miércoles, 25 de diciembre de 2013

FÉLIX ALARCÓN HOYOS: "LA LEGIÓN DE MACIEL DEBE DESAPARECER"

Traemos la entrevista que el Rev. Félix Alarcón Hoyos, sacerdote conciliar ex Legionario de Cristo y víctima de Marcial Maciel, concedió a Jesús Bastante para RELIGIÓN DIGITAL. En ella, Alarcón revela algunas experiencias amargas de su propia vida y ministerio, descubre algunos escabrosos detalles del pasado de Maciel (Aconsejamos a los lectores discreción, y que no sea leída por menores de edad o personas sensibles); y plantea el escenario de que en el Capítulo General del 8 de Enero de 2014, la Legión de Cristo desaparezca. Aplaude que la Legión de Cristo quiera reformarse y pedir perdón, pero lamenta que Maciel nunca lo hiciera y que el Vaticano, conocedor de los hechos desde 1988, NO HICIERA NADA para investigar y frenar esos abusos.
 
Félix Alarcón Hoyos, ex Legionario de Cristo y víctima de Maciel
 
Prólogo: "¡QUE CIERREN YA LA LEGIÓN DE CRISTO!", de José Manuel Vidal- RELIGIÓN DIGITAL

Hoy publicamos una entrevista exclusiva con el sacerdote y ex Legionario Félix Alarcón. Un documento desgarrador, estremecedor. Con detalles espeluznantes, como la fórmula de la droga de Marcial Maciel. A sus 80 años, con paz y serenidad, el Padre Félix abre su alma y relata parte de sus vivencias. Y sólo pide una profunda regeneración de la Legión de Cristo o su pura y dura eliminación. Me duele su experiencia y comparto su sentencia sobre los Legionarios.

El día 8 de enero, la congregación comienza un capítulo en Roma. Unos dicen que para refundarse. Otros que para que cambie algo sin que nada cambie. ¿Se puede salvar un árbol con una raíces tan diabólicas, como dice Alarcón? Todo en la Legión sigue contaminado por la maldad inexplicable de su fundador. Por mucho que la refunden, su olor y su fantasma seguirá planeando sobre su obra.

Parece de sentido común que se elimine de raíz y los Legionarios, tras pedir perdón y purificar la memoria, se hagan curas diocesanos o entren en otras congregaciones religiosas. Eso sí, después de pasar un serio examen psicológico y espiritual. Porque algunos al menos parecen contaminados por una espiritualidad malsana y opresora.

¡Cuánto dolor y durante tantos años y con tantas personas! Y, sobre todo, cuánto silencio de los buenos, que es el peor. Todos sabían, pero nadie hablaba. Y, cuando hablaron, alguien hizo, en el Vaticano, de muro de contención. Y de padrino. Sería justo y necesario (sobre todo para las víctimas) conocer no sólo a los culpables, sino también a los cómplices. Por su ominoso silencio o por su pecaminosa colaboración para tapar aquellos crímenes.

¿Quiénes son, donde están los curiales, los altos curiales que le ocultaron a Juan Pablo II las impías fechorías de Maciel, el "ejemplo de la juventud"?

Tras leer el testimonio del padre Félix Alarcón, me pregunto también por la labor de los comisarios" de la Legión. Tanto Ricardo Blázquez, en España, como, sobre todo, el cardenal de Paolis. ¿Cómo es posible que nadie haya llamado a declarar a un sacerdote como Félix Alarcón? ¿Qué investigación se hizo? ¿A quién se preguntó? ¿A quién se consultó? El Padre Alarcón lleva años viviendo en Madrid, donde mucha gente le conoce, le quiere y le estima. ¿Por qué nadie pensó en él? Hacen falta explicaciones claras y contundentes a éstas y a otras muchas preguntas.

Algo sigue oliendo a podrido en la Legión y en sus aledaños. ¡Ojalá el Papa Francisco tome buena nota y ponga en marcha la necesaria catarsis que le Legión necesita en profundidad! O refundación en toda regla o, mejor todavía, pura y simple su disolución.
 
ENTREVISTA A FÉLIX ALARCÓN, LC. Por Jesús Bastante- RELIGIÓN DIGITAL

Fue uno de los primeros miembros de la Legión de Cristo, su secretario general y secretario personal, durante décadas, del "padre Maciel". Félix Alarcón aún se refiere de este modo cuando habla del pederasta mexicano, quien abusó de él varios años. Él fue una de las ocho víctimas de Marciel Maciel que se atrevieron a denunciar al fundador ante el Vaticano, recibiendo el silencio y la incomprensión.

A sus casi 80 años, y cuando está a punto de comenzar la congregación que definirá el futuro de la Legión, el sacerdote rompe su silencio y abre su corazón para los lectores de RELIGIÓN DIGITAL. Un testimonio desgarrador y, a la vez, esperanzado, que demuestra cómo la fe supera cualquier sufrimiento, aun el más extremo. Y el amor. "Yo perdoné a Maciel", asegura mirándome fijamente a los ojos.

Jesús Bastante: Sufriste abusos de Maciel, y fuiste uno de los que escribisteis al Papa para denunciarlos...
Félix Alarcón: Sí. Hay que entender una cosa: yo viví toda esta situación en un silencio personal muy grande. No abrí la boca para nada. Ni siquiera cuando le manifesté al padre mi deseo de dejar la Legión, y cuando me mandaron abrir la primera casa de la congregación en Estados Unidos, y al poco tiempo me busqué un obispo que me mandó a Long Island... ni siquiera cuando me recibieron en aquella diócesis donde necesitaban sacerdotes, manifesté ni una palabra sobre lo que yo había vivido. Solo di el paso cuando uno de los legionarios que después mandaría la carta, me llamó para pedirme que le ayudara a entrar en mi diócesis. Yo lo hice, él vino a mi diócesis, y a los poco meses destapó la caja de los truenos. Fue directamente al obispo de la diócesis y le contó lo que había sufrido, cuál era la situación real de la Legión de Cristo y del padre Maciel.

J. B.: ¿Cómo se soporta en el silencio una situación así?
F. A.: Creo que es fácil de entender: Nosotros éramos muy jovencitos y el padre tenía un carisma impresionante. Se nos aparecía como lo que era en realidad: el fundador de una orden religiosa que se había atrevido a volar con unos chavales a España a empezar su ruta europea. Cada uno nos enfrentábamos con el misterio de compaginar lo que se conoce como los abusos sexuales y su condición de fundador. Y la verdad es que para mí sigue siendo un misterio, cómo pudo un hombre así, que parecía un santo, convencer a chiquitos jóvenes de la "misión de la Legión". Algunos eran más jóvenes que yo todavía, y nos ponía en un dilema. No entendíamos qué estaba pasando. Pensábamos que debía de estar muy enfermo para que esas cosas ocurrieran. Lo justificábamos.
 
J. B.: ¿Os llegó a hacer sentir que la culpa era vuestra?
F. A.: Sí, yo al menos me lo llegué a plantear. Pero todos los cánones de la psicología y de la psicoterapia de los entendidos de la vida sexual dicen que quien tiene poder sobre ti como superior es quien tiene verdaderamente la responsabilidad. Es difícil lidiar con eso y con el dilema de sentirte culpable a la vez.
 
J. B.: ¿Aguantaste mucho tiempo?
F. A.: Sí. Permanecí 15 años. Hice mi noviciado y mi junoriado en Roma y luego estudié en la Gregoriana mi licencia en Filosofía. Lo irónico es que, lidiando con tantas cosas como estaba, me afanaba por dar honor a mi congregación y saqué los estudios cum laude, que no era fácil. Luego hice Teología en la Universidad de Salamanca, y cuando ya me correspondía ordenarme, me exiliaron a Estados Unidos para abrir la primera casa.

J. B.: ¿Los abusos sólo los sufriste durante la primera etapa?
F. A.: No, los abusos han sido permanentes, en todos los sitios. Lo misterioso y lo tremendo es que cuando todo esto se ha puesto boca arriba, cada uno de nosotros ha tenido una reacción distinta. Muchos preguntaban por lo bajo: "¿Pero también a ti te pasó aquello?". Porque no teníamos la madurez suficiente como para pensar que aquello nos estaba sucediendo a todos, a un grupito. Pensabas que eras tú solo. De ahí surgía la vergüenza y el sentido de esconderte.
Pero descubrimos que la cosa fue mucho más perversa de lo que creíamos. Yo personalmente me enfrenté al padre, pero me costó mucho, porque el abuso psicológico era mucho mayor que el otro. Considero que el abuso psicológico era mucho más grave que el abuso sexual.
Yo cantaba muy bien y me llevaban a cantar a las abadías, me hacían cantar para los cardenales cuando venían de visita... me usaban un poco para eso. Entonces, en un momento me mandaron a una abadía a perfeccionar mi técnica de canto gregoriano, donde estuve un mes. Yo seguía la línea de mi conciencia, porque mi familia había pasado tanta tragedia... Mi padre y mi hermano estaban enterrados en Paracuellos, y por eso la vida me forzó a buscar una relación de paternidad real, porque no tenía a nadie a quien pudiese llamar padre. Y el padre Maciel lo era. Pero rápidamente dejó de serlo.

J. B.: ¿Cómo te enfrentaste a él?
F. A.: Por escrito, porque las relaciones generalmente eran siempre por carta. Me dijeron que me cogiera el tren a la noche siguiente y me marchara. Me mandaron a Estados Unidos.
Me enfrenté a él porque la situación de la droga me parecía inadmisible. La dolantina. Me aprendí su fórmula como el padrenuestro: clorhidrato del estel etílico del ácido fenilmetilbiperidincarbónico... Imagínate qué obsesión por buscar la droga. Fue durísimo, terrible, porque además era una adicción intravenosa y no sabíamos ya ni con quién estábamos tratando. Quise dejar incluso el sacerdocio. Fue un calvario horroroso.
Pero por fin salí. Me mandaron a EEUU, y la fotografía de la libertad americana (la Estatua de la Libertad) para alguien que venía de donde venía yo, fue lo más impactante.

J. B.: ¿A EEUU llegaste como sacerdote legionario?
F. A.: No, no me había ordenado. Me mandaron ahí sin ordenarme. Fue una especie de exilio. Era una práctica muy común en la Legión: a los que éramos un poco contestatarios o claros nos mandaban a algún sitio lejano.
Para ordenarme volé a Roma
, donde vinieron mi madre y mi hermana para estar presentes en mi ordenación.

J. B.: ¿Tu familia supo en algún momento lo que estaba pasando?
F. A.: Sí. Mi madre vio al padre Maciel en una situación de estupor muy grande, en un hotel de Madrid. Y mi hermana también. Pero era una situación difícil de creer. Muy poca gente lo creía.

J. B.: En los años 80 escribisteis la carta...
F. A.: Sí. Yo nunca había necesitado airear lo que había vivido, hasta que este compañero del que he hablado -en referencia a José Barba- antes me pidió que le ayudara a entrar en la diócesis, y entonces empecé a verme envuelto en la vorágine de las acusaciones. Me dije a mí mismo: "Bueno, yo he guardado silencio y he estado en paz con esto, Dios me ha ayudado a sobrellevarlo... Pero desde ahora, si estoy en la refriega, mi única dirección es decir la verdad". Y en eso he estado desde entonces.

J. B.: ¿Cuál fue la reacción del Vaticano? ¿De verdad Juan Pablo II no sabía nada?
F. A.: Acabo de leer precisamente un libro de investigación reciente que refleja que el Vaticano tiene 240 documentos que evidencian que la situación se conocía mucho antes de que se reconociese que se conocía. Nuestra carta es del año 88, y mientras Ratzinger estuvo de cardenal, se pasaban esta terrible patata caliente unos a otros, sin tomar ninguna medida. Tuvieron que pasar más de 20 años hasta que se tomara.
Dieron a entender que no sabían nada de lo que pasó, pero hay documentos fehacientes que iluminan que sabían todo.
Barba, uno de los autores del libro al que me refiero, es uno de los firmantes de la carta. Fue quien la redactó. Él tiene un título académico de Literatura por Harvard, y es un hombre extraordinariamente preparado. Si algo tiene la Legión es que nos daban una preparación académica muy seria y muy buena a todos.

J. B.: ¿Recibisteis respuesta del Vaticano? ¿Qué pasó dentro de la Legión una vez enviasteis la carta?
F. A.: Dejar la Legión era como estar muerto. La desconexión fue total una vez que me fui, o sea que no sé qué reacción tuvieron dentro cuando enviamos la carta a la Santa Sede. Sólo sé que escribimos de una forma verdadera, que estábamos ataditos a la verdad. No negociamos ninguna compensación, jamás se nos pasó por la cabeza. Sólo pedimos un juicio. Ni siquiera ahora, que la congregación ha empezado a compensar a las víctimas, le he pedido nada a nadie. Y creo que si se hubieran acercado a mí ofreciéndome dinero lo hubiera rechazado. No porque sea más virtuoso que nadie, sino porque ésa ha sido mi línea de conducta. Aceptando dinero creo que se hubiera perdido la belleza y la profundidad de mi propio esfuerzo, del dolor terrorífico que he sentido, y de la necesidad de buscar una vía de salida a lo que fue una tragedia tremenda.
Por tanto, no sé que reacción hubo dentro, y creo que la inmensa mayoría de los legionarios también lo desconoce.
La carta creo que Barba la depositó en manos del Nuncio de España en México (aunque me puedo equivocar porque mi memoria es ya un poco frágil). De si llegó la carta no estamos seguros. Y es que hay muchas maneras de tapar o de parar un documento que puede tener muchas implicaciones.

J. B.: ¿Te parece posible que Juan Pablo II no hubiera oído nada en su entorno?
F. A.: No le pidas a un pobre cura que juzgue al Papa, te lo pido humildemente. Yo no soy nadie. Sólo sé que el Papa quería mucho a los legionarios y al padre Maciel, y que el padre Maciel le facilitaba los viajes a México y todo eso...

J. B.: Y le llamó "apóstol de la juventud"...
F. A.: Sí. Eso fue, de hecho, lo que nos quitó un poco la venda. Dijimos: "¡Cómo es posible que el Santo Padre haya podido decir esto!".

J. B.: Cuando hablas de Marcial Maciel, sigues llamándole "padre Maciel"...
F. A.: Es que era nuestro padre. "Mon Père" le decíamos... Es difícil cambiar el chip. Hasta la fecha, aún no sé si es que el padre estaba muy enfermo o si era un caso de posesión demoníaca. Fue tremendo cuando acabamos sabiendo de sus hijos, de sus relaciones con mujeres... Y la reacción del Vaticano fue callar, hasta que me imagino que ya no han podido callar más. Es más fácil ignorar a los pequeños, a las víctimas de un caso como éste, que denostar a quien ellos mismos han encumbrado o han sostenido en una posición de honor en la Iglesia.

J. B.: ¿Qué sentiste cuando murió Maciel? ¿Qué pasó por tu cabeza? ¿Rezaste por él?
F. A.: Sí, claro que sí. Incluso ofrecí una eucaristía. Yo he tenido una capacidad grande de perdonarlo todo, pero hubo una cosa que me causó una inmensa decepción: Yo hubiese deseado que, cuando él estaba ya contra las cuerdas, acusado por las altas jerarquías de la misma Iglesia (cuando ya los Papas se pronunciaban con epítetos y calificativos muy concretos)... pienso que, si él hubiera sentido en el fondo de su alma que se había equivocado, tendría que habernos convocado a todos los que entonces fuimos muchachos de los que él abusó y e hizo sufrir, y habernos pedido perdón.
Pero él hasta el final siguió diciendo que éramos unos calumniadores. Jamás nos pidió perdón. Dejamos de existir para él cuando nos fuimos de la congregación.
Él había sido muy amable con mi familia, y cuando venía a mi casita de Madrid mi madre se desvivía por atenderle. Pero claro, yo llevaba ese sufrimiento personal que no compartía con nadie... Creo que sólo el salir de la Legión ya fue un acto bastante heroico.

J. B.: ¿Te consideraron un traidor, alguien que no sabe cumplir sus promesas...?
F. A.: Exactamente. Esa fue la realidad que yo viví. Me tuve que buscar mi camino sin ayuda de nadie. "Búsquese un obispo" fue lo único que me dijeron ellos.
Por suerte pude incardinarme en la diócesis de Long Island, donde estaba todavía el obispo fundador y otro obispo auxiliar que fueron buenísimos conmigo. Y allí al menos pude estar contento, aunque no feliz del todo. Yo no pensaba en rangos ni en subir en mi carrera, sino en servir a la gente y compartir la paz interior que en mí ha nacido del sufrimiento que pasé.
 
J. B.: El próximo 8 de enero arrancan las congregaciones de la Legión, en las que se supone que van a reformar la constitución, y quizás poner un punto final a todo esto. ¿Crees que puede haber alguna petición de perdón por parte de miembros relevantes de la Legión, como la del padre Sabadell, que os ha pedido perdón a los ocho?
F. A.: He leído la carta del padre Sabadell y me ha parecido preciosa. Lo que me impresiona menos es saber que es un miembro relevante de los legionarios. Me hubiera impresionado más si fuera un miembro "de la tropa", un sacerdote normal. Y repito que me ha parecido precioso, pero precioso como si una flor naciera en un campo de minas. O como las flores frescas que algunas mujeres alemanas ponían en los balcones de Berlín en medio de la devastación total. Es decir, una cosa esporádica. Que este testimonio no haya venido acompañado de muchos más es lo que encuentro verdaderamente doloroso. He llegado a preguntarme si de verdad han cambiado.

J. B.: ¿Crees que la pretendida reforma de la Legión va a ser reforma de verdad?
F. A.: He oído que hay dos grupos, y que uno de ellos quiere conservar "las esencias" de la Legión (no sé cuáles), y otro que estaba por la conversión. A mí me parece que el único camino es la conversión total. Un reconocimiento total de que esto fue una tragedia real, que nosotros no la hemos pintado. Que fue la realidad cruda y dura.
Por eso, me decepciona que haya tan pocos de ellos que hagan el esfuerzo de salir a la palestra y reconocer el pasado de su congregación.

J. B.: Algunos de los que se están saliendo de la línea oficial de la reforma (que no sabemos hasta dónde llegará), piden directamente una refundación. ¿Crees que habría que eliminar directamente la Legión de Cristo?
F. A.: Cualquier opción es válida si los miembros de la Legión son capaces de crecer en la verdad y reconociendo que vienen de donde vienen.

J. B.: ¿Pero puede sobrevivir una congregación así?
F. A.: La Legión tenía muchos elementos para impresionar a los jerarcas de la Iglesia: teníamos una formación académica muy grande, sentido de la elegancia para tratar los asuntos, una disciplina tremenda... Lo que pasa es que la gente no sabía a qué precio.
Creo que muchos en Roma piensan que no hay otra salida que eliminar la congregación tal y como se conoce. Y que cada uno se busque su camino.
A mí me han llamado familiares de legionarios americanos que están angustiados por la situación de sus hijos. Alguno de ellos pidió un cambio y se fue a la diócesis de Milwaukee. Temen porque no saben a dónde ir si de desintegra la congregación.
Y la verdad es que hay muchas ansias verdaderamente inocentes y una entrega real de mucha gente. Si ellos pudieran hacer abstracción y seguir sin la sombra del fundador... Pero es que todas las congregaciones religiosas se sostienen en el carisma del fundador, por un respeto y un amor grande a él. Pero si miras al fundador de los legionarios lo que ves es un misterio terrorífico.
Pero yo entiendo que para los miembros de la congregación es complicado. Hasta yo me pregunto qué derecho tengo de juzgar la totalidad de la vida del padre Maciel. Yo todavía quiero creer que sucedió algo que yo no sé explicar y que no podemos entender, y que hizo que Maciel llegara a encandilar incluso a las más altas instancias de la Iglesia.
Por eso mi solución fue salir en silencio, y no usar mi experiencia personal. La verdad es que yo necesitaba mucho un padre cuando alguien me tocó en el hombro y me preguntó si quería ser legionario. Pero he tenido una decepción tras otra, y decepciones terroríficas. He tenido que aprender a vivir basándome en la fuerza interior que me da el Señor.
Entonces, creo que la Legión tal como la entendíamos debería ser eliminada. De todas formas, les deseo suerte en el camino que elijan. Aunque no sé si la tendrán. Ahora nadie tendrá que contender con una situación como la que yo viví, y esto les purificará mucho. Les limpia el campo para que crezcan sin el horror.

J. B.: Pero por mucho que se reforme, seguirá habiendo una cierta continuidad. Corcuera, por ejemplo, se había retirado un año como responsable pero acaba de volver, y Luis Garza también va a formar parte de los 61 legionarios que harán el Capítulo...
F. A.: A Luis Garza creo que no le conozco, pero a Corcuera sí. Cuando la Legión empezaba a abrirse a la necesidad de pedir perdón a las víctimas, me mandó a Madrid a su secretario para preguntarme si tenía algún inconveniente en que viniera a verme el padre Corcuera desde Roma. Y así fue, hace 4 o 5 años: voló desde Roma para verme, y estuvo dos horas en mi casa. Sellamos toda nuestra conversación con un abrazo fraternal entre dos sacerdotes que se aceptan y se reciben. Después de aquello me ha escrito de vez en cuando algunas postales. Creo que fui el primero al que pidieron perdón.
Es decir, que para no ser injusto, no voy a excluir de este proceso penitencial y catártico que se han impuesto el hecho de que me pidieron perdón. Y yo no se lo negué.

J. B.: ¿Y tú has sido capaz de perdonar de verdad?
F. A.: Yo he perdonado a todos, incluido a Maciel. Lo que me cuesta mucho es reconciliarme con la idea de que él no tuviera la valentía de pedirnos perdón cuando ya todo esto había llegado a las altas instancias del Vaticano y los jerarcas de la Iglesia le habían puesto adjetivos a su conducta. Yo no sabía que él vivía en un mundo de droga, pero eché de menos que nos reuniera a todos para preguntarnos si le perdonábamos. Me pregunto cómo una persona que vivió de Dios pudo no haber llegado a ese momento... Ahí se me derribó la imagen de las memorias buenas que yo tenía. Me di cuenta verdaderamente de que el problema que tenía el padre Maciel quizás escapaba de los límites de lo natural, y entraba en el campo de lo sobrenatural y de Satán. Que, como dice la canción, está por el mundo buscando a quién devorar... Eso sí me cuesta perdonarlo.

J. B.: ¿Has tenido algún contacto con su hija o con algún miembro de su familia?
F. A.: No, nada de eso. A mí no me han buscado jamás. Fíjate que han mandado monseñores a México y a otros lugares para entrevistar a las víctimas, pero a mí jamás me han buscado. Y yo creo que es porque temían que yo les iba a decir la verdad. No querían escuchar a un sacerdote que les iba a decir la verdad. Pienso que había intereses que les llevaban a no cruzar ese puente.
A mí nadie me ha buscado, entiendo que para no arriesgarse. Tengo el temor de que ésa ha sido la razón: que no querían preguntarle a un sacerdote como yo, humilde y pobrísimo, que deja mucho que desear en muchos aspectos pero que sigue siendo sacerdote. Creo que no se atrevieron a preguntarme, y eso a mí me causa mucha inquietud interior y mucha tristeza. Porque me lleva a cuestionarme cómo puede mi amada Iglesia, en la que yo he nacido y en la que espero morir, apartarse de la ruta de la verdad y no atreverse a saber cómo fueron las cosas realmente. Eso me da mucho dolor y me cuesta perdonarlo.
Pero bueno, también lo perdono. ¿Quién soy yo para juzgar la vida del padre Maciel?

J. B.: Como víctima suya, tendrías toda la legitimidad para hacerlo...
F. A.: Ya lo sé, pero como sacerdote no lo siento así. Me basta haber salido, haberme buscado un camino sin ayuda, haber servido a mi gente de EEUU, y haber continuado tranquilo, siguiendo la norma de decir la verdad una vez me envolvieron en esto. Y la verdad se la he dicho al Vaticano, a los periodistas, a los investigadores sobre pedofilia...

J. B.: ¿Tienes esperanzas de que Francisco arregle esta cuestión?
F. A.: Tengo esperanzas locas. El Papa me parece un hombre extraordinario. Ojalá no nos lo maltraten, porque está tocando muchas áreas sensibles... Pero tiene mucho carácter, bondad y cercanía humana, que es todo lo que echábamos de menos en la curia romana, donde muchas cosas se paraban en seco para que no llegasen arriba.
Creo que Francisco está llegando al corazón y al ansia del mundo por su fe y por creer en algo serio. Que Dios lo bendiga y lo conserve. Que no me lo maltraten, porque hay muchos intereses en juego. Va a tener que tener mucho cuidado, aunque la protección de Dios es la única que necesita.

J. B.: ¿Qué esperas, entonces, del Capítulo de la Legión?
F. A.: Yo me quedé muy impresionado con la bondad del padre Corcuera. A los demás no los conozco, pero agradezco mucho el testimonio del legionario que se ha atrevido a pedirnos perdón de forma pública. ¡Es casi un milagro! Me duele mucho que no haya otros testimonios de esta naturaleza. Yo he intentado dar el mío propio, abriendo mi corazón.

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