domingo, 29 de diciembre de 2013

CARTA ENCÍCLICA "Quanta Cura", CONTRA LOS ERRORES MODERNOS

“La desorientación es diabólica; no se deje engañar”. (Hna. Lucía de Fátima)
 
Es innegable que el Modernismo en todas sus facetas ha asolado espiritual y físicamente a todas las naciones, en especial las que otrora se gobernaban por la Fe Católica. Y con gran horror vemos las venenosas herejías que enseñan los antipapas de la secta conciliar que, usurpando la Sede Apostólica, engañan a los incautos.
 
Contra la desorientación infernal de los errores modernos, el Papa Pío IX redactó la Encíclica "Quanta Cura", con la cual se condena rotundamente esas aberraciones doctrinales, a la vez que se exhorta a defender la Sana Doctrina y los Derechos de Dios.

CARTA ENCÍCLICA "Quanta Cura", CONTRA LOS ERRORES MODERNOS
 
Beato Pío IX
Siervo entre los Siervos de Dios
Para perpetua memoria

Venerables Hermanos, salud y bendición apostólica

1. Tradición de la Iglesia frente al error

Todos saben, todos ven y vosotros como nadie, Venerables Hermanos, sabéis y veis con cuánta solicitud y pastoral vigilancia los Romanos Pontífices, Nuestros Predecesores, han llenado el ministerio y han cumplido la misión a ellos confiada por el mismo Cristo Nuestro Señor, en la persona de San Pedro, Príncipe de los Apóstoles de apacentar los corderos y a las ovejas; de tal suerte, que nunca han cesado de alimentar cuidadosamente con las palabras de la fe, de imbuir en la doctrina de salvación a todo el rebaño del Señor, apartándole de los pastos envenenados. Y en efecto, Nuestros Predecesores, guardadores y vindicadores de la augusta Religión Católica, de la verdad y de la justicia, llenos de solicitud por la salvación de las almas, nada han apetecido nunca tanto, como el descubrir, y condenar con sus Cartas y Constituciones, llenas de sabiduría, todas las herejías y todos los errores que, contrarios a Nuestra fe divina, a la doctrina de la Iglesia católica, a la honestidad de las costumbres y a la eterna salvación de los hombres, levantaron con frecuencia violentas tempestades, cubriendo lamentablemente de luto a la república cristiana y civil.
Por esto, los mismos Predecesores Nuestros, con Vigor apostólico, se opusieron constantemente a las pérfidas maquinaciones de los malvados que, semejantes a las olas del mar enfurecido, arrojan las espumas de sus confusiones, y prometiendo libertad, aunque en realidad sean esclavos de la corrupción, se han esforzado por medio de máximas falsas y perniciosísimos escritos, en destruir los fundamentos de la Religión católica y de la sociedad civil; tratando de hacer desaparecer toda virtud y justicia, de pervertir todas los corazones y entendimientos, de apartar de las rectas normas morales a los incautos, especialmente a la inexperta juventud, corrompiéndola miserablemente, para enredarla en los lazos del error y, por último, arrancarla del seno de la Iglesia católica.

2. El Papa sigue el ejemplo de sus predecesores. - La Iglesia vigila

Como vosotros bien lo sabéis, Venerables Hermanos, apenas Nos, por un secreto designio de la Divina Providencia, pero sin mérito alguno Nuestro, fuimos elevados a esta Cátedra de Pedro; al ver, con el corazón desgarrado por el dolor la horrible tempestad desatada por tantas opiniones perversas, así como los males gravísimos, y nunca bastante llorados, atraídos sobre el pueblo católico por tantos errores; en cumplimiento de Nuestro apostólico ministerio, e imitando los ilustres ejemplos de Nuestros Predecesores, levantamos Nuestra voz, y por medio de varias Cartas encíclicas, Alocuciones, Consistorios, así como por otros Documentos apostólicos, hemos condenado los errores principales de Nuestra tan triste época. Al mismo tiempo, hemos excitado vuestra admirable vigilancia pastoral, y con todo Nuestro poder advertimos y exhortamos a Nuestros carísimos hijos para que abominen tan horrendas doctrinas y no se contagien de ellas. Particularmente en Nuestra primera Encíclica, del 9 de noviembre de 1846 a vosotros dirigida, y en las dos Alocuciones consistoriales, del 9 de diciembre de 1854 y del 9 de junio de 1862, Nos hemos condenado las monstruosas opiniones que, con gran daño de las almas y detrimento de la misma sociedad civil, dominan señaladamente a nuestra época; errores de los cuales derivan todos los demás y que no sólo tratan de arruinar la Iglesia católica, su saludable doctrina y sus derechos sacrosantos, sino también a la misma eterna ley natural grabada por Dios en todos los corazones y aún la recta razón.

3. Los nuevos errores requieren nuevo celo

Sin embargo, bien que Nos no hayamos descuidado el proscribir y condenar frecuentemente estos tan graves errores, la causa de la Iglesia católica y la salvación de las almas que Dios Nos ha confiado, y aun el mismo bien común demandan imperiosamente, que Nos de nuevo excitemos vuestra pastoral solicitud para que condenéis todas las opiniones que hayan salido de los mismos errores como de su fuente natural. Estas opiniones falsas y perversas, deben ser tanto más detestadas cuanto que su objeto principal es impedir y aun suprimir el poder saludable que hasta el final de los siglos debe ejercer libremente la Iglesia católica por institución y mandato de su divino Fundador, así sobre los hombres en particular como sobre las naciones, pueblos y gobernantes supremos; errores que tratan, igualmente, de destruir la unión y la mutua concordia entre el Sacerdocio y el Imperio, siempre tan beneficiosa para la Iglesia y para el Estado (1).

4. El naturalismo

En efecto, os es perfectamente conocido, Venerables Hermanos, que hoy no faltan hombres que, aplicando a la sociedad civil el impío y absurdo principio llamado del naturalismo, se atreven a enseñar que "el mejor orden de la sociedad pública y el progreso civil demandan imperiosamente que la sociedad humana se constituya y se gobierne sin que tenga en cuenta la Religión, como si esta no existiera, o, por lo menos, sin hacer distinción alguna entre la verdadera Religión y las falsas". Además, contradiciendo la doctrina de la Sagrada Escritura, de la Iglesia y de los Santos Padres, no dudan en afirmar que "el mejor gobierno es aquel en el que no se reconoce al poder civil la obligación de castigar, mediante determinadas penas, a los violadores de la religión católica, sino en cuanto la paz pública lo exija"; y como consecuencia de esta idea absolutamente falsa, no dudan en consagrar aquella opinión errónea, en extremo perniciosa a la Iglesia Católica y a la salvación de las almas, llamada por Gregorio XVI, Nuestro Predecesor, de feliz memoria, "delirio" a saber (2): "que la libertad de conciencias y de cultos es un derecho propio de cada hombre, que todo Estado bien constituido debe proclamar y garantizar como ley fundamental, y que los ciudadanos tienen derecho a la plena libertad de manifestar sus ideas con la máxima publicidad, ya de palabra, ya por escrito, ya en otro modo cualquiera, sin que autoridad civil ni eclesiástica alguna puedan reprimirla en ninguna forma".

5. Esta libertad es perniciosa

Ahora bien: al sostener afirmación tan temeraria no piensan ni consideran que proclaman la "libertad de la perdición" (3), y que, "si se permite siempre la plena manifestación de las opiniones humanas, nunca faltarán hombres, que se atrevan a resistir a la Verdad, y a poner su confianza en la verbosidad de la sabiduría humana; vanidad en extremo perjudicial, y que la fe y la sabiduría cristiana deben evitar cuidadosamente, con arreglo a la enseñanza de Nuestro Señor Jesucristo" (4).
Y como allí donde la Religión se halle desterrada de la sociedad civil y se rechace la doctrina y autoridad de la revelación divina, se oscurece y aun se pierde la verdadera noción de la justicia y del derecho, en cuyo lugar triunfan la fuerza y la violencia, claramente se ve por qué causa ciertos hombres, despreciando en absoluto y dejando a un lado los principios más firmes de la sana razón, se atreven a proclamar que "la voluntad del pueblo manifestada por la llamada opinión pública o de otro modo cualquiera, constituye una suprema ley, libre de todo derecho divino o humano; y que en el orden político los hechos consumados, por sólo haberse consumado, tienen ya valor de derecho".
Mas ¿quién no ve, quién no siente claramente que una sociedad, sustraída a las leyes de la Religión y de la verdadera justicia, no puede tener otro ideal que acumular riquezas, ni seguir más ley, en todos sus actos, que un insaciable deseo de satisfacer la indómita concupiscencia del espíritu, sirviendo tan solo a sus propios placeres e intereses? He aquí por qué esos hombres, con odio verdaderamente cruel, persiguen a las Órdenes religiosas, sin tener en cuenta los inmensos servicios hechos por ellas a la Religión, a la sociedad humana y a las letras; he aquí, por qué desvarían contra ellas, diciendo, que no tienen ninguna razón legítima para existir, haciéndose así eco de los errores de los herejes. Como lo enseñó con tanta verdad Nuestro Predecesor, Pío VI de feliz memoria, "la abolición de las Órdenes religiosas hiere al estado que hace profesión pública de seguir los consejos evangélicos; ofende a una manera de vivir recomendada por la Iglesia como conforme a la doctrina apostólica; finalmente, ofende aun a los preclaros fundadores, que las establecieron inspirados por Dios" (5).
Llevan su impiedad a proclamar que se debe quitar a la Iglesia y a los fieles la facultad de "hacer limosna en público, por motivos de cristiana caridad, y que debe abolirse la ley prohibitiva, en determinados días, de las obras serviles, para cumplir con el culto divino"; todo bajo el pretexto falacísimo de que esa facultad y esa ley se hallan en oposición a los postulados de la mejor economía política.

6. El comunismo y el socialismo

No contentos con desterrar a la Religión de la pública sociedad, quieren también arrancarla de la misma vida familiar. Enseñando y profesando el funestísimo error del comunismo y del socialismo, afirman "que la sociedad doméstica debe toda su razón de ser sólo al derecho civil y que, por lo tanto, sólo de la ley civil se derivan y dependen todos los derechos de los padres sobre los hijos y, sobre todo, del derecho de la instrucción y de la educación". Para esos hombres falacísimos, el objeto principal de estas máximas impías y maquinaciones, es eliminar la saludable doctrina y la instrucción y educación de la juventud, para así manchar y depravar míseramente las tiernas y dúctiles almas de los jóvenes con los errores más perniciosos y con toda clase de vicios.
En efecto; todos cuantos maquinaban perturbar la Iglesia o el Estado, destruir el recto orden de la sociedad, y así suprimir todos los derechos divinos y humanos, han dirigido siempre sus criminales proyectos, su actividad y esfuerzo a engañar y pervertir a la inexperta juventud, como Nos lo hemos insinuado más arriba, porque en la corrupción de ésta ponen toda su esperanza. Esta es la razón por qué el clero secular y regular, a pesar de los encendidos elogios que uno y otro han merecido en todos los tiempos, como lo atestiguan los más antiguos documentos históricos, así en el orden religioso como en el civil y literario, es por su parte objeto de las más atroces persecuciones; y dicen, "que siendo el clero enemigo del saber, de la civilización y del progreso debe ser apartado de toda ingerencia en la instrucción de la juventud".

7. La Iglesia y el poder civil

Otros, hay que, renovando los errores, tantas veces condenados, de los innovadores, se atreven a decir, con desvergüenza suma, "que la suprema autoridad de la Iglesia y de esta Apostólica Sede, que le otorgó Nuestro Señor Jesucristo, depende en absoluto de la autoridad civil; niegan a la misma Sede Apostólica y a la Iglesia todos los derechos que tienen en las cosas que se refieren al orden exterior". En efecto, no se avergüenzan de afirmar "que las leyes de la Iglesia no obligan en conciencia, a menos que sean promulgadas por la autoridad civil; que los documentos y los decretos de los Romanos Pontífices, aun los tocantes a la Iglesia, necesitan de la sanción y aprobación o por lo menos del asentimiento, del poder civil; que las Constituciones apostólicas (6) por las que se condenan las sociedades secretas sea que exijan o no en ellas el juramento de guardar el secreto, y en las que se anatematiza a los fautores o adeptos de ellas, no tienen fuerza alguna en aquellos países donde son toleradas por la autoridad civil; que la excomunión lanzada por el Concilio de Trento y por los Romanos Pontífices contra los invasores y usurpadores de los derechos y bienes de la Iglesia, se apoya en una confusión del orden espiritual con el civil y político, y que no tiene otra finalidad que promover intereses mundanos; que la Iglesia nada debe mandar que obligue a las conciencias de los fieles en orden al uso de las cosas temporales; que la Iglesia no tiene derecho a castigar con penas temporales a los que violan sus leyes; que es conforme a la Sagrada Teología y a los principios del Derecho público que la propiedad de los bienes poseídos por las Iglesias, Órdenes religiosas y otros lugares piadosos, ha de atribuirse y vindicarse para la autoridad civil".
No se avergüenzan de confesar abierta y públicamente el herético principio, del que nacen tan perversos errores y opiniones, esto es, "que la potestad de la Iglesia no es por derecho divino distinta e independientemente del poder civil, y que tal distinción e independencia no se pueden guardar sin que sean invadidos y usurpados por la Iglesia los derechos esenciales del poder civil".
No podemos tampoco pasar en silencio la audacia de aquellos que, no pudiendo tolerar los principios de la sana doctrina, pretenden "que en cuanto a los juicios de la Sede Apostólica y a sus decretos que tengan por objeto el bien general de la Iglesia, y sus derechos y su disciplina, mientras no toquen a los dogmas de la fe y de las costumbres, se les puede negar asentimiento y obediencia, sin pecado y sin ningún quebranto de la profesión de católico". ESTA PRETENSIÓN ES TAN CONTRARIA AL DOGMA CATÓLICO DE LA PLENA POTESTAD DIVINAMENTE DADA POR EL MISMO CRISTO NUESTRO SEÑOR AL ROMANO PONTÍFICE PARA APACENTAR, REGIR Y GOBERNAR LA IGLESIA, QUE NO HAY QUIEN NO LO VEA Y ENTIENDA CLARA Y ABIERTAMENTE.

Condena de los errores

En medio de esta tan grande perversidad de opiniones depravadas, Nos, con plena conciencia de Nuestra misión apostólica, y llenos de solicitud por nuestra santa Religión, por la sana doctrina y por la salvación de las almas cuya guarda se nos ha confiado de lo Alto, y por el mismo bien de la sociedad humana, hemos creído deber Nuestro levantar de nuevo Nuestra voz apostólica. En consecuencia, todas y cada una de las perversas opiniones y doctrinas que van señaladas detalladamente en las presentes Letras, Nos LAS REPROBAMOS CON NUESTRA AUTORIDAD APOSTÓLICA, LAS PROSCRIBIMOS LAS CONDENAMOS; Y QUEREMOS Y MANDAMOS QUE TODAS ELLAS SEAN TENIDAS POR LOS HIJOS DE LA IGLESIA COMO REPROBADAS, PROSCRITAS Y CONDENADAS.
Además de estos, bien sabéis, Venerables Hermanos, que hoy, los que aborrecen toda verdad y toda justicia y los enemigos encarnizados de Nuestra santa Religión, por medio de venenosos libros, folletos y periódicos, esparcidos por todo el mundo, engañan a los pueblos, mienten a sabiendas y diseminan toda suerte de doctrinas impías. No ignoráis que también se encuentran en nuestros tiempos hombres que, empujados y excitados por el espíritu de satanás han llegado a tal impiedad que no temen atacar al mismo Rey Señor Nuestro Jesucristo, negando su divinidad con criminal procacidad. En este punto, no podemos dejar de tributaros, Venerables Hermanos, las mayores alabanzas que tenéis bien merecidas, por el celo con el cual habéis levantado vuestra voz episcopal contra impiedad tan grande.

8. Exhortación a los Obispos a combatir el mal

Por esto, con estas Nuestras Letras nos dirigimos nuevamente con intenso amor a vosotros que, llamados a compartir Nuestra solicitud pastoral, Nos servís en medio de Nuestros grandes dolores, de consuelo, alegría y ánimo, por la excelsa religiosidad y piedad que os distinguen, así como por el admirable amor, fidelidad y devoción con que, en unión íntima y cordial con Nos y esta Sede Apostólica, os consagráis a llevar la pesada carga de vuestro gravísimo ministerio episcopal. En efecto: Nos esperamos de de vuestro insigne celo pastoral que, empuñando la espada del espíritu que es la palabra de Dios y confortados con la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, redobléis vuestros esfuerzos y cada día trabajéis más aún para que todos los fieles confiados a vuestro cuidado "se abstengan de las malas hierbas, que Jesucristo no cultiva porque no han sido plantadas por su Padre" (7) Y no ceséis de inculcar siempre a los mismos fieles que toda la verdadera felicidad humana proviene de nuestra augusta religión y de su doctrina y ejercicio; que "es feliz aquel pueblo, cuyo Señor es su Dios" (8). Enseñad que "los reinos descansan sobre el fundamento de la Fe" (9); y que "nada hay tan mortífero y tan cercano al precipicio, tan expuesto a todos los peligros, como pensar que, al bastarnos el libre albedrío recibido al nacer, por ello ya nada más hemos de pedir a Dios: esto es, olvidarnos de nuestro Creador y abjurar su poderío, para así mostrarnos plenamente libres" (10).
No descuidéis tampoco el enseñar que "la potestad real no se dio solamente para gobierno de este mundo, sino también y sobre todo para la protección de la Iglesia" (11); y que "nada puede ser más ventajoso y más glorioso para los jefes de los Estados y para los reyes y príncipes que, conforme Nuestro sapientísimo y valerosísimo predecesor SAN FÉLIX escribía al emperador Zenón, dejen a la Iglesia Católica gobernarse por sus propias leyes y sin permitir que nadie ponga obstáculos a su libertad..." "Es seguro, en efecto, que está en su interés, cuantas veces se trate de los asuntos de Dios, en seguir con celo el orden que Él ha prescrito; subordinando, y no prefiriendo, la voluntad soberana, a la de los sacerdotes de Jesucristo..." (12)

9. No se debe descuidar el recurso de la oración especialmente al Divino Corazón y a María Santísima

Pero si siempre fue necesario, Venerables Hermanos, dirigirnos con confianza al Trono de la gracia, para obtener de él misericordia y auxilio en tiempo oportuno, ahora de modo especial debemos hacerlo, en medio de tan grandes calamidades para la Iglesia y para la sociedad civil, en presencia de tan vasta conspiración de enemigos y de tan grande acumulación de errores contra la sociedad católica y contra esta Santa Sede. Nos hemos juzgado, pues, útil excitar la devoción de todos los fieles, a fin de que, uniéndose a Nos y a Vosotros, no dejen de rogar y de suplicar con las oraciones más fervorosas y más humildes al clementísimo Padre de las luces y de la misericordia; a fin también, de que recurran siempre, en la plenitud de su fe, a Nuestro Señor Jesucristo, que nos redimió con su Sangre; y pidiendo continuamente y sin desfallecimiento a su Corazón dulcísimo, víctima de su ardiente caridad hacia nosotros, para que con los lazos de su amor todo lo atraiga hacia sí, de suerte que inflamados todos los hombres en su amor santísimo caminen rectamente según su Corazón, agradables a Dios en todas las cosas, y dando frutos en todo género de buenas obras.
Ahora bien, siendo, indudablemente, más gratas a Dios las oraciones de los hombres, cuando éstos recurren a El con alma limpia de toda impureza, hemos resuelto abrir con Apostólica liberalidad a los fieles cristianos los celestiales tesoros de la Iglesia confiados a Nuestra dispensación, a fin de que excitados con mayor viveza a la verdadera piedad, y purificados de sus pecados, por el sacramento de la Penitencia con mayor confianza presenten a Dios sus oraciones y obtengan su gracia y su misericordia.

10. Jubileo para 1865

En consecuencia, Nos concedemos, por el tenor de las presentes Letras, en virtud de Nuestra Autoridad Apostólica, a todos y a cada uno de los fieles del mundo católico, de uno y otro sexo, una Indulgencia Plenaria en forma de Jubileo, tan sólo por espacio de un mes, hasta terminar el próximo año de 1865, y no después de esa fecha; que designado por vosotros, Venerables Hermanos, y por los demás legítimos Ordinarios, según el modo y manera con que al comienzo de Nuestro Pontificado lo concedimos por Nuestras Letras apostólicas en forma de Breve, del 20 de noviembre del 1846, enviadas a todos los Obispos, del universo y que empezaban con estas palabras: Arcano Divinae Providentiae consilio, y con todas las facultades que Nos por medio de aquellas Letras concedíamos. Y queremos que se guarden todas las prescripciones de dichas Letras, y se exceptúe lo que declaramos exceptuado. Nos concedemos esto, no obstante cualesquier otra disposición contraria, aun la que fuera digna de mención especial e individual y de derogación. Y para evitar toda duda y dificultad, hemos ordenado que se os remita on ejemplar de estas Letras.
"Oremos, Venerables Hermanos; oremos desde el fondo de nuestro corazón y con toda las fuerzas de Nuestro espíritu a la misericordia de Dios, porque El mismo ha dicho: No apartaré de ellos mi misericordia (13). Pidamos, y recibiremos; y si demora y tardanza hubiere en el recibir, porque hemos pecado gravemente, llamemos, porque al que llame se le abrirá (14), con tal de que quienes llamen a las puertas sean las oraciones, los gemidos y las lágrimas, en las cuales debemos insistir y perseverar, y con tal de que la oración sea unánime... que todos oren a Dios, no solamente por sí mismos, sino por todos sus hermanos, como el Señor nos ha enseñado a orar" (15). Y a fin de que el Señor atienda más fácilmente a Nuestras oraciones y votos, a los Vuestros y a los de todos los fieles, pongamos por intercesora junto a El, con toda confianza, a la Inmaculada y Santísima Virgen María, Madre de Dios, que aniquiló todas las herejías en el mundo entero, y que, Madre amantísima de todos nosotros, "es toda dulce... y llena de misericordia..., se muestra propicia con todos, con todos clementísima; y con inmenso amor socorre las necesidades de todos" (16). En su calidad de Reina que está a la diestra de su Unigénito Hijo nuestro Señor Jesucristo, con manto de oro y adornada con todas las gracias, nada hay que Ella no pueda obtener de Él. Pidamos también el auxilio del beatísimo Pedro, Príncipe de los Apóstoles y de Pablo su compañero de apostolado, y de todos los Santos que, Hechos ya amigos de Dios, han llegado al reino celestial y coronados poseen la palma, y que, seguros de su inmortalidad, están llenos de solicitud por nuestra salvación.

11. Bendición apostólica

Finalmente, pidiendo a Dios del fondo de nuestra alma la abundancia de los dones celestiales, Nos os damos del fondo del corazón y con amor como prenda de Nuestro especial afecto, Nuestra Bendición Apostólica, a Vosotros, Venerables Hermanos y a todos los fieles clérigos o seglares confiados a vuestra solicitud.

Dado en Roma, junto a San Pedro, el 8 de diciembre del año 1864, décimo año de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción de la Virgen Madre de Dios, y año decimonono de Nuestro Pontificado.
 
NOTAS
 
(1) Gregorio XVI, Encíclica Mirari Vos, 15 agosto de 1832.
(2) Íbidem.
(3) San Agustín, Epístola 105 al. 166.
(4) San León Magno, Epístola 164 al. 133, parte 2.
(5) Epístola al Cardenal De la Rochefoucault, 10 marzo de 1791.
(6) Como declararon en su tiempo Clemente XII, Constitución In eminenti Apostolatus; Benedicto XIV, Constitución Providas Romanorum; Pío VII, Constitución Ecclesiam a Jesu Christo; León XII, Consttitución Quo graviora; Pío VIII, Encíclica Traditi Humilitatis; Gregorio XVI, Encíclica Mirari vos. Posteriormente, León XIII con la Encíclica Humanum Genus; y el Código de Derecho Canónico de 1917.
(7) San Ignacio de Antioquía, Ad Philadelphiae, 3.
(8) Salmo CXLIII, 15.
(9) San Celestino, Epístola 22 ad Synod. Ephes. apud Const. pág. 1200.
(10) San Inocencio I, Epístola 29 ad Episc. conc. Carthag. apud Const. pág. 891.
(11) San León Magno, Epístola 156 al 125.
(12) Pío VII, Encíclica Diu satis, 15 mayo de 1800.
(13) Salmo LXXXVIII, 34.
(14) San Lucas, XI: 9- 10.
(15) San Cipriano, Epístola 11.
(16) San Bernardo, Serm. de duodecim praerogativis B.M.V. ex verbis Apocalypsis.

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