Tomado del devocionario El mes de la Santa Faz de Nuestro Señor Jesucristo, escrito por el padre Jean-Baptiste Fourault, sacerdote del Oratorio de la Santa Faz y publicado en Tours en 1891; y traducido al Español por la Archicofradía de la Santa Faz y Defensores del santo Nombre de Dios de León (Nicaragua) en 2019.
MEDITACIÓN VIGESIMOTERCER DÍA: LA SANTA FAZ SOBRE LA CRUZ.
Oh, Faz adorable, levantada por el instrumento de más vergonzoso castigo, ten piedad de nosotros.
Mirad, hemos llegado a la cumbre del Calvario, oh, Jesús; os extendéis valientemente sobre el árbol de la Cruz. Vuestros pies y vuestras manos son como muchas fuentes por donde la gracia está a punto de fluir al mundo. De una vez, los verdugos, cogen la cruz y la levantan en lo alto. Amigos de la Reparación, aferrémonos especialmente a la contemplación de los sufrimientos de la Santa Faz.
1º PUNTO – SUFRIMIENTOS DE LA SANTA FAZ SOBRE LA CRUZ.
La divina cabeza viste la corona de burla que vuestros verdugos enemigos entretejieron. Atado a un lecho de sufrimientos, no supiste donde reposar vuestra cabeza sin aumentar vuestros crueles sufrimientos. Vuestros ojos están llenos con lágrimas de sangre.
Llorasteis, Oh Jesús, llorasteis por nuestros pecados, a la vista de los cuales, como una terrible nube, obscurece la incomparable belleza de vuestra augusta Faz. Vuestros oídos están destrozados por las blasfemias de la gente: «Dejad que Cristo Rey de Israel descienda ahora de la Cruz, para que veamos y creamos» (Christus rex Ísraël descéndat nunc de cruce. Marc. XV, 32).
Vuestros labios están ardiendo, vuestro Corazón está sediento de hacer expiación por la salvación de nuestras almas, ¡y Vos gritáis en voz alta: «Sitio!» (Tengo sed. San Juan 19, 28). Y de inmediato os dan hiel mezclada con vinagre para apagar la sed de vuestra boca divina.
Todos vuestros sentidos están repletos de torturas y oprobio, y en verdad podemos repetir con vuestra piadosa sierva Sor María de San Pedro: «Oh Faz adorable, que has venido a ser como un leproso, ten piedad de nosotros. Imprimid en mi corazón vuestras sagradas heridas, para que ahí pueda leer vuestros sufrimientos y vuestro amor: vuestros sufrimientos para sentir dolor por ellos; vuestro amor, a fin de despreciar por vuestro amor todo otro amor».
2º PUNTO – LECCIONES OBTENIDAS DE LOS SUFRIMIENTOS DE LA SANTA FAZ.
Debemos amaros, oh Dios, con un amor penitente. Es con frecuencia que el demonio entra en nuestras almas, a través de los sentidos, es por ellos que debe realizarse su reparación. A la vista de vuestra frente humillada, coronada de espinas, quien no estaría pronto a inclinar su orgullosa cabeza, por debajo de las pruebas que Vos nos enviáis para nuestra salvación, bajo una humillación y penitencia voluntaria.
A la vista de vuestros oídos destrozados por las blasfemias, ¿quién no se apresuraría a poner fin a su propia adulación, a las conversaciones licenciosas, a la murmuración, a las calumnias, a las críticas contra su prójimo? A la vista de vuestros ojos, apagados por la sangre, ¿quién no consentiría en cerrar sus ojos a las vanidades de este mundo, a fin de fijarlos únicamente sobre vuestra Faz divina, desfigurada por el pecado? Finalmente, a la vista de todos vuestros sentidos triturados por el sufrimiento, ¿quién no renunciaría al pecado, y rehusaría cada ocasión de este?
Oh, amable Faz de mi Jesús, Os adoro y Os amo, Detesto mi orgullo, quien os ha coronado con espinas; mi sensualidad que os ha despedazado por manos de vuestros verdugos; mi amor propio, que durante tres horas os tuvo atado a la cruz. Dadme el valor para seguiros fielmente a lo largo del camino de la expiación, atraedme más y más hacia Vos, para que no cese de contemplaros, de amaros, de asemejarme a Vos con la práctica de toda virtud.
Ramillete Espiritual: A planta pedis usque ad vérticem cápitis, non est in eo sánitas. (Desde la planta de los pies hasta la cabeza, no hay parte sana en Él. Isaías I, 6).
CONVERSIÓN DE UN VIAJERO COMERCIAL COMO CONSECUENCIA DE UNA CURA REALIZADA EN LA CASA DEL SR. DUPONT.
El venerable decano de la Diócesis de Tours relató el siguiente suceso, que certifica de una vez y al mismo tiempo, la cura de una persona enferma, y la conversión de un alma. «Un día, alrededor de 1856, dice, un viajero extranjero, de apariencia y modales distinguidos, quién yo no conozco, me llamó. “Sr. Cura”, dijo al acercarse, “¿tiene usted conocimiento del Sr. Dupont?”. – “Sí, ciertamente”. – “Él me ha convertido y vengo a suplicarle me confiese”. Me dijo entonces lo que sucedió.
Pasando por Tours, en una calle que estaba en la vecindad de las vías del tren, vio una cantidad de gente apresurándose por entrar a una casa. Hizo indagar hasta saber qué es lo que les había atraído hasta ahí. “Es”, le dijeron, “porque un caballero que vive ahí realiza milagros”. Al escuchar estas palabras, se sintió impelido a entrar con ellos para satisfacer su curiosidad.
Era la casa del Sr. Dupont. Al verlo, el siervo de Dios se inclinó cortésmente hacia él. “¿Cuál es el motivo, señor, que me da la oportunidad de veros?”. El viajero ingeniosamente afirmó lo que había sucedido y lo que se le había dicho. “Sí, señor”, contesta el Sr. Dupont, “han tenido lugar milagros por la gracia de Dios, y además suceden cada día”. Viendo el asombro evidente del visitante, añadió: “No es difícil para un cristiano obtenerlos, basta que los pida, y si Vd. lo desea, tendrá una prueba de ello. Aquí está una mujer casi completamente ciega, vamos a orar por ella, y espero que esté a punto de recobrar su vista”.
Me arrodillé, continuó el viajero, con todas las personas que estaban presente, y empecé a rezar, a pesar de que durante los últimos diez años no había realizado ningún acto religioso. Los ojos de la mujer casi ciega fueron ungidos. Al principio ella declaró que no podía leer ni una palabra de un libro que le fue presentado; sin embargo, al ser ungida varias veces con el aceite de la Santa Faz, ella empezó a ver y a distinguir a las personas que la rodeaban, y por último recobró su capacidad de ver; entonces empezó a leer en un libro que le fue presentado.
Tocado por lo que había visto y especialmente conmovido por las palabras del Sr. Dupont, el extraño sintió que no podía permanecer más en la posición en la que estaba respecto a su consciencia y a Dios. Se dirigió hacia un sacerdote que no conocía, y le pidió lo confesara.
Y, de hecho, agregó el Decano de Ligueil, se confesó con signos de la mayor sinceridad y arrepentimiento. Fue para él el punto de inicio de una conversión completa y duradera; por último, conozco que, durante muchos años, continuó haciendo la Comunión de Pascua».
INVOCACIÓN
Oh Señor Jesús, que en el Camino del Calvario recibiste la ayuda de un cirineo, permitidme unirme a este hombre piadoso para seguiros a lo largo del camino del dolor, a fin de cargar vuestra cruz contigo. Concededme, oh Señor Jesús, que en el sufrimiento no me separe de Vos, a fin de que no sea separado de Vos en vuestra gloria. Amén.
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