin falta hiciesen limosna cada día: y ordenó también que diesen acogida a todos los peregrinos, y él principalmente hacía la caridad a las personas vergonzantes. Este su espíritu de caridad que confirmado con un raro prodigio. Alimentaba a una mujer que debía a él su conversión, y le entregaba la mesada en la iglesia del colegio de Nocera. Acudió la pobrecita el día que tenía señalado, y se la dijo que D. Alfonso María había partido para Nápoles, como realmente así era. Entró la infeliz llorando en la iglesia, y quedó parada al verlo en el confesionario, el cual la llamó, y la dio la acostumbrada limosna. Se pasmaron también los demás individuos del colegio al saber el portento. ¡Oh, cómo Dios glorifica a sus verdaderos siervos y amigos!
MEDITACIÓN: San Alfonso María, heroico en el amor de Dios; pues que lo amó con amor fervoroso, y con amor eficaz.
1.º Considera que San Alfonso María, si en las otras virtudes fue gran Santo, en el amor para con Dios fue un Serafín. Estaba tan penetrado de esta dulce llama, que al solo oír amor de Dios, se dejaba ella ver en el rostro. Cuando hablaba del amor de Dios, se transformaba, y parecía como si estático quisiese levantarse en el aire. Este fuego encendía en las meditaciones de las perfecciones de su divina Majestad. Contemplaba siempre las cosas celestiales. Las obras de Dios eran otros tantos motivos para más amarle. Amaba a Dios como a fuente de belleza, de sabiduría, de bondad, de poder, de riquezas infinitas. Lo amaba como benéfico, como amante, como misericordioso, como causa de todos los bienes que hay en el mundo. Lo amaba porque le había enriquecido con tantos dones y con tantas gracias singularísimas. Mas, ¡ay, qué confusión para mí! El amor de Dios ¿dónde está en mi corazón? He perdido todos los afectos de mi corazón tras de objetos miserables, y no he amado a Dios que merece sin duda todo mi corazón. ¡Ay vida mía, perdida hasta ahora!, ¿y por qué no he amado a Dios? ¡Desgraciado de mí, si en lo que me resta de vida no procuro amarlo, y amar solamente a Él! ¡Oh amado Santo mio!, alcanzadme del Señor alguna chispa de su amor. Vos le amasteis con tanto fervor, y yo hasta el presente no sé si puedo decir que le he amado, pero sí que le he ofendido. Haced que viva y muera amando a aquel Dios que tanto merece ser amado.
2.º Considera que San Alfonso María quiso demostrar a Dios aquel amor que le tenía con obras propias de quien ama. No solo le amó con el corazón y lo manifestó con palabras, sino también con obras santas. Amor de Dios predicó en toda su vida apostólica: amor de Dios escribió en todas sus obras de devoción. Amor de Dios insinuaba a todas las almas que dirigía. El amor a Dios es el que le hizo sufrir tantas fatigas y trabajos en las misiones, en los ejercicios y en todas las obras de su ministerio. Por el amor que tenía a Dios, derramó tantos sudores, emprendió tantos viajes, fundó tantas obras de piedad. Por el mismo amor sufrió tantos desprecios en la juventud, tantas contradicciones cuando eclesiástico, tantas persecuciones cuando fundaba la Congregación. Amaba el sufrir y padecer por Dios. Cuando se hallaba en alguna tribulación, otros se compadecían de él; pero él se consolaba, y daba gracias al Señor, y se ofrecía enteramente a su divina voluntad. Alma mía, ¿y tú qué haces? ¿Qué obras, qué sufres por tu Dios? ¿Cómo le demuestras tu amor? Mas, ¿dónde está en mí el amor de Dios? ¿Dónde el amor fervoroso, si mi corazón está frío y helado, y no tiene jamás algún acto vehemente que lo transporte a Dios? ¿Dónde está el amor operante, si nada ha practicado hasta ahora para complacer a Dios? Santo mío, alcanzadme luz, gracia, correspondencia y amor para con mi Dios y Señor. Haced a lo menos que lo ame con fervor los años que me restan tal vez de vida.
AFECTOS Y PETICIONES
1.º Considera que San Alfonso María, si en las otras virtudes fue gran Santo, en el amor para con Dios fue un Serafín. Estaba tan penetrado de esta dulce llama, que al solo oír amor de Dios, se dejaba ella ver en el rostro. Cuando hablaba del amor de Dios, se transformaba, y parecía como si estático quisiese levantarse en el aire. Este fuego encendía en las meditaciones de las perfecciones de su divina Majestad. Contemplaba siempre las cosas celestiales. Las obras de Dios eran otros tantos motivos para más amarle. Amaba a Dios como a fuente de belleza, de sabiduría, de bondad, de poder, de riquezas infinitas. Lo amaba como benéfico, como amante, como misericordioso, como causa de todos los bienes que hay en el mundo. Lo amaba porque le había enriquecido con tantos dones y con tantas gracias singularísimas. Mas, ¡ay, qué confusión para mí! El amor de Dios ¿dónde está en mi corazón? He perdido todos los afectos de mi corazón tras de objetos miserables, y no he amado a Dios que merece sin duda todo mi corazón. ¡Ay vida mía, perdida hasta ahora!, ¿y por qué no he amado a Dios? ¡Desgraciado de mí, si en lo que me resta de vida no procuro amarlo, y amar solamente a Él! ¡Oh amado Santo mio!, alcanzadme del Señor alguna chispa de su amor. Vos le amasteis con tanto fervor, y yo hasta el presente no sé si puedo decir que le he amado, pero sí que le he ofendido. Haced que viva y muera amando a aquel Dios que tanto merece ser amado.
2.º Considera que San Alfonso María quiso demostrar a Dios aquel amor que le tenía con obras propias de quien ama. No solo le amó con el corazón y lo manifestó con palabras, sino también con obras santas. Amor de Dios predicó en toda su vida apostólica: amor de Dios escribió en todas sus obras de devoción. Amor de Dios insinuaba a todas las almas que dirigía. El amor a Dios es el que le hizo sufrir tantas fatigas y trabajos en las misiones, en los ejercicios y en todas las obras de su ministerio. Por el amor que tenía a Dios, derramó tantos sudores, emprendió tantos viajes, fundó tantas obras de piedad. Por el mismo amor sufrió tantos desprecios en la juventud, tantas contradicciones cuando eclesiástico, tantas persecuciones cuando fundaba la Congregación. Amaba el sufrir y padecer por Dios. Cuando se hallaba en alguna tribulación, otros se compadecían de él; pero él se consolaba, y daba gracias al Señor, y se ofrecía enteramente a su divina voluntad. Alma mía, ¿y tú qué haces? ¿Qué obras, qué sufres por tu Dios? ¿Cómo le demuestras tu amor? Mas, ¿dónde está en mí el amor de Dios? ¿Dónde el amor fervoroso, si mi corazón está frío y helado, y no tiene jamás algún acto vehemente que lo transporte a Dios? ¿Dónde está el amor operante, si nada ha practicado hasta ahora para complacer a Dios? Santo mío, alcanzadme luz, gracia, correspondencia y amor para con mi Dios y Señor. Haced a lo menos que lo ame con fervor los años que me restan tal vez de vida.
AFECTOS Y PETICIONES
¡Dios mío!, os presento los afectos de un corazón criado por Vos; os doy lo que ya es vuestro. Él es indigno de ser presentado a vuestra divina Majestad: pero purificadlo Vos antes, y después aceptadlo. Yo deseo saber amaros, aunque sea con pérdida de la vida, y estoy resuelto a ser vuestro y todo vuestro. ¡Años infelices de mi vida, gastados en deseos y afectos o inútiles o culpables! ¡Pobre corazón mío, perdido tras de inmundicias! Lloro mis desvíos, y prometo a Vos, Dios mío, fidelidad y amor. Me falta la respiración; y un rayo me reduzca a cenizas, si de ahora en adelante faltase a la fidelidad que acabo de prometeros. Admiro el amor que ardía en el corazón de San Alfonso María: quisiera imitarlo: mas ¿cómo lo haré sin vuestra gracia? Ea, ¡Santo mío!, vos que estáis en el reino del amor, amando a Dios en premio de haberle amado en esta vida, alcanzadme el divino amor. Haced que mi corazón sea todo de Dios, siempre de Dios, unido a Dios, fiel a Dios, constante en el amor a Dios. Cooperad vos con vuestro patrocinio a que alcance del Señor la gracia de que viva y muera amándole a Él, y que tenga en premio el reino del amor, que es el paraíso eterno en que moráis vos. Amén.
2.º Dios quiere ser solo en nuestro corazón: el que quiere amar a Dios y al mundo, no posee el amor de Dios.
3.º Es imposible tener dos paraísos: pero el que ama a Dios, tiene un gozo de paraíso en la tierra, aun en medio de las más crueles tribulaciones, y después un paraíso eterno en la gloria en premio de su amor.
MILAGRO
Una religiosa de gran virtud, del orden de las Teresas Descalzas, que vivía en el convento de Ripa-cándida en la diócesis de Melfi, aseguró con juramento una aparición de San Alfonso María. En cierta ocasión que estaba orando con fervor en el coro, oyó una voz clara y sonora que le mandó manifestase a su confesor lo que estaba pasando, a saber: elevada en espíritu vio a San Alfonso María dentro de un globo de luz, semejante a un sol luminoso que reverbera por entre un cristal, y lo vio tan bello y hermoso, que no hay hermosura ni belleza semejante en toda la tierra. Y él la dijo estas palabras: Hija, consérvate siempre más en la pureza del corazón; y sea él poseído solo de Dios, todo y siempre abandonado en Dios, contenta de padecer por Él cuanto Él quiera, y deseosa de estar en la tierra como si no estuvieses en ella, sino elevada siempre a las cosas del cielo con los deseos y con los afectos.
LECCIÓN:
Desde el arreglo de las misiones hasta la promulgación de varias obras suyas: es decir, desde la edad de 60 años hacia la de 64.
Para el gobierno de las misiones estableció San Alfonso María cuanto era necesario para el buen orden de los colegios, y miró esta obra como el objeto principal de su instituto. Mandó que los misioneros, después de algunos años empleados en prepararse, saliesen a predicar la divina palabra. Estableció las academias para instruirse los jóvenes en todos los ejercicios de predicación. Reconociendo necesario que se administrase en las misiones el sacramento de la penitencia, a este fin examinaba rigurosamente a los misioneros jóvenes acerca la teología moral. Acostumbraba decir que tres son los libros necesarios para un misionero: el crucifijo para el espíritu interior; la divina Escritura, explicada por los santos Padres, para la predicación; y la teología dogmático-moral para la administración de los Sacramentos. Esta obra de las misiones la arregló con tanta perfección, que con razón es llamado el verdadero misionero de nuestros tiempos. Este es el método que estableció, y que es escrupulosamente observado en su Congregación. Como tiene por mira toda especie de personas, no ha omitido medio que pueda atraerlas todas a Dios. Quiere pues que llegados a la ciudad o aldea los misioneros, se haga alguna función que anuncie su llegada. Manda que dos o tres días se hagan al anochecer los sentimientos de la noche en las plazas públicas para convidar a todo el pueblo a que concurra a la iglesia. Ordena que todos sean prontísimos a obedecer al superior de las misiones; y que tengan presente que mientras trabajan en la salvación de otros, no deben olvidar los intereses de su propia alma: y por lo mismo todos deben tener media hora de oración mental cada día, visitar un cuarto de hora al Santísimo Sacramento, y emplear una hora en la celebración de la misa, preparación y acción de gracias. Los ejercicios que han de practicarse en la iglesia son los siguientes. 1.º: El sermón, bien de mañana para la comodidad principalmente de los jornaleros que trabajan en la campiña. 2.º: Seis horas de confesonario cada mañana. 3.º: La doctrina cristiana cada día para instruir a los muchachos para que puedan recibir los Sacramentos. 4.º: Una breve instrucción sobre la devoción a la Santísima Virgen, para obligarla a que alcance la gracia de conversión a los pecadores. 5.º: El catecismo grande sobre el sacramento de la penitencia. 6.º: El sermón grande a todo el pueblo. 7.º: A solos los hombres un sentimiento para inducirlos a la penitencia de sus pecados. 8.º: Ejercicios particulares a los eclesiásticos por el espacio de ocho días. 9.º: Ejercicios también particulares a los nobles por el mismo espacio de tiempo. 10.º: Las comuniones distribuidas por las varias edades y sexos. Y en fin varias pequeñas pláticas, que aquí se omiten. Quiere San Alfonso María que sus misioneros antes de salir al púlpito se preparen con la oración delante del Santísimo Sacramento. Les ordena que han de comer dos cosas al medio día y dos en la cena, y que han de descansar siete horas. En fin, todo cuanto puede servir para la edificación de los pueblos, todo está arreglado por él, y de su cumplimiento está encargado el superior de la misión. Así arregló San Alfonso María el método que debía observarse en las misiones, guiado más por la sabiduría divina que por las especulaciones humanas. A últimos de 1760 dio a la estampa una obrita que tituló: Breve instrucción acerca los ejercicios de misiones: tenía entonces 61 años.
Pídase la gracia que se desea recibir. Rezar tres Padres nuestros, Ave Marías y Glorias.
MÁXIMAS DEL SANTO
1.º Aquel que gusta cuán dulce y delicioso es el amor de Dios, pierde el gusto a todos los otros placeres. 2.º Dios quiere ser solo en nuestro corazón: el que quiere amar a Dios y al mundo, no posee el amor de Dios.
3.º Es imposible tener dos paraísos: pero el que ama a Dios, tiene un gozo de paraíso en la tierra, aun en medio de las más crueles tribulaciones, y después un paraíso eterno en la gloria en premio de su amor.
MILAGRO
Una religiosa de gran virtud, del orden de las Teresas Descalzas, que vivía en el convento de Ripa-cándida en la diócesis de Melfi, aseguró con juramento una aparición de San Alfonso María. En cierta ocasión que estaba orando con fervor en el coro, oyó una voz clara y sonora que le mandó manifestase a su confesor lo que estaba pasando, a saber: elevada en espíritu vio a San Alfonso María dentro de un globo de luz, semejante a un sol luminoso que reverbera por entre un cristal, y lo vio tan bello y hermoso, que no hay hermosura ni belleza semejante en toda la tierra. Y él la dijo estas palabras: Hija, consérvate siempre más en la pureza del corazón; y sea él poseído solo de Dios, todo y siempre abandonado en Dios, contenta de padecer por Él cuanto Él quiera, y deseosa de estar en la tierra como si no estuvieses en ella, sino elevada siempre a las cosas del cielo con los deseos y con los afectos.
Los Gozos y la Oración se dirán todos los días.
DÍA CUARTO – 27 DE JULIO
Por la señal…
Acto de contrición.
Para el gobierno de las misiones estableció San Alfonso María cuanto era necesario para el buen orden de los colegios, y miró esta obra como el objeto principal de su instituto. Mandó que los misioneros, después de algunos años empleados en prepararse, saliesen a predicar la divina palabra. Estableció las academias para instruirse los jóvenes en todos los ejercicios de predicación. Reconociendo necesario que se administrase en las misiones el sacramento de la penitencia, a este fin examinaba rigurosamente a los misioneros jóvenes acerca la teología moral. Acostumbraba decir que tres son los libros necesarios para un misionero: el crucifijo para el espíritu interior; la divina Escritura, explicada por los santos Padres, para la predicación; y la teología dogmático-moral para la administración de los Sacramentos. Esta obra de las misiones la arregló con tanta perfección, que con razón es llamado el verdadero misionero de nuestros tiempos. Este es el método que estableció, y que es escrupulosamente observado en su Congregación. Como tiene por mira toda especie de personas, no ha omitido medio que pueda atraerlas todas a Dios. Quiere pues que llegados a la ciudad o aldea los misioneros, se haga alguna función que anuncie su llegada. Manda que dos o tres días se hagan al anochecer los sentimientos de la noche en las plazas públicas para convidar a todo el pueblo a que concurra a la iglesia. Ordena que todos sean prontísimos a obedecer al superior de las misiones; y que tengan presente que mientras trabajan en la salvación de otros, no deben olvidar los intereses de su propia alma: y por lo mismo todos deben tener media hora de oración mental cada día, visitar un cuarto de hora al Santísimo Sacramento, y emplear una hora en la celebración de la misa, preparación y acción de gracias. Los ejercicios que han de practicarse en la iglesia son los siguientes. 1.º: El sermón, bien de mañana para la comodidad principalmente de los jornaleros que trabajan en la campiña. 2.º: Seis horas de confesonario cada mañana. 3.º: La doctrina cristiana cada día para instruir a los muchachos para que puedan recibir los Sacramentos. 4.º: Una breve instrucción sobre la devoción a la Santísima Virgen, para obligarla a que alcance la gracia de conversión a los pecadores. 5.º: El catecismo grande sobre el sacramento de la penitencia. 6.º: El sermón grande a todo el pueblo. 7.º: A solos los hombres un sentimiento para inducirlos a la penitencia de sus pecados. 8.º: Ejercicios particulares a los eclesiásticos por el espacio de ocho días. 9.º: Ejercicios también particulares a los nobles por el mismo espacio de tiempo. 10.º: Las comuniones distribuidas por las varias edades y sexos. Y en fin varias pequeñas pláticas, que aquí se omiten. Quiere San Alfonso María que sus misioneros antes de salir al púlpito se preparen con la oración delante del Santísimo Sacramento. Les ordena que han de comer dos cosas al medio día y dos en la cena, y que han de descansar siete horas. En fin, todo cuanto puede servir para la edificación de los pueblos, todo está arreglado por él, y de su cumplimiento está encargado el superior de la misión. Así arregló San Alfonso María el método que debía observarse en las misiones, guiado más por la sabiduría divina que por las especulaciones humanas. A últimos de 1760 dio a la estampa una obrita que tituló: Breve instrucción acerca los ejercicios de misiones: tenía entonces 61 años.
MEDITACIÓN: San Alfonso María, heroico en amar al prójimo: librándolo de la opresion de sus enemigos, y poniéndolos en el camino seguro de la gloria.
1.º Considera que San Alfonso María, llamado por Dios a ser un Apóstol de su santa Religión, empleó toda su vida en trabajar para la salvación de las almas. Él consideraba el fin porque había venido Jesucristo al mundo, y decía: Ya que Jesucristo hizo tanto para librar una alma del pecado y del infierno, también yo quiero trabajar por las almas, que cuestan a Jesucristo su sangre. La caridad le indujo a hacerse eclesiástico , y a dejar las conveniencias de la vida, para atender a su salvación eterna. Todos los pecadores hallaban en él un padre que con vivo afecto buscaba su salvación. Él era un médico que no perdonaba fatiga para dar la vida a los pecadores, enfermos en el alma. Rogaba por ellos: se mortificaba, ayunaba, se disciplinaba por ellos hasta derramar sangre, para librar un pecador a lo menos de las fauces del infierno. Muchas veces se le vio llorar amargamente delante del Crucifijo a favor de algún alma obstinada. El vicio era su enemigo. Lo perseguía continuamente; y quería que los suyos predicasen siempre contra ese monstruo del pecado, que tantas almas hace perder. Para librar un alma del pecado hubiera hecho viajes los más largos y desastrosos: hubiera perdido la salud y la vida, si Dios se lo hubiese encomendado. ¡Cuántas veces no dejó el reposo, la comida y el necesario sueño para atender a la salvación de alguna alma! ¡Oh caridad admirable la de nuestro Santo! ¡Oh, si yo participase algún tanto de tal espíritu de caridad! Mas, ¡ay, Santo mío!, que yo en vez de librar al prójimo del infierno, ¡tal vez he sido causa muchas veces de su condenación! Ea, ¡Santo mío!, por caridad alcanzadme la gracia de que Jesucristo me perdone.
2.º Considera que San Alfonso María después de haber librado algún alma de las garras de los demonios, procuraba guiarla por el camino de la perfección. Oh, ¡cuántas almas dirigió por este camino, salidas que fueron del lodazal de sus inmundicias! ¡Cuántos hombres perfectos fueron hijos suyos espirituales! ¡Cuántos eclesiásticos virtuosos estuvieron exactamente bajo su obediencia! ¡Cuántos pastores de almas sujetaron a él la suya! ¡Cuántas vírgenes religiosas fueron guiadas por él! ¡Ah!, cual director experto, con la oración, con consejos, con reglamentos de vida, con cartas, con libros espirituales, con la voz y con el ejemplo, llevaba dulcemente las almas a Jesucristo. Oh, ¡qué felices aquellas almas que pudieron tener tan buen director! ¡Oh, felices nosotros, si imitamos sus ejemplos, y seguimos sus doctrinas! También nosotros podemos hacernos santos con su dirección. Su caridad lo hacía aplicar día y noche en propagar la virtud. Ella le hizo inventar tantos modos admirables para ejercitarla, y tantas prácticas de devoción. Ella le hizo proferir y escribir tantas expresiones tiernas y devotas que enfervorizan el corazón de los hombres. ¡Ay Santo mío!, ¿y por qué no me alcanzáis del cielo una caridad semejante? Yo no puedo imitaros en todo: pero haced vos a lo menos que tenga tanta caridad para con el prójimo, que no me pierda, sino que me salve. Si no amo al prójimo, me condenaré. Quiero pues amarlo; lo amo porque Dios me lo manda; y haced vos que cuanto me mande Dios, lo observe exactamente.
Afectos y peticiones.
2.º Considera que San Alfonso María después de haber librado algún alma de las garras de los demonios, procuraba guiarla por el camino de la perfección. Oh, ¡cuántas almas dirigió por este camino, salidas que fueron del lodazal de sus inmundicias! ¡Cuántos hombres perfectos fueron hijos suyos espirituales! ¡Cuántos eclesiásticos virtuosos estuvieron exactamente bajo su obediencia! ¡Cuántos pastores de almas sujetaron a él la suya! ¡Cuántas vírgenes religiosas fueron guiadas por él! ¡Ah!, cual director experto, con la oración, con consejos, con reglamentos de vida, con cartas, con libros espirituales, con la voz y con el ejemplo, llevaba dulcemente las almas a Jesucristo. Oh, ¡qué felices aquellas almas que pudieron tener tan buen director! ¡Oh, felices nosotros, si imitamos sus ejemplos, y seguimos sus doctrinas! También nosotros podemos hacernos santos con su dirección. Su caridad lo hacía aplicar día y noche en propagar la virtud. Ella le hizo inventar tantos modos admirables para ejercitarla, y tantas prácticas de devoción. Ella le hizo proferir y escribir tantas expresiones tiernas y devotas que enfervorizan el corazón de los hombres. ¡Ay Santo mío!, ¿y por qué no me alcanzáis del cielo una caridad semejante? Yo no puedo imitaros en todo: pero haced vos a lo menos que tenga tanta caridad para con el prójimo, que no me pierda, sino que me salve. Si no amo al prójimo, me condenaré. Quiero pues amarlo; lo amo porque Dios me lo manda; y haced vos que cuanto me mande Dios, lo observe exactamente.
Afectos y peticiones.
¡Alma mía!, no seas esclava de tus pasiones: reconoce tu dignidad. La irascible, ¡oh, cuántas veces te transporta a querer el mal de tu prójimo! Enfrena pues esta pasión, que debe ser esclava del hombre, y no señora. Quien no ama al prójimo, aun a sus mismos enemigos, tiene un corazón malvado. El que no ama al prójimo, no ama a Dios, у no está en su gracia, y no se puede salvar si así persevera hasta la muerte. Admira, alma mia, e imita la caridad de San Alfonso María. Sí, apreciado Abogado mío, conozco que ando lejos del camino del cielo, y que no he observado bien el precepto de la caridad. Vos lo observasteis tan heroicamente, y yo falto tan miserablemente a él. Ea, Santo mío, reformad en mí los afectos y deseos, el amor y el odio de mi desordenado corazón. Haced que en adelante observe puntualmente el precepto de amar a mis hermanos, para que así tenga la dicha de venir algún día a participar de los gozos del paraíso, inapreciable reino de la caridad : amen.
Máximas del Santo.
1.º El que tiene caridad con el prójimo, halla caridad en Dios; y el que lo trata con severidad, severidad hallará tambien en Él.
2.º El que tiene caridad con el prójimo, se compadece de él, y excusa sus defectos.
3.º Cuando no podamos ayudar al prójimo con obras, ayudémosle con oraciones.
Milagro. El señor D. Carlos del Vecchio de San Cipriano de Aversa, novicio de la Congregación del Santísimo Redentor, se vio sorprendido en el mes de marzo de un gravísimo dolor de pecho, de manera que apenas podía respirar, acompañado de violentísima fiebre, y de continuo vómito de sangre viva. Se valieron de todos los remedios del arte, pero todo en vano: en lugar de ceder el mal, se encrudecía siempre más. Los funestos síntomas llegaron a tanto, que facultativos muy hábiles lo creían cerca de morir. Se conformó resignado el buen novicio a esta noticia: con todo, lleno de confianza, pidió a su maestro una imagen de su bienaventurado Padre: la aplicó sobre el pecho, y de repente cesó el dolor de pecho, cesaron la dificultad de respirar, la calentura y el vómito de sangre, y se levantó de la cama perfectamente bueno y sano. Profesores muy hábiles formaron los mas auténticos atestados con fecha de marzo de 1788.
LECCIÓN:
Desde la promulgación de varias obras hasta su elección en obispo: es decir los años 61 y 65 de su vida.
Máximas del Santo.
1.º El que tiene caridad con el prójimo, halla caridad en Dios; y el que lo trata con severidad, severidad hallará tambien en Él.
2.º El que tiene caridad con el prójimo, se compadece de él, y excusa sus defectos.
3.º Cuando no podamos ayudar al prójimo con obras, ayudémosle con oraciones.
Milagro. El señor D. Carlos del Vecchio de San Cipriano de Aversa, novicio de la Congregación del Santísimo Redentor, se vio sorprendido en el mes de marzo de un gravísimo dolor de pecho, de manera que apenas podía respirar, acompañado de violentísima fiebre, y de continuo vómito de sangre viva. Se valieron de todos los remedios del arte, pero todo en vano: en lugar de ceder el mal, se encrudecía siempre más. Los funestos síntomas llegaron a tanto, que facultativos muy hábiles lo creían cerca de morir. Se conformó resignado el buen novicio a esta noticia: con todo, lleno de confianza, pidió a su maestro una imagen de su bienaventurado Padre: la aplicó sobre el pecho, y de repente cesó el dolor de pecho, cesaron la dificultad de respirar, la calentura y el vómito de sangre, y se levantó de la cama perfectamente bueno y sano. Profesores muy hábiles formaron los mas auténticos atestados con fecha de marzo de 1788.
Los Gozos y la Oración se dirán todos los días.
DÍA QUINTO – 28 DE JULIO
Por la señal…
Acto de contrición.
Establecidas por San Alfonso María las bases de su instituto, así en el reglamento interno como en las obras apostólicas, quiso emplearse todo en bien de los prójimos dando a luz varias obras. Cosa maravillosa es que un hombre que estaba constantemente aplicado, pudiese escribir tanto en gracia de la Iglesia y de los fieles. Conociendo que la oración y las peticiones son el gran sostén de la miserable humanidad, había ya antes formado la obrita titulada Eficacia de la oración. Viendo que la mayor parte de los sacerdotes precipitaban las funciones y misterios más sagrados, había dado a luz otra obrita, que tituló La misa y el oficio precipitado. Encendido de amor para con Jesucristo sacramentado, había publicado el célebre librito de las Visitas al Santísimo Sacramento, que tan universalmente ha sido apreciado, y que ha sido traducido a casi todas las lenguas conocidas. Queriendo dar una norma a sus misioneros para que todos siguiesen una misma opinión, estampó sus célebres obras la Teología moral: el Hombre apostólico: la Instruccion y práctica para los confesores: El confesor dirigido para la confesión de la gente de la campiña: la Instrucción al pueblo sobre los mandamientos y sacramentos: los Ejercicios para los eclesiásticos, y la Retórica para los misioneros: sermones para todas las domínicas del año: y otros opúsculos que se pueden leer en el catálogo de sus obras. ¡Cuánta fatiga, cuánto trabajo para formar un hombre apostólico! Al mismo tiempo procuraba rebatir los errores que cundían entonces: y viendo la Religión desacreditada, se aplicó a sostener los derechos de la Iglesia de Dios, dando a luz a este fin la obra que tituló Verdad de la fe, en la que habla denodadamente contra los materialistas, contra los deístas y contra la libertad de cultos: y agrega a ella una admirable Confutación del escrito u obra llamada El Espíritu, etc. Compuso tambien algunas Disertaciones teológicas acerca de la vida eterna: una obrita titulada Conducta admirable de la divina providencia en salvar al hombre por medio de Jesucristo; Las victorias de los mártires; y finalmente El triunfo de la Iglesia. Así manifestó su celo contra los enemigos de nuestra santa Religión. Conociendo la necesidad en que se hallan todos los súbditos de obedecer las leyes de sus soberanos, compuso otra obrita que tituló La fidelidad de los súbditos al soberano. Quiso estender su celo hasta a los obispos, y quiso darles a este fin una norma para bien regular los negocios de su conciencia y de sus diócesis: y dio a luz también una obrita Sobre las obligaciones de un obispo. Hizo varios reglamentos para los seminarios, para comunidades de religiosas, para jóvenes estudiantes: dio avisos para conocer la propia vocación, y tener un guia toda la vida. Tantas otras obras, que estan registradas en su catálogo, dirigidas todas a cultivar las buenas costumbres, y aumentar las virtudes y a crecer en la perfección, las omitimos, pues basta decir en una palabra que San Alfonso María en su larga vida de más de noventa anos no pasó un momento, desde que fue capaz para ello, en que o con las palabras, o con la pluma, o con la oración no se emplease en bien de las almas. Nunca interrumpió el curso de las misiones, y así ya en este mundo el Señor lo glorificó con varios prodigios. Predicando en la ciudad de Foggia se dejó ver el majestuoso rostro de la Reina del cielo, el cual despidió un rayo que iba a parar a la cara de nuestro Santo, siendo espectador y testigo de este prodigio todo el pueblo. Predicando en la ciudad de Amalfi, se convirtieron al Señor dos mujeres de mala conducta, a quienes otras habían inficionado, e hizo de ellas verdaderas penitentes. Un cierto Mateo Colavulpe se confesó con él mientras predicaba en la iglesia. Un clérigo llamado D. Domingo Casanova cortó un pedazo de su manteo, y no obstante vió luego que estaba entero, con no poca sorpresa suya. Una mujer le presentó un hijo epiléptico: él le echó la bendicion, y le profetizó su bondad de vida; y verdaderamente fue un párroco ejemplar, llamado D. Domingo de Estéfano. Estos prodigios que sucedieron en Amalfi, los confirmó la Santísima Virgen; pues se vio en el púlpito levantado en alto dos palmos mientras predicaba de sus grandezas. Así continuó el prodigioso curso de sus fatigas apostólicas hasta el ano 1761, sexagésimo quinto de su edad.
MEDITACIÓN: San Alfonso María, heroico en la paciencia: pues sufrió en paz todas las persecuciones, y deseó ardieniemente padecer por Dios.
1.º Considera que San Alfonso María sufrió con invicta paciencia las persecuciones de los enemigos de Jesucristo. Llamado al ministerio apostólico, debía armarse de paciencia, pues que las obras de Dios hallan siempre contradicciones. Todo el infierno se armó contra él, pero él con paciencia y fortaleza correspondió a los designios de Dios. Para ser eclesiástico sufrió con paciencia desprecios y contradicciones. Para fundar su congregación sostuvo una guerra cruelísima que le hicieron los impíos, animados de espíritu diabólico. En la formación de cada uno de los colegios tuvo que devorar amarguras, para lo que era necesaria una paciencia heroica. Sufrió pacientemente maldiciones de los obstinados, desprecios de los mundanos, indiscreciones de la gente rústica, y nunca dio señal del más mínimo resentimiento. Era como una roca, siempre firme en medio de las tempestades. Animaba a sus compañeros a padecer por Dios cualquier adversidad. Siempre uniforme en los trabajos de la vida apostólica y en la ingratitud de tantos que olvidaban sas beneficios, parecia una imagen de Jesucristo. ¡Alma mía!, confúndete al ver que por unas adversidades tan pequeñas te perturbas y te resientes. Quisiera imitaros, ¡oh mi caro Santo! Haced que yo me persuada bien de que la paciencia me es necesaria para salvarme.
2.º Considera que San Alfonso María nunca estuvo contento de sí mismo: cuanto más padecía, tanto más deseaba padecer. Si pasaba un día sin tribulaciones, casi se quejaba con Dios, diciéndole que se había olvidado de él. Decía a menudo: El que no sabe sufrir no es hombre, no es cristiano, y no puede ser misionero apostólico: en los trabajos se conoce quién es fiel. Contemplaba los trabajos de Jesucristo, y así se animaba siempre más a padecer. En un éxtasis maravilloso vio a Jesucristo cubierto de llagas; y lo hizo delinear de aquella manera para mostrarlo así a los pueblos, y animarlos a padecer por Él. Desahogaba el deseo tan grande que tenía de padecer, mortificándose continuamente. Se mortificaba en el dormir, durmiendo sobre una cama durísima de simple paja: en el comer, mezclando en el manjar yerbas amarguísimas: en el vestir, vistiendo la ropa usada que dejaban los otros. Mortificaba su cuerpo de otras varias maneras, y sus pasiones y sentidos contradiciéndoles continuamente: castigaba también el cuerpo con la disciplina, que repetía con frecuencia, y lo tenía sujeto al espíritu. Fue pues San Alfonso Maria un verdadero secuaz de Jesucristo; y aceptó la muerte con tanta alegría, porque para él el padecer era un gozo. ¡Oh paciencia heroica de mi Santo! Si yo no amo los padecimientos, no merezco ser glorificado con Cristo. Vos pues, glorioso San Alfonso María, alcanzadme el espíritu de verdadera penitencia, y el amor al padecer, para que con los trabajos tan breves y transitorios de esta vida, alcance el gozar eternamente en las mansiones de la gloria.
Afeclos y peticiones.
1.º Considera que San Alfonso María sufrió con invicta paciencia las persecuciones de los enemigos de Jesucristo. Llamado al ministerio apostólico, debía armarse de paciencia, pues que las obras de Dios hallan siempre contradicciones. Todo el infierno se armó contra él, pero él con paciencia y fortaleza correspondió a los designios de Dios. Para ser eclesiástico sufrió con paciencia desprecios y contradicciones. Para fundar su congregación sostuvo una guerra cruelísima que le hicieron los impíos, animados de espíritu diabólico. En la formación de cada uno de los colegios tuvo que devorar amarguras, para lo que era necesaria una paciencia heroica. Sufrió pacientemente maldiciones de los obstinados, desprecios de los mundanos, indiscreciones de la gente rústica, y nunca dio señal del más mínimo resentimiento. Era como una roca, siempre firme en medio de las tempestades. Animaba a sus compañeros a padecer por Dios cualquier adversidad. Siempre uniforme en los trabajos de la vida apostólica y en la ingratitud de tantos que olvidaban sas beneficios, parecia una imagen de Jesucristo. ¡Alma mía!, confúndete al ver que por unas adversidades tan pequeñas te perturbas y te resientes. Quisiera imitaros, ¡oh mi caro Santo! Haced que yo me persuada bien de que la paciencia me es necesaria para salvarme.
2.º Considera que San Alfonso María nunca estuvo contento de sí mismo: cuanto más padecía, tanto más deseaba padecer. Si pasaba un día sin tribulaciones, casi se quejaba con Dios, diciéndole que se había olvidado de él. Decía a menudo: El que no sabe sufrir no es hombre, no es cristiano, y no puede ser misionero apostólico: en los trabajos se conoce quién es fiel. Contemplaba los trabajos de Jesucristo, y así se animaba siempre más a padecer. En un éxtasis maravilloso vio a Jesucristo cubierto de llagas; y lo hizo delinear de aquella manera para mostrarlo así a los pueblos, y animarlos a padecer por Él. Desahogaba el deseo tan grande que tenía de padecer, mortificándose continuamente. Se mortificaba en el dormir, durmiendo sobre una cama durísima de simple paja: en el comer, mezclando en el manjar yerbas amarguísimas: en el vestir, vistiendo la ropa usada que dejaban los otros. Mortificaba su cuerpo de otras varias maneras, y sus pasiones y sentidos contradiciéndoles continuamente: castigaba también el cuerpo con la disciplina, que repetía con frecuencia, y lo tenía sujeto al espíritu. Fue pues San Alfonso Maria un verdadero secuaz de Jesucristo; y aceptó la muerte con tanta alegría, porque para él el padecer era un gozo. ¡Oh paciencia heroica de mi Santo! Si yo no amo los padecimientos, no merezco ser glorificado con Cristo. Vos pues, glorioso San Alfonso María, alcanzadme el espíritu de verdadera penitencia, y el amor al padecer, para que con los trabajos tan breves y transitorios de esta vida, alcance el gozar eternamente en las mansiones de la gloria.
Afeclos y peticiones.
¡Alma mía!, comprende bien que el camino de los predestinados es el de la paciencia. Sí, Dios mío: ¿queréis que no me salgan bien mis negocios y designios? Hágase vuestra voluntad; contento estoy; ¿Queréis que me vea vilipendiado, infamado, pospuesto, malvisto, aun de aquellas personas que amo más? Hágase tambien vuestra voluntad; lo acepto de buena gana. ¿Queréis que vaya mendigando de puerta en puerta, y que sea desacreditado de todos? Aquí me tenéis: tambien os bendigo. ¿Me queréis enfermo? ¿Me queréis sepultado en una cama largos años? También abrazo de buena gana esta incomodidad: en vuestras manos deposito mi vida, Dios mío: haced de mí lo que queráis, que de todo estoy contento; en todo me resigno a vuestra santísima voluntad. Y vos, mi apreciado San Alfonso María, haced que yo acepte de buena gana cuantas tribulaciones tenga a bien enviarme el Señor durante esta miserable vida. Imprimid en mi corazón el deseo de padecer por Él, para así vivir siempre con Él en paz, y despues ir a gozar de Él en su reino: amen.
Máximas del Santo.
1.º El peso de todos los males se disminuye con la paciencia, y sin ella se aumenta.
2.º La paciencia nos acerca a Jesucristo, y nos hace caminar por la senda que conduce a la gloria.
3.º El que no tiene paciencia, siente su corazón en tempestad; está siempre afligido; se atormenta a sí mismo; no goza de verdadera amistad con el prójimo, у al fin se condena.
Milagro.
En la ciudad de Amalfi, en la que el Señor hizo conocer muchas veces la prodigiosa santidad de Alfonso Maria , sucedió el siguiente prodigio. Un infantillo de ocho años, Pascual de Estéfano, se habia vuelto ciego enteramente. Se le aplicaron varios remedios, pero todos en vano. Los facultativos de aquella ciudad, y también los de la de Nápoles, desconfiaron enteramente de que curase. Acabados los remedios humanos, sus padres recurrieron a San Alfonso María. Aplicaron sobre los ojos del niño una reliquia del Santo, que era un pedacito de un vestido suyo, y al instante recobró la vista, y desde entonces en adelante la conservó siempre sin novedad alguna. Así lo atestiguaron sus padres, y señaladamente el dignísimo hermano suyo D. Félix de Estéfano, canónigo de aquella iglesia arzobispal, y rector del seminario de aquella archidiócesis.
En la ciudad de Amalfi, en la que el Señor hizo conocer muchas veces la prodigiosa santidad de Alfonso Maria , sucedió el siguiente prodigio. Un infantillo de ocho años, Pascual de Estéfano, se habia vuelto ciego enteramente. Se le aplicaron varios remedios, pero todos en vano. Los facultativos de aquella ciudad, y también los de la de Nápoles, desconfiaron enteramente de que curase. Acabados los remedios humanos, sus padres recurrieron a San Alfonso María. Aplicaron sobre los ojos del niño una reliquia del Santo, que era un pedacito de un vestido suyo, y al instante recobró la vista, y desde entonces en adelante la conservó siempre sin novedad alguna. Así lo atestiguaron sus padres, y señaladamente el dignísimo hermano suyo D. Félix de Estéfano, canónigo de aquella iglesia arzobispal, y rector del seminario de aquella archidiócesis.
Los Gozos y la Oración se dirán todos los días.
DÍA SEXTO – 29 DE JULIO
Por la señal…
Acto de contrición.
Esta es la época en que San Alfonso María sufrió una persecución, que según la opinion de otros sería tenida por una honrosa conquista. Corría el año 1761, sexagésimo quinto de su edad, cuando la fama de su santidad obligó al cardenal Spinelli a proponerlo por obispo de la Santa Iglesia. A este fin explicó a Carlos III, Rey de las dos Sicilias y después de España, de inmortal memoria, las bellas calidades de que se hallaba adornado nuestro Santo у los prodigios que por su medio obraba Dios en el discurso de sus misiones. El cuerdo soberano, hallándose entonces vacante la sede arzobispal de Salerno, nombró a él para ocuparla. Apenas llegó esto a su noticia, fue corriendo a Nápoles, habló fuertemente con el capellan mayor Monseñor Rosa, obispo de Pozzuoli, y también con el marqués Brancona, secretario del Rey; y fue tal la energía con que se explicó delante de ellos, que logró por medio de estos personajes que Su Majestad confiriese a otro aquel arzobispado. Respiró, hecha la renuncia, Alfonso María. Pero ahí se le esperaba otro ataque que no podría resistir. En 1762 vacó la Iglesia de Santa Águeda de los Godos; y el pontífice entonces reinante, Clemente XIII, por la alta opinión que tenía formada de él, lo hizo obispo de ella. Monseñor el Nuncio de Nápoles le dio la noticia. ¡Qué nueva herida para nuestro Santo! Al oírla se puso pálido, tembló y volvió a casa casi medio muerto. Escribió luego una atenta carta a Su Santidad, haciéndole presente su edad tan avanzada, las incomodidades de su salud, el voto que había hecho de no aceptar dignidades fuera de la Congregación, y la falta de aquellas calidades que son necesarias para ser un buen obispo. Le pedía que aceptase la renuncia que presentaba a sus pies, penetrado de los más vivos sentimientos de dolor y de tristeza por el temor de tener que cargar, sin mérito suyo, con el peso de una dignidad que tanta carga lleva consigo. Esperaba con ansia la respuesta; y entretanto multiplicaba oraciones y mortificaciones. La respuesta fue un absoluto precepto de que aceptase el obispado. A este precepto enmudeció llorando; y fue tan grande la sensación que le hizo, que se puso enfermo y de cuidado. Finalmente repetía muchas veces estas palabras: Enmudecí, y no he abierto mi boca, porque Vos lo habeis hecho. Toda la Congregacion oyó con el más vivo sentimiento una tal promoción; y reunida en capítulo general, le confirmaron rector perpetuo, aunque obispo, con facultad de dejar un vicario en su lugar. Y para que él no hallase algún reparo, procuraron que la Congregación de obispos y regulares aprobase el nombramiento. En el mes de junio partió para Roma, acompañado de su director el P. Villani. En Velletri el cardenal Espinelli Senior lo recibió con los más tiernos y sinceros abrazos. De Roma se fue a Loreto a visitar la Santísima Virgen; y allí pasó quince días. La devoción, la ternura, el gozo que demostró en aquellos días, dice el citado padre, que lengua humana no es capaz de explicarlo. Regresado de Loreto se presentó al sumo Pontífice, el cual lo recibió también con todo afecto; y estuvo a solas con él por el espacio de tres horas, conferenciando de cosas importantísimas, y lo quería a menudo a suu audiencia. Y dijo al arzobispo de Nápoles D. Pascual Mastrillo estas notables y proféticas palabras: En muriendo Monseñor Ligorio, tendremos otro Santo en la Iglesia de Jesucristo. Mientras estuvo en Roma se azotó muchas veces hasta derramar sangre, y dormía sobre la cruda tierra. A 14 de junio de 1762 fue consagrado obispo de Santa Águeda de los Godos, teniendo 66 años de edad.
MEDITACIÓN: San Alfonso María, heroico en la humildad, pues que tuvo siempre bajo concepto de sí mismo, y se mostró siempre inferior a los demás.
1.º Considera que San Alfonso María comenzó su espiritual ensalzamiento por la más profunda humildad. Se tenía a sí mismo por nada delante de Dios. Estaba tan penetrado del conocimiento de su propia miseria y debilidad, que se declaraba por un inútil instrumento en las manos de Dios. ¿Qué soy yo, decía, delante de Dios? Yo verdaderamente soy un gusano y no un hombre: soy la ínfima criatura del mundo. ¿Qué hallo en mí que no sea de Dios? Dios me ha dado la vida, y me la conserva. Dios me da el talento, y también la fuerza para emplearlo. Dios me da la voz y la respiración para hablar: si ando, si escribo, si oigo, si predico, todo lo hace Dios: solo los defectos son míos. Lloraba porque no era un instrumento correspondiente a los designios de Dios. Cuanto más contemplaba la divina grandeza, tanto más se humillaba en el bajo conocimiento de sí mismo. ¡Qué mucho que Dios lo exaltase ya antes de morir, y lo exalte despues de muerto! Alma soberbia, admira la humildad de San Alfonso María. Él era rico de tantos dones de naturaleza y de gracia, y no obstante se humillaba hasta tenerse y declararse por nada: y tú que eres una miserable de dones de naturaleza, y aun mucho más de los de gracia, y miserabilísima por razon de tantos pecados que has cometido, ¿tienes la temeridad de ensoberbecerte y de gloriarte de ti misma? ¡Oh mi apreciado San Alfonso María!, alcanzadme del Señor la gracia de conocerme a mí mismo. Haced que conozca el estado infelicísimo de mi alma, a fin de que pueda recurrir a Dios, y decirle con el corazón contrito y humillado: Señor, tened compasion de míi, pecador. Si me humillo, tendré esperanza de ser perdonado; pero si soy soberbio, no seré destinado para el paraíso, pues Dios me resistir , me vere en el reino de los soberbios, que es el infierno.
2.º Considera que San Alfonso María se humilló siempre, no solo delante de Dios, sino también de los hombres. Era una confusión para quien hablaba cou él, oír cuán bajo concepto tenía formado de sí mismo, y con cuánta sinceridad lo manifestaba. Desde pequeñito fue tan humilde para con sus superiores, que nunca tuvieron que corregirle, antes bien le admiraban todos en la puntual práctica de esta virtud. Rehusó siempre los honores con que le brindaron. Procuraba esconderse para no ser nombrado con alabanza. Elegido superior de la Congregación, manifestó muchas veces su incapacidad, y no aceptó tal destino hasta que le obligó a ello la obediencia que debía al director. Se ejercitaba en los oficios más humildes y bajos, como si fuese el criado ínfimo de todos los demás. En las misiones escogía siempre para sí los ejercicios más fatigosos y menos dignos de aplauso según el pensar de los hombres. Si encargaba alguna cosa a sus súbditos, no parecía un superior que manda, sino un criado que suplica. En los sermones se declaraba siempre por el más gran pecador. Cuando oía confesiones, con la humildad movía los corazones más duros y obstinados. Renunció muchas veces el obispado, diciendo: Yo no soy digno de tanto honor: yo no soy capaz de sostener un peso tan grande: esta dignidad se debe dar a los beneméritos, no a mí, que soy un siervo inútil. Aun con los inferiores se humillaba tanto, que los criados, los legos y demás quedaban sorprendidos y confusos al oírle hablar con tanta humildad. ¡Oh humildad admirable de mi apreciado San Alfonso María! ¿y por qué yo insensato amo tanto el hacer papel en el mụndo? ¿El ser alabado?; ¿el ser apreciado? ¿El ser superior a todos los otros? ¡Oh miseria mía! Espero de vos, Alfonso santo, que me alcanzaréis espíritu de humildad, a mí que soy el más miserable de todos. Quiero confesar delante del cielo у de la tierra mi miseria, para así hallar misericordia en mi Dios y Señor.
Afectos y peticiones.
Me horrorizo cuando reflexiono el estado de mi alma. ¡Ay de mí, Dios mío!, ¿un alma sin virtud, sin méritos, y quizá sin gracia y sin Dios, des así temeraria y soberbia? ¿Donde estan en mí las calidades para levantarme sobre mi bajeza? Falta en mí la ciencia, la sabiduría, el consejo para arreglarme a mí mismo: falta la religión, la verdadera honestidad y la piedad: y no obstante ¿soy soberbio? La soberbia me ha privado del juicio. ¡Mi glorioso Santo!, vuestra profunda humildad me obliga a condenar mi soberbia. Vos ahora estáis rico de gloria, porque en este mundo fuisteis heroico en la humildad: y yo, si no mudo el camino que he seguido hasta ahora, del estado de soberbio pasaré a las miserias y penas del infierno. Vos pues apiadaos de mí, y desde ese trono de gloria que ocupáis, alcanzadme una gracia que me haga conocer mi infelicísimo estado. Yo me humillo delante de Dios y de vos; y quiero humillarme también delante de todos, esperando que por medio de la humildad hallaré piedad, perdón y salvación: amen.
Pidase al Señor, etc. En memoria, etc. pág. 22.,
Máximas del Santo.
1.º El humilde es bendecido de Dios en todas sus obras, y el soberbio nunca lleva a fin lo que comienza.
2.º El humilde es amado y bien visto de todos; mas el soberbio de todos es aborrecido.
3.º El humilde nunca pierde la fe, la paz ni la alegría; mas al reves el soberbio está siempre en tempestad y guerra.
Milagro.
D. Vicente Masaro, sacerdote de Foggia, se vio acometido de un accidente apopléctico, con vómito de sangre, convulsiones y calentura. La complicación de tantos males le redujo a punto de morir. Se hallaba ya agonizando, le auxiliaban sacerdotes, y los parientes preparaban lo necesario para el entierro; cuando una persona, amiga de la casa, compareció con una imagen de San Alfonso María, y la puso sobre la frente del moribundo: y ¡oh portento!, cesan de repente las convulsiones, el vómito y todos los síntomas de la próxima muerte. Se levanta inmediatamente de la cama, y anda por toda la casa. Salió al cabo de poco por las calles, y al verlo clamaban todos: Gran milagro del Siervo de Dios. El enfermo curado, los médicos que lo visitaron y los sacerdotes que le asistían, dieron fe de este milagro, a gloria del Señor y de su siervo Alfonso María.
LECCIÓN:
Desde la consagración hasta la fundación del instituto de sagradas vírgenes: es decir, del año 66 al 70 de su vida.
Me horrorizo cuando reflexiono el estado de mi alma. ¡Ay de mí, Dios mío!, ¿un alma sin virtud, sin méritos, y quizá sin gracia y sin Dios, des así temeraria y soberbia? ¿Donde estan en mí las calidades para levantarme sobre mi bajeza? Falta en mí la ciencia, la sabiduría, el consejo para arreglarme a mí mismo: falta la religión, la verdadera honestidad y la piedad: y no obstante ¿soy soberbio? La soberbia me ha privado del juicio. ¡Mi glorioso Santo!, vuestra profunda humildad me obliga a condenar mi soberbia. Vos ahora estáis rico de gloria, porque en este mundo fuisteis heroico en la humildad: y yo, si no mudo el camino que he seguido hasta ahora, del estado de soberbio pasaré a las miserias y penas del infierno. Vos pues apiadaos de mí, y desde ese trono de gloria que ocupáis, alcanzadme una gracia que me haga conocer mi infelicísimo estado. Yo me humillo delante de Dios y de vos; y quiero humillarme también delante de todos, esperando que por medio de la humildad hallaré piedad, perdón y salvación: amen.
Pidase al Señor, etc. En memoria, etc. pág. 22.,
Máximas del Santo.
1.º El humilde es bendecido de Dios en todas sus obras, y el soberbio nunca lleva a fin lo que comienza.
2.º El humilde es amado y bien visto de todos; mas el soberbio de todos es aborrecido.
3.º El humilde nunca pierde la fe, la paz ni la alegría; mas al reves el soberbio está siempre en tempestad y guerra.
Milagro.
D. Vicente Masaro, sacerdote de Foggia, se vio acometido de un accidente apopléctico, con vómito de sangre, convulsiones y calentura. La complicación de tantos males le redujo a punto de morir. Se hallaba ya agonizando, le auxiliaban sacerdotes, y los parientes preparaban lo necesario para el entierro; cuando una persona, amiga de la casa, compareció con una imagen de San Alfonso María, y la puso sobre la frente del moribundo: y ¡oh portento!, cesan de repente las convulsiones, el vómito y todos los síntomas de la próxima muerte. Se levanta inmediatamente de la cama, y anda por toda la casa. Salió al cabo de poco por las calles, y al verlo clamaban todos: Gran milagro del Siervo de Dios. El enfermo curado, los médicos que lo visitaron y los sacerdotes que le asistían, dieron fe de este milagro, a gloria del Señor y de su siervo Alfonso María.
Los Gozos y la Oración se dirán todos los días.
DÍA SÉPTIMO – 30 DE JULIO
Por la señal…
Acto de contrición.
Apenas fue consagrado Alfonso María para obispo de Santa Águeda, se despidió luego del Sumo Pontífice, y partió para Nápoles. Sus parientes querían detenerlo en aquella su patria, pero él partió luego para la casa de Nocera. Éncomendó a los de su Congregación la puntual observancia de la regla; y eligió por su vicario al P. Andres Villani; y el 11 de julio emprendió el viaje para su iglesia. En la ciudad de Maddaloni encontró los comisionados de su diócesis que salieron a recibirle, los cuales lo recibieron no solo como a obispo, sino también como a un santo. Al entrar en la diócesis encontró otros comisionados que lo recibieron como a un Apóstol del Señor. La alegría fue general. Entró en la iglesia al llegar a Santa Águeda: hizo fervorosa oración delante del Santísimo Sacramento: subió al púlpito: hizo una homilía tan tierna y tan capaz de conmover, que no había quien no llorase. Intimó una misión, que hizo inmediatamente él mismo por el espacio de ocho días. Concurrían gentes de todos los pueblos vecinos; y era tan grande el concurso que fue preciso colocar el púlpito delante de la puerta de la catedral. En esta ocasión sus ovejas mudaron de aspecto. Se reconciliaron enemigos los más obstinados: se hicieron restituciones de consideración: se quitaron muchas prácticas escandalosas; y se oía decir por todas partes: El obispo santo ha santificado a sus ovejas. Formó la resolución de imitar a los dos santos obispos, San Carlos Borromeo y San Francisco de Sales. Quiso ceder su habitación al vicario general, y eligió para sí unas pequeñas estancias, que adornó con algunas devotas imágenes de papel. Rehusó la cama que le habían prevenido, y se acomodó en un pequeño jergón de paja. Los hábitos de prelado nunca fueron de seda, sino siempre de lana. La cruz episcopal o pectoral fue de azófar, habiendo vendido en gracia de los pobres la que le regaló su hermano. El cardenal Sersale, arzobispo de Nápoles, dijo: Monseñor Ligorio no parece un obispo, sino un pobre religioso. Su mesa era frugal, de manera que rara vez había tercer plato. Continuó las mismas mortificaciones que practicaba antes. Sus familiares vivían arreglados como una comunidad religiosa de primera observancia. Encargó a un santo sacerdote que hiciese con él el oficio de censor. Daba muchas veces a su clero los ejercicios espirituales. Obligó a todos los párrocos a examinar a presencia de él a los nuevos confesores, para así estimular a unos y otros a aplicarse al estudio de la teología moral. Estableció las conferencias de casos de moral. Instituyó una academia de misiones tan bien dirigida, que dio muchos sacerdotes para misioneros, con no poca utilidad de su obispado. Dos veces a la semana se presentaba a oír en el seminario a los maestros y discípulos. ¡Cuánta atención no le merecía esa casa plantel de buenos eclesiásticos! En cuanto a ordenar fue tan vigilante, que pudo decir que no tenía remordimiento alguno de conciencia en el particular. Para estas sagradas ordenaciones pretendió que todos los eclesiásticos vistiesen hábito talar; y aunque no faltó alguna contradicción, lo logró. Procuró reformar las sagradas vírgenes, y encerrarlas en moaasterios. Reformó la regla del monasterio Regína Cœli de Ariola. Fundó un convento de monjas bajo el título de Redentor, y señaló las reglas que debían observar, las cuales fueron aprobadas por el Sumo Pontífice Clemente XIII: y en 29 junio de 1766 con solemne pompa fueron introducidas en él las fundadoras, que vinieron de la ciudad de Escala, y tomaron posesion de aquella clausura, la cual aun hoy día da a conocer la suma utilidad que con tal institución procuró nuestro Santo.
MEDITACIÓN: San Alfonso María, heróico en la pureza, pues que la supo guardar bien y supo perfeccionarla bien.
1.º Considera que San Alfonso María, entre las demas virtudes, supo guardar con suma celosía la de la pureza. Enamorado de esta divina virtud, se alejó de todos los peligros que le podían ocasionar el menor daño. Aun jovencito huía ya de tratar con jóvenes mundanos. Procuraba estar lejos de mujeres, que tantos daños suelen ocasionar a esta tan preciosa virtud. Sus sentidos, que tenía en una continua mortificación, nunca empañaron el candor de tan bella y angelical virtud. Mortificaba siempre sus pasiones, y nunca las permitió la menor satisfacción que pudiese perjudicar a la misma. El demonio de la impureza desconfió de vencerlo, y así lo dejó sin tentaciones contra esta virtud, si exceptuamos los fuertes ataques que sufrió a la edad de ochenta y mas años. Tenía tal dominio sobre sus pasiones y sentidos, que no parecía un hombre sino un ángel de pureza. Estaba decidido a no admitir en su mente otros pensamientos que Dios y la salvacion de las almas; y de ahí era que el enemigo tentador nunca lo hallaba ocioso para poder tentarlo. Un continuo trabajo, un perpetuo recogimiento, una ocupación no interrumpida, la continua oración, una heroica mortificación, estas eran las armas fuertísimas con que defendía su pureza nuestro Santo. ¡Ay, cuán desdichado soy yo, Santo mío! Mis pasiones y mis sentidos no son aún bastante mortificados, y no obstante tantas veces me expongo a mil peligros. ¿Y cómo pues puedo guardar mi pureza? Hallo en mí mil manchas y me confundo, ¡oh mi apreciado San Alfonso María! Vos tan amante de la pureza, y yo tan descuidado en la custodia de mi alma. Ea, ¡glorioso Santo! si no puedo ser tan puro como vos, alcanzadme a lo menos la gracia de una verdadera conversión, y lágrimas para llorar amargamente la pérdida de la preciosa y angelical virtud de la castidad.
2.º Considera que San Alfonso María quiso adquirir una pureza tan heroica, que verdaderamente se volviese un hombre angélico. Todas las virtudes pueden perfeccionarse siempre más. La pureza tanto más es perfecta cuanto más se acerca el alma a Dios, que es pureza infinita. San Alfonso María conservó la inocencia de la infancia; pero no se contentó con esto. Se alejó siempre de los pecados veniales voluntarios; pero tampoco quedaba contento. Hizo voto de castidad y lo cumplió exactamente, con toda perfección; pero ni con esto quedó contento. Triunfó de las pasiones, de los sentidos y del mundo; pero ni con esto quedaba satisfecho, pareciéndole que nunca hacía tanto como merece virtud tan preciosa. Se levantó tan en alto, que se acercó al cielo; y entonces acabaron sus conatos para conservarla, cuando terininó su vida. Mientras esta duró, si hablaba, hacía conocer la pureza de su corazon: si escribía, insinuaba el amor que tenía a esta virtud: si miraba, inspiraba pureza. De su mismo rostro salían rayos purísimos de esta virtud que apreciaba en el alma. ¡Oh pureza de mi amado San Alfonso Maria!, ¡cuán agradable fuisteis a los ojos de Jesucristo! Ahora entiendo porque Dios lo enriqueció a nuestro Santo con tantas gracias ya en este mundo. ¡Santo glorioso!, vos ahora gozáis en el cielo el premio de vuestra heroica castidad, y yo infeliz en el lodo de esta miserable tierra me veo consternado, combatido y circuído de tantos enemigos que me arrastran a la maldita impureza. ¿Cómo le haré para salir de tantas miserias y vencer a tantos enemigos? ¡Ah!, me encomiendo a vos, ¡oh mi caro Santo!, y vos encomendadme a Dios, ahora que estais gozando de Él en el cielo cerca de su trono purísimo.
Afectos y peticiones.
Confuso y avergonzado miro a mi alma, y temo una pena inminente; pues la veo cargada de inmundicias y cubierta de manchas, que la han hecho abominable. Veo el fango, el lodo, las inmundicias, y ¡ay!, que debo decir: Mi alma es muy abominable: mi inocencia está perdida: la pureza es para mí una virtud extraña y desconocida. Miro al cielo, y oigo una voz que me espanta y me dice que en el cielo solo entran almas sin mancha. ¿Qué? ¡debo pues desesperar! ¡Ah!, ¿a quién puedo recurrir en tal aprieto sino a vos, amado Santo mío? ¡Alfonso santo!, a vuestros pies me echo, y vos no os neguéis a empeñaros por mí. Vos fuisteis y sois íntimo amigo de Dios, y al mismo tiempo hijo adoptivo de María santísima: ¡ea!, habed piedad de mí, y alcanzadme lágrimas, llanto, contrición, mudanza de vida. Yo quiero salir del estado infelicísimo en que me hallo. Acordaos de mí, socorredme vos, que por vuestro medio quiero y confio salvarme: amen.
Pídase al Señor, etc. En memoria, etc. pág. 22.
Máximas del Santo.
1. El alma pura es rara, y por lo mismo es la más preciosa, y la más cara y agradable a los ojos de Dios. Dichoso aquel que conserva tal virtud.
2. La pureza se conserva con el retiro, con la mortificación, con la humildad y con la oración.
3." Él que no mortifica los sentidos, especialmente la vista, no puede conservar la pureza.
Milagro.
Desahuciada de los profesores en la ciudad de Amalfi Mariana Rispoli, mujer de treinta años, que se hallaba atormentada de una úlcera cancerosa en el pecho izquierdo, lloraba su marido y todos sus parientes, y ella se preparaba ya para recibir los últimos sacramentos. Los dolores eran acerbísimos y la fiebre muy excesiva. Todo era aparato de muerte. Pero como en aquella ciudad no hay caso desesperado en que no se invoque a San Alfonso María, recurrió también a él la enferma, y se aplicó al pecho en que tenía el cáncer su imagen. Se puso plácidamente a dormir, y la mañana siguiente no halló rastro alguno de su mal, sino que robusta y fuerte saltó de la cama perfectamente sana, y dio gracias al Santo, que le había alcanzado del Señor una curación tan prodigiosa.
LECCIÓN:
Desde la aprobación de la regla de su Congregación hasta la última
perfección del arreglo de las misiones: es decir, desde 53 años hasta el
fin de su vida.
Apenas
Afectos y peticiones.
Confuso y avergonzado miro a mi alma, y temo una pena inminente; pues la veo cargada de inmundicias y cubierta de manchas, que la han hecho abominable. Veo el fango, el lodo, las inmundicias, y ¡ay!, que debo decir: Mi alma es muy abominable: mi inocencia está perdida: la pureza es para mí una virtud extraña y desconocida. Miro al cielo, y oigo una voz que me espanta y me dice que en el cielo solo entran almas sin mancha. ¿Qué? ¡debo pues desesperar! ¡Ah!, ¿a quién puedo recurrir en tal aprieto sino a vos, amado Santo mío? ¡Alfonso santo!, a vuestros pies me echo, y vos no os neguéis a empeñaros por mí. Vos fuisteis y sois íntimo amigo de Dios, y al mismo tiempo hijo adoptivo de María santísima: ¡ea!, habed piedad de mí, y alcanzadme lágrimas, llanto, contrición, mudanza de vida. Yo quiero salir del estado infelicísimo en que me hallo. Acordaos de mí, socorredme vos, que por vuestro medio quiero y confio salvarme: amen.
Pídase al Señor, etc. En memoria, etc. pág. 22.
Máximas del Santo.
1. El alma pura es rara, y por lo mismo es la más preciosa, y la más cara y agradable a los ojos de Dios. Dichoso aquel que conserva tal virtud.
2. La pureza se conserva con el retiro, con la mortificación, con la humildad y con la oración.
3." Él que no mortifica los sentidos, especialmente la vista, no puede conservar la pureza.
Milagro.
Desahuciada de los profesores en la ciudad de Amalfi Mariana Rispoli, mujer de treinta años, que se hallaba atormentada de una úlcera cancerosa en el pecho izquierdo, lloraba su marido y todos sus parientes, y ella se preparaba ya para recibir los últimos sacramentos. Los dolores eran acerbísimos y la fiebre muy excesiva. Todo era aparato de muerte. Pero como en aquella ciudad no hay caso desesperado en que no se invoque a San Alfonso María, recurrió también a él la enferma, y se aplicó al pecho en que tenía el cáncer su imagen. Se puso plácidamente a dormir, y la mañana siguiente no halló rastro alguno de su mal, sino que robusta y fuerte saltó de la cama perfectamente sana, y dio gracias al Santo, que le había alcanzado del Señor una curación tan prodigiosa.
Los Gozos y la Oración se dirán todos los días.
DÍA OCTAVO – 31 DE JULIO
Por la señal…
Acto de contrición.
Apenas
.
LECCIÓN:
Desde la aprobación de la regla de su Congregación hasta la última
perfección del arreglo de las misiones: es decir, desde 53 años hasta el
fin de su vida.
Apenas
Los Gozos y la Oración se dirán todos los días.
DÍA NOVENO – 1 DE AGOSTO
Por la señal…
Acto de contrición.
Apenas
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